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Fidel Castro

Fidel y el problema de la subjetividad

por Yassel Padrón Kunakbaeva 13 agosto 2020
escrito por Yassel Padrón Kunakbaeva

“Ave César, los que van a morir te saludan”. Los altavoces multiplicaban la voz de Fidel por las calles de la ciudad. Era una marcha del pueblo combatiente, y mi generación, la de los nacidos en los noventa, marchaba junto al resto de las generaciones de cubanos. Levantábamos nuestras banderitas cubanas y repetíamos las consignas. Para nosotros, esa marcha, al igual que la Batalla de Ideas, era una forma de mojarnos un poco con la épica revolucionaria que no habíamos vivido. En marchas como esa aprendimos quien era Fidel Castro.

Tiempo después, cuando estudié filosofía, y aprendí de un modo marxista el significado de la categoría sujeto, llegué a una conclusión inmediata: en Cuba el sujeto era Fidel. Dentro del pueblo cubano, solo él era el vórtice a partir del cual se producía la realidad. A pesar del paso de los años, de las décadas, Fidel seguía siendo una voluntad indetenible. El hecho de que durante tantas décadas solo él haya sido el sujeto tiene, sin embargo, profundas implicaciones. ¿Cómo nos afectó a nosotros, los cubanos? ¿Fue algo positivo o negativo?

En Cuba el sujeto era Fidel.

La existencia y la trascendencia del fenómeno Fidel Castro no se pueden explicar a partir del neo-espinocismo estructuralista, que solo conoce a los sujetos en cuanto sujetos sujetados. Ninguna estructura fue capaz de sujetar a Fidel; por el contrario, las estructuras se quebraban ante su paso. Para acercarse teóricamente a su figura puede ser mucho más útil la teoría de Ernst Bloch sobre las utopías. Según el filósofo alemán, hay subjetividad siempre allí donde hay utopía, donde hay proyecto, donde hay prefiguración de un futuro mejor. No es necesario decir que el Comandante entra perfectamente en esta definición: él siempre estaba con la mirada puesta hacia delante, hablando cosas que nosotros no podíamos concebir, rozando el delirio y la profecía.

La mayor polémica que ha habido hacia el interior del socialismo cubano ha sido la de la alternativa entre voluntarismo y objetivismo. Ese fue el centro de la disputa entre el Che Guevara y Carlos Rafael Rodríguez en los sesenta. ¿Cómo se saca hacia adelante la economía de un país, a base de fuerza de voluntad o siguiendo el curso de las leyes objetivas de la historia? La zafra del setenta- momento cúspide del voluntarismo- fracasó, y Fidel tuvo que salir a la palestra pública a asumir la responsabilidad. A partir de ese momento, de un modo formal, triunfó la tesis que privilegiaba el objetivismo histórico. Cuba entró en el carril del modelo soviético.

Sin embargo, la mera presencia de Fidel en el timón de la revolución cubana hizo que el objetivismo nunca pudiera consolidar su victoria. En cualquier momento, el Comandante en Jefe podía aparecer con una nueva misión, con algún sueño loco capaz de movilizar a las masas. El carácter de sujeto de ese hombre se manifestaba de un modo tan titánico que ninguna estructura lograba funcionar ni consolidarse.

Ahora es posible, desde la distancia, decir que una buena parte de las utopías de Fidel se quedaron sin cumplir. A mi generación le tocó ver los fracasos de la Batalla de Ideas, el fiasco que fueron los trabajadores sociales, el formalismo de los juramentos de Baraguá, etc. Basta caminar por las calles de La Habana para ver lo lejos que estamos de ser una sociedad socialista perfecta. Y sin embargo, Elián regresó a su casa. Los Cinco Héroes volvieron. Cuba posee hoy una industria farmacéutica que nació de un sueño del Comandante.

No es fácil dar un veredicto sobre Fidel y la calidad de sus utopías.

Bloch hizo una distinción entre utopías concretas y abstractas. Concretas son aquellas cuya posibilidad tiene un fundamento ontológico en las estructuras de lo real; abstractas son aquellas que no cuentan con ese fundamento. Hoy podríamos decir que algunas de las utopías de Fidel fueron concretas y que otras fueron abstractas; sin embargo, al hacer esa separación a posteriori nuestra teoría estaría jugando el papel de la lechuza de Minerva, que solo levanta el vuelo al atardecer. De lo que se trata es de construir una teoría que pueda jugar el papel del gallo rojo del amanecer, y para eso podríamos estudiar más minuciosamente el pensamiento de ese profeta incansable que fue el Comandante en Jefe.

Lo que sí podemos afirmar en la actualidad es que, por razón de la existencia de Fidel, en Cuba se ha deteriorado mucho el papel y el funcionamiento de las estructuras. No es cierto lo que se proclama hoy a nivel universal: que las estructuras humanas pueden funcionar mecánicamente, y que de ese mecanismo puede surgir la felicidad humana. Ninguna estructura social humana puede existir si no es sostenida como un proyecto. Las sociedades capitalistas más saludables son aquellas que logran conservar su aura de proyecto colectivo. Sin embargo, nosotros los cubanos hemos tenido un exceso de subjetividad, en una época en que el mundo funciona a partir de estructuras cada vez más complejas y cosificadas. Probablemente los cubanos hemos sido testigos de una de las mayores irrupciones de la subjetividad en la historia reciente.

Ahora que este huracán pasó, tenemos que organizar nuestra vida de alguna forma.

El hecho de que Fidel haya sido el sujeto durante tanto tiempo implica también que nosotros, el resto de los cubanos, no lo hemos sido. Más precisamente, podemos decir que el pueblo cubano se construyó a partir de la revolución como un sujeto colectivo, una subjetividad de millones de personas que se condensó alrededor de un solo hombre. Tal y como la identidad individual de un ser humano se construye alrededor de un trauma, la identidad del sujeto colectivo llamado pueblo de Cuba se construyó a partir del trauma que fue el triunfo de la revolución, el 1ro de enero de 1959.

Fue como si a un hombre que durante mucho tiempo ha esperado el amor le sorprendiera de repente la mujer de sus sueños, y le estampara en la boca un beso caliente, dulce y prolongado. La Revolución cumplió de un tirón las aspiraciones acumuladas de un pueblo, fue una especie de redención secularizada. Y esa redención tenía un nombre: ¡Fidel! ¡Fidel! ¡Fidel!

El Che dio una de las mejores imágenes para entender la relación entre el Fidel y el pueblo: dos diapasones que vibran en resonancia. Se trata de la empatía, la base para toda subjetividad colectiva. Sin embargo, esa subjetividad no se construyó de un modo horizontal, sino que se construyó de un modo casi del todo vertical, se construyó sobre el modelo del paternalismo. Él se convirtió en el Gran Padre para todos los cubanos. El paternalismo va a ser siempre una relación ambigua, porque implica autoritarismo, pero también implica amor. Muchos no queríamos que ese padre soltara nuestras manos.

Durante mucho tiempo, Fidel brilló como un sol en el firmamento. Su luz opacaba la de cualquier otro cubano. Fue un orgullo tenerlo entre nosotros, pero también una pesada carga. Ahora nos ha dejado físicamente. Nos deja su leyenda y una extraña consigna que reza así: ¡Yo soy Fidel! Casi no sabemos caminar sin él, y ahora es el momento de caminar para los que estamos vivos. Esa consigna debería servirnos para darnos cuenta de que tenemos que ser sujeto. Necesitamos, ciertamente, estructuras más firmes y eficientes que las que tenemos, pero la paradoja es que para construirlas tenemos que ser sujetos. El mayor y último servicio que Fidel podría ofrecernos sería el de repartirse y multiplicarse entre todos nosotros.

