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Relaciones Internacionales

Analizar dinámicas globales y su impacto en la preservación de la soberanía y los intereses de los pueblos desde el ángulo de las relaciones internacionales

Ucrania Rusia

Tres falacias sobre la invasión rusa a Ucrania

por Mauricio De Miranda Parrondo 17 marzo 2023
escrito por Mauricio De Miranda Parrondo

Se ha cumplido el primer año de la invasión rusa a Ucrania. A pesar de cómo han evolucionado los acontecimientos, tanto la propaganda proPutin —me niego a decir prorrusa, porque Putin no es Rusia—, como ciertos adláteres tropicales, siguen repitiendo falacias que desconocen las raíces históricas. Para agregar leña al fuego, se distorsionan los condicionantes geopolíticos asociados a este gravísimo tiempo en el que el mundo está en riesgo de enfrentar un conflicto desproporcionado, que pondría en peligro la existencia de nuestra especie.

El debate en torno a la invasión rusa a Ucrania constituye no solo un problema de cardinal importancia para las relaciones internacionales contemporáneas, sino permite decantar las posiciones realmente antimperialistas de aquellas que entre «filos» y «fobias» terminan perdiendo de vista que el imperialismo viste diferentes ropajes.

Falacia 1: Rusia está siendo cercada y responde a la amenaza atacando

Después del derrumbe del socialismo burocrático en Europa Oriental y la desintegración de la Unión Soviética, la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) ha incrementado su membresía con la incorporación de antiguas repúblicas soviéticas, así como de otros estados que habían sido parte del Tratado de Varsovia. En 1999 ingresaron a sus filas Hungría, Polonia y República Checa. En 2004 se sumaron Bulgaria, Eslovaquia, Eslovenia, Estonia, Letonia, Lituania y Rumania; Croacia y Albania en 2009; en 2017 Montenegro y en 2020 Macedonia del Norte.

En todos los casos han sido solicitudes de los gobiernos de esos países, que buscaron la protección del bloque noratlántico frente a una posible agresión rusa o eventualmente serbia, para el caso de los estados balcánicos, que fortaleció al mismo tiempo las posiciones militares y geoestratégicas del bloque militar.

La preocupación respecto a Rusia está fundamentada en el hecho de que, desde la disolución de la URSS, pero muy especialmente desde que se estableció el liderazgo de Vladimir Putin, este país ha intervenido militarmente en diversos conflictos regionales e internos, ocurridos en algunos territorios de la otrora Unión Soviética. La disolución del Estado multinacional agudizó una serie de conflictos entre nacionalidades y etnias en varios de los Estados sucesores, cuyos primeros enfrentamientos habían tenido lugar en los últimos años de existencia de la URSS.

Solución rusa

(Foto: Monarquías.com)

Desde 1992, tropas rusas supuestamente de interposición, están estacionadas en el territorio de Transnistria, autoproclamada república independiente de Moldavia, a la cual estaba adscrito cuando se creó la República Socialista de Moldavia, dentro de la URSS. En la actualidad, dichas tropas son el sostén de las autoridades prorrusas del territorio, a pesar de que desde 1994 los gobiernos de Moldavia y la Federación Rusa habían acordado la retirada de dichas fuerzas.

Rusia ha intervenido en el conflicto entre Georgia y las regiones de Abjasia y Osetia del Sur, que mantenían estatuto de autonomía en los tiempos soviéticos, pero que buscaron su independencia al disolverse la URSS. En la actualidad, ambos territorios son de facto independientes de Georgia, después que en 2008 tropas rusas expulsaron a las fuerzas georgianas de ambos territorios.

Tropas rusas y fuerzas de seguridad han apoyado a los regímenes de Bielorrusia y de Kazajistán en la represión de protestas populares ocurridas en ambos países en 2020 y 2022, respectivamente. En el primer caso, contra lo que fue denunciado como un fraude electoral para favorecer la reelección de Alexander Lukashenko. En el segundo, contra el aumento de los precios del gas, decretado por el gobierno de Kasim-Yomart Tokayév, aunque se trasformó después en un reclamo a favor de la democratización de la más extensa y rica república ex soviética, después de Rusia.

Adicionalmente, varios de los países de Europa Central y Oriental han sufrido la agresión rusa a lo largo de la historia. Estonia, Letonia y Lituania fueron territorios incorporados al Imperio Ruso en el siglo XVIII, como resultado de las victorias de Piotr I sobre los suecos en los casos de Estonia y Livonia (parte de Letonia) y en las particiones de Polonia, en las que se anexaron también el entonces Gran Principado de Lituania y las regiones de Letgalia y Curlandia, hoy pertenecientes a Letonia. Los intereses geoestratégicos de Rusia, buscando una posición dominante en el Mar Báltico, condujeron al sometimiento de estos territorios al voraz imperio euroasiático.

Entre Rusia y Polonia existe una larga historia de desencuentros. A fines del siglo XVIII, en tiempos de la emperatriz Ekaterina II, la Mancomunidad Polaco-Lituana fue objeto de tres particiones (1792, 1793 y 1795) en las que desapareció la llamada «Rzeczpospolita», como estado independiente a manos de Rusia, Austria y Prusia. Cuando el Imperio Ruso se desplomó a fines de la Primera Guerra Mundial y tras la derrota de los imperios alemán y austro-húngaro, Polonia resurgió como Estado independiente y rechazó el intento bolchevique de incorporarla al nuevo Estado de los soviets. Ello condujo a la guerra polaco-soviética de 1919-1921, que concluyó con la victoria polaca y la ratificación de su independencia, reconocida por la Conferencia de Versalles en 1919.

Como consecuencia del Tratado de Riga (1921), la frontera polaco-soviética quedó establecida en la que existía entre el Imperio Ruso y la Mancomunidad Polaco-Lituana antes de la primera partición. Esto incluía territorios lituanos, entre los cuales estaba su capital histórica y actual, Vilnius, así como territorios occidentales de Ucrania y Bielorrusia, que incluían la ciudad ucraniana de Lviv (que en polaco se denominó Leópolis) y la bielorrusa de Brest, conocida entonces como Brest-Litovsk, donde se firmó el tratado que puso fin en 1918 a la presencia rusa en la Primera Guerra Mundial.

Por ello, en 1939, como parte del acuerdo secreto entre la URSS y la Alemania nazi, Stalin ordenó la ocupación de las regiones occidentales de Ucrania y Bielorrusia, incorporadas entonces a las respectivas Repúblicas Socialistas. Al concluir la Segunda Guerra Mundial esos territorios fueron reconocidos como parte de la URSS.

(Foto: Sputnik Mundo)

Besarabia era la región oriental de Moldavia que el Imperio Ruso le arrebató al Imperio Otomano en 1812, pero formaba parte de las tierras históricas en las que se fundó la nación rumana, convertida en reino en 1859 por la unión del resto occidental de Moldavia y el principado de Valaquia. Tras la Revolución Bolchevique, la región proclamó su independencia y votó su incorporación a Rumanía, lo cual fue reconocido por el Tratado de París de 1920, firmado entre Rumanía y las potencias aliadas en la Primera Guerra Mundial.

Sin embargo, como parte de los acuerdos secretos en el Pacto Molotov-Ribbentrop de 1939, las tropas soviéticas invadieron el territorio, junto al norte de Bucovina en 1940. Tras la Segunda Guerra Mundial, la condición de potencia vencedora le aseguró a la URSS ambas regiones. Bucovina del norte fue incorporada a Ucrania y Besarabia constituyó nuevamente la República Socialista Soviética de Moldavia, proclamada en 1940 y a la que se unió el Transniéster que hacía parte de la anterior República Socialista Soviética Autónoma de Moldavia, dentro de Ucrania.

La población mayoritaria de la actual Moldavia se considera mucho más cerca cultural y políticamente de Rumanía que de Rusia. En Moldavia se habla rumano y la decisión de su gobierno de declarar el moldavo con alfabeto latino como idioma oficial, fue el detonante del espíritu separatista de la región del Transniéster que es mayoritariamente rusófona.

Al concluir la Segunda Guerra Mundial, la región checa de Rutenia debió ser entregada a la URSS e incorporada a Ucrania. Como es conocido, Checoslovaquia fue invadida en 1968 por las tropas de cinco países del Pacto de Varsovia, liderados por la URSS para poner fin a las reformas introducidas por el líder comunista checoslovaco Alexander Dubček.

Aunque no existían fronteras entre la URSS y Hungría, los tanques soviéticos invadieron el país centroeuropeo en octubre de 1956 para derrocar a su gobierno que deseaba salir del Tratado de Varsovia y declarar la neutralidad.

Finlandia fue arrebatada a Suecia en la guerra de 1808-1809 y se convirtió en Gran Ducado del Imperio Ruso hasta que se independizó en diciembre de 1917. Fue la primera y única independencia aceptada por el régimen bolchevique. Sin embargo, el Ejército Rojo invadió el territorio en 1940 como parte de los acuerdos entre los regímenes nazi y soviético, con el objetivo de anexarse Finlandia y convertirla en República Socialista Soviética.

Pero la resistencia finesa en la llamada Guerra de Invierno lo evitó, aunque debió ceder alrededor del 9% de su territorio en el Tratado de Paz de Moscú. Tras la Segunda Guerra Mundial, Finlandia cedió nuevos territorios adicionales a la URSS y adoptó una política de neutralidad que ha sido abandonada, junto a Suecia, tras la invasión rusa a Ucrania.

