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Fidel Castro

objetivos

Objetivos no declarados

por José Manuel González Rubines 5 febrero 2021
escrito por José Manuel González Rubines

Como en otras ocasiones a lo largo de más de sesenta años, Cuba ha iniciado 2021 con una nueva estrategia económica que –igual que en las ediciones anteriores– tiene como pretensiones públicas hacer materialmente sostenible el proyecto político y social de la Revolución.

No es la primera vez que se reordena la economía buscando eficiencia y productividad. Por ejemplo, la década de los sesenta, que fue un tiempo de experimentación y búsqueda constante de un modelo funcional y autóctono, presenció la aplicación de varios sistemas de dirección: Cálculo Económico, Presupuestario de Financiamiento, Registro Económico. Estos, acompañados por el llamado a sacrificios, renuncias a proyectos personales y hazañas —como la zafra que cerró la década—, buscaban lograr un «gran salto adelante» cubano, que desgraciadamente no llegó, aunque no sería mortalmente desastroso como el de Mao en China.

Los setenta trajeron la entrada al Consejo de Ayuda Mutua Económica (CAME), la aplicación de un nuevo sistema –el de Dirección y Planificación de la Economía–, la reforma de las estructuras de gobierno, con el nacimiento de las Asambleas del Poder Popular, y la institucionalización emanada del primer Congreso del Partido y de la nueva Constitución de 1976. Los ochenta están marcados por el proceso llamado de rectificación de errores y tendencias negativas y los noventa se recuerdan por las políticas de liberalización del Período Especial. Así, un rosario de idas y venidas que nos trae hasta la Tarea Ordenamiento.

Este texto es parte de una entrevista que pertenece a una investigación aún inédita, titulada Los insomnios de la utopía, de la cual La Joven Cuba publicó hace poco otro fragmento. En él, Juan Valdés Paz, sociólogo experto en temas del agro cubano, quien estuvo entre los fundadores de la revista Pensamiento Crítico y fue investigador del Centro de Estudios sobre América y del Instituto de Historia de Cuba, se refiere a las intríngulis tras el que es quizás uno de los momentos más interesantes y menos tratados de los inicios de proceso: la construcción paralela del comunismo y el socialismo.

Valdés Paz, uno de los intelectuales más lúcidos del panteón nacional y autor de textos imprescindibles como Procesos de organización agraria en Cuba (1959-2006) y La evolución del poder en la Revolución Cubana (I y II), ofrece una visión desde la realpolitik que sirve no solo para tratar de entender aquellos sucesos pasados, sino también los presentes. Como dijera el sabio italiano Humberto Eco, existen tantas lecturas como lectores. Aquí se ofrece una clave que bien puede usarse para una lección con resultados interesantes.

El romance cubano-soviético

-La posibilidad de construir paralelamente el socialismo y el comunismo en Cuba fue una idea convertida en estrategia a finales de la década de los sesenta. Sobre ella, Fidel dijo en el famoso discurso del 13 de marzo de 1968, en la escalinata de la Universidad de La Habana, que algunos «bisnietos de revolucionarios» la tildarían de idealista, aunque en el Informe al Primer Congreso del Partido hizo la autocrítica. ¿Cómo se explica esa concepción de construcción paralela de un sistema dentro de otro? ¿Cuál es su origen?

Desde mi punto de vista fue una locura teórica y, sobre todo, práctica. Es pura ideología. Fidel estaba tratando de usar las ideas del Che, ausente desde 1964 y muerto en 1967, y por eso toma su legado y lo lleva ad absurdum. Donde el Che había hablado del «hombre nuevo» y de la creación de la conciencia comunista como garantía del socialismo, él introduce esto de la construcción paralela; donde el Che había defendido la dirección partidaria de la Revolución, él convierte automáticamente a todos los jefes de una actividad en primeros secretarios del Partido y establece la unión completa del Partido y el Estado; etc.

En esos años, que van desde 1966 hasta 1970, se introduce un modelo de gestión política y económica que Fidel acompaña a través de sus discursos. Yo recuerdo no solo a Fidel, sino también a Osvaldo Dorticós hablando del «horario de conciencia», que se tradujo en la supresión de los relojes para marcar la entrada a los centros de trabajo de todo el país y en su lugar, los trabajadores debían llegar cuando entendieran.

Las bases más profundas de eso son difíciles de discernir, porque Fidel dijo algo primero y después dijo lo contrario. Si estaba convencido de su discurso, o el discurso estaba en función de otra estrategia política es difícil saberlo. Ese es el período de tensión con China, con la URSS, de la búsqueda de una ideología propia para que no nos invadieran ideologías foráneas. Se debe atender menos a los discursos, me parece a mí, y más a los resultados.

-¿En este caso, qué resultados trajo?

Fue un desastre económico. Había una meta que era producir diez millones de toneladas de azúcar, no sé cuántos miles de litros de leche, no sé cuántos planes especiales, y todo estaba acompañado de discursos, medidas, programas, intelectuales escribiendo, medios de comunicación reforzándolo. Todo eso es lo interior.

¿Cuál es el resultado exterior, visible públicamente? Pues no alcanzamos los diez millones de toneladas de azúcar, aunque hicimos la zafra más grande de la historia; se produjo una debacle económica generalizada, cayó el nivel de vida de la población. Se cambió de estrategia y, al cambiar de estrategia, cambiamos de discurso. Visto eso, se debe poner la mirada en las realidades históricas, sin desconocer el resultado interior.

El discurso tiene metas, algunas declaradas y otras ocultas. Fidel Castro no hacía los discursos para sí mismo, por tanto, él cuenta lo que quiere y entiende que debe contar porque está tratando de movilizar. Hay un componente ideológico, pretende persuadir. Que sea lo que está pensando, que todos sus objetivos estén declarados, eso es otra cosa y habría que tener más información para poder contrastar. Pero siempre existieron objetivos no declarados, los discursos son mediaciones y, por tanto, siempre tienen algo de manipulación de la dirección hacia los dirigidos. Hay que preguntarse si los resultados tienen relación con los objetivos declarados o, sobre todo, con los no declarados.

Si los declarados fueron hacer la Zafra de los Diez Millones, no se logró. Pero si los no declarados fueron saldar el conflicto con la URSS, sí se logró. Puede haber sido un desastre económico, pero un éxito político que hizo viable a la Revolución a largo plazo.

El año 1968, por ejemplo, es muy peculiar porque tiene un significado mundial: hay un 68 vietnamita, un 68 francés –las protestas de mayo–, un 68 mexicano –el movimiento estudiantil y la matanza de Tlatelolco–, un 68 socialista –la llamada Primavera de Praga. Cada uno tiene un significado distinto y dan cuenta de problemas diferentes, pero si tomas el 68 cubano también es peculiar.

Comenzó el año bajo el impacto de la muerte del Che a finales de 1967. Desde el punto de vista ideológico, estábamos en plena campaña heterodoxa: discutirlo todo, publicar a todo el mundo. Es el momento más heterodoxo de la Revolución. ¿Cómo comienza el año? Con el Congreso Cultural de La Habana y le sigue la Ofensiva Revolucionaria: lo nacionalizamos todo y nos convertimos en la experiencia más estatalizada de la historia. Todavía, a final del semestre, sucede la llamada Microfracción.

Quiere decir, el primer semestre es de una radicalización creciente. ¿Contra quién? ¿Qué revela la Microfracción? Que hay un sector dirigente de la Revolución, algunos de los cuales están en el primer Comité Central, que no solamente están conspirando, sino que lo están haciendo en contacto con la KGB. Tenemos un problema con la URSS, hay una parte de la dirección soviética a la cual no le gusta, o la Revolución cubana o, más concretamente, Fidel Castro.

¿Qué va a ocurrir poco después? La invasión a Checoslovaquia y nuestro apoyo a la entrada de las tropas del Pacto de Varsovia. Dimos un viraje y a partir de entonces iniciamos unas nuevas relaciones amorosas con el campo socialista y con la URSS que fueron in crescendo hasta Mijaíl Gorbachov. Podemos preguntarnos si lo que está en juego en realidad es de naturaleza política o si estamos viendo una película y la verdadera cinta es otra. Por eso debemos ver los discursos, y todo lo demás, en una perspectiva más compleja, más de realpolitik.

5 febrero 2021 21 comentarios 5,K vistas
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sovietico

El romance cubano-soviético

por José Manuel González Rubines 21 enero 2021
escrito por José Manuel González Rubines

Una crónica desde Moscú de la periodista Milenys Torres, en la emisión del NTV del pasado 18 de enero, recordaba mediante curiosas imágenes las primeras visitas de Fidel Castro a la Unión Soviética en la década del sesenta del siglo pasado. Viejas grabaciones del Comandante, entonces con el cargo de Primer Ministro de la República, lo mostraban no solo en los sonrientes encuentros oficiales con dirigentes, sino también compartiendo con los rusos y disfrutando en trineo del crudo invierno moscovita, ataviado con el clásico sombrero con orejeras, llamado ushanka.

