La Joven Cuba
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Revolucionario

La unidad como pretexto

por Consejo Editorial 1 febrero 2018
escrito por Consejo Editorial

En medio de un concurrido teatro en la Universidad de La Habana el entonces Primer Secretario de la UJC Nacional mostró toda su arrogancia en el trato a un estudiante. La intervención de algunos amigos impidió que la reacción del estudiante provocara males mayores. Al cabo de tantos años –fue a principio de siglo- no recuerdo los detalles, pero sí que todo partió de la opinión del estudiante y la manida respuesta de que eso no eran las palabras de un revolucionario.

No era la primera vez que sucedía. A partir de ese suceso vinieron las anécdotas sobre hechos ocurridos en otras provincias con el mismo dirigente de la UJC. No recuerdo a una sola persona que no se haya puesto de parte del estudiante en ese altercado.

A raíz de los sucesos recientes y no tan recientes, me pregunto qué hubiese pasado si los presentes hubiesen manifestado su opinión en el teatro y fuera de él ¿nos habrían acusado de provocar la desunión? ¿habríamos sido tildados de contrarrevolucionarios o de promover el irrespeto a nuestros dirigentes? Es probable que sí.

Al cabo del tiempo ese dirigente fue promovido a nuevos cargos, cada vez más altos, con más poder, hasta que un día en video proyectado en otro teatro –irónico verdad- vi al fin su estrepitosa caída, luego de hacerle bastantes daños a la Revolución y a Fidel que confió en él.

Algunos no entienden que nuestro proyecto social está por encima de los posibles errores de aquellos que lo dirigen. Criticar lo mal hecho no es socavar la unidad sino fortalecerla. Los dirigentes vienen y van, las formas de la política y la Revolución es lo que queda. Mañana nos arrepentiremos de lo que no hayamos hecho hoy y es posible que sea demasiado tarde.

1 febrero 2018 49 comentarios 415 vistas
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No se llega lejos con un lápiz de color

por Consejo Editorial 30 enero 2018
escrito por Consejo Editorial

No hace mucho tiempo tuve la oportunidad de compartir con un joven de ideas liberales, con el que entablé una larga conversación de política. Fue una oportunidad para entrar en contacto con alguien que maneja un imaginario diferente al mío. Para él los ejemplos de movimientos antisistémicos había que buscarlos en la Polonia de Solidaridad, en República Checa o en la primavera árabe. Me mostró libros dónde había estadísticas sobre cuál era el índice de efectividad de la desobediencia civil en diferentes situaciones. En fin, tuvimos un buen choque de ideas.

Estadísticas para explicar revoluciones. Revoluciones naranjas, azules, verdes o pardas. Para un joven cubano, que ha escuchado sobre la penosa y larga marcha de los pueblos latinoamericanos, que sabe cuánta sangre costó la independencia de su patria, esas revoluciones de colorines no pueden pasar de ser un chiste.

El fracaso de los grupos de poder norteamericanos en su objetivo de provocar una revolución de color en Cuba debería ya alertarlos de que sus análisis están desorientados. Uno podría pensar que con tanto dinero que le dedican a sus tanques pensantes podrían haber rectificado sus errores. Sin embargo, se los impide su narcisismo cultural, que no les deja ver en Cuba las huellas de una revolución genuina de raíces profundas. Por haber vivido esta isla una verdadera hazaña histórica de magnitudes universales, hace solo seis décadas, es que posee inmunidad frente a esas revoluciones prefabricadas.

Es cierto que el proyecto revolucionario cubano se ha desgastado, se ha visto sujeto a desviaciones y ha perdido buena parte de su apoyo en las masas. La dura realidad económica lleva a muchos cubanos a romper con el proyecto y a buscar una mejor vida por el camino del individualismo. Sin embargo, el poder revolucionario cuenta con una legitimidad que se construyó a base de una gigantesca valentía y audacia. Los cubanos saben lo que es un proceso contrahegemónico verdadero.

Una revolución se hace enfrentándose a los grandes poderes, a los gigantes de las botas de siete leguas, y se hace con la disposición de ir hasta las últimas consecuencias. La última consecuencia, por supuesto, no puede ser otra que la muerte. Esas revueltas que financia el capitalismo mundial para boicotear a sus enemigos, revoluciones hechas con teléfonos inteligentes, twitter e instagram, parecen un juego de niños cobardes al lado de un proceso revolucionario real. Los cubanos, que pueden constatar eso mejor que nadie, difícilmente podrían creer en nadie que utilizase esos métodos.

Se avecinan tiempos difíciles para Cuba. La generación histórica, la que cuenta con la legitimidad de haber hecho la revolución, va a desaparecer necesariamente. Como consecuencia, una nueva generación tendrá que ocupar los puestos cimeros del poder y construir su propia legitimidad. Cuba va a estar más necesitada que nunca de revolucionarios. Pero no va a ser una revolución de color la que va a resolver nuestros problemas. La sangre de la revolución tiene que brotar de los manantiales más puros de nuestra historia, tiene que ser hija del machete vestida de rojo. El pasado tiene que fundirse con el presente y proyectarse hacia el futuro complejo, para que Cuba pueda seguir siendo, también en el siglo XXI, una isla extraordinaria.

30 enero 2018 44 comentarios 528 vistas
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Criticar o no criticar

por Consejo Editorial 11 enero 2018
escrito por Consejo Editorial

Algunos se pueden preguntar por qué hago esto. ¿Por qué escribo en un blog de dominio puntocom? ¿Por qué no uso las plataformas y medios tradicionales para expresar mis ideas? ¿Por qué cuestiono muchas cosas? ¿Si conozco el efecto que pudiera tener para el país? Son tantas las preguntas e intentos de cuestionamientos que llevarían todo un post exponerlas. Creo que estos, son los principales.

