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Cultura

Estudio de fenómenos culturales, su simbología e impacto social

Padilla

Padilla, el miedo y la noche

por Gustavo Arcos Fernández-Britto 1 febrero 2023
escrito por Gustavo Arcos Fernández-Britto

No lo olvides, poeta

En cualquier sitio y época

En que hagas o en que sufras la Historia,

siempre estará acechándote algún poema peligroso.

Heberto Padilla

«Dicen los viejos bardos». Fuera de Juego. 1968.

***

Hace unas semanas tuve la oportunidad de ver el documental El caso Padilla, realizado el pasado año por Pavel Giroud y que ha estado presentándose en diferentes festivales. Como ha venido ocurriendo en los últimos tiempos, las piezas perdidas de una historia, mayormente contada desde el poder, han comenzado a ser recolocadas en ese gran rompecabezas que ha sido la Revolución Cubana.

Sobre el escritor hay abundantes textos y ensayos. Al menos tres libros han circulado recientemente. Casa de las Américas editó Fuera (y dentro) del juego, una selección de cartas y entrevistas con diversos intelectuales que se vieron involucrados en el suceso. Letras Cubanas lanzó en el 2013 una magnifica investigación de Jorge Fornet bajo el título El 71, anatomía de una crisis, y Norberto Fuentes, testigo directo de los acontecimientos, contaba su versión de hombre duro en Plaza sitiada (Cuarteles de invierno-2018).  

Para muchos, este documental pudiera ser una simple curiosidad, un viaje en el tiempo que les permite apreciar imágenes y testimonios poco o nunca divulgados de un telúrico acontecimiento que marcaría para siempre la cultura cubana. Pienso sobre todo en los más jóvenes, tan vacíos de Historia y memorias, para los cuales estos sucesos nunca existieron.

Otros, los que aún quedan vivos y fueron testigos directos de aquellos años, vuelven a encontrarse con sus propios demonios en versiones o articulaciones de sí mismos, donde son colocados de nuevo en un instante que han preferido olvidar o silenciar. Y es que este documental no versa exclusivamente sobre el poeta Heberto Padilla y su histriónico arrepentimiento en aquella extraña noche del 27 de abril de 1971. Es una película sobre la desilusión, en tanto evidencia el fin de una esperanza: la que representaba entonces para muchos la Revolución Cubana.

Es también un testimonio visual sobre el miedo o la incertidumbre instalada en los gestos de los artistas citados aquel día a un salón de la UNEAC para ver «las barbas de su colega arder». Padilla llevaba, sin que se diera ninguna explicación convincente, cuarenta días detenido, y solo unas horas antes había sido liberado. Su arresto generó la condena de casi toda la intelectualidad hispanoamericana y europea. Ahí están los cientos de cartas, declaraciones, editoriales, palabras. No son actores secundarios los que hablan, son pesos pesados de la cultura universal reclamándole a Fidel, a la Revolución, una respuesta.  

Las cosas no suceden de forma inconexa, casual. No en Cuba, mucho menos en aquellos años. Hay un contexto que acompaña cada gesto o palabra de Padilla, y lo apreciamos también en las miradas y cuerpos (algunos retorcidos) de los allí presentes. Semanas antes, en un acto con jóvenes universitarios, Fidel había declarado que pronto se darían a conocer nuevos detalles del caso, donde aparecían otros implicados. Esas noticias «permitirían a la Revolución separar a sus verdaderos amigos, a los verdaderos revolucionarios».

El caso Padilla se convertía entonces en un parteaguas que debía definir a los intelectuales en dos frentes, los que apoyaban a la Revolución o los que se situaban contra ella. La «luna de miel» se había acabado. No hubo términos medios, mucho menos matices porque: ¡Primero dejar de ser, que dejar de ser revolucionarios!

¿Qué pudo haber dicho el poeta en esos largos interrogatorios con la Seguridad del Estado? Las imágenes grabadas por el ICAIC, y ahora rescatadas por Pavel, trasmiten el desasosiego que debió sentirse en aquella sala, especialmente cuando el acusado, ya sudoroso pero inspirado, comienza a mencionar los nombres de varios de sus amigos, escritores igual que él, que mostraban una obra supuestamente alejada de los principios y valores que propugnaba la Revolución, autores que escribían, nos dice, desde el desaliento, la frustración o la épica de la derrota.   

Nadie en aquel lugar estaba ajeno a la narrativa polarizada que sobre el rol del intelectual venía imponiéndose con intensidad desde el año 68. Todo el mundo sabía lo que significaba ser colocado en el bando del enemigo. El propio Padilla se había visto envuelto en una porfía (también Antón Arrufat y luego muchos otros) cuando su libro Fuera de juego recibió el premio Julián del Casal en el concurso literario que organizó la UNEAC aquel año.

Aunque el poemario fue publicado, la dirección de la organización tuvo que demarcarse del juicio emitido valientemente por el jurado (Lezama entre ellos), escribiendo una nota donde expresaban su desacuerdo con una obra «ideológicamente contraria a la Revolución». La nota declaraba además que la organización tenía el deber «de velar por el mantenimiento de ésta, defendiéndola no solo de sus enemigos declarados y abiertos… sino también de aquellos que utilizan medios más arteros y sutiles».

En varias ocasiones Pavel nos recuerda que debates similares se habían producido unos años antes, cuando el documental PM (Orlando Jiménez Leal y Sabá Cabrera Infante-1961) fuera vetado para su exhibición en salas de cine por no corresponder con las ideas de la Revolución. Fue tan intensa la discusión acerca de los límites que esta pondría o no a la creación artística, que Fidel tuvo que intervenir en lo que se conoce como Palabras a los intelectuales.

Las voces y los hechos se repiten. A veces también los personajes. Este documental de Giroud, viaja en el tiempo, capta un ambiente opresivo, insólito, donde la sospecha y la simulación marcan la conducta de los implicados.

Ya para 1971, el dogmatismo se había cimentado en las visiones que tenían los funcionarios (y no solo ellos) sobre la cultura y el destino del país. Se argumentaba que no podían existir «paños tibios» cuando la Revolución estaba siendo acosada. El pesimismo o la melancolía no tendrían espacio en el arte pues lo que el pueblo y la nación demandaban eran obras patrióticas y estimulantes.

Desde las revistas Verde Olivo y Alma Mater (que ya clamaba por una Universidad solo para los revolucionarios y realizaba sus purgas en consecuencia), o el periódico Granma, los creadores más críticos o incómodos habían recibido todo tipo de amenazas y descalificaciones.

En paralelo (¿casualidad?) a la intervención de Padilla en la UNEAC se efectuaba el tristemente célebre 1er Congreso de Educación y Cultura, plataforma legitimadora de los peores años que acompañaron a la cultura cubana. Un rol didáctico le sería asignado al arte, visto como arma de la Revolución y un eficaz vehículo para promover «la moral socialista».

En los discursos e intervenciones, en las palabras de clausura (dichas por Fidel) o resoluciones, los intelectuales son presentados como una élite, seres «blandengues» mayormente enajenados y contaminados por valores burgueses, apartados del pueblo, lugar donde se decía radicaban el verdadero arte y la sabiduría.      

Cuando Padilla entra a la sala de la UNEAC, está consciente de su rol como instrumento del poder. Sabe que, tristemente, todo se ha ido convirtiendo en un artificio, una representación. Tenía que actuar y actuó. El documental se trastoca entonces en una ficción. Pavel comprende que no necesita generar conflictos ni situaciones dramáticas, pues ellas se están revelando por sí solas delante de nuestros ojos. Por eso, deja correr los minutos para escuchar al histrión y más tarde a algunos «personajes secundarios» que atizarán el drama.

He aquí donde radica uno de los valores de esta obra: revelarnos el proceso de anulación de un sujeto, en toda su brutalidad y perversión. El individuo que se niega a sí mismo, abjurando de todas sus creencias, sus ideas, presentadas como demoníacas, para ponerse al servicio de una causa mayor, en este caso: La Revolución.

Padilla

El “mea culpa” de Padilla en la noche del 27 de abril de 1971. (Imagen: Fotograma de la película El caso Padilla)

¿Cómo, cuándo, en qué momento, todo se trastocó?

Padilla, como el Sergio de Memorias del subdesarrollo (Alea -1968)… ha visto demasiado para ser inocente. Sus años de trabajo en la URSS, su conocimiento de varios idiomas, sus lecturas, sus viajes por Europa lo habían colocado frente a una realidad, distante de la promovida en los discursos y las notas de prensa. Como si leyera el futuro, supo lo que venía. A esas alturas de 1971, poco importaban sus versos, sus críticas, su tristeza, su círculo de amistades.

Para sus captores, lo esencial era dar un golpe de autoridad en la mesa y con ello aplastar una forma de entender, no el país —noción que pasaba a segundo plano—, sino a la Revolución, elevada a categoría abstracta, maniquea y superior de la existencia humana, un dogma, un tótem al que adorar, un monstruo que ya estaba devorando todo. Colocada con el paso de los años en otra dimensión por sus… ¿protectores?, ha perdido su más preciada virtud: estar al alcance y servicio de los hombres y mujeres que la hicieron posible.

Heberto Padilla murió en el año 2000, solo, en su cuarto de la Universidad de Auburn, en Alabama, donde impartía cursos de literatura. Sus alumnos lo encontraron, víctima de un infarto. Curiosamente en ese estado sureño se vivieron, mientras él escribía Fuera de juego, las más intensas luchas por los derechos civiles y la igualdad racial que recuerde Norteamérica.

1 febrero 2023 16 comentarios 2k vistas
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Armando Hart

Hart, Fidel y algunas aristas de la política cultural: el todo en una pieza

por Raymar Aguado Hernández 21 enero 2023
escrito por Raymar Aguado Hernández

Armando Hart fue uno de los principales artífices del dogma histórico que representa Fidel Castro dentro de la cultura cubana. Se dio a la tarea de enmarcarlo como salvaguarda principal de esta última y lo reconoció como estandarte de una realidad que comenzó en enero de 1959 y en la que se sintetizaron las transformaciones sociales propuestas por el proceso revolucionario con las pretensiones ideológicas de sus líderes.

Sin dudar, Hart comulgó estrictamente con los planteamientos y políticas llevadas a cabo por Fidel hasta el día de su muerte, a lo que llamaría: «la Cultura de hacer política de Fidel Castro». Es importante destacar que Hart sirvió en el cargo de ministro de Cultura desde 1976 hasta 1997, y el vínculo estrecho entre las políticas del Comandante y él, son claves para entender disimiles posicionamientos y directrices culturales de esos años y los posteriores.

Declarado martiano, Hart sostuvo la idea de la continuidad histórica de Martí a través de Fidel, instaurando un patrón conceptual que denominó la «política fidelista de fundamentación martiana»,1 un intento de instaurar el nexo entre ambas figuras, que distan tanto en tiempo como en modelos de pensamiento, con un fin de significación mesiánica y redentora.

La comparación entre sus respectivas posturas antiimperialistas, debe hacerse desde el análisis de su antagonismo, enfocado en las propuestas de estructura social que perseguían, no desde la torpeza y el intento oportunista de equiparación. Sintetizar el estudio del pensamiento cubano y la cultura nacional en el arquetipo Martí-Fidel, es ignorar la contribución de un sinfín de ilustres pensadores y creadores a esta labor, así como la de las clases populares, fuente principal de lo que hoy se denomina «cubanidad».

Desde la caída del Apóstol, en 1895, su imagen y pensamiento se trabajaron desde el uso obsesivo de la exaltación, construida como idea del bien, como el derrotero más limpio. Luego de enero del 1959, la instauración de similitudes entre Fidel y Martí se volvió práctica recurrente, y Hart, una de las figuras que más comulgó con este intento. Al mismo tiempo, el propio Fidel utilizó el símbolo Martí, su nombre y sus palabras, para llevar a cabo su labor de dirigencia, muchas veces llegando a reducir la política y la cultura cubanas a un patrón de concepción estrictamente martiano, o lo que él consideró como tal.  

Partiendo de incongruencias en la forma de relacionar ideología, ética y política con la realidad contextual cubana, Hart posicionó al Comandante como non plus ultra de la política cultural del siglo XX, ignorando aportes sustanciales de figuras precedentes que abonaron su acción y desarrollo intelectual. Asimismo, se desentendió de la sintomatología sectaria en la propuesta cultural del líder, que devino ponderación abusiva a su imagen y discurso. Incluso antes del 59, este fue presentado como imperfectible por las virtudes que se le atribuyeron. El tratamiento de hombre intachable, paradigmático y ejemplar que recibió, y aún recibe, sustrajo el derecho al cuestionamiento.

Desde los primeros años de la Revolución esto representó una traba importante en el esquema político-cultural cubano, dado que cualquier postura tangencial a la del entonces Primer Ministro, significaba una afrenta al proceso y, por tanto, al pueblo. De esta forma, se redujo el ideario renovador a la doctrina fidelista. Suponer que la Revolución Cubana fue obra y gracia de Fidel Castro, es ignorar el resto de líneas de pensamiento y toda la sangre derramada en la lucha contra la dictadura de Batista y gobiernos precedentes.