La relación de Cuba con la potencia dio forma a casi tres décadas de historia de la Revolución. Su influencia económica y política configuró no solo la manera en la que se dirigían los asuntos de Estado en Cuba, sino que incidió directamente –de forma positiva a veces y negativa otras– en la vida de todos los habitantes de esta Isla. La desaparición –o desmerengamiento, como reposterilmente algunos gustan decir– de esa «nación de naciones» es una herida que aún esta caribeña república, situada a miles de kilómetros de distancia, se lame de vez en cuando.

Este texto es el fragmento de una entrevista que pertenece a una investigación aún inédita, titulada Los insomnios de la utopía. En él, quien fuera uno de los hombres clave en la economía y la política de las décadas del setenta y el ochenta, disecciona con criolla maestría lo que fueron las relaciones Cuba-URSS.

Humberto Pérez González –padre del Sistema de Dirección y Planificación de la Economía, autor del popular manual Economía Política del Capitalismo (I y II), presidente de la Junta Central de Planificación (1976-1986) y vicepresidente del Consejo de Ministros (1979-1986)– arroja luz a lo que fueron tres décadas de una complejísima relación entre estados aliados, que para él se parece mucho –en cuanto a idas y venidas– a un vínculo marital.

-En febrero de 1960 se firmó el primer convenio comercial con la Unión Soviética. Mi pregunta viene en dos direcciones: ¿en qué momento comenzó el interés del Gobierno Revolucionario por la URSS y viceversa?

Las cosas no se deciden por personas individuales si no hay un contexto que las permita, pero la relación entre Raúl Castro y el agente del KGB, Nikolái Leonov fue fundamental. Cuando venía en el barco de regreso del IV Festival Mundial de la Juventud y los Estudiantes, realizado en 1953 en Bucarest, Rumanía, Raúl conoció a Leonov, porque a este lo habían designado en la embajada soviética en México, y establecieron una relación de amistad.

Más tarde volvieron a reunirse, cuando los preparativos para la expedición del Granma en México, y continuaron con sus vínculos. Después del triunfo de la Revolución, en un viaje de Raúl a Checoslovaquia se encontró de casualidad con Leonov, caminando por la calle, y reactivaron la amistad.

Internamente, los comunistas nucleados en el Partido Socialista Popular (PSP), con Blas Roca al frente, habían anunciado su disposición de disolver el Partido para unirse en otra organización bajo el mando único de Fidel. De ahí resultó lo que fue el Partido Unido de la Revolución Socialista de Cuba (PURSC), donde se congregaron las organizaciones que habían participado en la lucha contra Batista y que constituye el germen del Partido Comunista actual. Esa postura de ellos, que gozaban de buena fama en la URSS, fue un factor en favor de la Revolución.

A esto súmale la amistad de Raúl con Leonov. También la postura del Che, que le había creado un problema a Fidel en México antes del Granma por confesar su filiación comunista en un momento tan complejo. Fidel lo dijo, que la actitud del Che era como la de un mártir cristiano que se sintió en el deber cívico de confesar quién era, pero la sinceridad casi echa por tierra el plan.

Por supuesto, el factor más importante fue que el triunfo de la Revolución cubana despertó el interés del mundo entero, y cuando se declaró su carácter socialista más todavía. De aquellos tiempos es la famosa frase de Nikita Kruschov en respuesta a la pregunta de si Fidel era o no comunista: «Yo no sé si Fidel es comunista, lo que sí sé es que yo soy fidelista».

Desde el principio hubo simpatía y conveniencia geopolítica también, todo mezclado. El interés fue de ambos lados. En esos primeros tiempos hizo falta asesores y vinieron checoslovacos, polacos y, por supuesto, soviéticos.

De toda esta convergencia de factores deriva la idea de organizar una Feria Soviética en La Habana, en 1961. Precisamente Leonov vino como traductor de la delegación de su país y, además, estaba favoreciendo posturas de acercamiento por allá porque era de la KGB. En la feria participó nada más y nada menos que Anastás Mikoyán, la segunda o tercera figura más importante de la URSS en esos momentos. De ahí se derivan los primeros acuerdos comerciales y los entendimientos futuros.

-¿Cómo fueron las relaciones a lo largo de la década?

Hubo un momento preliminar de amor a primera vista, este del cual hablábamos. Duró hasta el incidente de los cohetes en 1962. Era un amor de entrega total, hasta el desenlace de la Crisis de Octubre. Ese desenlace fue un error de los soviéticos y de Kruschov en particular, y una cosa difícil de perdonar para una personalidad como la de Fidel, porque simplemente nos desconocieron.

Éramos el centro del problema, los cohetes estaban aquí, estuvimos dispuestos a jugárnosla por el socialismo y negociaron a espaldas nuestras, un error imperdonable. Recuerdo una consigna de aquellos días: «¡Nikita, Nikita, lo que se da no se quita!». Primero era: «¡Fidel, Kruschov, estamos con los dos!» y de un año para otro cambió. El pueblo las coreaba.

Ahí hubo un bache grande, como unos novios con un amor profundo y confianza plena, uno falla y el otro no se lo puede perdonar. Kruschov se dio cuenta del error cometido y ni a la amistad, ni a los intereses geopolíticos de la URSS, les convenían estar a mal con Cuba. Entonces se lanzó en una política de reconciliación a como diera lugar y es cuando invitó a Fidel a la URSS, en 1963. Yo estaba allá y asistí a la ceremonia cuando le dieron el título de Héroe de la Unión Soviética.

La admiración del pueblo soviético por Fidel rayaba en el fanatismo. Es más, cuando a los soviéticos le decías que Fidel para nosotros era como Lenin para ellos, respondían: «No, no, Lenin es otra cosa». Ponían a Fidel por encima de Lenin. Era el héroe legendario, el tipo con una presencia física imponente y con un carisma increíble, proveniente de un país chiquito, muchos factores confluyentes.

Si lo hubieran postulado en aquel momento a unas elecciones, salía presidente de la URSS, ampliamente. Le rindieron todos los honores y le dieron todas las explicaciones posibles. Entonces se reconcilió la pareja.

«¡Siempre juntos!» (V. Ivanov, 1963).

Pasó el tiempo. En los sesenta los soviéticos apoyaron a Vietnam en la guerra, pero no de la forma como creía Cuba que debían apoyar, y se dio el famoso discurso del Che en Argelia, donde les recrimina que en las relaciones económicas no estaban cumpliendo su deber con el Tercer Mundo.

Frente a la posición nuestra, se encuentra la política de los soviéticos de «coexistencia pacífica» y de llegada al socialismo por una vía pacífica. Dos posturas no contrapuestas, pero sí divergentes. En ese contexto se dio la segunda oleada de sectarismo en Cuba, alrededor de Aníbal Escalante[1], y se probó que algunas embajadas, como la de Alemania Democrática y la de la URSS, tenían una política de apoyo a estos sectores, tal vez no orientada oficialmente desde el centro, pero sí los auparon. Ambos factores, el interno y el externo, se unieron y aquella reconciliación se quebró.

Los Partidos Comunistas latinoamericanos sentían una gran admiración por la Revolución cubana, pero los ataba a la URSS una fidelidad histórica. Pese a ello, existieron divisiones entre quienes apoyaban la propuesta soviética de toma pacífica del poder y quienes apoyaban la idea del Che de la lucha armada. Por ejemplo, en el Partido Comunista de Venezuela se dio un cisma con Douglas Bravo, que creó las Fuerzas Armadas de Liberación Nacional en 1962; también sucedió en Guatemala, etc. Nosotros empezamos a apoyar todas esas guerrillas.

-¿De dónde teníamos para apoyar?

Teníamos asesoramiento, y las armas que habíamos tomado al ejército de Batista y parte de las que nos daban gratuitamente los soviéticos, las repartíamos. Siempre cumplieron con nosotros y, sin embargo, nosotros sí comenzamos a fallarles en las entregas de azúcar. Ellos anotaban las deudas en el hielo y, al final, las perdonaron. En cuanto a las armas, toleraban el trasmano, pero haciendo resistencia, y nosotros criticando la tibieza.

En ese contexto de acusaciones implícitas mutuas se dio el conflicto chino-soviético, en el cual Cuba no tomó parte. Se abstuvo, pero más bien nuestra postura se acercaba más a las posiciones chinas, aunque hubo críticas a sus extremismos.

Los componentes de un ajiaco son variados. Es muy complejo, porque incluso con esta situación, la ayuda soviética en armas, asesores, suministros y demás nunca se detuvo, y eso mantenía la relación de pareja, relegando las discrepancias hasta cierto punto. Empleo la metáfora de pareja porque se me parece mucho, la verdad.

Un momento crucial para la reconciliación fue la invasión de la Unión Soviética a Checoslovaquia, en 1968. En mi opinión personal, algo muy criticable.

-¿Lo pensó igual entonces?

Sí, lo pensé entonces y lo sigo creyendo hoy.

