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Relaciones Internacionales

Analizar dinámicas globales y su impacto en la preservación de la soberanía y los intereses de los pueblos desde el ángulo de las relaciones internacionales

Cumbre

Una cumbre muy conflictiva

por Domingo Amuchastegui 18 mayo 2022
escrito por Domingo Amuchastegui

La próxima Conferencia Cumbre de las Américas (junio 6-10), va camino a convertirse en una muy conflictiva reunión de los países del hemisferio occidental (Latino América, Caribe y Norteamérica). Son dos los motivos: el primero y más candente, es la decisión de la administración Biden de excluir de su participación en la misma a Cuba, Venezuela y Nicaragua; el segundo, una agenda no menos conflictiva.

Fundada en Miami (1992) bajo los auspicios de la diplomacia de Washington y su dócil instrumento, la Organización de Estados Americanos (OEA), en sus inicios se forzó la exclusión de Cuba de semejante foro. Pero, entre las cumbres de Port of Spain y Panamá, se plasmó un cambio importante impulsado por la administración demócrata encabezada por el presidente Obama. Este y Raúl Castro se encontraban en Panamá y con ello se consolidaba la incorporación de Cuba a la Cumbre de las Américas. Ni siquiera la administración Trump trató de revertir la incorporación de Cuba a la referida Cumbre.

Sin embargo, el que fuera vicepresidente con Obama y validara igualmente la decisión de incorporar a Cuba a la Cumbre de las Américas, se propone ahora excluir a la Isla y suma a otros dos estados: Venezuela y Nicaragua. Parece que la administración Biden pierde de vista que estos no son los tiempos de la OEA, que santificaba la expulsión de Cuba entre sus conferencias de San José y Punta del Este, así como las intervenciones de EE.UU. en Guatemala (1954), República Dominicana (1965), Granada (1983) y Panamá (1990),  o las salidas golpistas de Guatemala (1963), Argentina (1962 y 1970), Uruguay (1973),  Bolivia (1964, 1969 y 1971), Chile (1973) y Honduras (2009), entre otros actos hostiles.

Igualmente, pierde de vista que soplan vientos políticos muy diferentes en el hemisferio. Las elecciones de Chile, Perú y Honduras; el regresos del MAS en Bolivia y de la vertiente más a la izquierda del peronismo en Argentina, junto a las potenciales victorias de similares vertientes en Colombia y Brasil, así lo confirman. No obstante,  la diplomacia norteamericana, y ahora Biden, se mantienen sordos y ciegos frente a esta realidad.

No se percatan siquiera de que nuevos aires soplan en México, donde la primacía histórica del PRI y su alternancia con el PAN han quedado atrás por el éxito de MORENA y su dirigente, el actual presidente López Obrador (AMLO), factor que viene a desempeñar en este crucial momento un singular papel de cara a la próxima Cumbre.

Cumbre

El presidente mexicano, Andrés Manuel López Obrador, dijo que no asistirá a la cumbre si el gobierno de Biden no invita a los gobiernos de Cuba, Nicaragua y Venezuela. (Foto: Erin Schaff/The New York Times)

López Obrador ha sido claro y terminante: las exclusiones de Cuba, Venezuela y Nicaragua son inadmisibles. De producirse una acción unilateral y discriminatoria, él no tomará parte de dicha Cumbre, lo que ratificó durante su reciente visita a Cuba. AMLO ha enarbolado con fuerza y claridad los fundamentos de la conocida Doctrina Estrada (definida por México en 1930, bautizada con el nombre de su secretario de Relaciones Exteriores, Genaro Estrada, y reconocida internacionalmente como instrumento válido en las relaciones entre Estados).

La UK Encyclopedia of Law destaca su concepto capital:  «The recognition of states should be based on its de facto existence, rather than on its legitimacy». Por esto México nunca rompió con Cuba, aunque en tiempos de Adolfo López Mateo (1958-1964), insistiera en la incompatibilidad del sistema establecido en la Isla con los principios hemisféricos imperantes.

En el contexto actual, AMLO no es una excepción. Posición similar ha sido asumida por el presidente de Bolivia, Luis Arce, en tanto los países del CARICOM expresan su desacuerdo con semejantes exclusiones luego de varias visitas recientes de sus jefes de Estado a La Habana. La CELAC se ha expresado en idénticos términos. Y hasta el presidente de Brasil, Jair Bolsonaro, ha anunciado —con otras miras— que no asistirá a la controvertida reunión. Pronunciamientos similares son esperados por parte de Chile, Perú y Argentina.

A la altura de mediados de mayo, el subsecretario de Estado de EE.UU. para el Hemisferio Occidental, Brian Nichols, argumentó que esos países (Cuba, Venezuela y Nicaragua) «no respetan la democracia» y manifestó que existe «poca posibilidad» de que se les invite. La Casa Blanca no ha hecho todavía el anuncio oficial en materia de invitaciones, pero varios de sus voceros oficiales han sugerido la segura exclusión.

Cumbre

Brian Nichols (Foto: Reporte Latinoamérica)

De proceder a esta medida, Biden podría enfrentar su más importante revés en materia de relaciones hemisféricas. Si lo hace, un extenso consenso coincide en señalar que intenta con ello ganarse el voto latino y cubano, en particular en la Florida, para las próximas elecciones de medio término (noviembre 2022) y las presidenciales (2024).

Dicho posible revés se ve agravado por enfrentamientos en la definición de la agenda —todavía no anunciada—, donde se vislumbran fuertes debates en temas polémicos, como inmigración, comercio, inversiones, narcotráfico, finanzas, fuentes de energía, el punto relativo a una posible unificación monetaria para LAC —que viene presentada en la plataforma de Lula da Silva en las venideras elecciones brasileñas—, y cómo contrarrestar la creciente influencia económica de China y Rusia.

Es incuestionable que desde hace décadas la presencia de EE.UU. en el hemisferio occidental se ha debilitado en apreciable medida, razón por que diversos analistas insisten en la necesidad de recuperar el terreno perdido. Con costosas torpezas, como la que al parecer se propone la administración Biden, seguirán disminuyendo las posibilidades para una efectiva recuperación de dichas relaciones y se echan por la borda los pasos positivos que iniciara el presidente Obama y truncaran brutalmente Trump y su equipo.

18 mayo 2022 33 comentarios 1.092 vistas
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AMLO

¿Por qué AMLO debe ir a la Cumbre de las Américas?

por Arturo López-Levy 12 mayo 2022
escrito por Arturo López-Levy

En su interacción mañanera con los periodistas, tras una gira por tres países de América Central y Cuba, el presidente mexicano Andrés Manuel López Obrador (AMLO) anunció que valoraba no asistir como jefe de estado a la IX Cumbre de las Américas en Los Ángeles, Estados Unidos. Así sería si el país anfitrión excluía a Cuba, Nicaragua y Venezuela.

El mandatario explicó que México no se retiraría de la Cumbre, pero estaría representado por el canciller Marcelo Ebrard. Entre las razones que esgrimió figura el bloqueo de Estados Unidos a Cuba, del cual la exclusión de la Cumbre sería la más simbólica expresión. 

Razón tiene el presidente mexicano al denunciar el bloqueo a Cuba como «indebido e inhumano». Es una guerra económica que viola hasta consideraciones humanitarias que serían protegidas en conflictos armados. En medio de la más fuerte pandemia que haya asolado al mundo, Estados Unidos ha perseguido y bloqueado transacciones financieras y donaciones de ventiladores y mascarillas por el solo hecho de que se usa el dólar.

«Es un asunto de derechos humanos —dijo AMLO— que tiene que ver con la soberanía e independencia de los pueblos y con la no intervención y con la autodeterminación de cada país». 

Cualquier observador objetivo coincidiría con el presidente de México en que el bloqueo contra Cuba no sirve a los intereses y valores de Estados Unidos, ni de los estados latinoamericanos y caribeños. A pesar de los remilgos que ahora exhiben algunos críticos mexicanos, como el embajador Arturo Sarukhan, AMLO continúa una tradición que compite con el tequila. 

AMLO

Arturo Sarukhan (Foto: El Economista)

México ha condenado el bloqueo —en esos términos— desde su establecimiento,  lo que incluye a los gobiernos de los presidentes Fox y Calderón, cuando la relación con Cuba se deterioró. Su referencia a «grupos políticos en Estados Unidos que apuestan a la confrontación y que quisieran tener rehenes a los pueblos de América Latina y el Caribe, como es el caso del bloqueo a Cuba, que es muy promovido por políticos cubanos», ha sido confirmada hasta por el presidente que firmó la ley Helms-Burton. Bill Clinton escribió en sus memorias que «fue una buena política para las elecciones de 1996», pero «un desastre en política exterior».

El costo de oportunidad de este test de liderazgo desaprobado en las relaciones Estados Unidos-América Latina, se incrementa en la actual coyuntura, precisamente por los cambios ocurridos en las relaciones hemisféricas. Justo en La Habana, capital de un latinoamericanismo radical, que insiste en una integración decimonónica sin Estados Unidos, AMLO expresó a sus amigos cubanos, en el pasaje más subvalorado de su discurso, que habría que «hacer a un lado la disyuntiva de integrarnos o de oponernos en forma defensiva (…) en vez de cerrarnos debemos abrirnos al diálogo comprometido, franco y buscar la unidad en todo el continente americano».  

¿Por qué desaprovechar ese consenso para discutir temas sustantivos de migración, pobreza, integración en salud y economía, en una cumbre hemisférica precisamente en Estados Unidos? No tiene sentido que luego de que la administración Obama sacara la política de Estados Unidos del atolladero de décadas, Biden insista en ser un Trump 2.0, excluyendo a Cuba, lo que ni siquiera intentó el magnate inmobiliario en la VIII Cumbre de Perú. 

¿Puntos o diferencias?

Todo eso es cierto, pero aun así, la diplomacia mexicana y sus aliados en el continente deben valorar las consecuencias de una ausencia presidencial, quizás secundada por unos cuantos, respecto a la Cumbre de los Ángeles. La pregunta relevante no es cómo hacer el punto retórico contra una cumbre excluyente de la que se hablará poco en un par de meses, sino cómo hacer la diferencia al usar la atención que genera dicho evento para avanzar la posición de los grupos que dentro de Estados Unidos, y específicamente dentro del Partido Demócrata, procuran levantar las sanciones contra la Isla. 

Si Biden termina por no invitarla, Cuba misma, con frío cálculo, debería exhortar a que todos sus aliados vayan a Los Ángeles, y que discutan allí, desde dentro, una estrategia de cooperación hemisférica con Estados Unidos difícil de implementar debido la cerrazón estadounidense hacia Cuba. 

EEUU continúa dando señales de que organiza una Cumbre selectiva sin todos los países del hemisferio.

Persigue, con la ilegítima exclusión, evitar un análisis verdaderamente serio sobre los problemas que tienen impacto en la vida de millones que habitan en esta parte del mundo.

— Bruno Rodríguez P (@BrunoRguezP) May 5, 2022

El tema migratorio es un ejemplo. México y otros países centroamericanos que son afectados por el tránsito de la masiva migración cubana hacia la frontera sur de Estados Unidos, deben poner sobre la mesa la responsabilidad estadounidense en tal crisis. Desde 2017, Estados Unidos ha incumplido los acuerdos firmados en 1994-1995 con Cuba, que incluían el compromiso de entregar por lo menos veinte mil visas anuales para la emigración legal cubana.

Si de «causas de raíz» de la emigración se trata, la política de bloqueo —que desde Trump incluyó restricciones a las remesas y los vuelos a las provincias de Cuba hasta para los cubano-americanos—, es una de las principales.

Para que de la cumbre trascienda una narrativa por la que Estados Unidos se comprometa a revisar cómo sus sanciones —unilaterales, ilegales y violatorias de la soberanía de Cuba y otros estados— agravan las condiciones que empujan a los cubanos a emigrar, hay que participar en la misma al mas alto nivel.

Si finalmente Biden se comprometiera a levantar las restricciones a las remesas y los viajes, y abrir la embajada en La Habana para cumplir desde 2022 y en adelante la entrega de las veinte mil visas, tal diferencia sería más importante que cualquier punto retórico contra su administración.