Publicado originalmente en Rebelión, 07/12/2017

13 agosto 2020 46 comentarios 563 vistas
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¿Quién tiró la tiza?

por Rainer Ricardo 8 julio 2020
escrito por Rainer Ricardo

En mis largos debates con amigos sobre la historia de Cuba, sus aciertos y sus desatinos, la misma pregunta salta una y otra vez sin que podamos, a ciencia cierta, determinar quién tiró primero la tiza que nos ha mantenido en el castigo de la miseria, el hambre y la desesperación. Para algunos, la tiza la tiró Fidel, y por su culpa, según ellos, no hemos vivido sino 60 años de Fidelismo. No sé si hablan de los “aportes” de Fidel al Marxismo-Leninismo o del carácter dictatorial y personalista del régimen cubano. Yo discrepo de ellos por muchas razones que no puedo exponer en tal breve espacio.

No creo en los poderes supra humanos de un individuo. Ni los antiguos emperadores de las dinastías Qin et Han en China (primeras dinastías imperiales de la era clásica de esta civilización) que según cuentan estaban investidos de poderes divinos emanados del universo, podían sobrevivir, literalmente, sin el soporte de una élite gobernante leal al Emperador y al servicio del imperio. Es de gran miopía intelectual ver las cosas en un sentido estrecho.

Para mí, la cuestión de nuestra Cuba lleva siempre una interrogante, ya que, en 1959, es muy difícil de encontrar un vínculo directo entre Fidel Castro y los comunistas del Partido Socialista Popular (PSP). Para que esta idea no se convierta en especulación de mi parte, me apoyaré en una carta que escribiese Lázaro Peña, miembro oficial del PSP, al Partido Comunista Italiano (PCI) a fines de 1958. En esta carta, Peña informa al PCI de la situación política en Cuba y expresa claramente los vínculos entre el PSP y Fidel Castro. Peña dice así:

« El movimiento de Fidel Castro, quién ha tenido características anárquicas desde un principio y ha sido apoyado por la pequeña burguesía, tiene hoy, especialmente en las regiones dónde ha estado operando intensivamente, el apoyo sólido de los campesinos y de las masas populares en general […] El PSP, aunque todavía es ilegal y sus miembros están aterrorizados, participa activamente a la vida política del país […] es de notar que el PSP no participa oficialmente en el movimiento de Fidel Castro aunque lo apoya en práctica […] El objetivo central del PSP es de primero reorganizarse para luego apoyar la creación de un frente común anti imperialista, cuyo trabajo sea de poner fin al régimen dictatorial de Batista y de formar un gobierno democrático » (traducido del inglés por el autor).

¿Quién tiró la tiza entonces? Yo le invito a que saque usted sus propias conclusiones teniendo en cuenta esta cronología, no exhaustiva ni perfecta, de algunos de los eventos ocurridos durante los primeritos años de vida de la Revolución cubana. Esta cronología la he extraído del libro de Salim Lamrani (2013), The Economic War Against Cuba. A Historical and Legal Perspective on the U.S. Blockade. Para aquellos que se interesan al tema, me parece que el libro hace un análisis bastante justo, pero esto es siempre subjetivo.

Enero de 1959: Triunfo de la Revolución liderada por Fidel Castro y constitución de un gobierno provisional de tipo moderado y compuesto por miembros conservadores de la sociedad civil. Manuel Urrutia es nombrado presidente y José Miró Cardona ocupa el puesto de primer ministro. Ningún comunista aparece en la lista de nuevos directores y el gobierno de los Estados Unidos parece satisfecho con el gabinete cubano. Por esos días, la CIA estaba convencida de que Urrutia era anticomunista y de que Fidel deseaba establecer buenas relaciones con los Estados Unidos.

Febrero de 1959: los últimos dignatarios batistianos huyen del país con 424 millones de dólares de las arcas del tesoro cubano. Los Estados Unidos no extraditan a los criminales de guerra que se encuentran en territorio estadounidense ni garantizan a Cuba un préstamo que permitiese estabilizar la moneda cubana. Cuba hizo formalmente esas demandas al gobierno de los Estados Unidos.

Mayo de 1959: se aprueba la Ley de reforma agraria en Cuba bajo los principios de la Constitución de 1940. El artículo 24 autorizaba la expropiación de bienes privados para fines de desarrollo público siempre y cuando existiese compensación por los daños ocasionados.

Junio de 1959: los Estados Unidos consideran seriamente imponer sanciones a Cuba. Hasta esa fecha, la economía cubana dependía grandemente del mercado americano. 65% de la producción cubana era exportada hacia los Estados Unidos y Cuba importaba más o menos el 73% de sus productos del mercado americano.

Agosto de 1959: el Gobierno de los Estados Unidos recomienda a la compañía de electricidad, American Foreign Power Company, de cancelar una inversión de más de 15 millones de dólares en Cuba. Esta medida parece responder a la reducción de 30% de la tarifa eléctrica en Cuba.

Marzo de 1960: el gobierno de los Estados Unidos incluye en la agenda de la política extranjera hacia Cuba los puntos siguientes: 1) cancelar la compra de azúcar a Cuba 2) parar el envío de recursos energéticos al país 3) mantener el embargo de armas hacia Cuba iniciado en 1958; 4) organizar campañas de terrorismo y de sabotaje; 5) preparar fuerzas paramilitares con el objetivo de invadir la isla y poner fin al régimen de Castro.

Junio de 1960: las compañías petroleras Texaco, Shell y Esso, cancelan sus envíos hacia Cuba y fuerzan al gobierno revolucionario de buscar otras fuentes de abastecimiento –URSS–. Las multinacionales de origen americano se niegan a refinar el petróleo soviético y el gobierno cubano responde con la nacionalización de las refinerías.

Julio de 1960: los Estados Unidos aprueban el Decreto-Ley 86-592 cancelando así la importación de más de 700 000 toneladas de azúcar provenientes de Cuba. Para ese entonces, el azúcar contaba por no menos del 80% de las exportaciones de Cuba hacia los Estados Unidos y procuraba empleo para el 25% de la población cubana.

6 de Julio de 1960: el gobierno cubano aprueba el Decreto 861 autorizando la nacionalización de todas las propiedades americanas en territorio cubano.

Enero de 1961: el gobierno de los Estados Unidos rompe unilateralmente las relaciones diplomáticas con Cuba e impide a los ciudadanos americanos de viajar a Cuba.

Septiembre de 1961: el Congreso de los Estados Unidos aprueba el Foreign Assistance Act, el cuál prohíbe todo tipo de ayuda al gobierno de Cuba y autoriza al presidente de los Estados Unidos a imponer un embargo total sobre la isla.

Febrero de 1962: la Orden ejecutiva 3447, combinada al Foreign Assistance Act de 1961 y al Trading With the Enemy Act de 1917, oficializa el embargo de los Estados Unidos hacia Cuba.

Marzo de 1962: los Estados Unidos incluyen en el embargo todos los productos que contengan materiales cubanos, incluso aquellos producidos en otros países.

Agosto de 1962: los Estados Unidos advierten a todas las naciones comercializando con Cuba que serán excluidas de los programas de ayuda de la USAID de no cortar lazos con Cuba.

Lo que precede no es sino una pequeña cronología de algunos de los eventos más significativos de estos primeros años de la Revolución cubana.

Es sabido que el problema de la nacionalización de las industrias americanas es uno de los puntos más calientes de este conflicto. Pero cabe resaltar que las medidas de expropiación lanzadas por el gobierno revolucionario no afectaron únicamente a los Estados Unidos, sino también a España, Francia y otros países europeos que sí se sentaron a la mesa a negociar con Cuba y aceptaron las compensaciones que el gobierno cubano ofreció. Los Estados Unidos no.

Sin embargo, el 23 de marzo de 1964, la Corte Suprema de los Estados Unidos reconoció la validez de las nacionalizaciones cubanas en el caso Banco Nacional de Cuba v. Sabbatino. Si el derecho internacional estipula que los países soberanos pueden nacionalizar industrias extranjeras siempre y cuando estas sean compensadas, ¿quién entonces, según usted, tiró la tiza?

