La Joven Cuba
opinión política cubana
  • Inicio
  • Quiénes Somos
    • Equipo
    • Historia
    • Nosotros
    • Consejo Asesor
  • Grupo de Estudios
    • Libros
    • Dossiers
  • Contacto

Cultura

Estudio de fenómenos culturales, su simbología e impacto social

País

Ese país que llevamos dentro

por Gustavo Arcos Fernández-Britto 23 mayo 2022
escrito por Gustavo Arcos Fernández-Britto

Un grupo de personas se reúne alrededor de una hoguera. Contemplan las llamas en silencio. Pudiera ser el origen del mundo, pero estamos en el oriente cubano y transcurre el siglo XXI. Alguien comienza a contar una historia que habla de un pueblo que ya no existe. Ahora está bajo las aguas de una presa. No es visible para nosotros, pero allí todos saben dónde estaban el parque, la calle, el pequeño mercado. De forma inevitable se evocan los muertos. Nadie se asusta, han aprendido a convivir con ellos.

Al día siguiente dos ancianos emprenderán ese viaje. Ya no les queda nadie, mejor sería volver con los suyos. Han sobrevivido en un islote y quieren que sus cuerpos sean colocados, sumergidos, en la glorieta del parque donde se conocieron. Una misteriosa mujer llega con una jaula, cubierta con un trapo negro. Dentro, presumiblemente, está el pájaro de la muerte. Quien lo contemple, cerrará sus ojos para siempre.

Es la historia que nos cuenta El rodeo (Carlos Melián – 2021), una película independiente filmada en la Cuba profunda, con personajes reales que habitan en algún punto perdido de la Isla, donde el tiempo y las cosas existen bajo otra dimensión.

El rodeo (Carlos Melián - 2021)
El rodeo (Carlos Melián - 2021)
País
El rodeo (Carlos Melián - 2021)

Un poco más al sur, en Santiago de Cuba, todos recuerdan a Mafifa, «la flaquita chiquitica, que tocaba la campana» en la conga de Los Hoyos. Hace cuarenta años murió, pero los que la conocieron le guardan respeto. «No es fácil caminar todo Santiago golpeando un pedazo de hierro», dice un vecino. Apenas hay fotos de ella, así que su retrato se va desvelando a través de recuerdos imprecisos. Un vestido, una actitud, un viejo recorte de prensa, un gesto. En un mundo dominado por hombres, ella supo cómo sobrevivir e imponerse. Se llamaba Gladys y su casa ahora está en ruinas.

La joven directora Daniela Muñoz Barroso trabaja sobre el vacío. Mientras reconstruye la vida de esta mujer (Mafifa – 2021), se va descubriendo a sí misma y, de paso, capta las dinámicas existenciales de una nación. La cámara recoge instantes de los carnavales, vemos gente anónima que bebe, que se busca la vida imitando un sinsonte, que observa en silencio la nada. Algunos bailan, transpiran, se agolpan en la multitud. Hoy están aquí, mañana volverán a sus rutinas. «¿Qué es la felicidad?», se pregunta Daniela.

Miles de cubanos han atravesado la selva del Darién que divide Colombia y Panamá. Algunos han muerto o desaparecido. Todavía les espera un largo y peligroso camino en su sueño de llegar a Estados Unidos. Es solo el comienzo. Cada uno tiene una dura historia que contar y lo están haciendo utilizando sus celulares, sus voces, sus mensajes. En un campamento, bajo tiendas de campaña y tendederas de ropa, esperan para continuar la ruta. Ellos también anhelan la felicidad.

Hasta allí se desplazó el realizador Marcel Beltrán para filmar La opción cero (2020), documental que recoge los testimonios de estos seres en transición. No es solo lo que cuentan, sino también lo que han dejado atrás. Familias, estudios, casas, amigos, pertenencias; buena parte de lo que son, para quizás alcanzar lo que quieren ser. Los hechos ocurrieron en el 2016, un adelanto de lo que aún estaba por venir. Cinco o seis años después, la huida se ha multiplicado.

En algún momento el documental inserta imágenes de Cuba. En la Plaza de la Revolución se prepara un desfile, se monta un espectáculo con la réplica del yate Granma y unos pioneritos que simulan el mar. Todo es escenografía, «Parece una ciudad de cartón», como diría Sergio en Memorias del subdesarrollo (Tomás G. Alea-1968). En pocas horas miles de cubanos agitarán banderas y consignas. ¿Cuántos de ellos no estarán mañana cruzando esa selva o las peligrosas aguas del Río Bravo?

Hace seis décadas se hizo una revolución, que luego se declaró socialista. Prometió un mejor país para todos. ¿Cuántas cosas se han ganado y perdido en ese tiempo? Se produce una sensación de vacío. ¿Dónde está la verdad y termina la simulación?         

En Los viejos heraldos (Luis A. Yero-2018), dos ancianos sostienen su humilde hogar. Es lo único que tienen luego de noventa años de vida. En la televisión, el canciller Bruno Rodríguez protesta por las nuevas medidas de Estados Unidos contra Cuba. El hombre, somnoliento, mastica un tabaco y ella, a su lado, se queja del calor. Siguen las palabras, las quejas. El anciano se levanta y cambia los canales, pero todos trasmiten lo mismo.

Hay también sonidos de una estática y voces imprecisas. Al siguiente día, el Parlamento se reúne y Díaz Canel es nombrado nuevo presidente del país. El televisor en blanco y negro, transmite la sesión de la Asamblea, pero la anciana lidia con las telarañas de la casa.

Se escuchan aplausos y el himno nacional. Nadie observa. Afuera, el anciano cuida una pira de carbón vegetal… la patria os contempla orgullosa, no temáis una muerte gloriosa... Los relatos marchan paralelos. Todo resulta aburrido, premeditado. Gestos que acompañan una rutina que cumple muchas décadas.  

Cerca de allí, en Bahía Honda, al norte de Artemisa, existe un desguazadero de barcos. En un país que, siendo isla, apenas cuenta con alguno, las imágenes resultan sorprendentes. Entre el hierro, el óxido, los desechos, las llamas y las ruinas, se desplazan algunos hombres. Como sombras chinescas, los vemos sobredimensionados por las luces de sus linternas. Trabajan allí, pero apenas se hablan y cuando lo hacen, cuentan extrañas historias de superpoderes, muertes o reencarnaciones.

En un camarote aparece el plano del navío, la armazón de una litera, un salvavidas. Son vestigios del pasado. En un recoveco se esconde una paloma. Parece estar perdida. El símil con la vida de estos hombres no es casual. En ese universo post-apocalíptico y fantasmagórico se desarrolla Abisal (Alejandro Alonso-2021), un corto que, como otros, intenta explicar nuestra historia desde la subjetividad y la memoria íntima.

Es lo que hace Carla Valdés cuando explora, para su documental Días de diciembre (2016), los recuerdos de varios veteranos de las guerras en África. No importa el gran relato, ni los argumentos oficiales que legitimaron la aventura. La épica se mide desde otra instancia, más personal o real, porque fueron acciones que impactaron en sus cuerpos, y la conciencia de todo aquello se enfrenta al paso del tiempo y la dureza de la vida. ¿Qué sentido tuvo ese sacrificio? ¿Quiénes son ellos ahora mismo?

Hace apenas un año la propia Carla filmaba a sus padres (Los puros – 2021), que recordaban sus años de estudio en la URSS. Las fotos y anécdotas funcionaban como piezas de un rompecabezas. Varios amigos intervenían en el proceso y, aunque hacía tiempo no se veían, los sentimientos y memorias compartidas mantenían la cercanía. Detrás de ese sencillo ejercicio autorreferencial, pervive una historia poco visibilizada que involucró a cientos de miles de cubanos durante varias décadas. ¿Dónde están y qué hacen ahora?

País

Los puros, de Carla Valdés (2021).

Buscando esa respuesta el realizador Carlos Quintela viajó a la localidad de Juraguá, muy cerca de Cienfuegos, en el centro sur de la Isla, para filmar La obra del siglo (2015). Allí se edificó, a mediados de los ochenta, una moderna ciudad donde vivirían los operarios e ingenieros de la primera planta nuclear del país. Ahora aquello parece una ciudad fantasma, un lugar como cualquier otro, tragado por la monotonía, el tedio, la fealdad. El domo, las torres e instalaciones son solo un esqueleto deformado que rodea los edificios de apartamentos.

Varios personajes mascullan sus dramas. Conforman diferentes generaciones en una misma familia. Apenas se hablan, más bien pelean, los rencores afloran, las frustraciones también. De pronto, aparece una brigada uniformada, son fumigadores contra el mosquito Aedes. El espacio se llena de humo, las imágenes se ralentizan, se tornan extrañas, inquietantes.

Un personaje, el jefe de la brigada, habla del cosmos, los cohetes, la Guerra Fría. Lo hace con añoranza y sabiduría: «Gagarin era un hombre lindo, con su escafandra y una sonrisa como la Luna. Él solo, ganó más seguidores que toda la propaganda del Kremlin en cuarenta y siete años».

Está en un balcón, junto al dueño del apartamento, observando la ciudad. No sabe que ese hombre fue uno de los mejores ingenieros del país, formado en la URSS para la central nuclear. Un alto edificio se levanta frente a ellos. «Luce abandonado, inconcluso. Parece un cohete», dice el fumigador. «A mí me gustaría haber viajado al cosmos. ¿A usted no?». 

Son apenas pocos diálogos, pero que contienen toda una historia, una época, muchos deseos, un sueño. La película, siete años después de realizada, aún espera por su estreno en Cuba. Nos hace pensar, es incómoda, amarga. Es arte.              

Recuerdo a Borges, el escritor argentino: «(…) somos nuestra memoria, ese quimérico museo de formas inconstantes, ese montón de espejos rotos». Es quizás la idea que mueve a los jóvenes realizadores del presente. Recuperar una memoria, explorando esa otra Cuba contenida en los recuerdos de nuestros padres, las palabras de un amigo, el dolor por las pérdidas, el exilio, las ausencias. Son las pequeñas cosas que conforman una nación.

No son sólo películas, sino reflexiones de una generación nacida en los noventa o el siglo XXI, que recibe un país fragmentado y a la deriva, un territorio que tiene que ser repensado, reconstruido. Jóvenes o artistas que necesitan expresarse en sus propios términos, no para negar una historia sino para empezar a edificar las suyas.  

Son las dos amigas separadas por el exilio que se intercambian cartas y mensajes en A media voz (Heidi Hassan y Patricia Pérez – 2019). Es el poeta incómodo que debe ser aislado, vigilado y repudiado en Santa y Andrés (Carlos Lechuga – 2016). Es Pablo Milanés (Juan Pin Vilar – 2016) recordando una ciudad que ya no existe, pero también su paso por las granjas de trabajo forzado (UMAP) a mediados de los sesenta. Son las últimas palabras que le escribe un joven de dieciocho años a su madre, antes de morir accidentalmente mientras pasa el servicio militar en Las muertes de Arístides (Lázaro Lemus – 2017).