Falacia 2: Genocidio ucraniano en el Donbás

La prensa rusa sometida al gobierno de Putin y a la propaganda de su régimen, han esgrimido repetidamente el argumento de un supuesto genocidio ucraniano cometido contra la población ruso-parlante de los territorios separatistas de Donetsk y Lugansk.

Sin embargo, el 27 de enero de 2022, un mes antes de la agresión rusa, la Oficina del Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Derechos Humanos (OHCHR) emitió un informe en el que estiman entre 51.000 y 54.000 las víctimas del conflicto, en el período comprendido entre el 14 de abril de 2014 al 31 de diciembre de 2021. De ellos, entre 14.200 y 14.400 habrían fallecido (3.404 civiles, alrededor de 4.400 militares ucranianos y de 6.500 miembros de otros grupos armados).

Invasión

(Imagen: El Orden Mundial)

A esto debería sumarse un estimado de entre 37.000 y 39.000 heridos (entre 7.000 y 9.000 civiles; entre 13.800 y 14.200 militares ucranianos y entre 15.800 y 16.200 miembros de otros grupos armados). Aunque cualquier muerte por una guerra es una tragedia para quienes la sufren y sus familiares, las cifras de fallecidos no sugieren que haya ocurrido un genocidio, por brutal que pueda resultar todo lo que ocurrió antes de la invasión, que no guarda relación alguna con la catástrofe humanitaria producida por esta.

Falacia 3: Rusia despliega una «operación militar especial para desmilitarizar y desnazificar» a Ucrania.

El 23 de febrero de 2022, Vladimir Putin anunció el inicio de una «operación militar especial para desmilitarizar y desnazificar a Ucrania». Al día siguiente miles de soldados rusos atacaban zonas del norte, el este y el sur del país vecino mientras la aviación bombardeaba varias de las ciudades más importantes. Al parecer, la apuesta del presidente ruso y de los mandos militares del país era una guerra relámpago en la que muy rápidamente vencerían al más débil ejército ucraniano, derrocarían a su gobierno y establecerían uno prorruso, si no se anexaban el territorio completo, aunque esta última opción nunca fue reconocida públicamente.

Desde la desintegración de la Unión Soviética, Ucrania se ha debatido políticamente entre mantenerse en la órbita rusa o alejarse de ella y orientarse hacia la Unión Europea. Las zonas occidental y central han sido más proclives a la alineación con la Unión Europea y las orientales con Rusia.

El país, inmensamente rico en recursos mineros y considerado también una despensa de alimentos, ha sido tremendamente afectado por la corrupción doméstica y al igual que Rusia, su transición hacia el capitalismo facilitó la formación de grupos oligárquicos que se apropiaron de forma mafiosa de recursos públicos en el proceso de privatización postsoviética.

Invasión

Combatientes del batallón Azov con una bandera nazi (Foto: WikiCommons)

La existencia de grupos profascistas y xenófobos en Ucrania no refleja un fenómeno exclusivo en este país, sino en varios países europeos, incluida Rusia. En países democráticos son cada vez más numerosos los movimientos ultraderechistas que se aprovechan de fenómenos tales como la crisis económica, el desempleo, los costos reales de una globalización desigual y la creciente migración procedente de países subdesarrollados. Todo ello para ganar adeptos entre los afectados por estos procesos, en su intención de utilizar las vías democráticas para establecer regímenes iliberales y totalitarios, tal y como ocurrió en los años treinta del siglo pasado.

En cualquier caso, la población ucraniana que votó por Volodimir Zelenski, en aquel entonces un outsider de la política nacional, solo conocido por la serie televisiva «Servidor del Pueblo», lo hizo inspirada en una promesa de lucha contra la corrupción y su rechazo hacia los políticos tradicionales que en un amplio espectro habían facilitado, o sido ineficaces con la corrupción rampante que afectó al país desde la disolución de la URSS, pero también en contra de la política ultranacionalista desplegada por Petro Poroshenko, su predecesor y oponente, derrotado en esas elecciones.

Lo demás es conocido. Las protestas del Euromaidán, desarrolladas principalmente en las regiones centrales y occidentales ucranianas, para oponerse a la suspensión del Acuerdo de Asociación a la Unión Europea, decidida por el gobierno prorruso de Víktor Yanukóvich, reforzaron el nacionalismo ucraniano, incluso el extremista. El gobierno intentó limitar el derecho a la protesta, lo que motivó un recrudecimiento del conflicto, la destitución por parte de la Rada Suprema y posterior huida hacia Rusia del gobernante.

En medio de los desórdenes, se produjo la declaración de independencia y posterior ocupación rusa de Crimea y la ciudad autónoma de Sebastopol, anexadas a la Federación Rusa mediante un referéndum que la comunidad internacional no ha reconocido como válido.

Mientras tanto, las fuerzas prorrusas, con apoyo militar y económico del gobierno de Putin, se hicieron con el poder en las regiones de Donetsk y Lugansk y proclamaron sendas «Repúblicas Populares», independientes de Ucrania que, en ese entonces ni Rusia reconoció, aunque las apoyaba.

Esta secesión provocó el estallido de la guerra en el Donbás de 2014-2015, a la que se intentó poner fin ‒sin éxito‒ con el alto al fuego establecido por el Protocolo de Minsk (2014). Estos acuerdos establecían, entre otras medidas, la retirada de los grupos militares ilegales; otorgamiento de un «estatuto especial» que incluyera una descentralización del poder en dichas regiones; realización de elecciones anticipadas en la región de acuerdo con las leyes ucranianas y aprobación de un programa de reconstrucción económica para el Donbás.

Rusia Ucrania

(Imagen: Página 12)

Ante el incumplimiento por las partes involucradas, se adoptó el Acuerdo de Minsk II (2015) que establecía el alto al fuego inmediato; la retirada de todo el armamento pesado del territorio; creación de una zona de seguridad; adopción de una «autonomía temporal» en ambas regiones; retirada de tropas extranjeras; reforma constitucional en Ucrania que incluyera el reconocimiento de la descentralización y la adopción de una legislación permanente que reconociera las particularidades de ciertos distritos (porque no todos son rusófonos y prorrusos) en ambas regiones; así como la restauración al gobierno de Ucrania del control de todas sus fronteras, incluidas las que la separan de la Federación Rusa.

Tampoco Minsk II fue cumplido por las partes en conflicto, incluida Rusia y continuaron los combates entre las fuerzas ucranianas y las separatistas apoyadas por el país vecino.

Desde finales de 2021 se incrementó la concentración de tropas rusas en la frontera oriental y nororiental de Ucrania, aunque diversos funcionarios oficiales de ese país negaron su intención de atacar a su vecino. A inicios de 2022 se intensificaron los enfrentamientos entre tropas ucranianas y separatistas, apoyadas por Rusia, con acusaciones desde ambas partes sobre el origen de los ataques.

Ello se vio agravado por las gestiones del gobierno ucraniano de ingresar tanto a la OTAN como a la Unión Europea, que fue respondida por Putin con la supuesta «operación militar especial» que, en realidad, ha sido una invasión en toda regla. Después de fracasados intentos por conquistar Kyiv y Járkiv, las principales ciudades ucranianas, atacadas por aire y tierra, ha logrado establecer un corredor en el este y el sur de Ucrania que une los territorios separatistas con la península de Crimea, anexada desde 2014.

Además de este territorio, Rusia terminó anexando ilegalmente las zonas separatistas de las regiones de Donetsk y Lugansk en el este y Jerson y parte de Zaporiya en el sur de Ucrania.

Falacias

Zonas de Ucrania ocupadas por Rusia. (Fuente: Epdata)

En un acto público convocado el día del aniversario de la invasión y efectuado en el estadio moscovita Luzhniki, Putin afirmó que Rusia “luchaba por nuestras tierras históricas, por nuestro pueblo”, lo que no deja lugar a dudas de que el objetivo estratégico es la supresión de la independencia ucraniana y muy probablemente ello también podría incluir a Moldavia o al menos a Transnistria.

El 14 de febrero de 2023, el portal noticioso swissinfo, citando fuentes noruegas, cifraba las pérdidas de vidas humanas, tanto civiles como militares, entre 30.000 y 40.000, de los que entre 6.600 y 7.000 serían civiles. Se han denunciado casi 65.000 presuntos crímenes de guerra, la mayor parte de los cuales se atribuye a tropas rusas.

Entre los casos más notorios se menciona el ataque ruso al hospital de maternidad de Mariúpol, así como las muestras de cadáveres de civiles en las calles de Bucha con las manos atadas encontrados tras la retirada rusa. También existen acusaciones de torturas de prisioneros rusos por parte de fuerzas ucranianas. Alrededor de ocho millones de ucranianos se han visto obligados a abandonar sus hogares, emigrando a países vecinos, de los que solo una muy pequeña parte ha regresado al país. Varias ciudades han sido devastadas por la guerra y otras severamente afectadas por ataques de misiles rusos.

Realidades, ética y geopolítica

Las falacias no pueden esconder las realidades. Rusia ha invadido Ucrania con la intención de suprimir su independencia y recuperar lo que el gobernante ruso llama «tierras históricas» o desmembrarla, anexando por la fuerza las zonas oriental y sur del país, ricas en recursos naturales y ubicadas estratégicamente para un acceso dominante en el Mar Negro, al peor estilo imperialista.

