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Fidel Castro

Palabras a los intelectuales

Palabras a los intelectuales: Volver no, trascender

por Redacción 8 julio 2021
escrito por Redacción

La intervención de Fidel Castro conocida como Palabras a los intelectuales, y acaecida en 1961, ha marcado una impronta determinante en la relación entre el gobierno y los intelectuales en Cuba a lo largo del proceso. Aun cuando son épocas muy diferentes aquella de los inicios y la que vivimos hoy, el Ministerio de Cultura ha dedicado todo el año a conmemorar el hecho y convoca a percibir la continuidad de los conceptos y puntos de vista emitidos por el dirigente cubano en fecha tan precoz.

La controversia alrededor de la libertad de creación en el socialismo —que comenzó muy temprano y de la cual fue centro la referida reunión—, se extiende hasta hoy; con puntos más álgidos, actores diversos y mayores posibilidades de participación en un debate que, lejos de estar concluido, es tan pertinente ahora como lo fue entonces. Con una diferencia notable: el grado de hegemonía y consenso de la dirección de la Revolución hacia la sociedad no es, ni por asomo, el mismo.

El equipo de La Joven Cuba también consideró pertinente examinar, desde diversas perspectivas, las consecuencias de aquellos intercambios y del documento resultante, concebido hasta hoy como uno de los escritos rectores de la política cultural de la Revolución.

Nuestro análisis trascendió igualmente a otros efectos de aquellas determinaciones, que no son únicamente culturales, que desbordan el campo intelectual y que afectan los entramados sociales, desde la subjetividad hasta la política entendida en su sentido cívico y colectivo.

La Historia, la Filosofía, la Psicología y la Comunicación Social fueron las ciencias desde las cuales emanaron los textos incluidos en este, el primer dossier cuya descarga gratuita ofrecemos a nuestros lectores.

Palabras a los intelectules: Volver no, trascender

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8 julio 2021 6 comentarios 2,8K vistas
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Tiempos

En los tiempos de Abdala

por René Fidel González García 2 julio 2021
escrito por René Fidel González García

Sobre el elefante y los mil conejos

Una anécdota probablemente apócrifa de la política cubana, ha trasmitido en una frase la dificultad que supondría la ausencia de Fidel Castro al frente del gobierno: mil conejos no sustituyen a un elefante. Sin embargo, el gobernante no solo cesó en sus funciones mucho antes de morir, sino que una de las joyas más deseadas en su gestión —un modus vivendi formal entre Cuba y los Estados Unidos— sería alcanzado, mientras aún vivía, por su sucesor Raúl Castro.

En cualquier caso, la frase hacía referencia al liderazgo nacional e internacional ejercido por el político cubano, capaz, a un tiempo, de lograr durante más de medio siglo complejos consensos al interior del país y de convertir al gobierno cubano en un actor no despreciable en las peligrosas brumas de la Guerra Fría. También era relativa a sus experiencias, sagacidad y determinación personal para convertirse, y ser considerado, en un formidable contrincante político por sucesivos mandatarios y políticos de los Estados Unidos.

Desaparecido Fidel Castro, previa entrega de sus cargos gubernamentales a su hermano, y este más adelante a Miguel Díaz-Canel; la Constitución de 2019 allanó el camino a la formalización de la concentración y especialización de las funciones ejecutivas mediante el fortalecimiento de las atribuciones presidenciales y el desarme del modelo asambleario anterior.

Apenas un par de años después, cuando debió estar haciendo sus primeros ajustes de puesta en marcha un modelo de Estado de Derecho por mandato constitucional, el nuevo gobernante sería, además, investido de la máxima responsabilidad partidista.

Es cierto que los capitales políticos pueden ser heredados, incluso es posible ser usufructuario de la legitimidad de una generación, de sus luchas, aspiraciones y logros, sin tener necesariamente que cargar con sus fracasos; pero asumir esa, o cualquier otra responsabilidad, pasa por entender que todo capital es susceptible de ser perdido. Tener la responsabilidad implica, igualmente, ser responsable del éxito y del fracaso. 

Tiempo (2)

Miguel Díaz-Canel junto a Raúl Castro, tras ser nombrado presidente en abril de 2018. (Foto: Adalberto Roque/ AFP)

Es difícil determinar la importancia que tienen —o tendrán— las experiencias y características como político del actual mandatario en el manejo de los diversos y complicados problemas económicos, políticos y sociales del país, o de un diferendo como el que se sostiene entre los Estados Unidos y Cuba, que ha condicionado dramáticamente la realidad cubana.

Nada parece sugerir que estemos delante de un prospecto de estadista. El pausado ascenso y formación de Miguel Díaz-Canel como miembro —y sobreviviente— de un pequeño grupo de funcionarios seleccionados y entrenados para ocupar cargos de dirección de importancia, es probable haga remota o cancele esa posibilidad, incluso asumiendo que disponga de los recursos intelectuales, comunicativos y de la iniciativa y proyección teleológica propias del liderazgo.

De lo que se puede estar seguro es de que a medida que el acompañamiento que todavía realiza la generación anterior se debilite, y finalmente desaparezca, el rol que esas características personales desempeñarán en la toma de decisiones y en la interacción con los problemas de una sociedad que experimenta un complejo proceso de cambio social y político, será cada vez más importante y quizás determinante.

Esta es una variable trascendental en los acontecimientos actuales. No hay que subvalorar el análisis del perfil de los individuos y grupos que hacen otros gobiernos y sus agencias; como la modelación de reacciones, comportamientos, valores y sistemas de creencias, ha sido siempre un activo estimado para hacer actuar a los adversarios en condiciones pre-concebidas, que utilizan tales datos para la obtención de los resultados deseados. 

Maximizar los resultados y reducir la exposición

A partir de las declaraciones de diplomáticos, políticos y funcionarios estadounidenses, no pocos académicos y analistas han planteado y amplificado la idea de que el tema Cuba no es una prioridad para el actual mandatario de la Casa Blanca.

Por su parte, con creciente frustración, diplomáticos y funcionarios cubanos han subrayado la apatía y demora de la Administración Biden en desmontar algunas de las medidas de mayor impacto tomadas durante el mandato de Donald Trump, tal como se aseguró durante la campaña electoral. 

La historia de las relaciones entre ambos países en las últimas seis décadas, indica con precisión que si la conclusión a la que arriban los especialistas es increíblemente superficial, la frustración que se percibe en los mensajes de los funcionarios cubanos puede estar codificando en su aparente ingenuidad la complejidad del momento actual. 

El tema Cuba no solo ha sido a través de los años una prioridad estratégica de los Estados Unidos para el manejo de su área de influencia geopolítica más inmediata, sino también un ingrato y espinoso asunto a tratar por los aspirantes presidenciales, crucial, no pocas veces, al momento de la reelección. Ninguna de estas cuestiones se ha modificado radicalmente.

Tiempo (3)

Durante el gobierno del presidente Obama se restablecieron las relaciones diplomáticas entre EEUU y Cuba (Foto: Ramon Espinosa/AP)

Es por ahora imposible saber las exploraciones y contactos de las autoridades cubanas por retomar el camino que dejó abierto el gobierno del expresidente Obama con el restablecimiento de relaciones diplomáticas, los mensajes cursados y la calidad misma de tales encuentros, si es que han ocurrido. Pero no es descabellado pensar que el virtual estado de coma en que se encuentran actualmente las relaciones, ha sido inducido por la apuesta del ejecutivo estadounidense y sus agencias gubernamentales a la evolución de un escenario interno favorable a sus intereses. Algo así como: los tenemos donde queríamos.

La táctica de regalar sábanas sudadas por soldados enfermos de viruela y luego esperar la progresión del virus, dio resultado en no pocas ocasiones para diezmar y abatir las tribus y naciones indígenas durante la colonización del oeste de los Estados Unidos. La excepcional situación creada por la pandemia de la Covid-19 en Cuba, ha colocado, más allá de cualquier prioridad, al actual ejecutivo estadounidense en una situación muy parecida y redituable: esperar.

Después del paquete de medidas y sanciones contra la economía cubana puesto en marcha por Trump —que incluyó el descalabro de importantes operaciones de cooperación internacional, la suspensión del envío de remesas por vías regulares,  la sanción de entidades bancarias vinculadas y la injusta calificación como Estado patrocinador del terrorismo—, la actual administración estadounidense ni siquiera tiene que exponerse a ser considerada como villana en la arena internacional.

Hay que valorar también factores internacionales. La crisis que atraviesan aliados regionales de Cuba, como Venezuela, la descapitalización política experimentada por el Alba o UNASUR y la progresiva erosión de la influencia cubana en el área latinoamericana y caribeña, como resultado de sus propios problemas internos y la incapacidad para proponer y gestionar iniciativas, describen, por así decirlo, un escenario propicio para devaluar apoyos y alianzas que han impedido el aislamiento y un consenso internacional hostil contra Cuba.

La propia colaboración médica, principal fuente de prestigio y admiración a escala mundial para la Isla, asediada por programas que ofrecían estatus de refugiados a sus integrantes, acabaría por ser cuestionada. Han sido señaladas en tal sentido las onerosas condiciones impuestas por las cláusulas de contratación del personal médico, paramédico y técnico, e igualmente los castigos administrativos que sancionan a no poder regresar al país durante por lo menos ocho años en caso de romper de forma unilateral sus contratos. 

Cuestiones como estas no solo debilitan la posición cubana en cualquier negociación con la administración estadounidense, sino que determinan en buena medida que esta última no tenga que apartarse de sus intereses respecto a Cuba y ceder en función de alcanzar otros de mayor importancia.

Estar revisando la política con relación a la nación antillana, como han reiterado en los últimos meses funcionarios de la Casa Blanca, no implicaría entonces una mera reevaluación de medidas anteriores, o dar prioridad a un viraje a la hoja de ruta de Obama. Es evidente que se está produciendo la evaluación pragmática del impacto que han tenido esas políticas durante el excepcional contexto pandémico, y qué hacer para que sus efectos se amplifiquen en el mediano y largo plazos. Los cambios vendrán pero dentro de esa lógica.

