Como en otras ocasiones a lo largo de más de sesenta años, Cuba ha iniciado 2021 con una nueva estrategia económica que –igual que en las ediciones anteriores– tiene como pretensiones públicas hacer materialmente sostenible el proyecto político y social de la Revolución.
No es la primera vez que se reordena la economía buscando eficiencia y productividad. Por ejemplo, la década de los sesenta, que fue un tiempo de experimentación y búsqueda constante de un modelo funcional y autóctono, presenció la aplicación de varios sistemas de dirección: Cálculo Económico, Presupuestario de Financiamiento, Registro Económico. Estos, acompañados por el llamado a sacrificios, renuncias a proyectos personales y hazañas —como la zafra que cerró la década—, buscaban lograr un «gran salto adelante» cubano, que desgraciadamente no llegó, aunque no sería mortalmente desastroso como el de Mao en China.
Los setenta trajeron la entrada al Consejo de Ayuda Mutua Económica (CAME), la aplicación de un nuevo sistema –el de Dirección y Planificación de la Economía–, la reforma de las estructuras de gobierno, con el nacimiento de las Asambleas del Poder Popular, y la institucionalización emanada del primer Congreso del Partido y de la nueva Constitución de 1976. Los ochenta están marcados por el proceso llamado de rectificación de errores y tendencias negativas y los noventa se recuerdan por las políticas de liberalización del Período Especial. Así, un rosario de idas y venidas que nos trae hasta la Tarea Ordenamiento.
Este texto es parte de una entrevista que pertenece a una investigación aún inédita, titulada Los insomnios de la utopía, de la cual La Joven Cuba publicó hace poco otro fragmento. En él, Juan Valdés Paz, sociólogo experto en temas del agro cubano, quien estuvo entre los fundadores de la revista Pensamiento Crítico y fue investigador del Centro de Estudios sobre América y del Instituto de Historia de Cuba, se refiere a las intríngulis tras el que es quizás uno de los momentos más interesantes y menos tratados de los inicios de proceso: la construcción paralela del comunismo y el socialismo.
Valdés Paz, uno de los intelectuales más lúcidos del panteón nacional y autor de textos imprescindibles como Procesos de organización agraria en Cuba (1959-2006) y La evolución del poder en la Revolución Cubana (I y II), ofrece una visión desde la realpolitik que sirve no solo para tratar de entender aquellos sucesos pasados, sino también los presentes. Como dijera el sabio italiano Humberto Eco, existen tantas lecturas como lectores. Aquí se ofrece una clave que bien puede usarse para una lección con resultados interesantes.
-La posibilidad de construir paralelamente el socialismo y el comunismo en Cuba fue una idea convertida en estrategia a finales de la década de los sesenta. Sobre ella, Fidel dijo en el famoso discurso del 13 de marzo de 1968, en la escalinata de la Universidad de La Habana, que algunos «bisnietos de revolucionarios» la tildarían de idealista, aunque en el Informe al Primer Congreso del Partido hizo la autocrítica. ¿Cómo se explica esa concepción de construcción paralela de un sistema dentro de otro? ¿Cuál es su origen?
Desde mi punto de vista fue una locura teórica y, sobre todo, práctica. Es pura ideología. Fidel estaba tratando de usar las ideas del Che, ausente desde 1964 y muerto en 1967, y por eso toma su legado y lo lleva ad absurdum. Donde el Che había hablado del «hombre nuevo» y de la creación de la conciencia comunista como garantía del socialismo, él introduce esto de la construcción paralela; donde el Che había defendido la dirección partidaria de la Revolución, él convierte automáticamente a todos los jefes de una actividad en primeros secretarios del Partido y establece la unión completa del Partido y el Estado; etc.
En esos años, que van desde 1966 hasta 1970, se introduce un modelo de gestión política y económica que Fidel acompaña a través de sus discursos. Yo recuerdo no solo a Fidel, sino también a Osvaldo Dorticós hablando del «horario de conciencia», que se tradujo en la supresión de los relojes para marcar la entrada a los centros de trabajo de todo el país y en su lugar, los trabajadores debían llegar cuando entendieran.