Pareciera que, mediante la combinación de un conservadurismo extremo, nacionalismo exagerado y reforzamiento de los valores tradicionales de la iglesia ortodoxa, Putin pretende restaurar, de alguna forma, el viejo Imperio Ruso.

A menudo se esgrime el argumento de que Estados Unidos y la OTAN marginaron a Rusia y la consideraron un enemigo después de la desintegración de la Unión Soviética. Lo que sin dudas debió ocurrir es que, de la misma forma que se incorporaban a la OTAN los antiguos países socialistas e incluso las ex repúblicas soviéticas del Báltico, se hubieran incorporado Rusia, Bielorrusia, Ucrania y los Estados del Cáucaso.

Ucrania

(Foto: Ivar Heinmaa)

Sin embargo, eso no fue lo que ocurrió. Bielorrusia devino un régimen dictatorial desde 1994; Ucrania se ha debatido en una fuerte inestabilidad política, lo mismo Georgia; se han agudizado los enfrentamientos entre Armenia y Azerbaiyán y en las repúblicas de Asia central se han instaurado oligarquías como resultado de la metamorfosis del viejo liderazgo comunista, devenido nacionalista y religioso. Mientras tanto Rusia, después de una etapa de anarquía económica y política bajo Yeltsin, se transformó, poco a poco, en el régimen autoritario que Putin ha impuesto al país, con el apoyo cómplice de la mayor parte de las fuerzas políticas con representación parlamentaria, incluyendo a los comunistas.

La ausencia de un sistema democrático real en Rusia y su intervención directa en diversos conflictos de los Estados periféricos, alejó la posibilidad de una plena integración de este país en los mecanismos de defensa colectiva, que se amplió precisamente cuando el Kremlin comenzó a reforzar su influencia en los conflictos religiosos y lingüísticos que salieron a flote con la desintegración del Estado multinacional.

No cabe dudas que la expansión de la OTAN ha debido preocupar a Rusia, pero los países que se han adherido a ella tienen una larga historia de desencuentros con el gigante euroasiático y han sido ellos los que han solicitado su incorporación a la alianza atlántica.

A pesar de su no inclusión en la OTAN, Rusia fue incorporada en el Grupo de los Siete + uno en 1997, que terminó llamándose Grupo de los Ocho. A pesar de su menor peso económico, se reconoció su peso político en el grupo coordinador extraoficial de la política económica mundial, que también reunía a Estados Unidos, Japón, Alemania, Reino Unido, Francia, Italia y Canadá y que, sin embargo, nunca incorporó a China. La expulsión de Rusia de este grupo se produjo como consecuencia de la anexión ilegal de Crimea en 2014.

La invasión rusa a Ucrania ha estado motivada por intereses geopolíticos imperialistas que en poco difieren de los que determinaron acciones similares de otras potencias en tiempos pasados y presentes. Por ello, las acciones de un imperialismo no justifican las de otro, especialmente cuando ello se traduce en acciones que causan la muerte de seres humanos, desprecio por su vida y, en resumen, violación de la soberanía nacional de Estados independientes.

Aunque a lo largo de la historia en las relaciones internacionales se han impuesto intereses, siempre es posible que no sean precisamente los de la clase dirigente de los países, sino aquellos que permitan asegurar la paz mundial y el respeto a los derechos humanos.

En el horizonte actual no se avizora una solución militar al conflicto entre Rusia y Ucrania. La guerra de desgaste terminará afectando no solo a ambos países, sino también al mundo entero por su impacto en la economía mundial. Continuarán muriendo personas inocentes y se destruirán más ciudades. En la medida en que el conflicto se extienda en el tiempo, es Rusia quien lleva las de perder, porque es el país agresor: carece del valor moral de la defensa de la Patria frente una agresión externa, algo que favorece a Ucrania, que es el país agredido.

Se impone negociar y evitar a toda costa el estallido de una conflagración nuclear, pero ello no puede ser, como en los tiempos de Hitler, a costa de la soberanía de Ucrania. Una base para una solución negociada necesitará partir del respeto a las fronteras y la soberanía de ese país como Estado soberano, así como encontrar los caminos para que dicha soberanía considere las especificidades culturales de las comunidades ruso-parlantes del Este ucraniano.

La posible neutralidad ucraniana, sin embargo, podría asegurarse a través de un compromiso internacional que incluya a Rusia y que garantice la inviolabilidad de sus fronteras estatales. Una paz que sacrifique a Ucrania solo incrementará el apetito expansionista del nuevo imperialismo ruso, tal y como ocurrió con Checoslovaquia en 1938 con el vergonzoso Acuerdo de Múnich.

17 marzo 2023 38 comentarios 1,5K vistas
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Un contexto pesimista: las relaciones Cuba-Estados Unidos a principios del 2023

por Carlos Alzugaray Treto 9 marzo 2023
escrito por Carlos Alzugaray Treto

Una vez más los vaticinios de que las relaciones cubano-norteamericanas comenzarían a mejorar definitivamente este año, han sido desmentidos por la realidad en el terreno.

Como ha quedado demostrado a lo largo de los últimos 64 años, en una relación tan asimétrica entre vecinos cercanos, lo que puede hacer La Habana para modificarlas es muy poco en comparación con lo que puede hacer Washington. Por eso, el actual contexto está marcado por una clara hostilidad del gobierno norteamericano hacia el cubano y una política de «guerra fría» desde aquel hacia este.

Esa política la inauguró Donald Trump en 2017, cuando revirtió el breve momento de normalización que Raúl Castro y Barack Obama inauguraron en diciembre de 2014. A pesar de la buena disposición del gobierno cubano para retomar ese camino de normalización, tanto bajo Donald Trump como bajo Joe Biden, su sucesor, la relación sigue congelada en un conflicto al que Obama intentó poner fin sin éxito.

Se había pensado que con el reinicio de las conversaciones migratorias en abril de 2022, y su continuación a fines de año, las crecientes demandas de actores domésticos (representantes demócratas en el Congreso) e internacionales (nuevos gobiernos en Colombia y Brasil y la Cumbre de la CELAC, en Buenos Aires) para que Cuba fuera retirada de la lista de países promotores del terrorismo del Departamento de Estado; así como la aplastante derrota demócrata en las elecciones parciales en Florida, que la sacaba definitivamente de la lista de Estados en disputa (battleground states); se produciría un clima favorable para que el presidente Biden al fin se distanciara clara y definitivamente de las políticas de «guerra fría» contra Cuba restablecidas por Donald Trump en junio del 2017.

Contexto

El presidente Donald Trump muestra una orden ejecutiva firmada rodeado de miembros del gabinete y simpatizantes en Miami el 16 de junio de 2017. (Foto: Lynne Sladky / AP)

Se esperaba también que eso llevara a la administración a adoptar una política propia hacia Cuba que se acercara más a la de Barack Obama, quién célebremente proclamó en marzo del 2016 durante su visita a La Habana, que había venido a poner fin al último conflicto de la Guerra Fría.

Aunque la administración ha introducido dos o tres cambios cosméticos en su política hacia la Isla en las últimas semanas, aún quedan al menos tres medidas tomadas por Trump que el actual presidente demócrata no ha tocado: el mantenimiento de Cuba en la lista de estados promotores del terrorismo; la autorización de que ciudadanos cubano-americanos que eran cubanos cuando sus propiedades fueron nacionalizadas en los primeros tres años de la Revolución acudan a los tribunales norteamericanos para pleitear contra inversionistas extranjeros que estén explotando esas propiedades en coinversión con entidades cubanas (Titulo III de la Ley Helms-Burton, suspendido por todos los presidentes republicanos y demócratas entre 1996 y 2019); y la creación de una lista restringida de hoteles donde ciudadanos norteamericanos que viajen legalmente a Cuba no se pueden alojar.

Esta última medida es tan abarcadora que en La Habana hay uno sólo excluido de la lista. Téngase en cuenta que ello refuerza la prohibición de viajar, excepto a las personas que puedan clasificarse en las doce categorías autorizadas, una regulación de por sí bastante engorrosa. Recuérdese que Obama la echó por la borda mediante la aprobación de una licencia general que, junto a permitir las visitas de cruceros norteamericanos a puertos cubanos, tuvo un impacto decisivo en el aumento de visitantes norteamericanos. Esto, a su vez, influyó también en el auge de los negocios privados, perceptible en la Cuba del 2015-2016.

Tres o cuatro acontecimientos en la última semana demostraron que la administración Biden tiene muy pocas intenciones de distanciarse claramente de las políticas de guerra fría que giran alrededor de la aplicación de la presión máxima por medidas coercitivas unilaterales en lo económico y fomento de la subversión en lo político para producir el ansiado «cambio de régimen».

En rápida sucesión, Washington, a pesar de la solicitud oficial de devolución del gobierno cubano, otorgó asilo político a un piloto cubano que cometió un claro delito de secuestro de nave aérea, lo que viola distintos acuerdos bilaterales y multilaterales; canceló, a mitad de su desarrollo, la visita de un grupo de funcionarios cubanos invitados a Estados Unidos dentro del acuerdo de cooperación sobre seguridad portuaria y navegación marítima; y continuó listando a Cuba entre los estados promotores del terrorismo en el informe anual sobre el tema que cubría el año 2021, publicado hace unos días por el Departamento de Estado.