A mediados de los noventa, las exigencias estadounidenses al gobierno cubano se concentraban en el reconocimiento y ejercicio de los derechos humanos —especialmente los civiles y políticos— y en dar espacio a la pequeña y mediana empresa y al sector privado.

En la actualidad muchas de esas pretensiones o son parte del ordenamiento constitucional y de demandas cada vez más importantes de la ciudadanía cubana; o cuestiones ya planteadas aunque innecesariamente demoradas dentro del anunciado proceso de reformas.

Algunas de ellas, como la libertad de expresión, asociación y prensa, han sido redimensionadas espectacularmente a contracorriente del propio gobierno, desde la introducción y generalización del acceso a Internet y las redes sociales.  

Se ha debilitado gradualmente el monopolio estatal de la producción y emisión de contenidos y significados políticos, y es un hecho hoy la migración e interacción de millones de cubanos a una suerte de ágora virtual. En ella, algunos de los ejercicios de derechos y libertades usualmente restringidos y no pocas veces penalizados jurídica, política o socialmente, encontraron un nicho propicio para su desarrollo y práctica, sin poder evitar, no obstante, ser muchas veces, secuestrados, reducidos o restringidos por tendencias de polarización, manipulación y simplificación.

Tiempos (4)

La reciente resolución condenatoria del Parlamento Europeo contra el gobierno cubano marcó una pauta en los tiempos de buena relación bilateral. En la foto, el presidente del Consejo Europeo, Charles Michel. (Fotoç: Julien Warnand POOL/AFP)

Es lógico asumir que el gobierno estadounidense seguirá ofreciendo financiamiento, asistencia y apoyo a ciertos medios, plataformas y grupos surgidos en este entorno virtual en el intento de convertirlos en cabezas de playa desde donde influir en la política interna. Pero también es de notar en la reciente resolución condenatoria del Parlamento Europeo contra el gobierno cubano, la importancia que tendrá en el futuro inmediato el respeto por las autoridades de los derechos y libertades reconocidas por la Constitución de 2019 y la entrada en vigor del modelo cubano de Estado de Derecho. 

La otra pandemia

La sostenida dinámica de detenciones ilegales, acosos, castigos administrativos, presiones y procesamientos selectivos desarrollada por instituciones del actual gobierno contra artistas, intelectuales, periodistas en ejercicio no acreditado, profesores, estudiantes, activistas, opositores y ciudadanos en general; ha sido la parte más visible del intento de licuefacción de la Constitución del 2019, del conjunto de expectativas ciudadanas que generó el propio proceso constituyente y, sobre todo, del modelo de Estado de Derecho que en ella se esboza. 

Tales actos han sido trasmitidos, distribuidos y analizados de un modo extraordinario e inédito por las redes sociales y los medios digitales.

Ello ha redefinido los contenidos y el ejercicio mismo del consumo político de los ciudadanos. Es importante entender que la posibilidad y autonomía de ese consumo es parte y expresa a un tiempo, los reacomodos de la cultura política y de sus valores.

Es en tal contexto, en que las exigencias de democratización y las demandas del respeto a derechos y libertades, y a las garantías jurídicas efectivas para su ejercicio, empiezan a ser no ya solo parte de los núcleos identitarios de la ciudadanía, sino también prácticas que desafían los modos habituales en que se ha desarrollado y entendido la participación política en Cuba por ciudadanos, políticos e instituciones. 

Un olvidado pero significativo tuit del actual mandatario cubano: «La complejidad es para asumirla como reto», fue escrito en la tarde noche del 27 de noviembre de 2020, cuando cientos de jóvenes buscaban interpelar al ministro de Cultura a los ojos de un impresionante despliegue policial —y a los de los aún más asombrados funcionarios y ciudadanos que siguieron a través de las redes sociales los acontecimientos que se sucedían frente a la sede del Ministerio de Cultura—.

La complejidad es para asumirla como reto. #SomosCuba #SomosContinuidad https://t.co/ZM1LfZ3tFt vía @PresidenciaCuba

— Miguel Díaz-Canel Bermúdez (@DiazCanelB) November 27, 2020

Tal frase resulta interesante para apreciar las tensiones que provoca la participación política de acuerdo a agendas autónomas, auto-determinadas o espontáneas de la ciudadanía, pero también para analizar los comportamientos y reacciones, así como la variedad de comprensiones de los hechos que pueden alimentar el punto de vista del gobierno.

En realidad, desde que entre agosto y octubre del 2019 un pésimamente redactado artículo de la vice-ministra primera del Ministerio de Educación provocara innumerables reacciones de condena al ser replicado por el sitio estatal Cubadebate, esa tensión había hecho presencia de un modo notable.

El contenido de ese artículo, entendido como una enconada reacción a los derechos, libertades y garantías establecidos por la Constitución recién aprobada por un elevado por ciento de la ciudadanía, recibió un espaldarazo público por parte del ministro del ramo en un espacio televisivo.

Allí se catalogó de mercenarios, ingenuos y confundidos a miles de personas que habían apoyado una carta dirigida al gobierno ante la incitación y prácticas de intolerancia política que venían ocurriendo dentro de las universidades.

Tal incidente marcó una tendencia que en los próximos meses se iría consolidando hasta llegar a la posposición por un año más de la entrada en vigor del artículo constitucional —el 99— que establecía la posibilidad de demandar y obtener compensaciones ante violaciones de los derechos cometidas por funcionarios. 

¿El gobierno cubano necesita propiciar leyes de desarrollo constitucional —de este y otros artículos— que sean lo suficientemente cerradas como para dificultar la eficacia jurídica del ejercicio o defensa de los derechos y libertades en un escenario de conflictividad social y política abierto por la pandemia y por la implementación de un duro plan de ajuste y reforma de la economía?

Esta hipótesis puede servir para acercarnos a la(s) relación(nes) existente(s) entre el impacto político que tuvo el proceso constitucional en la cultura política, la propia eficacia de la Constitución, así como la confianza y la evaluación de los ciudadanos de la capacidad del sistema político —y sus operadores— para servir de mecanismo de comunicación y logro de sus intereses y de las demandas que ellos consideran políticamente trascendentes.

Pero no hay que olvidar que la función básica de un sistema político —y su propia legitimidad— descansa —y está tensionada—  en su capacidad para contener, organizar y proporcionar de acuerdo a su propio diseño y a los valores y prácticas que postula como válidos, un tracto político a la pluralidad, contradicción y conflictividad inherente a la vida política.

Esa tensión, sin ser única, es crucial.

2 julio 2021 56 comentarios 3,8K vistas
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Palabras (1)

Palabras descontextualizadas

por Alina Bárbara López Hernández 30 junio 2021
escrito por Alina Bárbara López Hernández

La línea previa

Exactamente sesenta años atrás, en un salón de la Biblioteca Nacional, el líder del gobierno revolucionario, Fidel Castro, concluyó una serie de reuniones con figuras de las artes y las letras. Su intervención final, bajo el nombre Palabras a los intelectuales, es presentada como la base de la política cultural revolucionaria. Sin embargo, fue mucho más que eso.

Apenas dos meses antes, en abril de 1961, había sido declarado el carácter socialista del proceso. La Revolución cubana no fue concebida y dirigida por un Partido —como ocurriera con la soviética—, pero, desde muy temprano, dirigentes del Partido Socialista Popular (PSP) se convirtieron en funcionarios clave en áreas donde se decidía sobre la producción cultural y simbólica.

Y si algo sabían bien los dirigentes comunistas era recabar disciplina y posicionamientos incondicionales ante lo que denominaban la línea del Partido. Palabras a los intelectuales se adelantó en cuatro años a la refundación, sobre nuevas bases y dirección pero también sobre antiguos dogmas, del Partido Comunista de Cuba (PCC) en 1965. Pero con ellas, desde junio del 61, quedó establecida la futura línea ideológica partidista en sus relaciones con el sector, que ha permanecido con pocos cambios hasta hoy.

Un Partido único —que no tiene siquiera facciones—, requiere mantener controlada la opinión de la ciudadanía. Es condición sine qua non para una existencia prolongada y sin disturbios. La intelectualidad es, por lo general, la avanzada díscola de aquella, de ahí que las relaciones de subordinación de los intelectuales a esa disciplina sean esenciales.

Las consecuencias posibles de esa relación no eran desconocidas entre nosotros. En fecha tan temprana como 1930, el joven Juan Marinello publicó su ensayo Sobre la inquietud cubana. La intelectualidad insular se hallaba entonces en el centro de una encrucijada histórica, pues al combatir la tiranía machadista tenía tres caminos ante sí: subordinación al imperialismo, fascismo o socialismo.

Palabras (2)

Juan Marinello

Su perspectiva sobre la experiencia soviética —que sopesada con interés en los inicios fue criticada en la medida que el estalinismo se entronizó—, sometió a debate el tema de la libertad de creación en el socialismo. Esto generó las siguientes interrogantes de Marinello:

«Y, llegados a ese falansterio de nuevas proporciones y de nuevo tipo, ¿tendremos la libertad esencial, la que nos movió desde su encierro a echar abajo las dominaciones dolorosas? ¿No habremos entrado, queriendo salir de ella, en una cárcel de hierros invencibles porque todos seremos hierros en nosotros mismos?».

Dudas muy razonables estas, que tendrían respuesta en 1934, con la celebración en la URSS del Primer Congreso de Escritores Soviéticos. Dicho cónclave impuso límites estrictos a la creación artística e intelectual, condenó al ostracismo a destacadas figuras de la literatura y el arte, como Mijaíl Bulgakov, Serguei Eisenstein y Yuri Olesha, entre otros; creó una Comisión de Arte y Literatura presidida por Stalin y un premio con su nombre.