Lo primero que me gustaría decir, es mi ruptura con la idea de la fe ciega en la victoria. Mi fe, es en la lucha misma como proceso, como medio para la victoria. La lucha es la garantía, y solo con confianza en la primera se puede confiar en la segunda.  Es por eso, que mis inquietudes comienzan ahí, pensando en los medios de un revolucionario.

Me parece innecesaria la aclaración de que la lucha revolucionaria es por construir una sociedad más justa en Cuba (siempre puede ser más justa), una sociedad socialista (porque aún intentamos construirlo). Responder  las preguntas planteadas implica pensar con un poco de frialdad.

Escribir en un blog de dominio extranjero, como muchos piensan, no es nada malo. Es todo lo contrario, es la posibilidad de mayor visibilidad de las ideas expuestas, incluso con lectores cubanos. Y no se trata de egoísmo, es que todo el escribe algo y publica desea que muchos lo vean. La comunicación es una herramienta muy necesaria.

El uso de medios tradicionales y oficialistas: realmente no me niego a publicar ahí. Pero esas puertas no las tengo abiertas y para ser sincero, no creo que  un estudiante universitario (que no sea de periodismo) tenga muchas posibilidades ahí. No cuestiono tampoco la política editorial de nadie, pero mis cuestionamientos sobre el nuevo plan de estudios y la enseñanza del marxismo no son cosas que den las facilidades de presentarse (a lo mejor es que escribo muy mal). Y no es buscar en donde se abren las puertas a las ideas que se me ocurran, es mucho más que eso, es luchar por lo que creo, y eso incluye las vías en las que creo.

No es la bandera de la crítica por la crítica. Pero considero que ahí está el primer paso en la construcción social. No se puede pensar que la salud y la educación  gratuita resolvieron todas las necesidades, de hecho, crearon nuevos problemas y necesidades.  Todos saben que una necesidad satisfecha abre paso a nuevas necesidades, y no hablo de consumismo.[1] Por lo que no se puede pensar en que todo está bien, hay nuevas contradicciones y soluciones que darle.

Al pensar esto, veo en encontrar esas contradicciones y problemas, un punto de partida de la búsqueda de cómo defender esta revolución, la que quiero (como muchos) y sé que es necesaria. Y no confundo defender la revolución con defender el estado actual de las cosas en el país. De hecho, lo considero casi como contrapuestos. Muchos revolucionarios y otros que dicen serlo y que viven en el seno de la institución,  creen defender lo correcto tapando  errores, haciendo apología de lo mal hecho. Más allá de estar equivocados, con eso solo hacen daño. Bastaría con pensar el efecto que puede causar que una madre permita a su hijo todas las malcriadeces. A la larga, aunque no lo quiera, le hace daño.

Si tapamos el error, crecerá con el tiempo, y terminará por ser fatal. Pensando en el profe Calvino: no es solo la fachada de la casa, también hay que arreglar la parte de atrás porque se puede derrumbar completa. Sería hacer, que todo como está, se mantenga. Por eso, prefiero apuntar a lo errores, a los que con un poco de voluntad y compromiso se pueden resolver.

¿Será que hay gente que piensa que el presente no es tan grave? Estoy casi seguro que no, todo cubano sabe cómo es que vivimos, los beneficios y carencias. Y si hay alguien que no lo sepa, debería revisarse seriamente. Entonces, si los dirigentes y altos funcionarios conocen la realidad del país, ¿Por qué pretenden tapar lo  defectuoso  y olvidarse de ello?

Responder a esto con que, decir los problemas es reconocerlos y que después el imperio se aprovecharía de eso, me parece burla. Creo que de todos modos la prensa anticubana y contrarrevolucionaria siempre está inventando cosas sobre Cuba. Además, hay que ser lo suficientemente revolucionario para reconocer los errores cometidos y los defectos del presente, y aun más revolucionario, para luchar contra ellos cuando se es quien lo comete.

¿Qué pretenden hacer todos los que intentan tapar esas deficiencias? ¿Cuidan la revolución? En realidad no, están dejando que el huequito, las malcriadeces del niño, la parte trasera de la casa, vayan destruyendo lo bueno. Esos son tan dañinos a la revolución como los que abiertamente se declaran contra ella. Porque si estos pretenden destruirla por confrontación, esos lo hacen igual por falta de movimiento.

¿Qué defiende entonces quien niega la crítica? Su respuesta es el agua tibia: defiende su estatus dentro de la sociedad. El que lucha por preservar todo como está, es porque le conviene. Por eso, hay dirigentes y funcionarios abogando por la conformidad, difundiendo el criterio de la imposibilidad de que se esté mejor. Eso los mantiene en su posición privilegiada.

Mientras juegan con hacer apologías del presente, afirmando cosas como que estamos tan cerca del hombre nuevo, y que solo dañan la imagen del proceso revolucionario, se fomentan las desigualdades sociales.[2] No recuerdo que muchas veces los esfuerzos movilizativos de organizaciones sociales de jóvenes, estudiantes, entre otras, se hayan hecho para resolver esa desigualdad  u otros problemas que nos aquejan. No es por resolver eso por lo que luchan, y por tanto la idea de no ejercer la crítica (la revolucionaria) no responde a resolver  problemas sociales.

Siendo el punto de cierre, me replanteo la cuestión: ¿Por qué no hacerlo? ¿Por qué dejar que el instinto de auto-conservación de ciertos grupos con poder sobre los demás que se manifiesta como el más extremo conservadurismo político predomine como practica revolucionaria? El compromiso revolucionario no está con la estructura actual sino con el perfeccionamiento de ella. La crítica revolucionaria es la expresión de ese compromiso desde el lado que no se tiene determinado poder político. Su ejercicio debe hacerse desde también desde el lado que se ejerce el poder. Es un arma que solo los verdaderos revolucionarios comprenden su importancia. ¡Por eso la uso!