En lo que va de 2023, se han dado algunos pasos que no por positivos dejan de ser muy tímidos, si se tiene en cuenta el negativo estado en que la administración Trump dejó las relaciones. Ellos fueron la reapertura parcial de los servicios consulares de la embajada norteamericana en La Habana, cerrados desde 2017 debido a los supuestos «ataques acústicos», y el restablecimiento de un canal regular para el envío de remesas desde Estados Unidos. No pocos analistas han señalado que la Casa Blanca evitó comentar el informe de la comunidad de inteligencia que exoneraba a la Isla en el tema de los falsos «ataques».

Desde el primer momento el gobierno cubano aseguró que no tenía nada que ver con los «incidentes sónicos» que la administración Trump adujo como excusa para cerrar los servicios consulares en La Habana. Asimismo, ofreció toda la cooperación necesaria y puso a disposición de los investigadores norteamericanos las facilidades imprescindibles para llevar a cabo su trabajo en territorio cubano. Lo menos que  merecían tanto el gobierno como los miles de ciudadanos cubanos afectados por la medida, era una disculpa pública oficial de la Casa Blanca y del Departamento de Estado. Eso no se produjo.

Contexto

El presidente de Estados Unidos, Donald Trump y el líder de la mayoría del Senado, Mitch McConnell, dijo que creía que el Gobierno de Cuba estaba detrás de los presuntos ataques sónicos contra diplomáticos estadounidenses en la isla. (Foto: Kevin Lamarque / Reuters)

Por otra parte, a fines del 2022, funcionarios del Departamento de Estado adelantaron a distintas fuentes que la administración preparaba un paquete de medidas para facilitar el acceso del sector privado cubano a productos e insumos en Estados Unidos. Todo indica que la iniciativa, que se daba por hecha una vez pasaran las elecciones parciales de noviembre del 2022, ha sido pospuesta sine die.

La administración Biden se ha metido en un callejón sin salida del cual le será difícil salir si no define claramente su posición ante el gobierno cubano. O acepta su legitimidad y amplía la cooperación para avanzar en el proceso de normalización, como hizo el presidente Obama, o acepta el precepto central de la ya fracasada política de «guerra fría», que tiene como centro deslegitimar al gobierno y coaccionar al pueblo cubano para lograr el cambio de régimen. Este es un dilema del cual ninguna administración demócrata ha podido escapar.

Los presidentes Jimmy Carter y Bill Clinton intentaron evadirlo con «medias tintas» y fracasaron. El presidente Barack Obama lo solucionó de la única forma que se puede: dijo claramente que Estados Unidos no tenía ni la intención ni la posibilidad de imponerle a Cuba un cambio y que ese cambio dependía exclusivamente de los cubanos. Estos pronunciamientos, que se sumaron a su conocida posición de oponerse a las sanciones económicas, comerciales y financieras contra la Isla desde 2004, cuando era Senador por Illinois, no le impidieron al mandatario ganar el estado de Florida, tanto en 2008 como en 2012.

Según Juan González, director de América Latina del Consejo de Seguridad Nacional en la Casa Blanca, la política de Biden hacia Cuba, se ha acordado ya, y no será ni como la de Trump ni como la de Obama. O sea, una «tercera vía», emulando los intentos fallidos de Carter y Clinton. Como aquellas políticas, tiene el claro inconveniente de que no se desmarca del propósito de provocar el derrocamiento del gobierno cubano mediante una combinación de presiones económicas y subversión política. Dado que ese objetivo ha demostrado ser inalcanzable después de reiterados intentos de reforzar la coacción y la subversión, cualquier administración que lo adopte sucumbirá ante las presiones de la derecha en el Congreso, pues siempre se le reprochará que no logró lo que proponía.

Es probable que lo que se vea en los próximos meses, y sobre todo durante el año electoral 2024, sea una administración Biden sin una idea clara de qué es lo que quiere con Cuba: normalización y cooperación o guerra fría y cambio de régimen. Como esta última fue la que le dejó Trump en vigor cuando emitió su directiva presidencial de 2017, por la cual revirtió la de Obama de 2016, no queda más remedio que adoptar un enfoque pesimista.

Más allá de la tendencia hacia las prácticas de «guerra fría» de sus colaboradores, en última instancia el responsable de ello es el propio Biden, quien no ha sabido liderar la política hacia Cuba, como hizo el presidente Obama en sus dos mandatos.

No hay a la vista un gobierno norteamericano que asuma el reto de volver a la vía de la normalización iniciada por el presidente Obama. Mucho menos será eso concebible si el gobierno cubano no supera la crisis económica, social y política que embarga al país y no logra que el mismo avance decididamente por el camino de la prosperidad.

Entre los adversarios más furibundos del gobierno cubano en Estados Unidos, la crisis actual fomenta la narrativa de que la sociedad cubana ahora sí es vulnerable a las sanciones y es el momento de apretar y no aflojar para lograr el cambio de régimen. En un contexto en que las elites norteamericanas han abrazado la “nueva guerra fría” como principal “modus operandi” en política exterior, es presumible que esa narrativa ha sido asumida por el entorno de Biden y hasta por el propio presidente.

La fórmula que posibilitaría al gobierno cubano contrarrestar esta manera de pensar es encarrilar el país de manera categórica en el camino de la prosperidad, acometiendo con audacia y rigor las reformas aprobadas. Esta estrategia sería mucho más efectiva si ello se hace en alianza mutuamente respetuosa y beneficiosa con los emprendedores privados, la sociedad civil y la ciudadanía en general. No se puede olvidar que en un eventual proceso de normalización pudiera haber la pretensión de fomentar el distanciamiento entre gobierno y sociedad civil.

Altos funcionarios cubanos han vuelto a demandar que se cambie la vieja mentalidad. Una de las manifestaciones de esta última es la de posponer cambios inevitables pero riesgosos o incómodos para ganar tiempo. La vida, siempre terca, ha demostrado en estos años que esa táctica no funciona más.

9 marzo 2023 37 comentarios 1,6K vistas
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Terrorismo

Cuba y el terrorismo imaginario

por Consejo Editorial 1 marzo 2023
escrito por Consejo Editorial

Este martes Estados Unidos volvió a incluir a Cuba en la lista de países que no colaboran contra el terrorismo. Es esta una designación extremadamente importante desde el punto de vista legal y político, con ramificaciones que afectarán al gobierno en La Habana y a la ciudadanía. La medida demuestra la inexistencia de una política consistente hacia el país caribeño por parte de la administración Biden, que continúa sin cumplir su promesa electoral de normalizar las relaciones bilaterales y mantiene la retórica hostil que promovió la presidencia de Donald Trump.

La inclusión se hace, una vez más, sin aportar evidencia sobre cómo el Estado cubano apoya acciones terroristas o que puedan poner en peligro la estabilidad de su vecino del norte. También llama la atención el carácter arbitrario de los países listados, con un criterio de selección subordinado a intereses más económicos y políticos que de seguridad.

La decisión no solo restringe el espacio para la diplomacia entre ambas naciones, sino que sostiene una tensión política que dificulta las posibilidades de un proceso de diálogo entre ambos gobiernos. También obstaculiza esfuerzos internacionales para aliviar la actual crisis económica y mediar en la compleja situación de derechos humanos en la Isla. Por último, brinda una justificación al gobierno caribeño para mantener prácticas autoritarias como supuesta «defensa» ante la agresión extranjera.

En materia legal, la designación de un Estado como patrocinador del terrorismo influye en dos áreas: las sanciones y la soberanía. Activa controles de exportación para artículos que necesita el pueblo cubano y restringe el acceso al alivio de deudas y al financiamiento internacional. Además, elimina un derecho del que gozan todos los estados soberanos: la inmunidad ante las cortes estadounidenses. Ese hecho convierte a la nación en vulnerable a demandas sustanciales.

Históricamente, la inclusión en la lista ha sustentado sanciones cada vez más severas que repercuten en la economía y, por tanto, en la población del país listado. Las empresas y organizaciones con sede en Estados Unidos pueden asumir que cualquier compromiso con Cuba estaría prohibido, incluso para actividades que técnicamente se permitan. Las firmas extranjeras pueden estar expuestas a acciones legales en Estados Unidos. A menudo el riesgo de ver manchada la reputación por estar vinculado a un país que forme parte de la lista es tan alto que muchas empresas evitan hacer negocios sin investigar los tecnicismos.

El anuncio contrasta con la expectativa de las últimas semanas sobre un posible cambio en la política estadounidense hacia Cuba. Señales tímidas de diálogo bilateral y un comentario sobre Cuba del presidente Biden al senador Bob Menéndez, parecían anticipar algún movimiento en el sentido correcto.

Si bien el gobierno cubano tiene prácticas de autoritarismo que afectan a la ciudadanía y se alejan de la búsqueda de consenso, el estadounidense, a pesar de su retórica pro-democrática, insiste en decidir por los cubanos el rumbo político de la Isla, con la actitud —también autoritaria— de provocar miseria como forma de castigo. Atrapados entre ambas fuerzas están 11 millones de personas como «daño colateral».