Cuatro años más tarde, en 1938, el primer Partido Comunista de Cuba fue legalizado. Con los nombres de Unión Revolucionaria Comunista (1939-1944) y PSP (1944-1953), se mantuvo durante quince años, hasta su prohibición por Batista. En esos tres lustros participó en el sistema parlamentario, con representantes en la Cámara y el Senado, órganos oficiales de prensa y una política cultural muy activa aunque poco estudiada.[1]

Sus transformaciones, derivadas de cambios políticos y alianzas coyunturales —que se explican por el comienzo de la II Guerra Mundial, la entrada de la URSS en ella, la postguerra y la Guerra Fría—, provocaron que tanto su política cultural como la crítica artística, funcionaran cual escenario de negociación.

Su vínculo con los intelectuales se subordinó más a consideraciones políticas, estratégicas y tácticas que a percepciones estéticas; de ahí sus abruptos cambios y el modo que osciló, entre actitudes plurales y dogmáticas, a lo largo de esos años.

Cuba fue el único país capitalista del hemisferio occidental en que un partido comunista llegó a ser parte actuante de su sistema parlamentario, incluso durante el período de Guerra Fría. No obstante, el PSP era uno más dentro de un sistema político en el que coexistían otros, algunos con bases populares más amplias, de ahí que los comunistas aprendieran a ejercer la negociación política. Eso cambiaría después de 1959.

¿Qué se dirimía en junio de 1961?

Si se analizan las Palabras a los intelectuales vinculadas a su contexto —el de una revolución recién nacida, con apoyo mayoritario no solo por las medidas tomadas en beneficio de las mayorías, sino por las promesas futuras; en una nación amenazada y atacada por una potencia vecina mucho más poderosa— se entiende la necesidad de garantizar, por parte del gobierno, el apoyo de un sector como el intelectual, que es, por su naturaleza, rueda de trasmisión entre él y la ciudadanía.

Vistas en perspectiva, el famoso fragmento de la intervención de Fidel, citado hasta el infinito —«dentro de la Revolución, todo; contra la Revolución, nada, porque la Revolución tiene también sus derechos y el primer derecho de la Revolución es el derecho a existir y frente al derecho de Ia Revolución de ser y de existir, nadie»—, camuflaba, lo hace aún, que lo que se dirimía allí en realidad era el derecho del gobierno a tomar decisiones sin ser abiertamente confrontado por parte de la intelectualidad.  

Palabras (3)

Se olvida, sin embargo, que a continuación de esa frase seguía esta: «Por cuanto la Revolución comprende los intereses del pueblo, por cuanto la Revolución significa los intereses de la Nación entera, nadie puede alegar con razón un derecho contra ella».

Entonces, no era un posicionamiento a elegir entre la política y la creación artística. Tampoco un cheque en blanco el que se entregaba y en el cual se cedían de por vida el pensamiento crítico y la capacidad de interpelación de los intelectuales y de los ciudadanos al poder, como parecen creer algunos.

De acuerdo a la frase completa, la Revolución exigía esa incondicionalidad porque también reconocía obligaciones y compromisos: comprender los intereses del pueblo y los intereses de la Nación.

A tenor con ello, más importante que determinar el significado de los conceptos dentro y fuera, como posturas de los intelectuales respecto a la Revolución, sería pertinente analizar si la Revolución, tras seis décadas de pronunciado este compromiso, lo ha cumplido cabalmente.

Las revoluciones son procesos coyunturales que se caracterizan por su corta duración, que implican la toma del poder y la creación de nuevos mecanismos de gobierno. El breve período de una revolución se distingue por la desarticulación de las estructuras económicas, sociales, políticas y culturales; muchas decisiones son espontáneas, carecen de tiempo para el análisis antes de su aplicación, y por ello pueden ser desorganizadas y experimentales. No puede haber, por tanto, una revolución que dure sesenta y dos años, mucho menos sesenta y dos mil milenios.

¿Qué se dirime en junio de 2021?

El 28 de junio, hace apenas dos días, se organizó un homenaje que recordaba la intervención de Fidel. Fue en el mismo salón de actos de la Biblioteca Nacional, pero seis décadas después y en un contexto diferente.

Ahora no se trata de una revolución recién nacida, con inmenso apoyo popular y con promesas al futuro. Se trata de una revolución que fue ahogada por un modelo de socialismo burocratizado. De un proceso en crisis dirigido por un grupo de poder que ha sido reacio a reformas que él mismo diseñara y anunciara desde hace trece años. De un anunciado Estado socialista de derecho que solo existe en la letra de una Constitución inviable.

El azote de la pandemia y la hostilidad desmedida del gobierno norteamericano, agravan hasta lo dramático antiguos errores y determinaciones jamás corregidos.

Dentro de la Revolución todo significa que lo único que no está en discusión es la Revolución. No es ella un hecho en disputa. Es el hecho mismo, la razón de ser de aquel encuentro. #PalabrasALosIntelectuales #FidelPorSiempre pic.twitter.com/xBSggsU5xT

— Miguel Díaz-Canel Bermúdez (@DiazCanelB) June 29, 2021

La intervención de Miguel Díaz-Canel, presidente y desde hace poco primer secretario del Partido, es ejemplo de tal crisis. Un discurso correcto en su forma pero absolutamente inconveniente en su contenido. Un político debe saber trascender ideas ajenas y épocas pasadas.

En 2017, cuando se valoró la posibilidad de un cambio generacional, antes de que se produjera su nombramiento, escribí:

«El posible reemplazo de la primera figura en la dirección del país, prometido para el próximo año, pudiera utilizarse como ícono de cambios, cuando en realidad una simple sustitución de la dirigencia no echa por tierra una filosofía del inmovilismo.

Hay que detectar lo real detrás de lo aparente, y a mi juicio lo aparente es el cambio político, pero manteniendo todo lo demás que sería lo real; es decir, la carencia de un método científico en la planeación de las transformaciones económicas y la existencia de una filosofía escolástica sobre la historia y su devenir, que apela a la pasividad, el conformismo y la incapacidad de reacción para convertir a Cuba en todo lo que los conceptos anuncian: una nación “soberana, independiente, socialista, democrática, próspera y sostenible”».

Hacía votos por equivocarme en aquel momento, desgraciadamente no ocurrió así. Según el presidente/primer secretario: «Hoy estamos como hace sesenta años, hablando de arte y de cultura, de creadores y artistas, de obras y de públicos, mientras el mundo arde afuera».

Si por el mundo entiende el ámbito que existe fuera de ese salón de reuniones, está bien. Si cree que Cuba no es parte de ese mundo que bulle de insatisfacciones y necesidades, está equivocado.

Su insistencia en la secuencia inalterable del proceso se evidencia en la aseveración de que: «La reunión de la biblioteca nacional tuvo una continuidad en el tiempo que llega hasta nuestros días». Ello hace contradictoria esta otra afirmación: «Luchamos todos los días contra el inmovilismo, la parálisis y los posibles retrocesos».

Dice el máximo dirigente: «Para empujar un país hay que leer muchos números»; sin embargo, también apunta:

«Leo todos los días algún post o análisis pidiéndonos liberar las fuerzas productivas, ¿en serio creen que nos interesa atarlas, contenerlas o frenarlas? ¿Cuál es la fórmula mágica por la que creen que podemos, con un decreto presidencial, hacer que todo funcione y broten bienes y productos del cuerno de la abundancia?».

Quizás si el mandatario no creyera que «La Cultura es lo primero que hay que salvar», y se percatara de que sin resultados económicos no se puede salvar la cultura ni ninguna otra cosa en este país, y atendiera a los excelentes economistas que llevan décadas alertando y proponiendo cambios concretos, tendría una fórmula, no mágica pero sí científica.

Dentro de la Revolución sigue existiendo espacio para todo y para todos, excepto para quienes pretenden destruir el proyecto colectivo. #PalabrasALosIntelectuales pic.twitter.com/KdJhanx6eY

— Miguel Díaz-Canel Bermúdez (@DiazCanelB) June 29, 2021

A su afirmación de que: «Hemos apostado a la innovación, a la ciencia, al talento y a la disposición del pueblo para enfrentar los múltiples desafíos que entraña avanzar rompiendo monte en cueros, como los cimarrones, como los mambises, como los rebeldes»; se le pueden objetar dos aspectos:

1) Los informes sobre inversiones en Cuba demuestran la escasa proporción de ellas en el ámbito científico, y 2) no todos avanzamos rompiendo monte en cueros, quizás a esto se deba la poca prisa y las muchas pausas en cambiar todo lo que debe ser cambiado.  

Considera el presidente/secretario que se honra con estas palabras:

 «“Dentro de la Revolución” sigue existiendo espacio para todo y para todos, excepto para quienes pretenden destruir el proyecto colectivo. Así como Martí excluyó de la Cuba con todos y para el bien de todos a los anexionistas y en sus Palabras en 1961 Fidel separó a los incorregiblemente revolucionarios, en la Cuba de 2021 no hay cabida para los anexionistas de siempre ni para los mercenarios del momento».

¿Cómo puede manipularse el pensamiento martiano y sentir honra? ¿Cómo puede una persona con su responsabilidad política regodearse con ligereza en clasificaciones que estarían bien para Humberto López pero que en él son imperdonables? ¿Cómo referirse a un proyecto colectivo desde el elitismo que no da cabida a la participación política en él?

Sesenta años después, es posible constatar que aquella negociación de 1961 no fue cumplida. La Revolución, entiéndase el Gobierno, no ha logrado, en el largo plazo, representar los intereses del pueblo, ni los de la Nación. De modo que podemos alegar con razón nuestro derecho a recuperar, ya lo estamos haciendo, la capacidad de interpelación de los intelectuales y de la ciudadanía frente al poder. Eso es lo que se dirime hoy en Cuba.