Tal idealización fue acogida por muchas personalidades del gremio intelectual involucradas en la estructura de gobierno, donde Fidel fue colocado como figura concluyente en materia de programas en pos de la justicia social. Así, la instrumentalización de la imagen del Primer Ministro pasó a planos donde fue y es presentado como ser omnisciente y, en casos de mayor reserva, brillante.

Esto trajo como consecuencia la invisibilización de la condición humana de Fidel, quien se convirtió en un emblema de victoria: el «invicto Comandante». Al volverse el símbolo Pop de la izquierda revolucionaria, el emblema patriarcal de un proceso antiimperialista, el histriónico vocero de un sueño de justicia, en fin, la figura histórica; los diversos estratos sociales, políticos y culturales cubanos fueron saturados de sus imposiciones ideológicas, sus programas de uniformización de pensamiento, y su doctrina y entendimiento cultural.

Armando Hart

Luego de enero del 1959, la instauración de similitudes entre Fidel y Martí se volvió práctica recurrente, y Hart, una de las figuras que más comulgó con este intento.

Fidel Castro instauró un enfoque dogmático en las formas en que se debía asumir el ámbito cultural en Cuba, al punto de esquematizar qué era y qué no parte de la cultura; qué aportaba y qué no al nuevo proceso. De este modo, centralizar y segregar fueron tareas de orden dentro de las políticas culturales de los primeros años. Lo anterior queda claro en el documento conocido como Palabras a los Intelectuales, intervención de Fidel el 30 de junio de 1961, como conclusión a una serie de intercambios que tuvieron lugar en la Biblioteca Nacional entre dirigentes políticos y diversos académicos y creadores.

Palabras a los intelectuales, según Hart, constituyó el texto programático y fundador de la política cultural de la Revolución. En ellas, Fidel puntualizó cuáles eran las dinámicas culturales que perseguía el gobierno, caracterizadas principalmente por procesos de segregación y negación de concepciones ajenas a las del nuevo poder político. Apuntó Hart que el ideario fidelista de «unir para vencer» significó la característica primera en su esquema de pensamiento. Esto constituye una falacia inmensa, pues la característica primera de la política revolucionaria fue el divisionismo.

En ese texto se dejó claro el carácter inamovible de la política del gobierno, al expresar que la libertad creativa debería, inequívocamente, estar en consonancia con los designios del proceso. De tal forma, el tono desacreditador ante las demandas de los presentes, la negación a priori de la legitimidad de estas, así como la excesiva demagogia al referirse a un supuesto trato horizontal, no sirvieron más que como modos de instrumentalizar esta serie de quejas con el argumento de que todos los esfuerzos y prioridades deberían centrarse únicamente en la Revolución, descreyendo estas solicitudes como parte de la acción constructiva de la dinámica a la que se aspiraba.

La concepción esquemática que otorgó Fidel al término Revolución, dista desde esos momentos de su sentido más abarcador, condicionando su uso —principalmente en materia de creación—, al mero compromiso de exponer la realidad revolucionaria, así como integrarse a esta desde el ánimo de asentir a todos los dictámenes del poder político. Todo lo que no constituyese una apología, una exaltación de la virtud revolucionaria, era antagónico al orden programático de la Revolución y a Fidel. Desde aquella reunión se normalizó el rechazo directo y sin escalas a cualquier creador que, de acuerdo al Primer Ministro, fuera «más artista que revolucionario».

De este modo se cuestionó la confianza de los creadores en su obra y en el proceso. Fidel llegó incluso a referirse a algunos de los presentes como «escritores y artistas revolucionarios», estableciendo privilegios respecto a otros que, para la óptica del Comandante, no merecían tal categoría. La tajante sentencia «Dentro de la Revolución todo; fuera de la Revolución ningún derecho», es de las tantas evidencias del encuadre segregacionista de las políticas del gobierno. En la mencionada, Fidel suscribe la postura excluyente y punitiva de la política cultural revolucionaria ante cualquier persona/creador/artista que no estuviera en consonancia con los designios y líneas de pensamiento de los que él denominó los «hombres de gobierno» y Hart los «legítimos dirigentes» del país.

Armando Hart

La tajante sentencia «Dentro de la Revolución todo; fuera de la Revolución ningún derecho», es de las tantas evidencias del encuadre segregacionista de las políticas del gobierno.

Al mismo tiempo, el tratamiento a quien mantuviera una ideología opuesta al sistema, desde esos años, se convirtió en una constante vejatoria. Bajo la terminología de contrarrevolucionario, gusano, lumpen o mercenario, fue encasillada toda persona opuesta al gobierno, o incluso a determinadas decisiones de este. El rechazo lo dejó explícito Fidel muchas veces, como por ejemplo, en el discurso que pronunciara en la clausura del acto por el VI aniversario del Asalto al Palacio Presidencial, celebrado en la escalinata de la Universidad de la Habana el 13 de marzo de 1963. Ahí enfatizó:

«Muchos de esos pepillos vagos, hijos de burgueses, andan por ahí con unos pantaloncitos demasiado estrechos (RISAS); algunos de ellos con una guitarrita en actitudes “elvispreslianas”, y que han llevado su libertinaje a extremos de querer ir a algunos sitios de concurrencia pública a organizar sus shows feminoides por la libre.

Que no confundan la serenidad de la Revolución y la ecuanimidad de la Revolución con debilidades de la Revolución. Porque nuestra sociedad no puede darles cabida a esas degeneraciones (APLAUSOS). La sociedad socialista no puede permitir ese tipo de degeneraciones.

¿Jovencitos aspirantes a eso?  ¡No!  “Arbol que creció torcido…”, ya el remedio no es tan fácil.  No voy a decir que vayamos a aplicar medidas drásticas contra esos árboles torcidos, pero jovencitos aspirantes, ¡no! (…) Entonces, consideramos que nuestra agricultura necesita brazos (EXCLAMACIONES DE: “¡Sí!”); y que esa gusanera lumpeniana, y la otra gusanera, no confundan La Habana con Miami».

Harto sabido es que muchos de esos «elvispreslianos», «pepillos», «feminoides», «burgueses», «torcidos», «lumpen», sufrieron los horrores de las UMAP, la expulsión de sus centros educacionales y laborales, así como la marca moralista de no ser aceptados en la sociedad revolucionaria y socialista que comandaba el que ya era líder supremo; el mismo que el 1ro de mayo de 1980, en la Plaza de la Revolución, mientras transcurría el éxodo del Mariel, fue capaz de decir que para esas personas no había lugar en Cuba, que se fueran, demostrando así la omnipotencia política y el carácter narcisista de la que denominaría Hart «Revolución de Fidel».

Volviendo a la mencionada intervención de 1961, el político afirmó entonces que «La Revolución significa más Cultura y más arte». No obstante lo que ocurrió desde entonces fue la normalización del revisionismo y la censura bajo el argumento de que era derecho de las autoridades culturales velar por un arte cuya función radicara en la educación del pueblo. Tal perspectiva sería cuna de arbitrariedades, adoctrinamiento y de la supresión de libertades creativas.

Ese discurso transitó por zonas oscuras en el tratamiento al futuro cultural cubano, al punto de que Fidel declaró que él trabajaba para el presente, no para el futuro; para luego, más avanzadas sus palabras, buscar la validación en el compromiso de la Revolución con vistas al porvenir. Anuló así el derecho de los presentes a reclamar sobre la actualidad cultural. Asimismo, resulta curiosísimo que a la par que se desarrollaba una campaña de alfabetización bajo el lema «la cultura es lo primero que hay que salvar», Fidel aludía en el mencionado encuentro a prioridades por encima de la dinámica cultural nacional.

Desde los inicios, el Comandante propuso una «revolución cultural» como divisa principal del nuevo proceso, sustentada en las ideas de justicia social y del hombre nuevo. Sin embargo, estas intenciones no tenían cabida más allá de las interpretaciones y re-conceptualizaciones de sus líderes, y de su narrativa. Ello se evidencia desde 1959 en documentos como la Ley 169 (inciso A), firmada en marzo, donde quedaba explícito que toda creación cinematográfica tenía que responder a los «fines de la Revolución que la hace posible y garantiza el actual clima de libertad creadora»; o en los plenos poderes otorgados a Fidel como Primer Ministro para aprobar o derogar leyes culturales e instituciones.

Armando Hart

toda creación cinematográfica tenía que responder a los «fines de la Revolución que la hace posible y garantiza el actual clima de libertad creadora». (Foto: Alfredo Guevara, a su la derecha Héctor García Mesa, a su izquierda Saúl Yelín, todos fundadores del ICAIC. Foto Agnes Varda)

De este modo, presentado como estandarte representativo de una nueva dinámica cultural, el Comandante absorbió todos los derroteros estéticos y discursivos que pudo traer consigo el triunfo de enero. Esta forma de asumir la Revolución como feudo, propiedad de una minoría victoriosa, representó desde los primeros años un síntoma agudo de lo que luego sería un sistema totalitario y vertical.

Armando Hart obró como subordinado fiel de las ideas del Comandante, sin cuestionar ni un milímetro de su política, tanto en materia cultural como educacional. Eso lo llevó a señalar a Palabras a los intelectuales como inicio de un proceso trascendental dentro de la dinámica creativa cubana, bajo el criterio de que luego de instaurada esta política, llegó la cultura nacional a su máximo esplendor.

Hart ignoró el desarrollo intelectual y artístico anterior a la Revolución, y dejó claro en su discurso por los treinta años de Palabras a los intelectuales, que las inquietudes de las generaciones se remedian con trabajo ideológico-cultural; una evidencia más de su simpatía con la hermeticidad y el adoctrinamiento. Sobre este tema, le había comentado en una carta Ernesto Che Guevara:

«Mi querido Secretario: Te felicito por la oportunidad que te han dado de ser Dios; tienes seis días para ello. Antes de que acabes y te sientes a descansar como hizo tu predecesor, quiero exponerte algunas ideíllas sobre la cultura de nuestra vanguardia y de nuestro pueblo en general.

En este largo período de vacaciones le metí la nariz a la filosofía, cosa que hace tiempo pensaba hacer. Me encontré con la primera dificultad: en Cuba no hay nada publicado, si excluimos los ladrillos soviéticos que tienen el inconveniente de no dejarte pensar; ya el Partido lo hizo por ti y tú debes digerir. Como método, es lo más antimarxista, pero, además, suelen ser muy malos, la segunda, y no menos importante, fue mi desconocimiento del lenguaje filosófico (he luchado duramente con el maestro Hegel y en el primer round me dio dos caídas). Por ello hice un plan de estudio para mí que, creo, puede ser estudiado y mejorado mucho para constituir la base de una verdadera escuela de pensamiento; ya hemos hecho mucho, pero algún día tendremos también que pensar (…)

Es un trabajo gigantesco, pero Cuba lo merece y creo que lo pudiera intentar. No te canso más con esta cháchara. Te escribí a ti porque mi conocimiento de los actuales responsables de la orientación ideológica es pobre y, tal vez, no fuera prudente hacerlo por otras consideraciones (no sólo la del seguidismo, que también cuenta).

Bueno, ilustre colega (por lo de filósofo), te deseo éxito. Espero que nos veamos en el séptimo día. Un abrazo a los abrazables, incluyéndome de parada, a tu cara y belicosa mitad».

En múltiples ocasiones Hart planteó que la Revolución necesitaba superar baches del pasado que se manifestaban en el incipiente proceso, tales como el «dogmatismo anticultural», la «irracionalidad», el «pensamiento tecnocrático»; pero, al unísono, celebraba el talante autoritario e imponente de la doctrina fidelista y su afán caudillista. Su postura colocaba a la crítica como medio fundamental para el crecimiento cultural del proceso, solo que pasó por alto que esta debe estar acompañada de libertades y garantías creativas, cuestiones que en muchos sentidos la Revolución usurpó desde aquellas infaustas Palabras.

Estas simplificaciones del arte y la cultura, enmascaradas de discursos críticos, comenzaron a ser herramientas al servicio del poder político, así como medios para intrumentalizaciones moralistas. A su vez, el tratamiento concedido a la institucionalización como método más viable para el desarrollo cultural, significó maquillar el fin centralizador al que se aspiraba, que potenció la mediocridad, los privilegios de militancia, la burocracia, el nepotismo y la corrupción, así como hermetizar la tarea creativa. Esto se dejó claro desde que Fidel sentenció, en 1961, que era tarea del Consejo Nacional de Cultura orientar el devenir creativo y el desarrollo de los intelectuales y artistas. A día de hoy no son necesarias más evidencias del fracaso de las instituciones culturales en Cuba.