Son los dos homosexuales que emigraron por el Mariel, rehaciendo sus vidas una y otra vez, en Sexilio (Lázaro González – 2021), o el testimonio del trovador Mike Porcel (Sueños al pairo, José Luis Aparicio y Fernando Fraguela – 2020) sobreponiéndose al desprecio de amigos mientras recuerda toda la vileza de los actos de repudio.        

Por eso entiendo perfectamente a Daniela, quien un día estuvo muy cerca de la muerte: «Cada viaje que hago es una puerta que se abre. Quiero salir de este viejo planeta que soy yo misma. Llegar a un sitio desconocido y convertirme en otra, en alguien nuevo que no olvide quien fue».   

23 mayo 2022 19 comentarios 1.128 vistas
10 FacebookTwitterLinkedinTelegramEmail
Sistema musical

Altibajos del sistema de evaluación artística en el ámbito musical cubano

por María Victoria Oliver 11 mayo 2022
escrito por María Victoria Oliver

El nuevo sistema político y económico establecido en Cuba entre 1959 y 1961, con la confiscación de recursos en manos de compañías extranjeras y medidas de carácter socialista, cambiaría como ningún otro la historia de la cultura cubana. Dentro de ella también influiría en el devenir de la música, no solo ya como expresión artística, sino como industria que produce, comercializa y promueve el producto musical.

Disqueras nacionales y extranjeras fueron intervenidas, conjuntamente con estaciones de radio y televisión, cabarets, casinos y todo tipo de establecimientos que, de una forma u otra, comercializaban o divulgaban la música. Salen del país, en un primer momento, empresarios extranjeros y nacionales que habían puesto sus capitales en función de la producción y el mercado musical.

Con el bloqueo de los Estados Unidos, músicos con proyectos o perspectivas de trabajo en el extranjero verían frustradas sus aspiraciones. La música popular cubana, que finalizando los años cincuenta e inicios de los sesenta marcaba pautas en el gusto del público norteamericano, vio como se le cerraban las puertas. Así quedó suprimido por mucho tiempo el mercado de la música insular.

Por otra parte, a partir de 1959 la posibilidad de viajar estuvo, además de restringida, considerada un estigma. El artista que por gestión personal y no oficial, viajara a dar conciertos, recitales o giras, podía ser considerado un contrarrevolucionario. Es preciso acotar que a través de la historia los músicos cubanos han hecho carrera y llevado nuestros ritmos por todo el mundo, más allá de la política. No ha existido embajadora más eficiente que la cultura musical: el danzón fue llevado por Ankerman a México, el mambo por Pérez Prado, el son por Matamoros y el chachacha por la orquesta Aragón.

Ante el nuevo contexto, algunas figuras y agrupaciones de renombre —como Ernesto Lecuona, Bebo Valdés, Israel López y su hermano Orestes López—,  y otras con contratos firmados o concertados, como la orquesta Sonora Matancera, se vieron compulsados a asumir el estatus de emigrantes. Fue imposible que los músicos cubanos cumplieran temporadas en cualquier lugar del mundo, sobre todo en las plazas fuertes para la música cubana: México, New York o París, y  regresaran a La Habana para continuar su actividad como directores de agrupaciones, solistas o intérpretes.

Sistema musical

Celia Cruz y la Sonora Matancera.

Para 1968 la propiedad privada había sido erradicada casi en su totalidad. El aparato de la producción  musical se fue desarticulando paulatinamente y el Estado asumió la dirección centralizada de la industria del entretenimiento. Muchos músicos habían quedado sin trabajo a tenor de la desaparición de los centros  privados donde  se presentaban.

Al  quedar invalidada la ley de la demanda-oferta, el Estado se vio precisado a establecer un régimen presupuestario para los músicos. Nacen así mecanismos burocráticos que, como «mediadores comerciales», coartan iniciativas individuales y en buena medida entorpecen  la comercialización de la música.

Para resolver la situación de los músicos que por diversas razones quedaron en Cuba, y ante la contracción de sus fuentes de empleo, el Consejo Nacional de Cultura instituyó la primera evaluación artística en 1968. Mediante evaluaciones teórico-prácticas los músicos debían demostrar aptitudes, conocimientos y capacidades ante un tribunal examinador; el cual, a partir de los resultados obtenidos, otorgaba una calificación con un nivel que establecía el salario a devengar por el artista.

Cabe señalar que una cantidad considerable de nuestros músicos populares, fundamentalmente los que interpretan la música folklórica son, aún hoy, empíricos; razón por la cual, ante estos exámenes, muchos quedaron descalificados o se les otorgó una evaluación con una letra y salario bajos. Esta realidad provocó que agrupaciones y solistas abandonaran el sector y se dedicaran a otras actividades laborales más rentables.

Los  géneros de la música popular cubana, quizás con la excepción del Danzón, han surgido de la lógica que dicta la espontaneidad popular y  han sido transmitidos de generación en generación.

Con la implementación sistemática de estas evaluaciones, y ante la imposibilidad de que los músicos en ejercicio se incorporaran a las recién fundadas Escuelas de Arte, surgen  las Escuelas de Superación Profesional para la Cultura,  regidas por el Centro Nacional de Superación para la Enseñanza Artística. Estos centros  graduaron gran cantidad de músicos empíricos, lo que les propició presentarse a las  evaluaciones con el nivel suficiente  como para otorgarles el aval de profesionales

Paralelo a ello, en la década del setenta, acaecieron las primeras graduaciones de la Escuela Nacional de Arte y, posteriormente, del Instituto Superior de Arte. La música popular fue adquiriendo rigor profesional, hecho que se manifiesta en la calidad de las evaluaciones de esta etapa. Parte de los egresados ocuparon las plantillas que quedaron vacantes por aquellos que se encontraban en el exilio, o por los devaluados; sin embargo, esta realidad constituiría una problemática para el deprimido mercado de la música ¿dónde ubicar a tantos profesionales?

Sistema musical

Instituto Superior de Arte

Si bien en el ámbito de la música de concierto los jóvenes egresados hallarían empleo en instituciones que todavía hoy son subvencionadas para su protección (orquestas sinfónicas, bandas de Concierto,  coros profesionales, cameratas, otros formatos de  música de cámara, y algunos solistas instrumentistas y vocalistas);  en el mundo de la música popular la implementación del subempleo y de salarios subsidiados era una carga insostenible para la economía del país.

La presencia de músicos cubanos en el extranjero durante este período, se  basaba fundamentalmente en «embajadas artísticas» hacia países del área socialista, en las que participaban figuras reconocidas de la Isla. Fue habitual la asistencia de solistas y agrupaciones en festivales como: Ciervo de Oro en Rumanía, Orfeo de oro en Bulgaria, Sochi en Rusia o Sopot en Polonia. Los representantes del Movimiento de la Nueva Trova se sumaron a estas embajadas culturales en el segundo lustro de los setenta.

Baste decir que para integrar las referidas delegaciones, los músicos no solo debían ostentar una evaluación de carácter técnico-artístico, sino que debían demostrar una identificación plena con el proceso revolucionario; en estas participaciones internacionales eran orientados y acompañados por funcionarios del Estado. No obstante, desde el punto de vista del mercado de la música,  esas visitas no generaban una ganancia económica representativa, ni para Cuba y mucho menos para los artistas.

A partir de la década del ochenta, la dirección de Ministerio de Cultura visualiza la necesidad de establecer un sistema empresarial para la cultura, derogando la concepción presupuestaria que caracterizó las primeras etapas. Las nuevas relaciones empresariales permitieron que los honorarios de los músicos tuvieran una relación más lógica y equitativa con relación al producto final de su trabajo. Quien realizara con mayor calidad  más actividades, recibiría mejor remuneración.

Las evaluaciones persistieron y se crearon catálogos de artistas por empresas. En ellos se jerarquizó a las excelencias artísticas, que por su calidad excepcional dispusieron de mayores oportunidades de comercialización, divulgación,  programación y acceso a estudios de grabación. Sin embargo, el mercado de la música hacia el extranjero continuó siendo insuficiente respecto al talento existente.

Cambio de perspectiva

 La caída del socialismo en Europa del Este en 1989, la despenalización del dólar en 1993 y la apertura de la Isla a la inversión extranjera en el turismo, dieron un vuelco al mercado de la música popular. Aumentaron las fuentes de empleo en cabarets, hoteles y  restaurantes, con pagos en divisas. Fue en ese período que el Ministerio de Cultura concientizó que la música cubana y sus artistas constituían un producto exportable de alta demanda.

Llegan a Cuba por entonces empresarios dispuestos a invertir en producciones discográficas. Aunque ya existía una pléyade de jóvenes autores, intérpretes y agrupaciones con una trayectoria de aportes y tendencias dentro de la música popular cubana formados en la Revolución, el interés se centró en una agrupación surgida por encargo del norteamericano Ry Cooder, cuyo objetivo inicial era realizar determinadas grabaciones.

Sistema musical

Ry Cooder

La misma fue integrada por figuras que habían constituido hitos de la música popular cubana, pero que habían sido olvidadas, bien por estar jubiladas o porque las instituciones del Estado encargadas de subsidiar sus salarios actuaban de forma inoperante y no tuvieron visión para hallarles un espacio comercializable. Por inverosímil que parezca, algunos habían sido desestimados en los procesos de evaluación.

Así nace el Buenavista Social Club, agrupación compuesta por Compay Segundo, Rubén González, Manuel Puntillita Licea, Ibrahim Ferrer y Pío Leyva; a quienes  se sumaron el tresero y cantante Elíades Ochoa, el Guajiro Mirabal en la  trompeta, el laudista Bárbaro Torres, Cachaíto López en el bajo y la cantante Omara Portuondo.

Con el Buenavista, el mercado internacional de la música se reencontró con la sonoridad y tímbrica que caracterizaban la forma de decir lo autóctono en el  momento en que se produjo la ruptura de la comercialización de la música popular a inicios de los sesenta.  

Al boom del Buenavista se incorporaron el Cuarteto Patria, de Elíades Ochoa; La Vieja Trova Santiaguera y otras agrupaciones de música tradicional. En este tiempo aparece la voz de un Guajiro natural, sin más estudios que su experiencia de vida y que, increíblemente, primero obtuvo la aceptación internacional para luego ser reconocido en su país. Fue uno de esos talentos de nuestra música que no necesitaron más evaluación que la que le propició la historia: Polo Montañez.

De tal suerte se va a producir una revitalización de los formatos tradicionales de la música popular  cubana que ya eran poco utilizados: sextetos, septetos, tríos tradicionales, dúos de trova tradicional, orquestas charangas; conformados tanto por músicos profesionales como empíricos.