***

[1] Lo más completo sobre el tema: Yinela Castillo: «La Política Cultural del Partido Comunista de Cuba reflejada en el periódico Noticias de Hoy entre 1938–1948», y Liset Hevia: «La crítica artística en las páginas del periódico Noticias de Hoy entre 1938–1948», Tesis presentadas en opción al título académico de Máster en Estudios Históricos y Antropología Sociocultural, Universidad de Cienfuegos, 2017.

30 junio 2021 52 comentarios 6,7K vistas
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Intelectuales

«Palabras» no solo a los intelectuales

por Alexei Padilla Herrera 23 junio 2021
escrito por Alexei Padilla Herrera

En el primer lunes de la primavera de 1959, el periódico Revolución circuló un suplemento que, en sus dos años y siete meses de existencia, se convirtió en una de las publicaciones culturales más vanguardistas de América Latina.  Codirigido por los escritores Guillermo Cabrera Infante y Pablo Armando Fernández, junto al pintor Raúl Martínez, desde su primera edición Lunes de Revolución visibilizó la diversidad [y las contradicciones] política, ideológica y estética existente en los diferentes actores y grupos del campo cultural comprometidos con la revolución triunfante.

El semanario acogió académicos, escritores y artistas que, si bien apoyaron el proceso, no ocultaban sus críticas a determinados aspectos de la construcción del socialismo en la Unión Soviética y sus satélites europeos. Buena parte de sus «dardos» fueron dirigidos especialmente a la política cultural de Moscú, para disgusto de la dirección del veterano Partido Socialista Popular (PSP), embajador informal del Kremlin en Cuba.

La diversidad de concepciones sobre el arte y la cultura que convergieron en Lunes, sus críticas al dogmático marxismo soviético y algunos textos considerados anticomunistas, provocaron tensiones entre diferentes segmentos de la intelectualidad insular.

Lunes de Revolución, sin embargo, continuó navegando en turbulentas aguas hasta encallar en la polémica generada por el estreno de un documental de apenas trece minutos —número maldito—, que cometió el «desatino» de registrar el desparpajo nocturno en los alrededores del puerto habanero. Sus escenas en blanco y negro, según los censores, contrariaban la imagen que debía proyectar un país en revolución.

Dirigido por Sabá Cabrera Infante y Orlando Jiménez Leal, el cortometraje PM se exhibió en la TV Revolución, que junto a Ediciones R, fue otro de los emprendimientos mediáticos concebidos por Carlos Franqui, director del periódico Revolución. En mayo de 1961, la comisión que analizaba y clasificaba los filmes producidos e importados al país, prohibió la exhibición del cortometraje tras determinar que atacaba los intereses del pueblo y de la Revolución.

Desde su columna en el periódico Hoy, la intelectual comunista Mirta Aguirre expuso que la interdicción del corto se justificaba ya que este le hacía el juego a la contrarrevolución. Por su parte, Alfredo Guevara, director-fundador del ICAIC, consideró que el filme mostraba el peor de los mundos (prostitución, alcoholismo, drogas, etc.), algo incompatible con aquellos tiempos del naciente cine revolucionario, financiado por el Estado para más señas.

La agitación generada por tal fallo se prolongó durante semanas. Además de numerosos artículos a favor y en contra, alrededor de doscientos intelectuales y artistas firmaron una declaración colectiva pidiendo el levantamiento de la censura.

La polémica sobre cuáles deberían ser los principios rectores de la política cultural de la Revolución Cubana alcanzó un nivel tan alto que, a ojos del gobierno, amenazaba la unidad del campo cultural. El 30 de junio de 1961, en un intento por contener las desavenencias, Fidel Castro pronunció, en la tercera y última de una serie de reuniones en la Biblioteca Nacional, el discurso que pasó a la posteridad como Palabras a los intelectuales.

A pocas semanas de la victoria en Playa Girón, y en momentos en que la unidad era garantía de resistencia y continuidad de la Revolución, Fidel trazó los límites de las libertades de creación y expresión. De acuerdo con el dirigente cubano, el grado de libertad del que artistas e intelectuales gozarían, dependería de su identificación y apoyo a los principios, la ideología y las políticas implementadas por el Gobierno Revolucionario en las más diversas áreas.

Así las cosas, los incondicionales al proceso percibirían mayores posibilidades para desarrollar su trabajo creativo, mientras que los no dispuestos a entregarlo todo en favor de la construcción socialista, verían aparecer, y se preocuparían, por las restricciones impuestas a la libertad de creación y expresión.

Seguidamente definió, de forma ambigua, los criterios de inclusión-exclusión que rigen hasta hoy, no solo las políticas cultural y de comunicación social en el país, sino también las relaciones entre el Partido-Estado-Gobierno, la sociedad civil y los ciudadanos:

«(…) dentro de la Revolución, todo; contra la Revolución, nada. Contra la Revolución nada, porque la Revolución tiene también sus derechos y el primer derecho de la Revolución es el derecho a existir y frente al derecho de Ia Revolución de ser y de existir, nadie. Por cuanto la Revolución comprende los intereses del pueblo, por cuanto la Revolución significa los intereses de la Nación entera, nadie puede alegar con razón un derecho contra ella».

En un solo párrafo, tan breve como potente, se estableció la primacía de los derechos de la Revolución —el Estado— sobre el ejercicio de los derechos civiles y políticos de los ciudadanos.

Es muy probable que las decenas de personas que tuvieron el privilegio de escuchar directamente al líder de la Revolución, no percibieran la relación entre las palabras pronunciadas aquella tarde de junio y la conferencia impartida por Blas Roca en el programa Universidad Popular, transmitido el 11 de septiembre de 1960.[1]

Intelectuales (2)

Blas Roca

Durante poco más de una hora, el secretario general del PSP explicó a la teleaudiencia la forma en que el marxismo soviético definía el concepto de libertad, su alcance y funciones en el socialismo. Después de remontarse a la Constitución francesa de 1791, para criticar el carácter abstracto de los derechos civiles y políticos allí reconocidos, Roca argumentó que la sintonía entre los intereses individuales y la actividad de cada ciudadano en defensa de la Revolución era necesaria para sentirse libre en la nueva sociedad que se construía.

En el intento de potabilizar uno de los principales dogmas del marxismo soviético, el dirigente comunista expuso la necesidad del dominio adecuado de las leyes que regían el desarrollo histórico, lo que sugeriría la limitación de los derechos civiles y políticos —burgueses— que pudieran retardar el inevitable triunfo del socialismo en el mundo.

Los dogmas defendidos por Blas Roca justificaban la subordinación de los derechos ciudadanos, de la actividad científica, la educación y la producción de bienes simbólicos, a los objetivos definidos por la vanguardia revolucionaria. De la aceptación y sometimiento a las leyes del desarrollo histórico dependería la libertad que percibiesen los ciudadanos. De esta forma, la libertad estaba asociada a la concordancia con la ideología de la Revolución, la disciplina y la participación en las tareas encomendadas por la dirección del país.

El profesor e investigador Fernando Martínez Heredia expresó en 2016 que la primacía de la Revolución implicó el derecho a controlar la actividad intelectual y la libertad de expresión siempre que fuera necesario. En su análisis consideraba un contexto específico, caracterizado por amenazas reales y constantes de detener y destruir el proceso, inclusive, por medio del magnicidio de sus dirigentes.[2]

No obstante, las limitaciones de los derechos ciudadanos dejaron de ser una cuestión coyuntural para convertirse en una práctica inherente al régimen político cubano, lo que fue codificado en la Constitución de 1976.

Esas restricciones responderían, entre otros factores, a la necesidad de preservación del Estado, a una cultura política secular que pondera la beligerancia en lugar del diálogo y la intolerancia en detrimento del respeto a la diversidad de ideas; a la adopción del marxismo-leninismo como ideología de Estado y al denominado síndrome de plaza sitiada, generado por el diferendo Estados Unidos-Cuba.

Uno de los fragmentos más interesantes del referido discurso de Fidel Castro es donde se acuña la legitimidad de la censura por parte de las autoridades revolucionarias. Para Fidel, la importancia del cine y la televisión para la educación y la formación ideológica del pueblo ameritaba que el gobierno regulara, revisara y fiscalizara las películas que serían exhibidas.

En una época en que los procesos de comunicación se concebían desde la óptica de los modelos transmisivos —para los cuales los receptores eran pasivos, acríticos y manipulables por los mensajes difundidos desde los medios—, el dirigente cubano concebía al pueblo, al menos en aquel discurso, no como sujeto de la Revolución, sino como objeto de la misma, y advirtió que los que no actuaran pensando en «la gran masa explotada» que esperaba ser redimida, carecían de «actitud revolucionaria».

La reivindicación del control estatal sobre los medios de comunicación, la defensa de la censura y la necesidad de que los artistas e intelectuales — incluyendo a los periodistas—, se convirtieran en militantes de la Revolución; se asientan en una concepción instrumentalista del arte, la literatura, la educación y la comunicación social. Una perspectiva que si bien era afín a las prioridades inmediatas del proyecto revolucionario, nunca ha contribuido a la necesaria autorregulación de los medios de prensa cubanos ni a elevar la calidad del periodismo, como reconoció el periodista y profesor Julio García Luis.

Los intercambios de representantes del campo cultural cubano con la dirigencia de la Revolución, intentaron reducir las fricciones entre los artistas intelectuales nucleados en Lunes de Revolución (que recibieron el apoyo de Haydée Santamaría, presidenta de Casa de las Américas), el ICAIC y el Consejo Nacional de Cultura, con motivo de la censura del documental PM.

Intelectuales (4)

Alfredo Guevara y Haydee Santamaría (Foto: Fernando Lezcano/Granma)

No obstante, Palabras a los intelectuales también denotó los desafíos de los dirigentes cubanos para lidiar con la diversidad y el disenso ideológico, estético y político en una sociedad civil conformada por creadores que concebían el arte con y para la Revolución, pero sin subordinarla al poder político ni convertirla en mera propaganda partidista.