Las bases más profundas de eso son difíciles de discernir, porque Fidel dijo algo primero y después dijo lo contrario. Si estaba convencido de su discurso, o el discurso estaba en función de otra estrategia política es difícil saberlo. Ese es el período de tensión con China, con la URSS, de la búsqueda de una ideología propia para que no nos invadieran ideologías foráneas. Se debe atender menos a los discursos, me parece a mí, y más a los resultados.
-¿En este caso, qué resultados trajo?
Fue un desastre económico. Había una meta que era producir diez millones de toneladas de azúcar, no sé cuántos miles de litros de leche, no sé cuántos planes especiales, y todo estaba acompañado de discursos, medidas, programas, intelectuales escribiendo, medios de comunicación reforzándolo. Todo eso es lo interior.
¿Cuál es el resultado exterior, visible públicamente? Pues no alcanzamos los diez millones de toneladas de azúcar, aunque hicimos la zafra más grande de la historia; se produjo una debacle económica generalizada, cayó el nivel de vida de la población. Se cambió de estrategia y, al cambiar de estrategia, cambiamos de discurso. Visto eso, se debe poner la mirada en las realidades históricas, sin desconocer el resultado interior.
El discurso tiene metas, algunas declaradas y otras ocultas. Fidel Castro no hacía los discursos para sí mismo, por tanto, él cuenta lo que quiere y entiende que debe contar porque está tratando de movilizar. Hay un componente ideológico, pretende persuadir. Que sea lo que está pensando, que todos sus objetivos estén declarados, eso es otra cosa y habría que tener más información para poder contrastar. Pero siempre existieron objetivos no declarados, los discursos son mediaciones y, por tanto, siempre tienen algo de manipulación de la dirección hacia los dirigidos. Hay que preguntarse si los resultados tienen relación con los objetivos declarados o, sobre todo, con los no declarados.
Si los declarados fueron hacer la Zafra de los Diez Millones, no se logró. Pero si los no declarados fueron saldar el conflicto con la URSS, sí se logró. Puede haber sido un desastre económico, pero un éxito político que hizo viable a la Revolución a largo plazo.
El año 1968, por ejemplo, es muy peculiar porque tiene un significado mundial: hay un 68 vietnamita, un 68 francés –las protestas de mayo–, un 68 mexicano –el movimiento estudiantil y la matanza de Tlatelolco–, un 68 socialista –la llamada Primavera de Praga. Cada uno tiene un significado distinto y dan cuenta de problemas diferentes, pero si tomas el 68 cubano también es peculiar.
Comenzó el año bajo el impacto de la muerte del Che a finales de 1967. Desde el punto de vista ideológico, estábamos en plena campaña heterodoxa: discutirlo todo, publicar a todo el mundo. Es el momento más heterodoxo de la Revolución. ¿Cómo comienza el año? Con el Congreso Cultural de La Habana y le sigue la Ofensiva Revolucionaria: lo nacionalizamos todo y nos convertimos en la experiencia más estatalizada de la historia. Todavía, a final del semestre, sucede la llamada Microfracción.
Quiere decir, el primer semestre es de una radicalización creciente. ¿Contra quién? ¿Qué revela la Microfracción? Que hay un sector dirigente de la Revolución, algunos de los cuales están en el primer Comité Central, que no solamente están conspirando, sino que lo están haciendo en contacto con la KGB. Tenemos un problema con la URSS, hay una parte de la dirección soviética a la cual no le gusta, o la Revolución cubana o, más concretamente, Fidel Castro.
¿Qué va a ocurrir poco después? La invasión a Checoslovaquia y nuestro apoyo a la entrada de las tropas del Pacto de Varsovia. Dimos un viraje y a partir de entonces iniciamos unas nuevas relaciones amorosas con el campo socialista y con la URSS que fueron in crescendo hasta Mijaíl Gorbachov. Podemos preguntarnos si lo que está en juego en realidad es de naturaleza política o si estamos viendo una película y la verdadera cinta es otra. Por eso debemos ver los discursos, y todo lo demás, en una perspectiva más compleja, más de realpolitik.