[1] Aclaro que no es esa visión de las necesidades que establece el economicismo que dice que el que tiene una bicicleta despues quiere una moto, etc. Hablo de cosas tan simples, como que quien lee un libro y se queda satisfecho, puede necesitar leer otro después y sentirse feliz.

[2] Recuerdo que el Índice de desigualdad de Cuba (Indice de Gini) no es de conocimiento público.

11 enero 2018 48 comentarios 485 vistas
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El peligro de las divisiones

por Consejo Editorial 13 diciembre 2017
escrito por Consejo Editorial

Nada beneficia más a la derecha que la división entre la izquierda y no hay algo que perjudique tanto a esta como sus propios errores. La traición de Lenin Moreno en Ecuador y los acontecimientos que nos llegan desde Venezuela y que involucran a pesos pesados dentro de la Revolución Bolivariana nos dejan muchas lecciones.

A mí me sorprenden estos acontecimientos sin embargo amigos que han estado en esos países lo ven como algo que veían venir y faltan otros, me dicen. El pueblo no se equivoca, solo hay que estar dispuesto a escuchar su opinión. Hace poco en Matanzas vivimos la experiencia de una dirigente impopular y sus nefastas consecuencias.

La división dentro de un movimiento político puede estar motivada por ambiciones personales o por falta de comunicación. No puede ser que, ante un enemigo implacable, dos amigos se dividan mientras dicen defender los mismos principios. Mucho más cuando la derecha – ante su desprestigio – acude al recurso de mimetizarse con los colores de la izquierda.

La única forma de mantener la unidad es abrir cada día más espacios para la crítica revolucionaria y cerrar el paso a los oportunistas. La Revolución es de todos. Los que están dirigiendo hoy, a cualquier nivel, no deben olvidar que su principal función es responder a los intereses del pueblo.

Si nos dividimos perdemos.

13 diciembre 2017 144 comentarios 439 vistas
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revolucionarios

Los revolucionarios difíciles

por Consejo Editorial 18 mayo 2017
escrito por Consejo Editorial

No se escribe un libro sobre alguien que sigue las reglas, porque no se cambia lo que debe ser cambiado respetando el orden imperante. Ninguno de nuestros héroes fue particularmente obediente, al contrario. Son los revolucionarios difíciles quienes muestran el camino, en un balance de ruptura y continuidad que cambia de forma pero mantiene las esencias. No son muchos los intelectuales que hacen eso y cuando perdemos uno, sentimos que se nos van miles. Esos son los imprescindibles.

No había un debate actual sobre el que Guillermo Rodríguez Rivera no se atreviera a escribir. Desde una película censurada hasta el bloqueo, no necesitaba “todos los elementos”, el sentido común era suficiente. Criticaba absurdos y defendía lo nuestro. Mientras otros escogían caminos más llanos, él participaba. Quizás por la satisfacción del deber cumplido, seguro consciente de la posible ingratitud de los hombres.

Fue el primer gran intelectual que conocí. Yo era aquel que entre cien estudiantes le pidió un autógrafo de su libro “Por el camino de la mar”. Habló en mi universidad y pasaron dos cosas: me fascinó la mitad de lo que dijo y no entendí la otra. Esa chispa de conocimiento, junto a la Guerra de los Correos e Internet, cambiaron mi vida. En el estudio del pensamiento cubano fui descubriendo algo por lo que luchar. Guillermo hizo eso por mí.

Nunca le agradecí. Otro día lo encontré en el Instituto Superior de Arte (ISA), donde se defendía una tesis sobre el Quinquenio Gris. Tuve el lujo de escuchar a Guillermo y Ambrosio Fornet hablar más de tres horas sobre política cultural en Cuba y sus experiencias personales. Rivera pertenecía a una línea de pensamiento cubano que no subordina su ética a la disciplina o la obediencia, nada hay más revolucionario que el conocimiento y la verdad.

Otro difícil fue Alfredo Guevara. Recuerdo cuando hicieron un panel sobre Alfredo en otra universidad, enumerando responsabilidades y enalteciendo su incondicionalidad, sin una palabra sobre la herejía que lo acompañaba. Omitieron su cruzada por promover un pensamiento crítico en la juventud, a lo cual dedicó sus últimos años, febrilmente. Ese día preferí ser políticamente correcto pero nunca más guardo silencio. La cruzada de Guevara por mover a los jóvenes, es similar a la de Guillermo publicando en un blog o Graziella Pogolotti en nuestra prensa. Es compromiso.

No tengo ni quiero una imagen edulcorada sobre Rodríguez Rivera. Quizás hoy comiencen a citarlo solo como escritor e intelectual, relegando a un segundo plano su capacidad de diálogo e inserción en los debates importantes de la opinión pública nacional. Mejor seguir su ejemplo que gastar mármol en pedestales. Guillermo decía que las verdaderas revoluciones son siempre difíciles. Y sus mejores hijos son también los más dificultosos. Por eso nuestros paradigmas de hoy son los herejes de antes, absueltos por el tiempo.

18 mayo 2017 37 comentarios 368 vistas
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La agonía de Guiteras

por Consejo Editorial 9 mayo 2017
escrito por Consejo Editorial

Los héroes cubanos mueren jóvenes o viven lo suficiente para ser incomprendidos. Ya lo sabía Mella, que acosado[1] por el partido que fundó y bajo peligro de muerte por el tirano de turno, apenas sobrevivió algunos años en México. También lo supo Villena, reconocido líder del Partido Comunista en Cuba que por su condición intelectual murió sin poder ejercer como secretario general de la organización. Cuando murió Antonio Guiteras a los 28 años de edad, era el revolucionario que más logros concretos había otorgado a la clase obrera en su país, debiendo sufrir los ataques de la derecha imperialista y la incomprensión de la izquierda ortodoxa, así terminaba su agonía.