Artistas e intelectuales se veían a sí mismos como sujetos activos, dispuestos a contribuir con sus conocimientos al proceso de cambios, no por arrogancia o complejo de superioridad, sino porque entendían el arte, la Revolución y la relación entre ellas desde perspectivas que diferían con la de los políticos y militantes.

Sería deshonesto afirmar que Palabras a los intelectuales fue tan solo el anuncio-oda a la censura oficial y a la coerción de la libertad de expresión. Allí se presentaron las líneas generales de una política cultural que, entre otros aspectos, socializó el acceso a la cultura de la mayoría de los ciudadanos y regularizó la formación artística de miles de niños, adolescentes y jóvenes de origen humilde en las Escuelas Nacionales de Arte, conservatorios e instituciones culturales. Una generación formada por hijos de humildes trabajadores del campo y la ciudad, que en un par de décadas se integró a la vanguardia cultural de la Isla.

A pesar de la trascendencia del acontecimiento, en su momento la prensa revolucionaria no reprodujo ni reseñó la intervención de Fidel Castro. De acuerdo con la historiadora Ivette Villaescucia, por esos días los medios de comunicación destacaron la reunión de Fidel con periodistas extranjeros y de esa forma, la opinión pública nacional quedó al margen de lo discutido entre las vanguardias artísticas y políticas del país.[3]

Ese silencio, apunta Villaescucia, puede ser resultado de la presencia de militantes del PSP en el Consejo Nacional de Cultura y en la Comisión de Orientación Revolucionaria, dos de los órganos responsables del control de los medios de comunicación. Por mi parte, creo improbable que el silenciamiento de la prensa revolucionaria no contase con el aval de la dirección política del país.

Lo cierto es que la intervención de Fidel en la polémica garantizó la tregua que propició la creación de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC), el 22 de agosto de 1961, como un espacio de convergencia y representación de las categorías intelectual y artística del país y un canal de comunicación entre el gremio y el poder político.

Amén de su carácter paraestatal, en el momento de su fundación la UNEAC fue un contrapeso al poder que venía acumulando el Consejo Nacional de Cultura, cooptado por cuadros del PSP que, como Edith Buchaca y Mirta Aguirre, eran entusiastas de la instrumentalización de la creación artística y literaria en función de los objetivos políticos del Estado.

Al mismo tiempo, la creación de la UNEAC afectaría la centralidad que Lunes de Revolución ganó en el campo cultural desde su fundación. Para la historiadora Silvia Miskulin, el cierre definitivo del seminario cultural fue resultado de las maniobras políticas ejecutadas por militantes del PSP desde el Consejo Nacional de Cultura y la Comisión de Orientación Revolucionaria. La independencia de sus editores y el carácter cosmopolita, ecléctico y antidogmático de Lunes…, afirma Miskulin, contravenían la política cultural que el Estado cubano comenzaba a implementar desde instituciones dirigidas por veteranos pesepistas.[4]

Intelectuales (5)

Mirta Aguirre (Foto: poesi.as / Archivo)

La publicación del último número de la reconocida publicación cultural, el 6 de noviembre de 1961, marcó el inicio del ocaso del ambiente de relativa apertura y pluralismo que caracterizó el primer trienio del proceso revolucionario en Cuba. En enero del año siguiente comenzaría a circular la revista Unión, que junto a La Gaceta de Cuba y la revista Casa de las Américas, compensaron el vacío dejado por el semanario.

Ivette Villasescucia apunta que la desaparición de Lunes de Revolución coincidió con un proceso de fusión de varios medios de prensa, condicionado por la búsqueda de unidad entre las fuerzas revolucionarias, el conflicto con los Estados Unidos y las características personales de los sujetos involucrados en la transformación del sistema mediático cubano.

En ese contexto, la clausura de Lunes de Revolución y de los diarios Prensa Libre, Combate y La Calle, y la posterior creación de nuevas publicaciones, fueron parte del esfuerzo para atenuar u ocultar las discrepancias ideológicas y políticas entre el Movimiento 26 de Julio, el Directorio Revolucionario y el PSP.

La unidad lograda entonces exige hasta hoy una disciplina casi militar, unanimidad política e ideológica y divorcio entre la agenda mediática y la agenda pública en los medios de comunicación. Todo ello se traduce en las dificultades de la prensa estatal para satisfacer las demandas informativas y expresivas de buena parte de la ciudadanía.

Seis décadas después del memorable discurso, no existe una definición clara y objetiva del significado y alcance de la expresión: «dentro de la Revolución todo, contra la Revolución, nada». Al recordar Palabras a los intelectuales no puedo dejar de señalar la ambigüedad —o precisión, según se vea— del párrafo frecuentemente evocado para legitimar la criminalización del disenso y, consecuentemente, la muerte civil, la violencia simbólica y física, y la exclusión de ciudadanos que por no entrar en los recios moldes del modelo revolucionario, son reducidos, contrariando la ley, a la categoría de no personas.

Comprendo que al triunfar, una Revolución —y la cubana no fue la excepción— no es un estado de derecho, pero su principal objetivo debe ser alcanzarlo. Y, una vez proclamado, gobernados y gobernantes deben atenerse a él.

***

[1] Blas Roca: «Los regímenes sociales y el concepto de libertad», Noticias de Hoy, 13 de septiembre de 1960, p. 2.

[2] Fernando Martínez Heredia: «Acerca de “Palabras a los intelectuales”, 55 años después», Tareas, no. 154, septiembre-diciembre, 2016, pp. 63-75.

[3] Ada Ivette Villascucia: «La prensa cubana en el primer decenio de la Revolución», Revista Mexicana de Ciencias Agrícolas, vol. 2, octubre, 2015, pp. 101-109.

[4] Silvia Miskulin: Os intelectuais cubanos e a política cultural da Revolução: 1961-1975. São Paulo, Alameda, 2009.

23 junio 2021 21 comentarios 3,9K vistas
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Intelectuales (1)

¿Para qué volver a Palabras a los intelectuales?

por Ivette García González 16 junio 2021
escrito por Ivette García González

Volver a Palabras a los intelectuales después de sesenta años, puede ser  útil y aleccionador. Es parte de la época gloriosa de la Revolución y permite evaluar pertinencia, aportes y contrastes.

Con ese nombre se conoce la intervención de Fidel Castro ante escritores y artistas el 30 de junio de 1961 en la Biblioteca Nacional. La precedieron dos reuniones, motivadas por discrepancias y preocupaciones debidas a la censura del documental «PM». Posterior a ella se constituyó la UNEAC.

Todas las generaciones rehacen la Historia con nuevos métodos, fuentes, paradigmas teóricos y con la visión de su época. No es lo mismo vivir el acontecimiento, que estudiarlo tiempo después. Lo que entonces era el futuro ya ocurrió, por eso la pasión cede a la objetividad y a la contrastación del discurso con la práctica.

La recurrencia de los disentimientos entre gobierno e intelectuales y artistas durante estas décadas no ha sido casual. Como expresé en entrevista reciente, la verdadera condición del intelectual se manifiesta cuando, con independencia de su ámbito profesional, reflexiona críticamente sobre la sociedad de su tiempo para tratar de influir en ella. Por eso suele ser incómodo al poder, aun cuando compartan doctrina política.

El contexto y la pertinencia del discurso

Todo discurso político pertenece a su contexto. La Revolución cubana fue un parteaguas y estaba en plena ebullición en junio de 1961. Tres complejos fenómenos de ese tiempo incidieron en el asunto que se ventilaba en aquellas reuniones:

1. La extraordinaria expansión de la esfera cultural, una real democratización de la creación y el consumo nacionales. Un amplio abanico de oportunidades se ofrecía a escritores, artistas y a las mayorías.

2. La confrontación revolución-contrarrevolución y la hostilidad de los EE.UU. que rompió relaciones diplomáticas a inicios de ese año. Hacía apenas dos meses había ocurrido la invasión por Playa Girón. La preservación y defensa de la Revolución eran fundamentales.

3. La existencia de diversas ideas y corrientes estéticas dentro del mundo intelectual y artístico, junto a preocupaciones e incertidumbre sobre la libertad creativa. Se conocían el significado y consecuencias del «realismo socialista» y hacía dos meses se había proclamado el carácter socialista del proyecto.

Las pautas de Palabras a los intelectuales

Hasta ese momento los cambios en la cultura eran emergentes, ambiciosos y complejos, algo usual en tiempos de revolución. Junio de 1961 fue el momento de pautar la relación del nuevo poder con el sector intelectual. Cuatro tópicos del texto serían claves:

1. El mensaje principal: legitimar la Revolución y conferirle prioridad en cualquier análisis. «La gran preocupación que todos nosotros debemos tener es la Revolución en sí misma». «¿Cuál debe ser hoy la primera preocupación (…)? ¿La preocupación de que la Revolución vaya a desbordar sus medidas, (…) vaya a asfixiar el arte, (…)  o la Revolución misma?  ¿Los peligros reales o imaginarios que puedan amenazar el espíritu creador, o los peligros que puedan amenazar a la Revolución misma?».  

2. El énfasis en el «deber ser» de los intelectuales y artistas, como compromiso de servir a la Revolución: «(…) el artista más revolucionario sería aquel que estuviera dispuesto a sacrificar hasta su propia vocación artística por la Revolución».

3. La censura oficial sobre la producción cultural, por su significado en la educación del pueblo: «(…) si impugnamos ese derecho entonces significaría que el gobierno no tiene derecho a revisar las películas que vayan a exhibirse ante el pueblo.  (…) ese es un derecho que no se discute». «Nosotros apreciaremos su creación siempre a través del (…) cristal revolucionario: ese también es un derecho del Gobierno Revolucionario (…)».