Otro tanto sucede con la cooperación panamericana en temas de salud. Contrario a la administración Obama, que cerró el programa de promoción de deserciones en las misiones cubanas de salud internacional, la administración Trump procuró estigmatizar la presencia de doctores cubanos salvando vidas por el mundo como «trabajo esclavo». 

Con el guiño de la anterior administración, grupos que reciben financiamiento supuestamente para promover los derechos humanos, han iniciado cínicos procesos judiciales en cortes estadounidenses contra la Organización Panamericana de la Salud (PAHO), por auspiciar tal cooperación que ha salvado vidas a cientos de miles y curado otros tantos. 

La administración Biden, en la que sirve como directora de la USAID la embajadora Samantha Powell, quién alabó en octubre de 2016 la cooperación médica estadounidense con Cuba en África Occidental; no ha dado paso alguno para relanzar en Haití, o en cualquier parte del mundo, esa «victoria de la humanidad sobre las diferencias ideológicas». Tampoco ha ido a las cortes a defender las inmunidades de PAHO, garantizadas por leyes norteamericanas.

AMLO

El presidente Obama, Samantha Power (en el centro) y Susan Rice.
(Foto: A. H./Bloomberg)

AMLO acaba de firmar con Cuba un convenio para llevar médicos en función de asistencia primaria, a áreas del sur mexicano con niveles desfavorables de salud. Otros países latinoamericanos, como Honduras, han mostrado interés en seguir estos pasos. 

Si la cumbre se convoca con el fin de lograr una estrategia continental de salud post-Covid-19, hay un espacio grandísimo para exigir un retorno a la era de Obama, no solo desde la defensa de la soberanía sino de los intereses sanitarios y los derechos humanos. Que PAHO salga protegida de la cumbre y se relance la cooperación de salud entre todos los estados hemisféricos, incluyendo Cuba, es más importante que cualquier declaración o acto gallardo, por tangible que parezca la ganancia a corto plazo. 

En lo que refiere al objetivo de promover la democracia y los derechos humanos en el hemisferio, ¿cómo han contribuido las sanciones norteamericanas contra Cuba a ese propósito? El que crea que el bloqueo se concibió o sirve a esos designios impidiendo el desarrollo de Cuba hasta en su sector privado, que compre el puente del Almendares.

Desde su esbozo durante la administración Eisenhower hasta hoy, esa política imperial fue guiada por un anticomunismo a la vez antidemocrático que, aliado con las dictaduras de derecha, solo desprestigió la causa de los derechos humanos con su doble discurso.  

¿No sería mejor aprovechar la actual coyuntura —con líderes de izquierda o progresistas en los gobiernos de México, Argentina, Bolivia, Honduras, y otros que con gusto objetarían las sanciones en la cumbre— para promover una narrativa que denuncie al bloqueo no como una promoción sino como una violación de los derechos humanos? 

¿Cuándo como ahora van a tener esos líderes una tribuna al interior de Estados Unidos? Si los gobiernos latinoamericanos que anuncian no ir, quieren hacer una diferencia, que creen un grupo de trabajo a nivel de viceministros para una campaña de relaciones públicas contra el bloqueo a propósito de la cumbre en Estados Unidos. Claro que declarar no asistir es más simple. Y fácil. 

Otro elemento a sopesar es las coyunturas políticas en Estados Unidos y México. En ambos países se avecinan elecciones presidenciales en 2024. La cumbre es el momento supremo para demostrar que AMLO y Biden pueden aparecer juntos en la comunidad de Norteamérica y cooperar con madurez. Si Biden no se eleva a ese liderazgo por cortas miras de elecciones de medio término en Florida, donde ya los demócratas están en problemas, no justifica que AMLO reaccione con una riposta irreflexiva. 

AMLO

(Foto: Alexandre Meneghini/AP)

La alternativa a Biden en 2024 no sería un «buen vecino», sino un retorno a las políticas bravuconadas de Trump o algunos de sus clones en el Partido Republicano. México, como país latinoamericano en la frontera con Estados Unidos, tiene temas de «dignidad latinoamericana» tan importantes como Cuba que avanzar ante Estados Unidos y la cumbre le brinda importantes oportunidades. 

Sería irónico que el presidente mexicano de izquierda que pudo entenderse con Trump, ponga en riesgo la posibilidad de elevar la relación amistosa que ha desarrollado con Biden en el entendimiento de que los problemas entre América Latina y Estados Unidos deben resolverse con diálogo y cooperación.

El tiempo es una de las variables más importantes en política. Hoy es difícil anticipar cómo un desaire de AMLO a Biden, por justo que parezca dada la «rémora de política intervencionista de más de dos siglos», contribuya a promover la mejor alternativa real existente para América Latina-dígase Biden- frente a sus opositores. 

En México también se complica el panorama político para 2024. Según la última encuesta del periódico Reforma, AMLO disfruta de una ventaja amplia de popularidad (62% de aprobación) frente a sus oponentes, pero se acerca al fin de su mandato sin decidir todavía su sucesor en la candidatura de MORENA. Tales elecciones siempre crean fractura, y un triunfo de la izquierda no es un hecho asegurado ante una oposición que empieza a caminar inciertamente hacia la posibilidad de candidaturas unidas al congreso, y quizás incluso a la presidencia. 

En el debate sobre política exterior mexicana se incluyen temas como la postura gallarda frente al bloqueo de Estados Unidos a Cuba, pero este no es prioridad en «la relación más compleja entre dos países», como la denominara la ex-secretaria de Estado Madeleine Albright.

La política mexicana será juzgada no por ser la mejor para EE.UU. pero tampoco para Cuba, sino por servir primordialmente a los intereses y valores de México. Cuba debe entender esto y preguntarse si no sería preferible proteger al mejor aliado que tiene en el país azteca, allanando la elección de un miembro de MORENA a la presidencia en 2024. 

AMLO

Madeleine Albright (Foto: Getty Images)

Al condicionar su asistencia en calidad de jefe de Estado en Los Ángeles a la presencia cubana, como hiciera públicamente, AMLO no ayuda a Biden a manejar la legítima objeción mexicana a una cumbre excluyente. Una aceptación norteamericana a un condicionamiento mexicano de tal naturaleza no tiene precedentes en la historia y la cultura política estadounidense. 

Es perentorio para México y América Latina, que AMLO evite el entusiasmo y la preferencia de una parte de su base política por el conflicto con Estados Unidos por mero interés en exhibir rupturas con un pasado de subordinación. La medida del triunfo de una opción soberanista en el tema Cuba no son los puntos que se declaren, sino cuánto se avance en el desmantelamiento de las sanciones inmorales, ilegales y contraproducentes. El campo decisor de ese progreso está en Estados Unidos. Es allí donde los líderes latinoamericanos no deben evadir oportunidades. 

El canciller austríaco Metternich, artífice de la gran coalición europea anti-napoleónica, definía la mediocridad diplomática como «la obsesión con obtener ganancias tangibles sacrificando oportunidades para el avance de posiciones». «Todavía no se resuelve», fue la mejor respuesta de AMLO para avanzar las posturas anti-bloqueo a la pregunta sobre si iría a la cumbre de Los Ángeles. Cada declaración de buena voluntad hacia Biden antes de la cumbre es otra flecha en el carcaj para estigmatizar el bloqueo y sus partidarios dentro de ella.

12 mayo 2022 49 comentarios 1.376 vistas
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Petrolera

La política no cabe en «la petrolera»

por Alejandro Muñoz Mustelier 14 abril 2022
escrito por Alejandro Muñoz Mustelier

Los emisarios de Estados Unidos llegaron a tierra hostil. Están decididos a conversar con el gobierno de una nación incompatible con sus principios de democracia. Hubiera podido ser Cuba, o Corea del Norte, pero si tenemos en cuenta que en la agenda de los emisarios está, como punto esencial, el suministro energético, la conclusión más obvia es que los funcionarios norteamericanos conversaron con el gobierno de Venezuela.

No es un hecho que pueda pasar desapercibido para la opinión pública mundial, ni aceptado por ciertas facciones políticas de Estados Unidos. Muchos senadores tanto republicanos como demócratas, han puesto el grito en el techo de la cúpula del Capitolio, y han dicho que esos acercamientos al narcorrégimen venezolano no compensan cualquier ventaja energética que se pueda lograr.

Por supuesto, la Casa Blanca corrigió su postura poco después: el portavoz Psaki volvió a decir que ellos no reconocen a Maduro como presidente de Venezuela. La situación es paradójica, como mínimo. ¿Es tal la urgencia energética de la superpotencia? Debe serlo, dado que es muy conocida la incompatibilidad entre ambos gobiernos, la diferencia irreconciliable de principios, las acciones de las agencias de inteligencia estadounidense en territorio venezolano y el apoyo del gobierno de Maduro a todos los países que la nación norteamericana tiene en esta o aquella lista negra.

No obstante, a pesar de la amenaza política que Venezuela pudiera constituir en el continente, nada ha sido tan sorprendente como el acercamiento de Estados Unidos a Irán. Si bien el término «hostil» para hacer referencia a Venezuela ha sido una hipérbole de quien escribe, a la nación persa sí le quedaría a medida el adjetivo. La relación entre ambas naciones es una historia de conflictos políticos, económicos, propagandísticos y militares. 

Entre las cuentas de ese rosario pueden señalarse, por ejemplo, la crisis de los rehenes (1979-1981), cuando estudiantes iraníes asaltaron la embajada de Estados Unidos y se llevaron a 63 ciudadanos estadounidenses; la ruptura de relaciones diplomáticas (1980); las escaramuzas militares entre tropas de ambos países (1988) y el derribo ese mismo año de un avión de pasajeros iraní por un buque de guerra norteamericano, acción en la que murieron 290 personas.

Petrolera

Simpatizantes y curiosos se agolpan ante la Embajada de Estados Unidos en Teherán, dos días después del asalto de la sede diplomática. (Foto: AP)

Asimismo, no deben olvidarse la inclusión de Irán por parte del presidente Bush (2002) en la llamada lista del «eje del mal»; o el anuncio de Teherán de que seguía enriqueciendo uranio y la respuesta de Bush de que estaba considerando usar armas nucleares contra la nación persa (2006).

Más recientemente, Trump acabó (2018) con el acuerdo nuclear firmando entre ambos estados en 2015 e Irán amenazó con bloquear las rutas del petróleo en el golfo pérsico. En 2020, un dron estadounidense mató a Soleimani, comandante de la Guardia Revolucionaria iraní, a lo que el ayatolá Alí Jamenei respondió con la amenaza de una severa venganza: unos días después, Irán bombardeó varias bases militares norteamericanas.

Sin duda, una historia de desencuentros. No obstante, según varias fuentes, Estados Unidos incluso valora retirar a la Guardia Revolucionaria iraní de la lista de organizaciones terroristas, como parte de un acercamiento con el objetivo, por supuesto, de lograr suministros energéticos. Las consecuencias para la actual administración estadounidense de este osado paso superarían a las de coquetear con el gobierno de Maduro.

Debe destacarse que el lobby israelí es uno de los más poderoso en la política norteamericana, y puede esperarse que Israel no se quedé de brazos cruzados al ver a su principal aliado entablar relaciones con su más odiado enemigo. El primer ministro hebreo, Naftali Bennett, indicó que la Guardia Revolucionaria es Hezbolá en Líbano, Yihad Islámica en Gaza, los huthis en Yemen y las milicias iraquíes. Además aseguró, en un selectivo recuento con víctimas de la región, que la Guardia Revolucionaria es quien está detrás de la muerte de miles de personas en Siria.

Sin embargo, el portavoz Psaki podría decir, para tranquilizar al lobby israelí y a Israel mismo, que Estados Unidos sigue considerando a Irán como una nación terrorista, aunque luego agregue: a la que vamos a comprar petróleo.

Petrolera

La secretaria de prensa de la Casa Blanca, Jen Psaki. (Foto: Reuters)

Pero ninguna fuerza política exasperada es tan peligrosa para la administración Biden como los números crecientes en los indicadores digitales de las bombas de gasolina de la nación. En política más importante que saber con qué se puede jugar, es saber con qué no se puede. La dinámica geopolítica actual ha puesto a Estados Unidos en una posición energética delicada, lo que representa una de las peores realidades que esa nación puede imaginar, dadas las características de su infraestructura, economía y modo de vida de sus ciudadanos.