8 julio 2020 28 comentarios 1.302 vistas
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Liberando la participación

por Egor Hockyms 2 diciembre 2019
escrito por Egor Hockyms

La distinción ideológica entre esclarecidos y desorientados que da forma al mecanismo de poder real en Cuba es obsoleta y debe ser superada. No porque asuma la preeminencia del signo ideológico de la izquierda,  sino porque es parte de un sistema ideocrático que enajena la toma de decisiones de forma incompatible con el pensamiento inclusivo y plural de la Cuba actual y de la futura. Esto por sí solo ya es motivo suficiente para pensar en la transición hacia un socialismo verdaderamente participativo, donde la democracia no esté limitada por la ideología.

La ideocracia cubana tiene un nivel formativo en el trabajo político-ideológico que es dirigido fundamentalmente a las masas en tanto contraparte de la vanguardia. Sin embargo, en los últimos años de supervivencia de la Revolución ha sido imposible enlazar siquiera teóricamente el plan de progreso económico y social con el núcleo de la doctrina. Con el endurecimiento de la línea injerencista del imperialismo, el trabajo político-ideológico ha ido adoptando una posición por completo defensiva. Así, el dogma luminoso del hombre nuevo se ha reducido a la inevitabilidad de un fundamento real-socialista como única forma de preservación de la independencia y de las conquistas de la Revolución. Hoy es imposible reivindicar la idea de un hombre nuevo ideológicamente esclarecido tanto así como proponer desde el gobierno un discurso de futuro a la altura de Palabras a los intelectuales.

El nuevo tiempo viene además cargado de una pluralidad que es esencial a la persona real, amplificada por una era de comunicación sin precedente que llegó cuando menos para quedarse. Esa imposibilidad cada vez más fundamental de agrupar a las personas bajo sistemas ideológicos detallados desborda no solo nuestro modelo político real-socialista, sino también el marco pluripartidista de los modelos capitalistas representativos.

Pero si en la lucha histórica por la independencia de Cuba y por la justicia social la narrativa del hombre nuevo nos ha hecho avanzar hasta aquí, ¿cómo puede a este punto una narrativa de la participación, centrada en la persona real, impulsar hacia adelante la construcción de la sociedad socialista? La respuesta podría ser: haciendo que la responsabilidad de la toma de decisiones recaiga, por primera vez en la historia, de forma igual en todas las personas.

Un socialismo realmente democrático añadirá muchos de los derechos individuales enarbolados por las democracias liberales a la gama de derechos y libertades fundamentales conquistados por nuestro socialismo real. Esto, sin embargo, no debe confundirse con la adopción de una institucionalidad burguesa; más bien es el proceso natural en que el socialismo asimila lo que ha sido conquistado y mantenido con mucho esfuerzo por las clases explotadas en diferentes contextos. Pero además, y este punto es esencial, la narrativa de la participación sustentará un modelo de socialismo democrático verdaderamente participativo que será tan incompatible con la sumisión a un partido como con la falacia representativa del menú pluripartidista.

Esta transformación del poder real en Cuba se puede hacer desde la misma institucionalidad existente si comenzamos por liberar los mecanismos del Poder Popular, hasta hoy discípulo obediente del Partido. El Poder Popular, que organiza las comunidades en consejos locales electos en asambleas populares, es una de las más valiosas conquistas de la Revolución y establece un marco institucional para el empoderamiento popular a todos los niveles de gobierno en la república. Es en buena medida el sueño dorado de la izquierda: un diseño hecho con la clara voluntad de dignificar la representatividad política del pueblo, al tiempo que elimina los mecanismos burgueses de dominación de clase. Pero solo funcionará bien si puede separarse del acatamiento ideológico y de la circunstancia de un órgano suprademocrático que le dice todo el tiempo qué hacer y qué no.

El Poder Popular puede entonces usarse como base para el desarrollo del mejor experimento democrático de nuestro tiempo, despojándolo de las trabas formales e informales que conocemos y que continuamente iremos identificando en el ejercicio plural e inclusivo que nos marca el socialismo nuevo. Superando el esquema real-socialista, que es hoy freno más que empuje para un verdadero empoderamiento popular, la carrera por un socialismo democrático en Cuba pondrá a la persona real frente a su país como frente a una obra propia, con institucionalidad y garantías.

El modelo que emerge en la narrativa de la participación es continuidad y es ruptura. Cuando todas las personas sean capaces de influir, seguir y validar con mecanismos dinámicos de representación y canales ágiles de comunicación y supervisión a todos los niveles, los electos estarán en cierto modo mucho más cerca del dirigente sacrificado del pensamiento guevariano. La tendencia a constituir una clase privilegiada, que la persona real experimenta inevitablemente al formar parte de un aparato burocrático, sería minimizada por un electorado plural que como mínimo exigiría transparencia constante. La asamblea nacional asumiría de verdad la dirección del país y los cerebros detrás de las estrategias fundamentales de desarrollo nacional serían conocidos, discutidos y consensuados por el pueblo.

Un efecto inmediato y no menor de la implementación del nuevo socialismo será recuperar el sentido de pertenencia ciudadano, devastado por décadas de crisis y por una verticalidad estatal que responde a las bases solo indirectamente y a través de una matriz ideológica. El papel secundario que hasta hoy ha tenido el Poder Popular, siquiera sea en las cuestiones del municipio, ha lastrado la democracia al punto de que un delegado de circunscripción no es visto como lo que es: una figura política, con la sagrada responsabilidad de influir en el destino del país como miembro de una asamblea municipal. Si logramos que esa percepción cambie, que no exista una circunstancia que una persona real no se sienta capaz de cambiar a través de las estructuras democráticas, fluirá una corriente de ideas de abajo hacia arriba. Representantes cada vez más comprometidos con el elector podrán inundar todos los niveles de toma de decisiones estableciendo nuevos modos de hacer, de supervisar y sobre todo de rectificar con honestidad.

El marco nuevo de la narrativa de la participación es mucho más que anticapitalista, trasciende el concepto mismo de partido político y lo asimila. Si la creación del Poder Popular fue la ruptura con la aparente pluralidad del modelo político burgués, sujeto en realidad a los poderes económicos del capital privado, la liberación del Poder Popular en el socialismo nuevo emancipa finalmente al sistema de los dogmas ideológicos para volverlo instrumento únicamente del pueblo. Es la persona real tomando el destino en sus manos como sociedad justa e independiente, y dejará expuesta como nunca la verdadera naturaleza de la agresión externa y del espejismo capitalista. Ni un socialismo de castas ni un capitalismo de partido único, esta debe ser la dirección de nuestro progreso económico y social; y no hay problema más acuciante, más importante o más decisivo para el presente y el futuro del pueblo cubano.

Con la constitución protegiendo los ejes políticos fundamentales del socialismo nacional, acompañada eventualmente por un tribunal constitucional, la renuncia a la ortodoxia ideológica que es necesaria para el curso de la nueva democracia no implica una desideologización de la sociedad sino exclusivamente de las estructuras participativas. Toda persona real carga una ideología propia de la que es más o menos consciente. Es de esperarse que en una Cuba educada por la Revolución en valores socialistas, todas las vertientes de la izquierda, incluyendo por supuesto la línea del socialismo real, tendrán siempre una gran representación.

Al Partido, que ha tenido la tarea histórica de resistir y preservar el legado revolucionario hasta la actualidad, le esperaría en la Tercera República un rol mucho más de base que implicaría el rediseño de su dinámica interna. Pero antes que eso, en la posición que adopte frente a la concepción y el establecimiento de la nueva narrativa de la participación, le podría esperar uno de los retos más importantes de su historia y de toda la del socialismo.

2 diciembre 2019 16 comentarios 263 vistas
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El hombre real del socialismo nuevo

por Egor Hockyms 25 noviembre 2019
escrito por Egor Hockyms

Cada vez parece más claro que el progreso social, político y económico de Cuba no solo paga un alto precio por el libre ejercicio de la soberanía nacional, sino que permanece además peligrosamente atrapado en una narrativa desconectada de la realidad por un lado, y de la teoría por otro.

El discurso oficial del Partido, asumido inobjetablemente por el gobierno, supone fidelidad a una teoría política que todavía describe la sociedad en términos de masa y vanguardia, contrastando a nivel de barrio con una praxis más bien pro-capitalista, en la que los mecanismos de libre mercado se unen al deterioro material y espiritual de las garantías sociales. Siendo así que la narrativa de la calle, ajena a la toma de decisiones, es casi exclusivamente de simple supervivencia.