Fidel, quien como siempre veía más que los demás, no sé si en parte por convicción y en parte por conveniencia táctica, pronunció el famoso discurso del 23 de agosto apoyando la invasión, con todas las implicaciones para el prestigio de Cuba, incluso dentro de las izquierdas. Fidel lo arriesgó todo, rompió con una parte de la familia por mantener los principios, según él los entendía, y el amor de pareja. Debemos recordar que el Che había muerto un año antes, entonces tenía más libertad para actuar porque no estaba el elemento más comprometido con las otras izquierdas.

En ese momento comenzó el fin de la luna de miel con los intelectuales, quienes hasta entonces habían mirado con muchísimo entusiasmo a nuestra Revolución.

Fidel siempre fue muy astuto y sagaz en política. La conducta de los tácticos no la entendemos a veces. Lo cierto es que a partir de este discurso, la pareja se reconcilió y comenzó una segunda luna de miel: perdones de deuda, ayuda superior, posterior ingreso de Cuba al CAME.

Cuando asumió Mijaíl Gorbachov, en 1985, empezaron a producirse una serie de cambios en justa rectificación de las barbaridades cometidas anteriormente desde el estalinismo y después. Kruschov fue refrescante y en general bien enrumbado; posteriormente vino la inercia de Leonid Brézhnev, prolongada hasta su muerte; Andrópov pudo haber sido positivo, pero solo duró poco más de un año; Konstantín Chernenko fue peor que Brézhnev.

Todo eso provocó una acumulación muy peligrosa. Ahí llegó Gorbachov y le sacó la tapa a la olla sin quitarle la presión, y aquello explotó. No significa que no se debía hacer, pero se debía hacer mejor.

[1] Aníbal Escalante: Político cubano, militante del Partido Socialista Popular. Secretario Organizador de la Dirección Nacional de las Organizaciones Revolucionarias Integradas. El 26 de marzo de 1963 se realiza el llamado primer proceso a Escalante, en el cual es acusado de sectarismo. El proceso culmina con la disolución de las ORI. En 1968 se lleva a cabo un segundo proceso a Escalante, conocido como «Micro-fracción», bajo la misma acusación. Este terminó en su encarcelamiento.

21 enero 2021 26 comentarios 5,9K vistas
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memoria historica

Enero de 1959 y la utilidad de la memoria histórica

por Ivette García González 8 enero 2021
escrito por Ivette García González

Hubiera querido vivir aquel momento histórico de Cuba: enero de 1959. Leer los primeros discursos del líder de la Revolución cubana, Fidel Castro, permite un viaje en el tiempo para entender lo que vivieron nuestros padres y abuelos, lo que pretendía originalmente el proyecto revolucionario y la razones por las cuales recibió un altísimo apoyo popular. Después de 62 años, sirven también para valorar el desarrollo del proceso y reflexionar sobre el presente y futuro de Cuba.

Doce discursos pronunció Fidel en el mes de enero. Siete de ellos en sendas concentraciones populares. Casi todas fueron parte del recorrido de la «Caravana de la Libertad», desde el día 1ero en Santiago de Cuba, pasando por Camagüey, Sancti Spíritus, Matanzas y La Habana el día 8. Luego en Artemisa, Pinar del Río y, finalmente, ante la magna concentración del 21 frente al Palacio Presidencial, a la que asistieron millón y medio de personas, incluidos el cuerpo diplomático y la prensa nacional y extranjera.   

Fue un largo y emocionante recorrido. Según avanzaba la Columna, el pueblo se reunía para ver a los «barbudos», escuchar al líder, celebrar y pedir la solución de disímiles problemas. Fidel llegó a Artemisa con fiebre, gripe y casi sin voz. No importó; tampoco la hora: medianoche en Matanzas; 2:00 am en Sancti Spíritus. Llantos de emoción, desmayos, alegría por la partida del tirano, vestuarios con los colores rojo y negro del Movimiento 26 de Julio o con los de la bandera, mujeres de negro por sus hijos o esposos muertos a manos de la tiranía.

Dichas concentraciones favorecieron una interacción sin precedentes entre el líder y las multitudes, al tiempo que se configuraba la mística de Fidel y la Revolución. Esta se hizo valer como fuente de derecho, obligada a definir un nuevo tipo de orden social, para lo cual era vital movilizar al máximo las capacidades creativas y la energía popular. Fidel legitimó al gobierno revolucionario y a las principales figuras, recabó y consiguió la confianza del pueblo en sus compañeros del liderazgo, en particular del Movimiento 26 de Julio como vanguardia política.

Revolución contra los dogmas: conceptos y desafíos

Cada uno de aquellos discursos y primeros actos del triunfo permite análisis desde múltiples ópticas y en espacios más amplios.  Atendiendo a la vigencia y utilidad que tienen para el debate actual, invito a reflexionar sobre algunos tópicos reiterados en las concentraciones populares durante los primeros veintiún días.

La Revolución definió postulados fundamentales. Fidel expone y explica conceptos claves en aquel momento fundador. Los más importantes fueron: «pueblo», «patria», «revolución», «soberanía», «democracia» y «justicia social».  Los tres primeros, que forman parte esencial de la tradición del pensamiento político cubano, los ratifica y enriquece en aquel contexto.

El concepto de «pueblo» es el principal y mantiene la misma formulación del Programa del Moncada. Lo reivindica como protagonista de la lucha reciente y la victoria. Insiste en el poder del pueblo como soberano, mientras a la vanguardia política y a él en particular, los define como «servidores de la ciudadanía» en el discurso en la Plaza de la Ciudad de Camagüey, el 4 de enero de 1959 (p.14).

El concepto adquiere en el discurso una función movilizadora, procurando sembrar la fe en nuevas victorias y recabando la confianza en el liderazgo revolucionario. Fernando Martínez Heredia, en La noción de pueblo en La Historia me absolverá, y Juan Valdés Paz, en La evolución del poder en la Revolución cubana, son referentes imprescindibles para examinar ambas dimensiones: pueblo y poder.

Al igual que la vocación martiana de servir, el concepto de «patria» sigue ese ideario martiano, pero ahora lo asocia con la identidad, grado de satisfacción de los cubanos, participación y responsabilidad compartida en la nueva fase. Lo expresado en el mismo discurso anterior es una muestra:

«¿Cómo vamos a decir: “esta es nuestra patria”, si de la patria no tenemos nada? (…). Patria (…) es un lugar donde se puede trabajar y ganar el sustento honradamente (…), donde no se explota al ciudadano (…). Precisamente la tragedia de nuestro pueblo ha sido no tener patria. Y la mejor prueba (…) es que decenas de miles y miles de hijos de esta tierra se van de Cuba para otro país, para poder vivir (…). Luego, hay que arreglar la República (…), ustedes y nosotros (…)».

«Revolución» se evoca en el sentido universalmente aceptado de cambio radical, «hacer cosas nuevas» e ir «contra los dogmas». Argumenta que la victoria también resultó de haber subvertido dos dogmas de la época: 1) la idea de que contra el ejército era imposible luchar y vencer, y 2) la tesis de que cualquier resistencia hacia la política interna había que evitarla so pena de perder la soberanía con una segura intervención de los EEUU.

Anuncia que con el triunfo se inicia la «etapa constructiva» de la Revolución, la que define como el lapso del proceso de establecimiento del nuevo orden de la República, dentro del cual tiene un papel fundamental la solución de las injusticias y el restablecimiento de la democracia y la Constitución de 1940. En la concentración del 21 expresa: «La Revolución Cubana se puede sintetizar como una aspiración de justicia social dentro de la más plena libertad y el más absoluto respeto a los derechos humanos».

La «soberanía» se asocia al primer y principal desafío que tendría la Revolución: la hostilidad de los gobiernos de EEUU. Fidel enfatiza su importancia como atributo inalcanzado por la nación hasta ese momento y primer principio a defender. En ese momento era la campaña que, a través de medios internacionales y algunos congresistas estadounidenses, criminalizaba al proyecto revolucionario e insinuaba una eventual intervención en Cuba.

El peligro en ciernes se incrementaría pronto, incluyendo una alianza permanente entre sectores contrarrevolucionarios internos y externos en favor de la agenda del gobierno estadounidense. Poco más de un año después se plasmaría oficialmente en el «Proyecto Cuba».  Este y todas sus derivaciones posteriores, con múltiples efectos nocivos para el país, han tenido el propósito de retornarlo a la relación de dependencia anterior a 1959. Es un conflicto que atraviesa cualquier análisis.        

Los compromisos de la Revolución

Las concentraciones sirvieron de escenario al discurso/diálogo entre el liderazgo y el pueblo como ejercicio de democracia directa. Fidel reafirmó compromisos contemplados en el programa de lucha, formuló principios básicos del proyecto y definió prioridades que lograron un altísimo nivel de consenso. Entre ellas la necesidad de consolidar el poder, crear empleos, derechos laborales, revisión de precios, aumentos de salarios, recuperación de bienes malversados, disminución de las tarifas eléctricas, acceso al deporte, la salud y educación, mejores comunicaciones e industrialización del país.