La gasolina ha alcanzado precios muy altos. Hay que apuntar que el precio del petróleo representa sólo el 70% del de la gasolina. Aunque Estados Unidos sea el principal productor de crudo del mundo, con aproximadamente 11.6 millones de barriles diarios, también es el mayor consumidor —utiliza aproximadamente 21 millones de barriles por día, más o menos el 20% del total mundial.

Por ello los políticos, tanto republicanos como demócratas, han censurado el acercamiento del gobierno a naciones hostiles, con el argumento de que el resultado será el completo empoderamiento de Maduro y la construcción de la bomba nuclear iraní. Plantean que la solución para la crisis es fácil y obvia: extraer más petróleo, que lo tienen de sobra, con lo que la nación pudiera ser autosuficiente en materia energética.

Si bien las reservas de Estados Unidos se estiman en 38.000 millones de barriles sin explotar, según la EIA (Administración de Información de Energía), expertos de esa propia organización advierten que el hecho de que Estados Unidos pueda ser autárquico en cuanto a producción de crudo es insostenible e impensable. El crudo norteamericano tiende a ser muy liviano, completamente diferente al crudo pesado que actualmente la nación importa y las refinerías están preparadas para procesar.

Igualmente, los precios de la gasolina y el crudo no bajarían de forma automática aunque el gobierno de Biden extrajera en dos días los 38.000 millones de barriles, porque el crudo es un producto básico global y su costo determina el precio de la gasolina también en los Estados Unidos; o sea, que por mucho que se produzca, es imposible divorciar los precios domésticos de los precios en el orbe. A pesar de que EEUU importa la mayoría de su petróleo de Canadá (4 millones de barriles diarios), México (490.000), y Arabia Saudita (695.000), los carteles del petróleo mundial, como la OPEP, influyen en el precio de la materia prima. 

Aunque el alza venía anunciándose desde 2008, las sanciones a Rusia tras su invasión a Ucrania, algunas del tipo bumerán, han sacado del juego gran parte de la producción rusa de crudo, que era, en diciembre del año pasado, de 8 millones de barriles de petróleo y sus derivados, del que Europa obtuvo el 60% y China, el 20%. Aunque muy poco de estas exportaciones llegó al país norteamericano, la ausencia del petróleo de Rusia afecta los precios en cualquier lugar del planeta, incluyendo Estados Unidos.

Pese a que pocas naciones occidentales son tan ingenuas como para incluir al crudo en los interminables paquetes de sanciones a la nación esclava, es muy difícil que los actores comerciales se animen a comerciar con este petróleo, al no quedar claro si un acuerdo comercial con Rusia puede materializarse debido a las sanciones al sistema bancario de ese país. Además, quién se atrevería a fondear un tanquero en puerto ruso.

En conclusión, el petróleo del Kremlin no está sobre la mesa y recientemente el Brent —el índice europeo— cerró en 12.21, un 27% más que al inicio de la guerra; West Texas Intermediary —el índice estadounidense— cerró en 119.40 dólares, un 30% más que al inicio de la guerra. Por otro lado, aunque Estados Unidos es el país que más plantas nucleares posee —98 enclaves—, lo cual podía ser un paliativo energético, la mitad del uranio que utiliza es importado de Rusia.

Petrolera

El petróleo ruso no está sobre la mesa. (Imagen: Shutterstock)

Entonces, la solución obvia no es extraer más crudo, como plantean algunos senadores. Levantar las sanciones a Rusia tampoco parecer serlo, puesto que significaría perder una guerra y a Europa, de modo que acudir a los enemigos de siempre es una opción —perniciosa pero que salga el sol por donde salga, protesten los lobbies que protesten. Al final, cuando la situación se normalice se puede volver a desconocer a estos gobiernos y a resancionarlos sin ningún problema. Parafraseando aquellos versos de un conocido cantautor cubano, la política no cabe en la petrolera.

Rusia ha comenzado a reorientar su flujo de gas y crudo a India y China, e incluso pudiera aprovechar el impulso de las sanciones para crear un sistema financiero propio con estos y otros países emergentes. El presidente ruso ha instruido a Gasprom y al Banco Central de que los países hostiles —aquellos que se han sumado a la miríada de sanciones contra Rusia— deberán pagar en rublos por el gas y el petróleo.

Estados Unidos puede barajar opciones —Irán y Venezuela entre ellas— para en algún momento sortear esta crisis, pero la dependencia de Europa al gas y el petróleo ruso es absoluta. Pero no hay la cantidad necesaria de rublos en las arcas europeas.

Otros de los grandes proveedores del viejo continente, Arabia Saudita y Emiratos Árabes Unidos, no se comprometieron con el premier británico a aumentar la producción de crudo para compensar la falta del combustible ruso. Si los países árabes accedían, la reducción de precios hubiera sido casi instantánea, pero ellos miran al gigante asiático como socio comercial, de modo que los precios del Brent han alcanzado los 140 dólares por barril.

Estados Unidos parece tener claro que el suministro constante y abundante de combustible fósil no es opcional, sino imprescindible, y puede obviar o postergar sus agendas políticas con tal de que este suministro no se detenga. Sin embargo, Europa no parece tenerlo tan claro. Aunque varias naciones entienden lo que se les viene encima en materia energética, el bloque no reacciona, y continúa con una agenda política sanciones y castigo a Rusia, sin percatarse, como sí lo han hecho sus socios y líderes norteamericanos, que el gran perdedor de esta guerra será quien intente meter la política en la petrolera. 

14 abril 2022 29 comentarios 1.076 vistas
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Ucrania

Guerra en Ucrania: mentiras rusas y realidad ucraniana

por Pertti Pesonen 31 marzo 2022
escrito por Pertti Pesonen

Afirma un viejo dicho que en una guerra la primera víctima es la verdad. La guerra en Ucrania —o sea, el ataque de Rusia a Ucrania—  ha sido un festival de mentiras sin precedentes. La campaña de desinformación rusa empezó con fuerza cuando fue anexada Crimea en 2014. Tal hecho se presentó como «decisión independiente de Crimea», sin mencionar que las tropas rusas invadieron primero ese territorio.

Posteriormente se intensificó cuando Rusia invadió las provincias del Donbass: Luhansk y Donetsk, en el este de Ucrania. Esta irrupción fue presentada como «levantamiento popular de la población rusa contra el terror y genocidio de los nazis ucranianos». Ni una gotita de verdad en eso tampoco. No ha habido nazis ucranianos cometiendo genocidio.

La televisión rusa ha presentado las «atrocidades» cometidas por los nazis ucranianos. En las redes sociales se han mofado de estos testimonios, curiosamente se ha detectado la misma mujer sufriendo varias cosas en diferentes lugares. La víctima profesional se llama Galina Pyšnjak; en otra ocasión se llama Julia Tšumakova. Un ejemplo más de la propaganda rusa.

Por otra parte, Rusia nunca ha reconocido la presencia de sus soldados en la guerra allí, donde han muerto unas 14 000 personas entre 2014-2021. La mayoría de ellas eran civiles y soldados ucranianos que defendían su territorio de la invasión.

El este de Ucrania es mayoritariamente ruso-parlante. Pero eso no significa que no sean ucranianos. Ucrania se independizó de Rusia en 1991, cuando la Unión Soviética se disolvió. En un referéndum de independencia, en ese mismo año, el 92,3 % de los ucranianos votó a favor de la misma; incluso en Crimea, Donbass y Luhansk. El presidente ruso de entonces, Boris Yeltsin, aceptó el resultado y reconoció la independencia. Es un mandamiento legal que existe y debería haber sido una garantía.

Y así fue. Hasta que llegó Vladimir Putin.

Ucrania
Ucrania
Ucrania

Putin y su obsesión ucraniana

Ucrania siempre ha sido una obsesión para Putin. En su mundo imaginario, Ucrania ni siquiera era un estado. Los ideólogos nacionalistas de Putin hablan de Novarossiya, «Nueva Rusia», que quiere decir, Ucrania estrechamente conectada a Rusia.

El bombardeo de mentiras se intensificó cuando Rusia atacó con bombas, misiles y artillería a Ucrania el 24 de febrero 2022. Previo a la invasión, Putin aseguró que no tenía intención de agredir el vecino país. Al final se justificó con el pretexto de que había que liberar a los ucranianos sumisos de la tiranía del gobierno nazi.

El presidente de Ucrania, Volodymyr Zelenskyi, es judío. Su lengua materna es el ruso. Su abuelo hizo el servicio militar en el ejército de Unión Soviética, donde alcanzó el rango de coronel. Su bisabuelo y tres de sus hermanos murieron en el holocausto de los nazis alemanes.

En cuanto a los nazis, todos los países europeos tienen grupúsculos pequeños de nazis al margen de la sociedad. Incluso en Ucrania existe un batallón voluntario llamado Azov, cuyo líder ha expresado públicamente comentarios de elogio al fascismo. Tiene entre sus filas a unos mil voluntarios. El batallón Azov nació en Mariupol, donde lucharon contra los rusos que intentaron invadir la ciudad entre 2014 y 2018.

En el ejército ucraniano sirven 200 000 soldados. En la política, los activistas del batallón Azov u otro grupo afín no han tenido ningún respaldo popular. De hecho, nunca han llegado al parlamento.

El batallón Azov se ha sumado ahora al ejército ucraniano y está en Mariupol defendiendo la ciudad contra la invasión y el brutal bombardeo de Rusia. La urbe, de 400 000 habitantes, cuya población es mayoritariamente ruso-parlante, ha quedado prácticamente destruida. En esta circunstancia, los mismos ucranianos ruso-parlantes están muriendo por miles como consecuencia de los bombardeos. Los que pueden huyen de la ciudad.

Ucrania

Destrucción causada por los bombardeos rusos en zonas residenciales en las afueras de Kiev, capital de Ucrania. (Foto: Ivar Heinmaa)

En marzo, un bombardeo destruyó el hospital de maternidad en Mariupol. Existen fotos y videos de este hecho. Los fotógrafos de AP estuvieron presentes y sus fotos han sido un testimonio escalofriante. Jevgeny Maloletka y Mstyslav Tsernov publicaron fotos en las que se observan mujeres embarazadas llevadas en el derbi del bombardeo. Una de ellas murió un par de días después. Esa acción armada resultó en una condena internacional contra Rusia.

Ante esto, ¿qué dijo Sergei Lavrov, ministro de asuntos exteriores de Rusia? Pues que el bombardeo al hospital nunca ocurrió. Que fue una escenificación hecha por los nazis ucranianos. Que ellos mismos bombardearon y las madres embarazadas fueron actrices. O a lo mejor fue una guarnición de soldados nazis.

Un reportero ruso muy conocido, Aleksandr Nevzorov, afirmó que da más credibilidad a los fotógrafos que estuvieron presentes en los bombardeos que a su propio Ministerio de exteriores. El reportero está ahora amenazado con una condena de quince años por haber «insultado el honor del ejército ruso».

Un ministro mentiroso

Sergei Lavrov es un caso especial. Tuvo su momento de gloria en Estambul, el 10 de marzo, en una reunión de Rusia y Ucrania, cuando se intentaron establecer los primeros contactos para detener la guerra. Lavrov explicó que «Rusia no va atacar ningún otro país vecino después de Ucrania». Luego se corrigió al afirmar que Rusia no había atacado ni siguiera a Ucrania. Sin un parpadeo.

Asimismo ha dicho que Rusia fue a Ucrania para impedir la guerra. Es como quemar una casa para impedir que se incendie. Una lógica que deja boquiabierto a cualquiera.

En los círculos diplomáticos europeos rueda un chiste sobre Lavrov: ¿cómo se sabe que el ministro de asuntos exteriores de Rusia miente?  Y la respuesta: sus labios se mueven.

El trabajo de blanqueo de los hechos de Putin le ha sido muy lucrativo. Hace unos años, la hija de Lavrov compró una casa de lujo en Londres por un precio de más de cuatro millones de euros. Pagó en efectivo.

Ucrania

(Foto: Ivar Heinmaa)

Democracia en Ucrania, dictadura en Rusia

La gran diferencia entre Rusia y Ucrania es que una es una democracia y la otra, una dictadura. En Rusia, el modus operandi del estado es una dictadura personificada bajo la égida de Putin. En Ucrania existe una democracia, donde la ciudadanía decide en elecciones quién gobernará.