Su conexión con Julio Antonio Mella es de una increíble coincidencia. Esta iba más allá del nombre que compartían, ambos de madre norteamericana con raíces irlandesas, hablaron primero el inglés que el español. Mella con un abuelo considerado héroe de la independencia en República Dominicana, el segundo con un tío fusilado por contrabandear armas a Cuba y un tío-abuelo irlandés de pasado heroico. Ambos vivirían la agonía de luchar contra todos los fuegos.

Las primeras palabras del pequeño Tony fueron: “I want to go out”, él que en el futuro será calificado por la revista Time como “el más antinorteamericano y antimperialista”.

Durante el Gobierno de los 100 Días dirigió tres ministerios a la vez: Guerra, Marina y Gobernación. Su papel fue clave para los avances populares que tuvieron lugar bajo el gobierno de Grau, pero fue mayormente incomprendido por parte de la izquierda y en especial por el movimiento comunista. Guiteras pasó su ministerio liberando a los comunistas que Fulgencio Batista encerraba, enviando un ramo de olivo que cada día era ignorado por la testarudez disfrazada de disciplina partidista. Muy criticado por oponerse al entierro de las cenizas de Mella, sabía que era el pretexto ansiado por Batista para hacer correr sangre revolucionaria, y así ocurrió. También culparon a Tony por eso.

Como revolucionario que medía bien la correlación de fuerzas, no temió ser ministro de un gobierno capitalista, sino que ocupó tres carteras ministeriales a la vez, desde las cuales logró profundas conquistas sociales. Fumando constantemente, alimentándose de café con leche, durmiendo en el sofá de su oficina y evitando que le dijeran doctor. Compensaba su frustración siendo un revolucionario útil. Aun así, el movimiento comunista insistía en llamarlo “social-fascista de izquierda”. La grandeza de Guiteras también radica en ver más allá y ser mejor que sus críticos, en no atacar al Partido incluso siendo atacado por él, lección histórica.

Su agónica contradicción de revolucionario incomprendido, se agudizó por la persecución policial. Al terminar el Gobierno de los 100 Días vivió oculto en la Habana, aunque no había orden legal en su contra, era el enemigo público número uno. En una ocasión que iba en automóvil, un policía lo detiene y va a inspeccionarlo, cuando se acerca encañona al gendarme y le dice: “¿a quién está buscando? ¿A mí?”, el policía pide disculpas y retrocede sin hacer mucha resistencia. En otra ocasión cuando la casa donde estaba fue rodeada por los soldados, sale caminando muy amoroso tomado de la mano de la novia.

Los aires comienzan a cambiar en el seno del Partido Comunista. Si en septiembre de 1934 arremetían contra Tony y le llamaban “el tipo más peligroso”, después de proclamada la táctica del frente popular en la Conferencia con los Partidos Comunistas de América Latina, los cubanos reciben indicaciones de acercarse a Guiteras y su organización Joven Cuba. Ya es tarde, la muerte le espera.

Su agonía termina el 8 de mayo de 1935. Cuando un venezolano le dice a un cubano en la costa de la bahía de Matanzas: “antes de rendirnos nos morimos…”, la respuesta del otro no se hizo esperar: “nos morimos”. Instantes después caían de un disparo al corazón y otro en la cabeza Antonio Guiteras Holmes y Carlos Aponte. Tony muere joven e incomprendido aun, sin tiempo suficiente para materializar una alianza con el movimiento comunista, su aliado natural.

Luego de su asesinato en el Morrillo, sus restos fueron robados del cementerio de Matanzas por El Viejo, un miembro de Joven Cuba. Tres décadas estuvieron en una pequeña caja en el sótano de la casa de El Viejo en Marianao, no importó que Batista le ofreciera 50 000 dólares, no los entregó y no es hasta 1970 que llegan a manos del entonces Ministro del Interior de Cuba. El delator que provocó la muerte de Guiteras recibió por su acción 40 000 pesos y un ascenso a capitán de corbeta. Un año exactamente después de la muerte de Antonio, un grupo de Joven Cuba le hizo un atentado con bomba que le costaría la vida. La traición se pagaba caro.

Los héroes mueren jóvenes o viven lo suficiente para ser incomprendidos, pero el tiempo absuelve. El Partido Comunista actual, reconoce en Tony uno de los grandes hombres de su tiempo, y con esa dosis de justicia histórica termina esta historia. Solo queda aprender de él y no poner a los revolucionarios actuales en una disyuntiva así, o la agonía de Guiteras seguirá por mucho tiempo.

[1] Baste este ejemplo para demostrar la incomprensión que sufrió Mella por parte de sus compañeros. El 31 de mayo de 1926 el PCC escribió, en carta dirigida al Partido Comunista de México (PCM), que el recién llegado a sus tierras era “(…) un perfecto y descarado saboteador de los ideales comunistas, a quien le tenéis que negar toda relación (…) un líder extraviado que no descansa en sabotear, por infinitos medios, nuestra heroica labor (…)” El PCM no se dejó impresionar. Los comunistas mexicanos lo aceptaron en sus filas y perteneció a su Comité Central, incluso llegando a sustituir al Secretario General entre junio y septiembre de 1928. Ver en el Archivo Estatal Ruso de Historia Político-Social (RGASPI), Fondo 495-105-2, f. 23

9 mayo 2017 142 comentarios 627 vistas
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universidad

¿Para quién es la universidad?

por Consejo Editorial 21 abril 2017
escrito por Consejo Editorial

Los sucesos de la suspensión de una estudiante y una profesora de la Universidad Central de Las Villas han puesto a dicha institución en el centro de la atención mediática. Como sucede en la inmensa mayoría de los casos, se ejerce la opinión sin tomarse el tiempo para indagar acerca de las causas de una u otra decisión.