Todavía resuenan las palabras de Barack Obama en su visita a La Habana cuando vaticinó un futuro de esperanza, protagonizado por la ciudadanía y nadie más. La administración Biden se ha esforzado por mostrar que su política hacia el pueblo cubano es diferente a la que asumió Obama. Y tienen razón, es peor.

1 marzo 2023 49 comentarios 1,3K vistas
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Rusia Ucrania

Rusia y Ucrania: raíces y escenarios de un conflicto atizado por la OTAN

por Domingo Amuchastegui 24 febrero 2023
escrito por Domingo Amuchastegui

El conflicto entre Rusia y Ucrania estremece hoy más que nunca al mundo. Hablamos de un escenario peligroso y complejo, factores trágicamente atizados por la sostenida injerencia de los Estados Unidos y sus acólitos. Corresponsales de guerra, periodistas acreditados, noticiarios, testigos ciudadanos de ambas naciones, entre otros tantos voceros, sobresaturan jornada tras jornadas los espacios informativos con datos y crónicas más alarmantes cada vez. Parecería como si una monumental debacle mundial estuviera a punto de desatarse.

Para entender los procesos de esta contingencia bélica, urge remontarnos a los orígenes de ambas regiones.

Raíces

Históricamente hablando, coexisten elementos que ayudan a comprender mejor la formación y expansión de la identidad, la cultura, la lengua y los múltiples nexos psicosociales del mundo eslavo y de Rusia como su núcleo protagónico, desde su formación inicial en torno al siglo IX.

Su corazón nace en Novgorod y Kiev, lo que conocemos como El Rus. La primacía de este último enclave de urbanización, poder, expansión y unificación, se desplazaría siglos más tarde hacia la región y ciudad de Moscú. Desde Alexander Nevski hasta la conocida novela Taras Bulba, se conforma la Rusia moderna.

Entre los siglos XIII y XVI, el Imperio Mongol (la temida Horda Dorada) se enseñoreó en su control sobre las tierras rusas. Durante este período no se habían conformado aun Ucrania, Bielorrusia y otros estados que hoy reconoceríamos en los mapas.
Solo con la derrota de La Horda a manos de los príncipes rusos, cesarían las amenazas e invasiones desde el este. Culminó así la unificación de Rusia y es a partir de este momento ‒como en todos los imperios durante esas centurias‒ que se inicia la expansión por Asia Central, Siberia y las costas e islas del Extremo Oriente, en dirección al Mar Negro.

Desde el siglo XVIII en adelante, las monarquías y poderes imperiales de Europa Occidental atacaron e invadieron el espacio geoestratégico ruso en repetidas oportunidades. Batallaron los Caballeros Teutónicos y la alianza polaco-lituana, prosiguiendo con Federico El Grande hasta Napoleón Bonaparte, suecos, lituanos y fineses, hasta arribar a la gran coalición de Gran Bretaña-Francia-Imperio Otomano que pugnó, inútilmente, por despojar a Rusia de Crimea, un espacio de suma importancia para su economía: el acceso al Mar Negro con puertos que no se congelan. Acontecerían después los devastadores episodios de ambas guerras mundiales, una vez más desde el occidente europeo.

Estas son algunas razones de peso para que la Rusia zarista del pasado, la U.R.S.S. de su tiempo y la Rusia de hoy, confluyendo en una sola nación, desconfíe de los desplazamientos de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN). El bloque militar, desde los años noventas del siglo pasado, ha venido «reclutando» miembros del finado campo socialista hasta colocarse ante las puertas de Ucrania.

Precisamente este territorio (Ukrainía en sus orígenes) era identificado por un término que indicaba en lengua rusa tierras fronterizas o zonas distantes hacia el oeste. Es a partir del siglo XIX que emerge una cierta corriente de identidad propia ‒como parte de las corrientes paneslavistas de la época‒ en oposición a la opresión zarista. Cristalizaría como Estado, aun con fronteras cambiantes durante años, en los inicios del Poder Soviético, luego de 1917.

Los primeros gobiernos de Kiev, durante los años noventas, resistieron las tentaciones y ofertas para sumarse a la OTAN. Con ello se pretendía alterar el espacio inmediato de Rusia en sus fronteras occidentales, compuestas hoy desde las repúblicas bálticas (Lituania, Letonia y Estonia), Polonia, Bulgaria, Rumanía y Moldavia y varios países del Cáucaso. Baste decir que todas estas naciones son miembros de la OTAN, hostiles a Rusia y con gobiernos neoconservadores y hasta fascistoides, caracterizados así por diversos observadores internacionales.

No es ocioso recordar que la Alemania de Merkel había dado garantías a Gorbachov ‒cuando ya se hacía inminente el colapso de la URSS‒ de que la OTAN no avanzaría hacia estos espacios en la vecindad geoestratégica de Rusia.

Gorbachov

Mijaíl Gorbachov (Foto: David Longstreath/AP)

A su vez, Ucrania vivió después de 1991 un proceso muy similar a otras antiguas repúblicas soviéticas. Se reconoce que las viejas estructuras del Partido y el gobierno de la época soviética pasaron a dominar la escena política, «echando mano» a sus recursos humanos (algunos transformados en grandes magnates u oligarcas) para perpetuarse en el poder.

De manera similar ocurrió en Ucrania, hasta mediados de la primera década del presente siglo, con los presidentes Leonid Kuchma y Viktor Yanukóvich, enfrentados a una marejada de protestas. Confluían generaciones de jóvenes descontentos de muy diversas filiaciones: desde profascistas seguidores de Stepan Bandera (el mayor y más sanguinario colaborador de los ocupantes nazis), hasta los nuevos grupos socialdemócratas, socialcristianos, comunistas, entre otros.

Esto se conjugaba muy activamente con un intenso proceso de entrenamiento, asesoría y financiamiento en el terreno, por parte de las grandes potencias europeas. Desde el occidente y de manera especial, actuaban los Estados Unidos (en coordinación con el Departamento de Estado, la USAID y otras instituciones públicas y privadas) que aportaron durante ese período más de 65 millones de dólares, de acuerdo a medios de prensa de Europa Occidental.

El primer gobierno ucraniano, presidido por Víktor Yanukóvich, sería puesto en jaque bajo los efectos de las más diversas dinámicas de confrontación y cambios. Todo culminaría con la renovación del proceso político y electoral. A dicho proceso se le nombró como La revolución naranja, por el color que identificaba a los opositores.

De ahí emergió como ganador la figura de Víktor Yuschenko, quien inicia los tanteos de un desplazamiento total hacia Occidente. Dio los primeros pasos para asociarse con la Unión Europea, coqueteando con la iniciativa de sumarse a la OTAN. A ello daría continuidad el siguiente mandatario, Petro Poroshenko, derrotado en urnas por el actual presidente Volodymyr Zelenski, en medio de un flujo y reflujo de partidos, bloques y alianzas de gran inestabilidad.

A Poroshenko le correspondió enfrentar las tendencias separatistas del oriente del país (en la zona del Donbás), como reacción a sus inclinaciones prooccidentales/OTAN y de ruptura con el Patriarcado Cristiano de Moscú y reforzar el papel de las iglesias y su crecientes nexos con el Papado.

¿Y por qué el oriente del país? Por una diversidad de factores de identidad, lengua, nexos económicos y demográficos, de profundo sentido de pertenencia, que hacen proclive a esta región a enlazarse con Rusia desde los tiempos de la emperatriz Catalina de Rusia.

Precisamente, para no olvidar el peso de la lengua rusa y sus muy diversas connotaciones, una breve anécdota que clarifica aun más esta situación. La conocida encuestadora Gallup realizó una pesquisa en Ucrania. Con anterioridad preguntaba a los entrevistados en cuál idioma preferían contestar: a elegir entre el ruso o el ucraniano. El 83% contestó que preferían el ruso y no el subproducto lingüístico ucraniano.

Todo ello y mucho más desembocó en los tristemente conocidos episodios bélicos en la zona del Donbás entre 2013 y 2014. Culminaría en la autodeterminación de las repúblicas de Lugansk y Donetsk y su ulterior separación del gobierno de Kiev, refrendado en los Acuerdos de Minsk (2013-2014).

Al final de la breve contienda participarían en la firma Rusia, Ucrania y la Organización de la Seguridad y Cooperación Europea (OSCE), respaldados por una declaración de apoyo de Francia, Alemania y Rusia. Pero estos acuerdos continúan pendientes para su materialización, hasta que no se produzca un desenlace efectivamente concertado para la puesta en práctica.

Solución rusa

(Foto: Monarquías.com)

Durante semejante conflicto, Rusia decidió apoyar a los separatistas de Lugansk y Donetsk y avanzar sobre Crimea (con piezas claves como los puertos y bases de Sebastopol), incorporados unilateralmente por Ucrania en los años cincuentas, bajo la égida del también ucraniano Nikita Jruschov.

Desde 2014 y apoyados en esa coyuntura, Estados Unidos y la Unión Europea aplican sanciones múltiples a Rusia e impulsan ‒como nunca antes‒ la captación de Ucrania para las filas de la OTAN, con el beneplácito de su presidente/actor Volodymir Zelenski. Paralelo a esto, los despliegues de fuerzas y medios militares de la OTAN en Ucrania y los estados vecinos, se incrementan a diario a un ritmo acelerado.