Se levanta una república sobre la orgullosa herencia de la Revolución que colocó a los trabajadores y no al capital en el centro del sistema, formando varias generaciones de cubanos en la suprema importancia de la educación liberadora y la justicia social. Pero esa herencia nos llega junto a una vieja narrativa en muchos puntos inaceptable, resultado de la asimilación de un modelo de socialismo que de tan rígido pareciera preferir, antes que reformarse a sí mismo, la emergencia de un capitalismo falto de libertades que sostenga el statu quo.

Nuestra Revolución socialista vivió la mitad de su existencia bajo el período especial, bloqueada por un imperio, y debió comprensiblemente aferrarse a su propia narrativa para conquistar primero y preservar después la obra social. Ahora esa misma narrativa entorpece los esfuerzos por construir el nuevo país que debe, bajo el mismo bloqueo porque no hay otra opción, salvar su legado para desarrollarlo en una república a tono con las ideas de este tiempo. Es por eso que precisamos urgentemente de una narrativa también nueva, esperanzadora y creíble, que legitime la soberanía superando los excesos y las intolerancias y libere las fuerzas democráticas participativas de la sociedad socialista.

Dos materiales particularmente representativos de la narrativa revolucionaria contienen en cierto modo la esencia temprana de lo que es hoy la ortodoxia partidista. Estos son el discurso conocido como Palabras a los intelectuales, de Fidel, y la carta-ensayo El socialismo y el hombre en Cuba, del Che. El primero, un ejemplo magistral de trabajo político-ideológico, compele a los intelectuales y artistas, frente a la grandeza inédita de las tareas que proyecta la Revolución, a no posicionarse en contra del proceso a través de sus obras y reflexiones. El segundo, mucho más estructurado, discute varios aspectos clave como el rol del Partido a la vanguardia de la sociedad, el funcionamiento de la dictadura del proletariado, y los dos pilares teóricos de la construcción del socialismo cubano. Estos últimos, a saber: el desarrollo de la técnica y la formación del hombre nuevo.
Para los cubanos, la idea del hombre nuevo ha sido uno de los más fuertes sustentos conceptuales del socialismo real, asimilada y extendida a todos los niveles. Más que en la sociedad comunista ideal, la narrativa socialista revolucionaria se apoyó en los valores de esta figura paradigmática. Una persona en permanente estado de gracia cívica, esclarecida de dudas ideológicas y con una inmensa capacidad de sacrificio para hacer del heroísmo, cotidianidad. El hombre nuevo nacería poco a poco de nuestra sociedad que, según la teoría, podía dividirse en dos grupos: la vanguardia y la masa.

En esta concepción original el Partido y sus dirigentes cumplen el papel de la vanguardia, tomando las decisiones más importantes sin esperar ninguna retribución material y a la vez cargando con los mayores sacrificios. La esencia de la división la explica claramente el Che:
“El grupo de vanguardia es ideológicamente más avanzado que la masa; esta conoce los valores nuevos, pero insuficientemente. Mientras en los primeros se produce un cambio cualitativo que les permite ir al sacrificio en su función de avanzada, los segundos solo ven a medias y deben ser sometidos a estímulos y presiones de cierta intensidad; es la dictadura del proletariado ejerciéndose no solo sobre la clase derrotada, sino también individualmente, sobre la clase vencedora”.
No vamos aquí sobre lo acertado de esa argumentación en su contexto, como tampoco sobre una enumeración de los aspectos que son evidentemente incompatibles con el contexto actual. Bástenos únicamente entender que no solo el sustento teórico, sino el poder movilizador de esa narrativa, incluso para el pensamiento de izquierda, no existen más. Hasta la caída del campo socialista esa línea de pensamiento se fortaleció desde el dominio absoluto del espacio ideológico cubano, dando forma a unas relaciones de poder que subsisten en la actualidad. El progreso de nuestro socialismo ahora pasa ineludiblemente por cambiar la narrativa y, consecuentemente, esas relaciones de poder.
Si durante los últimos 30 años el discurso de masa y vanguardia en marcha hacia el hombre nuevo ayudó a mantener la unión alrededor de la soberanía, la independencia y las conquistas sociales, su efecto ha comenzado a ser nocivo para la supervivencia del socialismo; y es natural que así sea. La idea de una doctrina bien definida que lo explica todo para todos los tiempos no se sostiene más allá del círculo autosuficiente de las religiones. Vivimos en un mundo para el que, fuera de un par de obvias regularidades, no existe una teoría probada, mucho menos a nivel de los detalles. Por mucho que reinterpretemos el anticapitalismo de Marx y nos sirvamos de sus sólidas herramientas de análisis, siempre será una imprudencia asumir que puede abarcar la complejidad de la Internet, el reto de la inteligencia artificial o incluso la psicología del consumismo, por decir lo más obvio.
En estas circunstancias la pregunta es, qué tipo de principio y qué narrativa deberá defender entonces nuestro socialismo.
Primero, la nueva narrativa tendrá que estar en armonía con un mundo real que no tiene más masa y vanguardia, en el que la diversidad de criterios, dentro y fuera de las corrientes de izquierda, es quizás más abundante y dinámica que nunca. De esa tormenta de ideas, y no de una doctrina detallada preestablecida, deberá nutrirse constantemente la praxis de un estado socialista de derecho como regla de oro. Esto implica, entre otras cosas, que el Partido deberá dejar de ser una fuerza dirigente por encima del gobierno electo. La Tercera República deberá enmendar la constitución a tal efecto y adoptar así lo que sería una narrativa de la participación.
En segundo lugar, ya sin la dirección del Partido cuya membresía aportaría a la toma de decisiones en la misma medida que cualquier ciudadano, se tendrá que garantizar el respeto de ciertos principios fundamentales que anclen las discusiones a la premisa de una república socialista con todos y para el bien de todos. Esas premisas serán el eje del socialismo nuevo y estarían blindadas en una constitución consensuada por todos los cubanos. La soberanía e independencia nacional, la propiedad social sobre los medios fundamentales de producción, las garantías de justicia social, igualdad y respeto a los derechos humanos serán el eje sobre el que se desarrolle y se preserve el legado socio-cultural que han logrado alcanzar la Revolución y el Partido.
Establecer una nueva narrativa para la Tercera República en la teoría y en la práctica es un asunto de la mayor importancia. De no atenderlo derivaremos muy probablemente en un socialismo neorrealista de economía de mercado donde la burocracia, reforzada por un sistema ideocrático impenetrable, ocupará el lugar de los grandes dueños del capital, en eterno desafío al empoderamiento democrático y a la plena dignidad de las personas.
El hombre nuevo, como alegoría de la persona que se mejora y avanza hacia valores renovados, puede y debe seguir teniendo en muchos aspectos un valor paradigmático para el pensamiento socialista moderno. Pero es la persona real, imperfecta y diversa, dueña por derecho y justicia de toda la riqueza, que es toda producida socialmente, la que deberá estar en el centro del debate; como sujeto, como objeto y siempre como igual.

25 noviembre 2019 15 comentarios 409 vistas
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De los agujeros negros a la Historia y viceversa

por Alina Bárbara López Hernández 8 agosto 2019
escrito por Alina Bárbara López Hernández

En la medida en que los escritos de Carlos Luque Zayas-Bazán restringen su calado teórico y crecen en insultos, les resulta poco apropiado un sitio de Internet como Rebelión, que incita a reflexionar y, además, tiene la saludable costumbre de divulgar todos los puntos de vista de los contendientes. Esa no es la izquierda que se prefiere en nuestro medio ambiente ideológico.

Para sus diatribas resultan convenientes entornos digitales más íntimos, como su muro de Facebook, de donde lo replicó el blog PostCuba, también cuasi privado vistas las estadísticas de visitas que reporta, evidentemente de sus amigos. Santa Fraseología los cría y PostCuba los junta.