Otras cuatro ideas fueron novedades repetidas y aclamadas:

1) La creación de «un tipo totalmente nuevo de hombre cubano», esbozada en el discurso pronunciado desde el balcón de la Sociedad «El Progreso», de Sancti Spíritus, el 6 de enero de 1959.

2) «No habrán privilegios para nadie», dicho en el discurso en el Parque Céspedes, de Santiago de Cuba, el 1ero..

3) «(…) el odio lo desterraremos de la República, como una sombra maldita que nos dejó la ambición y la opresión», declarado en el mismo discurso.

4) El restablecimiento del respeto a los derechos humanos y libertades fundamentales de los ciudadanos.

La última fue una declaración de principios reiterada. Se acompañó de la condena a la censura y por la protección de la libertad de pensamiento, expresión, prensa, reunión y asociación. Algunos fragmentos la ilustran: 

«Cuando se habla de un derecho después de la Revolución triunfante, se habla de todos los derechos (…) que no se pueden arrebatar (…). Cuando un gobernante actúa honradamente, cuando (…) está inspirado en buenas intenciones, no tiene por qué temer a ninguna libertad (…), no tiene por qué temer a la libertad de prensa, por ejemplo (…)».

Discurso en la Plaza de la Ciudad de Camagüey, el 4 de enero de 1959 (pp. 1-2).

***

«(…) tengo la seguridad de que (…) el presidente (…) decretará el restablecimiento de las garantías y la absoluta libertad de prensa y todos los derechos individuales en el país (…).Habrá libertad absoluta porque para eso se ha hecho la Revolución (…), seguiremos solo (…) la norma del respeto al derecho y a los pensamientos de los demás».

Discurso en el Parque Céspedes de Santiago de Cuba, el 1ero de enero de 1959 (pp. 23-24).

***

 «Bien merecen los periodistas la oportunidad de trabajar (…). El pueblo solo necesita que le informen los hechos, las conclusiones las saca él, porque para eso es lo suficientemente inteligente (…).  Por algo las dictaduras no quieren libertad de prensa (…). Cuando no había censura no podía decirse, sin embargo, que había libertad de prensa. (…) Libertad de prensa hay ahora (…) porque mientras quede un revolucionario en pie habrá libertad de prensa en Cuba. 

Discurso en la Plaza de la Ciudad de Camagüey, el 4 de enero de 1959 (p. 2)

***

«Estoy seguro de que las libertades que ha conquistado nuestro pueblo con tanto sacrificio, nada ni nadie podrá volver a arrebatárselas».

Discurso en el parque La Libertad de la Ciudad de Matanzas, el 7 de enero de 1959 (p.8).

Los presupuestos básicos de la Revolución sientan las bases de lo que se va a desarrollar. Podrán luego ampliarse y complejizarse; nunca negarse so pena de negarse a sí misma. Volver sobre aquellos primeros discursos de la Revolución cubana, una de las más importantes del siglo XX, sirve hoy también para pensar algunas contradicciones internas y el futuro de Cuba. Es hacer valer la utilidad de la memoria histórica.

8 enero 2021 65 comentarios 3,2K vistas
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subjectivity

Fidel and the problem of subjectivity

por Consejo Editorial 16 agosto 2020
escrito por Consejo Editorial

‘Hail, Cesar, those who are about to die salute you.’ The loudspeakers multiplied Fidel’s voice along the city streets. It was a popular march, and my generation, those born in the 1990s, paraded together with the other generations of Cubans. We raised our little Cuban flags and repeated the slogans. For us, that march, like the Battle of Ideas, was a way to get a small taste of the revolutionary epic we hadn’t lived through. It was those marches that taught us who Fidel Castro was.

Years later, when I studied Philosophy and learned the Marxist way of understanding the subject category, I reached an immediate conclusion: in Cuba the subject was Fidel. Among the Cuban people, he was the only vortex from which reality was produced. Despite the passing of years, of decades, Fidel remained an unstoppable will. However, the fact that only he was the subject for so many decades has profound implications. How did that affect us Cubans? Was it positive or negative?

In Cuba the subject was Fidel.

The existence and transcendence of the Fidel Castro phenomenon cannot be explained from structuralist neo-Spinozism, which only knows subjects as subjected subjects. No structure was able to subject Fidel; on the contrary, structures collapsed in his path. In order to theoretically approach him, Ernest Bloch’s theory on utopias may be much more useful. According to the German philosopher, there’s always subjectivity where there’s a utopia, where there’s a project, where there’s a foreshadowing of a better future. There’s no need to say that the Comandante perfectly fits this definition: he was always looking ahead, speaking of things we were unable to imagine, on the verge of delirium and prophecy.

The greatest controversy to have existed within Cuban socialism has been the alternative between voluntarism and objectivism. That was the center of the dispute between Che Guevara and Carlos Rafael Rodríguez in the 1960s. How can one get a country’s economy off the ground? Is it done through willpower or by following the course of the objective laws of history? The sugar harvest of 1970 – the peak of voluntarism – failed, and Fidel had to come to the fore and assume responsibility. From that moment on, in a formal manner, the thesis that privileged historical objectivism triumphed. Cuba changed into the lane of the Soviet model.

However, the mere presence of Fidel at the helm of the Cuban revolution meant that objectivism was never able to consolidate its victory. At any time, the Commander in Chief could come up with a new mission, with some crazy dream able to mobilize the masses. The subject character of that man was manifested I such a titanic way that no structure managed to function or gain strength.

It is now possible to say, with hindsight, that a significant part of Fidel’s utopias went unfulfilled. My generation got to see the failures of the Battle of Ideas, the fiasco that social workers turned out to be, the formalism of the oaths of Baraguá, etc. Just walking in the streets of Havana is enough to see how far we are from being a perfect society. And yet, Elián came back home. The Five Heroes returned. Cuba now has a pharmaceutical industry that was born from a dream of the Comandante.

It’s not easy to give a verdict on Fidel and on the quality of his utopias.

Bloch made a distinction between concrete and abstract utopias. Those whose possibility has an ontological basis on the structures of reality are concrete; those which lack such basis are abstract. Today we could say that some of Fidel’s utopias were concrete and others were abstract; however, by making that distinction with hindsight, our theory would be playing the role of Minerva’s owl, which only flies at sunset. It’s really about constructing a theory that can play the role of the red rooster at dawn, and for that, we could study more thoroughly the thought of the tireless prophet the Commander in Chief was.

What we can assert at present is that, due to the existence of Fidel, the role and functioning of structures in Cuba has been considerably eroded. What’s universally proclaimed today isn’t true: that human structures can function mechanically, and that from that mechanism human happiness may arise. No human social structure may exist if it’s not sustained as a project. The healthiest capitalist societies are those which manage to maintain their aura of collective projects. However, we Cubans have had an excess of subjectivity, at a time when the world works with structures that are increasingly complex and objectified. Cubans have probably witnessed one of the greatest irruptions of subjectivity in recent history.

Now that this storm has passed, we have to organize our life somehow.

The fact that Fidel has been the subject for so long also implies that we, the rest of Cubans, have not. More precisely, we may say that the Cuban people were amalgamated with the revolution into a collective subject, a subjectivity of millions of people which condensed around a single man. In the same way that the individual identity of a human being is constructed around a trauma, the identity of the collective subject that is the Cuban people was constructed around the trauma that was the triumph of the revolution on January 1, 1959.

It was as if a man who has long waited for love were suddenly surprised by the woman of his dreams, and she planted a warm, sweet, and long kiss on his lips. The Revolution fulfilled in one sweep the accumulated aspirations of a people; it was a kind of secularized redemption. And that redemption had a name: Fidel! Fidel! Fidel!

Che Guevara offered one of the best analogies to understand the relationship between Fidel and the people: two tuning forks vibrating in resonance. It’s about empathy, the basis for all collective subjectivity. However, that subjectivity wasn’t constructed horizontally, but rather almost entirely vertically; it was built on the model of paternalism. He became the Great Father for all Cubans. Paternalism will always be an ambiguous relationship because it implies authoritarianism, but it also implies love. Many of us didn’t want that father to let go of our hands.

For a long time, Fidel shone as a sun in the sky. His light overshadowed that of any other Cuban. It was a pride to have him among us, but it was also a heavy burden. He has now physically left us. He leaves us his legend and a strange slogan that goes like this: I am Fidel! We’re almost unable to walk without him, and now is the time to walk for those of us who are alive. That slogan should help us realize that we have to be the subject. We certainly need firmer and more efficient structures than the ones we have, but the paradox is that, in order to build them, we need to be subjects. The greatest and final service Fidel could offer us would be the one of dispersing into and be multiplied in all of us.

Translated from the original

16 agosto 2020 1 comentario 865 vistas
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Fidel y el problema de la subjetividad

por Consejo Editorial 13 agosto 2020
escrito por Consejo Editorial

“Ave César, los que van a morir te saludan”. Los altavoces multiplicaban la voz de Fidel por las calles de la ciudad. Era una marcha del pueblo combatiente, y mi generación, la de los nacidos en los noventa, marchaba junto al resto de las generaciones de cubanos. Levantábamos nuestras banderitas cubanas y repetíamos las consignas. Para nosotros, esa marcha, al igual que la Batalla de Ideas, era una forma de mojarnos un poco con la épica revolucionaria que no habíamos vivido. En marchas como esa aprendimos quien era Fidel Castro.