Mantienen al planeta en un estado de alerta, semejante a la otrora famosa Crisis de Octubre. Washington lleva meses anunciando la invasión rusa de Ucrania para así justificar sus propias acciones agresivas. El nudo gordiano, el meollo del conflicto descansa en un tema crucial: ¿se sumará Ucrania a la OTAN?

Ante semejante contingencia, ¿es dable que Rusia se preocupe y despliegue medidas defensivas, tanto militares como político-diplomáticas? La dirigencia rusa ha precisado y reiterado que la incorporación de Ucrania a la OTAN es una amenaza directa a su seguridad nacional y a la de su espacio geoestratégico.

¿Se necesita una zona de neutralidad, una suerte de buffer zone que separe a los potenciales contendientes?

¿Exageran los rusos?

¿Están jugando a la guerra o su postura defensiva se justifica per se?

¿Cuáles argumentos se aceptarían para colocar a la OTAN a las puertas de Moscú?

La OTAN ya ha avanzado en demasía en los últimos treinta años y no es posible explicar ante el mundo por qué un bloque militar de tal envergadura ‒único a escala global, que sobrevivió injustificadamente al fin de la primera guerra fría, tras el colapso de la U.R.S.S. Esa misma OTAN que hoy asedia las fronteras de Rusia…

Rusia-Ucrania

(Imagen: Redacción de SoyDe…)

Escenarios

Los politólogos, en especial los norteamericanos, son muy dados a la «construcción» de disímiles escenarios, especulando en cuáles posibles direcciones puede derivar el conflicto actual. Expongamos algunos de ellos:

El conflicto desemboca en una confrontación, limitada o generalizada, con el empleo de medios nucleares. Esta tesis resulta altamente improbable, debido a sus devastadoras consecuencias para ambas partes. Hasta hoy ha prevalecido la más plena conciencia de que una conflagración semejante implicaría la Destrucción Mutua Asegurada (DAM o MAD en inglés).

Tendencia a apaciguarse y negociar un arreglo. Mucho más probable (más próximo al desenlace de 2013-2014), pues Europa se abre paso a un estado de conciencia contrario a forzar la expansión de la OTAN, con promotores de semejante rumbo como Francia y Alemania, que impulsan hoy activamente un desenlace negociado. A esto se suman duelos verbales y posibles negociaciones en el ámbito de la ONU.

No puede obviarse que ambos países son piezas claves dentro de la OTAN. El propio Zelenski ahora parece estar moderándose y llamó en días recientes a no crear pánico entre la población, agregando que no consideraba ahora la situación más tensa que antes. La gente en el exterior cree que hay una guerra. Este no es el caso.

En dirección similar se ha pronunciado el presidente de Croacia, Zuran Milanovic, criticando el proyecto norteamericano de incorporación de Ucrania a la OTAN y con ello el de desestabilizar la situación geopolítica de la región. Ordenó el retiro de las tropas croatas de Polonia y acusó al propio primer ministro, Andrezy Peenkovich de ser un agente de Ucrania. Milanovic apuntó a un ángulo válido cuando afirmó que esto no tiene que ver con Ucrania o Rusia, sino con las dinámicas de la política interna de EE. UU.

No puede pasarse por alto que la administración de Biden busca contrarrestar los efectos de descrédito como consecuencia de su desastroso manejo en la retirada de las tropas norteamericanas de Afganistán, mientras que Trump y sus acólitos procuran capitalizar los beneficios de semejante desastre en la nación afgana, luego de veinte años de consecutivos fracasos.

(Foto: Reuters)

La actual situación económica tiende a empeorar y con ello se refuerza el segundo escenario:

a. El pánico al que alude Zelenski agrava el deterioro económico de Ucrania desde hace dos años y mantiene alejada a la inversión extranjera.

b. Las operaciones comerciales e inversiones de la UE en Rusia (y en especial las de Alemania y Francia), comprenden operaciones enormes.

c. Un porcentaje muy elevado de la seguridad energética de Europa Occidental (justo ahora que comienzan a desmantelar las plantas de energía atómica en Alemania), depende de los suministros de gas y petróleo de Rusia. ¿Arriesgar todo esto por las maniobras de Washington de forzar la entrada de Ucrania en la OTAN? No parece que le beneficie e interese a los principales actores económicos de Europa Occidental y a los rumbos que deban impulsar o no en contra de Rusia.

El gobierno de Zelenski, asumiendo el eventual apoyo de Estados Unidos de manera indirecta o directa, decide avanzar militarmente sobre los separatistas de Lugansk y Donetzk (los que contarían seguro con un apoyo, directo o indirecto de Rusia) a fin de recuperar dichos territorios. Se origina un conflicto local limitado, cuyo desgaste obligaría a las partes a regresar a los esquemas de negociación definidos en los Acuerdos de Minsk, como punto de partida con vistas a un arreglo más abarcador y viable. Este escenario cuenta con muchas probabilidades, pero cede terreno a la esfera político-diplomática que propugnan Francia y Alemania, ahora con la incorporación de la ONU como marco negociador auxiliar.

Ucrania

(Foto: Ivar Heinmaa)

Un incremento en escala hacia un conflicto local generalizado, que involucre a las fuerzas y militares convencionales de Kiev y Moscú. Eventualmente pudiera incluir también fuerzas convencionales limitadas de la OTAN (países miembros fronterizos con Ucrania), configurándose un conflicto con muchas similitudes al de la desintegración de Yugoslavia en los noventas del siglo pasado y en algunos aspectos a aquellos que se desarrollaron en las repúblicas del Cáucaso por la misma década. Este sería el escenario probable en caso de que fracasaran los procesos de negociación y mediación.

Viraje interno en Ucrania. Los servicios de Inteligencia británicos han denunciado que Moscú alienta una suerte de giro político interno en Kiev. Parecen descubrir el agua tibia. No puede omitirse que en Ucrania la oposición a Zelenski en número y fuerza es todavía apreciable (no solo de partidarios prorrusos), incrementado esto por el rechazo creciente a un conflicto militar y el deterioro económico en ascenso.

¿Cómo se refleja esto en el seno de las fuerzas armadas ucranianas? Se manejan múltiples especulaciones, rumores, pues los militares ucranianos saben que sucumbirán en caso de manifestarse el quinto escenario.

Todo podría repercutir negativamente para Zelenski. Incluso, la combinación de los elementos daría lugar a choques políticos de envergadura, precipitando la caída del presidente ucraniano. Representa a su vez un vuelco político que rechazaría la opción de sumarse a la OTAN y de avanzar hacia nuevos desenlaces pactados.

No tendremos que esperar mucho para reconocer cuál de estos escenarios prevalecerá, o una combinación de ellos. Estados Unidos vive un año de elecciones de medio término, donde se define el control del Congreso. Biden está en una situación política en extremo precaria, que lo obliga a tratar de salir lo mejor parado posible de este conflicto. Pero mejor para él no jugar a la ruleta rusa…

24 febrero 2023 55 comentarios 1,3K vistas
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Política estados unidos cuba

¿En qué consiste la “nueva” política de Estados Unidos hacia Cuba?

por Redacción 20 febrero 2023
escrito por Redacción

La Embajada de Estados Unidos en Cuba ha anunciado en su serie informativa de Facebook “Política Explicada” que sus disposiciones se encaminan a aumentar “los flujos humanitarios, ampliar los viajes hacia y desde la isla, ayudar al desarrollo del emprendimiento en Cuba incluyendo el acceso sin censura a Internet”, y el libre flujo de las remesas.

Otra publicación de este domingo en la misma red social precisa: “Trabajamos para garantizar una migración segura, regular y ordenada de los cubanos ampliando las operaciones consulares Embajada de Estados Unidos en Cuba, reiniciando el Programa Cubano de Parole Familiar y promoviendo otras vías de migración como el nuevo proceso de parole, al tiempo que disuadimos de la migración irregular”.

De igual manera, la Embajada también ha denunciado la encarcelación de más de 700 manifestantes del 11 de julio y más de 1 000 presos políticos, para los que solicitó la liberación. Este pedido ha sido respaldado por otras delegaciones y figuras diplomáticas, entre ellas, el Vaticano y la Unión Europea.

Las declaraciones de la Embajada estadounidense ocurren en un escenario de tímida distensión que no ha sido anunciada de forma oficial y que tiene como antecedentes la restauración de los vuelos directos a todas las provincias cubanas desde Estados Unidos, el retorno del personal diplomático a La Habana, conversaciones migratorias entre ambos gobiernos en abril de 2022 y la reanudación del Programa de Reunificación Familiar Cubano.

(Imagen: Left Voice)

Sin embargo, el presidente Joe Biden y el Congreso mantienen el resto de sanciones históricas que pesan sobre la Isla y que dificultan sus relaciones comerciales, el acceso a fondos y créditos internacionales o el uso del dólar. A ello hay que añadir la inclusión de Cuba una vez más por parte del Departamento de Estado en la lista de países patrocinadores del terrorismo y de aquellos que “toleran o cometen violaciones especialmente graves contra la libertad religiosa”; así como la renovación, el pasado viernes, de una declaración de emergencia nacional que impide a embarcaciones estadounidenses ingresar a aguas territoriales de Cuba.