Luque reacciona esta vez a mi artículo La república dorada, publicado, como siempre, en LJC. La novedad es que ahora lo hace con un asistente: Ernesto Estévez Rams. Desde el primer debate que sostuvimos fue indiscutible que requería apoyo, pero era lógico esperar un colaborador más eficaz.

El profesor Estévez Rams posee grado científico de doctor y se especializa en el campo de la Física. Debe ser muy solvente en su especialidad, pero evidentemente ello no se extrapola al campo de la Historia. Igual me pasaría si intentara calar en las honduras de la Teoría de la Relatividad, o me parara frente a un auditorio dispuesta a explicar el tema de los agujeros negros.

Se puede polemizar sobre historia sin ser historiador. Afirmar lo contrario sería entrar, con categoría VIP, en los reaccionarios salones del platonismo. Sin embargo, para participar en un debate serio se necesita cultura histórica. De nuevo falla Luque al escoger compañía.

A continuación atenderé las principales objeciones del físico devenido historiador.

Su primera duda: ¿Es República Burguesa el mejor nombre para la República pre-revolucionaria? El aporte se lo debemos a Fernando Martínez Heredia, en su ensayo “El problemático nacionalismo de la primera república” –publicado en Temas, no. 24-25, enero-junio del 2001,pp. 34-44—, lo utilizo pues me parece muy adecuado. Durante mucho tiempo, las tres grandes etapas en que se puede dividir la historia de Cuba fueron denominadas: Colonia, República y Revolución en el poder. Pero, como bien fundamentara Fernando, la etapa socialista también adoptó carácter de república y el término revolución en el poder otorgaba visos de interinidad al Estado forjado tras el 59 y sobre todo después de la Constitución de 1976. Su propuesta pretendía legitimar el carácter republicano del socialismo al clasificarlas en República burguesa (1902-1952) y República Socialista, de acuerdo al tipo de propiedad, a las clases sociales y a las constituciones que asumieron cada una con sus notablísimas diferencias.

La propia república burguesa ha sido dividida en dos etapas: la Primera república (1902-1933) y la Segunda república (desde esa última fecha hasta 1959).

Niega Estévez que la historiografía después de la Revolución maltratase a la República. Sí lo ha hecho estimado profesor, por omisión y por manipulación extemporánea de hechos y figuras de aquel período.

La primera de ellas se evidencia en el relativo desconocimiento de nuestro pasado republicano. Si Luque y compañía creen que dramatizo, lean entonces la valoración que realizara el doctor Eduardo Torres-Cuevas –Presidente de la Academia de la Historia de Cuba—, en el editorial de la revista Debates Americanos no 12, enero-diciembre de 2002, dedicada íntegramente a conmemorar el centenario de la proclamación de la república: “Un extraño temor parece rodear y condicionar el acercamiento a las problemáticas republicanas. La mayor parte de las fuentes históricas que contienen lo más revelador de la época, aún están sin consultar. Aún más, al repasar los estudios más conocidos acerca del período puede constatarse que la etapa que cubre de 1940 a 1959 es casi totalmente desconocida”.

Es cierto que ha llovido mucho del 2002 a la fecha, y debe reconocerse que en los últimos tres lustros han proliferado importantes estudios sobre la república que no citaré por falta de espacio. Sin embargo, ellos no han transitado el camino que los conduzca de la ciencia a las aulas. La historia oficial, la que se aprende en las escuelas, sigue enjuiciando solo lo negativo de la época.

Lo referente a la manipulación se observa —y cito nuevamente a Torres-Cuevas y su editorial—: “(…) en el acercamiento netamente ideológico con que muchos intentan explicarse fenómenos que desconocen en sus esencias. Adjetivos, afirmaciones sin muchas demostraciones, visiones abductivas que trasladan a un pasado la mentalidad de un presente y juicios sobre la acción humana determinados por lo que se hubiese querido y no por la comprensión de las circunstancias y mentalidades de una época (…)”.

Intenta ilustrarme el aficionado a la Historia en ciertas cosas que ni por asomo he negado yo, como la frustración colectiva que significó la ocupación norteamericana, la humillación histórica de la enmienda Platt y cómo, aún después de ser derogada en 1934, se mantuvo la dependencia de nuestra economía a la del país vecino.

Mi punto era que, junto a aquellas realidades, develemos también aspectos positivos del pasado republicano, que también los hubo, y que no se estandaricen valoraciones que carecen de matiz y son injustas al unificar bajo el mismo rasero a figuras que tienen grandes diferencias. Como bien afirmara Eduardo Torres-Cuevas: “Lo que diferenció a Gerardo Machado y a Batista de Alfredo Zayas y Ramón Grau San Martín, es que los primeros violaron las constituciones, se impusieron por las fuerzas y ambos destruyeron las repúblicas de las que habían surgido. No puede trazarse un símbolo de igualdad entre ellos”.

El habitual modo de afirmar que la revolución del treinta “se fue a bolina” impide asimilar los indudables contrastes entre la primera y la segunda república burguesas. Dice una gran estudiosa de la república, la doctora Berta Álvarez Martens, que como resultado de aquella revolución, la política en Cuba fue refundada y la nación cubana se piensa y se proyecta como realidad. La institucionalidad y la normativa generada en los años treinta permitieron que amplios sectores de las clases medias y de los trabajadores ejercieran protagonismo social y crearan organizaciones que tendrían mucha fuerza dentro de la reconformación del Estado.

Aun cuando las claves de la economía no estaban en manos de los cubanos y era muy susceptible a las directivas norteamericanas, en esa etapa se legisló sobre cuestiones sociales, laborales y económicas como nunca antes se había hecho. El Estado cubano, a partir de 1940, se caracterizó por ser liberal y democrático, con un orden social de utilidad pública.

Es una realidad que se mantuvieron las marcadas diferencias y los contrastes en las formas de vida de las diversas clases sociales. Como también lo es el hecho de que la democracia en la Constitución del 40 se propugna no solo en términos de derechos individuales, sino también de derechos sociales y económicos. Esto dio lugar a la legislación laboral más avanzada de América Latina; a una organización de la escuela cubana democrática, igualitaria y progresista y a un Estado con rol de orientador, regulador y normador en la economía del país.

En su escrito, el doctor en Ciencias Físicas comete dos deslices garrafales al afirmar que la Constitución del 40 “fue parida a contrapelo de los burgueses por las fuerzas más revolucionarias, en un contexto revuelto donde pesaba la necesidad de que el patio estuviera tranquilo cuando se luchaba contra los nazis en alianza con la URSS”.

El primero es cronológico: la Asamblea Constituyente inició sus sesiones el 9 de febrero y las concluyó el 8 de junio de 1940. La URSS demoraría aún un año y catorce días en ser atacada por Alemania e involucrarse en la Segunda Guerra Mundial, lo que ocurrirá el 22 de junio del 41. Ya en pose preciosista, habría que reconocer que la alianza del gobierno de Stalin en el año 40 era precisamente con Hitler, con el cual, en septiembre del 39, había refrendado un Tratado de No Agresión con su correspondiente cláusula secreta, mediante la que se repartieron parte de Europa. Si se toma el trabajo de consultar el Diario de Sesiones de la Asamblea Constituyente del 40, constatará la condena de los asambleístas a la intervención soviética en Finlandia; por supuesto, como era de esperar, con el voto en contra de los seis representantes comunistas.

El segundo gazapo es ideológico: afirmar que la Constitución del 40 se hizo a “contrapelo de los burgueses”. Por lo visto, Estévez no acepta que la burguesía cubana tuviera sectores que, aunque reformistas, como lo fue también el Partido Comunista después de su legalización, tuvieron un carácter progresista.

Lo remito a mi ensayo “Crónica de un fracaso anunciado: los intelectuales de la república y el socialismo soviético”, publicado en Temas, no. 55 del 2008, pp. 163-174, y también, si no lo han retirado, en el sitio de la Asamblea Nacional del Poder Popular que ahora se demerita al hospedar el desinformado artículo de PostCuba. En el cual expreso:

No es casual que en los dos momentos revolucionarios de la República burguesa, hayan sido intelectuales que representaban a diversos sectores de la burguesía los más activos defensores de la opción revolucionaria y, a la larga, los artífices de la vía armada, la más radical –Guiteras en los años treinta, Fidel en los cincuenta– en desafío abierto, en el caso de la lucha contra Batista, a la postura de los comunistas cubanos que, con criterio dogmático y foráneo, negaban la posibilidad insurreccional.