Tiempo después, cuando estudié filosofía, y aprendí de un modo marxista el significado de la categoría sujeto, llegué a una conclusión inmediata: en Cuba el sujeto era Fidel. Dentro del pueblo cubano, solo él era el vórtice a partir del cual se producía la realidad. A pesar del paso de los años, de las décadas, Fidel seguía siendo una voluntad indetenible. El hecho de que durante tantas décadas solo él haya sido el sujeto tiene, sin embargo, profundas implicaciones. ¿Cómo nos afectó a nosotros, los cubanos? ¿Fue algo positivo o negativo?

En Cuba el sujeto era Fidel.

La existencia y la trascendencia del fenómeno Fidel Castro no se pueden explicar a partir del neo-espinocismo estructuralista, que solo conoce a los sujetos en cuanto sujetos sujetados. Ninguna estructura fue capaz de sujetar a Fidel; por el contrario, las estructuras se quebraban ante su paso. Para acercarse teóricamente a su figura puede ser mucho más útil la teoría de Ernst Bloch sobre las utopías. Según el filósofo alemán, hay subjetividad siempre allí donde hay utopía, donde hay proyecto, donde hay prefiguración de un futuro mejor. No es necesario decir que el Comandante entra perfectamente en esta definición: él siempre estaba con la mirada puesta hacia delante, hablando cosas que nosotros no podíamos concebir, rozando el delirio y la profecía.

La mayor polémica que ha habido hacia el interior del socialismo cubano ha sido la de la alternativa entre voluntarismo y objetivismo. Ese fue el centro de la disputa entre el Che Guevara y Carlos Rafael Rodríguez en los sesenta. ¿Cómo se saca hacia adelante la economía de un país, a base de fuerza de voluntad o siguiendo el curso de las leyes objetivas de la historia? La zafra del setenta- momento cúspide del voluntarismo- fracasó, y Fidel tuvo que salir a la palestra pública a asumir la responsabilidad. A partir de ese momento, de un modo formal, triunfó la tesis que privilegiaba el objetivismo histórico. Cuba entró en el carril del modelo soviético.

Sin embargo, la mera presencia de Fidel en el timón de la revolución cubana hizo que el objetivismo nunca pudiera consolidar su victoria. En cualquier momento, el Comandante en Jefe podía aparecer con una nueva misión, con algún sueño loco capaz de movilizar a las masas. El carácter de sujeto de ese hombre se manifestaba de un modo tan titánico que ninguna estructura lograba funcionar ni consolidarse.

Ahora es posible, desde la distancia, decir que una buena parte de las utopías de Fidel se quedaron sin cumplir. A mi generación le tocó ver los fracasos de la Batalla de Ideas, el fiasco que fueron los trabajadores sociales, el formalismo de los juramentos de Baraguá, etc. Basta caminar por las calles de La Habana para ver lo lejos que estamos de ser una sociedad socialista perfecta. Y sin embargo, Elián regresó a su casa. Los Cinco Héroes volvieron. Cuba posee hoy una industria farmacéutica que nació de un sueño del Comandante.

No es fácil dar un veredicto sobre Fidel y la calidad de sus utopías.

Bloch hizo una distinción entre utopías concretas y abstractas. Concretas son aquellas cuya posibilidad tiene un fundamento ontológico en las estructuras de lo real; abstractas son aquellas que no cuentan con ese fundamento. Hoy podríamos decir que algunas de las utopías de Fidel fueron concretas y que otras fueron abstractas; sin embargo, al hacer esa separación a posteriori nuestra teoría estaría jugando el papel de la lechuza de Minerva, que solo levanta el vuelo al atardecer. De lo que se trata es de construir una teoría que pueda jugar el papel del gallo rojo del amanecer, y para eso podríamos estudiar más minuciosamente el pensamiento de ese profeta incansable que fue el Comandante en Jefe.

Lo que sí podemos afirmar en la actualidad es que, por razón de la existencia de Fidel, en Cuba se ha deteriorado mucho el papel y el funcionamiento de las estructuras. No es cierto lo que se proclama hoy a nivel universal: que las estructuras humanas pueden funcionar mecánicamente, y que de ese mecanismo puede surgir la felicidad humana. Ninguna estructura social humana puede existir si no es sostenida como un proyecto. Las sociedades capitalistas más saludables son aquellas que logran conservar su aura de proyecto colectivo. Sin embargo, nosotros los cubanos hemos tenido un exceso de subjetividad, en una época en que el mundo funciona a partir de estructuras cada vez más complejas y cosificadas. Probablemente los cubanos hemos sido testigos de una de las mayores irrupciones de la subjetividad en la historia reciente.

Ahora que este huracán pasó, tenemos que organizar nuestra vida de alguna forma.

El hecho de que Fidel haya sido el sujeto durante tanto tiempo implica también que nosotros, el resto de los cubanos, no lo hemos sido. Más precisamente, podemos decir que el pueblo cubano se construyó a partir de la revolución como un sujeto colectivo, una subjetividad de millones de personas que se condensó alrededor de un solo hombre. Tal y como la identidad individual de un ser humano se construye alrededor de un trauma, la identidad del sujeto colectivo llamado pueblo de Cuba se construyó a partir del trauma que fue el triunfo de la revolución, el 1ro de enero de 1959.

Fue como si a un hombre que durante mucho tiempo ha esperado el amor le sorprendiera de repente la mujer de sus sueños, y le estampara en la boca un beso caliente, dulce y prolongado. La Revolución cumplió de un tirón las aspiraciones acumuladas de un pueblo, fue una especie de redención secularizada. Y esa redención tenía un nombre: ¡Fidel! ¡Fidel! ¡Fidel!

El Che dio una de las mejores imágenes para entender la relación entre el Fidel y el pueblo: dos diapasones que vibran en resonancia. Se trata de la empatía, la base para toda subjetividad colectiva. Sin embargo, esa subjetividad no se construyó de un modo horizontal, sino que se construyó de un modo casi del todo vertical, se construyó sobre el modelo del paternalismo. Él se convirtió en el Gran Padre para todos los cubanos. El paternalismo va a ser siempre una relación ambigua, porque implica autoritarismo, pero también implica amor. Muchos no queríamos que ese padre soltara nuestras manos.

Durante mucho tiempo, Fidel brilló como un sol en el firmamento. Su luz opacaba la de cualquier otro cubano. Fue un orgullo tenerlo entre nosotros, pero también una pesada carga. Ahora nos ha dejado físicamente. Nos deja su leyenda y una extraña consigna que reza así: ¡Yo soy Fidel! Casi no sabemos caminar sin él, y ahora es el momento de caminar para los que estamos vivos. Esa consigna debería servirnos para darnos cuenta de que tenemos que ser sujeto. Necesitamos, ciertamente, estructuras más firmes y eficientes que las que tenemos, pero la paradoja es que para construirlas tenemos que ser sujetos. El mayor y último servicio que Fidel podría ofrecernos sería el de repartirse y multiplicarse entre todos nosotros.

Publicado originalmente en Rebelión, 07/12/2017

13 agosto 2020 46 comentarios 872 vistas
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¿Quién tiró la tiza?

por Consejo Editorial 8 julio 2020
escrito por Consejo Editorial

En mis largos debates con amigos sobre la historia de Cuba, sus aciertos y sus desatinos, la misma pregunta salta una y otra vez sin que podamos, a ciencia cierta, determinar quién tiró primero la tiza que nos ha mantenido en el castigo de la miseria, el hambre y la desesperación. Para algunos, la tiza la tiró Fidel, y por su culpa, según ellos, no hemos vivido sino 60 años de Fidelismo. No sé si hablan de los “aportes” de Fidel al Marxismo-Leninismo o del carácter dictatorial y personalista del régimen cubano. Yo discrepo de ellos por muchas razones que no puedo exponer en tal breve espacio.

No creo en los poderes supra humanos de un individuo. Ni los antiguos emperadores de las dinastías Qin et Han en China (primeras dinastías imperiales de la era clásica de esta civilización) que según cuentan estaban investidos de poderes divinos emanados del universo, podían sobrevivir, literalmente, sin el soporte de una élite gobernante leal al Emperador y al servicio del imperio. Es de gran miopía intelectual ver las cosas en un sentido estrecho.

