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Revolucionario

Los nuevos contrarrevolucionarios

por René Fidel González García 16 julio 2018
escrito por René Fidel González García

Los nuevos contrarrevolucionarios exhiben credenciales públicas de revolucionarios intransigentes porque son, es tan sencillo entenderlo, los oportunistas de un proyecto político revolucionario.

Los nuevos contrarrevolucionarios sospechan y señalan disidencias en cualquier átomo de pensamiento útil, o diferente al suyo, porque por razones obvias, saben por naturaleza que en una fortaleza sitiada los traidores nunca disienten: traicionan.

Los nuevos contrarrevolucionarios no creen en la justicia, ni en la igualdad de todos ante nuestras leyes y la Constitución, saben que es el legado de la Revolución para hacer el Socialismo en Cuba, regaladle una Constitución de la República a uno de ellos – me consta – invocadla ante ellos y tendréis a continuación un enemigo eterno y al mismo tiempo moribundo – gracias Roque Dalton –

Los nuevos contrarrevolucionarios no reparan por ello, llegado el caso, en violar, conculcar y subestimar derechos conquistados por la Revolución, o por nuestros ancestros, o en condicionarlos, o en justificar públicamente su inaplicación, si ello les hace parecer decididos, firmes y por supuesto, revolucionarios. Saben perfectamente que cuando el Derecho es de todos, para todos, entonces ya nadie puede monopolizarlo, nadie está por encima de él. En la antigüedad a ese sueño de la arbitrariedad se le llamó atinadamente privilegium, que quiere decir, ley privada.

En 1804, en Gran Bretaña, el Obispo Watson diría ante la Sociedad para la Supresión de Vicios con inusual sinceridad: “Las leyes son buenas para los pobres, pero, desgraciadamente, están siendo burladas por las clases más bajas. Por cierto, las clases más altas tampoco las tienen mucho en consideración, pero esto no tendría mucha importancia si no fuese porque las clases más altas sirven de ejemplo para las más pobres; os pido que sigáis las leyes, aun cuando no hayan sido hechas para vosotros, porque así, al menos, se podrá controlar y vigilar a las clases más pobres”.

Los nuevos contrarrevolucionarios otean cotidianamente el horizonte, calculan minuto a minuto donde quiera que estén cada paso que dan, cada palabra que dicen o escriben, son maestros consagrados de la interpretación del pensamiento del superior jerárquico y del silencio, cuando es redituable callar, o sea: ser inteligentes, no meterse en problemas, como dicen entre los suyos.  Los que no son accesibles a ese magisterio de la cobardía administrada son inmaduros, criteriosos, problemáticos, contradictorios y locos. Es mentira: saben que son peligrosos. Les consta.

Es por eso que los nuevos contrarrevolucionarios odian la historia, no sólo porque muchas veces son incultos –  éste es un dato importante –  sino porque quieren condenarnos a que cometamos los mismos errores. Cuando no pueden simplificarla o adulterarla, la historia es para ellos una pesadilla que no les deja dormir. Saben que su conocimiento sirve para la liberación de los hombres y no para su sometimiento, que las ideas, incluso derrotadas, laten en ella.

Los nuevos contrarrevolucionarios han copiado la técnica de la reducción de cabezas de algunas culturas para intentar reducir y empobrecer el pensamiento revolucionario en consignas, la verdad en frases huecas, la pasión en algo inocuo, la libertad en consumo. Saben que en ese pensamiento están las claves para comprender las condiciones de la opresión en cualquier circunstancia. Ahora intentan glorificar ese procedimiento, porque saben que la Revolución es hija de la cultura y de la crítica, porque saben que en Cuba existe una generación nueva, lúcida, anticapitalista y le temen.

Los nuevos contrarrevolucionarios dicen odiar furibundamente el capitalismo, pero le promueven travestido asépticamente como modernidad, eficiencia y prosperidad – las cosas buenas de los malos, dicen, a veces, cuando le disfrutan –  Quisieran borrar de la letra y el espíritu de la Constitución la salvaguarda ideológica que proscribe en Cuba la explotación del hombre por el hombre. Ellos saben que no es una simple frase, que detrás hay una idea sencilla y demoledora, una verdad, el capitalismo no produce pobres por defecto sino por necesidad. Somos anti imperialistas y nadie nos mete el píe, pero que bonito está ese zapato, ¿por cierto que marca es?, les cantó mordaz el grupo Buena Fe a sus cachorros.