El desarrollo que generó la competencia, estimuló la creación de agrupaciones que se sumaron a las ya establecidas como Los Van Van de Juan Formell, Irakere de Chucho Valdés, y Adalberto Álvarez y su Son. Nacen así N.G. La Banda, del recién fallecido José Luis Cortes; La Charanga Habanera de David Calzado, Manolín el Médico de la Salsa, Paulito F.G; integradas en su mayoría por egresados de las Escuelas de Arte.

El músico empírico, sin embargo, tuvo que enfrentar otra realidad. La formación de artistas sin titulación que se encontraban en ejercicio desapareció del objeto social de las Escuelas de Superación Profesional para la Cultura. Esto trajo como consecuencia que aquellos músicos con aptitudes y actitudes que no tuvieron oportunidad de insertarse en el sistema de enseñanza artística, se hallaron sin una vía de superación que les permitiera acceder a una evaluación.

Para ellos, las exigencias fueron las mismas que para un graduado de nivel medio profesional en la especialidad. Se instituyeron entonces, por el Instituto Cubano de la Música, disposiciones y  artículos que avalaron la categoría de evaluado no graduado.

Durante los primeros años del presente siglo, la música cubana —a pesar del largo período apartada del mercado internacional y al éxodo y deserción de muchos de sus artistas—, logró una fuerte presencia en el ámbito internacional gracias a  su apertura al mercado y a la riqueza y  calidad que exhibe.

Sistema musical

Polo Montañez

Influencia de la crisis actual en la evaluación artística

En estos últimos años de recesión económica, inflación y pandemia, sin dejar de señalar el bloqueo de Estados Unidos, la realidad es otra. La contracción de la economía del turismo —principal fuente de ingreso de los músicos populares—, ha sido drástica, y por ende el nivel de desempleo de los mismos.

El Instituto Cubano de la Música, tratando de paliar la situación de los artistas durante la pandemia, estableció para los integrantes de su catálogo un subsidio fijo que, aunque no era equivalente a lo devengado por los proyectos con estatus comercializable, constituyó una protección y postura encomiable. Tal actitud no fue asumida por otras instituciones que fungen también como empleadoras y comercializadoras de artistas. Este fue el caso de la empresa Turarte.

Terminado el período crítico de la pandemia, en la «Nueva normalidad», la situación del músico popular continúa siendo crítica. El turismo no ofrece atisbos de crecimiento, el desempleo persiste y el subsidio concedido por el Estado es insostenible para la economía de la nación. Adjúntese a ello la falta de espacios citadinos con condiciones para programar y comercializar intérpretes y agrupaciones musicales;  la imposibilidad de las agrupaciones de comercializarse debido a la inflación, debido a precios que afectan el alquiler de la transportación o el audio; aspectos que desfalcan los bolsillos de los artistas.

En este marco socio-económico resurgen las evaluaciones. Su objetivo manifiesta el concepto primigenio para el cual fueron concebidas. Ante la disminución de las fuentes de trabajo, se pretende reorganizar un catálogo que avale la calidad de los músicos para que puedan acceder a las exiguas plazas existentes.

Amén de la vigencia que puedan tener las evaluaciones, estas adolecen hoy de una unidad de criterio valorativo por parte de los tribunales examinadores con relación a la calidad de los proyectos. El producto que se exporta o se comercializa nacionalmente no es equitativo en la Isla, mucho menos el nivel que demanda la imagen del país.

El proceso evaluativo del sector artístico debe constituir una herramienta básica para el control de la calidad del producto que se brinda. Únicamente así la evaluación cumpliría  el rol que le corresponde en  la sinergia que establece la ley del mercado basada en la demanda-oferta.

Es evidente que el futuro de la música popular cubana en el mercado nacional y extranjero está sujeto a un necesario cambio en la percepción sobre sí misma y una visión de su comercialización totalmente diferente. Para ello se precisa de:

  • Estudios objetivos sobre los aspectos que caracterizan la producción, divulgación y comercialización de la música popular hoy en sus diferentes líneas de mercado; renglón deficitario en las investigaciones actuales.
  • Eliminación de los disímiles  mecanismos burocráticos que caracterizan las estructuras que median como representantes comercializadores, instituciones inoperantes y obsoletas que en la mayoría de los casos obstruyen más que viabilizan el desempeño de los artistas, y expolian el fruto del trabajo de los músicos más allá de  impuestos y convenios.
  • Decisores del mercado y empleadores —empresarios, gerentes, directores, animadores, etc.—,  verdaderamente capacitados para desempeñar sus puestos, con criterios fundamentados en la calidad del producto que precisan al  contratar  proyectos artísticos; que  no actúen por conveniencia o  interés  personal con el fin de extorsionar al artista.
  • Apertura y programación de espacios en los cuales se puedan consumir todos los géneros y variantes de música popular que ofertan los catálogos, con la calidad requerida  y una remuneración digna al artista.
  • Una promoción y divulgación que promuevan lo más granado y valioso de nuestra cultura musical.

Solo con una perspectiva de la música como aspecto comercializable de la cultura,  completamente renovada y objetiva; que asuma consecuentemente la ley de la demanda-oferta, despojada de ataduras burocráticas y con total identificación de su papel en el  contexto de la  realidad económica que vive el país; la evaluación artística cumplirá el verdadero objetivo que le concierne como medidora del control de la calidad en la oferta artística.  

11 mayo 2022 10 comentarios 932 vistas
1 FacebookTwitterLinkedinTelegramEmail
Universidad

Desde la universidad y a destiempo

por Raymar A.H. 7 mayo 2022
escrito por Raymar A.H.

Nada más inoportuno para la institucionalidad cultural en Cuba y sus atropellos ideológicos, que la distribución durante la presente Feria Internacional del Libro de La Habana del título Fuera (y dentro) del juego. Una relectura del «Caso Padilla» cincuenta años después (Fondo Editorial Casa de las Américas, 2021).

Dicho volumen, según sus compiladores, pretende contradecir algunos de los «estereotipos que han circulado y circulan» sobre el mencionado caso, pero me atrevo a señalar que nada se aleja más de ese objetivo que el sinfín de panfletos politizados que incluye. Muy por el contrario, transparenta lo cerrado de las políticas culturales que hace décadas atan de pies y manos a los creadores e intelectuales en la Isla.

En los tiempos actuales, cualquier chispa que recuerde las arbitrariedades del sistema contra ese gremio es, mínimo, una provocación y una burla luego de dos años de continua violencia y abusos de poder, más aún cuando en ocasiones se ha llegado a comparar esta inmediatez con el denominado Quinquenio gris, que iniciara luego de los sucesos con Padilla.

El acoso policial y las campañas de descrédito que sufren muchos, así como las detenciones, amenazas y expulsiones de centros laborales y educacionales son una penosa constante que da matiz opaco al panorama. De escándalo es la reciente «liberación del cargo» de Armando Franco Senén como director de la revista Alma Mater por parte del Buró Nacional de la Unión de Jóvenes Comunistas (UJC), según publicó en su página de Facebook el medio.

Debo confesar que nunca tomé a la Alma Mater dirigida por Franco como un medio digno de aplausos, pues se me tornaban risibles sus intentos de encajar en la dinámica cool que inunda nuestras universidades. Mas de igual modo me llenó de indignación la frialdad con que se comunicó la noticia.

Mi duda es: ¿qué potestad puede tener la UJC para remover cargos dentro de un medio que debe responder íntegramente a los intereses de los estudiantes? No es un secreto que Alma Mater pertenece a la Editora Abril y que esta a su vez responde directamente a la UJC. Pero tampoco es un secreto que la revista Alma Mater, fundada por Julio Antonio Mella en 1922, tiene una tradición de lucha estudiantil de cien años.

Es impensable que una organización política controle la voz del estudiantado cubano, pues Alma Mater solo existe —desde su surgimiento— para representar a los alumnos de nuestras universidades, no al poder político imperante. Por otra parte: ¿Quién me preguntó a mí —lector de Alma Mater y estudiante universitario— y al resto de los educandos si nos parecía bien o no el trabajo de Armando Franco al frente del medio?

Si realmente existiera un ejercicio democrático en las universidades para seleccionar a nuestros representantes, la UJC no pudiera atribuirse tales libertades a la hora de tomar una decisión como esa. Entonces: ¿Qué papel juega el estudiantado al momento de plantear el futuro de su publicación? Evidentemente ninguno.

Al mismo tiempo, en la otra cara de la moneda, los ahijados adulones del gran padrino nos quieren imponer un símbolo. Un pañuelo rojo colgado del cuello, del brazo, o dondequiera que tenga visibilidad, quiere ser aclamado como un símbolo de «resistencia». Pero me estalla el cerebro al intentar descifrar cómo se resiste desde el privilegio. Ya la cordialidad política trasciende lo que pueda ser o no tolerable de los que orgullosos portan su emblema.

Ese pañuelo —un trapo cualquiera en muchas ocasiones—, sintetiza en sí lo que el gobierno está dispuesto a validar y subdivide explícitamente a los actores culturales en dos polos: los que están con esto y los que no. Quedan de lado —como en el 71 cuando Padilla—, la calidad de la obra, el aporte del hacedor o la formación a la que se aspire. La ideología afín al gobierno es lo que pesa, y cualquier muestra de disenso, o simplemente cualquier resbaloncito —como me temo sucedió con Alma Mater— cuesta desde una buena mancha hasta las más severas sanciones.

¿Entonces qué sucede con los que están inconformes con las políticas culturales en Cuba, con los que se vuelven «problemáticos» para el sistema? Es espeluznante la uniformidad por la que abogan, donde los vítores, los asentimientos, el servilismo o el pedazo de tela roja son los que posicionan. La cultura como medio ontogénico lleva en sí el peso de la irreverencia, solo cuestionando y disintiendo crecen en carácter las personas y junto a ellas las sociedades, sustraerles esa capacidad es una torpeza total o una infamia inefable.

¿Y desde dónde podremos potenciar el crecimiento cultural y espiritual de nuestra nación si ni siquiera nuestra Casa de Altos Estudios se puede cultivar exenta del embate de las organizaciones políticas? Esto, permitido por otras que se suponen encargadas de defender los intereses estudiantiles, como la Federación Estudiantil Universitaria (FEU), y que en la praxis son apéndices de la UJC.

En una de sus más recientes publicaciones en Facebook, Julio César Guanche, comentaba sobre la necesidad de la autonomía dentro de la universidad y la potenciación de los estudiantes como su comunidad política y únicos decisores, mientras señalaba la postura ambivalente de la FEU y su denominada «independencia orgánica» en contraposición a la subordinación a jerarquías políticas.

Estamos inmersos en una campaña de constante adoctrinamiento, donde el gobierno se presenta como la meca de la resistencia y la benevolencia y cualquier cosa que se le oponga es tildada de lo más bajo, con adjetivos que saben a sangre y látigo. Lo peor, es que el problema ya es tan evidente que el descontento trasciende los límites de lo soportable, los excesos del gobierno y su abulia a la hora de resolver las acuciantes cuestiones de nuestra sociedad tienen convertida a Cuba en un sitio de ríspida ciudadanía, donde la desesperanza y/o la ira, van asidas a los rostros.