Una democracia es algo que Putin teme y odia. Teme el contagio democrático, que el pueblo de Rusia también quiera elegir a sus líderes. Y odia, porque existe el peligro de que el bienestar y desarrollo de la sociedad ucraniana pueda ser atractivo a los rusos.

¿Guerra u «operación especial»?

La propaganda rusa ha encontrado un campo fértil en América Latina. El gran culpable es Rusia Today, canal de televisión y brazo propagandístico del Kremlin. Su servicio en español  llega a cientos de millones en el mundo hispano-parlante. Y es pura propaganda del gobierno ruso.

Cuando Rusia bombardea un hospital de maternidad, esa noticia no se encuentra en RT. Cuando Rusia bombardea arbitrariamente civiles en Mariupol, Jarkov, etc., eso tampoco se dice. Y claro, en Rusia Today no se habla de la guerra sino de la «operación especial», como ordenan el Kremlin y su inquilino Putin.

En las noticias de RT se hace referencia a los nazis del gobierno ucraniano sin ningún pudor o verificación de datos. Nazismo o fascismo son términos históricos. Se refieren sobre todo a Adolf Hitler y la Alemania de los años en que este subió al poder. La doctrina de Hitler era el «Lebensraum», «espacio vital» en español.

Volviendo a la actualidad, el fascismo imaginario de Ucrania es la pieza clave en la retórica de Vladimir Putin; pero Rusia bajo su mando ha sido un estado expansivo. Por eso habla de Novarossiya como su territorio natural. En 2008 invadió una parte de Georgia y ahora tiene en su diana a Ucrania. ¿«Lebensraum» ruso?

De hecho, cuando discuten sobre el fascismo, Rusia debería dar un vistazo a su espejo. En 2008 se estrenó la película rusa: Rossija 88. Tales números eran un eufemismo. El ocho representa la octava letra del alfabeto, es decir, la hache. Y en la tradición neonazi, HH significa Heil Hitler. En aquel tiempo hubo mucha violencia contra las minorías étnicas del referido país, cometida por los cabeza rapadas rusos: los skinheads. Solo en 2008 mataron a ciento veinte personas por crímenes de odio.

Ahora ya no sería posible rodar una película crítica como Rossija 88, pero hace trece años todavía lo era.

Sobrevivió al holocausto para morir en un bombardeo ruso

Boris Romatshenko fue uno de los  quinientos civiles muertos en el bombardeo ruso de Jarkov. Con 96 años, era sobreviviente de cuatro campos de concentración nazis en la Segunda Guerra Mundial. El último fue Buchenwald. Después de la guerra estuvo en el ejército ruso por cinco años. Luego trabajó para descubrir a los nazis alemanes huidos tras la guerra. Últimamente no había salido de su casa en meses, por el temor de contagiarse con Covid-19.

No se puede imaginar una ironía más cruel: Rusia asegura que lucha contra los nazis, y ahora mató a un antifascista y sobreviviente de los campos de concentración en su propia casa.

***

* Este texto y las imágenes que lo acompañan son una colaboración especial para La Joven Cuba. Ivar Heinmaa es un fotógrafo y camarógrafo de guerra estonio que se encuentra en Ucrania.

31 marzo 2022 113 comentarios 1.820 vistas
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Demonios

Los demonios de Rusia

por Mauricio De Miranda Parrondo 29 marzo 2022
escrito por Mauricio De Miranda Parrondo

Los demonios es una de las obras más importantes del gran escritor Fiódor Mijáilovich Dostoyesvski. En ella, el también autor de Crimen y Castigo, Los hermanos Karamázov y El idiota, entre otros textos notables de la literatura rusa y universal, se plantea una reflexión crítica sobre el nihilismo, el anarquismo, el socialismo y otras corrientes llegadas a su país desde Occidente, ante los que contraponía una cultura auténticamente rusa, basada en la espiritualidad y religiosidad del pueblo.(1)

A lo largo de su historia, la sociedad rusa ha sido en gran medida refractaria a la modernización. Los cambios profundos han debido realizarse con violencia y a partir de un fuerte poder autocrático. Desde Iván IV el Terrible, Pedro I el Grande y Catalina II la Grande; hasta los zares del siglo XIX y principios del XX, el Imperio Ruso se convirtió en una gran potencia política y militar, al tiempo que no destacaba en el progreso económico.

Rusia fue una potencia industrial tardía. La revolución industrial llegó al vasto imperio impulsada por el Estado, como respuesta al retraso económico respecto a otros países imperialistas que amenazaban erosionar su influencia geopolítica. Las derrotas que sufrió en la Guerra de Crimea (1853-1856), la Guerra Ruso-Japonesa de 1905 y la Primera Guerra Mundial (1914-1918), fueron expresión de esa debilidad económica; aunque también de un relativo retraso militar.

A pesar de tener el ejército más numeroso del mundo, no era el mejor preparado pues dependía de las conscripciones de campesinos, a quienes se sacaba de las tierras que proporcionaban el escaso sustento familiar. Asimismo, los zares interferían a menudo en las decisiones militares, sin contar con la suficiente preparación.

Tomando como base el título de la referida novela de Dostoyevski, es que propongo abordar los demonios de Rusia a partir de dos elementos principales: la autocracia y el autoritarismo del sistema político y el retraso económico.

Demonios

Retrato (frag.) de Fiódor Dostoievski, por Konstantin Vasilyev. (Foto: Yuri Prostyakov/Sputnik)

La autocracia y el autoritarismo del sistema político

Al referirse al país euroasiático en su libro Orden Mundial. Reflexiones sobre el carácter de las naciones y el curso de la historia, el ex secretario de Estado norteamericano Henry Kissinger afirma:

«Cuando se sentía fuerte, Rusia se conducía con la dominante certidumbre del poder superior e insistía en recibir muestras formales de deferencia a su estatus. Cuando se sentía débil, enmascaraba su vulnerabilidad en taciturnas invocaciones a sus vastas reservas de fortaleza. En ambos casos suponía un desafío especial para las capitales occidentales, acostumbradas a tratar sus asuntos con un estilo en cierto sentido más elegante».

También señala:

 «Al mismo tiempo, las asombrosas hazañas expansionistas rusas partieron de una base demográfica y económica no muy desarrollada para los estándares occidentales: con muchas regiones escasamente pobladas y aparentemente inmunes a la cultura y la tecnología occidentales. El imperialismo que conquistaba al mundo transmitía una paradójica sensación de vulnerabilidad, como si estar en medio del planeta le hubiera generado más enemigos potenciales que seguridad adicional».

En la época en que Europa Occidental y Estados Unidos desarrollaban un pujante capitalismo industrial, con un inmenso progreso económico que, sin embargo, iba aparejado con altos niveles de explotación de la clase obrera; las propias luchas obreras y la aparición de fuerzas progresistas con fuerte arraigo tanto en la intelectualidad como entre los trabajadores, fueron llevando a estos países al establecimiento de un orden liberal, no solo en sus relaciones económicas sino también en sus sistemas políticos.

Mientras, en Rusia se fortalecía un régimen autocrático, basado en la autoridad incuestionable del emperador y en la represión violenta y despiadada a cualquier oposición o disenso. Con ello se intentaba asegurar la unidad territorial a través de la sumisión al monarca y a la Iglesia Ortodoxa Rusa.

Es esta la razón de que tanto las tentativas revolucionarias como las reformistas hayan sido rechazadas históricamente, incluso por gran parte de la sociedad, y solo prosperaron aquellas impulsadas desde el poder; aunque las mismas, por lo general, terminaban o perdían el ritmo cuando sus impulsores fallecían o eran sacados del poder. Tales fueron los casos de las reformas de Pedro I y Catalina II, o de Jruschov y Gorbachov en época de la Unión Soviética.

Tras la abdicación de Nicolás II en 1917, y luego del breve interregno del Gobierno Provisional, en medio de la guerra, el régimen bolchevique impuso un sistema autoritario comunista. Cuando Stalin logró derrotar a sus potenciales oponentes, a fines de la década del veinte del siglo pasado, el Estado soviético regresaría a un sistema autocrático.

La sumisión al zar fue reemplazada por el culto y el sometimiento a Stalin, en tanto la influencia cultural e ideológica de la Iglesia fue sustituida por la entronización de una interpretación dogmática del marxismo-leninismo como filosofía oficial. El régimen comunista no permitió el desarrollo de una sociedad civil, debido a que el Estado, controlado por la dirigencia del Partido Comunista, resultaba omnipresente en la sociedad.

Demonios

Última familia imperial rusa. (Imagen: La Vanguardia)

Con la desaparición de la Unión Soviética, la aparente democratización de la sociedad rusa estuvo acompañada por la privatización mafiosa de buena parte de las empresas estatales; la aparición de una oligarquía asociada al crimen organizado y a las antiguas estructuras del Partido Comunista y la Seguridad del Estado; y la reaparición de la pobreza y la mendicidad. En los años noventa sobrevino una grave crisis económica que abarcó prácticamente toda la década. Como resultado de estos factores, la posición geopolítica de Rusia en el escenario internacional se debilitó considerablemente.

En consecuencia, en el imaginario de buena parte de la sociedad, la democracia se asocia al período en que el país perdió la condición de potencia global y el nivel de vida de su población retrocedió.

La renuncia de Boris Yeltsin, el 31 de diciembre de 1999, y su reemplazo por Vladimir Putin, designado primer ministro dos meses antes, abrió un nuevo capítulo en el que poco a poco el nuevo gobernante fue consolidando su posición a partir de medidas tendientes a fortalecer nuevamente el papel del Estado en la economía; incrementar el rol del gobierno central respecto a las entidades federadas; limitar la influencia de los oligarcas en la política, a cambio de apoyarles en el desarrollo de sus negocios; robustecer el aparato militar y de Seguridad del Estado y el poderío militar del país; así como restringir la democracia política.

En su segundo período presidencial, Putin adoptó medidas para mejorar la salud, la educación, la vivienda y la agricultura. Entre ellas se destacan el incremento de la inversión para modernizar y equipar los hospitales y centros educativos, y el aumento de salarios a los trabajadores de ambos sectores.

La naciente e imperfecta democracia política, y las libertades existentes durante los dos períodos de gobierno de Yeltsin, fueron reemplazadas por una nueva etapa de autoritarismo y autocracia en torno a la figura de Putin a lo largo de sus más de veinte años en el poder.

Demonios

Boris Yeltsin y Vladimir Putin en 1999. (Foto: Getty)

Entre los cambios principales orientados a reforzar un sistema autoritario y autocrático, pueden mencionarse:

– modificación del sistema para elegir diputados a la Duma Estatal, con la eliminación de las circunscripciones uninominales y el establecimiento, para todos los escaños, del sistema de representación proporcional por listas;

– prohibición a los partidos de conformar alianzas electorales;

– elevación del umbral para obtener representación en la Duma, de un 5% a un 7%;

– supresión de la elección por sufragio universal de las máximas autoridades de las entidades que integran la Federación Rusa y designación de estas por parte del presidente;

– fortalecimiento de los poderes presidenciales;

– ampliación del período presidencial de cuatro a seis años a partir de las elecciones de 2012, en las que Putin volvía a aspirar después de cuatro años como primer ministro;

– hostigamiento a la oposición «no leal», víctima de persecución judicial, asesinato o intentos de asesinato de varios de sus líderes; y

– reforma constitucional del 2020, que permitió a Putin optar por dos nuevos períodos presidenciales de seis años cada uno sin que contaran los cuatro que había desempeñado.

Sin dudas, Putin ha logrado el apoyo mayoritario de la sociedad rusa, que parece aceptar —o incluso favorecer—, un sistema político autoritario en el que el líder posee todo el poder sin contrapeso alguno. Tanto el poder legislativo como el judicial están en sus manos, y la única diferencia con el totalitarismo comunista es la tolerancia limitada de ciertos partidos de oposición «leales». Entre ellos: el Partido Comunista de la Federación Rusa, el Partido Liberal-Demócrata de Rusia, Gente Nueva y Partido del Crecimiento.

Otros partidos, como Rusia Justa, Plataforma Cívica y Rodina, han apoyado, junto a Rusia Unida, la candidatura presidencial de Putin. En las elecciones legislativas de septiembre de 2021, Rusia Unida obtuvo 326 de los 450 escaños de la Duma, lo que asegura al presidente el respaldo del legislativo. Mientras tanto, en las últimas elecciones presidenciales, en 2018, el jefe del Estado logró el 76,7% de los votos emitidos, pero sin que se permitiera concurrir a candidatos incómodos para el poder.