Los nuevos contrarrevolucionarios espolean desde cada cota que ocupen el conservadurismo social, político y económico que ya practican en su vida privada, trasmiten su escala de valores como un patrón de éxito, se aseguran que así sea, porque saben que sobre ellos cabalgará el odio, el miedo y la ignorancia del otro, y eso puede bastar para matar la solidaridad, la bondad y la confianza. No dudan ya en devaluar la dignidad, en convertir la vileza en virtud, intentan destruir pacientemente los límites éticos en la impostura de la defensa de lo que no creen, porque saben que del abismo que se abra saldrán de entre nosotros mismos las bestias del pasado.

Los nuevos contrarrevolucionarios están hambrientos de poder, porque están obsesionados con lograr que se pierda en la memoria colectiva el significado de escoger la forma de gobierno republicano y el Socialismo. Necesitan desarmar la noción de ciudadanía y de democracia porque sueñan con una patria de consumidores, amnésica, insensible al dolor del otro, a la suerte del otro, enajenada. Por eso les inquieta más una opinión solitaria que el silencio, la inconformidad que la abulia. Es cosa sabida, también por ellos, que de vez en vez aparece un hombre, o una mujer, una persona sin mayor mérito que la decencia, sin mayor coraje que el hastío, que un buen día dice basta, y eso basta.

Por eso es que los nuevos contrarrevolucionarios saben quiénes son sus enemigos y por lo menos en eso hay que concederles tienen la razón.

Otra cosa es que nosotros no sepamos quienes son.

16 julio 2018 22 comentarios 315 vistas
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El papel de las tribunas

por Yassel Padrón Kunakbaeva 17 mayo 2018
escrito por Yassel Padrón Kunakbaeva

No es un secreto para nadie que, a nivel mundial, la política en sí misma ha entrado en crisis. Los viejos partidos han perdido buena parte de su credibilidad, mucha gente ya no va a votar, y son cada vez menos los jóvenes que participan. La percepción general es que la política no resuelve nada, que se trata de un show propagandístico guiado por oportunistas corruptos. Las viejas ideologías pierden su brillo y se tornan incomprensibles para las nuevas generaciones de milenials. El tiempo va pasando, y las personas se van entregando a un confortable conformismo apolítico.

Por razones diferentes, aunque no tanto, también en Cuba la política se ha visto en crisis. Esto puede parecer extraño, sobre todo cuando uno recuerda que en Cuba se vive con un sistema nacido de una revolución, y que supuestamente se encuentra en “transición al socialismo”. Además, aquí durante años vivimos desayunando, almorzando y comiendo política, con inmensos discursos de Fidel y horas de pie en la Plaza de la Revolución. En esos años se forjó una larga tradición de conversaciones de política, a la orilla de la mesa de dominó, en la terraza, con los amigos o la familia. De un tiempo para acá, sin embargo, los motores de la política parecen haberse apagado. Las discusiones Barza-Madrid y las conversaciones por imo han ocupado el lugar protagónico.

Pueden detectarse varias causas para este fenómeno. En primer lugar, el pueblo cubano se encuentra hasta cierto punto saturado de política. Fueron muchos años de continuas movilizaciones que al final no culminaron con una mejora de las condiciones económicas. Pero además, se trata de un discurso político que se quedó estancado. La fábrica de símbolos de la revolución cubana tenía un nombre: Fidel Castro. Una vez que Fidel estuvo fuera de la escena, no quedó nadie que pudiese pararse en la tribuna y hacerle parir al espíritu de la revolución nuevas verdades. Esto solo se explica, además, a la luz de los errores cometidos durante años en política de cuadros, que favorecieron el surgimiento de burócratas en lugar de la formación de nuevos políticos.

En esta época que estamos viviendo, pueden observarse algunos indicios que también permiten explicar la crisis de la política en Cuba. Al parecer, nuestra dirigencia, surgida del proceso de actualización del modelo que fomentó Raúl, comparte una concepción relativamente hostil hacia la actividad política como tal. Existe una subestimación, que en parte se relaciona con una concepción economicista que ve en todo acto de masas un mero derroche de combustible. Y también existe la idea de que es más importante dedicar los esfuerzos a la administración racional de los recursos, porque la política es hablar sin resolver nada. Esta manera de pensar, no obstante, puede entenderse como algo natural en cuadros que nunca fueron preparados para la lucha política, que no son políticos.

De arriba a abajo, la sociedad cubana parece imbuida en el espíritu de la posmodernidad, para el que la política y las ideologías son cosa del pasado. Existe un gran escepticismo hacia todo lo que viene de la vida pública. Las personas se encierran masivamente en sus vidas privadas, se desentienden de lo que pasa en las altas esferas. El surgimiento de un fenómeno como lo es “el paquete” se puede entender como un catalizador cultural para la actitud escapista que empieza a predominar entre los cubanos.