La postura expresada por la administración estadounidense no resuelve la contradicción fundamental de su política hacia Cuba, cuya esencia es el cambio de régimen. La Isla enfrenta desafíos en lo referente a transparencia, libertad de expresión y mayor participación ciudadana en el control popular. Empero, cualquier transformación de orden económico y político debe ser resultado de un ejercicio soberano de su pueblo y no de la injerencia extranjera.

20 febrero 2023 26 comentarios 968 vistas
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Terrorismo

Es hora de retirar a Cuba de la Lista del Terrorismo

por William Leogrande 10 febrero 2023
escrito por William Leogrande

«Es una injusticia lo que ha pasado con Cuba», declaraba el recién electo presidente de Colombia, Gustavo Petro, cuando se le preguntó sobre la designación de Cuba como patrocinador del terrorismo internacional, durante una conferencia de prensa con el secretario de Estado, Antony Blinken, en octubre pasado. «Es necesario corregirlo», agregaba. En ese entonces, Blinken indicó que la designación sería revisada: «Tenemos leyes claras, criterios claros, requisitos claros, y continuaremos revisándolos según sea necesario para ver si Cuba continúa mereciendo esa designación».

La administración Biden ha prometido durante dos años reconsiderar la medida tomada por el presidente Trump solo unos días antes de dejar el cargo, un tiro de despedida diseñado para recompensar a sus partidarios cubanoamericanos y complicar las relaciones del presidente Biden con La Habana. Esa revisión aún no ha sucedido.

La razón principal que ofreció el secretario de Estado de Trump, Mike Pompeo, para volver a poner a la Isla en la lista, fue la negativa cubana a entregar al gobierno colombiano a los líderes guerrilleros del Ejército de Liberación Nacional (ELN). Los rebeldes estaban en La Habana para conversaciones de paz con el gobierno colombiano, copatrocinadas por Cuba y Noruega.

En 2020, el presidente conservador Iván Duque rompió las conversaciones y llamó a Trump para declarar a Cuba patrocinador del terrorismo por dar cobijo a los negociadores. Pero el presidente Petro ha reiniciado ahora las conversaciones, pidiendo a Cuba y Noruega que una vez más actúen como garantes, y negando así la lógica de Pompeo.

Terrorismo

Iván Duque, presidente de Colombia (Foto: EFE/EPA/Shawn Thew)

Cuba fue agregada por primera vez a la lista de Estados Patrocinadores del Terrorismo Internacional en 1982 por el presidente Ronald Reagan, para castigar a La Habana por armar a los movimientos revolucionarios en Centroamérica. Irónicamente, bajo la Doctrina Reagan, Washington estaba apoyando movimientos contrarrevolucionarios en Nicaragua, Angola y Afganistán; movimientos culpables de ataques terroristas contra civiles mucho peores que cualquier otro apoyado por Cuba. Pero así fue la hipocresía de la política exterior de la Guerra Fría.

Después del colapso de la Unión Soviética, Cuba dejó de brindar apoyo material a los revolucionarios de otros países. Los funcionarios de la administración Clinton reconocieron que ya no había ninguna razón para que Cuba permaneciera en la lista de terroristas, pero no estaban dispuestos a arriesgarse a una pelea política con los cubanoamericanos del sur de Florida al quitarla.

Cuando el presidente Obama finalmente ordenó una revisión de la designación de Cuba como parte de su política de normalización de relaciones, el Departamento de Estado y la comunidad de inteligencia concluyeron que Cuba debería ser eliminada. Como señaló el secretario de Estado John Kerry, las otras quejas de Washington contra Cuba —dar cobijo a fugitivos estadounidenses y apoyar al gobierno venezolano— «recaen fuera de los criterios para la designación como Estado Patrocinador del Terrorismo».

Obama sacó a Cuba de la lista en mayo de 2015. Luego, amobos países firmaron un Memorando de Entendimiento sobre cooperación policial, incluida la cooperación antiterrorista. La administración Trump ignoró ese acuerdo y volvió a poner a Cuba en la lista de terrorismo.

A primera vista, el daño a Cuba por estar en la lista parece limitado. Casi todas las sanciones económicas contra los países incluidos en la lista están en vigor contra la nación caribeña desde 1962 bajo el embargo general impuesto por el presidente Kennedy. Pero el impacto sobre los administradores de riesgos en las instituciones financieras globales es devastador.

Al hacer negocios con clientes sospechosos de terrorismo, las instituciones financieras están obligadas por ley a emprender una «diligencia debida mejorada» para garantizar que no estén financiando actividades terroristas sin saberlo. Los mayores costos y riesgos de hacer negocios con un país que figura en la lista, como Cuba, superan el potencial de ganancias.

A las pocas semanas de volver a poner a Cuba en la lista, 45 bancos e instituciones financieras internacionales dejaron de hacer negocios con la Isla. «Es un impacto devastador», dijo el viceministro de Relaciones Exteriores, Carlos Fernández de Cossio. «Cuba todavía hoy, en virtud de su presencia en esa lista, se topa con organizaciones comerciales y financieras que se niegan a interactuar con nosotros por temor a represalias del Gobierno de los Estados Unidos».

Además del daño financiero, la designación como Estado Patrocinador del Terrorismo constituye un insulto a la historia. Desde 1959, Cuba ha sido víctima de cientos de ataques paramilitares por parte de exiliados, muchos entrenados y patrocinados por Estados Unidos durante la «Guerra Secreta» de la CIA en las décadas de 1960 y 1970. Incluso después de que Washington dejó de apoyar estos ataques, continuó albergando a los perpetradores, entre los más notorios, Luis Posada Carriles y Orlando Bosch, quienes organizaron el atentado con bomba en 1976 contra un avión civil de Cubana que mató a las 73 personas a bordo.

Terrorismo

Luis Posada Carriles (der.) con Orlando Bosch, en septiembre del 2009. (Foto: Tracey Eaton / Miami Herald)

Cuando Estados Unidos y Cuba estaban discutiendo el restablecimiento de relaciones diplomáticas en 2015, el tema de la lista de terrorismo fue un punto de fricción importante. «Sería difícil explicar que se hayan reanudado las relaciones diplomáticas mientras Cuba sigue figurando injustamente como un estado patrocinador del terrorismo internacional», dijo Josefina Vidal, la principal diplomática de Cuba en las conversaciones. La lista también es un gran obstáculo para mejorar las relaciones hoy.

Ahora que el presidente Biden aparentemente ha decidido mejorar las relaciones con La Habana, sacar a Cuba de la lista es el próximo paso lógico. Recientemente, una delegación de Estados Unidos fue a La Habana para hablar sobre la cooperación en materia de aplicación de la ley, incluso en materia de lucha contra el terrorismo, un claro ejemplo de cuán anacrónico es que Cuba siga en el listado.

El presidente Biden debería cumplir la promesa que el secretario Blinken le hizo al presidente Petro el año pasado: ordenar una revisión de la lista de Cuba como Estado Patrocinador del Terrorismo, aplicando honestamente los «criterios claros, requisitos claros» especificados en la ley. Una revisión justa concluirá, como lo hizo en 2015, que Cuba no está patrocinando el terrorismo, y sacarla de la lista abrirá oportunidades para mejores relaciones en una amplia gama de temas que benefician a ambos países.

***

Publicado originalmente en Responsible Statecraft. Traducido al español, con autorización de su autor, para ser publicado en La Joven Cuba.

10 febrero 2023 28 comentarios 1,3K vistas
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Protestas represión Perú

Protestas en Perú y derechos humanos en jaque

por Redacción 23 enero 2023
escrito por Redacción

En las últimas semanas, una oleada de protestas tiene lugar en varias regiones de Perú, luego de que el presidente Pedro Castillo —el primero de origen rural en más de 200 años de República— intentara disolver el Congreso a inicios de diciembre de 2022 y en consecuencia, fuera encarcelado.

Las demandas, aunque varían según los diferentes grupos de manifestantes, pueden sintetizarse en la renuncia de la presidenta interina Dina Boluarte, el cierre del Congreso y la convocatoria a elecciones generales junto a una asamblea constituyente; pues pese a que la izquierda ganó en las urnas, los intereses derechistas parecen ganar terreno con el arresto del Castillo y el nombramiento de Boluarte.

Mienras tanto, el Estado peruano ha respondido con una arremetida violenta contra los protestantes, lo que ha causado alrededor de 60 muertos, centenares de heridos y detenidos.

La prensa nacional, integrada por medios como El Comercio, ATV y Latina, que juntos concentran más del 80 por ciento de las comunicaciones en esa nación sudamericana; ha culpado a la organización extremista Sendero Luminoso de estar detrás de las protestas.

Protestas represión Perú

Un portavoz del Alto Representante de la Unión Europea para Asuntos Exteriores, Josep Borrell, repudió los «actos de violencia» y el uso «desproporcionado» de la fuerza en Perú. (Foto: Página 12)

Sin embargo, dicho argumento desconoce la pluralidad de factores que han motivado el estallido social, además de que ha servido para justificar violaciones a la libertad de pensamiento. La persecución a ciudadanos por la tenencia de libros marxistas ha sido una de las prácticas a las que han recurrido las autoridades, como también ocurrió en las dictaduras latinoamericanas del siglo XX.

Los sucesos han llamado la atención de la comunidad internacional y organismos multilaterales en pos del cumplimiento de los derechos humanos. Un portavoz del Alto Representante de la Unión Europea para Asuntos Exteriores, Josep Borrell, repudió los «actos de violencia» y el uso «desproporcionado» de la fuerza. De igual manera, destacó que «las protestas sociales pacíficas que respeten el Estado de derecho son legítimas en una sociedad democrática».