Como resultado del retorno al sistema autoritario y autocrático, han sido afectadas no solo las libertades políticas, sino también las individuales y las de diversos grupos sociales, como la comunidad LGTBIQ+ y diversas organizaciones no gubernamentales independientes del gobierno.

Demonios

Bandera de Rusia Unida. (Foto: istock)

El retraso económico

A diferencia de otros países europeos, en los que la acumulación de capitales provenía del desarrollo agrícola, la producción artesanal y manufacturera y el comercio internacional; en Rusia la agricultura era muy atrasada y, a pesar de la eliminación del sistema de servidumbre en 1861, todavía conservaba, a fines del siglo XIX y principios del XX, considerables rezagos pre-capitalistas que no la hacían una potencia económica.

La industrialización, por su parte, fue un proceso tardío e impulsado por el Estado con el concurso de capitales extranjeros. Se concentró geográficamente en grandes ciudades como San Petersburgo, Moscú, Kiev, Varsovia y Lodz —en la parte polaca ocupada por Rusia— y las cuencas del Donetz y el Dniéper. El descubrimiento de petróleo en Azerbaiyán, hizo de Bakú otra zona industrial. Mientras tanto, la mayor parte de la población y el territorio eran agrícolas y predominaban relaciones pre-capitalistas de producción.

No obstante sus inmensos recursos naturales, especialmente mineros y energéticos, en 1913 la producción industrial de Rusia representaba solo el 5,5% del total mundial, detrás de Estados Unidos (35,8%), Alemania (15,7%), Gran Bretaña (14,0%) y Francia (6,4%).(2)

A pesar de ser la quinta potencia industrial del mundo, Rusia no era un país industrializado al producirse la revolución bolchevique, por lo que la prioridad del gobierno comunista, sobre todo después de finalizar la Guerra Civil (1918-1921), fue alcanzar la industrialización.

La estrategia de desarrollo decidida por Stalin a partir de los primeros planes quinquenales fue una industrialización acelerada, especialmente en la industria pesada, esto es: construcción de maquinarias, siderurgia, armamentos, minería y energía. Como fuentes de acumulación fueron utilizadas la explotación del campesinado, al que se había impuesto la colectivización forzosa; la movilización social a partir de la idea de que con ello se contribuía a la construcción del socialismo; así como el trabajo forzado de miles de prisioneros políticos en campos de trabajo administrados por la Seguridad del Estado (GULAGs).

Ciertamente, la URSS logró un nivel de industrialización considerable antes de la Segunda Guerra Mundial, lo cual, dicho sea de paso, le permitió resistir y luego derrotar la invasión nazi. Sin embargo, esto se consiguió a costa de inmensos sacrificios humanos, de un nivel de vida de la población mucho más bajo que el de otras potencias industriales y con una agricultura subdesarrollada. En 1940 la renta nacional a precios constantes se había quintuplicado respecto a 1928.(3) 

El modelo de crecimiento adoptado por la URSS antes y después de la Segunda Guerra Mundial fue de tipo «extensivo», es decir, basado en la abundancia relativa de recursos naturales y humanos y de su financiación, asegurada por la concentración de los recursos del Estado en los objetivos establecidos. La sustitución del mercado por la administración centralizada de la economía llevó a que, en ausencia de competencia, las empresas industriales produjeran con altos costes relativos y con una baja calidad de acuerdo con estándares internacionales.

Demonios

El rezago de la industria de bienes de consumo y de la agricultura provocó no solo una grave deformación estructural en la industria soviética, sino que ralentizó el mejoramiento del nivel de vida de la sociedad. Cuando el modelo «extensivo» de crecimiento agotó sus posibilidades, a partir de la segunda mitad de la década de los setenta del siglo xx, la economía soviética fue incapaz de transitar hacia un modelo «intensivo», basado en mayor productividad de los factores de producción y en mayor calidad de la producción.

Tras el derrumbe del «socialismo burocrático» y la desaparición de la Unión Soviética, sobrevino para Rusia la mayor crisis económica de la época contemporánea.

Entre 1993 y 1999, el PIB se contrajo a un ritmo promedio anual de -4,0%;(4) se produjo una enorme devaluación del rublo; aumentó la inflación; se incrementó la deuda externa; las reformas hacia la liberalización de la economía y la transición hacia una economía de mercado, condujeron al fomento de la corrupción; el enriquecimiento ilícito de funcionarios del Partido, el gobierno, directores de empresas estatales y el desaparecido KGB; el deterioro del nivel de vida de las personas jubiladas y de millones de trabajadores a quienes se les redujeron los ingresos reales. El ingreso per cápita a precios corrientes de 2015, pasó de 6.398 dólares estadounidenses en 1992 a 5.362 en 2000.(5)

El gobierno de Putin, a partir de 2000, ha logrado revertir las tendencias macroeconómicas negativas, al tiempo que restableció el poderío militar del país; pero no ha conseguido conformar una estructura económica ni un patrón de inserción internacional típicos de naciones desarrolladas. En realidad, la economía es altamente vulnerable a los precios del petróleo y el gas, que constituyen el principal rubro de exportaciones.

Entre 2017 y 2021, los combustibles representaron el 47,9% de las exportaciones rusas, los productos de fundición de hierro y acero 5,1% y los metales preciosos, entre ellos oro y platino, 4,8%. Mientras, las máquinas y aparatos mecánicos, incluidos los reactores nucleares, representaron el 2,2%, y las máquinas y aparatos eléctricos 1,2%.(6) Rusia ocupa el primer lugar en la exportación mundial de combustibles y reactores nucleares, pero es importador neto de maquinarias y productos de alta tecnología.

El ingreso per cápita a precios constantes de 2015, pasó de 5.362 USD en 2000 a 9.633 USD en 2020. No obstante, aún continúa siendo un valor correspondiente a una economía de desarrollo intermedio. Su gasto militar, sin embargo, ha oscilado entre el 3,7% y el 4,3% del PIB desde 2017 a 2020; mientras Estados Unidos reporta entre 3,3% y 3,7% y China 1,7%. En el período 2018-2020, Rusia destinó a gastos militares el 11,4% del presupuesto total de la nación. Por su parte, Estados Unidos descendió de 9,6% en 2018 a 7,9% en 2020, y China de 5,1% a 4,7%; ambos con economías mucho más grandes que la rusa. (7)

Bajo el régimen de Putin se ha mantenido la lógica soviética de la época de Guerra Fría, según la cual se prioriza el gasto militar para mantener la paridad estratégica con Estados Unidos a costa de un sacrificio económico considerable. Esta paridad ha incluido el desarrollo de armamentos de nuevo tipo que, de usarse en una conflagración internacional, podrían llevar a la destrucción de la humanidad.

Pareciera que Putin no ha tomado en cuenta adecuadamente las lecciones de la historia. El poderío de las naciones se construye a partir de la economía. Una economía sana macroeconómicamente, competitiva y con un adecuado clima para el desarrollo de los negocios, enfocada en el mejoramiento del bienestar de la sociedad y en una eficiente inserción internacional; es la base sobre la que se construye una potencia sólida.

Esto lo comprendió Gorbachov en su momento y fue abanderado de una serie de acuerdos para limitar la carrera armamentista y, sobre todo, restringir el desarrollo de armas de destrucción masiva. La economía soviética de entonces no podía sostener semejante nivel de gastos. Tampoco la rusa podrá lograrlo en estos tiempos.

Rusia no es solo una gran potencia militar, sino cultural, científica y deportiva. Su aporte a la literatura, el cine, la música, la danza, la ópera, la educación, las ciencias y los deportes; es de relevancia global. Sin embargo, requiere modernizarse económicamente y como sociedad para que pueda cumplir un rol de liderazgo internacional en un ambiente de cooperación global con los otros países, en especial con los de su entorno geopolítico. Pero esto precisa también de un nuevo tipo de relaciones internacionales, en las que la confianza mutua reemplace a los recelos y la marginación.

Rusia necesita derrotar a sus demonios.

***

1.  Ver, de Joseph Frank: Dostoevski, A Writer in His Time, New Jersey, Princeton University Press, 2010, p. 657.

2.  S.B Clough y R.T Rapp: Historia económica de Europa, Omega, Barcelona, 1979. Citado por Enrique Palazuelos: La formación del sistema económico de la Unión Soviética, Ediciones Akal, Madrid, 1990.

3.  Cálculos a partir de Palazuelos: La formación del sistema económico de la Unión Soviética. Ediciones Akal, Madrid, 1990.

4. Cálculos del autor con base a UNCTAD (2022) Unctadstat.

5. UNCTAD (2022) Unctadstat. 

6. Cálculos con base a ITC: Estadísticas de comercio internacional, Cálculos con base a ITC (2022) Estadísticas de comercio internacional.  

7. SIPRI (2022) SIPRI Military Expenditure Database. 

29 marzo 2022 66 comentarios 1.760 vistas
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Guerra

La guerra entre Ucrania y Rusia y la crisis del sistema internacional

por Mauricio De Miranda Parrondo 11 marzo 2022
escrito por Mauricio De Miranda Parrondo

Desde la paz de Westfalia en 1648 hasta el día de hoy, las guerras que involucraron a varios países o continentes han sido el resultado de la quiebra de los sistemas internacionales precedentes, y como consecuencia generaron nuevos sistemas de relaciones internacionales que reflejaron siempre los intereses de las potencias vencedoras.

Los principios del sistema internacional contemporáneo y su persistente violación

El sistema internacional actual derivó del fin de la Segunda Guerra Mundial y se expresó en la constitución de la Organización de las Naciones Unidas (ONU), cuya Carta establece como principios:

1) la igualdad soberana de todos sus miembros; 

2) los miembros cumplirán de buena fe las obligaciones contraídas por ellos de conformidad con la Carta; 

3) arreglo de las controversias internacionales por medios pacíficos de tal manera que no se pongan en peligro ni la paz y la seguridad internacionales ni la justicia;

4) abstención de recurrir a la amenaza o al uso de la fuerza contra la integridad territorial o la independencia política de cualquier Estado;

5) los miembros prestarán a la ONU toda clase de ayuda en cualquier acción que ejerza de conformidad con la Carta y se abstendrán a Estado alguno, contra el cual la ONU estuviera ejerciendo acción preventiva o coercitiva;

6) la ONU hará que los Estados que no son miembros se conduzcan de acuerdo con estos Principios en la medida en que sea necesario para mantener la paz y la seguridad internacionales;

7) la ONU no podrá intervenir en los asuntos que constituyen la jurisdicción interna de los Estados.

El capítulo VII de la Carta establece las acciones en caso de amenazas a la paz, quebrantamientos de la paz o actos de agresión. Las mismas se reservan al Consejo de Seguridad, cuyos cinco miembros permanentes: Estados Unidos, Rusia (después de la disolución de la URSS), Reino Unido, Francia y China, gozan de poder de veto. Entre estas acciones se considera el uso de fuerzas terrestres, aéreas o navales para mantener o restablecer la paz y la seguridad internacionales.

Amparada en esta figura, una coalición bajo la bandera de Naciones Unidas participó en la Guerra de Corea (1950-1953), desatada por la invasión de Corea del Norte a Corea del Sur.

Guerra (2)

Cascos azules de la ONU (Foto: Prensa Latina)

Actualmente, sus Fuerzas de Paz (los llamados «cascos azules») participan en diversas misiones para la observación o el mantenimiento de la paz en Chipre y Kosovo en Europa; conflicto de Cachemira entre India y Pakistán, Timor Oriental y Afganistán en Asia; conflicto árabe-israelí y Líbano en Oriente Medio; Haití en América Latina y Caribe; y Sahara Occidental, Sudán, Sudán del Sur, Congo, Libia, Mali y República Centroafricana. Previamente, desarrollaron numerosas misiones relacionadas con guerras y conflictos militares internos en diversos países.

La Guerra Fría o la fractura del sistema internacional de postguerra

Poco después de la constitución oficial de la ONU —en cuya arquitectura se evidenció el desenlace de la guerra en la que los entonces aliados Estados Unidos, Unión Soviética, Gran Bretaña, Francia y China fueron reconocidas como potencias vencedoras—, comenzó la Guerra Fría entre Estados Unidos y el llamado bloque occidental, por una parte, y la Unión Soviética y el grupo de países en su órbita como resultado de la imposición de regímenes comunistas, por la otra.