La Revolución cubana significó un suceso cultural por excelencia, al decir de Hart. Aquella estrella de enero del 59 representó, efectivamente, para un amplísimo sector poblacional un despertar, tanto en calidad de vida como en devenir profesional y creativo. Los aportes de la Revolución al entramado histórico de la cultura cubana son innumerables; no obstante, las usurpaciones conceptuales y los atropellos ideológicos fueron infames, al punto de ser, ya en nuestros tiempos, uno de los mayores atentados contra nuestra realidad cultural y nuestra historia.

La cultura y la ideología encerradas y estrictamente regidas por el carácter otorgado desde la política gubernamental, más allá de una realidad contextual que solo era posible evidenciar desde el contacto con las masas, fue de los más lamentables procesos que la política cultural de la Revolución y Fidel pusieron en práctica, y de los cuales figuras como Armando Hart, fueron parte.

Es necesario desmontar muchos mitos, señalar quirúrgicamente los procesos, rebuscar en la historia; así podremos desaprender los dogmatismos que tanto laceran nuestra realidad y esencia como sujetos culturales activos en la actualidad cubana. Queda el futuro en nuestras manos.

***

1: Armando Hart: «La Cultura de Hacer Política en la Historia de Cuba», La Cultura de Hacer Política II, Oficina del Programa Martiano, Consejo de Estado, La Habana, Cuba, agosto 2010, p. 18.

21 enero 2023 11 comentarios 1k vistas
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Juan Pin Vilar

Juan Pin Vilar y el suicidio de un hombre de otra época

por José Manuel González Rubines 7 enero 2023
escrito por José Manuel González Rubines

Juan Pin Vilar sabe claramente cómo quiere matarse. Nunca echaría mano a una escopeta para terminar estampando sus sesos en una de las paredes de su apartamento del Vedado; tampoco se colgaría de una soga hasta quedar como una lámpara de techo azul y deslenguada. Esos métodos laboriosos y rudos, son demasiado tradicionales para alguien tan heterodoxo como este realizador audiovisual.

Con una personalidad como la suya —mezcla de guapo de barrio, patriota e intelectual agudo, y Don Juan criollo—, si cometiera uno de esos suicidios comunes, alguno de sus muchos amigos tendría la sospecha de que esa no fue obra suya, sino la vulgar adaptación de otro director.

Juan Pin se iría de este mundo después de tomar hasta el fondo del vaso un batido de mango bien frío, cargado con ciento veinte pastillas de meprobamato.

Sin embargo, aunque afirme que solo por sus hijos no se quitó la vida el día que se descubrió convertido en un hombre del ayer, y pese a que quizás nadie se lo ha dicho, todos saben que miente: él nunca se mataría, porque si bien asegura vivir en el pasado, hablar del futuro le moja los ojos. Con tal «debilidad» no podría privarse de participar en la construcción del mañana.

Es difícil imaginar, además, que un tipo que admira a Quintín Banderas y a Fructuoso Rodríguez, recurra a un mango empastillado para irse sin dolor al otro barrio, sobre todo si está seguro, como gritó hace algún tiempo, que «este país se acabó, se fue a la mierda y no va a levantar ni a jodía».

No, Juan Pin no se va a matar. Lo más probable es que continúe apegado al consejo que dio a su hija e intente acumular «todos los méritos posibles para no subir al cielo, porque seguramente es el lugar más aburrido del planeta».

Juan Pin Vilar

Juan Pin Vilar con sus hijas y su madre. (Foto: Cortesía del entrevistado)

Has dedicado tu vida a la dirección de materiales para la televisión y documentales, y te han censurado en no pocas ocasiones. ¿Cómo influye en un creador sufrir censura?

Estoy acostumbrado a la censura desde niño porque mi padre, Juan Vilar, fue censurado. Por tanto, llego a ella sabiendo qué es y quiénes la ejercen, aunque cambien las personas. El Partido es el mismo, por eso es inmortal. En Cuba uno se pasa la vida creyendo que quien censura es la Seguridad del Estado, y es cierto que interviene en algunas cosas, como decirte que no vas a salir de tu casa o del país; pero es el Partido quien elabora el pensamiento que forma al censor.

Hay dos tipos de censores: uno que cree realmente en Dios y otro que lo que quiere es el vino y la harina para hacer las hostias. No obstante, el segundo se va a comportar exactamente como el primero, porque no hay nada más etéreo que Dios. «Dios dice…», ese recurso lo inventaron los curas para asegurar que algo viene de arriba y está más allá de nuestro alcance, porque de qué modo podrías encontrarte con Dios para cuestionar lo que otro dijo en su nombre. Igualito funciona la censura.

Desde el punto de vista del creador, es lastrante, porque en la imaginación hay un proceso que lleva a elaborar la idea de una obra —un cuadro, un texto, una canción o un documental. A partir de eso y a través del lenguaje, encuentras la forma de comunicar lo que quieres al espectador. Cuando te censuran, siempre lo hacen por la imaginación de otros, por lo que otros piensan que debe ser, alguien que dice representar lo mismo que posiblemente tú quieres representar y que, sin embargo, te censura.

Pero más allá de esto, pienso que lo importante no es la censura en sí misma, sino la actitud ante ella. Una vez me llamó una amiga y me dijo: «Juan Pi, tengo un muchacho que canta de madre, se llama Tony Ávila, y en el programa de trova que hace el Canal Habana no lo dejan cantar una obra suya que se llama Mi Casa.cu». Yo nunca la había escuchado, pero por principios siempre respondo lo mismo y nunca me he equivocado: «Venga para donde estoy yo y cante». ¿Quién dice que alguien no puede hacer algo así?

El dueño de la Coca Cola es el dueño de la Coca Cola, pero si aquí la televisión está al servicio del pueblo, ¿en dueño de qué se erige quien censura? ¿Dónde está la opinión del pueblo que dice que Micasa.cu no puede salir? Eso no existe, está basado en la opinión de alguien. Allá quien se deje poner un asesor. Yo solo trabajo con quienes me aporten y me digan que lo que creía que era una rumba, realmente es un guaguancó. Ese conocimiento sí lo reconozco y aprecio, lo otro no lo quiero.

¿Has aplicado tú la censura?

Nunca en mi vida. Al contrario, he pecado por no hacerlo. Pero sí le he dicho a alguien: «No me cojas el programa para cantar eso porque sé que si lo haces no va a salir y esto no es mío». En Coppelia podemos sentarnos y hacer cualquier cosa, pero no voy a dejarte en mi programa cantar una canción que diga «¡Abajo Fidel Castro!».

¿Acaso usarla para protegerse no es el componente práctico de la censura?

No, es el componente responsable porque sabes que estás participando de un proyecto que no es tuyo. Eso no lo pagué yo, podrías decir algo así si lo pagara yo y quisiera que lo dijeras. Pero en el caso de la televisión cubana, eso no es mío, no lo pago yo y hay personas que dependen de ese trabajo y quién soy para privarlos del sustento. Además, hay que tener poca imaginación para querer decir «¡Abajo Fidel Castro!» y decirlo de ese modo.

En el mundo está definido quién es el dueño, pero aquí el problema es precisamente la indefinición. Ahí, en la indefinición, está el Partido, que es lo peor que tiene este país, construyendo un imaginario para la cultura. El Partido es el lastre más grande que ha habido, en cierto sentido.

¿Por qué en cierto sentido?

Porque el Partido también es quien ha organizado las escuelas de arte, es el que ha hecho que el arte llegue a lugares donde en otros países no llega. Lo que hay que quitarle al Partido es la posibilidad de interpretar la Biblia, haciendo un paralelismo. ¿Cuál es tu aporte en este campo para censurarme?

No todo el mundo tiene las mismas interpretaciones y, si vamos a hablar de algo, pues hay que hacerlo en serio y con base. La comprensión del marxismo que tiene Lukács no es la de Machado Ventura. Lo que no puede pasar es que te subas sobre Lukács y Foucault y elijas cuál es el que tiene razón según tu criterio.

El mayor censor que yo he conocido en el cine cubano se llamó Alfredo Guevara. Nadie censuró más que él en este país. Ni el Partido. Decidía qué guion se filmaba y cuál no. Tenía dos o tres subordinados que le hacían el paripé y se echaban las culpas, pero él era el tipo. Lo mismo te trataba como Emilio Azcárraga, presidente de Televisa —«Oye, te dije que esa película no va»—, que si te consideraba, entablaba una discusión contigo y en esa discusión había una interpretación sólida. ¿Me comprendes?

Ahora viene uno y te dice que esto o aquello es así porque es lo que está establecido. ¡Ey, ey, ey, not problem! ¿Quién lo estableció? Si vamos a creer en lo establecido nos hubiéramos quedado en 1902, que ya todo estaba establecido.

¿Crees que el socialismo tiene una necesidad especial de censurar, más que otros sistemas?

Sí, la tiene.

¿Por qué?

Porque el socialismo es el único sistema que sostiene una burocracia de partido único, portadora de una sola línea de pensamiento. Eso no quiere decir que en las mil formas de capitalismo o en el neoliberalismo —que no se aplica igual en Chile que en Costa Rica—, no existan las mismas reglas del juego, pero tienen líneas de pensamiento diferentes y grupos de poder que se concretan en un fin.

Aquí no hay grupos de poder, aquí hay grupos de burócratas que aspiran al Lada que les toca, al apartamento que les van a dar, a la gasolina, a los dos viajes al año, y si mejoras un poquito, puedes aspirar a tener otro tipo de relación que ofrece otras posibilidades. Da igual ahora que en el 60. Hay una sola línea a la que todos los grupos de poder se van subordinando porque les va la vida.

El socialismo no crea bienes materiales que alimenten la espiritualidad que una sociedad de consumo vende.

Juan Pin Vilar

Juan Pin Vilar: «Polanco, Díaz-Canel, Marrero, todos saben que de lo que se trata es de no ser pueblo. Está cabrón ser pueblo, da lo mismo si es ahora que en el 83 con los mercados libres». (Foto: Cortesía del entrevistado)

Eso hace que la gente dependa más del sistema.

Ahí es donde está el gran lío.

O la gran clave que lo hace funcionar.

Sí, también puede ser la clave. Polanco, Díaz-Canel, Marrero, todos saben que de lo que se trata es de no ser pueblo. Está cabrón ser pueblo, da lo mismo si es ahora que en el 83 con los mercados libres.

Un día estaba celebrando un cumpleaños y uno de los invitados, un personaje, me pidió un trago. Yo cogí una botella de Havana Club añejo siete años y le preparé un doble, con dos hielos y un vaso de agua mineral con gas y limón. Cuando le llevé el trago, me señaló para otra habitación donde había un grupo tomando whisky y me dijo: «Lo que yo quiero es aquello. Verdad que tú naciste después del 59».

Mi generación, los normales, y mucho más allá de los normales, conocíamos el Havana Club; pero había gente en Cuba que conocía el J&B y Chivas Regal. Ese era el socialismo en un mundo cerradito.

La primera vez que Jimenito [Comandante del Ejército Rebelde Guillermo Jiménez Soler], fue a la Unión Soviética como alto oficial del Ministerio del Interior, me contó que cuando te reunías con uno, te ponía tres tipos de vodka y cuatro salamis; subías de nivel y te brindaba tres tipos de vodka, un whisky y un coñac, además de los salamis y también un chorizo español. «Y así iba subiendo hasta que al final llegabas a un lugar, Juanpi, que era infinito», me decía.

¿De eso se trata lo que defiende la burocracia, la superación dentro del sistema hasta llegar al infinito?

Exacto, de eso se trata. En el socialismo el infinito no depende de tu salario, depende de posibilidades, de relaciones; no de dinero. En el capitalismo, salvo por algunos temas clasificados, cualquier funcionario da clases en Harvard y hay un cheque gordo una vez al año para que el tipo cuente cómo vio la Crisis de Octubre desde la base de Fort Lauderdale; aquí estoy esperando por un General que se atreva a hablar en un preuniversitario algo que no sea cuándo conoció a Frank País.

El capitalismo tiene otras reglas, que si te sales de esas también te mueres, y para eso están las series de Hollywood, para ver cómo te mueres porque contaste lo que no debías contar.

Ya que hablamos de contar, sé que tuviste una relación muy cercana con Papito Serguera, personaje muy polémico de la vida política y cultural cubana, que pasó a la historia como censor. ¿Cómo un censurado admira a un censor?

Primero, porque nunca negó que fuera un censor, y segundo, porque explicaba esto que yo te dije. Te voy a hacer una anécdota. De ella está vivo Eliseo Altunaga, mi papá murió. Ellos hicieron un teatro testimonio sobre las Panteras Negras, con actores declamando y demás. Fue una de las primeras cosas que hizo Estela Bravo aquí. Cuando terminaron, llegó Mayita, secretaria de Papito, y le dijo a mi papá: «Juanito, dice Papito que subas».

Allá fueron, al despacho. «Siéntense ahí. Taba bueno eso, bueno. Muy inteligente, chico». Él hablaba con el dejo de los santiagueros. Rin, rin, sonó el teléfono. «Sí, pónmelo. Es Almeida, un momento», les dijo. «Sí, sí, Juan, tamos en eso». Colgó: «Llamó el negro, tienen uno a favor». Rin, rin, otra vez el teléfono. «Sí, pónmelo. No, no, Montané, yo no estoy de acuerdo contigo pero si tú lo dices… No, no estamos de acuerdo, pero si es una orden, es una orden». Colgó: «Está uno a uno. Así es como se gobierna en este país. Estas son las reglas del juego de la censura. Si llama Celia se jodieron».