Cada cual parte de sus elementos a priori respectivos y defiende los principios de que parte. Yo no puedo hacer mucho más, puesto que la información es poca, pero creo necesario intervenir ya que la avalancha adquiere apariencia de bombardeo y se requiere mirar también desde otros ángulos.

Para expresar mi opinión sobre el asunto, expongo mis elementos a priori:

1) no me agrada reprimir a nadie por sus ideas

2) aprendí a distinguir hace tiempo cuándo se trata de ideas y cuándo de política

3) en la lucha dispareja a nivel internacional, la idea burguesa lleva ventaja porque el liberalismo sigue siendo dominante

4) para colmo, no le basta esa ventaja ideológica y la pretende subversivamente cuando siente que la va perdiendo

5) para remontar esa ventaja y la acción subversiva, la idea contraria no puede caer en la ingenuidad del “derecho a la libre expresión”

6) la lógica burocrática sigue siendo torpe para plantear sus argumentos y no resulta creíble.

Mi época de juventud coincidió con la “perestroika” (reestructuración) soviética; yo estudié en la URSS y regresé imbuido de aquellas ideas que representaban para mí y para muchos la rectificación de un rumbo en extremo impopular, de desconexión de una dirigencia burocrática respecto del pueblo, de superación de la indolencia en el trabajo, de la mentira como norma informativa; en resumen, veíamos en la “perestroika” la esperanza de que el socialismo tomara fuerza y lograra superar definitivamente al capitalismo como régimen verdaderamente humano.

La “perestroika” tuvo su política ideológica en la “glásnost” (transparencia) y por la “glásnost” me formé en la idea de que el comunista debía ser transparente en sus acciones: si no quieres que te censuren, no hagas nada censurable; la transparencia debía regir la política informativa, la política cultural, la vida del partido, en fin, la vida en la sociedad.

Por eso conozco la libertad de pensamiento y la defiendo con todas mis fuerzas. De regreso a Cuba encontré frenos en varias instancias que no pensaban como yo; fui apartado de la vida política por unos años, sin llegar a conocer una represión abierta, pero sé lo que es el aislamiento por tener ideas diferentes.

Por eso no es de mi agrado si alguien sufre por una razón análoga. A la estudiante separada de su carrera no la llegué a conocer; a la profesora, sí, fue mi alumna hace algunos años y siempre tuve buena opinión de ella, de su educación esmerada, de su inteligencia.

Sabía de sus ideas religiosas, pero hace ya rato que en este país no es un problema la profesión de fe. Como la nota fue demasiado parca en detalles, no sé si algo de eso tuvo que ver con la decisión. Por lo pronto, mi opinión no puede más que apoyarse en lo poco que he leído en los mensajes que he recibido de amigos que han tenido acceso a la red.

Con el tiempo y madurando pude convencerme de una las cuestiones básicas para comprender la política y la ideología: una cosa son las ideas y otra la acción política. Retrospectivamente comprendí que mis ideas de la época “perestroika” eran puras ideas liberales y que la Revolución se trataba de otra cosa. Las ideas liberales son las que dan vida al sistema burgués.

Tienen, además, un efecto de encantamiento sobre las mentes jóvenes y no tan jóvenes, pues el punto de mira del liberalismo es el individuo. Cada individuo se siente halagado por las bondades que proclama el liberalismo: libertad para pensar, hacer, y sobre todo, poseer. Libertad de empresa, de palabra, de prensa, de asociación. ¿Quién estaría en contra de un régimen tal? La cuestión comienza a enredarse cuando se plantea a nivel social y no individual: ¿se les garantiza a todos por igual esas libertades?

El liberal ni se hace esa pregunta, y si se la hace trata de autoengañarse, pues la respuesta será negativa y él prefiriera saber que el régimen que le da tanto placer, también lo causa a todos los demás. No hago más que describir la forma en que pensaba yo en aquel tiempo en que fui liberal sin saberlo. Maduré con el estudio y la investigación; todavía lo hago.

En medio de estas lides y analizando las mías propias, fue que comprendí que cada cual tiene derecho a la libertad de pensamiento y de expresión, pero a la vez tiene una responsabilidad política, tiene obligaciones con una masa de gente o con un grupo de personas que pueden ser cautivadas por el verbo de alguien que no precisamente tenga la razón.

Y aquí está también la historia de la demagogia que desde los tiempos de los sofistas era un fenómeno bien localizado y no ha dejado de existir, a pesar de la beligerancia con que la han tratado las más destacadas corrientes filosóficas. Por eso se acostumbra a distinguir entre la idea y la acción política. Nadie tiene derecho a castigar una idea, sería estúpido y no se lograría otra cosa que la doble moral tan extendida.

Pero sí existe el derecho de castigar una acción política contraria al régimen establecido, que intente cambiar las bases en que se sustente dicho régimen. En el ejercicio de ese derecho es que se pueden acometer acciones que si no se argumentan adecuadamente, tienden a confundirse con la represión por motivos de conciencia.

La separación de una estudiante o una profesora de una Universidad cubana es un hecho que debe estar contemplado en un reglamento y discutir su procedencia o no, se puede hacer sobre la base del derecho que le asiste a quien decide de hacer cumplir ese reglamento. Y no creo que hacer política dentro de las universidades cubanas en contra del sistema establecido en el país, sea algo que algún reglamento acepte.

Cuando digo que en el plano internacional aún prevalece la idea burguesa con mucha ventaja por sobre la comunista, no estoy diciendo nada que no se entienda. Hubo un tiempo en que no era tan clara esta ventaja. Mi generación se crió sin que nos visitara la peregrina idea de tener que estudiar para montar un negocio y con ello ganarnos la vida, no lo hacían así los soviéticos con quienes estudié, ni los checos ni los alemanes orientales.