La crisis de la política, sin embargo, no tiene otra consecuencia que el abandono por las personas de una de las mejores herramientas de que disponen para defenderse de los peligros y para encauzar su futuro hacia la mejoría. Lo primero que es necesario tener claro, es que la política es una esfera de lo humano hasta ahora tan necesaria e inevitable como lo pueden ser el arte o la religión. Como dijo un gran sabio, tú puedes desocuparte de la política pero la política se ocupará de ti. La indiferencia apolítica tiene como consecuencia política el avance sin problemas del atropello y la explotación.

También constituye un error querer sustituir la política por la administración, confiarse al manejo de los burócratas por desprecio al espectáculo de la lucha política. Sobre eso, vale la pena recordar la distinción que hizo Carl Schmidt de la política como actividad destinada a la diferenciación entre amigos y enemigos. Cualquier acto administrativo, que va “realmente” a resolver un problema concreto, presupone la existencia de una comunidad política. Y la comunidad política no puede darse nunca por sentada: la sociedad produce espontáneamente conflictos, conflictos que deben ser gestionados si se quiere sostener (o destruir) una comunidad política. Este es el trabajo de los políticos. El que va a gobernar debe mantener a los gobernados seguros de que él y no otro es “el bueno”.

¿De qué manera se gestiona un conflicto? O dicho en términos marxistas: ¿de qué manera se construye hegemonía? Ciertamente existen muchos métodos, pero no puede negarse que uno de los más efectivos sigue siendo el uso de la palabra ante un gran público. Ese es el papel de las tribunas, servir de palestra para que pueda efectuarse la lucha política, lucha en la que habrá por supuesto demagogos, pero donde cabe también que líderes comprometidos con sus bases puedan competir con habilidad y vencer a sus adversarios. Una tribuna puede ser física, hecha de concreto, madera o metal, pero puede ser también virtual, y puede tratarse de un blog o de un muro de Facebook.

Los cubanos somos herederos también de la cultura occidental, tenemos un legado que nos viene desde los tiempos de la antigua Roma. Nos ha llegado algo de esa tendencia romana a transformarlo todo en cosa pública, y a defender con argumentos afilados toda posición. La palabra usada al viejo modo occidental, para la construcción de juicios racionales, es una parte integrada de nuestra cultura. Difícilmente podremos desprendernos de nuestra naturaleza discutidora. No tiene mucho sentido que renunciemos a las tribunas como herramienta para la construcción de nuestra comunidad política.

La dirigencia cubana actual parece estar subestimando la necesidad de fortalecer la lucha política e ideológica. Ciertamente necesitamos buenos administradores. Pero uno de los problemas que ha tenido el proceso cubano de actualización es que la dirigencia revolucionaria no ha capitalizado políticamente los cambios, no los ha logrado transformar en un renovado entusiasmo popular hacia el proceso. Lo hizo al principio, pero la ausencia de un discurso político renovado y bien hecho hizo que se perdiera la iniciativa. La costumbre, que ya parece asentada, de leer los discursos- y no leerlos usando un teleprompter, sino al viejo estilo del papelito-, solo ha contribuido a confirmar la percepción popular de que los cuadros cubanos son unos burócratas sin carisma.

Es posible que en China o en Vietnam, con una cultura tan diferente a la nuestra, las cosas hayan sido de otra manera. Pero es una ilusión creer que en Cuba se puede sacar un proceso adelante sin hacer política revolucionaria, sin encender a las masas. Porque sin ese ingrediente la comunidad política va muriendo, y puede llegar el día en que a las masas les sea indiferente lo que ocurra en el gobierno. Entonces podrá pasar como en la Unión Soviética, el derrumbe del sistema sin que nadie haga algo por evitarlo.

Las tribunas son necesarias. Puede ser que nuestra experiencia con las tribunas abiertas de la Batalla de Ideas haya dejado mucho que desear. Pero la batalla de las ideas, en sí misma, sigue siendo imprescindible. Y esa lucha nadie estaría mejor preparado para encabezarla que los políticos revolucionarios de la Cuba futura.

17 mayo 2018 63 comentarios 198 vistas
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La unidad como pretexto

por Osmany Sánchez Roque 1 febrero 2018
escrito por Osmany Sánchez Roque

En medio de un concurrido teatro en la Universidad de La Habana el entonces Primer Secretario de la UJC Nacional mostró toda su arrogancia en el trato a un estudiante. La intervención de algunos amigos impidió que la reacción del estudiante provocara males mayores. Al cabo de tantos años –fue a principio de siglo- no recuerdo los detalles, pero sí que todo partió de la opinión del estudiante y la manida respuesta de que eso no eran las palabras de un revolucionario.