Papito era sincero, auténtico, así se sentía. Eso no quiere decir que no fuera un hombre de su época: todos eran homofóbicos, empezando por Fidel Castro. Eran así porque su época era así.

¿Eso quiere decir que le tocó ser el chivo expiatorio?

De muchas más cosas, no solo de esas, esa es la parte bonita casi. Papito fue un hombre del poder. Alfredo Guevara era un empleado del poder.

Juan Pin Vilar

Comandante Jorge «Papito» Serguera en uno de los juicios televisados contra los criminales de la dictadura de Batista, La Habana, 1959.

¿Cuál es la diferencia?

El empleado del poder es alguien a quien, en la retórica revolucionaria cubana, le falta lo principal. Con toda la historia que pueda tener Alfredo, no estoy seguro de que a Ramiro Valdés, a Lussón o a Arnaldo Ochoa, les hubiera gustado mucho. Existía porque estaba Fidel Castro en el poder. Eso no niega sus valores personales e intelectuales. Pero todo ese ideario es parte de la cultura del machismo y del poder en este país.

En cambio, Papito tenía vuelo autónomo porque fue el abogado de Frank País, salió en la primera manifestación, se encaramó en una loma y tiró tiros como un salvaje. Por tanto, los que ganaron, los que vieron en Fresa y chocolate un peligro, veían a Papito como un igual.

¿Esta misma podría ser parte de la explicación de la crisis del poder en Cuba?

Sí, también puede ser parte de esa explicación, nunca lo había pensado de ese modo. En la medida que la época cambió, los valores cambiaron y el poder entró en crisis porque quiso permanecer con los mismos valores, la misma retórica, y viendo el mundo de la misma forma.

Fidel murió viejo y decrépito y el poder quiere seguir diciéndole a los jóvenes: «Ahí está el Comandante invicto». ¿A quién se le ocurre eso? La imagen no es la de alguien invicto. Quien único creía eso era el propio Fidel porque tenía alrededor a los aduladores de la Batalla de ideas. «Qué lindo e inteligente es el abuelito. Tengo el carro roto». Dupont hizo algo más o menos parecido: cuando se puso viejo llenaba la casa de muchachos y muchachas desnudos y creía que estaba en el bosque cazando.

Por supuesto, Fidel no hizo eso, él era como un cura, un cura con su sotana verde olivo. Juan Pablo II dijo que Fidel fue el presidente que mejor lo atendió, que mejor se preparó para una visita suya. Esas conversaciones no pueden haber sido solo sobre el poder, me extraña. Deben haber sido sobre la posteridad. Para no creer en Dios ante la muerte hay que ser guapo.

Esa idea de posteridad es lo que diferencia a Fidel del resto.

De todos los que estaban en sus alrededores, Fidel estaba más allá. Se sabía en la posteridad. Tanto fue así, que recuerdo que en uno de sus últimos viajes a Estados Unidos, un periodista muy famoso de la CNN le preguntó qué sucedería cuando él no estuviera, y Fidel más o menos le respondió: «No voy a estar, cómo voy a saberlo». Igual que Luis XIV: «Después de mí, el diluvio». Hay que sentirse grande para decir que no sabes qué pasará después de ti. Si se hubiera muerto ese día, todavía estaríamos desconcertados velándolo, pero se demoró.

¿Crees que «demorarse» fue un error político? 

Fue un error de vanidad. Fidel tenía una ventaja sobre el mundo inmaterial: quiso que se lo dieran todo en vida. Él diseñó que lo enterraran en una piedra, pero no en cualquier piedra o en cualquier lugar. Quiso estar donde están el Padre de la Patria, la Madre de la Patria y el Apóstol. «Aquí están ellos y yo. Se cerró el ciclo». Es lo mismo que hizo Napoleón con el Arco de Triunfo y lo que hacían los faraones con sus pirámides. Franco se metió en el Valle de los Caídos. Es como que un emperador romano se enterrara al lado de Rómulo y Remo.

Juan Pin Vilar

Monolito donde reposan las cenizas de Fidel Castro en el Cementerio de Santa Ifigenia, Santiago de Cuba. (Foto: Andrey Viarens / Blog Bajo La Estrella)

Por esto que dices parece que hay tres Fidel: el grande, el anciano y el trascendental. Me llama la atención que la transición de poder de él a Raúl se presentó como un proceso de continuidad, pero cambiaron muchas cosas.

En mi opinión, la personalidad de Raúl es muy interesante. Supo que su sobrevivencia dependía de la modestia. Tuvo claro que era el Dos y que lo mejor era que el Uno no se fijara mucho en él.

De hecho, el Uno lo quitó públicamente en los últimos años de su vida. Nadie se acuerda ya de eso, pero una vez un periodista extranjero preguntó por la sucesión, quién vendría después, y Fidel mencionó a Lage, a Felipe, a Carlitos Valenciaga, todos futuros cadáveres. El periodista siguió preguntando por alguien de la generación histórica y Fidel respondió: «Ahí está Alarcón». A eso Raúl Castro contestó por la tarde en un recorrido: «El que nomina es el Partido, lo demás es hablar catibía, por no decir otra cosa».

¿Entonces crees que Raúl llegó al poder por el Partido?

Esa es su estructura, es su base.

Pero el Partido era Fidel.

No, no metas a Fidel en una estructura. El socialismo lo único que da son diplomas, estrellitas y medallas, así iguala y diferencia. ¿Tú viste a Fidel coger estrellitas alguna vez? Ni siquiera es Héroe de la República de Cuba. Esa es la muestra de que se sabía en el Olimpo, mientras los otros estaban al principio de la montaña.

«Yo soy Fidel», esa es la más clara consigna de todas. Fíjate que esa idea está desde el principio del proceso: «Esta es tu casa, Fidel». No dice «Esta es tu casa, Partido», ni «Esta es tu casa, Revolución». Todo cuanto se hizo estuvo destinado a alimentar de la manera más sofisticada esa idea. «El Estado soy yo» es demasiado terrenal. «Yo soy Fidel» es superior.

Entonces, volviendo a la pregunta inicial, ¿cómo se transita de un sistema con alguien así en su centro, a otro diferente?

Hay que romper todos los esquemas, todas las estructuras.

¿Crees que Raúl lo hizo?

Hizo lo que pudo. Raúl dio el paso más osado que se ha dado en las relaciones con Estados Unidos en la historia de Cuba. De hecho, dio el paso dos veces. La primera, por una idea de Papito Serguera. Fue con la operación antiaérea del Segundo Frente. Para frenar los bombardeos a las montañas y zonas liberadas, secuestraron al cónsul de Estados Unidos. Eso no se estudia porque es una historia de Raúl, no de Fidel; pero fue lo que frenó los bombardeos y originó un cambio en la manera de ver la guerra.

Por tanto, cuando Raúl asumió, los americanos sabían que era un hombre con quien se podía hablar. Ya lo habían hecho sesenta años atrás. Y de nuevo se sentó con los americanos, logró un acercamiento y salió airoso. Obama vino a La Habana y, aun cuando ya este era un país vencido y destruido, dijo que la política del embargo había fracasado. Eso es lo mismo que reconocer que la política de los gobiernos de Estados Unidos, el Imperio, contra una islita minúscula, no había servido.

Es evidente que cuando Fidel estaba en retirada, a Raúl le tiraron a matar. Si alguien cree que la Guerra de los mails es una casualidad, no ha entendido nada.

¿Cuál es tu teoría?

Que muchos de los que participaron lo hicieron de buena fe, pero también estoy seguro de que algunas de las matrices que se manejaron fueron montadas o, por lo menos sembradas, como hacen normalmente las agencias de inteligencia.

¿Por qué?

Porque hubo quien se aterrorizó, no sabían qué podía pasar con la salida de Fidel. Y hay mucha gente aquí que tiene muertos escondidos en el closet. Todos vieron La vida de los otros y a nadie le gusta terminar rayado.

Estaban realmente preocupados. Escuché a hombres, como el propio Papito, decir que «el AK estaba oyendo la conversación», y a otros que veían frente a La Habana un portaaviones de Estados Unidos preparado para invadir. A ese nivel estaba el terror.

Me llama la atención tanta incertidumbre si, aparentemente, todo quedaba en familia.

Pero eso no se sabía en el momento, nadie estaba seguro de por dónde podría venir el ramalazo. ¿Tú no viste Juego de Tronos? Ahí todo el mundo es familia. Es normal que los reyes sacrifiquen peones.

¿Cómo un rey neutraliza a otro?

Yo no creo que Raúl lo haya podido neutralizar, creo que intentó sobrevivir. Le tiraron con todo y sobrevivió. Dispararon con algo muy fuerte: los intelectuales. Los textos iban contra el Partido y las Fuerzas Armadas, e inclusive, algunos unían a tres personas que no tenían que ver entre ellas: Luis Pavón Tamayo, Armando Quesada y Papito Serguera.

Recuerda que tuve un palco especial para ver esos sucesos, desde los análisis de personas como el propio Papito, Jimenito y Juan Valdés Paz, por solo mencionarte tres cerebros brillantes. Los vi analizar uno a uno los emails: quiénes los escribían, las líneas que defendían, las rutas de información. Verlos era un lujo: tres mentes que conocían el poder porque se formaron dentro de él, tenían valores auténticos y habían sido tronados.

Juan Pin Vilar

Juan Valdés Paz y Guillermo Jiménez Soler, Jimenito. (Foto – frag.: Julio César Guanche / Facebook)

Hablando de grandeza, hace un tiempo escribiste sobre las grandes causas, con una visión pesimista. ¿Cuál crees que sea la gran causa de Cuba?

Una de las grandes causas de Cuba es su real independencia de Estados Unidos. Lograrla y sostenerla, aunque sea en el hilo de un capullo de mariposa, es imprescindible, porque lo que se muere aquí es la nación.

No se acaba la Revolución cubana, esa se acabó hace mucho tiempo. No se acaba el Socialismo porque qué significa esa palabra cuando no hay ni comida ni medicinas, a eso puedes ponerle el nombre que te dé la gana. No se acaba la historia, la Biblioteca de Alejandría se quemó con todos sus documentos y la gente siguió escribiendo y contando historias hasta hoy. Aquí lo que se acaba es la nación, que es otra cosa.

Una cosa irreversible.

Si se pierde, no tiene remedio. ¡La nación! La nación es independiente de los poderes económicos, pero los poderes económicos se sustentan en una nación, aunque por detrás se coman unos a otros.

¡La nación! La gran causa cubana sigue siendo, aunque sea en el hilo de un capullo de mariposa, la independencia.

¿Y no fue esa la gran causa que nos trajo hasta aquí?

Sí, esa fue. Pero cuando esa gran causa cayó en manos de intereses políticos y partidistas menores, y de gente bruta que no entiende que son la nación y la nacionalidad, que creen que el antiimperialismo es la causa política y no la defensa de la nación; entonces sucede todo esto. Cuando no comprendes eso, terminas perdiendo la nación aunque tengas un himno, una bandera y el español siga siendo idioma oficial.

Las grandes causas han servido para que la gente deje de ver los problemas, los matices y las cosas profundas que hay que defender, y resolver, en aras de algo tan efímero como el poder, o tan fugaz como un partido. ¿Brézhnev podía decir que su partido era el de Lenin? ¿Se puede decir que este Partido es el de Blás Roca, aunque los comportamientos sean similares?

¡La nación, eso! Ahí yo creo que está lo que los Castros han defendido a su forma, igual que lo defendió Agramonte, Céspedes, Maceo o lo que entregó Blás Roca y aquel Partido en los treinta a Batista: la nación. En 1959 la gran mayoría de los centrales azucareros eran cubanos, hombres como Julio Lobo habían comprado muchos. ¿Por qué? Por interés económico, pero también por la nación.

Nada funciona ni sirve si no es robusta la nación. Mira sino la historia de los libertadores de América y el resultado de los procesos en muchos grandes países: Televisa. Aunque los mexicanos griten «¡Viva Morelos!», ahí está Televisa. Los hombres que hicieron la Revolución cubana, en esencia, entendían eso; no sé si estos que están ahora entiendan algo. 

También una gran causa puede terminar siendo una cortina de humo.

Lo fue, lo ha sido.

Juan Pin Vilar

Juan Pin Vilar: «Nada funciona ni sirve si no es robusta la nación». (Foto: Cortesía del entrevistado)

¿Eso no las pervierte?

Sí, claro.

¿Cree que a las oligarquías le interesan las grandes causas?