En nuestros países la propiedad privada estaba limitada y las ideas relacionadas con ella también. La vida, en cambio, estaba garantizada; los lujos, no. Hoy ha cambiado algo el panorama ideológico, y vemos con qué esfuerzo se tienen que abrir paso entre los jóvenes ideas que promuevan soluciones colectivas, trabajo voluntario, internacionalismo no remunerado y otras de aquella índole.

Con facilidad se encuentran hoy ideas que antes se habían desterrado y nuestras universidades albergan estudiantes con pretensiones distintas a las de años atrás. Si la Universidad ha tenido que adaptarse a la forma que va tomando el país, con la permisividad de formas de propiedad que no son únicamente la forma socialista y mucho menos estatal, es perfectamente lógico que se toleren las ideas que defiendan la propiedad privada y lo que de ello se deriva.

Pero de ahí a tolerar la acción política, la militancia en organizaciones que tengan por objetivo cambiar el régimen de propiedad y el régimen político del país es ya otra cosa.

Por otro lado, está la subversión, que, como siempre ocurre, de tanto mencionarse tiende a convertirse en el famoso cuento de “ahí viene el lobo”; llega a aburrir tanto discurso sin una experiencia real en nuestro medio.  Pero ahí están los casos de la USAID y otros que se conocen públicamente. Subversión es invertir fondos para crear situaciones políticas inmanejables por las autoridades, es aprovechar situaciones difíciles de escasez material, que de por sí fomentan descontentos en las masas, para canalizarlas políticamente.

Eso es real, y eso lo hace el gobierno de una potencia que ha presentado y mantiene un aval de enemiga, habiendo alentado la agresión y manteniendo un bloqueo contra el país. Eso es así con el gobierno “malo” y con el gobierno “bueno”, pues ese gobierno “bueno” capitalizó las simpatías de un pueblo harto ya de una política de hostilidad y que está presto a celebrar como su héroe a quien levante el bloqueo y elimine las tensiones políticas en pos de una verdadera normalización de las relaciones entre dos pueblos que no tienen hasta hoy ni rastro de odio entre ellos.

La subversión existe y es real; la he sentido en carne y mente propia y en la mi familia, cuando recibía la propaganda de la programación radial que entraba libremente a mi casa a través de un sinfín de emisoras transmitiendo desde Miami. En mi radio entraban La Cubanísima, Radio Fe, La Voz del CID (Cuba Independiente y Democrática) y, por último, Radio Martí.

Mi familia, educada en los valores individualistas de un sistema mercantil, aún sin ser burgueses ni pequeñoburgueses, sin tener la más mínima propiedad, aceptaba de buen grado la crítica que desde allá se le hacía al régimen de propiedad social, a la democracia socialista, a la ideología marxista, se oían con beneplácito esas emisoras.

El punto de divorcio de mi familia con aquellas transmisiones fue el caso Elián; la grosera manipulación política con el niño desde las emisoras de Miami hizo que se destapara el cinismo de aquella propaganda. Yo, desde mi convicción comunista, cedía por momentos a las ideas liberales y aceptaba que el socialismo había fracasado porque no contaba con las riquezas que mostraba el capitalismo, porque no se podía votar directamente por el Presidente de tu país, porque no había pluripartidismo; en fin, el socialismo había fracasado porque no había podido “construir” el capitalismo.

Conozco de la experiencia de la subversión y supe superarla por mi propia cuenta. Sé que otros pueden tomar otro camino y no son más que víctimas de esas cuantiosas inversiones, y ellos lo saben. Incluso cuando se interesan más que nada por la conectividad a Internet, por encima de otras vitales necesidades más apremiantes.

Hegemonía liberal por un lado y subversión por el otro: la tiene bien difícil la idea socialista si no sabe defenderse con todas las que le permite la ley. No es costumbre por estos tiempos una noticia como la que nos sorprendió la semana pasada. Primero porque se han democratizado y diversificado las vías de acceso a la Universidad cubana.

En mis tiempos habían carreras como las de Filosofía, Psicología, la misma de Periodismo y otras que tuviesen que ver con el trabajo ideológico, con muy marcadas condiciones de ingreso que impedían que pudiese entrar a estudiar alguien que estuviese al margen de la Revolución.

Además, la libre circulación de ideas en la sociedad ha hecho que se tome como un hecho normal la diversidad ideológica de la Universidad, que ha llevado a excepciones las expulsiones por razones políticas. Pero la Universidad cubana no es una universidad burguesa que tiene otros mecanismos de control menos evidentes que la universidad revolucionaria.

La universidad revolucionaria no tiene otro recurso que hablar claro del tema clasista, de los intereses que se traza la Revolución con el desarrollo amplísimo de la educación superior. Y esos intereses no son los de una minoría, esos intereses son los de toda la sociedad, los de desarrollar la potencialidad de un país interesado en resolver los problemas para todos y no solo para la minoría que va concentrando la propiedad y teniendo solvencia económica.

Si esa Revolución no defiende el régimen socialista con todos los medios a su alcance, si esa Revolución no se ocupa de formar especialistas comprometidos con un régimen social que le dé garantías a toda la población, si le llega a ser indiferente el tipo de profesional que esté formando, esa Universidad no tiene diferencia alguna con la del capitalismo y comenzará a dictar las condiciones de ingreso y egreso el capital que puedan aportar los propietarios y no el trabajo de los proletarios.

Son cosas difíciles de entender si no se toman los principios por base para el análisis. Que yo sepa, el lema que nos enseñó Fidel en el fragor del proceso que se bautizó con el nombre de “profundización de la conciencia revolucionaria”, en el curso 1979-1980: “La Universidad es para los revolucionarios”, por encima de su apariencia discriminatoria, guarda vigencia y está orientado a impedir que se establezca la verdadera discriminación social, racial, de género.