Ahí es cuando me inquieta la pregunta: ¿desde dónde se puede encaminar nuestra cultura y junto a ella un devenir digno y justo para nuestra nación? La respuesta quedará luego de remover las estructuras que nos tienen en el actual estatismo. Necesitamos transformar más de lo perceptible, es menester crecer como sociedad, pero antes, crecer como individuos, la metamorfosis comienza desde adentro.

Nuestros artistas serán el sustento espiritual y nuestras universidades el intelectual, desde ahí debe arrancar el intento, porque –tomándole la palabra a Mella – «aún nos queda algo grandioso por hacer, y que está en la mente de todos, esto es, la verdadera función de una universidad en la sociedad; no debe ni puede ser el más alto centro de cultura una simple fábrica de títulos…» (Febrero, 1923).

7 mayo 2022 15 comentarios 1.213 vistas
2 FacebookTwitterLinkedinTelegramEmail
Revolución

Flash back o de cómo el hábito no hace una Revolución

por Gustavo Arcos Fernández-Britto 2 mayo 2022
escrito por Gustavo Arcos Fernández-Britto

-VII-

La emisión por televisión del documental Canción de barrio (Alejandro Ramírez-2014), luego de casi siete años de realizado, generó hace unos meses un intenso debate en las redes sociales sobre el triste panorama existencial que ofrecían, para sus habitantes, varias zonas de la ciudad.

Recuerdo los largos aplausos que recibió cuando fue presentado en el cine Chaplin, y también las caras de desconcierto de algunos funcionarios, que fueron invitados para un filme sobre las giras de Silvio y se encontraron con uno sobre la gente que vive en los barrios donde cantó el trovador. Hay personas que anidan en una zona de confort, una burbuja, suerte de Matrix que los sitúa en otra dimensión. Nunca entienden nada, o quizás sí, pero prefieren esconder la cabeza, como el avestruz.

Cuando fue exhibido por televisión ya habían ocurrido las manifestaciones multitudinarias del 11 de julio, que tuvieron por motivo principal la irritación ciudadana ante la inercia de las autoridades, incapaces de solucionar cuestiones elementales como el suministro de agua, la alimentación o la electricidad en sus zonas de residencia.

Lo que comenzó como una protesta local, se extendió rápidamente por todo el país, confirmando que esa sensación de abandono y cansancio no era casual o puntual. Ese día se quebró el pacto social que la Revolución había propuesto desde hace décadas a los cubanos. Confiar, resistir, creer, tener fe en que, por su acción, la vida sería… ¿más próspera y sostenible?

-VI-

Quince años antes, en el 2006, un grupo de jóvenes estudiantes de la facultad de medios audiovisuales (FAMCA-ISA) decidió realizar su ejercicio docente en los asentamientos ilegales de San Miguel del Padrón, Regla y Guanabacoa. Era importante documentar lo que allí ocurría y que los medios parecían ignorar.

Casas de madera y cartón, armadas con planchas de metal y desechos, salideros, falta de luz, rústicas letrinas y muchas otras calamidades formaban parte de la vida cotidiana allí. Un padre que se llama Fidel, nombra a su hijo recién nacido, Elián, en honor al niño rescatado en el estrecho de la Florida a fines de 1999, pero llora desconsolado ante las cámaras pues no tiene apenas dinero o trabajo para mantenerlo.

La mayor parte de los entrevistados proviene de las provincias orientales donde, según nos cuentan, no tienen oportunidades y la vida es muy dura. El documental se titulaba Buscándote Habana, fue dirigido por Alina Rodríguez y terminaba con el tema Lucha tu yuca, de Ray Fernández.

(…) el cacique mandó montones a contar

a la tribu, quiere censar

el bohío que ocupas tú, prepárale un ritual

no sea que te declaren ilegal.

 

(…) Ay trabaja, trabaja, como suda el indito

al que todavía pagan con espejitos

en las horas de ocio juega al Batos un poquito

porque está caro, muy caro

el areito

(…) Lucha tu yuca taíno, lucha tu yuca…

Revolución
Revolución
Revolución
Revolución

-V-

A finales de los años ochenta, el instituto de cine cubano (ICAIC) realizó una serie de documentales y noticieros que se adentraban en los llamados barrios insalubres que proliferaban en la capital. Poco antes, en 1986, Juan Formell y los Van Van habían lanzado su hit La Habana no aguanta más, y aunque todo el mundo lo bailaba y cantaba, el tema se percibía como un eco fiel del hacinamiento y desatención que se observaban en muchas zonas de la ciudad.

Jorge Luis Sánchez filmaría por esos años su premiado documental El fanguito (1990), donde daba voz e imagen a las angustias de los habitantes de esa comunidad, situada a orillas del río Almendares. Los pobladores, gente humilde y honesta, decían simpatizar con la Revolución, pero al mismo tiempo sentían que esta se había olvidado de ellos.  

En la URSS, Gorbachov había iniciado su Perestroika, proceso de reformas que cambiaría la historia contemporánea; en Cuba, Fidel respondía con su Período de rectificación de errores y tendencias negativas. Era evidente que el socialismo, tal cual se había entendido y —sobre todo— practicado, hacía aguas. Los sueños del futuro luminoso habían terminado para muchos.   

Por aquellos años, José Padrón realizaba varios Noticieros sobre el ruinoso estado de la vivienda en la capital. En uno de ellos aparecía el grupo Mezcla interpretando otro popular tema sobre el contaminado río Quibú, que atravesaba zonas densamente pobladas en Marianao. En algún momento, mientras el espectador contempla imágenes sombrías de casas levantadas entre aguas albañales, escuchamos lo siguiente:        

(…) en estas condiciones viven alrededor de 60 mil habitantes de la capital del país… En América Latina entre el cuarenta y el sesenta por ciento de los habitantes de las grandes ciudades viven en barrios insalubres, pero ellos no tienen una revolución socialista y nosotros sí.

Tal observación no es anecdótica. Entraña una profunda reflexión sobre el sentido del proceso de transformaciones sociales iniciado en el país a partir de 1959, que situó como centro de atención principal a los sujetos más desfavorecidos y olvidados. Infinidad de planes, proyectos y discursos se habían sucedido cada año para mantener activas las esperanzas de los ciudadanos, dispuestos siempre al sacrificio en aras de un futuro mejor para sus hijos. Y sí, se hicieron cosas, pero otras muchas, esenciales, vitales, fueron postergadas indefinidamente.   

Tres décadas después no habían sido solucionados, ni de cerca, problemas como el de la vivienda, la alimentación o el transporte. La emigración hacia el exterior continuaba y los desplazamientos de zonas rurales a urbanas resultaban indetenibles, a pesar de toda la inversión en obras sociales e industriales llevada a cabo por la dirección del país.

Como si esos casi treinta años de sacrificios, trabajo, zafras y promesas no fuesen nada, el periódico oficial del Partido nos decía en un gigantesco titular de 1987: ¡Ahora sí vamos a construir el Socialismo!

-IV-

Años antes, en 1974, la realizadora cubana Sara Gómez filmó su primera y única película de ficción, titulada De cierta manera.  Un crédito inicial nos aclara ahora que se trata de un largometraje con algunos personajes reales y otros de ficción. Rápidamente, vemos imágenes de archivo que contrastan entornos ocupados por seres que subsisten en precarias condiciones sanitarias, alternando con otros donde diferentes familias habitan nuevas urbanizaciones populares.

Un narrador ofrece información generalizada de lo que ha venido ocurriendo desde los primeros años de la Revolución. Da algunas cifras comparando el antes y el después. Se nos dice que el desamparo y la marginalidad, tan habituales en la época anterior, van siendo paulatinamente sustituidos por las obras humanas de la Revolución. Hay un mensaje esencial: no basta con mejorar las condiciones de vida de una comunidad, sino que es necesario brindar a sus habitantes oportunidades laborales y de superación profesional.

Se insiste en que las conductas delictivas, la violencia y el desaliento son generadas por el desempleo, el analfabetismo y la falta de expectativas, componentes típicos del capitalismo. Pero… ¿acaso muchas de esas cuestiones no están presentes también hoy?

El sujeto, marcado por su entorno y por ciertas prácticas culturales; el viejo conflicto entre barbarie y civilización, entre lo viejo y lo nuevo; queda retratado en una imagen en la que se distinguen modernas casas prefabricadas y, en sus portales, en plena ciudad, los propietarios crían cerdos y cabras.  

Una secuencia nos introduce en una escuela primaria de la localidad: el matutino, las flores a Martí, los pioneros sonríen en una fila. Aparece la maestra y con ella el personaje, o sea, la ficción. Se muestra sorprendida porque no imaginó que una década y media después de la Revolución, aún podían encontrarse barrios en tales condiciones de atraso.  

La película, que adquiere por momentos un tono didáctico, sigue su curso. Salta de personajes y situaciones dramáticas a reflexiones sobre la marginalidad, las prácticas religiosas afrocubanas o el machismo. En algún momento leemos un extraño texto a toda pantalla: Después del triunfo de la revolución, no existe en Cuba sector marginal alguno.

Revolución

El chovinismo, las consignas y polarizaciones —el dogma—, son actitudes consustanciales a la práctica socialista en Cuba. Cualquiera que estudie un poco los textos, discursos o leyes revolucionarias, encontrará repetidas mil veces las mismas palabras o visiones del mundo. La Revolución como fin de un camino. Ya nada puede superarla. Todo suele leerse, además, desde una lucha de contrarios, el lenguaje de la trinchera o, incluso, la guapería.

(…) el primer derecho que tiene la Revolución es su derecho a existir y contra ese derecho nada, ni nadie. (Fidel, 1961).

-III-

Sara fue una mujer inquieta y muy talentosa, que veía a la Revolución como un proceso justo, pero necesitado de perenne revisión. ¿Qué sería de ella hoy? Nunca se conformó con las historias oficiales, por eso se trasladó, en 1967, hacia la granja Libertad, un centro de reeducación para adolescentes situado en la Isla de la Juventud, donde filmaría sus documentales La otra Isla y Una Isla para Miguel.

Las ideas del hombre nuevo estaban en su apogeo, y qué mejor lugar que ese para documentar historias de vida y transformación. Allí se llevaba a cabo un experimento con jóvenes que presentaban «problemas de conducta» e inadaptación social. Los campamentos de trabajos forzados (UMAP) habían sido desmantelados, pero los ecos de esa tragedia estaban aún muy cerca.

Durante muchos años, al saco de «los marginales» fueron enviados los delincuentes y antisociales, los vagos y criminales, los enemigos de la Revolución y los críticos o disidentes ideológicos. Asimismo quedaron estigmatizados cientos de miles por su identidad sexual, el color de su piel o sus creencias religiosas.