A veces no, porque ellas en sí mismas son una causa, pero hay oligarquías de verdad a las que sí. La oligarquía que llevó a Miami las frituras de bacalao, el pastelito de guayaba, los chicharrones y los frijoles negros, no era anticubana en su esencia. Era proyanqui, pero cubana en sus costumbres. Estoy seguro que al viejo Bacardí no le hubieran gustado los hijos de los generales cubanos de ahora, aunque fueran a reírle la gracia y a decirle que le iban a devolver sus fábricas. Puede que por intereses políticos o económicos apoyen la Helms-Burton, pero en su casa se come arroz con frijoles. ¡Esa es la clave, esa es la clave!

Aquí todo el mundo quiere parecerse ahora a lo que sale en el Canal 41, esa es la gran derrota de todo el aparato ideológico de este sistema. No ha sido una operación de la CIA, sino de la Seguridad y todos sus asociados, que han confundido el antiimperialismo con una causa política cuando la verdadera causa es la defensa de la nación.

Entretenidos en eso, perdieron la gran causa.

¡Exactamente! Aunque ganen en lo político, han perdido. Están parados hablando boberías todo el tiempo, pero los muchachos siguen queriendo ser como lo que sale en Televisa. Ahí no hay un problema de recursos, sino de cultura.

¿Cómo se soluciona eso?

¡Ah, eso no lo sé! Cuando este país se reconstruya va a ser la envidia de muchos de nuevo, pero mi hija no sabrá lo que es una friturita de bacalao. Hay cosas que no se recuperan porque lleva muchos años construirlas, y rehacerlas no es fácil. ¡Hay que ser irresponsable para defender el poder sabiendo que lo que está costando es la nación!

Es un poco paradójico.

Pensar en eso me da una tristeza absoluta. Hombres a quienes he respetado muchísimo, ¿cómo pudieron hacer esto?, ¿cómo pudieron traicionar la nación? Eso es terrible, terrible. Quiero pensar que se equivocaron y no que lo hicieron conscientemente. Si no se equivocaron, entonces todo es más perverso de lo que uno pueda imaginarse.

¿Crees que ellos se cuestionen estas cosas?

No lo creo, porque si se las cuestionaran en un plano íntimo y secreto hubieran dicho: «Llámame a Alina Bárbara, que quiero conocerla»; «De aquí no se puede ir Julio Antonio Fernández Estrada. Regúlenlo, pero no dejen que se vaya y miren a ver cómo pueden hacer que coincidamos en algún parque para decirle algo»; «Llamen a Gustavo Arcos con cualquier excusa, sin que el rector del ISA se entere, pero tengo que hablar con él». No hacer eso es imperdonable.

Juan Pin Vilar

Juan Pin Vilar, Alina Bárbara López Hernández, el autor y Gustavo Arcos, La Habana, 2022.

Se hubieran sentado en el contén de la acera aquel 27 de noviembre.

Si determinado protocolo político no permitía que alguno de ellos estuviera ahí, inclusive si no pudieran darnos la razón a quienes estábamos ahí, hay cosas que se pueden hacer para acercar si realmente hay interés.

Estamos muy lejos de eso.

Han asumido la supuesta causa del antiimperialismo como acción política e ideológica, en lugar del sostenimiento de la nación. La dependencia de Estados Unidos no es económica. Puerto Rico está mejor que nosotros, pero nosotros podemos mañana estar mucho mejor que ellos, sin embargo, se acaba Martí, se acaba de verdad.

Los descendientes de los cubanos que emigraron en los sesenta no saben quién es Ignacio Agramonte, ni tienen porqué. Se educaron allí, su país es aquel y a lo mejor conocen a Washington, Jefferson, Lincoln.

Lo que están haciendo de este lado es crear bandos, y esto no es de bandos. Al final van a ganar los que más dinero tienen. ¿Para qué quieren el poder? ¿Para eso? El poder sin nación es un cascarón vacío.

Están haciendo que se pierda gente muy valiosa.

Exacto, y no debería importar que no estén con ellos, es gente valiosa igual aunque difieran.

Estamos hablando de la gran causa, esa es gente valiosa para la gran causa.

Y la han perdido por gusto. ¿Hay gente de su lado que valga la pena, más allá de los estériles de Con Filo? Sí, claro, lo que a muchos no los conocemos. ¿Qué hacer entonces? Muy simple: sentarlos frente a frente para que se conozcan unos a otros. Quizá no estemos de acuerdo en nada, pero reconocemos que algunas ideas del otro son interesantes, y todo lo que es interesante mueve el pensamiento. Que no pase eso es increíble, lastrante y terrible, y es lo que me hizo ir al Ministerio de Cultura ese 27 de noviembre.

¿Crees que una de las termitas que se está comiendo ese edificio es la corrupción?

La corrupción tiene que ver con la base material. Si el champú estuviera en la esquina a dos pesos, no tienes lío para lavarte la cabeza.

Los corruptos no están para grandes causas, sino para acaparar champú, siguiendo tu metáfora.

Justamente, Jimenito los llamaba «comedores de puelco». ¿Te acuerdas de la anécdota del ron Havana Club y el whisky? Estos son tomadores de Havana Club, y muchos de los hombres del principio veían en el antiimperialismo una causa para defender la nación, aunque tomaban el whisky porque no está en él el problema, como quieren hacer ver los ideólogos, que terminan siempre en la estupidez.

Eso es humo.

Así mismo, ¡eso es humo!

Nada hay más corruptible que un mediocre, escribiste hace un tiempo.

Así lo creo, porque puedo incluso entender que haya gente que se corrompa por cosas muy grandes, pero aquí, como te dije hace un momento, hay quien se corrompe por una jaba con un champú. Eso es penoso, muy penoso.

La otra pieza son las oligarquías, como hablamos hace un rato.

Las oligarquías van a defender siempre sus posibilidades económicas, eso está claro. Ya no es un problema de apellidos; de hecho, la mayoría de los apellidos del mundo europeo son otros, aunque quedan algunos antiguos. Los descendientes de Luis XIV, aunque tengan dinero, tienen menos que cualquier multimillonario americano. Lo que más me preocupa de nuestra oligarquía es la entrega del capital material del país, conteniendo la nación. 

Por eso es que no entienden la causa del bloqueo, para ellos es una cifra. Esa es la razón por la cual hace poco un viceministro de Relaciones Exteriores dijo que Cuba no se opondría a la flexibilización del bloqueo aunque sea solo para beneficiar al sector privado. Todo lo relacionado con el bloqueo se resuelve en un chasquido, lo que no se resuelve fácil es la mirada colonial de un país sobre otro.

Eso trasciende la mirada económica y política.

¡Claro, esa es mi gran bronca! Puerto Rico está mejor que nosotros, como te dije, pero la solución que encontraron más de cien años después, fue pedir que les dieran los mismos derechos que tienen los americanos. No son una nación, aunque estén ahí.

Yo no quiero tener el mismo social security que un newyorkino, yo quiero el mío; pero que, aunque nos miren por arriba del hombro, no puedan tratarnos como a inferiores. En el sur de Estados Unidos los blancos siguen rechazando a los negros, pero no pueden hacer nada porque están protegidos por la ley.

¿Crees que están ganando las oligarquías?

Sí, claro. ¿Tú no viste lo que dijo el vicecanciller? El sector privado es minoritario en Cuba y le ponen trabas todo el tiempo. Entonces, ¿quiénes son los que ganan con esa supuesta flexibilización? La casta divina, porque esto no es Qatar, donde los ciudadanos están por arriba de cualquier europeo, aquí un licenciado en Historia va a tener que mendigar un puesto de parqueador en La Piragua, a ver si se lo dan. Siguen viendo el bloqueo como una cifra, porque de lo que pase siempre serán beneficiarios.

¿Qué se puede hacer para revertir eso?

Fácil: tiene que triunfar la revolución. Un estado revolucionario tiene que solucionar eso y que la gente valiosa de la que hablamos hace un rato tenga el poder. Hay que volver al momento en que mi mamá trabajaba en Bienestar Social y tenía las llaves de todas las residencias de los batistianos y no se llevó una pluma.

Juan Pin Vilar

Juan Pin Vilar y su madre, Marta Hernández, durante la filmación del documental La Habana de Fito. (Foto: Cortesía del entrevistado)

¿Te parece que algo como eso sea posible?

No sé si es posible, pero vale la pena tenerlo en la mente. La bronca con las oligarquías es eterna. Eliseo Diego decía que la poesía debe escribirse con las mismas palabras con las que se insultan las vecinas. Hay que lograr que la gente comprenda la importancia de las frituras de bacalao y del pastelito de guayaba. Esa es la resistencia ante el avance de esas oligarquías que quieren vendernos.

Hay un artículo de Roa que se titula « ¿A dónde va Cuba?», que escribió en 1958, otro momento terrible de la historia de este país. Yo quisiera hacerte esa pregunta: ¿a dónde crees que va Cuba?

Al abismo. ¡Coño, no debiste preguntarme eso!

Te voy a leer lo que publicaré el día que cumpla sesenta años, lo escribí el 20 de noviembre:

«Si yo no tuviera hijos me hubiera suicidado el mismo instante en que comprendí que el mundo al que pertenezco en cuerpo y alma, es el mundo de ayer. No tengo noción del futuro, tampoco aspiración de alcanzarlo un segundo más allá de este instante, ni siquiera puedo imaginarlo dentro de un país que se fue al demonio.

El suicidio duele. No existe modo de evitarlo cuando el mundo al que perteneciste colapsó, al igual que una estrella enana. Ser del pasado atormenta, aunque no define. Siempre existirá un bar que necesite un buen conversador en la entrada o sentado detrás de la mesita de aseo frente a la puerta del baño. El país no necesita héroes, solo monstruos levantan sus paredes. Felicidades to me. Sesenta años».

Como te dije, si no tuviera hijos me hubiera suicidado hace bastante. Duele mucho este país.

Te pregunté hacia dónde iba Cuba, ahora quiero preguntarte: ¿hacia dónde quisieras que fuera?

A Cuba, compadre. Cuba no se parece a Cuba.

Dicen que quienes se dedican a los audiovisuales siempre piensan en imágenes. Si te pido que pienses en una imagen que encierre lo que para ti es Cuba, ¿qué imagen sería esa?

Quintín Banderas comiendo frituritas de bacalao y, si queremos ir más allá, en un buen restaurante.

7 enero 2023 19 comentarios 2k vistas
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Festival

Festival de Cine y la nueva polémica sobre la libertad de creación

por Observatorio sobre el Extremismo Político 14 diciembre 2022
escrito por Observatorio sobre el Extremismo Político

En el cine, un arte cuyas bases están conectadas con las realidades sociales y la cosmovisión de sus creadores, no pocas obras generan polémica, sea entre políticos, académicos, crítica especializada o espectadores. En la historia de la cinematografía nacional hay ejemplos muy conocidos de censuras y tensiones despertadas por audiovisuales que en su momento fueron mal acogidos por la institucionalidad.

Entre los más citados figuran PM, Alicia en el pueblo de Maravillas, Guantanamera o, los más recientes, Regreso a Ítaca, Santa y Andrés o Sueños al Pairo, que han provocado fuertes disputas de los cineastas frente al poder. En el caso del último filme mencionado, propició tales contradicciones que terminó generando la desintegración del espacio llamado Muestra Joven ICAIC, debido a la oposición de su junta directiva a la propuesta de censura de su organismo rector.

El Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano, fundado en 1979 por Alfredo Guevara, según su convocatoria fundacional, con el objetivo de «promover el encuentro regular de los cineastas de América Latina que con su obra enriquecen la cultura artística de nuestros países», ha sido el certamen del séptimo arte más importante en la Isla y sigue estando entre los más reconocidos del continente. Asimismo, constituye uno de los principales espacios de intercambio del público habanero con obras de la cinematografía cubana y universal.

La presente edición estuvo marcada por varias polémicas: la retirada arbitraria de la película Vicenta B de su selección oficial, las palabras de la actriz Andrea Domeadiós en su gala inaugural y los criterios emitidos por el realizador Javier Gómez Sánchez sobre la selección del Festival y la producción cinematográfica en la Isla.

En el presente texto se expone una selección de las principales posturas alrededor de estas disputas, que trasciende el propio certamen y abordan otras temáticas como la libertad de creación, el humor político, las problemáticas del arte cinematográfico o la relación de las instituciones culturales con los artistas.

Vicenta B, ¿retirada o censurada?

Días antes del inicio del Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano aconteció una  polémica en redes sociales sobre la retirada de la película Vicenta B, del realizador cubano Carlos Lechuga. El 17 de noviembre, el director en su perfil de Facebook, agradeció a los trabajadores del Festival por luchar contra la presión del Ministerio de Cultura (Mincult), que  pretendía censurar su filme.

Tres días después, Lechuga emitió un comunicado informando que su obra no se vería en los cines de La Habana, pues había sido retirada arbitrariamente de la selección oficial. En palabras del cineasta, un diseñador del Festival le pidió una foto y sinopsis de Vicenta B, pero nunca le confirmaron su aprobación.