Ese lema no es excluyente para los que no son revolucionarios, nunca lo ha sido; pero sí pone en su lugar al contrarrevolucionario, que también puede ingresar a la universidad, estudiar en ella, pero respetando sus proyecciones revolucionarias. Ese lema simplemente sienta las bases de la hegemonía revolucionaria en la Universidad como una de las conquistas históricas de la Revolución.

Si se quiere un país con futuro, hay que garantizar la formación de los especialistas que dirigirán los procesos sociales y técnicos al nivel que requiere la civilización.

Por eso, en la Universidad revolucionaria no puede estar ningún principio por encima de este. El derecho a la libre expresión, por el que luchan tantos en el mundo, está incluido en él pero no es su esencia, y no puede estar por encima del derecho de la Revolución a defenderse.

El principio de que en la Universidad la hegemonía esté del lado de la Revolución es el amplio campo donde caben todos los demás y la forma en que estudiantes y autoridades decidan defenderlo depende ya de la forma histórica en que se presente la confrontación política con las fuerzas que no son revolucionarias o son francamente contrarrevolucionarias.

Disidentes somos muchos. Lo dije en pleno teatro hace unas semanas en México cuando me preguntaron sobre la disidencia. Disiento a diario sobre muchas medidas, sobre políticas enteras de mi país, sobre procesos que van en marcha. Probablemente las jóvenes afectadas tienen más de cuatro razones para las críticas que hacen, porque no es secreto para nadie que problemas tenemos demasiados y personas que los promueven sin resolverlos son muchos.

Pero la cuestión radica en el espíritu con que se realice la crítica; unos la hacen para construir una solución, otros para destruir el sistema. Y aquí es que entra la política de lleno. Quien lo que pretende es destruir el sistema no va a entender de soluciones, ni va a llegar a acuerdo con nadie. No va a parar hasta que no vea la situación desestabilizada.

No sé si sean los casos de Karla y de Dalila; no conocí a la primera y no me imagino a la segunda en esas posiciones, pero igual las personas pueden sorprender en circunstancias determinadas. Solo apunto cuestiones generales ante criterios igualmente generales que expresan otras personas.

Las medidas tomadas en un caso por la FEU y en el otro por la dirección de la Universidad, me han sorprendido lejos de la Universidad y no dispongo de todos los elementos para formarme opinión sólida.

Sí tengo referencias del tipo de organización en que están involucradas y no me parece que sean de las que pueden convivir con una sociedad socialista. Otros que sepan más que yo pueden dar los detalles; yo me limito a sospechar que sus razones habrán tenido los que decidieron tomar esas medidas que nunca son agradables.

Por lo que se refiere a la forma de comunicar una decisión, si voy a ser totalmente sincero, debo decir que una vez más deja mucho que desear esa lógica propia de la burocracia, que parece decir todo con miedo y escondiendo los argumentos. Si es una razón policial lo que impide hablar abiertamente, era mejor haber esperado al momento en que completada la operación, se pudiera explicar todo de la manera adecuada.

He leído reacciones en blogs que simplemente parten de aquella situación histórica que vivimos en los setenta, de franca represión a ideas divergentes. No se conocían ahora las razones, lo que no fue óbice para lanzar campañas de solidaridad con las afectadas.

Y sí, estoy de acuerdo que en las actuales circunstancias el regreso a las políticas de los setenta es posible, y no es de desear de nuevo un ambiente de permanente sospecha y cuestionamiento por cosas triviales que no marcaban realmente posiciones políticas. Es necesario dejar bien claro la connotación política y no simplemente ideológica de la medida. El no decir claramente las cosas es lo que más daño hace a la posición revolucionaria.

Debe quedar claro el hecho, no la idea, por la cual se tomaron las medidas en los casos correspondientes. ¿Por qué hablar en general si debe haber cosas concretas que decir? Hay que llegar hasta el final en materia de información, pues así se formará mejor la nueva generación, conociendo concretamente la forma de actuar de la subversión.

Si la información no está clara, la credibilidad se afecta y la batalla política se pierde. Con la verdad, adelante, y así sabremos cuánta masa de estudiantes y profesores está realmente consciente de este momento histórico. Es mi opinión

21 abril 2017 110 comentarios 540 vistas
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paz

La paz en Cuba

por Consejo Editorial 12 diciembre 2016
escrito por Consejo Editorial

Fidel Castro siempre fue identificado con su uniforme verde olivo. Aunque más simbólico que jerárquico, era un uniforme militar sin dudas. Eso podía relacionar al líder revolucionario con la guerra de una manera absoluta.

A los que le acusan de crear una Cuba de odio y de abismo entre cubanos. Habría que recordarles que esa separación existe desde hace 150 años. Es parte de la identidad divisoria ante el concepto de nación desde su propio surgimiento.

En las Guerras de Independencia, los patriotas cubanos no se enfrentaron solamente al ejército enviado por Su Majestad, sino también a miles de integrantes del Cuerpo de Voluntarios, cubanos sin sentimiento nacional que defendían a la metrópoli. Fueron ellos los que descargaron su odio en los bárbaros Sucesos del Teatro Villanueva y los que exigieron el fusilamiento de los Estudiantes de Medicina.

Martí sufrió prisión bajo trabajo forzado por escribir una carta recriminatoria a un compañero de estudios que entró a las filas del grupo paramilitar. A lo largo de su vida revolucionaria, Martí tuvo que enfrentar a anexionistas y autonomistas, más las intrigas entre los propios independentistas.

En el combate de Dos Ríos, los primeros enemigos en llegar al cuerpo sin vida del Apóstol no fueron los quintos españoles, si no contraguerrilleros cubanos pagados al servicio de la Corona.