Unido a esto, la Comisión Interamericana de Derechos Humanos de la Organización de Estados Americanos exhortó a «adoptar las medidas necesarias para que los hechos de violencia que hayan resultado en graves afectaciones a la vida e integridad de las personas sean investigados». Igualmente, hizo un llamado al «diálogo nacional».

El nivel de censura intelectual al que estamos llegando debería encender las alarmas de las universidades peruanas. ¿Van a leer a Marx de manera clandestina? ¿Se le erradicará por completo de los sílabus? ¿Harán como que nada está pasando?

— Marco Avilés (@MarcoAvilesH) January 15, 2023

Los enfrentamientos entre los Estados con su ciudadanía por lo general tienen múltiples causas. Particularmente en el continente latinoamericano, hechos como los que vive Perú en los últimos meses están fuertemente condicionados por la situación de vulnerabilidad social en la que se encuentran varias comunidades y grupos poblacionales.

La Joven Cuba condena las violaciones de derechos humanos en Perú, en especial, el asalto de 200 efectivos de fuerzas policiales y carros blindados a la Universidad de San Marcos. Asimismo, se solidariza con el pueblo de ese país, con las víctimas y sus familiares,  e insta al Estado peruano a investigar y juzgar a los responsables de las muertes, así como a implementar con urgencia mecanismos democráticos para el diálogo.

También exhorta a los organismos internacionales a observar atentamente y sin dobles estándares la escalada de violencia política en la nación andina, y a mediar, con respeto a la soberanía, en la solución del conflicto.

23 enero 2023 11 comentarios 1,1K vistas
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Brasil

Entre los cristales rotos de un Brasil que no merece ser

por Maikel Pons Giralt 9 enero 2023
escrito por Maikel Pons Giralt

Llegué hasta la entrada de la Catedral Metropolitana de Brasilia, desde ahí se puede observar el ambiente tenso y a la vez festivo de los manifestantes que invadieron tres horas antes, las sedes del Congreso, el Tribunal Supremo Federal y el Gobierno brasileño. La monumental construcción religiosa, también diseñada por el arquitecto —y comunista— Oscar Niemeyer, se encuentra a menos de un kilómetro de la Plaza de los Tres Poderes, que ha sido convertida en campo de batalla dominical.

Me siento en uno de los bancos que flanquea la entrada al sagrado lugar. Del otro lado, un grupo de partidarios bolsonaristas conversa animadamente y cuentan entre ellos sus hazañas. Desde dentro del recinto se escucha misa, varios de los manifestantes entran a la catedral a ofrecer limosna y rezar, o se persignan y hacen reverencias al pasar por la entrada.

Caminan sin prisa por la Explanada de los Ministerios. Visten la camisa verde-amarela que distingue al fútbol, envueltos en la bandera brasileña con la alegoría al «Orden y el Progreso», o con pulóveres que rezan: «¡Brasil encima de todo, Dios encima de todo!». Observo con cautela, converso con discreción; llama mi atención la diversidad que distingue a las personas que han decidido quebrar la Constitución e implantar su peculiar versión de orden y progreso.

Personas humildes, otras visiblemente de clase media; ancianos, ancianas, gente joven, algunos niños y niñas acompañando a sus padres; hay blancos, negros y pardos. Son los rostros visibles, los que han estado arrodillados y rezando por más de dos meses, soportando lluvias y frío, invocando la intervención militar del ejército o que algún designio celestial impidiese a Lula tomar posesión como presidente.

Los que organizan y financian, los que diseñan y estimulan la filosofía del odio y la ideología del fake news, están protegidos en sus lujosas mansiones, en absoluta impunidad. Mientras los fieles escuderos solicitaban el golpe militar y el retorno a la dictadura, que el clan Bolsonaro clama desde siempre, Eduardo —el tercero de esa dinastía— estaba en Catar, gozando de lo lindo durante el Mundial. Su padre, Jair Bolsonaro, director y principal animador de la puesta en escena de ayer, permanece en Orlando, Miami, desde el 30 de diciembre.

Brasília, 8 janeiro 2023. pic.twitter.com/4zOBRSQU3E

— Patriotas (@PATRlOTAS) January 8, 2023

Pasa un hombre muy mayor en una bicicleta de carrera, envuelto en una bandera, y grita «¡Selva!» Es respondido con vítores por los que avanzan en retirada por el Eje Monumental de Brasilia. Selva es un antiguo código que se utiliza entre los militares brasileños para indicar «acción», «movilización», respuesta urgente ante «peligro». El simbolismo religioso, patriótico y militarista ocupa una parte importante del imaginario bolsonarista. Una particular psicología de masas ha establecido canales de comunicación que no por ser derrotados ocasionalmente, están vencidos.

La afirmación anterior es corroborada en la conversación que sostengo con una angelical joven de treinta y dos años, graduada de gestión pública. Al estilo de una Madonna de Michelangelo, cubre su cabeza y cuerpo con una bandera gigante. Me habla de su decepción con el ejército, del inminente peligro de que el gobierno de Lula permita que el «comunismo mundial» tome Brasil. Le pregunto si cree que esa violencia está bien, y me dice que no fueron ellos, que eran petistas infiltrados, que ellos solo «rompieron algunos cristales para entrar».

La muchacha hace un esfuerzo por ser convincente, me explica que ya el nuevo gobierno tiene una propuesta de proyecto de ley para estar treinta y seis años en el poder. Sé que no es cierto, pero la escucho con atención y no le contradigo. Se queja de que la prensa nacional y mundial está contra ellos, que los descalifican sin razón. «¿Qué si somos fascistas? ¡Claro que no!» ¿Y ustedes no temen que estas acciones puedan generar una guerra civil, derramamiento de sangre?, indago. Y me afirma con total candidez: «¡Los países que alcanzaron un mayor desarrollo tuvieron que pasar por algo así!» ¿Pero usted está dispuesta a pagar ese precio?, insisto. «¡Si es por el futuro de mi familia, estoy dispuesta, sí!».

En su aclamado texto Psicología del bolsonarismo, el filósofo y psicoanalista brasileño Diogo Bogéa intenta dilucidar preguntas cardinales, como: «¿Qué impulsa a tanta gente a inclinarse ante un “líder” político con devoción ciega y abierta idolatría? ¿Cómo explicar que tus familiares, amigos y vecinos, que quizás en otros momentos te han tratado con la debida cordialidad se vuelvan agresivos contra ti cuando se dan cuenta de que no estás de acuerdo con las ideas del “mito”? ¿Cómo podemos explicar que personas altamente educadas en nuestras universidades (profesores, ingenieros, abogados) rechacen las vacunas, crean en versiones alternativas delirantes de la historia de Brasil y del mundo, y tomen las noticias falsas más crudas como las realidades más puras?».

Interpelaciones como estas, aun con un gobierno favorable a la salida democrática, continuarán siendo esenciales para comprender el ecosistema político brasileño.

Cinco horas después del asalto comienzan a llegar refuerzos policiales. Los patriotas «verde-amarelos», los defensores del «orden, el progreso y la familia brasileña», ya caminan tranquilamente de regreso a casa. Los más osados no pierden la oportunidad de gritar: «¡Vergüenza!» a los policías que se cruzan en su camino.

brasil

(Foto: EBS)

También aprovechan los vendedores ambulantes. En un carrito se vende agua, en otro churros, uno por allá cerveza, y hasta un churrasquero presta el patriótico servicio. Uno de ellos, en confianza, me afirma que «eso que están haciendo no lleva a ningún lugar», eso es «bajeza», «en la periferia donde vivo no se lo hubiésemos permitido».

Ayer mismo Lula regresó de su descanso dominical en São Paulo. A las 11 de la noche ya estaba en el palacio de gobierno, recorriendo varios lugares, tomando medidas y condenando los actos inconstitucionales. Por otra parte, Ibaneis Rocha —gobernador reelecto de Brasilia y cercano colaborador de Bolsonaro—, se apresuró a ofrecer disculpas a Lula y al país por lo ocurrido. De poco le valió, pues en la madrugada de hoy una decisión de Alexandre de Moraes, ministro del Tribunal Supremo Federal, lo ha separado del cargo por noventa días para que sea sometido a investigación.

Comienza el día con un clima tenso, triste, de dolor profundo. Ayer, un grupo de brasileños y brasileñas quebró los inmuebles que albergan el poder de la nación porque creen que así obtendrán la patria que desean. Otros, que son mayoría, están convencidos de que los cristales rotos, los locales saqueados y robados, la violencia acéfala; nada tienen que ver con democracia, familia, progreso y cristiandad.

En esa misma Explanada del Eje Monumental de Brasilia, junto a cientos de miles de brasileños y brasileñas, viví hace muy poco la alegría de ver asumir a Lula la presidencia. Hubo entonces abrazos, besos, cantos, bailes y saltos de júbilo. Una semana después vivo y me conduelo, porque tengo la certeza de que la quebrantada nación de ayer no será el país de hoy y del mañana que espera, y merece, este pueblo divino y maravilloso…pero sin dudas queda mucho por (des)hacer.

9 enero 2023 17 comentarios 1,1K vistas
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