No era la primera vez que sucedía. A partir de ese suceso vinieron las anécdotas sobre hechos ocurridos en otras provincias con el mismo dirigente de la UJC. No recuerdo a una sola persona que no se haya puesto de parte del estudiante en ese altercado.

A raíz de los sucesos recientes y no tan recientes, me pregunto qué hubiese pasado si los presentes hubiesen manifestado su opinión en el teatro y fuera de él ¿nos habrían acusado de provocar la desunión? ¿habríamos sido tildados de contrarrevolucionarios o de promover el irrespeto a nuestros dirigentes? Es probable que sí.

Al cabo del tiempo ese dirigente fue promovido a nuevos cargos, cada vez más altos, con más poder, hasta que un día en video proyectado en otro teatro –irónico verdad- vi al fin su estrepitosa caída, luego de hacerle bastantes daños a la Revolución y a Fidel que confió en él.

Algunos no entienden que nuestro proyecto social está por encima de los posibles errores de aquellos que lo dirigen. Criticar lo mal hecho no es socavar la unidad sino fortalecerla. Los dirigentes vienen y van, las formas de la política y la Revolución es lo que queda. Mañana nos arrepentiremos de lo que no hayamos hecho hoy y es posible que sea demasiado tarde.

1 febrero 2018 49 comentarios 248 vistas
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No se llega lejos con un lápiz de color

por Yassel Padrón Kunakbaeva 30 enero 2018
escrito por Yassel Padrón Kunakbaeva

No hace mucho tiempo tuve la oportunidad de compartir con un joven de ideas liberales, con el que entablé una larga conversación de política. Fue una oportunidad para entrar en contacto con alguien que maneja un imaginario diferente al mío. Para él los ejemplos de movimientos antisistémicos había que buscarlos en la Polonia de Solidaridad, en República Checa o en la primavera árabe. Me mostró libros dónde había estadísticas sobre cuál era el índice de efectividad de la desobediencia civil en diferentes situaciones. En fin, tuvimos un buen choque de ideas.

Estadísticas para explicar revoluciones. Revoluciones naranjas, azules, verdes o pardas. Para un joven cubano, que ha escuchado sobre la penosa y larga marcha de los pueblos latinoamericanos, que sabe cuánta sangre costó la independencia de su patria, esas revoluciones de colorines no pueden pasar de ser un chiste.

El fracaso de los grupos de poder norteamericanos en su objetivo de provocar una revolución de color en Cuba debería ya alertarlos de que sus análisis están desorientados. Uno podría pensar que con tanto dinero que le dedican a sus tanques pensantes podrían haber rectificado sus errores. Sin embargo, se los impide su narcisismo cultural, que no les deja ver en Cuba las huellas de una revolución genuina de raíces profundas. Por haber vivido esta isla una verdadera hazaña histórica de magnitudes universales, hace solo seis décadas, es que posee inmunidad frente a esas revoluciones prefabricadas.

Es cierto que el proyecto revolucionario cubano se ha desgastado, se ha visto sujeto a desviaciones y ha perdido buena parte de su apoyo en las masas. La dura realidad económica lleva a muchos cubanos a romper con el proyecto y a buscar una mejor vida por el camino del individualismo. Sin embargo, el poder revolucionario cuenta con una legitimidad que se construyó a base de una gigantesca valentía y audacia. Los cubanos saben lo que es un proceso contrahegemónico verdadero.

Una revolución se hace enfrentándose a los grandes poderes, a los gigantes de las botas de siete leguas, y se hace con la disposición de ir hasta las últimas consecuencias. La última consecuencia, por supuesto, no puede ser otra que la muerte. Esas revueltas que financia el capitalismo mundial para boicotear a sus enemigos, revoluciones hechas con teléfonos inteligentes, twitter e instagram, parecen un juego de niños cobardes al lado de un proceso revolucionario real. Los cubanos, que pueden constatar eso mejor que nadie, difícilmente podrían creer en nadie que utilizase esos métodos.