Para mí, la cuestión de nuestra Cuba lleva siempre una interrogante, ya que, en 1959, es muy difícil de encontrar un vínculo directo entre Fidel Castro y los comunistas del Partido Socialista Popular (PSP). Para que esta idea no se convierta en especulación de mi parte, me apoyaré en una carta que escribiese Lázaro Peña, miembro oficial del PSP, al Partido Comunista Italiano (PCI) a fines de 1958. En esta carta, Peña informa al PCI de la situación política en Cuba y expresa claramente los vínculos entre el PSP y Fidel Castro. Peña dice así:

« El movimiento de Fidel Castro, quién ha tenido características anárquicas desde un principio y ha sido apoyado por la pequeña burguesía, tiene hoy, especialmente en las regiones dónde ha estado operando intensivamente, el apoyo sólido de los campesinos y de las masas populares en general […] El PSP, aunque todavía es ilegal y sus miembros están aterrorizados, participa activamente a la vida política del país […] es de notar que el PSP no participa oficialmente en el movimiento de Fidel Castro aunque lo apoya en práctica […] El objetivo central del PSP es de primero reorganizarse para luego apoyar la creación de un frente común anti imperialista, cuyo trabajo sea de poner fin al régimen dictatorial de Batista y de formar un gobierno democrático » (traducido del inglés por el autor).

¿Quién tiró la tiza entonces? Yo le invito a que saque usted sus propias conclusiones teniendo en cuenta esta cronología, no exhaustiva ni perfecta, de algunos de los eventos ocurridos durante los primeritos años de vida de la Revolución cubana. Esta cronología la he extraído del libro de Salim Lamrani (2013), The Economic War Against Cuba. A Historical and Legal Perspective on the U.S. Blockade. Para aquellos que se interesan al tema, me parece que el libro hace un análisis bastante justo, pero esto es siempre subjetivo.

Enero de 1959: Triunfo de la Revolución liderada por Fidel Castro y constitución de un gobierno provisional de tipo moderado y compuesto por miembros conservadores de la sociedad civil. Manuel Urrutia es nombrado presidente y José Miró Cardona ocupa el puesto de primer ministro. Ningún comunista aparece en la lista de nuevos directores y el gobierno de los Estados Unidos parece satisfecho con el gabinete cubano. Por esos días, la CIA estaba convencida de que Urrutia era anticomunista y de que Fidel deseaba establecer buenas relaciones con los Estados Unidos.

Febrero de 1959: los últimos dignatarios batistianos huyen del país con 424 millones de dólares de las arcas del tesoro cubano. Los Estados Unidos no extraditan a los criminales de guerra que se encuentran en territorio estadounidense ni garantizan a Cuba un préstamo que permitiese estabilizar la moneda cubana. Cuba hizo formalmente esas demandas al gobierno de los Estados Unidos.

Mayo de 1959: se aprueba la Ley de reforma agraria en Cuba bajo los principios de la Constitución de 1940. El artículo 24 autorizaba la expropiación de bienes privados para fines de desarrollo público siempre y cuando existiese compensación por los daños ocasionados.

Junio de 1959: los Estados Unidos consideran seriamente imponer sanciones a Cuba. Hasta esa fecha, la economía cubana dependía grandemente del mercado americano. 65% de la producción cubana era exportada hacia los Estados Unidos y Cuba importaba más o menos el 73% de sus productos del mercado americano.

Agosto de 1959: el Gobierno de los Estados Unidos recomienda a la compañía de electricidad, American Foreign Power Company, de cancelar una inversión de más de 15 millones de dólares en Cuba. Esta medida parece responder a la reducción de 30% de la tarifa eléctrica en Cuba.

Marzo de 1960: el gobierno de los Estados Unidos incluye en la agenda de la política extranjera hacia Cuba los puntos siguientes: 1) cancelar la compra de azúcar a Cuba 2) parar el envío de recursos energéticos al país 3) mantener el embargo de armas hacia Cuba iniciado en 1958; 4) organizar campañas de terrorismo y de sabotaje; 5) preparar fuerzas paramilitares con el objetivo de invadir la isla y poner fin al régimen de Castro.

Junio de 1960: las compañías petroleras Texaco, Shell y Esso, cancelan sus envíos hacia Cuba y fuerzan al gobierno revolucionario de buscar otras fuentes de abastecimiento –URSS–. Las multinacionales de origen americano se niegan a refinar el petróleo soviético y el gobierno cubano responde con la nacionalización de las refinerías.

Julio de 1960: los Estados Unidos aprueban el Decreto-Ley 86-592 cancelando así la importación de más de 700 000 toneladas de azúcar provenientes de Cuba. Para ese entonces, el azúcar contaba por no menos del 80% de las exportaciones de Cuba hacia los Estados Unidos y procuraba empleo para el 25% de la población cubana.

6 de Julio de 1960: el gobierno cubano aprueba el Decreto 861 autorizando la nacionalización de todas las propiedades americanas en territorio cubano.

Enero de 1961: el gobierno de los Estados Unidos rompe unilateralmente las relaciones diplomáticas con Cuba e impide a los ciudadanos americanos de viajar a Cuba.

Septiembre de 1961: el Congreso de los Estados Unidos aprueba el Foreign Assistance Act, el cuál prohíbe todo tipo de ayuda al gobierno de Cuba y autoriza al presidente de los Estados Unidos a imponer un embargo total sobre la isla.

Febrero de 1962: la Orden ejecutiva 3447, combinada al Foreign Assistance Act de 1961 y al Trading With the Enemy Act de 1917, oficializa el embargo de los Estados Unidos hacia Cuba.

Marzo de 1962: los Estados Unidos incluyen en el embargo todos los productos que contengan materiales cubanos, incluso aquellos producidos en otros países.

Agosto de 1962: los Estados Unidos advierten a todas las naciones comercializando con Cuba que serán excluidas de los programas de ayuda de la USAID de no cortar lazos con Cuba.

Lo que precede no es sino una pequeña cronología de algunos de los eventos más significativos de estos primeros años de la Revolución cubana.

Es sabido que el problema de la nacionalización de las industrias americanas es uno de los puntos más calientes de este conflicto. Pero cabe resaltar que las medidas de expropiación lanzadas por el gobierno revolucionario no afectaron únicamente a los Estados Unidos, sino también a España, Francia y otros países europeos que sí se sentaron a la mesa a negociar con Cuba y aceptaron las compensaciones que el gobierno cubano ofreció. Los Estados Unidos no.

Sin embargo, el 23 de marzo de 1964, la Corte Suprema de los Estados Unidos reconoció la validez de las nacionalizaciones cubanas en el caso Banco Nacional de Cuba v. Sabbatino. Si el derecho internacional estipula que los países soberanos pueden nacionalizar industrias extranjeras siempre y cuando estas sean compensadas, ¿quién entonces, según usted, tiró la tiza?

8 julio 2020 28 comentarios 1,9K vistas
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agujeros

De los agujeros negros a la Historia y viceversa

por Alina Bárbara López Hernández 8 agosto 2019
escrito por Alina Bárbara López Hernández

En la medida en que los escritos de Carlos Luque Zayas-Bazán restringen su calado teórico y crecen en insultos, les resulta poco apropiado un sitio de Internet como Rebelión, que incita a reflexionar y, además, tiene la saludable costumbre de divulgar todos los puntos de vista de los contendientes. Esa no es la izquierda que se prefiere en nuestro medio ambiente ideológico.

Para sus diatribas resultan convenientes entornos digitales más íntimos, como su muro de Facebook, de donde lo replicó el blog PostCuba, también cuasi privado vistas las estadísticas de visitas que reporta, evidentemente de sus amigos. Santa Fraseología los cría y PostCuba los junta.

Luque reacciona esta vez a mi artículo La república dorada, publicado, como siempre, en LJC. La novedad es que ahora lo hace con un asistente: Ernesto Estévez Rams. Desde el primer debate que sostuvimos fue indiscutible que requería apoyo, pero era lógico esperar un colaborador más eficaz.

El profesor Estévez Rams posee grado científico de doctor y se especializa en el campo de la Física. Debe ser muy solvente en su especialidad, pero evidentemente ello no se extrapola al campo de la Historia. Igual me pasaría si intentara calar en las honduras de la Teoría de la Relatividad, o me parara frente a un auditorio dispuesta a explicar el tema de los agujeros negros.

Se puede polemizar sobre historia sin ser historiador. Afirmar lo contrario sería entrar, con categoría VIP, en los reaccionarios salones del platonismo. Sin embargo, para participar en un debate serio se necesita cultura histórica. De nuevo falla Luque al escoger compañía.

A continuación atenderé las principales objeciones del físico devenido historiador.

Su primera duda: ¿Es República Burguesa el mejor nombre para la República pre-revolucionaria? El aporte se lo debemos a Fernando Martínez Heredia, en su ensayo “El problemático nacionalismo de la primera república” –publicado en Temas, no. 24-25, enero-junio del 2001,pp. 34-44—, lo utilizo pues me parece muy adecuado. Durante mucho tiempo, las tres grandes etapas en que se puede dividir la historia de Cuba fueron denominadas: Colonia, República y Revolución en el poder. Pero, como bien fundamentara Fernando, la etapa socialista también adoptó carácter de república y el término revolución en el poder otorgaba visos de interinidad al Estado forjado tras el 59 y sobre todo después de la Constitución de 1976. Su propuesta pretendía legitimar el carácter republicano del socialismo al clasificarlas en República burguesa (1902-1952) y República Socialista, de acuerdo al tipo de propiedad, a las clases sociales y a las constituciones que asumieron cada una con sus notablísimas diferencias.