Más adelante vio «la programación del Festival de Cine de La Habana que la habían subido a un grupo de Telegram. Allí estaba Vicenta B, en la sección Concurso Latinoamericano en el cine YARA a las 5 y 30 de la tarde del sábado 3 de diciembre. Luego el grupo, al parecer por pedido del Festival, tuvo que borrar la programación».

El realizador agradeció a sus colegas que intentaron defender la cinta ante el Mincult y dio detalles sobre la alternativa que le habían ofrecido y por qué la había rechazado: 

«La propuesta de Cuba es sacar la película de la competencia, quitarle pases, ponerle solo dos pases en el cine Acapulco. Rebajar nuestra película. A una semana de empezar el festival nos dicen que la única cosa que les han permitido hacer es eso. O sea, no es una decisión del festival, no es una decisión artística. Es una orden policial. […] Por eso nuestro equipo ha decidido no aceptar esas migajas. Esperamos que nuestra película sea tratada como el resto de obras».

Asimismo, relató otras controversias anteriores con las autoridades culturales y políticas cubanas a partir de la censura de su película Santa y Andrés y la reciente negativa a que se proyectara su filme Melaza en un circuito programado por el ICAIC, por considerar el espacio como una «muestra oficialista en la isla que tenía como función contrarrestar el movimiento de cine independiente».

Luego de esto, Ramón Samada, director del Instituto Cubano de Arte e Industria Cinematográfica (ICAIC), en una entrevista publicada en el portal del Mincult, respondió a la polémica:

Es una película que recibió el apoyo de la segunda convocatoria del Fondo de Fomento. El jurado, integrado por prestigiosos cineastas, valoró la calidad de su guion, el diseño de producción y el acercamiento a una zona compleja de los problemas de nuestra sociedad. 

[…] Por otro lado, su director ha roto públicamente con la Revolución cubana, con todas las instituciones culturales, […] utilizando un lenguaje cada vez más ofensivo y vulgar hacia compañeros de la dirección del país, de sus instituciones y hacia artistas e intelectuales que no comparten sus ideas. […] La obra ha sido invitada para su exhibición en el evento y los productores, en uso de sus derechos, han declinado la propuesta que le hicimos. Vicenta B no está censurada.

El funcionario no ha aclarado quién tomó la decisión de que la obra no concursara, ni si hubo razones artísticas para ello. Por su parte, el Festival tampoco se pronunció públicamente al respecto ni compartió en sus canales oficiales ninguna de las posturas de Samada y Lechuga.

Una inusual inauguración

La inauguración del evento tampoco estuvo exenta de polémica. La gala fue conducida por la actriz y humorista cubana Andrea Doimeadios, quien encarnó su peculiar personaje de Noelia Bermellón, surgido del programa El motor de Arranque, cuya esencia es parodiar a las presentadoras televisivas.

Sorprendentemente, la gala no fue transmitida por los medios cubanos como era costumbre en el evento. El actor Daniel Triana, presente en la cita, indicó en sus redes sociales que hubo un abucheo al ministro de Cultura Alpidio Alonso y reportó la presencia de agentes de la Seguridad del Estado.

Festival

Días más tarde, El Toque publicó un audio con un fragmento de las palabras pronunciadas por Noelia, en las cuales se refirió a la emigración de actores cubanos y los bajos salarios que pagaba el ICAIC. Pero lo más controversial fue su presentación de los directivos que se encontraban en el lugar: «(…) Rogelio Polanco, jefe del Departamento Ideológico del Partido Comunista de Cuba. Siempre me he preguntado de qué se hablará en ese departamento [aplausos], es una pregunta que siempre he tenido, igual que la canción de Arnaldo y su Talismán “¿Viste lo que te dije?”. Nadie nunca va a saber qué fue lo que dijo Arnaldo».

A partir de ese momento, la actriz recibió críticas y ataques en redes sociales, tanto de perfiles anónimos como de activistas a favor del gobierno cubano. El perfil Tavarich Rojo calificó sus palabras como «ofensivas en primer lugar con Fidel, la Revolución, el Partido, el pueblo cubano y latinoamericano, los grandes escritores y artistas que forman parte de la historia de ese festival, y por supuesto de los compañeros dirigentes del Partido y el Gobiernos que presidieron dicha inauguración».

La cuenta nombrada Ashly Medina resaltó la idea de lo irrespetuoso de sus palabras, al tiempo que cuestionó su talento y al Festival por no haber tenido un mayor control sobre lo que decía la actriz: «Andrea al parecer no heredó mucho de su padre, ni talento, ni vergüenza, no le vendría mal sentarse a ver las actuaciones de su padre en series como LCB [Lucha Contra Bandidos]. Quizás así pueda entender las cosas que “no entiende” esa niñita engreída. […] ¿El encargado de revisar y aprobar guiones, hilos conductores o lo que sea, de eventos de esta magnitud, donde estaba? ¿O lo dejaron a la libre espontaneidad?».

La activista e influencer Tere Felipe fue más allá, la llamó directamente cobarde y oportunista, calificó sus palabras hacia Polanco de irrespetuosas y remarcó:  «no necesitamos a algunos que se han ido, esos que se venden y anulan su moral con tal de ser aceptados».

En los comentarios de las tres publicaciones se pueden ver varias opiniones sobre cancelar a la actriz y controlar más la producción y exhibición de cine en Cuba. Mas ninguno de los cuestionadores explicó por qué debería asumirse como irrespetuoso una interrogante que no ofende al político presente y cuya respuesta solo presupondría mayor transparencia en los procesos del único partido admitido legalmente en Cuba.  

En contradicción, otras figuras públicas defendieron la intervención de Doimeadiós, como el director Orlando Cruzata, quién expresó: «Nuestra sociedad dista de la perfección, que de paso no existe. Y quienes llevan riendas de la misma son seres humanos, que aciertan y equivocan, demoran y oscurecen. Siempre estarán en la mirilla de la sátira. Quien no lo entienda. Quien se incomode, solo está ayudando a desarrollar otro imparable chiste. Por su ya expuesta rigidez social». Por su parte, el periodista uruguayo radicado en Cuba, Fernando Ravsberg, calificó su presentación como «una clase de humor político inteligente».

Más allá del Festival: ¿Un cine decadente?

La polémica en torno al Festival no concluyó con Noelia. El realizador cubano y actual decano de la Facultad de las Artes de los Medios de Comunicación Audiovisual del Instituto Superior de Arte en su perfil de Facebook, además de calificar la actuación de la actriz como un «show kitsch», cuestionó la proyección del logotipo de Amazon como parte de los productores del filme que abría el evento: Argentina, 1985, sobre la dictadura militar en la nación sureña, el cual también se alzó luego con varios premios Corales. 

Gómez Sánchez cuestionó la obra por no mostrar que «los militares condenados no fueron más que el brazo armado, con asesoría estadounidense, de una oligarquía y una clase media alta derechista» y que «esa “democracia” se encargó de implementar el más feroz capitalismo neoliberal en Argentina». También criticó el documental Mi país imaginario, sobre las protestas de Chile en 2019, por considerarlo «una visión superficial, ingenua, del conflicto social actual en ese país. Insiste en la supuesta ausencia de ideología en los manifestantes», defiende el autor del post.

Sin embargo, el texto no se limitó a ejercer su derecho a emitir criterios sobre las obras presentadas en el Festival, sino que calificó al cine cubano como «un arte de la decadencia», caracterizado por «la superficialidad, la deshonestidad, la doble moral, el empobrecimiento intelectual, el llamar “exilio” a la migración, “censura” al olvido, buscando el discurso más conveniente. El aplauso fácil de un mundo con el que cada vez es más difícil identificarse».  

Igualmente, instó a estimular un cine que hable de «los que han regresado, […] los que mueren tratando de llegar, […] la realidad de muchos de los que emigran, […] la corrupción, la violencia estructural de nuestra sociedad y todas las violencias que padecemos, incluyendo la violencia policial y la violencia institucional».

En respuesta a este y otros cuestionamientos, el Festival del Nuevo Cine Latinoamericano en su página de Facebook publicó la declaración Gracias, Festival, a nombre de «un grupo de cineastas cubanos». El texto calificaba al espacio como «fiel a sí mismo y al cine cubano en su historia y su presente; profesional, de alegría, de reencuentros y planes; revolucionario en el sentido activo y de futuro de esta palabra».

La mencionada declaración también resaltó que el cine presentado en el certamen llamaba «exilio al exilio, migración a la migración, olvido al olvido y censura a la censura» y que los cineastas «no necesitan ni admiten que nadie les diga de qué deben hablar sus películas ni con qué estética».

Unido a esto, el ministro de cultura Alipio Alonso, en un encuentro en el Mincult con los realizadores extranjeros que visitaban el país, expresó: «Vamos a seguir defendiendo el sentido, la orientación que ha tenido y mantiene este Festival, vamos a seguir defendiendo que este Festival siga siendo ese espacio de encuentro de ese cine de la emancipación, de ese cine que reivindica la verdadera libertad creadora».

***

Si bien el debate político y cultural en Cuba comúnmente se ha manejado entre «los que están a favor y los que están en contra de la Revolución (Estado/Partido/Gobierno)» o «los que están dentro y los que están fuera de las instituciones culturales», el presente Festival y la polémica alrededor demuestran una mayor diversificación de las posturas de los creadores y gestores de procesos culturales en Cuba.

Aunque los organismos superiores del Estado siguen interviniendo de forma autoritaria y a partir de criterios políticos en decisiones que deberían tener como fundamento el hecho artístico en sí, son cada vez más los artistas, productores e incluso organizaciones que, aunque mantienen un vínculo con el Estado cubano, se niegan a justificar esa censura.

Asimismo, otros que habitualmente llaman a apoyar incondicionalmente los proyectos creativos surgidos a partir de 1959, no tienen reparos en descalificarlos cuando no responden a sus intereses. La sociedad civil evidencia así su diversidad y pluralidad en medio de fuerzas que pretenden unificarla o segmentarla en bandos únicos e irreconciliables.

14 diciembre 2022 8 comentarios 1k vistas
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Peor generación

La Peor Generación ya es

por Marcos Paz Sablón 30 noviembre 2022
escrito por Marcos Paz Sablón

Hace algunas semanas tuvimos una escaramuza pública relacionada con la censura de un panel literario titulado La Peor Generación, en esencia, una antología de jóvenes autores cubanos aún inédita, curada por Alejandro Mainegra, coordinador de La Tertulia. Se programó inicialmente en La Madriguera, sede habanera de la Asociación Hermanos Saiz,  y luego en otros dos espacios de donde fue finalmente cancelado por evidentes motivos políticos.

A la sazón, Austin Llerandi Pérez, pedagogo/narrador, ganador de concursos provinciales, publicado en una antología española, Premio Farraluque de la Galería Fayad Jamís, hizo pública una crítica titulada LA PEOR GENERACION NO EXISTE (sic). La misma, una de esas piezas de decoración made in Casa de Cultura™ que conviene leer de vez en cuando para estar molesto con algo, ha sido ya (demasiado) respondida.

Lo que me interesa entonces es provocar una reflexión sobre cómo se legitima la literatura, cómo se mueve una obra y qué le confiere relevancia; así como de las múltiples operaciones de blanqueamiento, tachadura y cesión que se solapan dentro de los circuitos de legitimación de lo que pudiera  denominarse: cultura nacional.

Lo más relevante en el texto de Llerandi es su señalamiento de la invalidez de la mencionada Generación por: primero, no estar legitimada a nivel académico; segundo, no contener una obra rastreable (en tanto objeto-libro de ficción); tercero, no poseer una identidad cultural sincrónica, más allá de ciertas coincidencias políticas, que Llerandi insiste en identificar como territorio al margen de lo literario.

Razonemos. Una generación literaria es, básicamente, una operación de legitimación, en tanto un grupo de gente que se identifica, en torno a una coincidencia grupal ideo-estética, política, social. En la teoría literaria se aplica el concepto generación partiendo de lo autonominativo, o desde el promotor que está luchando por su pedazo de capital simbólico. El grupito con el cartel de: Somos este grupito, o el Rodríguez Feo de turno que susurra: Ustedes son en realidad un grupito que quema los pastos.

Tengamos esta discusión, si quieren: todas las generaciones literarias relevantes en Cuba han sido auto-nominadas, y se han esforzado por generar  climas culturales y críticos que las acompañen, tanto estética como  socialmente. Entonces, signar la no existencia de una categoría públicamente reclamada, al menos en lo literario, requiere un rastreo extensivo de quiénes son la gente del cartel y qué se supone que están diciendo.

El campo literario, como todo espacio microlocalizado dentro de lo cultural, se inserta dentro de una serie de circuitos de legitimación e instrucción que operan como mesa de bacarat, en la que se van apostando capitales culturales y simbólicos de cierta forma, acorde a cierto consenso hegemónico previo. O a las formas de minarlo.

Para que un objeto cultural se mueva deben existir, como mínimo, un espacio donde venderlo, la concepción de que puede funcionar como mercancía, una persona a la cual le interese venderlo o promoverlo, un comprador interesado (sea por motivos estéticos, curiosidad intelectual o por las razones por las que Bordieu decía que la alta burguesía aprendía a tocar el piano),  y un crítico, con un medio donde opinar, que decida prestarle atención, o  ignorarlo.