En el ensayo “Los siete pecados capitales del mal historiador”, el teórico mexicano Carlos Aguirre Rojas se refiere a la noción equivocada de la historia concebida como una gigantesca escoba. Su crítica es muy pertinente a la siguiente tesis de Estévez: “Aquí no hay imagen injusta que rescatar, ni nostalgia que celebrar. La república, neocolonial era y neocolonial fue hasta que la Revolución barrió las sombras y rescató las luces”. Según Aguirre:

El cuarto pecado de la mala historia, repetido en los diversos manuales tradicionales, es su idea limitada del progreso, lo que está directamente conectado (…) con la noción del tiempo como tiempo físico, único, homogéneo y lineal (…).

Es una idea del progreso humano en la historia donde se afirma que, inevitablemente, todo hoy es mejor que cualquier mañana, y todo mañana será obligatoriamente mejor que cualquier hoy. Entonces, la humanidad no puede hacer otra cosa que avanzar y avanzar sin detenerse pues, según esta construcción, lo único que ha hecho hasta hoy es justamente “progresar”, avanzando siempre desde lo más bajo hasta niveles cada vez más altos, en una suerte de “escalera” imaginaria donde estaría prohibido volver la vista atrás, salirse del recorrido ya trazado, o desandar, aunque sólo sea un paso, el camino ya avanzado. Y no cambia demasiado la cosa si esta idea es afirmada por los apologistas actuales del capitalismo, que quieren defender a toda costa la supuesta “simple superioridad” de este sistema sobre cualquier época del “pasado”, o si es afirmada por los marxistas vulgares  —no por los marxistas realmente críticos— quienes han pretendido enseñarnos que la historia avanza y tiene que avanzar, fatalmente, del comunismo primitivo al esclavismo, del esclavismo hasta el feudalismo, y de este último hacia el capitalismo, para luego desembocar, sin opción posible, en el anhelado socialismo y, tal vez después, en el comunismo superior. Una visión extremadamente simplista del progreso y de la historia, rechazada por el propio Marx (…).[1]

Las palabras con que Estévez concluye su escrito me han desconcertado totalmente. Creí que la vista me traicionaba y limpié los espejuelos, pero nada, ahí continuaban, obstinadas e imprudentes: “¡Ah, la república! mi padre me hablaba de joven tanto de esa república, mientras me enseñaba la medalla de la clandestinidad que se ganó por contribuir a echarla abajo!”.

Lo que he aprendido de nuestra historia es que mucha gente luchó, en la clandestinidad y en la Sierra, por defender a la república y restaurar la constitucionalidad interrumpida por el golpe de Estado del 10 de marzo de 1952. Si el padre de Estévez contribuyó “a echarla abajo” debió ser un aliado del general Batista.

Como supongo que no se enorgullecería de algo así, mi hipótesis es que está mal redactado su texto y ahí le cabe la crítica al administrador del sitio de la ANPP, porque pedirle correcciones a PostCuba sería exigirle peras al olmo.

Con mucho respeto le sugiero entonces que arregle la desacertada afirmación, pues otros pueden pensar y afirmar que en el sitio que debe ser bastión de la defensa de la institucionalidad cubana se rinde culto a un batistiano.

A Luque y Estévez los espero en próximos debates, confiando en que, para variar, se preparen mejor.

[1]Carlos Antonio Aguirre:Antimanual del mal historiador, o cómo hacer una buena historia crítica. La Habana, Centro de Investigación y Desarrollo de la Cultura Cubana J. Marinello, 2004, pp. 30-46.

8 agosto 2019 28 comentarios 609 vistas
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Celebración imprudente

por Alina Bárbara López Hernández 24 julio 2019
escrito por Alina Bárbara López Hernández

En 1949 Carlos Rafael Rodríguez, uno de los dirigentes del Partido Comunista de Cuba —desde 1944 Socialista Popular—, calificaba al ideal social de la Juventud Ortodoxa como “socialismo subjetivo”. Estas eran sus razones: “aunque el socialismo a que dicen aspirar es un socialismo verdadero, solo se dirigen a él subjetivamente (…) El socialismo parece considerarse como la conclusión de un proceso evolutivo, parlamentario, que ha de gravitar naturalmente, una vez que se conquiste la libertad nacional”.[1]

Sin embargo, cuatro años después, y ya bajo la dictadura batistiana, eran los comunistas los que parecían tomarse de manera muy subjetiva la posibilidad de reaccionar de manera radical ante la violación de la Constitución del 40. Al menos eso es lo que puede colegirse si se compara la actitud de algunos representantes de ambas organizaciones un día como hoy, pero sesenta y seis años atrás.

El 24 de julio de 1953, mientras un grupo de personas, mayoritariamente de la Juventud Ortodoxa, se dirigía a la granja Siboney, cercana a Santiago de Cuba, desde la que irían a asaltar el cuartel Moncada, y a varios de ellos apenas les quedaban cuarenta y ocho horas de sus cortas vidas; la plana mayor de la organización comunista almorzaba en un céntrico restaurante santiaguero para celebrar el cumpleaños 45 de Blas Roca Calderío, su secretario general.

La dirección del Partido de la entonces provincia de Oriente lo había organizado todo. Rita Vilar, hija de César —en aquellos momentos un alto dirigente del PSP—, en su testimonio a Newton Briones le dice: “Esto da una idea de lo desvinculado que estaba el Partido con el hecho de tanta relevancia que estaba por producirse. Si no nunca se les hubiera ocurrido reunir a la crema y nata del Partido en Santiago, donde Fidel estaba a punto de asaltar el Moncada”.[2]

Ese mismo día Noticias de Hoy, órgano oficial del PSP, anunciaba el onomástico con los habituales elogios y adjetivos desmesurados que habían copiado los comunistas nativos del tratamiento a Stalin en la URSS, aunque, desde luego, sin referirse al almuerzo en cuestión:

Hoy cumple un año más de vida Blas Roca, Secretario General del Partido Socialista Popular de Cuba, el máximo guía del proletariado y del pueblo cubano, el estratega de la lucha de nuestras masas por la paz, el progreso, la independencia nacional y el socialismo. El nuevo aniversario de su vida de trabajo y de lucha, de estudio y de combate, será celebrado por las masas del partido de los pobres, de los humildes, de los patriotas y de los justos, con una gran jornada en favor del fortalecimiento ideológico suyo, de la conquista de nuevos combatientes, soldados del partido de la Paz y de la Libertad, con tareas en favor del desarrollo de la prensa popular y revolucionaria, con nuevas victorias contra los enemigos de Cuba, de la humanidad y del progreso. El homenaje, así, será adecuado a la grandeza sencilla y sabia del gran dirigente (…) Hoy saluda con cariño y respeto al gran dirigente popular y obrero, (…) perspicaz y certero de las masas, levantando en su honor sus banderas de triunfo y ratificándole su decisión de combatir sin tregua a los enemigos de Cuba, de la clase obrera, del pueblo, de la paz, de la humanidad. ¡Loor al gran intérprete y orientador de los problemas y necesidades de las masas! ¡Larga vida desea Hoy al guía certero de la lucha por la Liberación Nacional y el Socialismo![3]

La celebración festiva del 24 de julio se producía en un contexto internacional poco halagüeño para los comunistas del área. Eran momentos en que la guerra de Estados Unidos contra Corea se interrumpe por la firma de un armisticio —refrendado al siguiente día del asalto al Moncada—, que exacerbaba la política anticomunista del macartismo en el país norteño; se vivía un período de agudización constante de tensiones con el recién nacido campo socialista europeo: la Guerra Fría; en Chile, donde los comunistas habían sido miembros de la Cámara y el Senado igual que los de Cuba, se había promulgado la Ley maldita de 1948, que proscribió su participación política.