El discurso oficial entendía que todas esas manifestaciones conformaban una «lacra social», remanente del pasado que debía ser extirpado. La reeducación, a través del trabajo y el sacrificio, era el camino.   

En los documentales de Sara encontramos por ejemplo a Fajardo, el voluntarioso instructor cultural de la granja. No cuenta con mucho apoyo y tiene que resolverlo todo por su propia gestión. Nos dice que allí todo es trabajo, pero que él trata de llevar la cultura y el teatro hacia ellos, porque siente que esos jóvenes lo necesitan. Una cosa no puede separarse de la otra.

Rafael es tenor, egresado de las primeras escuelas de arte creadas por la Revolución. Aunque interpretó algunos papeles, sintió la presión de los prejuicios raciales y la discriminación, ya que las cantantes o actrices no querían trabajar a su lado. Se trasladó a la Isla porque creía que podía purgar esa frustración trabajando por dos años en el campo. No ha olvidado el arte y sueña con representar algún día La Traviata. ¿Lo habrá conseguido? Dice que allí, la gente es diferente: no es como en La Habana, aquí hay otro tipo de conciencia.

Revolución
Revolución
Revolución
Revolución

Lázaro fue seminarista, es un joven educado bajo determinados principios y creencias. Cuando trabajaba en un área educativa en las montañas del Escambray conoció la muerte en el rostro del joven alfabetizador Manuel Ascunce, asesinado por bandas contrarrevolucionarias. Para él, nos dice, fue traumático, un impacto que le hizo repensar toda su existencia e ideas.

Desde ese día, entendió que la violencia era necesaria como única vía para erradicarla. Lleno de angustias y contradicciones, espirituales o profesionales, decide entrar en la granja de la Isla, para, a través del trabajo en una vaquería, encontrar el camino de la paz o el perdón para su conciencia, pues quiere ahora luchar por el hombre y su futuro.

En algún momento aparece Cacha, una profesora que nos explica cómo las muchachas tienen allí todas las libertades, salen de pase los fines de semana, van a la playa o incluso viajan a La Habana para ver a su familia. Sara le pregunta por las relaciones sexuales y los aspectos morales que pueden imponerse. Es mencionado el ejemplo de una muchacha embarazada, algo prohibido en el campamento. Se piensa aplicar un consejo disciplinario, quizás una expulsión, pero luego se llega a la conclusión de que ese bebé, será más comunista que todos nosotros juntos. 

La granja como espacio para exorcizar el mal. Lugar donde todos, incluyendo el feto de la muchacha, encontrarían su purificación absoluta. Revolución, trabajo, sacrificio, conciencia, comunismo. Todos hablan en similares términos. Como una ecuación matemática o piezas de un engranaje. Debes encajar, integrarte, sino serás desechado. ¿Y el ser humano? ¿Dónde ponemos sus miedos, sus sueños, su bondad, sus deseos íntimos, sus intereses, sus dolores y debilidades, su cultura, su familia?     

Recordé entonces un documental realizado por el ICAIC en 1960. Fue uno de los primeros rodados por esa institución. Se titulaba Torrens (dirigido por Fausto Canel), un filme auspiciado también por el Ministerio de Bienestar Social. Cerca de la capital se levantaba un centro de reeducación para menores. Como era habitual en muchos filmes de la época, el narrador marcaba las pautas. Era la voz de la… ¿sabiduría? En un momento hace la singular aseveración de que pronto desaparecerán lugares como ese porque sencillamente no habrá menores delincuentes en Cuba.

Se desgranan los argumentos de la utopía revolucionaria, que desde momentos tan tempranos intenta convencer al espectador de su valía como proyecto social. Se trazan perspectivas y comparaciones entre dos épocas, mientras observamos a los niños que antes limpiaban zapatos, trabajaban o vivían en solares y cuarterías. El régimen anterior propiciaba la miseria, las diferencias de clases y el vandalismo.

Bajo el capitalismo, se nos enfatiza, los niños no tenían oportunidades y solo unos pocos (presentados como burgueses o privilegiados) podían superarse. Ahora la Revolución ha llegado para desterrar aquel pasado, favoreciendo una educación para todos y trabajo honesto como forma primordial de vida.

Existe una retórica aquí que empieza a imponerse, pero aún no lo sabremos. Es lógico, la mayoría está demasiado entusiasmada por los cambios y promesas revolucionarias. Frenar la emigración, el desamparo; entregar tierras y viviendas; acabar con el hambre, el analfabetismo, la prostitución, la muerte, la corrupción política, el juego, la venta de nuestras riquezas al extranjero.

Hay un proyecto por construir, un país que reformar. ¡La constitución del 40 sería restaurada y con ella todas las garantías democráticas! Eso dijo Fidel en La historia me absolverá. Pero, ¡cuántas cosas se dijeron antes del 59, y después: en los sesenta, los setenta, los ochenta… !

-II-

Las películas y documentales cubanos visualizan e imaginan un país. Son testimonio de las angustias e interrogantes que han acompañado a nuestros cineastas. Hoy se hacen otros filmes, hay otras generaciones, nuevos escenarios, compromisos y sujetos: unos hombres que habitan (¿y esperan la muerte?) en una chatarrería de barcos; unos héroes de Angola que se sienten solos y abandonados; un trovador al que le hacen actos de repudio, una madre que ve partir a sus hijos; una pareja que malvive en un solar y está dispuesta a todo.

Ellos también marchan al margen de la vida, son el resultado de un sistema, un grupo de ideas que quizás abrazaron cierto día, son víctimas de ellos mismos. Relatos tristes, dolorosos pero reales. Hay muchas sombras que iluminar, revelar. Una historia oficial que valorar, sí, pero también deconstruir, repensar.

(Inserto)

En 1988, mientras estudiaba en el instituto de cine de Moscú, la película Pequeña Vera (de Vasili Pichul) causaba furor, abarrotando los cines y generando amplio debate en los medios. Fue algo inédito en el cine soviético. Su drama, situado en una familia obrera y disfuncional, seguía el despertar sexual de una joven, rodeada de padres alcohólicos y amargados. Alguien irritado protestó en el parlamento o Duma estatal preguntando por qué se rodaban películas así. Le respondieron: Ellas no son el problema. Deberíamos sentir vergüenza por aceptar vivir así tantos años.

Revolución -I-

Cuando la Revolución despertó, la pobreza y la marginalidad seguían ahí. Pretender que ella, o el socialismo, borrarían para siempre tales cuestiones por el simple hecho de existir, solo demuestra idealismo y desprecio hacia las complejas leyes y dinámicas sociales o humanas que mueven el mundo. El acceso masivo a la educación, la salud, la cultura, son pasos de gigante, pero tienen que sostenerse sobre terrenos sólidos y estables; de lo contrario, se precipitan y desaparecen. Soñar es bueno, pero tener los pies en la tierra es mejor.

A los «marginales» se les denomina hoy «vulnerables», y los medios oficiales, instigados por las autoridades, tratan el asunto como si de pequeñas o aisladas comunidades se tratase, pero ya se sabe: no hay peor ciego que… el militante que no quiere ver.

No se trata de un barrio, sino de un país y de más de cien mil cubanos emigrando en apenas un año. Son demasiados para una isla que se creyó continente. Los «marginales» ya no están en la periferia, ahora son el centro. No son delincuentes, ni son las víctimas de un sistema anterior, puesto que la mayor parte de la población cubana nació después del 59.

Sesenta y dos años son muchos para seguir eludiendo responsabilidades. Las consignas no calzan ni visten a nadie, ninguna pone un plato en la mesa. Tenemos una política económica fracasada, un proyecto de país siempre postergado, ralentizado, realizado a ratos, a medias y tambaleante. La revolución de los humildes, por los humildes y para los humildes, aún está por concretarse.

2 mayo 2022 42 comentarios 1.741 vistas
8 FacebookTwitterLinkedinTelegramEmail
Vitrina

El pensamiento de «la vitrina»

por Esther Suárez Durán 27 abril 2022
escrito por Esther Suárez Durán

Mi familia, tanto paterna como materna, procede de Candelaria, Pinar del Río. Ciudad de no muchas almas —sobre todo en la tercera década del siglo pasado—, todos se conocían. Luego de trasladarse a la capital, siguieron con las bromas y los dichos que referían el lugar donde habían espigado. Cada vez que alguno de los jóvenes de la familia tenía un comportamiento fuera de «la norma», era costumbre sazonarlo con la  frase  burlona «¡Ay, qué dirían Las Lleras! ¡Y las Fernández!»… y por ahí desfilaban unos cuántos apellidos más.

En esa atmósfera de sana libertad, acompañada de una disciplina y exigencia que pasaban siempre por el arbitrio de lo razonable, tuve la dicha de crecer, acompañada desde muy pequeña de libros, tanto de los que me correspondían, como de aquellos otros que cada quien —todos los miembros de la familia—  leía en sus ratos de ocio. En cuanto tuve edad, les eché mano para fisgonear y casi siempre iniciar mi lectura cuando alguno lo dejaba descansar ante la necesidad de sumergirse en las faenas del día.

Esta digresión únicamente responde a la necesidad de explicar cómo era capaz de lidiar esta familia con el tema, muy presente aún, del «qué dirán».  Ese «qué dirán» bien pronto me lo eché a la espalda, ayudada sobre todo por un nuevo contexto espiritual en el que los adolescentes se separaban de la familia para irse a alfabetizar a parajes desconocidos, las parejas multirraciales proliferaban, Occidente proclamaba el amor libre, mis nuevos maestros de primaria eran jovencísimos y no ocultaban sus deseos de andar a la moda; entre muchísimos otros signos del período.

Pero, en algún momento, en algún instante del curso de la historia político-social del país, comencé a vislumbrar inconsecuencias a mi nivel de ciudadana común; a sentir cómo «la lista no jugaba con el billete». Fue entonces que apareció ante mí el concepto de la vitrina: no importa cómo estemos aquí adentro, lo que importa es la imagen que demos hacia afuera.

Espérate, ¿eso no tenía un tufito pequeño burgués? ¿No se parecía al circo que arma la Madrastra de Cenicienta, disfrazando con lo que no tienen a  las Hermanastras? ¿Sería que, con el paso del tiempo, «Las Lleras y las Fernández» iban ganando?

La reflexión viene a propósito de esta edición de la Feria Internacional del Libro de La Habana. En ella hemos padecido la suspensión de importantes homenajes a autores de larga data por una supuesta ausencia de transporte, sin que se avise siquiera al homenajeado, ni mucho menos se le brinden las excusas de rigor.