El enfrentamiento político y la competencia económica y militar de ambos bloques condujo a la formación de dos organizaciones militares enclavadas en el continente europeo, donde se estableció la línea principal de confrontación.

La Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) se creó por el Tratado del Atlántico Norte o Tratado de Washington, firmado el 4 de abril de 1949, y se autodefine como un sistema de defensa colectiva en el que los Estados miembros se comprometen a defender a cualquiera de ellos que sea atacado por una potencia externa.

Originalmente fue constituida por Bélgica, Canadá, Dinamarca, Estados Unidos, Francia (se retiró de la estructura militar en 1966 y retornó en 2009), Islandia, Italia, Luxemburgo, Noruega, Países Bajos, Portugal y Reino Unido. Posteriormente se incorporaron Grecia y Turquía en 1952, República Federal de Alemania en 1955 y España en 1982.

Después de la caída del Muro de Berlín y la disolución de la Unión Soviética, se produjo la expansión de esta organización hacia el Este al incorporar antiguos aliados de la desaparecida URSS e incluso a ex-repúblicas soviéticas. Hungría, Polonia y la República Checa ingresaron en 1999; Bulgaria, Eslovaquia, Eslovenia, Estonia, Letonia, Lituania y Rumanía en 2004; Croacia y Albania en 2009; Montenegro en 2017 y Macedonia del Norte en 2020.

El 14 de mayo de 1955 se firmó el Tratado de Amistad, Colaboración y Asistencia Mutua, también denominado Pacto de Varsovia, con el objeto de contrarrestar la amenaza que representaba para ellos la OTAN. Sus miembros fundadores fueron la Unión Soviética, Albania (se retiró de facto en 1961 y de jure en 1968, debido al diferendo ideológico de su régimen abiertamente estalinista con la dirigencia soviética), Alemania Oriental, Bulgaria, Checoslovaquia, Hungría, Polonia y Rumanía.

Guerra (3)

También se autodefinía como organización militar defensiva. Por entonces Yugoslavia no se integró, debido a la ruptura de relaciones con la URSS y a su expulsión del Kominform en 1948 cuando se produjo el enfrentamiento político entre Stalin y Tito. Mongolia solicitó su ingreso en 1963, sin embargo, conservó un estatus de observador después que su ingreso fue bloqueado por Rumanía, pero tropas soviéticas se estacionaron en su territorio en 1966.

China y Corea del Norte también fueron países observadores, pero el primero se retiró en los años sesenta debido a su diferendo político con la Unión Soviética durante el gobierno de Mao Zedong, y el segundo se distanció para mantener su equidistancia durante el conflicto sino-soviético.

De forma alternativa, en 1961 un grupo de países del llamado Tercer Mundo, —liderados originalmente por el primer ministro de India Jawaharlal Nehru, y los presidentes Josip Broz Tito (Yugoslavia), Gamal Abdel Nasser (Egipto), Ahmed Sukarno (Indonesia) y Nkwame Nkrumah (Ghana)— decidió constituir en Belgrado el Movimiento de Países No Alineados, que agruparía a los estados no miembros de organizaciones militares.

Aunque inicialmente pretendía la neutralidad entre los bloques militares, la realidad fue que muchas de estas naciones estaban alineadas políticamente con uno de ellos. Los principios de no alineación se resumen en: 1) Respeto mutuo por la integridad territorial y la soberanía de cada Estado; 2) No agresión; 3) No interferencia en asuntos internos de otros Estados; 4) Igualdad y mutuo beneficio en las relaciones entre los Estados y 5) coexistencia pacífica.

En realidad, tanto la OTAN como el Pacto de Varsovia desarrollaron acciones ofensivas que se tradujeron en operaciones militares no relacionadas con sus objetivos declarados y que, además, resultan violatorias de la Carta de las Naciones Unidas.

La URSS invadió Hungría en 1956 para evitar que su gobierno se retirara del Pacto de Varsovia y se declarara neutral. En 1968, los ejércitos de la URSS, Alemania Oriental, Polonia, Hungría y Bulgaria invadieron Checoslovaquia para frenar las reformas económicas y políticas iniciadas allí. En 1979, tropas soviéticas intervinieron en Afganistán para asegurar su influencia geopolítica y lo mantuvieron ocupado militarmente, debiendo librar una cruenta guerra contra fuerzas nacionales hasta su retirada en 1989, con el balance de más de 15 mil soviéticos muertos y desaparecidos y más de 53 mil heridos y mutilados.

La OTAN por su lado, si bien no desarrolló acción militar alguna durante la Guerra Fría, atacó a Irak en 1991 como respuesta a la invasión de ese país a Kuwait y nuevamente en 2003 amparado en el supuesto de que allí había armas químicas que luego no se encontraron. Intervino en la guerra de Bosnia-Herzegovina (1992-2004), en la guerra entre Serbia y Kosovo de 1999 y lidera las fuerzas de paz establecidas en ese territorio, de conformidad con la Resolución 1244 del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas. También participó en operaciones para desarmar fuerzas insurgentes de origen albanés en Macedonia del Norte, invadió Afganistán entre 2001 y 2021 y se involucró en la guerra civil en Libia en 2011.

Guerra (4)

El presidente de la República de Kosovo, Hashim Thaci, de uniforme militar, ha sido acusado por crímenes de guerra. (Foto: EFE)

El fin de la Guerra Fría y sus efectos sobre el sistema internacional

Tras la desaparición de la URSS y el llamado campo socialista, las ex repúblicas soviéticas del Báltico y los antiguos miembros del Pacto de Varsovia negociaron su incorporación a la OTAN con el objeto de asegurar su defensa en caso de agresión rusa. Mientras tanto, la expansión de la OTAN hacia el Este ha sido considerada por Rusia como una amenaza, teniendo en cuenta la lógica de las esferas de influencia aceptada por Estados Unidos y Gran Bretaña en la Conferencia de Yalta de 1945.

Ese momento ameritaba un reordenamiento del sistema internacional para que el ambiente de Guerra Fría fuera reemplazado por uno de paz y verdadera coexistencia pacífica, estableciendo garantías de seguridad a las dos partes enfrentadas. Sin embargo, se impuso la misma lógica de los vencedores que existió tras las dos Guerras Mundiales.

La disolución del Pacto de Varsovia debió significar la desaparición de la Alianza Atlántica y el remplazo de ambos bloques por un mecanismo institucional derivado de la Organización para la Seguridad y la Cooperación Europea (OSCE). Por el contrario, lo que se produjo fue la expansión de la OTAN.

Para explicar este proceso, es necesario tener en cuenta que las relaciones entre Rusia y sus territorios vecinos han sufrido varios conflictos históricos. Considerando solo el siglo XX, Rusia y Polonia —que recuperó su independencia después de 123 años de estar repartida entre Rusia, Austria y Prusia— se enfrascaron en una guerra entre 1919 y 1921.

En septiembre de 1939 la Unión Soviética invadió Polonia por el Este, días después que lo hiciera la Alemania hitleriana por el Oeste. En 1940 invadió Finlandia (a la que arrebató parte del istmo de Carelia, pero fue frenado por el ejército de ese país), anexó las repúblicas de Letonia, Lituania y Estonia y despojó a Rumanía de la Besarabia moldava, que el imperio ruso había ganado al imperio otomano tras la guerra ruso-turca de 1806-1812 y perdido después de la Primera Guerra Mundial, debido a que el territorio decidió por referéndum su incorporación a Rumanía en 1918.

Esto explica que tras la disolución del Pacto de Varsovia, la desintegración de la URSS y los cambios políticos acaecidos en todos los países del antiguo bloque soviético; la mayor parte de los estados de Europa Oriental se orientaran hacia la OTAN desde el punto de vista político-militar y hacia la Unión Europea desde el punto de vista económico.

Guerra (5)

La guerra entre Rusia y Ucrania

La conflagración entre Rusia y Ucrania se enmarca en esta lógica de esferas de influencia que ha definido el sistema internacional contemporáneo. Rusia ha pretendido limitar la soberanía ucraniana al impedir que este país ingrese a la OTAN y, en respuesta a lo que considera una amenaza, decidió invadir. Con ello ha violado todos los preceptos del derecho internacional y la Carta de las Naciones Unidas.

La solución de este conflicto no puede ser otra que un alto al fuego que ponga fin a la inmensa tragedia humanitaria y una salida pacífica negociada que implique un tratado internacional cuyo cumplimiento sea verificable por instituciones internacionales. Sin embargo, tanto el punto de partida del proceso como el resultado de la negociación parecen difíciles en las actuales condiciones.

Rusia exige, para empezar, el reconocimiento de su soberanía sobre Crimea, la desmilitarización de Ucrania y su conversión en un país neutral (estatus que en la actualidad tienen Suiza, Suecia y Finlandia).

Según las declaraciones de Vladimir Putin, la resolución del conflicto «era posible solo si los intereses de seguridad legítimos de Rusia eran tomados en cuenta sin condición». Es decir, la posición del gobernante ruso es de diktat, pues demanda garantías a la seguridad de Rusia sin que ofrezca esas mismas garantías a Ucrania. Muy probablemente Rusia exija soberanía sobre las regiones separatistas de Donetsk y Lugansk y que se asegure un corredor que le permita el acceso, no solo a los recursos de carbón y hierro de las cuencas de Donbás y Krivoi Rog, sino también una conexión por tierra hacia Crimea.

Ucrania, por su parte, reclama un alto al fuego y la retirada de las tropas rusas. El gobierno de ese país se muestra reacio a aceptar la pérdida de territorios, sobre todo dada la importancia estratégica de las zonas en disputa. Su entrada a la OTAN resulta poco probable, especialmente por la renuencia del bloque a entrar directamente en la guerra ante la amenaza nuclear de Rusia. Si esto es así, un estatuto de neutralidad podría resultar viable siempre que reciba garantías internacionales.

Esta guerra ha demostrado con claridad la crisis del sistema internacional contemporáneo. Las bases sobre las que este se sustenta han saltado por los aires y no parece que pueda sobrevivir, precisamente debido a que no se reformó cuando fue posible y necesario.

La lógica de esta transformación debería ser el compromiso que garantice la seguridad internacional y que democratice las relaciones internacionales, a partir de fortalecer el rol de las organizaciones internacionales, muy especialmente las Naciones Unidas. De no lograrse semejante reforma, en la que mucho tienen que decir las economías emergentes, el sistema podría tener un final parecido al que resultó del Tratado de Versalles en 1919.

Como todas las crisis, esta puede ser una oportunidad para cambios positivos, de lo contrario podríamos estar presenciando el preludio de una guerra de proporciones inusitadas que comprometería la existencia misma de la Humanidad.

11 marzo 2022 74 comentarios 2.348 vistas
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Rostro

Un rostro en cada número

por Alejandro Muñoz Mustelier 8 marzo 2022
escrito por Alejandro Muñoz Mustelier

Las armas de destrucción masiva no eran masivas, ni armas, ni siquiera estaban. Con ellas también se volatilizaban las causas de la invasión a Irak, la administración Bush sería entonces desacreditada. No había una razón para andar metidos en ese país tan en los «confines de la Tierra», cuya relación con los derechos humanos era similar y en algunos casos mejor que la de algunos aliados de los Estados Unidos, como Arabia Saudita. El descrédito ante el resto del mundo —léase Occidente— no era una opción.

Estados Unidos no es Rusia, así que paulatinamente, con cambios de titulares y noticias, con análisis de especialistas en programas de gran audiencia y declaraciones gubernamentales, fueron revisándose las causas de la invasión. Poco a poco, como quien no quiere las cosas, se incorporaron nuevos objetivos: terminar con la violación a los derechos humanos del régimen iraquí, eliminar la ayuda de Sadam Husein a Al Qaeda —causa que tampoco se probó— y otras razones más peregrinas.