Se avecinan tiempos difíciles para Cuba. La generación histórica, la que cuenta con la legitimidad de haber hecho la revolución, va a desaparecer necesariamente. Como consecuencia, una nueva generación tendrá que ocupar los puestos cimeros del poder y construir su propia legitimidad. Cuba va a estar más necesitada que nunca de revolucionarios. Pero no va a ser una revolución de color la que va a resolver nuestros problemas. La sangre de la revolución tiene que brotar de los manantiales más puros de nuestra historia, tiene que ser hija del machete vestida de rojo. El pasado tiene que fundirse con el presente y proyectarse hacia el futuro complejo, para que Cuba pueda seguir siendo, también en el siglo XXI, una isla extraordinaria.

30 enero 2018 44 comentarios 374 vistas
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Criticar o no criticar

por Miguel Alejandro Hayes 11 enero 2018
escrito por Miguel Alejandro Hayes

Algunos se pueden preguntar por qué hago esto. ¿Por qué escribo en un blog de dominio puntocom? ¿Por qué no uso las plataformas y medios tradicionales para expresar mis ideas? ¿Por qué cuestiono muchas cosas? ¿Si conozco el efecto que pudiera tener para el país? Son tantas las preguntas e intentos de cuestionamientos que llevarían todo un post exponerlas. Creo que estos, son los principales.

Lo primero que me gustaría decir, es mi ruptura con la idea de la fe ciega en la victoria. Mi fe, es en la lucha misma como proceso, como medio para la victoria. La lucha es la garantía, y solo con confianza en la primera se puede confiar en la segunda.  Es por eso, que mis inquietudes comienzan ahí, pensando en los medios de un revolucionario.

Me parece innecesaria la aclaración de que la lucha revolucionaria es por construir una sociedad más justa en Cuba (siempre puede ser más justa), una sociedad socialista (porque aún intentamos construirlo). Responder  las preguntas planteadas implica pensar con un poco de frialdad.

Escribir en un blog de dominio extranjero, como muchos piensan, no es nada malo. Es todo lo contrario, es la posibilidad de mayor visibilidad de las ideas expuestas, incluso con lectores cubanos. Y no se trata de egoísmo, es que todo el escribe algo y publica desea que muchos lo vean. La comunicación es una herramienta muy necesaria.

El uso de medios tradicionales y oficialistas: realmente no me niego a publicar ahí. Pero esas puertas no las tengo abiertas y para ser sincero, no creo que  un estudiante universitario (que no sea de periodismo) tenga muchas posibilidades ahí. No cuestiono tampoco la política editorial de nadie, pero mis cuestionamientos sobre el nuevo plan de estudios y la enseñanza del marxismo no son cosas que den las facilidades de presentarse (a lo mejor es que escribo muy mal). Y no es buscar en donde se abren las puertas a las ideas que se me ocurran, es mucho más que eso, es luchar por lo que creo, y eso incluye las vías en las que creo.

No es la bandera de la crítica por la crítica. Pero considero que ahí está el primer paso en la construcción social. No se puede pensar que la salud y la educación  gratuita resolvieron todas las necesidades, de hecho, crearon nuevos problemas y necesidades.  Todos saben que una necesidad satisfecha abre paso a nuevas necesidades, y no hablo de consumismo.[1] Por lo que no se puede pensar en que todo está bien, hay nuevas contradicciones y soluciones que darle.

Al pensar esto, veo en encontrar esas contradicciones y problemas, un punto de partida de la búsqueda de cómo defender esta revolución, la que quiero (como muchos) y sé que es necesaria. Y no confundo defender la revolución con defender el estado actual de las cosas en el país. De hecho, lo considero casi como contrapuestos. Muchos revolucionarios y otros que dicen serlo y que viven en el seno de la institución,  creen defender lo correcto tapando  errores, haciendo apología de lo mal hecho. Más allá de estar equivocados, con eso solo hacen daño. Bastaría con pensar el efecto que puede causar que una madre permita a su hijo todas las malcriadeces. A la larga, aunque no lo quiera, le hace daño.

Si tapamos el error, crecerá con el tiempo, y terminará por ser fatal. Pensando en el profe Calvino: no es solo la fachada de la casa, también hay que arreglar la parte de atrás porque se puede derrumbar completa. Sería hacer, que todo como está, se mantenga. Por eso, prefiero apuntar a lo errores, a los que con un poco de voluntad y compromiso se pueden resolver.

¿Será que hay gente que piensa que el presente no es tan grave? Estoy casi seguro que no, todo cubano sabe cómo es que vivimos, los beneficios y carencias. Y si hay alguien que no lo sepa, debería revisarse seriamente. Entonces, si los dirigentes y altos funcionarios conocen la realidad del país, ¿Por qué pretenden tapar lo  defectuoso  y olvidarse de ello?