El creador del objeto, además, debe tener la habilidad para su producción (escribir, en este caso), una noción mínima de que el rol de autor es social y estéticamente válido, una plataforma desde la cual publicar y un espacio público a través del cual legitimarse como tal.

Todo lo anterior describe un sistema de circuitos. O una finca. En Cuba, por ejemplo, existe el sistema hegemónico de cultura estatal, disfuncional en grado sumo. Tenemos un sistema paralelo de promoción y anclado en la negación del referido sistema hegemónico, que va de Rialta a Guantanamera. Además, cohabitan una serie de microsistemas que engloban medios de promoción (La Jeringa, Vórtice, La Tertulia), talleres literarios (el Centro Onelio Jorge Cardoso) y un sistema de concursos,  igualmente disfuncional.

No es la Institución Arte, sino las Instituciones, permeadas además por otra serie de figuras: el sistema nacional de educación, las políticas institucionales, el clima político y económico del país. Aquí, por supuesto, hay intereses, rencillas, decisiones ideológicas y morales: Iván de la Nuez o Antonio Enrique González Rojas no van a validar lo mismo que La Jiribilla.

Dichos circuitos conforman un sistema literario, que según la definición de Antonio Cornejo Polar, es un conjunto de autonomías múltiples que instaura un discurso canónico único, el cual blanquea y gentrifica las formas culturales correspondientes directamente con el tiempo hegemónico del sistema nación en el cual se inserta. Podemos advertir en él, alteridades, formas canónicas de subversión. Aquí caemos en la apuesta de La Peor Generación, que atenta contra el actual ser de dicho sistema literario en Cuba.

Lugares ficticios, decía, con consecuencias reales, tangibles, en sus luchas. Después de todo, nominar es hacer que exista. Cuando un sistema de categorización se introduce dentro de un espacio público, permea hacia abajo.  Hablamos de procesos invisibilizados en su momento —como el Quinquenio Gris—, de forma mucho más clara que hace treinta años.

La escritura no funciona solo desde lo notarial. Abarca tanto los procesos de restauración de la alteridad negra dentro del canon nacional de Alberto Abreu Arcia, hasta los activismos literarios que han provocado la reintegración de las mujeres como sujetos activos y masivos dentro del corpus, de Yadira Álvarez Betancourt a Maielis González y Legna Rodríguez.

En lo que quiera que sea la cultura, su estratificación responde a un fenómeno clasista,  correspondiente a lógicas estéticas ancladas en luchas por capitales culturales. El propio sistema nacional de concursos literarios, tanto por el carácter no autónomo que presenta como por la fina red de compromisos y mini-mafias que un entramado cultural genera a lo largo de sesenta y tres años, privilegia unas formas por sobre otras.

Discutir taxonomías arbitrarias sin haberse tomado el trabajo de rastrear  las obras, es un gesto tan artificial como el de la historiografía renacentista en decirle Imperio Bizantino a lo que en su tiempo era «esos- griegos-en-púrpura-en-medio-de-la-nada». Desde su nacimiento, el sistema literario nacional ha sido impulsado por una serie de autores con interés explícito en legitimarse. A esto, Antonio Benítez Rojo lo llamaba «la Conspiración del Texto».

Peor generación

Antonio Bení­tez Rojo

Fue siempre a contrapelo de los circuitos críticos preexistentes. Fijarse, vaya, en la disputa entre la primera Academia Cubana de Literatura y la Real Sociedad. La desfragmentada academia cubana no va a estar nunca a tiempo con el aquí, ahora, en esa esquina y con una cazuela. 

Toda curaduría es arbitraria. La valoración de un objeto cultural por un agente interesado en que se lo  juzgue, puede objetarse en tanto el objeto en sí —si te has leído a Ray Viero y te parece la calamidad más grande de nuestra literatura desde Abel Prieto, por ejemplo, te va a pesar que se lo valore— pero no desde su intención de validar algo.

 Ocurre lo mismo con los intentos de implementar un canon. Que Alejandro Mainegra, como curador, haga una selección de autores, puede discutirse desde muchos ángulos —criterio de selección, panoramas filtrados, agrupación de  géneros diversos en la misma obra—, pero no como acto de aupar un grupo, o sea un clima. Que decida inaugurar el mito fundacional de una comunidad —palabras de Miguel Alejandro Hayes—, significa solo eso: tendremos una comunidad nueva, que ya tendrá que echarla.

Cabe explorar la posibilidad que enuncia Llerandi Pérez de la no existencia de una obra en el caso de los autores recogidos. Mas me temo que dicha posibilidad no da para mucho. No me considero un lector actualizado, pero del line-up inicial de La Peor… solo desconocía a Jairo Arostegui. Manuel de la Cruz posee textos narrativos estremecedores; Ricardo Acostarana publica ficción con cierta regularidad. 

Ray Viero tenía una columna fija en Hypermedia, donde igualmente publican Llópiz-Casal y Ulises Padrón Suárez; Hamed Toledo dirigía una revista cultural; Katherine Bisquet  es autora de un poemario ya publicado y Adriana Fonte Preciado tiene otro en camino. Mauricio Mendoza, Lizbeth Moya y Darcy Bo son viejos en periodismo. Mel Herrera está en una liga aparte. A Alexander Hall puede leérsele en este propio medio.

El concepto de la novela como pináculo de lo literario murió en los setenta. El surgimiento de la no ficción como corriente legitimada está lo suficientemente asentado como para que no sea discutible. Carlos Manuel Álvarez, sin tener una buena novela, se volvió la figura narrativa más notoria dentro del periodismo nacional. La ficción de Martin Caparrós es horrible, pero sigue siendo, a nivel continental, uno de los narradores más importantes de los últimos treinta años.

Legitimar una obra exclusivamente si se encuentra en los predios de una revista tradicional de narrativa es, a estas alturas, el gesto más reaccionario imaginable (para colmo, con una antología que aún no existe). Semejante miseria teórica se contrapone directamente a lo que La Peor propone: gestos hacia la posibilidad de cosas reales.

30 noviembre 2022 4 comentarios 1k vistas
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Pablo

Pablo Milanés vs la leyenda negra

por Roberto Zurbano Torres 30 noviembre 2022
escrito por Roberto Zurbano Torres

Para Rosa Marquetti y Eliseo Altunaga, que saben

***

La voz de Pablo es un patrimonio entrañable de Cuba. Y se torna leyenda, cuando la música resultó insuficiente para alcanzar otros sueños propios y ajenos. Tuvo muchas vidas en casi ochenta años que multiplicaron la mirada de un hombre cuyos dones musicales le distinguieron, sin atarle a una u otra manera de brillar en este o aquel género.

Lo popular siempre estuvo en su raíz, sin la necesidad de un rescate como vemos con demasiada frecuencia y paternalismo. Un ejemplo, Los caminos, aquel guaguancó que el gran musicalizador de cine Germinal Hernández llamaba «filomamboso» y lamentaba que Pablo no grabara el disco de ese género que le exigieron sus amigos rumberos Pancho Quinto y El Ambia.  

Aquel guaguancó se escuchaba cada tarde en la radio de mi infancia, pues era el tema de algún programa que no recuerdo. Rememoro mejor el afro o espendrum de Pablo Milanés que años después imité. Ese pelo irredento de Pablo y Ángela Davis fue una de las imágenes más poderosas en mi adolescencia: Un peinado que resulta liberador cada mañana de tu vida y logra desatar las ideas y sueños de tanta gente que no puede. Parecería frívolo, pero los peinados afros forman parte de una historia más emancipatoria que la que se enseña hasta hoy en las escuelas.

Conocí a Pablo gracias a Eloy Machado, el Ambia, y a Abraham Rodríguez, en el estreno de una pieza teatral que escribiera este último: La barbacoa, con música de Juan Formell. Fue en el cine teatro Fausto, en Prado y Colon, con un reparto que ya no recuerdo. Pablo llegó tarde y sudado, recibido por un exigente Eloy, quien le cobró su tardanza con una ronda de finos alcoholes al final de la noche.

Me emocioné tanto vigilando cada reacción suya, que tuve que regresar la otra semana a disfrutar de la obra, una magnífica comedia de mitad de los ochenta, donde se estrenó aquello de «La habana no aguanta más», mientras la gente se carcajeaba y bailaba hasta el final de la función.

Hubo una discusión entre Pablo y Abraham sobre la diferencia entre los solares, las cuarterías y las accesorias, que duró casi una hora. Para Abraham, la barbacoa era algo culturalmente novedoso, mientras a Pablo le parecía cultura de la pobreza o algo así como otra forma de reproducirla.

Muchos años después, evoqué aquella controversia cuando supe por la televisión que el diputado Pablo Milanés, elegido por el barrio habanero de Los sitios a la Asamblea Nacional, propuso reparar un grupo de ciudadelas con algunas propuestas de mejoramiento, como eliminar los baños colectivos y construir uno para cada familia, hacer una historia del barrio, etc.. Dicha proposición nunca fue aprobada.

Tiempo más tarde supe que aquella discusión entre Pablo y Abraham fue parte de numerosos debates que nacen de la experiencia y el compromiso racial. No eran discusiones letradas: Pablo habló desde su experiencia en el solar de la calle Consulado, donde hizo breve estancia.

En la obra de Sara Gómez, Eugenio Hernández,  Maité Vera, et. Al, está su propia biografía. Esa primera generación de poetas, dramaturgos, actores y cineastas negros en la Revolución, llega al campo cultural en tanto sujetos de una transformación social que comparaban con la etapa anterior para interrogar al futuro.

Durante los años sesenta y setenta, Pablo era uno más en aquellos círculos de confianza y aprendizaje donde se discutían las ideas del Black Power, la affirmative action  y Malcon X; donde se celebraba a Lumumba, Sekou Touré y el panafricanismo, hoy olvidado en las páginas de la revista Tricontinental.

Tales debates pasaban por el ICAIC e incluían a figuras como Sara Gómez, Nicolás Guillen Landrian, Manolo Granados, Inés María Martiatu, Oscar Valdés o Germinal Hernández. También en el círculo del feeling, curiosamente de mayoría negra. Entre los miembros del Seminario Nacional de Dramaturgia y el Conjunto Folklórico, ambos en el Teatro Nacional.

Junto a figuras como Walterio Carbonell, Tomás González o Tomás Gutiérrez Alea, quien nuclea a muchos de ellos en La última cena, su obra clásica menos atendida. Eran sesiones cuasi secretas en una época donde este tipo de lectura no era bien vista por el dogmatismo marxista al uso. Fue una etapa de rupturas y novedades, sin los compartimentos estancos que reordenan la cultura en la Cuba del siglo XXI.

En el legado de Pablo Milanés, su visión popular y antirracista tiene un alto valor. No se trata de convertirlo en un activista antirracista post morten; porque lo fue de esa manera selectiva y exquisita, sin llegar al elitismo, que caracterizó su personalidad. En su obra convergen las corrientes aéreas y subterráneas de toda la música que han pasado por Cuba.

Y se abrazan; como abrazó a Miguelito Cuní mientras cantaban Convergencia con el Conjunto Chapotín. Pablo lo acerca y lo abraza, fundiendo sus voces y anhelos. Así fue con muchos: los rumberos contaron con él, los soneros, jazzistas, changüiseros y raperos, a quienes apoyó más de una vez.

Cuando nace la Fundación Pablo Milanés, ya este se preocupaba por la salud de viejos músicos, ayudaba a mucha gente joven, no solo músicos, promovía eventos sobre géneros populares en las provincias orientales e iba desarrollando una visión más allá de la filantropía, con novedosos patrocinio y  gestión de acciones culturales en la Isla, que fueron desde prestar su sonido gratuitamente a un grupo de estudiantes del ISA para celebrar La noche de las almas libres, comprarle una trompeta a una vieja gloria de Cuba o equipar toda una banda de música para una joven cantante.

La malograda Fundación Pablo Milanés (1993-1995), tras esos empeños, fue la posibilidad de encauzar aquella energía cultural nacida en los ochenta, ya en medio del contexto económico e ideológico de los noventa, que marcó el final de una era en la sociedad cubana.

La Fundación significó para muchos una tabla de salvación, para otros, simplemente un pequeño Ministerio de Cultura; pero en realidad allí nacieron nuevas maneras, instituciones y discursos culturales que pudieron trascender las limitaciones materiales e ideológicas del momento y abrir puertas para esa nueva institucionalidad cultural que aún no tenemos, a pesar de la renovación emprendida por algunas de las ya establecidas.

Asimismo, la Fundación removió el acartonamiento, la morosidad, el elitismo y el orden burocrático que entonces regían la política y la gestión culturales. Hizo de la creación y el pensamiento centro de sus acciones, para lo cual contó con expertos realmente creativos y  prestigiosos.