La propia república burguesa ha sido dividida en dos etapas: la Primera república (1902-1933) y la Segunda república (desde esa última fecha hasta 1959).

Niega Estévez que la historiografía después de la Revolución maltratase a la República. Sí lo ha hecho estimado profesor, por omisión y por manipulación extemporánea de hechos y figuras de aquel período.

La primera de ellas se evidencia en el relativo desconocimiento de nuestro pasado republicano. Si Luque y compañía creen que dramatizo, lean entonces la valoración que realizara el doctor Eduardo Torres-Cuevas –Presidente de la Academia de la Historia de Cuba—, en el editorial de la revista Debates Americanos no 12, enero-diciembre de 2002, dedicada íntegramente a conmemorar el centenario de la proclamación de la república: “Un extraño temor parece rodear y condicionar el acercamiento a las problemáticas republicanas. La mayor parte de las fuentes históricas que contienen lo más revelador de la época, aún están sin consultar. Aún más, al repasar los estudios más conocidos acerca del período puede constatarse que la etapa que cubre de 1940 a 1959 es casi totalmente desconocida”.

Es cierto que ha llovido mucho del 2002 a la fecha, y debe reconocerse que en los últimos tres lustros han proliferado importantes estudios sobre la república que no citaré por falta de espacio. Sin embargo, ellos no han transitado el camino que los conduzca de la ciencia a las aulas. La historia oficial, la que se aprende en las escuelas, sigue enjuiciando solo lo negativo de la época.

Lo referente a la manipulación se observa —y cito nuevamente a Torres-Cuevas y su editorial—: “(…) en el acercamiento netamente ideológico con que muchos intentan explicarse fenómenos que desconocen en sus esencias. Adjetivos, afirmaciones sin muchas demostraciones, visiones abductivas que trasladan a un pasado la mentalidad de un presente y juicios sobre la acción humana determinados por lo que se hubiese querido y no por la comprensión de las circunstancias y mentalidades de una época (…)”.

Intenta ilustrarme el aficionado a la Historia en ciertas cosas que ni por asomo he negado yo, como la frustración colectiva que significó la ocupación norteamericana, la humillación histórica de la enmienda Platt y cómo, aún después de ser derogada en 1934, se mantuvo la dependencia de nuestra economía a la del país vecino.

Mi punto era que, junto a aquellas realidades, develemos también aspectos positivos del pasado republicano, que también los hubo, y que no se estandaricen valoraciones que carecen de matiz y son injustas al unificar bajo el mismo rasero a figuras que tienen grandes diferencias. Como bien afirmara Eduardo Torres-Cuevas: “Lo que diferenció a Gerardo Machado y a Batista de Alfredo Zayas y Ramón Grau San Martín, es que los primeros violaron las constituciones, se impusieron por las fuerzas y ambos destruyeron las repúblicas de las que habían surgido. No puede trazarse un símbolo de igualdad entre ellos”.

El habitual modo de afirmar que la revolución del treinta “se fue a bolina” impide asimilar los indudables contrastes entre la primera y la segunda república burguesas. Dice una gran estudiosa de la república, la doctora Berta Álvarez Martens, que como resultado de aquella revolución, la política en Cuba fue refundada y la nación cubana se piensa y se proyecta como realidad. La institucionalidad y la normativa generada en los años treinta permitieron que amplios sectores de las clases medias y de los trabajadores ejercieran protagonismo social y crearan organizaciones que tendrían mucha fuerza dentro de la reconformación del Estado.

Aun cuando las claves de la economía no estaban en manos de los cubanos y era muy susceptible a las directivas norteamericanas, en esa etapa se legisló sobre cuestiones sociales, laborales y económicas como nunca antes se había hecho. El Estado cubano, a partir de 1940, se caracterizó por ser liberal y democrático, con un orden social de utilidad pública.

Es una realidad que se mantuvieron las marcadas diferencias y los contrastes en las formas de vida de las diversas clases sociales. Como también lo es el hecho de que la democracia en la Constitución del 40 se propugna no solo en términos de derechos individuales, sino también de derechos sociales y económicos. Esto dio lugar a la legislación laboral más avanzada de América Latina; a una organización de la escuela cubana democrática, igualitaria y progresista y a un Estado con rol de orientador, regulador y normador en la economía del país.

En su escrito, el doctor en Ciencias Físicas comete dos deslices garrafales al afirmar que la Constitución del 40 “fue parida a contrapelo de los burgueses por las fuerzas más revolucionarias, en un contexto revuelto donde pesaba la necesidad de que el patio estuviera tranquilo cuando se luchaba contra los nazis en alianza con la URSS”.

El primero es cronológico: la Asamblea Constituyente inició sus sesiones el 9 de febrero y las concluyó el 8 de junio de 1940. La URSS demoraría aún un año y catorce días en ser atacada por Alemania e involucrarse en la Segunda Guerra Mundial, lo que ocurrirá el 22 de junio del 41. Ya en pose preciosista, habría que reconocer que la alianza del gobierno de Stalin en el año 40 era precisamente con Hitler, con el cual, en septiembre del 39, había refrendado un Tratado de No Agresión con su correspondiente cláusula secreta, mediante la que se repartieron parte de Europa. Si se toma el trabajo de consultar el Diario de Sesiones de la Asamblea Constituyente del 40, constatará la condena de los asambleístas a la intervención soviética en Finlandia; por supuesto, como era de esperar, con el voto en contra de los seis representantes comunistas.

El segundo gazapo es ideológico: afirmar que la Constitución del 40 se hizo a “contrapelo de los burgueses”. Por lo visto, Estévez no acepta que la burguesía cubana tuviera sectores que, aunque reformistas, como lo fue también el Partido Comunista después de su legalización, tuvieron un carácter progresista.

Lo remito a mi ensayo “Crónica de un fracaso anunciado: los intelectuales de la república y el socialismo soviético”, publicado en Temas, no. 55 del 2008, pp. 163-174, y también, si no lo han retirado, en el sitio de la Asamblea Nacional del Poder Popular que ahora se demerita al hospedar el desinformado artículo de PostCuba. En el cual expreso:

No es casual que en los dos momentos revolucionarios de la República burguesa, hayan sido intelectuales que representaban a diversos sectores de la burguesía los más activos defensores de la opción revolucionaria y, a la larga, los artífices de la vía armada, la más radical –Guiteras en los años treinta, Fidel en los cincuenta– en desafío abierto, en el caso de la lucha contra Batista, a la postura de los comunistas cubanos que, con criterio dogmático y foráneo, negaban la posibilidad insurreccional.

En el ensayo “Los siete pecados capitales del mal historiador”, el teórico mexicano Carlos Aguirre Rojas se refiere a la noción equivocada de la historia concebida como una gigantesca escoba. Su crítica es muy pertinente a la siguiente tesis de Estévez: “Aquí no hay imagen injusta que rescatar, ni nostalgia que celebrar. La república, neocolonial era y neocolonial fue hasta que la Revolución barrió las sombras y rescató las luces”. Según Aguirre:

El cuarto pecado de la mala historia, repetido en los diversos manuales tradicionales, es su idea limitada del progreso, lo que está directamente conectado (…) con la noción del tiempo como tiempo físico, único, homogéneo y lineal (…).

Es una idea del progreso humano en la historia donde se afirma que, inevitablemente, todo hoy es mejor que cualquier mañana, y todo mañana será obligatoriamente mejor que cualquier hoy. Entonces, la humanidad no puede hacer otra cosa que avanzar y avanzar sin detenerse pues, según esta construcción, lo único que ha hecho hasta hoy es justamente “progresar”, avanzando siempre desde lo más bajo hasta niveles cada vez más altos, en una suerte de “escalera” imaginaria donde estaría prohibido volver la vista atrás, salirse del recorrido ya trazado, o desandar, aunque sólo sea un paso, el camino ya avanzado. Y no cambia demasiado la cosa si esta idea es afirmada por los apologistas actuales del capitalismo, que quieren defender a toda costa la supuesta “simple superioridad” de este sistema sobre cualquier época del “pasado”, o si es afirmada por los marxistas vulgares  —no por los marxistas realmente críticos— quienes han pretendido enseñarnos que la historia avanza y tiene que avanzar, fatalmente, del comunismo primitivo al esclavismo, del esclavismo hasta el feudalismo, y de este último hacia el capitalismo, para luego desembocar, sin opción posible, en el anhelado socialismo y, tal vez después, en el comunismo superior. Una visión extremadamente simplista del progreso y de la historia, rechazada por el propio Marx (…).[1]

Las palabras con que Estévez concluye su escrito me han desconcertado totalmente. Creí que la vista me traicionaba y limpié los espejuelos, pero nada, ahí continuaban, obstinadas e imprudentes: “¡Ah, la república! mi padre me hablaba de joven tanto de esa república, mientras me enseñaba la medalla de la clandestinidad que se ganó por contribuir a echarla abajo!”.