Paradójicamente en Cuba, tras un año y cuatro meses del golpe de estado de Batista, ocurrido en marzo de 1952, los comunistas seguían siendo un Partido legal y publicaban su diario haciendo propaganda en favor del socialismo.

De hecho, la idea de que Batista diera un golpe de estado había sido barajada por los propios comunistas que, dada la política represiva del gobierno de Prío en su contra, veían en el cuartelazo una vía de escape. A quienes piensen que esta afirmación es falsa, les recomiendo la lectura del extenso artículo: “El madrugón del 10 de marzo tuvo un largo proceso de gestación”, publicado el 15 de marzo de 1952 en Noticias de Hoy y firmado por Blas Roca y Juan Marinello. Este fue el análisis que hiciera la Comisión Ejecutiva Nacional del PSP sobre el golpe de estado, en sesión extraordinaria celebrada dos días antes, como se explica allí. Ciertamente se muestran contrarios a la toma del poder de facto, pero las razones que esgrimen son francamente interesadas:

La dirección ortodoxa rechazó nuestra exhortación para que, sin pactos, formulara un programa popular e hiciera un llamamiento a Batista para que facilitara la derrota del gobierno. Esto, de haberse hecho, le hubiera quitado el pretexto a Batista que le sirvió para reagrupar los mandos militares a su alrededor, el pretexto de que los ortodoxos, de ganar, los perseguirían con más saña que Grau o Prío.[4]

La frase “que facilitara la derrota del gobierno” no puede ser más clara. Los comunistas en verdad pretendían una especie de golpe de estado de frente único, que no fue lo que ocurrió. Y, según evidencias, continuaron proponiendo un acercamiento a Batista, con el cual habían mantenido excelentes relaciones como parte de la Coalición Socialista Democrática, que fue el gobierno constitucional de este país entre 1940 y 1944.

El historiador Newton Briones me facilitó un dato interesante. Al parecer, la dirección del PSP utilizó como enviado a Raúl Lorenzo, que era ministro de comercio de Batista, para ser la persona que hablara con el general sobre un acercamiento mayor con el Partido. Batista dio la respuesta, dijo no, pero lo consultó con los norteamericanos y no lo aprobaron. Lorenzo se marchó de Cuba en 1959, pero después regresó y Newton tuvo la oportunidad de entrevistarlo, el 23 de septiembre de 1998 en La Habana.

¿Mentía Lorenzo? es posible, cualquier testimonio corre ese riesgo. No obstante, la contrastación de fuentes permite razonar que los comunistas cubanos no sentían una gran presión del dictador hasta 1953. La desdichada casualidad de estar en Santiago en el momento menos oportuno les jugó una mala pasada, a partir de esa fecha fueron ilegalizados y prohibida la publicación de su órgano oficial. Debe ser por eso que defendieron “a capa y espada”, como dice Newton, no estar inmiscuidos en los sucesos del Moncada. Pero esa es otra historia que será contada muy pronto.

[1] Carlos Rafael Rodríguez: “El pensamiento de la juventud ortodoxa,” Letra con filo, t. I, Editorial de Ciencias sociales, La Habana, 1983, p. 73.

[2] Newton Briones Montoto: Una hija reivindica a su padre, entrevista a Rita Vilar, Ruth Casa Editorial, Instituto Cubano de Investigación Cultural Juan Marinello, 2011, p. 64.

[3]S/A: “Cumpleaños de Blas Roca”, Noticias de Hoy, La Habana, viernes 24 de julio de 1953, pp. 1 y 8.

[4] En Noticias de Hoy, La Habana, sábado 15 de marzo de 1952, pp. 1 y 4

24 julio 2019 4 comentarios 625 vistas
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El síndrome de Copo de Nieve

por Alina Bárbara López Hernández 11 abril 2019
escrito por Alina Bárbara López Hernández

“Si no te gusta el mensaje, mata al mensajero”, era un hábito de los generales persas en la antigüedad. Esa arcaica práctica se ha instaurado, por senderos atávicos, en la mentalidad de algunos burócratas e ideólogos en nuestro país. Ejemplo de ello es un escrito publicado en El Joven Cubano, blog redactado por un grupo de desconocidos pero cuyo representante es Asael Alonso Tirado, funcionario del Comité Nacional de la UJC con nombre de ángel caído.

Aunque Asael Alonso insiste en que su blog es independiente, Juventud Rebelde afirma que la UJC creó El Joven Cubano en 2017 y enlazó con este sus redes sociales, otorgándole así 31.500 seguidores de un día para otro. Aún así su posicionamiento en el ranking nacional tiene el número 2.116 frente a un 556 de LJC.

Se trata de un texto plagado de ofensas y errores ortográficos donde soy acusada, junto con el blog La Joven Cuba, de plegarme a El Nuevo Herald y CiberCuba debido a mi artículo La nueva religión, en el que critiqué la entrega de una réplica de la cuna de Fidel Castro durante un acto oficial de la UJC.

Es patética, por gastada, la ineficaz maniobra de no defender posiciones de principio y en cambio poner a militar automáticamente en las filas del imperialismo a los que tenemos opiniones diferentes. Créate un enemigo interno y moverás el mundo a tu antojo, parecen creer ciertos funcionarios.

George Orwell sintetizó en el personaje de Copo de Nieve, el cerdo desertor de Rebelión en la granja, la utilidad de esa artimaña justificativa y demagógica.

Gracias al dios del pensamiento crítico, nunca he tenido que depender del Granma, el Nuevo Herald, u otra publicación similar para manejar criterios propios con absoluta independencia y responsabilidad. El acto lo presencié en mi televisor pues fue transmitido íntegramente, allí escuché el llamamiento al congreso, leído desde unas hojas plasticadas por la primera secretaria Susely Morfa. Sin embargo, intrigada por la imputación, ya localicé el referido contenido en el Nuevo Herald para constatar que en realidad es una escueta noticia que no se parece en nada a mis argumentos. Aquí les va:

“Funcionarios cubanos premiaron este jueves a jóvenes comunistas con una réplica de la cuna de Fidel y Raúl Castro, en lo que a juicio del periódico oficial Juventud Rebelde, es un “hermoso gesto de continuidad”.

“En hermoso gesto de continuidad la Primera Secretaria de la Unión de Jóvenes Comunistas de Cuba y la Presidenta de la Organización de Pioneros José Martí recibieron la réplica de la pequeña cuna que abrigó el empezar de la vida de dos valerosos hijos de Holguín y toda Cuba: Fidel y Raúl”, tuiteó el diario oficial.

La entrega de la réplica de la cuna de los Castro se realizó en la finca de Birán, propiedad de Ángel Castro, padre de los exgobernates (sic), intervenida también por su hijo mayor cuando llegó al poder en 1959.

La Unión de Jóvenes Comunistas y la Organización de Pioneros José Martí son dos organizaciones paraestatales que agrupan a jóvenes y niños. Susely Morfa, primera secretaria del Comité Nacional de la UJC, junto a todo su séquito, convocó al 11 Congreso de la organización, que se celebrará en abril del 2020.”

Es clara la ironía en este medio y en otros. En las redes sociales ha sido peor tratado el asunto, que dio pie a todo tipo de memes y caricaturas. Pero LJC se indigna donde otros solo se burlan, e intenta un enfoque desde la ideología marxista de la cual se alejan cada vez más los que conciben actos y símbolos como esos.

No siempre la mejor defensa es el ataque, estimado Asael. En lugar de acusar a LJC ocúpense de resguardarse ustedes. Espero que la dirección nacional de la UJC tenga un buen asesor jurídico que los saque del escollo en que se han metido.

Ocurre que con su actitud creativa para gestar símbolos, no solo han desconocido la voluntad de Fidel que quiso evitar conductas como esa, sino han violado la “Ley Sobre el uso del nombre y la figura del Comandante en Jefe Fidel Castro Ruz”, aprobada por la Asamblea Nacional del Poder Popular en sesión celebrada el 27 de diciembre de 2016, correspondiente al Octavo Período Ordinario de Sesiones de la VIII Legislatura.