4. La libertad de «forma» y «contenido». Énfasis en que la Revolución es libertad y aceptación del consenso sobre la formal. Sin embargo, «La cuestión se hace más sutil y (…) esencial (…) cuando se trata de la libertad de contenido (…) el punto más sutil porque (…) está expuesto a las más diversas interpretaciones (…) más polémico (…) por su relación con prohibiciones, regulaciones, limitaciones, reglas, autoridades para decidir sobre la cuestión». 

Veintiséis años después, ante el Consejo Nacional de la Asociación Hermanos Saíz (AHS) Fidel explicó que en aquel momento decidió evadir la cuestión del «realismo» y enfocar la libertad formal, de ahí que cuando expresó «Dentro de la Revolución todo, contra la Revolución nada», significaba «Vamos a emplear con absoluta libertad cualquier forma de expresión».

Luces y sombras después de aquel día

La cultura cubana ha cosechado grandes logros. Sin embargo, el costo ha sido alto, se ha perdido talento y las contradicciones se han multiplicado. Como otras esferas, está marcada por las características del modelo socialista, para el cual la creación debe corresponder con la política oficial.  

En la conciencia social se ha instalado un fenómeno de equivalencia para el cual Revolución=Gobierno, lo que tiene diversas implicaciones negativas. Ello se viabilizó dada la permanencia en el poder de una generación y una figura central, Fidel Castro, que representaron a la Revolución triunfante y luego al Gobierno durante varias décadas. Palabras…. fue un hito importante. Esa forma corpórea que inicialmente adquirió la Revolución terminó por asimilarse y reproducirse en las grandes mayorías.

Del discurso de marras ha trascendido otra oración similar a la anterior: «Dentro de la Revolución, todo; contra la Revolución, ningún derecho». Las dos notorias frases se conocen más que el texto, pues la práctica posterior generó muchas sombras asociadas a ellas.

Una entrevista de 2011 a Leonardo Padura se titula: «Tengo miedo, pero me atrevo». En ella, el laureado escritor propone un repaso crítico de la evolución de tal dilema en la cultura cubana y asevera:

«La aplicación práctica de esa sentencia [se refiere a la famosa frase de Fidel] fue la peor de las posibles (…) Ese Estado todopoderoso (…) empieza a llenarse de un pensamiento burocrático —en un proceso típico de las revoluciones socialistas—, y ese pensamiento burocrático tiene un carácter conservador, retardatario y reaccionario (…)».

La supeditación de la sociedad, y en particular de la cultura, al Estado y a la política oficial, fue un rasgo fundamental desde los sesenta. El principal detonante fue el caso del poeta Heberto Padilla, que provocó la primera carta abierta de intelectuales del mundo a Fidel, en 1971.

Intelectuales (2)

Herberto Padilla

A partir de entonces se cimentaron el miedo, el silencio, el evadir temas que rozaran lo político y la tendencia a escribir y hablar de acuerdo con lo políticamente correcto. Tal realidad solo empieza a cambiar durante los noventa, cuando el Estado comenzó a perder el control absoluto en muchas esferas, incluida la cultura. No obstante, ahí están los casos del CEA, las expulsiones de profesores y la represión y el éxodo de intelectuales. Más recientemente, los decretos 349 y 370 contra el arte, el periodismo independiente y el acceso a la información.

Palabras a los intelectuales fue una pauta para la política cultural,[1] no la política en sí misma. ¿Qué sentido tiene usarlas como estandarte y consigna para recrear la épica de la Revolución y su líder, o para seguir invocando en su nombre una «unidad» subordinada al gobierno? ¿Qué sentido tiene una excelente pieza oratoria en política si no se contrasta con la realidad?

Si un fragmento de aquella intervención tiene potencialidades hoy para ser un verdadero referente es este: «Revolucionario es también una actitud ante la vida, (…) ante la realidad existente. Y hay hombres que se resignan a esa realidad (…) y hay hombres que no se pueden resignar (…) y tratan de cambiarla: por eso son revolucionarios (…). Es precisamente (…) la redención de su semejante (…) el objetivo de los revolucionarios».

Para contactar con la autora: ivettegarciagonzalez@gmail.com

***

[1] Se habla de políticas culturales más que de política en singular porque se ha ido adecuando a los tiempos y la institucionalidad del Estado, sin contar con un texto único que la clarifique. El Ministerio de Cuba tiene, como parte de la información de la UNESCO, un documento al respecto, que dice muchas cosas ciertas pero sobre todo no permite contrastarlo con la realidad cuando de esos límites se habla.

Declara como documentos rectores a: Palabras a los intelectuales (1961), El socialismo y el hombre en Cuba ( ), I Congreso de Educación y Cultura (1971), Constitución de la República de Cuba (1976), Tesis y Resoluciones sobre la cultura artístico-literaria del I Congreso del Partido (1975), Documentos del V Congreso de la UNEAC (1993) y más recientemente los Objetivos de la I Conferencia del Partido (2012).

Este último se resume en el objetivo 58: «Consolidar la política cultural de la Revolución, definida por Fidel desde 1961 en sus Palabras a los intelectuales, caracterizada por la democratización del acceso a la cultura, la defensa de la identidad y del patrimonio con la participación activa de los intelectuales, artistas e instituciones culturales, en un clima de unidad y libertad». Ver: www.lacult.unesco.org/docc/Politica_Cultural_Cubana_2018.pdf

16 junio 2021 25 comentarios 4,6K vistas
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Pensar (1)

Pensar es juzgar. A propósito de unas palabras con pistola

por Teresa Díaz Canals 9 junio 2021
escrito por Teresa Díaz Canals

Pero sus estridentes ladridos/solo son señal de que cabalgamos

Poema Ladrador

Johann Wolfgang Goethe

***

 El autismo moral de los intelectuales

A partir de las intervenciones del entonces primer ministro del gobierno revolucionario Fidel Castro Ruz, en la Biblioteca Nacional en junio de 1961 —resultado de las reuniones convocadas ante la reacción suscitada por el documental PM—, conocidas como Palabras a los intelectuales, se hizo frecuente recurrir a la frase pronunciada allí: «Dentro la Revolución todo, contra la Revolución ningún derecho».

Resulta un hecho simbólico, y al mismo tiempo decisivo, que al comienzo de su alocución en un encuentro con personas del campo de la reflexión y producción cultural, el Comandante colocara encima de la mesa su pistola. Hay una anécdota de esa misma reunión que es importante resaltar, cuentan que el dramaturgo y poeta Virgilio Piñera se paró y confesó públicamente: «Tengo miedo».

La justificación del mandato concluyente antes mencionado en la historia de la política cultural cubana posterior a 1959, radicaba, y todavía consiste, en que en ella, de acuerdo a determinados funcionarios, se permite una posibilidad  amplia a los creadores de todas las especialidades. Su límite «apenas» se encuentra en la no admisión de valoraciones negativas hacia lo que es considerado «la Revolución», es decir, hacia el poder instaurado por los guerrilleros de la Sierra Maestra.  

Esa regla del juego respecto a la postura que debían adoptar los representantes de la cultura en general, se condensó en un reduccionismo político que trajo enormes consecuencias para la vida de la nación. Ella se convirtió en la apropiación de la Verdad, sin discusión, no en algo con lo que se debía establecer una escucha, una relación. 

La sociología del conocimiento nos permite volver sobre la infausta determinación que se transformó en guía por excelencia para estimular la indiferencia hiriente, la injuria, el resentimiento. ¿Por qué un «elegido» determina lo que está dentro y lo que está fuera? Al mismo tiempo, ella condenó a muchas personas al ostracismo, sirvió de instrumento y coartada a grandes y pequeños abusos de poder. ¿Quién no ha sufrido esas costosas lástimas?  

Pensar (2)

Heberto Padilla en 1969. (Tomada de Oncuba)

Pocos años más tarde se clausuraron las ediciones El Puente, aconteció el penoso «Caso Padilla», se establecieron los acuerdos del Congreso de Educación y Cultura de 1971 que abrió las puertas al Quinquenio Gris, y  fueron ninguneadas figuras que no merecían tal tratamiento, como José Lezama Lima y Dulce María Loynaz, reconocidas solo al final de sus vidas o ya fallecidas. Otras palabras revalidaron después aquellas primeras: «la calle es de los revolucionarios».  

Es increíble cómo un país con una tradición de pensamiento impresionante fuera cercenado en su más profundo ser social. La dimensión moral y su estrecha dimensión con el magisterio la podemos calcular a través de una conversación de José de la Luz con el general Narciso López en 1848: «[…] Cuba no está preparada para gozar de la independencia: para que lo esté soy yo maestro de escuela». En su colegio El Salvador hubo preocupación por estimular la meditación en el aprendizaje, por lograr un equilibrio de las distintas capacidades del educando, aquí se aprendió a estudiar y a enseñar.

Habría que retornar verdaderamente a las raíces martianas. No se necesita un palacete para estudiar a ese pensador, que señalara como criminal al que estimulase el odio entre cubanos y quien escribiera en 1876: «Profesar una opinión y defenderla es un uso digno de la libertad de pensamiento» y «En bien se recoge el bien que se siembra».

Restringir la libertad de expresión tuvo un efecto devastador en el plano moral, en la conciencia de la población: el triste silencio cubano. Qué ironía que en nuestra sociedad comenzaran a manifestarse rasgos de los tiempos en que éramos colonia de la metrópoli española. Emergió así un escenario donde lo que ha predominado no es tanto el control de acuerdo con la ley, sino más bien la vigilancia acerca de lo que pueden hacer, o están dispuestos a hacer, los individuos.

La censura más eficaz no es la que se manifiesta sobre la palabra impresa o hablada, sino aquella que impide que los pensamientos se tornen conscientes. Un sistema de prohibiciones como la que se engendró a partir de ese «dentro» y «fuera», deja su huella en los seres humanos. 

La censura invadió la moral individual y colectiva para transformarse en autocensura, que es, en definitiva, su fruto más doloroso y pródigo. Era necesario moderarse, rehuir las verdades peligrosas, envolver en nieblas las expresiones arriesgadas. Sin embargo, aun en la obediencia, la inteligencia resulta un arma de doble filo, pues el pensamiento mismo es la libertad.