Responder a esto con que, decir los problemas es reconocerlos y que después el imperio se aprovecharía de eso, me parece burla. Creo que de todos modos la prensa anticubana y contrarrevolucionaria siempre está inventando cosas sobre Cuba. Además, hay que ser lo suficientemente revolucionario para reconocer los errores cometidos y los defectos del presente, y aun más revolucionario, para luchar contra ellos cuando se es quien lo comete.

¿Qué pretenden hacer todos los que intentan tapar esas deficiencias? ¿Cuidan la revolución? En realidad no, están dejando que el huequito, las malcriadeces del niño, la parte trasera de la casa, vayan destruyendo lo bueno. Esos son tan dañinos a la revolución como los que abiertamente se declaran contra ella. Porque si estos pretenden destruirla por confrontación, esos lo hacen igual por falta de movimiento.

¿Qué defiende entonces quien niega la crítica? Su respuesta es el agua tibia: defiende su estatus dentro de la sociedad. El que lucha por preservar todo como está, es porque le conviene. Por eso, hay dirigentes y funcionarios abogando por la conformidad, difundiendo el criterio de la imposibilidad de que se esté mejor. Eso los mantiene en su posición privilegiada.

Mientras juegan con hacer apologías del presente, afirmando cosas como que estamos tan cerca del hombre nuevo, y que solo dañan la imagen del proceso revolucionario, se fomentan las desigualdades sociales.[2] No recuerdo que muchas veces los esfuerzos movilizativos de organizaciones sociales de jóvenes, estudiantes, entre otras, se hayan hecho para resolver esa desigualdad  u otros problemas que nos aquejan. No es por resolver eso por lo que luchan, y por tanto la idea de no ejercer la crítica (la revolucionaria) no responde a resolver  problemas sociales.

Siendo el punto de cierre, me replanteo la cuestión: ¿Por qué no hacerlo? ¿Por qué dejar que el instinto de auto-conservación de ciertos grupos con poder sobre los demás que se manifiesta como el más extremo conservadurismo político predomine como practica revolucionaria? El compromiso revolucionario no está con la estructura actual sino con el perfeccionamiento de ella. La crítica revolucionaria es la expresión de ese compromiso desde el lado que no se tiene determinado poder político. Su ejercicio debe hacerse desde también desde el lado que se ejerce el poder. Es un arma que solo los verdaderos revolucionarios comprenden su importancia. ¡Por eso la uso!

[1] Aclaro que no es esa visión de las necesidades que establece el economicismo que dice que el que tiene una bicicleta despues quiere una moto, etc. Hablo de cosas tan simples, como que quien lee un libro y se queda satisfecho, puede necesitar leer otro después y sentirse feliz.

[2] Recuerdo que el Índice de desigualdad de Cuba (Indice de Gini) no es de conocimiento público.

11 enero 2018 48 comentarios 327 vistas
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El peligro de las divisiones

por Osmany Sánchez Roque 13 diciembre 2017
escrito por Osmany Sánchez Roque

Nada beneficia más a la derecha que la división entre la izquierda y no hay algo que perjudique tanto a esta como sus propios errores. La traición de Lenin Moreno en Ecuador y los acontecimientos que nos llegan desde Venezuela y que involucran a pesos pesados dentro de la Revolución Bolivariana nos dejan muchas lecciones.

A mí me sorprenden estos acontecimientos sin embargo amigos que han estado en esos países lo ven como algo que veían venir y faltan otros, me dicen. El pueblo no se equivoca, solo hay que estar dispuesto a escuchar su opinión. Hace poco en Matanzas vivimos la experiencia de una dirigente impopular y sus nefastas consecuencias.

La división dentro de un movimiento político puede estar motivada por ambiciones personales o por falta de comunicación. No puede ser que, ante un enemigo implacable, dos amigos se dividan mientras dicen defender los mismos principios. Mucho más cuando la derecha – ante su desprestigio – acude al recurso de mimetizarse con los colores de la izquierda.

La única forma de mantener la unidad es abrir cada día más espacios para la crítica revolucionaria y cerrar el paso a los oportunistas. La Revolución es de todos. Los que están dirigiendo hoy, a cualquier nivel, no deben olvidar que su principal función es responder a los intereses del pueblo.

Si nos dividimos perdemos.