Por supuesto, los encargados de esta transubstanciación de causas fueron los grandes medios de difusión: FOX, CNN, y otros de similar estirpe. Pero todavía les quedaba un asunto por resolver: la guerra seguía su curso con excesos y «equivocaciones» fatales por parte del ejército contra la población civil. No podían darse el lujo de repetir un Viet Nam, donde los periodistas andaban de acá para allá, como John por su casa, fotografiando cadáveres de jóvenes estadounidenses y aldeas en llamas. Con ello habían logrado movilizar a la opinión pública estadounidense para que presionara al gobierno y así detuvieron la guerra.

Entonces los medios y el Pentágono mismo tuvieron una epifanía: el programa de los periodistas «integrados»: reporteros asignados a una unidad militar que se consideraban casi reclutas, convivían con las tropas, dormían en las mismas barracas, salían en los mismos convoyes, y vivían bajo las mismas circunstancias. Ese programa dio resultados increíbles. Los periodistas comenzaron a ofrecer a sus medios una visión absolutamente sesgada —más que lo habitual— de la guerra.

Rostro (2)

El 9 de abril de 2003, tropas estadounidenses tomaron el centro de Bagdad. En la imagen, derriban una estatua de Sadam Husein. (Foto: GETTY)

El programa había recurrido a un recurso de persuasión tan antiguo como el hombre: apelar al sentido de pertenencia. Los periodistas, cuya premisa debe ser la búsqueda de la imparcialidad y su compromiso, la veracidad; se identificaron totalmente con quienes eran, en la práctica, sus compañeros de armas. Entonces comenzaron a reportar historias de altísimo valor humano, siempre parcializadas, sobre ellos.

La atención del público abandonó el hecho de si las causas de la guerra eran plausibles o no, y se centró en el devenir de las acciones. El foco migró de una visión macro, a una visión micro. Ya no importó el porqué, sino el cómo, puesto que las historias de marcado valor humano tienen ese efecto. También atraen al público como ninguna otra, así que los medios tuvieron su agosto con marcas de audiencia nunca antes vistas.

Según un artículo de El País del 10 de abril del 2003, CNN+ se convirtió en líder de los canales de transmisión continua, porque desde el 20 de marzo del mismo año —día en que venció el ultimátum que Bush dio a Sadam—, la cadena recibió una media de 350.000 abonados diarios. El 26 de marzo se bombardeó un mercado en Bagdad con varias bajas civiles, y el 8 de abril murió un camarógrafo de Tele 5. Por supuesto, estos dos días, CNN+ se convirtió en líder de audiencia.

Aquel 20 de marzo, la administración Bush, y con ella Estados Unidos, violó el artículo 2.4 de la Carta de las Naciones Unidas, que proscriben el uso de la fuerza. Incluso el entonces presidente Jacques Chirac, tan francés y occidental, en un encuentro en París con el jefe de los inspectores de la ONU, advirtió a Estados Unidos que la decisión de atacar Irak le correspondía al Consejo de Seguridad, y que una acción unilateral de Washington implicaría una violación de las leyes internacionales. No obstante, después el mandatario abogó por contar con una segunda resolución de la ONU que autorizara el ataque. Nunca la hubo.

Más allá de las resoluciones, se violaban una miríada de derechos humanos todos los días. Wikileaks dio cuenta de ello, los principales medios, no. Por eso el mundo democrático se alzó en una sola voz, como ocurre ahora, para silenciar a esos medios, que no sólo eran del país que ilegalmente invadía a otra nación, sino que apoyaban la acción y se beneficiaban con dividendos nunca antes vistos. Fueron censuradas en todo Occidente, CNN, FOX, ABC, CBS, y NBC. ¿Recuerdan? No, eso nunca pasó. Al contrario, los algoritmos de internet lograron posicionarlos en los primeros lugares, incluso en regiones donde no los tenían.

La Organización Mundial para las Migraciones publicó un informe que reporta más de 20.000 nuevos desplazados en Yemen debido a los combates y el hambre. Se habla de un conflicto olvidado. Médicos sin Fronteras reporta que en los últimos días han llegado a los hospitales numerosos heridos y muertos, incluyendo niños. Esta información no está a la vista, no ocupa los primeros lugares en las búsquedas online, es necesario ir directamente a por ella.

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Milicianos huthis en Yemen. (Foto: Hani Al-Ansi/DPA)

Lo mismo pasa con los palestinos asesinados en la Cisjordania ocupada este mes —hay ocupaciones que no son noticia—; igual sucede con las noticias que reportan que sólo se reciben refugiados ucranianos en los países de Europa y se dejan atrás a los migrantes de otros países también con conflictos armados y crisis humanitarias —hay refugiados que no merecen titulares.

¿Cuántos países han sido bombardeados en estas últimas dos semanas? Según los principales titulares, sólo uno, no más. Ni en Donetsk y Lugansk ha habido más de 13.000 muertos desde el 2014, que fue cuando realmente comenzó este conflicto ¿Qué cadena reportó estas 13.000 víctimas y denunció estas violaciones de forma repetida e insistente?

Es comprensible que los medios de difusión occidentales estén alarmados con la invasión de Rusia a Ucrania, y con razón, las estadísticas son espantosas: según La Vanguardia, el conflicto hasta ahora ha dejado un saldo de 2000 civiles ucranianos muertos, así como 836.000 desplazados. Es incuestionable que la incursión rusa debe detenerse, es un acto que merece ser condenado como cualquier invasión extranjera a un país soberano por múltiples motivos.

Más allá de las razones humanitarias —que son las fundamentales— están desde los motivos financieros, ya que esta conflagración la sufren todos los países del mundo con el alza de los precios de productos esenciales en el mercado mundial; hasta los éticos y geopolíticos, puesto que si la potencia rusa puede ejercer fuerza sobre el territorio de Ucrania, ¿qué impedirá una conducta similar de China, o la continuidad abierta de estas políticas agresivas de Estados Unidos?

Conocemos los números, y sufrimos porque no son números, sino personas de Kiev o de cualquier otra ciudad ucraniana. Lo sabemos porque están a la vista, todos los medios de este hemisferio publican sus rostros, los exponen, denuncian las bombas, y los disparos. Luego, nosotros hacemos otro tanto en las redes, y los twitteamos, los retwitteamos y denunciamos la violencia. Pero, ¿quién denuncia así, incansablemente, los otros números, los otros morteros caídos en escuelas y casas civiles, los otros miles que comenzaron a morir hace años y siguen muriendo en Donetsk, Lugansk, Palestina, Yemen?

Si los medios rusos no tienen la entereza de ser honestos, según la tesis de la mayoría de gobiernos occidentales; si en la responsabilidad de denunciar las violaciones, las injusticias y las muertes, estos medios occidentales son adalides, guías y campeones, entonces por qué informan violaciones y excesos sólo cuando son excesos y violaciones convenientemente «denunciables».

La libertad de prensa no es un asunto parcial —quienes sufrimos una prensa sesgada lo sabemos. Conocemos la importancia de que todos los medios tengan voz, pero también de que todos los números, tengan rostro.

8 marzo 2022 16 comentarios 1.495 vistas
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Rusia

Rusia: el otro imperialismo

por Mauricio De Miranda Parrondo 4 marzo 2022
escrito por Mauricio De Miranda Parrondo

En su milenaria historia, Rusia pasó de un principado que reunió diversas tribus eslavas orientales a fines del siglo IX —que comenzó con la Rus de Kiev—,y después se fragmentó en varios estados que cayeron bajo hegemonía mongola, hasta la conformación de un gran imperio consolidado en torno al principado de Moscovia. Este último fue convertido a su vez en Zarato, durante el gobierno de Ivan IV El Terrible, en 1547, y proclamado imperio por Pedro I El Grande en 1721.

A diferencia de otros imperios, el ruso no fue ultramarino. Unificó primero las tierras rusas y luego conquistó y colonizó territorios de otros pueblos, hasta construir el Estado de mayor extensión territorial no ultramarino desde el siglo XVIII.

La revolución bolchevique y la cuestión nacional

Cuando se produjo la revolución bolchevique, una de las primeras medidas del nuevo gobierno fue la «Declaración de los Derechos de los Pueblos de Rusia», firmada por Lenin el 15 de noviembre de 1917 (según el calendario gregoriano), solo una semana después de asumir el poder. En ella se proclamaron: 1) la igualdad y soberanía para los pueblos de Rusia; 2) el derecho a libre determinación, incluyendo la independencia; 3) la abolición de todos los privilegios y restricciones nacionales y religiosas; y 4) el libre desarrollo de las minorías nacionales y los grupos étnicos que hacían parte del territorio del Imperio.

Este decreto garantizó el apoyo de varias minorías nacionales al bolchevismo en la Guerra Civil, debido a que las fuerzas pro-zaristas y de los llamados «rusos blancos» no apoyaban la autodeterminación de los pueblos no rusos del imperio.

En consecuencia, se produjo la independencia de Finlandia, República Popular de Ucrania (que incluso firmó su propio Tratado de Brest-Litovsk), Moldavia (que se integró a Rumanía), Lituania, Estonia, Letonia, la República Democrática Federal de Transcaucasia (formada por Georgia, Armenia y Azerbaiyán), Polonia y Bielorrusia.

Rusia (2)

(Wikimedia Commons)

Poco después de la toma del poder por los bolcheviques, estallaron la Guerra Civil (1918-1921) y la guerra polaco-soviética (1919-1921). Como resultado de ellas, los bolcheviques retomaron el control de la mayoría de los territorios independizados, con excepción de Finlandia, Polonia, Lituania, Letonia y Estonia.

En particular, como consecuencia de la guerra entre la Rusia Soviética y Polonia, Ucrania fue dividida. En manos polacas quedó su zona occidental, formada por las actuales provincias de Volynia, Leópolis, Ternópil, gran parte de la actual provincia de Ivano-Frankivsk, y casi la mitad de Rivne. El resto del territorio quedó en manos rusas, en él se constituyó la República Socialista Soviética de Ucrania en 1919, después que las fuerzas nacionalistas ucranianas perdieron el apoyo de los imperios centrales derrotados en la Primera Guerra Mundial.

Entre 1920 y 1921, como efecto de la Guerra Civil, se estableció el dominio soviético en los territorios del Cáucaso y se constituyó la República Socialista Soviética Federativa de Transcaucausia, formada por Armenia, Azerbaiyán y Georgia.

En diciembre de 1922, las repúblicas soviéticas de Rusia —que incluía a los territorios del antiguo Turquestán ruso dentro de la Federación—, Ucrania, Bielorrusia y Transcaucasia, formaron la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS).

A las repúblicas federadas se les otorgó el derecho a la autodeterminación desde el inicio, lo que sería ratificado en las constituciones de 1936 y 1977. Se suponía que ello significaba una unión libre de pueblos, representada en un nuevo tipo de Estado. Desafortunadamente, ese Estado carecía de democracia, lo cual facilitó que primara el «chovinismo gran ruso», como catalogaba Lenin la actitud de los bolcheviques que pretendían restablecer las estructuras de dominación rusa de los tiempos del imperio.

El imperialismo soviético

Para Lenin tenía un inmenso valor el principio de autodeterminación de los pueblos, de forma que no fuera la opresión «gran rusa» la base de su permanencia dentro del Estado socialista. Por eso criticó severamente a Stalin, Dzerzhinski y Orzhonikidze a raíz del «asunto georgiano», y en una nota fechada el 30 de diciembre de 1922 se preguntaba: «¿No será de ese mismo aparato ruso que, como indicaba ya en uno de los anteriores números de mi diario, hemos tomado del zarismo, habiéndonos limitado a ungirlo ligeramente con el óleo soviético?».

Más adelante insiste: «Yo creo que en este asunto han ejercido una influencia fatal las prisas y los afanes administrativos de Stalin, así como su saña contra el decantado “social-nacionalismo”. De ordinario, la saña siempre ejerce en política el peor papel». Y finaliza la nota: «A este respecto se plantea ya un importante problema de principio: cómo comprender el internacionalismo».

Stalin se las agenció para hacerse con el poder en la URSS tras la muerte de Lenin. Después de neutralizar e incluso expulsar a Trotski, fue traicionando a sus sucesivos aliados: Zinóviev, Kámenev, Bujarin, Rykov, hasta conformar una dirigencia plegada sumisamente a sus designios y convertirse, en la práctica, en un nuevo zar. Bajo su gobierno se impulsó la rusificación del país, lo que resulta paradójico dado su origen georgiano.

Rusia (3)

Joachim von Ribbentrop (izq.), Stalin y Viacheslav Mólotov (primero a la der.) durante la firma del acuerdo el 23 de agosto de 1939.