Pensar (3)

La poetisa Dulce María Loynaz vivió recluida en su casa del Vedado.

El futuro que nunca fue presente

Recuerdo que crecí con una deuda y una culpa. Lo poco que llegué a ser o a alcanzar se lo debía por completo a la Revolución, he ahí la deuda. No fuimos los gestores del cambio, he ahí la culpa; por tanto, la única manera de demostrar nuestra adhesión a lo político, era estudiar y trabajar incondicionalmente para hacer del futuro una sociedad próspera.

Cuando comencé a trabajar era la época de los asesores soviéticos en las universidades. Sin que alguien me lo indicara explícitamente, advertí que en todas las ponencias que se presentaban a algún evento científico, los participantes incluían al menos una cita de Carlos Marx o Federico Engels, era un acuerdo tácito, donde se demostraba el revolucionarismo del que formábamos parte.

Insinuar que aspirábamos a hacer el doctorado o a ascender de categoría docente, sin que los jefes de departamento hablaran de ello, era mal visto.

En mis últimos años de trabajo académico oficial, vino a entrevistarse conmigo el jefe de la Seguridad de la facultad a la que pertenecía. El motivo era mi asistencia a un encuentro de especialistas de Ciencias Sociales en EE.UU. Su objetivo era que le reportara si algún «enemigo» decía algo inapropiado contra la Revolución. Contesté con mucha amabilidad, «¿Aquí el primer enemigo sabes quién es?: el rector». Terminé prestándole un libro de Michel Foucault.   

Qué admirable si en 1961, en vez de sacar una pistola, el Comandante hubiera subrayado los versos del poeta alemán Hördelin: «Desde que somos diálogo/y podemos los unos escuchar a los otros». Eso sí habría significado una fundamentación en firme.

Una postura digna es tomarse en serio al otro, colocar al otro como punto de partida; a ese otro que no tiene poder, que no tiene palabra, pero sí dolor. Mucha razón tuvo José Lezama Lima cuando escribió en Sucesiva o Las coordenadas habaneras: «Cuando la imaginación del Estado es plena y saludable, está en la obligación de crear alegría creadora, de convertir la alegría en un alimento natural, terrestre».

Pensar (4)

José Lezama Lima

Nuestra tierra se hace habitable por las plantas en sus múltiples especies, y no por la Planta, y se hace hermosa por las flores, y no por la Flor. La realidad plenaria, tierra y alma, llegará a ser habitable por las ideas, no por la Idea, por las filosofías, no por la Filosofía.

En La lección de Auschwitz, su autor, Joan-Carles Mèlich escribió:

«Si el lenguaje no es capaz de reconocer y de acoger al otro en su más radical alteridad, entonces nos encontramos en un universo dominado por la gramática de lo inhumano. En un mundo así nadie se atreve a preguntar, porque preguntar significa poder pensar que las cosas podrían ser de otra manera. Preguntar es imaginar la posibilidad de un mundo alternativo […] La gramática es inhumana si es capaz de habituarse al horror».

¿Qué conmemoramos esta vez? ¿Quién ha visto rememorar amenazando con un arma? Como Virgilio Piñera, también tengo miedo. Sin embargo, nos queda José Martí para transformar la moral en un estilo de vida y la ética en una estética. La esperanza es la virtud principal de los tiempos difíciles.

9 junio 2021 39 comentarios 3,9K vistas
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Clivaje

El clivaje político en Palabras a los Intelectuales

por José Otoniel Vázquez Monnar 2 junio 2021
escrito por José Otoniel Vázquez Monnar

Palabras a los Intelectuales es una inflexión determinante en la subjetividad social cubana, a partir de la cual se instaura y privilegia lo que puede denominarse un acto de clivaje político. El término clivaje, aplicado a la clínica psicoanalítica, denota un mecanismo psíquico que, inconscientemente y frente a conflictos internos o externos, permite dividir en dos las representaciones contradictorias de un mismo objeto.

Es decir, las características negativas y positivas de una persona o situación son separadas sin posibilidad de conciliación o de matices. Por ejemplo, una madre para quien una de sus hijas es casi perfecta y la otra es el desastre de la familia. O en el llamado Síndrome de Estocolmo, donde la víctima niega de manera absoluta cualquier percepción de maldad y violencia en el secuestrador. Aquí el clivaje se hace acompañar de afectos y amor para poder sobrevivir subjetivamente, como sujeto, frente a la omnipotencia violenta del secuestrador.

En Palabras a los Intelectuales, Revolución constituye una representación investida por la subjetividad del líder. De cierta manera se hace antropomórfica, es decir, es nombrada como un sujeto con aspiraciones y deseos, lo que confiere carácter fetichista a lo patriótico. A partir de esta intervención, el sujeto-revolucionario-idealizado asume su derecho a existir solo deshaciéndose de la diversidad de otras lecturas políticas, dividiendo en dos polos la percepción del proceso social.

Crisis económica y trauma psicosocial

La frase emblemática de Fidel en aquel momento, la que transcendió con autonomía aunque era parte de un análisis más extenso fue: «(…) Dentro de la Revolución todo, contra la Revolución ningún derecho(….)». El clivaje de esta frase no divide precisamente a revolucionarios y contrarrevolucionarios, sino a honestos —que según las palabras de Fidel Castro podían ser revolucionarios o no tan revolucionarios— y deshonestos (contrarrevolucionarios incorregibles).

Este clivaje todavía perdura en los significantes que circulan en la prensa y la televisión oficiales de la Isla contra todo el que disiente: «mercenarios», «apátridas», «pagados por el imperio». En el núcleo semántico del discurso oficial siempre se encuentra presente la deshonestidad. El significante revolucionario sería completamente vacío hoy día si no consiguiera adherirse a otro significante oculto, el de honestidad. Por tanto, una persona que disiente no solo debe preocuparse por la argumentación política, sino por la defensa de su integridad. De ahí la facilidad para criminalizar cualquier acto de  desacuerdo o disidencia política. 

Si en la clínica los efectos del clivaje los vemos en el sufrimiento de los cuadros borderlines, o límites, donde el sujeto rebota entre la dependencia absoluta y la desarticulación de su relación con los otros; en lo social apreciamos sus efectos en los fenómenos de identificación rígida y disociación social de los grupos extremistas o sectas. El sujeto no puede tomar distancia de lo ideológico y se convierte en sujeto de la obediencia, que es el fin de las sociedades de control.

El daño antropológico en la sociedad cubana 

El resultado de este tipo de organización subjetiva en el ámbito psicosocial es la radicalización, la circulación del miedo como afecto regulador de las relaciones humanas, de la paranoia, la denigración, la discriminación del otro, el odio y la violencia. En fin, la locura social.

La lógica de las intervenciones de Fidel en junio de 1961, funda la exclusión como forma de posicionarse los cubanos, unos frente a otros. Este discurso ha condicionado que se conciba la representación social de una intelectualidad en los márgenes de la Revolución y otra en una posición completamente marginal.

A pesar de ciertos momentos de tolerancia política hacia textos y contenidos artísticos o científicos difíciles de digerir políticamente por el gobierno, la historia del arte y de la intelectualidad cubana siempre tropieza con la tensión del clivaje. Como resultado se tiene la homogenización de opiniones. Los intelectuales cubanos saben muy bien qué se dice, cómo se dice y dónde se dicen las cosas en los espacios públicos.

La experiencia es testigo de que las consecuencias de asumir un pensamiento libre en Cuba puede implicar la represión, el ostracismo, el destierro social, el aislamiento e incluso la pérdida de derechos constitucionales. Las UMAP fue el destino de muchos intelectuales apenas cuatro años después de la referida intervención de Fidel.

Los profesores sin aula, el decreto-ley 349, los actos de repudio y el acoso, el impedimento a la libre circulación, las detenciones arbitrarias, el destierro y la difamación institucionalizada para con los artistas e intelectuales, bien antes y después del 27 de noviembre del 2020, son formas actuales de codificar Palabras a los Intelectuales. Por más que se pretenda releer de otra manera aquel discurso, la violencia política y social actual constituye el après-coup a partir del cual se interpreta. 

Invitación a un espacio de palabra contra la desmentida

Este mecanismo no es más que una defensa que, al negar lo inaceptable para el sujeto, crea un punto ciego. De ahí que aquello que ha sido reprimido o negado se muestre en actos y comportamientos explícitos, pero no reconocidos ni nombrados por el sujeto.  Por lo tanto, todo clivaje y alienación a un ideal político intachable, borra la posibilidad de leer con matices la experiencia social. La anulación de la libertad de expresión es condición indispensable para perpetuar la frase y el fin de Palabras a los Intelectuales.

 A su vez, esta actitud facilita la posición del «alma bella», idea que Lacan toma de Hegel y que niega cualquier posibilidad de responsabilidad subjetiva. Es decir, un individuo o comunidad atravesada por el clivaje como forma de relación con el otro, lógicamente no se hace cargo de sus errores. Un ejemplo, que no intenta soslayar el carácter histórico de los Estados Unidos como depredador de América Latina, es el abuso de la justificación del bloqueo como argumento para encubrir la imposibilidad de reformar, política y económicamente, al modelo de socialismo burocrático.

Con este mecanismo nos convertimos cada vez más en un país que se auto agrede, por su fidelidad a un conflicto imaginario entre socialismo y capitalismo, cuando nuestro real conflicto social y político es entre el Estado de derecho o el totalitarismo. Sin embargo, permanecemos atorados en una combinación clivada de identificaciones políticas muy pobres, deshaciéndonos de responsabilidad cívica con frases como: «Esto no hay quien lo cambie».

Si continuamos alienándonos al clivaje político que nos ha determinado por décadas, solo intensificaremos la auto-lesión del tejido social. Digo autolesión porque el tejido social se trenza a partir de afectos de identificación, en consecuencia, todo mal que se haga a otro cubano, es un mal que se hace Cuba a sí misma.