13 diciembre 2017 144 comentarios 284 vistas
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revolucionarios

Los revolucionarios difíciles

por Harold Cardenas Lema 18 mayo 2017
escrito por Harold Cardenas Lema

No se escribe un libro sobre alguien que sigue las reglas, porque no se cambia lo que debe ser cambiado respetando el orden imperante. Ninguno de nuestros héroes fue particularmente obediente, al contrario. Son los revolucionarios difíciles quienes muestran el camino, en un balance de ruptura y continuidad que cambia de forma pero mantiene las esencias. No son muchos los intelectuales que hacen eso y cuando perdemos uno, sentimos que se nos van miles. Esos son los imprescindibles.

No había un debate actual sobre el que Guillermo Rodríguez Rivera no se atreviera a escribir. Desde una película censurada hasta el bloqueo, no necesitaba “todos los elementos”, el sentido común era suficiente. Criticaba absurdos y defendía lo nuestro. Mientras otros escogían caminos más llanos, él participaba. Quizás por la satisfacción del deber cumplido, seguro consciente de la posible ingratitud de los hombres.

Fue el primer gran intelectual que conocí. Yo era aquel que entre cien estudiantes le pidió un autógrafo de su libro “Por el camino de la mar”. Habló en mi universidad y pasaron dos cosas: me fascinó la mitad de lo que dijo y no entendí la otra. Esa chispa de conocimiento, junto a la Guerra de los Correos e Internet, cambiaron mi vida. En el estudio del pensamiento cubano fui descubriendo algo por lo que luchar. Guillermo hizo eso por mí.

Nunca le agradecí. Otro día lo encontré en el Instituto Superior de Arte (ISA), donde se defendía una tesis sobre el Quinquenio Gris. Tuve el lujo de escuchar a Guillermo y Ambrosio Fornet hablar más de tres horas sobre política cultural en Cuba y sus experiencias personales. Rivera pertenecía a una línea de pensamiento cubano que no subordina su ética a la disciplina o la obediencia, nada hay más revolucionario que el conocimiento y la verdad.

Otro difícil fue Alfredo Guevara. Recuerdo cuando hicieron un panel sobre Alfredo en otra universidad, enumerando responsabilidades y enalteciendo su incondicionalidad, sin una palabra sobre la herejía que lo acompañaba. Omitieron su cruzada por promover un pensamiento crítico en la juventud, a lo cual dedicó sus últimos años, febrilmente. Ese día preferí ser políticamente correcto pero nunca más guardo silencio. La cruzada de Guevara por mover a los jóvenes, es similar a la de Guillermo publicando en un blog o Graziella Pogolotti en nuestra prensa. Es compromiso.

No tengo ni quiero una imagen edulcorada sobre Rodríguez Rivera. Quizás hoy comiencen a citarlo solo como escritor e intelectual, relegando a un segundo plano su capacidad de diálogo e inserción en los debates importantes de la opinión pública nacional. Mejor seguir su ejemplo que gastar mármol en pedestales. Guillermo decía que las verdaderas revoluciones son siempre difíciles. Y sus mejores hijos son también los más dificultosos. Por eso nuestros paradigmas de hoy son los herejes de antes, absueltos por el tiempo.

18 mayo 2017 37 comentarios 262 vistas
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La agonía de Guiteras

por Harold Cardenas Lema 9 mayo 2017
escrito por Harold Cardenas Lema

Los héroes cubanos mueren jóvenes o viven lo suficiente para ser incomprendidos. Ya lo sabía Mella, que acosado[1] por el partido que fundó y bajo peligro de muerte por el tirano de turno, apenas sobrevivió algunos años en México. También lo supo Villena, reconocido líder del Partido Comunista en Cuba que por su condición intelectual murió sin poder ejercer como secretario general de la organización. Cuando murió Antonio Guiteras a los 28 años de edad, era el revolucionario que más logros concretos había otorgado a la clase obrera en su país, debiendo sufrir los ataques de la derecha imperialista y la incomprensión de la izquierda ortodoxa, así terminaba su agonía.

Su conexión con Julio Antonio Mella es de una increíble coincidencia. Esta iba más allá del nombre que compartían, ambos de madre norteamericana con raíces irlandesas, hablaron primero el inglés que el español. Mella con un abuelo considerado héroe de la independencia en República Dominicana, el segundo con un tío fusilado por contrabandear armas a Cuba y un tío-abuelo irlandés de pasado heroico. Ambos vivirían la agonía de luchar contra todos los fuegos.

Las primeras palabras del pequeño Tony fueron: “I want to go out”, él que en el futuro será calificado por la revista Time como “el más antinorteamericano y antimperialista”.