En medio de la crisis económica y política que generó la explosión migratoria de 1994, la Fundación apoyó a instituciones como Casa de las Américas, las escuelas de arte, etc. Por otra parte, los discos, conciertos, revistas, coloquios y gestiones socio-culturales que generó, partieron de una mirada desprejuiciada a temas tan controversiales en el período como: el mercado, la racialidad, la emigración, etc.

En poco menos de dos años de trabajo, el saldo de su labor superó al de cualquier ministerio de cultura en Latinoamérica y el Caribe, sin tener todos los mecanismos administrativos y financieros totalmente ajustados. Eso provocó envidia, controversias e incomprensiones que motivaron su temprana desaparición.

Pablo fue un hombre plenamente consciente de su cubanía. Tuvo conciencia política, cívica e histórica. Y también racial, esa rara avis entre artistas e intelectuales cubanos (negros, mestizos o blancos), que les lleva a desencontrarse con su historia y rechazar los imaginarios y aportes  que la gente negra, china, árabe o judía han hecho a la nación.

Entre los años sesenta y ochenta compartió sus ideas sobre la cultura popular, la cuestión racial y las religiones afrocubanas con amigos cercanos, artistas o no, comprometidos con estos temas cuasi prohibidos.

Muchos de ellos, por su prestigio, serían ejecutivos en la Fundación  y propiciaron  acciones como el primer disco de Yoruba Andabo, el coloquio dedicado a Orígenes, la puesta en escena de Delirio habanero por Alberto Pedro o la creación de una camerata de mujeres.

Pablo

Rememoro mejor el afro o espendrum de Pablo Milanés, que años después imité.

De modo que los resultados de la Fundación no estuvieron marcados por una mirada sectaria o racista de la cultura, sino abierta a la novedad y al intercambio, desde la misma proyección internacional que ya gozaba la obra de Milanés, y por eso presta a enfrentar cualquier forma de discriminación por género, raza, sexualidad o religión.

El derecho de la Fundación a existir fue negado por una  incomprensión cultural y política llena de prejuicios, y por la falta de hábitos respecto a la diversidad, la interracialidad  y la civilidad cubanas. Entre los chistes de entonces, el más común fue llamar Palenque a la Fundación, pues buena parte de sus ejecutivos y beneficiarios eran artistas e intelectuales negros o vinculados a la música popular (rumba, salsa, son).

El chiste expresaba una opinión compartida, aunque reprimida, por buena parte de la burocracia cultural, curiosamente muy blanca y elitista. Muchas instituciones cubanas (no solo culturales) exhiben una mayoría de ejecutivos de piel blanca que, más allá de sus resultados, no son cuestionados por su color ni tienen que soportar chistes de tanta colonialidad y conservadurismo juntos. Pablo fue consciente del valor y necesidad de la Fundación, pero también previó las consecuencias de una pelea contra aquellos demonios y terminó consintiendo su cierre; un cierre quizás temporal, eso lo dirá el futuro.

Desde Andilanga, cuando nuestros antepasados eran condenados a la plantación, el esclavizado respondón o risueño recibía su pequeño castigo; pero el cimarrón recibía una sanción mayor: ejemplarizante. La soberbia del poder es intolerante con los sueños de quienes oprime, y no soporta el olor de las ideas ajenas, ni de la belleza o el amor: los demás siempre están equivocados y merecen corregirse, bajar la cabeza y darse su lugar.

Por eso el cimarronaje es el aporte cultural más poderoso de los esclavizados ante el poder colonial. El cimarrón renuncia a todo lo que significa sometimiento y se lanza a crear algo nuevo, un campo de libertades más peligroso para quienes viven del sudor ajeno que para quienes se plantean construir vidas y sueños en un nuevo contexto.

Pablo fue un paladín del cimarronaje cultural en Cuba;(1) pero no trabajó desde una filosofía de guetto, sino desde una arquitectura abierta a lo coral de nuestras raíces, asumiendo nuevas voces, nuevos temas sociales y también nuevas estructuras o instituciones para desarrollar el campo cultural del siglo XX.

Pablo

La Casa de América acogió la capilla ardiente del cantautor cubano, fallecido en Madrid a los 79 años. (Foto: La Sexta)

Todo cimarrón recibe un castigo excesivo, proporcional al sueño de libertad que conquistó. Aun hoy, exhibimos una lista de personas negras que no han querido bajar la cabeza, sino usarla mejor en defender derechos y abrir caminos, quienes son juzgadas con mayor dureza e intolerancia.

Es el peso entre la colonialidad y el socialismo, que cargamos, como una cruz, mucha gente negra que hemos renunciado a la subalternidad y seguimos apostando por una nación diferente, dentro y fuera de la Isla.

Todo parece más lejano o imposible cuando desconocemos esa tradición cultural y no asumimos una visión crítica ante las visiones plurales que caracterizan la cultura cubana de cualquier época. Detrás de los celulares, dejamos de entender, re-conocernos y abrazarnos.

En un campo cultural cada vez más fragmentado, ralentizado y disciplinado es bueno saber que un hombre como Pablo Milanés estuvo ahí, que puso su fortuna al servicio del talento y el sueño de otros, que abrió espacios para las ideas y obras de gente más joven o más olvidada, como hizo con Luis Carbonell, por solo citar un ejemplo.

Con mayor frecuencia entre nosotros, las buenas ideas y discusiones huyen hacia el silencio o la oscuridad. El legado de Pablo niega esa tendencia y seguirá en la controversia que siempre le acompañó. Su leyenda crece y sus batallas culturales serán aprendizajes para llegar al país que viene. Los caminos no se hicieron solos.

***

(1) Roberto Zurbano: El cimarronaje cultural: Una (e) lección personal in Art x Cuba. Contemporary Perspectives since 1989 Editors Dr. Andreas Beitin and Antonio Eligio Fernández (Tonel), Ludwig Forum für Internationale Kunst, Aachen, Germany, 2018, pp. 122-133 (aleman e inglés) y pp. 273-275 (español).

30 noviembre 2022 32 comentarios 2k vistas
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Pablo

Pablo Milanés, la voz del país imaginario

por Lisbeth Moya González 23 noviembre 2022
escrito por Lisbeth Moya González

Ha muerto Pablo Milanés y con él un pedazo de la Cuba que vive en mi mente. Lejos del país que amo, la Isla es una balsa imaginaria y cálida que me aferra al Caribe y al dolor. Pablito es parte importante de ese espejismo y su obra, al menos para mí, la banda sonora del arsenal espiritual que me une a esa nación adorada y maldita.

He decidido hablarle en primera persona, como si estrechara su mano, como quien habla a un amigo antiguo, porque así le siento.

Pablito, a ese último concierto que diste en La Habana, yo quería llevar a toda la gente que amo. Pudieron acompañarme unos pocos, y por nuestra condición de disenso político, detrás de nosotros, cual perros de caza, acechaban los agentes de la Seguridad del Estado que regularmente nos acosan. Imagino entonces cuántos te vigilaban a ti, y bajo cuánta coacción cantaste esa noche. Ello me hizo valorar el amor que sentías por tu pueblo y la necesidad de despedirte de él, aunque fuera con un cuchillo en el cuello.

 Recuerdo que cantaste Pecado original y corrí a abrazar a Maykel González Vivero, porque estábamos en medio de la lucha por el matrimonio igualitario. Esa canción tuya fue, al menos para nosotros, el himno de la conquista de un derecho fundamental que se materializó días después con el Código de las Familias. Que decidieras incluirla en tu repertorio en ese concierto puntualmente, fue un gesto que la sociedad civil cubana y en especial el movimiento por los derechos LGBTIQ+ no dejará de valorar.

Cantaste también No ha sido fácil y se la coreamos a nuestros represores: «Soy como quisieron ser/ pero tratando de ser yo/ ni menos mal, pero en verdad, ni menos bien// No ha sido fácil tener/ una opinión, que haga valer mi vocación/, mi libertad para escoger». Recuerdo que les gritamos: «Pablo es nuestro y las narrativas de sus canciones también», y que nos paramos a cantar y ellos se sobresaltaron y pusieron en posición de alerta, como si con tus canciones, Pablito, los fuéramos a apuñalar, o pudiéramos tumbar con notas musicales el autoritarismo.

En ese concierto también miré al amor que duele a los ojos: «Qué gloria te tocó, / qué ángel de amor, que has renacido.// Qué milagro se dio cuando el amor volvió a tu nido». Sabía que me estaba despidiendo del amor de mi vida y se lo dije con tu voz. ¿Será que eres el amor de mi vida?

Lloré además por los amigos que se fueron, por los que quisiera ver para saber que soy humana y vivo y siento por mis hermanos; y me tocaste, Pablito, me tocaste cada fibra de patriota que anhela que su pueblo renazca de su ruina y paguen su culpa los traidores.

Recuerdo que una maestra que tuve me dijo que el Santiago de Yo pisaré las calles nuevamente era Santiago de Cuba, y en ese engaño viví hasta que muchos años después vi un video en que dedicabas esa canción a Miguel Enríquez. Entendí que La Moneda era en Chile y que tú le cantabas a ese pueblo, pero aun así evoco las calles de lo que fue nuestro Santiago ensangrentada, a fin de cuentas la sangre es del mismo color en las calles de Cuba o de Chile.

Me sobrecoge que tu obra no solo aborde el amor carnal, sino otros amores que yo venía sintiendo fuerte y que son acaso más nobles e ingratos: a la libertad, la dignidad humana y la justicia social. Entiendo hoy, Pablito, que tú tienes doble mérito: el de impulsar y cantarle a un proyecto noble y hermoso como fue la Revolución cubana en sus inicios, y el de sufrir en tu piel la represión y los horrores de una revolución que degeneró en autoritarismo, por no callarte jamás ni ceder ante ninguna prebenda de la burocracia.

Cuando era niña, cada mañana despertaba con tu voz. El noticiero radial de mi pueblo iniciaba con tu interpretación de Comienzo y final de una verde mañana y yo, semidormida, remolona y pequeña, abría los ojos con el beso de mi madre, mientras me acariciabas el pelo con un: «Déjame despertarte con un beso,/ en la verde mañana que te espera…». Hoy despierto lejos de esa isla que amo, y tu narrativa me atraviesa el corazón y quisiera poder decir: «Yo me quedo, / con todas esas cosas,/ pequeñas, silenciosas», pero como tantos miles de cubanos, no pude quedarme y pesa sobre mí la amenaza de no poder volver.

No obstante, sé que en allí a una no se le queda el cuerpo, pero sí el pensamiento y el corazón. Nadie se va de la Isla, porque hay tanta Cuba afuera y duele tanto la de adentro, que nuestro pueblo, cual nómada o gitano, ha construido un país imaginario sustentado en cosas intangibles, como tu voz.

Hoy me atrevo a resignificarte pues sé que la limpieza de tus ideas estaba en toda la frase «será mejor hundirnos en el mar,/ que antes traicionar/ la gloria, que se ha vivido». Esa no es la gloria de los burócratas y los corruptos, es la gloria del pueblo que quemó Bayamo antes de entregar su suelo al colonizador.

Por ese tipo de gloria, de Cuba soberana pero sin autoritarismos ni dominación, yo también me hundo en el mar. Tú estabas claro, Pablito, supiste discernir entre Cuba y sus captores; y seguiste cantándole a la patria a pesar de que ellos te encerraran en los campos de concentración que fueron las UMAP.

Quisiera despedirme cantando y creo que tú mismo escribiste tu propio epitafio: «Los días de gloria cerraban esperas, / abrían ventanas, donde iban entrando dolores de antaño hacia el porvenir.// Qué es lo que me queda de aquella mañana,/ de esos dulces años, si en ira y desgano los días de gloria los dejamos ir».

Gracias, querido Pablo. El mundo te llora. Nada fue en vano.

23 noviembre 2022 13 comentarios 1k vistas
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Pablo Milanés

Hasta siempre, querido Pablo

por Redacción 22 noviembre 2022
escrito por Redacción

Nuestro Pablo Milanés ha muerto. Con su partida, la cultura cubana pierde uno de sus pilares más robustos y queridos. El equipo de LJC se suma al duelo de gran parte del pueblo cubano y le rinde sencillo y agradecido homenaje recordando una de sus letras. Hasta siempre, querido Pablo.

***

El tiempo, el implacable, el que pasó
Siempre una huella triste nos dejó,
Qué violento cimiento se forjó
Llevaremos sus marcas imborrables.

Aferrarse a las cosas detenidas
Es ausentarse un poco de la vida.
La vida que es tan corta al parecer
Cuando se han hecho cosas sin querer.

En este breve ciclo en que pasamos
Cada paso se da porque se siente.
Al hacer un recuento ya nos vamos
Y la vida pasó sin darnos cuenta.

Cada paso anterior deja una huella
Que lejos de borrarse se incorpora
A tu saco tan lleno de recuerdos
Que cuando menos se imagina afloran.

Porque el tiempo, el implacable, el que pasó
Siempre una huella triste
Nos dejó.

22 noviembre 2022 22 comentarios 1k vistas
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