Han ocurrido también presentaciones programadas de libros sin el conocimiento de sus autores; en otras presentaciones los ejemplares no han llegado, ante la indiferencia absoluta de las personas a cargo en las sedes; ausencia de agua (sea en botellas o en jarras), en las mesas en que intervienen presentadores y autores, dizque por falta de presupuesto; restricción de invitaciones —tanto diarias como permanentes— para acceder a la Feria, limitadas a autores con libros a presentar, presentadores y Premios Nacionales de Literatura…

Una parte de estas calamidades tiene por causa, según se expresa, la escasez del presupuesto. Si no estamos en condiciones de realizar un evento semejante, puesto que, como se ve, hay necesidades primarias que no pueden satisfacerse, ¿qué nos obliga a mal realizarlo? ¿Cuál es el costo subjetivo y espiritual de los dislates? ¿Acaso por subjetivo carece de importancia?

¿Para quiénes y para qué se hace la Feria? La ceremonia de inauguración de esta vez, y algunos otros datos, ya nos dicen que no es para los escritores, pero ese sería tema de fondo y merecería un debate colectivo.  Entonces, ¿es que se realiza, sin importar las consecuencias, para que «afuera» o «el enemigo» vean que aquí, sin importar las reales condiciones en que se desarrollan nuestras vidas, nada se detiene, se pospone, se cancela, cambia sus dimensiones?  ¿Tanto nos importa «el qué dirán»?

El presupuesto de donde sale todo, es el mismo que no alcanza para que tanto los centros hospitalarios como la población dispongamos de  los medicamentos elementales. El mismo que hace cada vez más reducida nuestra dieta y precarios nuestros niveles nutricionales. El que acaba de obligar a subir, aún más, el costo de los materiales de construcción.

El que hace que ni zapatos ni ropa de ninguna especie estén al alcance del bolsillo del cubano común en los sistemas institucionales de tiendas desde hace décadas. El que mantiene el transporte público ausente de  nuestras avenidas y calles, nos crea un grave problema si necesitamos acudir a un hospital en la noche y nos limita asistir a un centro cultural los fines de semana —sea el que fuere, puede tratarse de un teatro que culmina funciones a las nueve y treinta de la noche—, a menos que usted esté en condiciones de caminar los kilómetros que le separan de la zona que concentra estas ofertas.

Vitrina

Es el mismo que por años ha impedido que las cubiertas de nuestros libros —la literatura nacional— sean atractivas, cumplan con los estándares de competitividad del mercado foráneo y logren venderse en las ferias internacionales. El que nunca ha alcanzado para que los autores de trayectoria cuenten con promociones donde aparezcan sus fotos y obtengan el conocimiento del público. El que nos obliga  a que los libros vuelvan a esperar en las editoriales —como sucedía en los setenta y ochenta— cinco años y más para ser publicados. El que dificulta que se les pague, digna y prestamente, los derechos a sus autores sin que medie ningún infeliz regateo.

Y no menciono otra esfera de actividad y de vida porque la relación sería interminable, además de que es ocioso hablar lo que bien se ha dicho y bien se sabe.

Sobre la feria habría mucho más que exponer. Un análisis a fondo y de conjunto, donde tomen parte personas honestas, con argumentos y experiencias concretas, sin temor a decir lo que piensan, aportaría muchísimo y podría retroalimentar a sus organizadores. Pero ya se ha visto que no existe real disposición a escuchar, mucho menos a intentar ir al fondo de los asuntos, motivo por el cual cada vez crecen la alienación y el desinterés social.

Por mi parte, yo confío en las reservas de mi pueblo. Creo en los cubanos. De un lado, tengo la dicha de conocer personas formidables de todas las edades de quienes me siento orgullosa y, del otro, soy una inveterada optimista.

Coherencia y consecuencia son dos virtudes elementales. Su presencia en nuestras vidas resulta imprescindible.

27 abril 2022 22 comentarios 1.189 vistas
9 FacebookTwitterLinkedinTelegramEmail
Defensa

En defensa de la literatura política

por Yasmin Silvia Portales Machado 5 abril 2022
escrito por Yasmin Silvia Portales Machado

Mi verso es de un verde claro

Y de un carmín encendido:

Mi verso es un ciervo herido

Que busca en el monte amparo.

José Martí, Versos sencillos V

***

To say the things they truly feels,

and not the words of one who kneels.

The record shows I took the blows,

and did it my way.

Frank Sinatra, My Way

***

El 2022 será un año bueno para mí, pero —como suele ocurrir en el oficio de escribir— se lo debo al horror de la realidad. Esto me deja un sabor agridulce, un conflicto ético latente que me acompañará el resto de mi vida, pues nada puedo hacer —en el exilio— contra los efectos combinados de la pandemia, el clima y el gobierno sobre mi pueblo.

Soy una ladrona de historias, una infeliz que llora en la oscuridad ante la palidez de las ficciones que intentaron predecir este tiempo, la pobreza imaginativa de mi gremio, y la asombrosa capacidad de la burocracia cubana para torcer las palabras asociadas al socialismo en su indetenible búsqueda de métodos mejores para la explotación económica, la persecución social y la mentira.

Desde el verano de 2021, el horror detuvo mis dedos y aceleró las pesadillas. Lo intenté, juro que lo intenté: leí a Julio César, a Zuleica, a Alexander, a Mylai. Leí los testimonios, y los reportajes, y los ensayos legalistas o políticos. Pero yo no puedo escribir en ninguna de esas formas sobre esto que nos pasa como sociedad, como nación.

Mi texto es ficción de tesis, es un ensayo apócrifo, lo terminé y respiré. Una semana después, a propósito de varias charlas con colegas y amistades, me desperté con una lista de razones por las cuales es tan bueno como cualquier ensayo. Me doy cuenta de que llevo una semana justificándome, defendiendo lo que ya está inventado, lo que hombres y mujeres blancas de Europa ya hicieron, pero al parecer no es pertinente para una negra del Caribe hispanohablante.

Así que ahí va, mi defensa a toda la literatura política y su valor testimonial.   

Razón 1: La forma es parte del mensaje. Es una declaración política acerca del absurdo y la crueldad de todo lo ocurrido. Yo, intelectual hija de la Revolución, estoy paralizada de horror ante los hechos del 11 de julio de 2021 y su continuidad hasta marzo de 2022, razón por la cual soy incapaz de comentarlas desde convenciones ensayísticas. Yo solo puedo hablar de esto desde la literatura distópica. Esa es mi voz.

Razón 2: Esto no es nuevo. El ejemplo más famoso de «ensayo apócrifo» contemporáneo acaso sea «El informe Lugano. Cómo preservar el capitalismo en el siglo XXI» (Susan George, 1999). De hecho, mi texto está dedicado a ella. Jonathan Swift también denunció los efectos del colonialismo británico en Irlanda con su «Una modesta proposición para impedir que los hijos de los pobres de Irlanda sean una carga para sus padres o para el país» (1729). El valor expresivo e intelectual de mi apócrifo no es menor que el de un ensayo, así que no aceptaré ser castigada por mi elección de forma literaria.

Defensa

Jonathan Swift

Razón 3: Siempre miramos al mundo a través de una colección de voces y perspectivas. Vivimos de antología en antología. Una antología de textos políticos tiene como hilo conector la política, no el género literario. Mi texto se unirá en el futuro a los de Dmitri Prieto, Mel Herrera, Lucía March y otras voces, porque hablamos de lo mismo: el estallido social del 11 de julio de 2021. No tenemos que satisfacer las ansiedades formales sobre cómo se puede denunciar la realidad.

Razón 4: Cuando se exige que un «texto diferente» sea reajustado en nombre de la coherencia con el estilo convencional que usa «la mayoría» para analizar la realidad, casi siempre el modelo refiere al ensayo latinoamericano o anglosajón. Dejemos las cosas claras: con ese gesto no se persigue la claridad editorial, sino el borramiento de la diversidad. Este tipo de actitud niega el valor intelectual de las formas de análisis crítico que no se ajustan a modelos eurooccidentales, masculinos, blancos y heterosexuales.

El gesto degrada la ficción a testimonio de segundo o tercer orden frente a la realidad «objetiva» que describen de modo «racional» quienes fueron a la escuela superior. Esta lógica es simple y vergonzosa complicidad con la violencia epistemológica del Occidente Heteropatriarcal y Blanco, reifica y defiende el silenciamiento de voces intelectuales disidentes, grupos históricamente excluidos de la construcción de sentido social, otras ontologías y recursos expresivos. Eso no es lo que debería defender la izquierda.

Conclusiones:

1- No es mi trabajo reescribir mis textos para satisfacer a quienes se erigen como jurados de las formas desde las mismas lógicas de poder académico que me excluyen por mi identidad y mis intereses.

2- La labor editorial —dura, valiosa y respetable— no incluye el derecho a exigir o practicar «operaciones de reasignación de género literario» para que los textos «encajen» en modelos preestablecidos y que nunca fueron la única manera de mostrar/ explicar/ denunciar el mundo.

#MiDolorEsVerdad #LaCulturaEsTodo

5 abril 2022 7 comentarios 955 vistas
3 FacebookTwitterLinkedinTelegramEmail
Cine

Nostalgia por el cine

por Maylan Álvarez 2 abril 2022
escrito por Maylan Álvarez

Amén de parecer este mucho más ligth que los otros artículos que he compartido con los lectores del sábado —dijérase una nota en frecuencia más baja—, resulta que el asunto del que hablaremos hoy lleva inquietándome mucho más tiempo del que quisiera. Años, diría yo, si voy a ser incisiva.

Cerca del 2010, uno de mis amigos regresó a Cuba desde Ecuador, adonde había ido en viaje de compras para surtir su tienda de souvenires. Después de los saludos de rigor, de preguntarle por la pacotilla y que me explicara lo bien que le fue todo, enseguida pasó al tema que lo traía en vilo: pudo ir a un cine 3D, nada más y nada menos que para disfrutar de Avatar, el suceso cinematográfico mundial en boga por aquellos tiempos.

Puse los ojos en blanco, batí palmas y le hice contarme frame a frame, cómo había sido la cosa. Desde las rositas de maíz (me repitió tres veces popcorn, aunque en Ecuador se les dice canguil), pasando por la clásica Coca Cola, hasta llegar a su asiento reclinable. Creo que no moví ni un cabello para evitar perderme los detalles todos de semejante experiencia.

Que si le parecía que él era un personaje más, que si casi podía tocar las plantas y los animales de Pandora, que su asiento se movía a la par de los acontecimientos y una fina llovizna, un breve rocío, se sentía en el ambiente, y que se le pusieron los pelos de punta durante la batalla final, porque era lo más cercano a una guerra de las de verdad…

De más está que les diga que ni Santa Teresita de Jesús ha vivido éxtasis semejante. Lo que yo hubiera dado por tener un momento así y contado de primera mano… o de primer ojo, si seguimos en esta onda de ser incisivos.

Cuando nos despedimos, corrí a repetir el cuento de la buena pipa a otros amigos. A otros que, como yo, amamos el séptimo arte, el buen cine de autor y disfrutamos de una peli como si de un manjar del Olimpo se tratara.