Durante el Gobierno de los 100 Días dirigió tres ministerios a la vez: Guerra, Marina y Gobernación. Su papel fue clave para los avances populares que tuvieron lugar bajo el gobierno de Grau, pero fue mayormente incomprendido por parte de la izquierda y en especial por el movimiento comunista. Guiteras pasó su ministerio liberando a los comunistas que Fulgencio Batista encerraba, enviando un ramo de olivo que cada día era ignorado por la testarudez disfrazada de disciplina partidista. Muy criticado por oponerse al entierro de las cenizas de Mella, sabía que era el pretexto ansiado por Batista para hacer correr sangre revolucionaria, y así ocurrió. También culparon a Tony por eso.

Como revolucionario que medía bien la correlación de fuerzas, no temió ser ministro de un gobierno capitalista, sino que ocupó tres carteras ministeriales a la vez, desde las cuales logró profundas conquistas sociales. Fumando constantemente, alimentándose de café con leche, durmiendo en el sofá de su oficina y evitando que le dijeran doctor. Compensaba su frustración siendo un revolucionario útil. Aun así, el movimiento comunista insistía en llamarlo “social-fascista de izquierda”. La grandeza de Guiteras también radica en ver más allá y ser mejor que sus críticos, en no atacar al Partido incluso siendo atacado por él, lección histórica.

Su agónica contradicción de revolucionario incomprendido, se agudizó por la persecución policial. Al terminar el Gobierno de los 100 Días vivió oculto en la Habana, aunque no había orden legal en su contra, era el enemigo público número uno. En una ocasión que iba en automóvil, un policía lo detiene y va a inspeccionarlo, cuando se acerca encañona al gendarme y le dice: “¿a quién está buscando? ¿A mí?”, el policía pide disculpas y retrocede sin hacer mucha resistencia. En otra ocasión cuando la casa donde estaba fue rodeada por los soldados, sale caminando muy amoroso tomado de la mano de la novia.

Los aires comienzan a cambiar en el seno del Partido Comunista. Si en septiembre de 1934 arremetían contra Tony y le llamaban “el tipo más peligroso”, después de proclamada la táctica del frente popular en la Conferencia con los Partidos Comunistas de América Latina, los cubanos reciben indicaciones de acercarse a Guiteras y su organización Joven Cuba. Ya es tarde, la muerte le espera.

Su agonía termina el 8 de mayo de 1935. Cuando un venezolano le dice a un cubano en la costa de la bahía de Matanzas: “antes de rendirnos nos morimos…”, la respuesta del otro no se hizo esperar: “nos morimos”. Instantes después caían de un disparo al corazón y otro en la cabeza Antonio Guiteras Holmes y Carlos Aponte. Tony muere joven e incomprendido aun, sin tiempo suficiente para materializar una alianza con el movimiento comunista, su aliado natural.

Luego de su asesinato en el Morrillo, sus restos fueron robados del cementerio de Matanzas por El Viejo, un miembro de Joven Cuba. Tres décadas estuvieron en una pequeña caja en el sótano de la casa de El Viejo en Marianao, no importó que Batista le ofreciera 50 000 dólares, no los entregó y no es hasta 1970 que llegan a manos del entonces Ministro del Interior de Cuba. El delator que provocó la muerte de Guiteras recibió por su acción 40 000 pesos y un ascenso a capitán de corbeta. Un año exactamente después de la muerte de Antonio, un grupo de Joven Cuba le hizo un atentado con bomba que le costaría la vida. La traición se pagaba caro.

Los héroes mueren jóvenes o viven lo suficiente para ser incomprendidos, pero el tiempo absuelve. El Partido Comunista actual, reconoce en Tony uno de los grandes hombres de su tiempo, y con esa dosis de justicia histórica termina esta historia. Solo queda aprender de él y no poner a los revolucionarios actuales en una disyuntiva así, o la agonía de Guiteras seguirá por mucho tiempo.

[1] Baste este ejemplo para demostrar la incomprensión que sufrió Mella por parte de sus compañeros. El 31 de mayo de 1926 el PCC escribió, en carta dirigida al Partido Comunista de México (PCM), que el recién llegado a sus tierras era “(…) un perfecto y descarado saboteador de los ideales comunistas, a quien le tenéis que negar toda relación (…) un líder extraviado que no descansa en sabotear, por infinitos medios, nuestra heroica labor (…)” El PCM no se dejó impresionar. Los comunistas mexicanos lo aceptaron en sus filas y perteneció a su Comité Central, incluso llegando a sustituir al Secretario General entre junio y septiembre de 1928. Ver en el Archivo Estatal Ruso de Historia Político-Social (RGASPI), Fondo 495-105-2, f. 23

9 mayo 2017 142 comentarios 399 vistas
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