Luego del pacto Mólotov-Ribbentrop de 1939, la URSS invadió Polonia dieciséis días después de que Alemania hiciera lo mismo. Ante el Soviet Supremo de la URSS, Mólotov afirmó: «Un golpe corto del Ejército alemán y otro del Ejército Rojo, fueron suficientes para aniquilar esta fea criatura del Tratado de Versalles». (1) En 1940 la URSS, amparada en el referido pacto, invadió Moldavia, Lituania, Letonia, Estonia y Finlandia. De todos estos territorios únicamente no pudo anexarse al último, pero le arrebató parte del istmo de Carelia.

Durante y después de la Segunda Guerra Mundial, en la medida que el Ejército soviético recuperaba territorios, Stalin ordenó la deportación de millones de ciudadanos pertenecientes a diversas etnias, acusados en la mayor parte de los casos de «colaboración con el enemigo». Los alemanes del Volga, calmucos, chechenos, ingushes, tártaros de Crimea, turcos mesjetianos y balakarios; fueron deportados de sus tierras ancestrales y reubicados en territorios de Asia Central y Siberia. Miles perdieron la vida en travesía hacia los destinos impuestos. A la muerte de Stalin se reversó la medida y algunos regresaron a sus regiones de origen.

Concluida la Segunda Guerra Mundial, las fronteras de la URSS como potencia vencedora se establecieron en la mayor parte del territorio que antes constituyera el imperio ruso. Incluso, fueron sumados los llamados Cárpatos Ucranianos (actual provincia de Zakarpatia) arrebatados a Checoslovaquia, y aunque formalmente las repúblicas tenían derecho a separarse de la Unión, se reforzaron los poderes del centro. Adicionalmente, resultado de los Acuerdos de Yalta entre Stalin, Roosevelt y Churchill; la Unión Soviética logró establecer esferas de influencia en Europa Central y Oriental, supuestamente para garantizar su seguridad futura.

Sin embargo, de la garantía de seguridad se pasó a la dominación directa de Alemania Oriental, Polonia, Checoslovaquia, Hungría, Bulgaria y Rumanía. Y esto no incluyó a Yugoslavia porque el presidente Tito se negó a cumplir órdenes de Stalin y el país fue expulsado del Buró de Información de los Partidos Comunistas y Obreros (Kominform).

En los países convertidos en satélites se impuso el sistema político totalitario comunista y el sistema de administración centralizada de la economía, se limitó la soberanía nacional al punto de colocar los intereses políticos y estratégicos de la Unión Soviética —a los que eufemísticamente se denominaba «de la comunidad socialista»— por encima de sus intereses nacionales. Lo que en teoría debió ser la expresión internacionalista de los pueblos de esos países, en realidad fue la confabulación de sus grupos dirigentes al servicio del Kremlin.

Por esas razones, ante la impotencia del resto del mundo, tropas soviéticas intervinieron en Berlín Oriental en 1953 para aplastar con sus tanques las protestas populares en respuesta a las excesivas normas de producción impuestas por los burócratas comunistas de Alemania Oriental, contra la escasez de bienes de consumo y la inflación.

En 1956 invadieron Hungría con el fin de impedir su decisión soberana de proclamar la neutralidad y abandonar el Pacto de Varsovia. En 1968 hicieron lo mismo en Checoslovaquia con el objetivo de imposibilitar las reformas de la dirigencia del Partido Comunista y el gobierno de ese país, orientadas a democratizar la sociedad y construir un «socialismo con rostro humano». En 1980 amenazaron a la dirigencia polaca con la invasión, en medio de las protestas generadas por el sindicato independiente Solidaridad.

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Lech Walesa, cofundador de Solidaridad y exmandatario de Polonia, durante la campaña para las presidenciales en 1989. (Foto: Reuters)

Las libertades establecidas durante la Perestroika y la Glasnost, destaparon varias «Cajas de Pandora». Una de ellas fue la ficción de un país construido sobre la base de la igualdad y la hermandad entre las diversas nacionalidades.

Los pueblos de las repúblicas bálticas clamaron por la independencia que ya habían tenido entre las dos guerras mundiales; reaparecieron las posiciones nacionalistas e independentistas de las naciones no rusas, especialmente los ucranianos, georgianos y armenios; así como de ciertos pueblos incorporados dentro de algunas de las repúblicas: los chechenos y los daguestanos dentro de Rusia, los rusos del Donbás dentro de Ucrania, los osetios del sur y los abjasios dentro de Georgia y los armenios del Alto Karabaj dentro de Azerbaiyán; entre otros.

Aún no había desaparecido la URSS y ya había guerra entre armenios y azeríes por el Alto Karabaj. Luego de la disolución de la Unión estallaron diversos conflictos étnicos, en varios de ellos ha intervenido Rusia para asegurar su posición dominante en la región.

El nuevo imperialismo ruso

Tras la desintegración de la URSS se agudizaron los conflictos entre las nuevas repúblicas soberanas y al interior de algunas de ellas.

El sistema de administración centralizada dio paso a una economía de mercado inspirada en el modelo neoliberal, en el que se produjo una alianza entre antiguos funcionarios y elementos del crimen organizado, que se apropiaron de la mayor parte de las antiguas empresas públicas y construyeron oligarquías. En la mayor parte de las repúblicas los grupos de poder mutaron de comunistas a ultra-nacionalistas, muchos adoptaron las posturas confesionales mayoritarias, reemplazando el poder de convocatoria de la ideología marxista por el de la religión predominante.

A pesar de que, desde el punto de vista internacional Rusia heredó el lugar de la URSS en el sistema de relaciones internacionales, quedó muy debilitada, no solo por la pérdida de poder político y militar, sino también por la debacle económica. Entre 1993 y 1999, el producto interior bruto (PIB) tuvo una contracción promedio anual del 4%, (2) y el PIB per cápita  —a precios constantes de 2015— pasó 6.398 USD en 1992 a 4.855 en 1999. La debacle económica de Rusia y todas las repúblicas exsoviéticas se reflejó en un incremento notable de la pobreza y las desigualdades sociales.

A partir de la renuncia de Yeltsin, el último día de 1999, y el comienzo de la «era Putin», comenzó el proceso para eliminar la escasa democracia alcanzada previamente en aras de «ordenar» el país. Para ello, resultaba imprescindible mejorar la economía y fortalecer el poderío militar de Rusia encaminada a recuperar el lugar perdido como gran potencia militar.

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Los cosacos erigen un busto de Putin como un emperador romano (Foto: Maxim Zmeyev/Reuters)

Putin lleva veintidós años en el poder, dieciocho de ellos como presidente (2000-2008 y a partir de 2012) y cuatro como primer ministro (2008-2012). En ese tiempo ha superado en gran medida la debilidad heredada por la desintegración de la URSS.

El PIB tuvo un crecimiento promedio anual del 5,4% en el período 2000-2009, pero se ralentizó en 2010-2019 a solo 1,9%.(3) En 2020, por los efectos de la pandemia, se contrajo a -3,0%. El PIB per cápita, medido a precios constates de 2015, pasó de 5.362 USD en 2000 a 9.935 en 2019 para caer a 9.633 en 2020.

Las relaciones comerciales se diversificaron desde el punto de vista geográfico, si bien su principal socio comercial es claramente China, que en 2020 representó el 14,5% de las exportaciones y el 23,7% de las importaciones.(4) En cambio, desde el punto de vista de la estructura mercantil las exportaciones se mantienen concentradas en las materias primas, especialmente los combustibles, que representan el 42% del total, las materias no especificadas un 11%, fundición de hierro y acero 4,7%, oro 5,5%, cereales 2,7%, platino 2,3%.

Rusia es un importante actor en las exportaciones mundiales de materias primas, algunas de ellas de importancia estratégica. No obstante, depende considerablemente de las importaciones de maquinarias, equipos y bienes industriales de alta tecnología.

Su poderío militar ha crecido notablemente y ha desarrollado armamentos de nueva generación. Un informe reciente divulgado por CNN, que reúne diversas fuentes —entre ellas Stockholm International Peace Research Institute (SIPIRI), el Banco Mundial, Global Firepower y CIA World Factbook—; muestra que mientras Estados Unidos destina al gasto militar el 3,52% del PIB, Rusia destina el 4,2%.

Rusia supera a Estados Unidos en el total de armas nucleares, pero está por debajo en armas desplegadas; supera a EE.UU. en tanques y en buques de guerra, mientras está por debajo en aviones de combate y en el total de tropas en activo (Padinger, 2022).

El sistema político ruso, que nunca fue plenamente democrático, se ha ido transformando de un régimen autoritario a uno cada vez más autocrático, centrado en el poder personal de Vladimir Putin. Se han introducido modificaciones constitucionales para reforzar los poderes del presidente. Mientras, la oposición es reprimida, tanto usando subterfugios jurídicos como de forma cada vez más evidente y abierta. Varios líderes opositores han sido asesinados o se ha intentado hacerlo, sin que esos crímenes hayan sido resueltos.

Mediante la represión militar se ha puesto fin a los conflictos separatistas dentro de la Federación Rusa. Pero al mismo tiempo, Rusia ha intervenido en conflictos regionales ocurridos en varias de las antiguas repúblicas soviéticas. Intervino militarmente en el conflicto georgiano-abjasio del lado de las fuerzas separatistas abjasias y mantiene tropas de ocupación en la región.

Del mismo modo actuó en el conflicto georgiano-osetio, al lado de las fuerzas separatistas de Osetia del Sur. Como resultado, tropas rusas ocupan ilegalmente parte del territorio de Georgia, que es un Estado independiente y cuyas fronteras nacionales reconocidas son las de la antigua república socialista soviética.

Recientemente sus fuerzas armadas fueron decisivas en la represión de las protestas populares contra el gobierno autoritario de Kazajistán. Asimismo ofreció ayuda militar a su aliado bielorruso Lukashenko que denunció sin pruebas la participación de la OTAN en las protestas populares contra el supuesto fraude electoral que le permitió continuar en el poder.

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Lukashenko y Putin (Foto: CNN)

Sin embargo, ha sido en Ucrania, donde el nuevo imperialismo ruso ha mostrado mayor virulencia. Ha exigido a los diversos gobiernos ucranianos, primero, que el país no ingrese a la Unión Europea, lo que motivó las protestas del llamado Euromaidán a fines de 2013 y principios de 2014.

Ellas condujeron a la renuncia de su aliado Yanukóvich y, al mismo tiempo, a la invasión y posterior anexión de la península de Crimea y a la proclamación de repúblicas separatistas en las provincias de Donetsk y Lugansk, pertenecientes a la región del Donbás, rica en carbón, hierro, lignito, antracita y hulla bituminosa; y más recientemente que el país no ingresara a la OTAN. Ante la negativa de la OTAN de rechazar la solicitud de membresía de Ucrania, Putin ordenó una invasión general al país vecino, iniciando una guerra que ya lleva una semana.

Rusia afirma sentirse amenazada ante la expansión hacia el Este de la alianza militar noratlántica, liderada por Estados Unidos, a partir de la inclusión en dicho bloque militar de las tres repúblicas exsoviéticas del Báltico y de los antiguos países del bloque soviético. Estos países, por su parte, solicitaron su adhesión a la OTAN ante el temor ocasionado por el rearme ruso, además de una historia de conflictos geopolíticos con la gran potencia euroasiática.

Por estas razones resulta imprescindible lograr un alto al fuego que respete la integridad territorial e institucional de Ucrania, así como la convocatoria a una nueva conferencia internacional sobre seguridad en Europa, que establezca las condiciones para evitar el estallido de una nueva guerra.

La lógica imperialista de las esferas de influencia conduce siempre a la guerra, y en las actuales condiciones de un mundo con armas nucleares desplegadas en diversos países, un conflicto armado puede significar la destrucción de la humanidad.

***

(1) Robert Tucker: (1990) Stalin in Power: The Revolution from Above, 1928-1941. New York, W. W. Norton & Company, 1990, p. 612.

(2) Cálculos del autor con base a estadísticas de la UNCTAD (2022).

(3) Cálculos del autor con base a UNCTAD (2022).

(4) Cálculos del autor con base a Trademap (2022).

4 marzo 2022 70 comentarios 3.186 vistas
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