Es que fuimos amamantados, criados, viendo películas en la pantalla grande. Ese tremendo amor, el respeto por la cinematografía que profeso, viene de mi humilde pueblo, Unión de Reyes, de mi humilde cine que tantas y tantas buenas horas nos regaló por los más módicos precios. Y seguro que ocurrió de igual manera en el resto del país.

No creo que existan escritores de mi edad o mayores, con más certeza, que no se hayan referido en sus obras, aunque fuera en una ocasión, al cine de la infancia, a los besos de amor en penumbras, a las películas inolvidables que veíamos, una y otra vez, con el Noticiero Icaic como intermedio.

Recuerdo que un sábado, todos en mi casa fuimos a ver La bella del Alhambra a la tanda de las 8.00 pm. El largometraje era prohibido para menores de dieciséis, pero mi papá trabajaba por aquel tiempo en la Dirección Municipal de Cultura y bueno, de vez en cuando uno tiene que mover determinados hilos influyentes…

Cine

Que nos fuimos lindamente trajeados para el cine. Y con esto de hacerse de la vista gorda la acomodadora, me senté al lado de mi abuela Alfonsina Dulce María para admirar las bondades de lo mejor del cine cubano de finales de los ochenta. Jamás olvidaré la calma suspicaz con que mi abuela me susurró al oído, minutos después de que Beatriz Valdés se expusiera al mundo como vino a él, para aseverar que ella sí era la señorita de Maupin: tú no te preocupes, mija, que esas tetas son plásticas. 

Qué clase de tranquilidad para mi espíritu de mujercita de trece años. Abuelas así ya no se construyen por estos días. Claro está que semejante film se merecía un premio Opina y hasta un Goya.

¿Y el fin de semana que Yanelis Sotolongo y una servidora le dedicaron a Christian Slater, vestidito tan chulo con aquella sotana que se quitaba para tener relaciones carnales con la joven indigente de la villa? Todavía El nombre de la rosa está en un lugar destacadísimo en la lista de mis películas favoritas. Ah, ya no tiene que ver con Slater desnudo, pero eso también le añade sazón a mi preferencia.

¿Y aquellas vacaciones en La Habana con papi? Visité todos los cines: La Rampa, el Yara, Infanta, el cine teatro América. Salíamos de uno para entrar en otro y en mi mente se confunden las pelis que disfruté en la capital de todos los cubanos: El último unicornio, Bolek y Lolek y la vuelta al mundo en ochenta días, Elpidio Valdés contra dólar y cañón,  El hombre anfibio, ¡Clandestinos!…

Claro que esos metrajes bien pude verlos en nuestro cine de pueblo, porque hasta allí llegaba de todo. Y cuando digo todo, viajo en el tiempo y estoy sentada de nuevo junto a mi mamá, llorando a moco tendido o riéndome, posesa, con Todo sobre mi madre. El día que la proyectaron en el pueblo, solo la vimos ella y yo. He optado, para este momento en mi memoria, dejar en el beneficio de la duda a todos los demás unionenses, justificándolos con un: seguro que hubo poca promoción para este filme de Almodóvar.

Cine

Lamentablemente no recuerdo cuál fue la última película que vi en el cine Unión, que así se llamaba. Y digo llamaba porque, aunque hoy la instalación, en franco deterioro, mal sirve como teatro o lugar de reuniones, ya no es nuestro CINE. No tiene nada que ver con la función para la que fue concebido.

Remedando a Cooper, la decadencia y caída de casi todas las edificaciones para ver cine en Cuba no sé cuándo comenzó, pero fueron suplantadas por los DVD y las salitas de video. Por las situaciones que todos conocemos, el cine fue quedando atrás, las películas en 35mm dejaron de proyectarse (por lo menos en los poblados) y dejamos de trajearnos lindamente para asistir en familia a un estreno o una reposición. Una iniciativa de esparcimiento menos.

Nunca más vi la cartelera de proyecciones para la semana en la puerta de cristal del cine Unión. Hoy únicamente se exhiben allí pancartas, frases revolucionarias y alguna que otra reseña sobre efemérides del municipio. No he vuelto a entrar. No creo que pueda.

Y ahí es donde caigo en el dolor, en la eterna duda o deuda para con mis hijos, y los hijos de mis hijos. ¿Tampoco el cine? ¿Tengo que salir de Cuba para volver a disfrutar del séptimo arte en la gran pantalla? Porque, desde donde vivo hasta La Habana casi clasifica como viaje al extranjero el hecho de ir a ver cine. Tendría que convoyarlo con un turno médico, ir a ¿comprar a las tiendas?, al Zoológico de 26, a La catedral del helado y terminaría, con buena suerte, en el Multicine Infanta, para que fuera rentable la peregrinación fílmico-cultural.

Jamás, que recuerde, he llevado a mi hijo mayor —el de dieciocho, el del Servicio Militar—, a ver la tanda de los domingos como lo hizo papi conmigo. Lo llevé a ver un espectáculo circense en el mismo cine Unión, pero los payasos se pusieron en plan burlón con muchos de los niños y con algunos padres, y discretamente cogí a mi chiquito por la mano y regresamos a la casa. Así no.

El más pequeño de mis hijos jamás ha puesto un pie en el cine. Eso no quiere decir que, como su hermano, no ame desde ya las películas de Miyasaki. Pero ¿y esa experiencia tan simple, llanera, de ir al cine? ¿Puede alguien decirme cómo fue que llegamos a esto? De verdad que todo es evaluación por resultado: tampoco tenemos cine. Y bien sabido es que no solo de pan vive el hombre…

Muy interesante la última pregunta en la prueba de Español para el ingreso a la Educación Superior, correspondiente a este curso. Pedía a los jóvenes su opinión acerca de las mejores opciones para ver cine ¿?

Por ello, el homenaje levísimo a todos los cines que tienen su pedacito inmortal en nuestra memoria, que hago desde este texto, a publicarse en mi próximo libro A mí también me olvidarán:

Si mis hijos me hubieran visto,

pelo lacio y siempre corto, sin aretes,

con la saya plisada,

pantalones de poliéster,

vistiendo las blusas

que abuela Alfonsina Dulce María me tejió,

los shores siempre iguales de la tía Niña.

Si mis hijos me hubieran visto toda arregladita,

perfumada con agua de Colonia

para ir con mi papá a la tanda infantil

de los domingos en el cine,

o a tomar helado en barquillos de harina,

o jugando a las muñecas de trapo

con otras niñas del pueblo,

desabridas como yo.

Si mis hijos me hubieran visto

llevándole flores a mis muertos,

acompañando a tías solteronas,

pasando de cumpleaños

por mi perpetuo miedo a los globos,

un canal con muñequitos rusos

y leche maternizada en latica

y compotas de manzana.

Si mis hijos me hubieran visto

cuando saltaba la suiza,

o cocinando en mis calderos de plástico

la verdolaga del patio,

o entintando el agua de los pollos

de mi abuelo Merejo

con azul de metileno y violeta genciana.

Si mis hijos me hubieran visto

limpiándole los mocos a mi primo Roly

con las hojas de la malanga picona…

Si mis hijos me hubieran visto,

niña de sonrisa breve

en todos los álbumes de la familia,

jamás volverían a posponerme un abrazo.

Posdata: Yusbel Coto debió besarme cuando pudo durante la escena principal de La Bamba… Él no sabe lo que se perdió.

2 abril 2022 19 comentarios 1.197 vistas
8 FacebookTwitterLinkedinTelegramEmail
Valores estéticos

¿Valores estéticos, Educación Artística? Apuntes al vuelo

por María Victoria Oliver 26 marzo 2022
escrito por María Victoria Oliver

Es importante  establecer  la diferenciación entre dos conceptos instituidos por la praxis educativa cubana posterior a 1959: Enseñanza Artística y Educación Artística. La primera se dirige a la formación de artistas o profesionales del arte propiamente dicho: actores, pintores, músicos, etc., que desarrollan sus aptitudes en escuelas, academias o conservatorios especializados, con niveles de enseñanza que presuponen necesidades  formativas concretas.

La segunda tiene el objetivo de contribuir a la formación de una personalidad preparada integralmente; encaminada al adiestramiento de un público receptor con altos valores estéticos, lo que garantiza la cadena comunicativa. En ella se centrarán estas reflexiones.

La responsabilidad fundamental de la Educación Artística ha recaído, desde su concepción, en el proceso de enseñanza-aprendizaje desarrollado en las escuelas de enseñanza general del Sistema Nacional de Educación. Ha tenido un carácter organizado y dirigido centralizadamente, en correspondencia con los presupuestos ideológicos definidos por el Estado.

No obstante, es acertado acotar que una actitud coherente hacia la apreciación de lo bello, —que abarca la naturaleza, la sociedad y las expresiones del arte por los individuos—, no es responsabilidad privativa de la escuela. La formación del gusto estético está condicionada por múltiples influencias y actores; por lo cual su complejidad debe ser analizada desde diversos factores.

En primera instancia la sociedad, que con su nivel de desarrollo económico marca directrices a los componentes que participan en la dinámica de su evolución e incide de forma pluridimensional en la formación del sujeto. Los cambios que se han ido operando en la economía insular han tenido su reflejo y consecuencias, positivas o negativas, de forma mediata, en las transformaciones del gusto estético de los cubanos.

Si bien es cierto que antes de 1959 la enseñanza no era una prioridad, dependía del nivel adquisitivo de las familias, era escasa o nula en las áreas rurales y la Isla exhibía altos índices de analfabetismo; hay que reconocer que en las escuelas existentes, tanto públicas como privadas, se daba atención a la formación de valores estéticos en los estudiantes.

Valores estéticos

Banda Infantil del pueblo de Los Palos, en Mayabeque, en los años veinte.

En muchas de las escuelas privadas se enseñaba canto, piano o violín, y poseían sus propias bandas o coros. En las escuelas públicas, sobre todo las de enseñanza primaria, además del maestro de Manualidades, había otro que ejecutaba correctamente el piano y era el encargado de montar la interpretación  —desde los primeros ciclos—, de cantos infantiles en correspondencia con los niveles e intereses de los educandos.

Era común que cada centro tuviera su himno. Muchas veces la creación de este  era encargada a compositores de experiencia. Se escribieron himnos y marchas  para las fechas patrias y las figuras históricas locales. En fin, a través de la música se formaban valores éticos. El Himno Nacional era dirigido por una profesora de música y cantado por todos diariamente. No es ocioso recordar que los egresados de las Escuelas Normales para Maestros tenían en su plan de estudio las asignaturas correspondientes al área artística.

Con el triunfo de la Revolución se elevó el nivel de instrucción del pueblo por la campaña de Alfabetización; fueron eliminadas las academias y la enseñanza privada, y el Estado asumió la responsabilidad de buscar vías pertinentes para suplir las necesidades espirituales de las personas y contribuir a la formación de su gusto estético.