Años atrás las familias criollas de la sacarocracia colonial habían salido a regodearse en el espectáculo del cuerpo de Ignacio Agramonte arrastrado por las calles.

Ya en la República, liberales y conservadores fueron a la Guerrita de Agosto, blancos y negros a la de los Independientes de Color, antes de que la farsa republicana desembocara en la sangrienta dictadura machadista y la violenta revuelta de 1933.

Los torturadores al servicio de Machado no fueron llevados a juicio, la muchedumbre enardecida se encargó de ajusticiarlos. Una foto iconográfica perpetuó al soldado sublevado que acabó con la vida del Jefe de la Porra machadista, con su fusil en alto y el cuerpo casi levitando como en éxtasis.

Después vino Atarés, el Morrillo fatal, Orfila. La guerra entre los grupos que parecía no tener fin. Hasta el golpe batistiano.

Había entre Auténticos y Batistianos un desprecio mutuo: Los primeros, blancos y nacidos en el occidente, representantes de la burguesía y de una clase política tradicional y corrupta; los segundos en su mayoría mestizos orientales de origen pobre sin ilustración ni escrúpulos, ávidos de fortuna a toda costa.

La sentencia entre ambos era a muerte y tras la toma del poder muchos auténticos debieron exiliarse o vivir bajo acoso con el peligro de ser asesinados.

En medio, los Ortodoxos que buscaban por la vía política lograr el rescate moral de la República, se dividieron al morir su líder Eduardo Chibás.

Entonces nace una fuerza nueva, minoritaria, con la calidad como premisa más que la cantidad de sus integrantes. Así surgió la Generación del Centenario que luego se convirtió en Movimiento 26 de Julio y de una FEU pusilánime salió un puñado de valientes que crearon el Directorio Revolucionario.

Todo eso en medio de una Cuba hecha de odio, de un odio mucho mayor y cotidiano, que es el odio más profundo y el que ha intentado sanar la Revolución. El odio entre los ricos y los pobres, entre el desprecio paternalista de los señores blancos y el odio callado de su empleada negra. Entre el bodeguero y el que no tenía para comprar un pan, entre el soldado que se enrolaba para dar de comer a sus hijos sabiendo que estaba eligiendo por el hambre o el desprecio y el civil atropellado que lo despreciaba.

La Cuba tremendamente dividida entre el que tenía para salvarse la vida ante una enfermedad y el que estaba condenado por ser pobre sabiendo que había cura.

La Cuba de una división mucho más honda y lacerante, la de las familias donde el hijo varón era enviado a estudiar y la hija hembra condenada a los deberes del hogar. Así de generación en generación.

La del empleado que soportaba con los dientes apretados la humillación de cada día de su patrón para poder llevar un mísero salario a su hogar. Hasta que se hizo miliciano y sintió un enorme placer al poner sobre la fachada del comercio un cartel de ¨Nacionalizado¨

En la Cuba en que vivimos queda algo de aquellos males o han incluso resurgido. Somos conscientes de ello. Preservar valores contra ese resurgir no es ser conservador, si no tan revolucionario como luchar por lo que debe cambiarse. El cambio de mentalidad que se exige hoy es administrativo, porque el cambio de mentalidad moral, de mentalidad social, de mentalidad histórica que son los más difíciles hace tiempo lo hizo la Revolución.

No es necesario ser revolucionario, basta con entender la revolución.

Quién no entienda nada de esto, no podrá nunca comprender la Revolución Cubana. Como una joven ignorante (por desconocedora, no por joven) que reprochaba que en la Cuba de hoy hubiera diferencias entre ricos y pobres. Pensé al escucharla: No sabe ella que gran elogio le está haciendo a la Revolución. Porque este era un país dividido entre los ricos tremendamente ricos y los pobres miserablemente pobres.

Una clase media alienada se debatía entre los dos. Vivía como viven las clases medias, entre el sueño enajenante de ser ricos y la pesadilla permanente de caer en la pobreza. Fue solo cuando esa clase media buscó a los pobres y se unió a ellos que se pudo hacer la Revolución. Todo lo anterior fue frustración.

Pero menos aún se logrará entender la enorme paz que esa Revolución nos trajo. La paz tremenda que viene de la victoria de una fuerza sobre otra 100 años después de 1868.

En 1965, cuatro años después de Girón, se capturó en la Sierra del Escambray al último grupo armado contra la Reforma Agraria. Desde entonces solo el terrorismo y las ayudas en tierras lejanas enlutaron en Cuba a los cubanos.

Esa ha sido la paz que ha vivido desde entonces mi generación y bajo la cual está naciendo la generación siguiente. Ninguno de mis compañeros de edad o estudios saben lo que es reconocer a un familiar entre un grupo de cadáveres, ninguno ha tenido que ir a una fosa común, ninguno ha visto morir a nadie de una muerte atroz, como ninguno ha disparado un arma más allá de los varones en el formal acto del servicio militar.

La generación de Julián del Casal no pudo decir lo mismo, la de Villena tampoco, ni la de los Hermanos Saíz. Nosotros sí podemos, mientras nos dedicamos a polemizar desde dentro o fuera de Cuba.

Entre mis amigos y colegas tengo muchos contrarios políticos como tengo muchos compañeros. No por eso dejo de tener sentimientos de amor y simpatía hacia ellos.

El líder de mi bando, imperfecto y criticable, se ha ido. Esperemos que no se vaya con él nunca la paz que logró y que nunca volvamos al campo de batalla en nuestros roles históricos de revolución y contrarrevolución.

Esperemos que la luz del civismo nos ilumine. Será difícil.

Si no ocurre, ojalá alguien ore por nosotros.

Que lo haga doble por nuestros enemigos.

12 diciembre 2016 82 comentarios 580 vistas
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