Ley Sobre el uso del nombre y la figura del Comandante en Jefe Fidel Castro Ruz. Foto: Ecured

Ley sobre el uso del nombre y la figura del Comandante en Jefe Fidel Castro Ruz. Foto: Ecured

La ley en cuestión tiene dos artículos muy explícitos que no se prestan a interpretación alguna:

ARTÍCULO 1.1- Se prohíbe emplear el nombre del líder histórico de la Revolución cubana, Comandante en Jefe Fidel Castro Ruz, para denominar instituciones, plazas, parques, avenidas, calles y otros lugares públicos, así como en cualquier tipo de condecoración, reconocimiento o título honorífico. Del mismo modo, utilizar su figura para erigir monumentos, bustos, estatuas, tarjas conmemorativas y otras formas similares de homenaje.

2.- Se exceptúa de lo dispuesto en el apartado anterior, el empleo de su nombre para denominar alguna institución, que conforme a la ley, se constituya para el estudio y difusión de su pensamiento y obra.

ARTÍCULO 2.- Se prohíbe el uso de denominaciones, imágenes o alusiones de cualquier naturaleza referida a la figura del Comandante en Jefe Fidel Castro Ruz para su utilización como marca u otros signos distintivos, nombre de dominio o diseños, con fines comerciales o publicitarios.

Resalto en negritas el artículo 2, que se ajusta cabalmente a la violación que denunciamos. La alusión al nacimiento de Fidel en este caso fue utilizada con fines de publicidad ideológica.

Asael Alonso Tirado, jefe del equipo que edita El Joven Cubano. Foto: Ricardo IV Tamayo

Hasta hace poco cabía la posibilidad de que funcionarios del Partido y el Estado que violaran la ley lograran quedar impunes. Pero precisamente ayer se acaba de proclamar la nueva Constitución, que estrena a Cuba como un Estado Socialista de Derecho donde nadie puede estar por encima de la ley. En consecuencia, esperamos que las autoridades competentes sepan tomar las medidas necesarias con los funcionarios de la UJC implicados en tal ilegalidad.

De no ocurrir esto pensaré que también aquí, semejante al final de la parodia que cuenta Rebelión en la granja: “Todos los animales son iguales. Pero algunos animales son más iguales que otros”.

11 abril 2019 44 comentarios 378 vistas
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Simone de Beauvoir y la Revolución Cubana

por Yasvily Méndez Paz 27 marzo 2019
escrito por Yasvily Méndez Paz

A once años de publicada El segundo sexo -obra que marcaría los estudios posteriores dedicados a la problemática de la mujer- la filósofa, escritora y feminista francesa Simone de Beauvoir y el filósofo francés Jean-Paul Sartre visitaban Cuba.

Eran tiempos en que la Revolución Cubana constituía un referente para la izquierda latinoamericana, aquella revolución cuyas «circunstancias designaron a la juventud para hacerla» -en palabras del propio Sartre-, savia imperecedera para escritores, poetas y ensayistas, quienes plasmaban su prédica entre «barbudos, olivos, aciertos y desaciertos».

Aquel viaje de 1960 no obedecía a la casualidad; la Revolución Cubana se globalizaba a través de los medios de comunicación. Los contactos de la pareja gala con intelectuales cubanos -dentro de los que figuraba Carlos Franqui- y la curiosidad académica por la «ideología de una revolución en construcción», actuaban como catalizadores para motivar el encuentro amistoso.

Mediante el obturador de su cámara fotográfica, Alberto Korda inmortalizaba aquel periplo francés por la mayor de las Antillas. Junto a Fidel en las marchas públicas, en el despacho del Che a medianoche o en travesías por diferentes lugares de la Isla, destacan caras de júbilo, sonrisas y ceños fruncidos en señal de reflexión.

Foto: Alberto Korda

La simpatía por la Revolución Cubana se expresaría  mediante el poder de la palabra escrita. «Cuba es una isla, antes era una azucarera, hoy un huracán revolucionario levanta el fino y dulce polvo para descubrir la miseria que ocultaba y exterminarla», mensaje sartriano leído en francés, italiano, portugués… en fin, un amasijo de ideas que, entre ensayos y tras sapiencia literaria, resumían el beneplácito de Beauvoir y Sartre con el proyecto revolucionario en la mayor de las Antillas.

Años más tarde aquellas simpatías fenecieron. Ante desasosiegos, rupturas y reclamaciones, algunos «desacuerdos» al interior de la Revolución Cubana fueron objeto de críticas en determinados corrillos, y conocidos fuera del traspatio antillano por mediación de fuentes internacionales.

Dos cartas dirigidas a Fidel Castro mostraban la preocupación por el arresto del escritor cubano Heberto Padilla. Una -firmada por intelectuales latinoamericanos de renombre como: Salvador Elizondo, Carlos Fuentes, Octavio Paz, José Revueltas, Juan Rulfo y Jesús Silva Herzog- valoraba el suceso como una amenaza al «desarrollo del arte y la literatura cubanas»; la otra – publicada el 9 de abril de 1971 en el diario parisino Le Monde y firmada por importantes escritores europeos y latinoamericanos como: Carlos Barral, Italo Calvino, Julio Cortázar, Marguerite Duras, Hans Magnus Enzensbeger, Jean-Pierre Faye, Carlos Franqui, Gabriel García Márquez, Francisco Rossi, Claude Roy, Mario Vargas Llosa, Jean-Paul Sartre, y Simone de Beauvoir- mostraba su preocupación por una posible reaparición del sectarismo en la Isla.

En 1981, un año después de la muerte de Jean-Paul Sartre, la propia Simone de Beauvoir relataría los sucesos en La ceremonia del adiós.

Quizás el detonante había sido el arresto del escritor Heberto Padilla, pero otros problemas más complejos servían de telón de fondo. Quinquenio Gris fue el término utilizado por Ambrosio Fornet para denominar aquellos años 70, cuyos antecedentes se enmarcaban desde antes y que contaba con Luis Pavón Tamayo como cara visible frente al Consejo Nacional de Cultura, aunque no lo involucraba solamente a él.

Tiempos de incomprensiones, desafueros y divisiones entre las partes involucradas, de cicatrices por las Unidades Militares de Ayuda a la Producción (UMAP), de prejuicios a los homosexuales –escondidos tras eufemismos y dicharachos cubanos-, de erradas interpretaciones que condujeron al igualitarismo pusilánime e intolerante –como si las «desigualdades pudieran borrarse de un plumazo»– situaciones ensombrecidas que, tras pugnas ideológicas, condujeron a desavenencias con destacados escritores e intelectuales latinoamericanos y europeos, hasta ese entonces admiradores de la Revolución Cubana.

Foto: Alberto Korda

Pero la prédica martiana nos convoca a no mirar solamente las manchas; fue también la época en que se gestaron obras maestras en la literatura cubana como: Concierto Barroco (1974) de Alejo Carpentier o el Pan Dormido (1975) de Soler Puig; los momentos en el cine cubano de Una pelea cubana contra los demonios (1971), La última cena (1976), El brigadista (1976) o Retrato de Teresa (1977), o de importantes producciones de pintores cubanos como Roberto Fabelo, Zaida del Río, Manuel Mendive o Raúl Martínez González; tiempos en que entre historias épicas de héroes, hazañas y heroicidades, y a pesar de derrotas, silencios, omisiones y zonas oscuras, hubo quienes no flaquearon ni perdieron la fe.

Abordar todas las aristas de esta temática excede el límite de estas páginas; reconozco que escribir desde la contemporaneidad sobre heridas que tardaron en sanar, resulta una tarea harto difícil. Invocar hoy al Quinquenio Gris representa más que eso; como decía el filósofo español Jorge Agustín Nicolás Ruiz de Santayana «aquellos que no conocen su historia están condenados a repetirla». Coincido con Ambrosio Fornet, tenía usted razón maestro, «ese peligro es, justamente, lo que estamos tratando de conjurar aquí».

27 marzo 2019 2 comentarios 578 vistas
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