Figuras que tenían gran experiencia pedagógica en la formación estética y la enseñanza del arte aportaron a tales empeños. Durante las décadas de los sesenta y setenta del pasado siglo, aparecieron programas como el de La Profesora Invisible, que se radiaba para todas las escuelas como parte de la educación artístico-musical de los niños de enseñanza primaria, con su hora-clase dentro del horario del Centro. Sin embargo, esto no satisfacía la demanda de ese rubro educativo.

Valores estéticos

Durante 26 años ininterrumpidos, Cuca Rivero impartió clases por radio. (Foto: Tomada de EcuRed)

Por otra parte, se impulsó la enseñanza artística y, en el segundo lustro del  sesenta, se fundaron Escuelas Provinciales de Arte con nivel elemental. En los ochenta, las mismas pasarían a ser Escuelas Vocacionales y los alumnos que por diversas razones no continuaban hacia el nivel superior profesional, fueron engrosando las filas de un público con valores estéticos incorporados.

Súmese a ello la fundación de la Escuela Nacional de Instructores de Arte, cuyos titulados ejercieron influencia educativa hacia la comunidad desde las Casas de Cultura, apoyados fundamentalmente por promotores y portadores naturales de cada barrio.

En el período 1980-1990, a partir de las condiciones económicas signadas por el papel que desempeñó la industria azucarera en el mercado socialista y la participación de Cuba en el CAME; mejoró el nivel de vida social y, como consecuencia, se elevaron las demandas estéticas de la sociedad.

El Estado, a través de los Ministerios de Educación y Educación Superior, aprobó entonces la carrera de Educación Artística —con las menciones de Música y Artes Plásticas— en los Institutos Superiores Pedagógicos. A los estudiantes de las carreras de Pre-escolar y Licenciatura en Primaria, se les incluyó en sus currículos elementos de Apreciación Artística con la finalidad de que estuvieran capacitados para educar el gusto estético de los niños desde edades tempranas.

En los planes de estudio de la enseñanza general fue incorporada  la asignatura Educación Artística, con objetivos definidos por niveles y años. Se publicaron libros de esas especialidades para alumnos y docentes y se adquirieron instrumentos y equipos, destinados no solo a las carreras sino también a las escuelas de enseñanza general. Además, en las provincias se instauraron Escuelas de Superación para la Cultura, que graduaron gran cantidad de aficionados adultos en distintas manifestaciones del arte.

Otra realidad económico-social muy distinta distinguiría la vida en Cuba a partir de los años 90: el llamado Período Especial; crisis de la cual, si bien se ha  sobrevivido, aún sus esencias constituyen un lastre del que la sociedad no ha podido reponerse. La caída del campo socialista, una economía centralizada en manos del Estado que no logró reformarse exitosamente, y el recrudecimiento del bloqueo; condujeron a una profunda crisis económica. Uno de sus resultados, escasamente tratado, es el modo en que ella afectó el nivel cultural del pueblo.

Valores estéticos

Las actuaciones de las Bandas Infantiles eran tradiciones arraigadas en los municipios. En la foto, la Banda Infantil de Los Palos, desfila por la avenida principal del pueblo.

La tarea de primer orden en los noventa fue la lucha por sobrevivir. La escasez de todo lo esencial para el hombre, acarreó un estado de retrogradación social. La familia, célula fundamental de la sociedad, tuvo que volcarse a búsquedas alternativas para su sustento. Se jerarquizó en los hogares el sostenimiento básico de los hijos, lo que conllevó a la desatención en la formación de  esferas de la personalidad de niños, adolescentes y jóvenes. Como es lógico, ello deprimió y modificó el sistema de valores: en la carrera por la subsistencia no es prioridad el desarrollo de una sensibilidad direccionada a la apreciación de lo bello.  

Los niños, adolescentes y jóvenes de entonces, son los adultos de hoy, con treinta y cuarenta años de edad. Herederos de aquella época, presentan grandes carencias educativas y exhiben una lamentable pérdida en su sistema de valores. Pero no se les puede responsabilizar del todo. El ser humano es ente social, personalidad y, como tal, producto de las relaciones sociales del contexto histórico concreto en el cual ha vivido. Lo neurálgico de la situación reside en el papel que desempeña esa generación en la constitución actual de las familias y la sociedad.

Fue en este período aciago de los noventa, que se produjo un éxodo de docentes hacia otras fuentes de empleo mejor remuneradas. Se marcharon profesionales de experiencia y nivel académico. La imposición de la llamada integralidad del maestro, como paliativo al déficit profesoral, aceleró el abandono de las aulas.

Los maestros que quedaron en ejercicio tuvieron que asumir áreas completas de las ciencias o las letras para las cuáles no estaban preparados. Los profesores de las especialidades artísticas en los distintos niveles de enseñanza que se mantuvieron en sus centros, en su gran mayoría, pasaron a impartir asignaturas básicas y, paulatinamente, a la Educación Artística se le fue restando importancia dentro del currículo. Sus horas clases, en la práctica, eran asignadas a otras disciplinas.

El trabajo de otros actores, como los  instructores de arte,  también sufrió los embates del descalabro económico. En la medida que sus potencialidades artísticas lo permitieron, al igual que ocurrió con otros profesionales del sector artístico, muchos instructores se vincularon a la producción y comercialización de un  arte para el turismo, cuya factura no se corresponde aún con lo más genuino de nuestra cultura. Es a partir de este instante que la dirección del país  constata la posibilidad de convertir el arte y los artistas, fundamentalmente músicos, en una mercancía exportable.

A mediados de los noventa se llevan a cabo modificaciones al sistema económico: despenalización del dólar, apertura a las inversiones extranjeras, constitución de sociedades mixtas, etc. La aparente recuperación que esto produjo, posibilitó al Estado el financiamiento de diferentes empeños sociales.

Con el advenimiento del siglo XXI, los Ministerios de Educación y Educación Superior convocaron a la gestión de formas de superación postgraduada con el fin de elevar el nivel de los docentes que quedaron en las aulas. Así nacieron las maestrías en Ciencias de la Educación a nivel nacional, la maestría en Trabajo Comunitario en la Universidad de Las Villas, o la maestría en Música, Educación y Sociedad, que solo se lleva a cabo en el Instituto Superior Pedagógico Enrique José Varona, entre otras.

Valores estéticos

El movimiento de instructores de arte tuvo como elemento contraproducente su masividad en menoscabo de la calidad. (Foto: Canal Caribe)

Se promovió la revitalización del movimiento de instructores de arte, que tuvo como elemento contraproducente su masividad en menoscabo de la calidad, y se garantizó su formación con el  inicio de la Licenciatura en Instructores de Arte. De igual forma, se retomó la carrera Licenciatura en  Educación Artística, pero la  inestabilidad en el desarrollo de ambas ha sido una constante. Fueron reabiertas las Casas de Cultura y se trató de activar actores claves para el desarrollo cultural del país. Sin embargo, todos estos emprendimientos se han limitado por las constantes carencias y recortes de presupuesto.

Las transformaciones ocasionadas durante los primeros años del presente siglo en la base económica, no conducen a pensar en una perspectiva de desarrollo social que posibilite la recuperación del sistema de valores que en algún momento estuvo «instituido» en la sociedad por el proceso revolucionario.

En este punto es oportuno señalar que —amén de lo que representa el bloqueo—, las reformas internas al sistema económico acaecidas en los dos últimos años, han acentuado la crisis que vive la sociedad cubana  hoy. Estamos en recesión, sufrimos la inflación y se trata de subsistir en medio de una  pandemia.

Dicha circunstancia propicia la emergencia del gusto por expresiones artísticas que poco o nada aportan al acervo cultural y los valores estéticos que otrora caracterizaron a la Isla; algunas, representativas de subculturas y contraculturas foráneas, que han sido asumidas como propias por jóvenes y no tan jóvenes pues se sienten identificados con ellas. Son condiciones criticables ciertamente, pero que instan a un análisis profundo que contribuya a develar las razones por las cuales este fenómeno social se produce.  

El discurso crítico sobre esta realidad, en muchas oportunidades, es epidérmico y atribuye el fenómeno a la influencia  y posibilidades que hoy brindan las redes y a la calidad de lo que ellas promueven en cuestiones del arte. Al respecto se debe señalar  que la sociedad cubana contemporánea no posee un nivel cultural que permita al individuo discernir lo positivo o negativo que promocionan las redes. La solución no se encuentra en coartar las oportunidades que ofrece la información, sino en educar para saber acceder y decantar lo valioso de sus propuestas.

Una posición aún más desacertada y contraproducente es aquella que responde a un pensamiento verticalista de carácter prohibitivo. No hay nada que conduzca más a la exacerbación de un hecho que prohibirlo. Más coherente sería que los difusores de las artes cumplan con el deber de  promover productos de calidad en función de la educación del gusto estético de las personas. Pero cabe cuestionarse si verdaderamente están preparados para ello.

Otro elemento a tener en cuenta es que en la trama burocrática que participa de las gestiones de la cultura, una  parte representativa de sus  decisores son desconocedores, a veces sin la más mínima sensibilidad, hacia las manifestaciones de lo bello.

El restablecimiento de la cultura cubana, así como la reconstrucción definitiva de los valores que la caracterizaron, y dentro de ellos la solución a la  crisis existente en la formación de los valores estéticos, tendrá un carácter mediato; partirá de la recuperación  económica que logre alcanzar la sociedad y, por ende, del bienestar material de sus individuos.

Precisará de una visión sistémica que implique la responsabilidad de todos los actores que confluyen en ello y no puede ser un proceso responsabilizado y dirigido centralizadamente solo desde los presupuestos de la Educación Artística.  

En la contingencia actual, se debe tener en cuenta que el Estado dirige los gastos de su presupuesto, prioritaria y estratégicamente, a resolver las necesidades más elementales; de ahí que una proyección que conduzca a paliar la situación existente, con relación a la formación de valores y específicamente los estéticos, no tendrá una concreción y mucho menos soluciones inmediatas. 

26 marzo 2022 8 comentarios 1.202 vistas
2 FacebookTwitterLinkedinTelegramEmail
  • 1
  • 2
  • 3
  • …
  • 10

Ayúdanos a ser sostenibles

Somos una organización sin fines de lucro que se sostiene con donaciones de entidades e individuos, no gobiernos. Apoya nuestra independencia editorial.

11 años en línea

11 años en línea

¿Quiénes Somos?

La Joven Cuba es un equipo de investigación y análisis político que trabaja por un país justo, democrático y sostenible. Con una plataforma digital y un equipo especializado en el análisis de la realidad cubana, aspiramos a ser punto de enlace entre la sociedad civil y los decisores, mediante la investigación y la generación de conocimiento sobre la aplicación de políticas públicas.

@2021 - Todos los derechos reservados. Contenido exclusivo de La Joven Cuba


Regreso al inicio
La Joven Cuba
  • Inicio
  • Quiénes Somos
    • Equipo
    • Historia
    • Nosotros
    • Consejo Asesor
  • Grupo de Estudios
    • Libros
    • Dossiers
  • Contacto
 

Cargando comentarios...