Los Náufragos: breves pinceladas sobre una generación

La idea de Pierre Joseph Proudhon de que la libertad no es hija del orden sino su madre, me parece una cura.  Acá ciertos puntos a pensar, analizar y también a rebatir.

– Una salida posible es comenzar por la responsabilidad personal. Si de manera individual uno se deshace de este clivaje, es posible tender un lazo social de otra manera. Hablo de reapropiarnos del valor de la palabra, de asumir la coherencia entre lo que se piensa, dice y hace. Esto sería reapropiarnos a nosotros mismos.

– De esta manera, también se recuperaría la dimensión empática de la que estamos hechos como seres sociales. Esto implica decir «No» a todo acto que exija perder la capacidad de compasión y empatía para defender posturas políticas o ideológicas. Dígase actos de repudio, de exclusión o de intimidación. Si lo advertimos, en su retórica los medios oficiales se deshacen todo el tiempo de la empatía.

– Para crear un espacio a la empatía entre los cubanos, debemos tomar distancia de cualquier discurso que nos empuje a reaccionar sin reflexión; de cualquier discurso que se enuncie, en cualquier esfera de nuestras relaciones, desde el poder. Debemos hacer el ejercicio de asumirnos libres allí donde la política no tiene total acceso; libres de pensar desde nosotros mismos. En ese espacio se le da lugar al sentir del cubano común, el que no esta alienado como sujeto únicamente político.

– Finalmente, es imprescindible otorgar un lugar a lo ético dentro de lo político. En la clínica, darle importancia a las consideraciones éticas (que no es solo lo moralmente aceptado) tiene, en sí mismo, efectos terapéuticos. Sería bueno dialogar y llevar nuestras diferencias a los pies de lo ético antes de atacarnos desde trincheras opuestas. Tomar todo lo posible de la ética martiana, donde se concibe una Cuba sin cardos ni ortigas.

2 junio 2021 19 comentarios 3,6K vistas
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Ucronia - revolución

La ucronía de la Revolución

por Mario Valdés Navia 28 abril 2021
escrito por Mario Valdés Navia

El término ucronía —del griego u cronos: sin tiempo— fue creado por el filósofo francés Charles Renouvier, quien lo popularizó en su libro Ucronía: La utopía en la historia (1876), donde sostiene: «Así como utopía es lo que no existe en ningún lugar, ucronía es lo que no existe en ningún tiempo […] es la utopía en el tiempo».[1]  Al escuchar a muchos apologetas del modelo socialista aplicado en Cuba pareciera que pretenden sustituir la utopía de la Revolución por su propia e interesada ucronía.

En este caso, la ucronía consiste en tratar de detener la evolución histórica de la nación en el tiempo, mediante la argucia de presentar la realidad como un supuesto «estado permanente de felicidad compartida». La burocracia empoderada utiliza con ese fin las reales y/o fingidas amenazas a la soberanía nacional y las conquistas de la Revolución como pretextos para inmovilizar y amordazar a la sociedad, prohibir cualquier disenso o protesta, y blindar sus privilegios conquistados.

Meditaciones: Derechos constitucionales, ¿sí, pero no?

Ucronía no es un concepto político, sino literario; un subgénero de la ciencia ficción contemporánea del que existen numerosos estudios teóricos cargados de valiosas herramientas metodológicas que pueden ser aplicadas al análisis de la situación insular. Una de ellas es el llamado «Punto Jumbar», según el cual, para que exista una ucronía se requiere de un hecho que provoque un cambio en los acontecimientos históricos lo suficientemente importante que, de haber sucedido de forma diferente, la historia seguiría otro curso.

Un «Punto Jumbar» de la Revolución Cubana fue la implosión del campo socialista y su repercusión inmediata, el «Período Especial». Dicha crisis desplegó un conjunto de posibilidades de solución que iban desde la repetición de lo acontecido en Europa (el tránsito brusco hacia un capitalismo salvaje), pasando por la adopción de una variante de socialismo de mercado similar a la asiática, intentar la de un socialismo nacional, verdaderamente democrático y participativo; hasta la persistencia, indomable y solitaria, del modelo establecido.

La decisión de asumir esta última opción, no estuvo exenta en su momento de análisis y adecuaciones. El congreso de 1991 fue precedido por un vasto análisis popular del «Llamamiento al IV Congreso» y trajo consigo transformaciones en la vida del país: definición del PCC como «vanguardia de todo el pueblo»; entrada de religiosos al partido; Estado laico, no ateo; Consejos de administración como órganos de gobierno municipales y provinciales; elección directa y secreta de delegados provinciales y diputados, y nueva Ley de la inversión extranjera. Nada de lo anterior incidía decisivamente en la superación del modelo.

Interpelación sobre la democracia

La aprobación de la injerencista Ley Torricelli (1992), empeoró la crítica situación y llevó al surgimiento del Ministerio de Finanzas y Precios, encabezado por José Luis Rodríguez, adalid del enfrentamiento a la crisis. Los desórdenes del Maleconazo y el éxodo masivo de balseros (1994) aceleraron los cambios.

Entre las medidas de corte estructural adoptadas en la etapa pueden mencionarse: apertura a la inversión extranjera, reintroducción de los mercados campesinos, libre circulación del dólar, apertura del mercado de productos industriales, descentralización del comercio exterior, creación de Unidades Básicas de Producción Cooperativa (UBPC) en tierras ociosas de las ineficientes granjas estatales, y la aplicación del Sistema de Perfeccionamiento Empresarial de las FAR a otras empresas.

En 1995 ocurrirían dos acontecimientos cardinales: la llegada al poder del joven Carlos Lage, que actuaría como primer ministro en funciones, y la constitución del holding militar Grupo de Administración Empresarial S.A. (GAESA), dirigido por el general Luis Alberto Rodríguez López-Callejas. Al año siguiente, la aprobación de la Ley Helms–Burton agudizó aún más el bloqueo económico; no obstante, a fines del mismo se anunció que la crisis tocaba fondo y se iniciaba la ansiada recuperación.

Bloqueo norteamericano y reforma económica en Cuba

El V Congreso del PCC (1997) hizo renacer el optimismo respecto a la posible solución de los problemas a partir de soluciones endógenas, con la promesa de una mayor incorporación del pueblo al debate de los asuntos de interés público y la aplicación de medidas prácticas a partir de la búsqueda colectiva de soluciones. Fue el canto del cisne de la utopía socialista cubana.

A partir de 1998 inicia un segundo «Punto Jumbar» de la Revolución, que conducirá a su conversión en una ucronía. La confianza en una incipiente recuperación, reforzada con la llegada de Chávez al gobierno de Venezuela (febrero 1999), la noble lucha por el regreso del niño Elián y el inicio de la Batalla de Ideas; se acompañó de una contumaz involución de las reformas al modelo.

Las asociaciones mixtas fueron reducidas y eliminados los negocios inmobiliarios extranjeros; se redujo el número de empresas autorizadas a realizar operaciones directas de comercio exterior, se revivió la animosidad hacia el trabajo privado y se decidió centralmente desmantelar la mayor parte de la industria azucarera y venderla como chatarra. 

Desde entonces han proliferado determinaciones encaminadas a preservar el viejo modelo estatizado, mediante el expediente de cambiar algo para que lo fundamental siga igual. Así, el dólar estadounidense se sustituyó por una Cuban currency (CUC), se centralizaron los mecanismos de asignación y utilización de divisas, y se modificó la metodología de determinación del PIB —que disparó su monto sin que se apreciara un incremento real del consumo—lo cual originó una suspicacia internacional respecto a las estadísticas oficiales cubanas.

Democracia y economía: el real sentido de las prioridades

En 2008, cuando Raúl asumió la dirección del gobierno, planteó la necesidad de «encontrar los mecanismos y vías que permitan eliminar cualquier traba al desarrollo de las fuerzas productivas». Encaminado a ese propósito, introdujo reformas en la agricultura, pero ninguna otorgó independencia a los productores respecto al plan, ni eliminó el monopolio estatal de la comercialización.

Al año siguiente aconteció la mayor remoción sincronizada de puestos claves del Gobierno en la historia de la Revolución. Fue separada de sus cargos toda la nueva generación de dirigentes entrenados por Fidel. El titular de Turismo, Manuel Marrero —actual primer ministro—, fue el único que conservó su cargo. Los puestos principales serían ocupados por militares en activo o retirados, mientras, el poder de GAESA sobre sectores claves de la economía se fortalecía cada vez más rápidamente.

En 2011, a catorce años del anterior, fue celebrado el VI Congreso del Partido. En él se aprobaron los «Lineamientos de la Política Económica y Social», hoja de ruta para reformar el socialismo cubano. Desde aquel momento se ralentizaron los cambios, y el VII Congreso (2016) solo sirvió para aprobar nuevos documentos: la «Conceptualización del modelo económico y social cubano» y el «Plan estratégico de desarrollo hasta 2030». De la consigna «Sin prisas, pero sin pausas» se imponía la primera parte.

La despedida de Raúl Castro

Desde el «Punto Jumbar» de 1998, el inmovilismo disfrazado de reformas se ha impuesto como tendencia. Por su causa, se perdió la posibilidad de aprovechar el lapsus favorable para Cuba de la llamada «década ganada» del progresismo latinoamericano (2006-2016), el auge del precio de las materias primas y el deshielo con la administración Obama.

Se ha llegado a un período en que únicamente la aplicación de una reforma profunda al obsoleto modelo estatizado, que lo torne democrático y participativo, podría salvar a lo que fuera la utopía cubana de convertirse en una ucronía inmovilista y anacrónica, que es lo que hoy prima.

[1] Javier de la Torre Rodríguez: «En busca de la ucronía perdida», Korad, no 8, enero-marzo, 2012, pp. 4-8.

28 abril 2021 24 comentarios 4,K vistas
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