Lo que he aprendido de nuestra historia es que mucha gente luchó, en la clandestinidad y en la Sierra, por defender a la república y restaurar la constitucionalidad interrumpida por el golpe de Estado del 10 de marzo de 1952. Si el padre de Estévez contribuyó “a echarla abajo” debió ser un aliado del general Batista.

Como supongo que no se enorgullecería de algo así, mi hipótesis es que está mal redactado su texto y ahí le cabe la crítica al administrador del sitio de la ANPP, porque pedirle correcciones a PostCuba sería exigirle peras al olmo.

Con mucho respeto le sugiero entonces que arregle la desacertada afirmación, pues otros pueden pensar y afirmar que en el sitio que debe ser bastión de la defensa de la institucionalidad cubana se rinde culto a un batistiano.

A Luque y Estévez los espero en próximos debates, confiando en que, para variar, se preparen mejor.

[1]Carlos Antonio Aguirre:Antimanual del mal historiador, o cómo hacer una buena historia crítica. La Habana, Centro de Investigación y Desarrollo de la Cultura Cubana J. Marinello, 2004, pp. 30-46.

8 agosto 2019 28 comentarios 840 vistas
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Celebración imprudente

por Alina Bárbara López Hernández 24 julio 2019
escrito por Alina Bárbara López Hernández

En 1949 Carlos Rafael Rodríguez, uno de los dirigentes del Partido Comunista de Cuba —desde 1944 Socialista Popular—, calificaba al ideal social de la Juventud Ortodoxa como “socialismo subjetivo”. Estas eran sus razones: “aunque el socialismo a que dicen aspirar es un socialismo verdadero, solo se dirigen a él subjetivamente (…) El socialismo parece considerarse como la conclusión de un proceso evolutivo, parlamentario, que ha de gravitar naturalmente, una vez que se conquiste la libertad nacional”.[1]

Sin embargo, cuatro años después, y ya bajo la dictadura batistiana, eran los comunistas los que parecían tomarse de manera muy subjetiva la posibilidad de reaccionar de manera radical ante la violación de la Constitución del 40. Al menos eso es lo que puede colegirse si se compara la actitud de algunos representantes de ambas organizaciones un día como hoy, pero sesenta y seis años atrás.

El 24 de julio de 1953, mientras un grupo de personas, mayoritariamente de la Juventud Ortodoxa, se dirigía a la granja Siboney, cercana a Santiago de Cuba, desde la que irían a asaltar el cuartel Moncada, y a varios de ellos apenas les quedaban cuarenta y ocho horas de sus cortas vidas; la plana mayor de la organización comunista almorzaba en un céntrico restaurante santiaguero para celebrar el cumpleaños 45 de Blas Roca Calderío, su secretario general.

La dirección del Partido de la entonces provincia de Oriente lo había organizado todo. Rita Vilar, hija de César —en aquellos momentos un alto dirigente del PSP—, en su testimonio a Newton Briones le dice: “Esto da una idea de lo desvinculado que estaba el Partido con el hecho de tanta relevancia que estaba por producirse. Si no nunca se les hubiera ocurrido reunir a la crema y nata del Partido en Santiago, donde Fidel estaba a punto de asaltar el Moncada”.[2]

Ese mismo día Noticias de Hoy, órgano oficial del PSP, anunciaba el onomástico con los habituales elogios y adjetivos desmesurados que habían copiado los comunistas nativos del tratamiento a Stalin en la URSS, aunque, desde luego, sin referirse al almuerzo en cuestión:

Hoy cumple un año más de vida Blas Roca, Secretario General del Partido Socialista Popular de Cuba, el máximo guía del proletariado y del pueblo cubano, el estratega de la lucha de nuestras masas por la paz, el progreso, la independencia nacional y el socialismo. El nuevo aniversario de su vida de trabajo y de lucha, de estudio y de combate, será celebrado por las masas del partido de los pobres, de los humildes, de los patriotas y de los justos, con una gran jornada en favor del fortalecimiento ideológico suyo, de la conquista de nuevos combatientes, soldados del partido de la Paz y de la Libertad, con tareas en favor del desarrollo de la prensa popular y revolucionaria, con nuevas victorias contra los enemigos de Cuba, de la humanidad y del progreso. El homenaje, así, será adecuado a la grandeza sencilla y sabia del gran dirigente (…) Hoy saluda con cariño y respeto al gran dirigente popular y obrero, (…) perspicaz y certero de las masas, levantando en su honor sus banderas de triunfo y ratificándole su decisión de combatir sin tregua a los enemigos de Cuba, de la clase obrera, del pueblo, de la paz, de la humanidad. ¡Loor al gran intérprete y orientador de los problemas y necesidades de las masas! ¡Larga vida desea Hoy al guía certero de la lucha por la Liberación Nacional y el Socialismo![3]

La celebración festiva del 24 de julio se producía en un contexto internacional poco halagüeño para los comunistas del área. Eran momentos en que la guerra de Estados Unidos contra Corea se interrumpe por la firma de un armisticio —refrendado al siguiente día del asalto al Moncada—, que exacerbaba la política anticomunista del macartismo en el país norteño; se vivía un período de agudización constante de tensiones con el recién nacido campo socialista europeo: la Guerra Fría; en Chile, donde los comunistas habían sido miembros de la Cámara y el Senado igual que los de Cuba, se había promulgado la Ley maldita de 1948, que proscribió su participación política.

Paradójicamente en Cuba, tras un año y cuatro meses del golpe de estado de Batista, ocurrido en marzo de 1952, los comunistas seguían siendo un Partido legal y publicaban su diario haciendo propaganda en favor del socialismo.

De hecho, la idea de que Batista diera un golpe de estado había sido barajada por los propios comunistas que, dada la política represiva del gobierno de Prío en su contra, veían en el cuartelazo una vía de escape. A quienes piensen que esta afirmación es falsa, les recomiendo la lectura del extenso artículo: “El madrugón del 10 de marzo tuvo un largo proceso de gestación”, publicado el 15 de marzo de 1952 en Noticias de Hoy y firmado por Blas Roca y Juan Marinello. Este fue el análisis que hiciera la Comisión Ejecutiva Nacional del PSP sobre el golpe de estado, en sesión extraordinaria celebrada dos días antes, como se explica allí. Ciertamente se muestran contrarios a la toma del poder de facto, pero las razones que esgrimen son francamente interesadas:

La dirección ortodoxa rechazó nuestra exhortación para que, sin pactos, formulara un programa popular e hiciera un llamamiento a Batista para que facilitara la derrota del gobierno. Esto, de haberse hecho, le hubiera quitado el pretexto a Batista que le sirvió para reagrupar los mandos militares a su alrededor, el pretexto de que los ortodoxos, de ganar, los perseguirían con más saña que Grau o Prío.[4]

La frase “que facilitara la derrota del gobierno” no puede ser más clara. Los comunistas en verdad pretendían una especie de golpe de estado de frente único, que no fue lo que ocurrió. Y, según evidencias, continuaron proponiendo un acercamiento a Batista, con el cual habían mantenido excelentes relaciones como parte de la Coalición Socialista Democrática, que fue el gobierno constitucional de este país entre 1940 y 1944.

El historiador Newton Briones me facilitó un dato interesante. Al parecer, la dirección del PSP utilizó como enviado a Raúl Lorenzo, que era ministro de comercio de Batista, para ser la persona que hablara con el general sobre un acercamiento mayor con el Partido. Batista dio la respuesta, dijo no, pero lo consultó con los norteamericanos y no lo aprobaron. Lorenzo se marchó de Cuba en 1959, pero después regresó y Newton tuvo la oportunidad de entrevistarlo, el 23 de septiembre de 1998 en La Habana.

¿Mentía Lorenzo? es posible, cualquier testimonio corre ese riesgo. No obstante, la contrastación de fuentes permite razonar que los comunistas cubanos no sentían una gran presión del dictador hasta 1953. La desdichada casualidad de estar en Santiago en el momento menos oportuno les jugó una mala pasada, a partir de esa fecha fueron ilegalizados y prohibida la publicación de su órgano oficial. Debe ser por eso que defendieron “a capa y espada”, como dice Newton, no estar inmiscuidos en los sucesos del Moncada. Pero esa es otra historia que será contada muy pronto.

[1] Carlos Rafael Rodríguez: “El pensamiento de la juventud ortodoxa,” Letra con filo, t. I, Editorial de Ciencias sociales, La Habana, 1983, p. 73.

[2] Newton Briones Montoto: Una hija reivindica a su padre, entrevista a Rita Vilar, Ruth Casa Editorial, Instituto Cubano de Investigación Cultural Juan Marinello, 2011, p. 64.

[3]S/A: “Cumpleaños de Blas Roca”, Noticias de Hoy, La Habana, viernes 24 de julio de 1953, pp. 1 y 8.

[4] En Noticias de Hoy, La Habana, sábado 15 de marzo de 1952, pp. 1 y 4

24 julio 2019 4 comentarios 897 vistas
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