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Revolucionario

estallido

Estallido social en Cuba: las señales ignoradas

por Alina Bárbara López Hernández 15 julio 2021
escrito por Alina Bárbara López Hernández

Duele ver el estallido social en Cuba; sin embargo, no asombra en lo más mínimo. Las ciencias sociales no serán exactas pero no son ciegas. Si quienes dirigen  cierran los ojos a la realidad, las mujeres y hombres de ciencia no debemos hacerlo. Está en juego nuestra credibilidad y, lo más importante, la vida de muchas personas y el futuro de la Patria.

Las señales

En entrevista para OnCuba hace poco más de un año, Alex Fleites me preguntó si creía que en la Isla se incubaba un nuevo momento histórico y cuáles serían sus señales más visibles. Esta fue mi respuesta:

«Sí, lo creo. Una crisis no es tal hasta que los actores sociales no toman cuenta de ella, ahí es determinante el factor subjetivo. Es una especie de malestar de época, por decirlo de un modo que ciertos críticos hallarán metafórico. Casi siempre se relaciona con el agotamiento de un modelo, fíjate que no digo de un sistema (…)

Para la llegada a ese momento de malestar existen hoy, en mi opinión, dos condicionantes. Por un lado la incapacidad de nuestros gobernantes de encauzar un camino de reformas exitoso. Ya son más de tres décadas del derrumbe del campo socialista y dos períodos de intento de reformas, uno en los noventa y otro a partir del 2010, este último incluso de modo formal y con una gran cantidad de documentación confirmatoria. Por otro lado, existe la capacidad ciudadana de someter a juicio público esa incapacidad, eso es algo novedoso. La ruptura de un canal de información unidireccional permite visibilizar las señales de alarma. Y los que dirigen lo saben bien pero han sido incapaces de responder adecuadamente.

Mi opinión es que presenciamos el agotamiento definitivo de un modelo económico y político, el de socialismo burocrático. Quienes dirigen no logran hacer progresar la nación con los viejos métodos, pero no son capaces de aceptar formas más participativas, con un peso mayor de la ciudadanía en la toma de decisiones».

Estallido (1)

El 27 de noviembre de 2020 tuvo lugar frente al Ministerio de Cultura una protesta de artistas, intelectuales y activistas (Foto: Ismael Francisco/AP)

Doce meses después, publiqué en LJC el artículo «Cuba, los árboles y el bosque», donde afirmé:

«En Cuba están maduras desde hace tiempo las condiciones objetivas para una transformación. Es indudable que la nación dejó de avanzar: la economía no crece desde hace años, la deuda externa aumenta constantemente, igual que los niveles de pobreza, y, a pesar de ello, las reformas han sido demoradas de manera inexplicable. Es evidente que los de arriba no pueden seguir administrando y gobernando como antes. Pero ¿qué ocurre con los de abajo?

Sin la maduración del factor subjetivo esa transformación no era posible. Se requería la voluntad de querer cambiar de las personas, una energía cívica que había sido aplastada por condicionamientos políticos, educativos y mediáticos. La «indefensión aprendida» también existe en un modelo socialista en el que el sistema controla en cierta medida la manera de comportarse de sus ciudadanos.

Faltando el factor subjetivo, las condiciones objetivas por sí solas no determinarían nada. Sin embargo, actualmente existen señales muy claras de su existencia. Tales signos no han sido entendidos por el aparato ideológico, que se equivoca al reducir las manifestaciones de descontento a «un golpe blando», a «una manipulación generalizada», o a la «creación de matrices de opinión negativas sobre el gobierno»; sin que yo niegue de plano que ello también ocurra. La dirección del país no termina de ubicarse en:

– El novedoso entorno que ha creado el acceso masivo a internet y las redes sociales, que los ha privado del monopolio absoluto de la información que tuvieron por décadas y ha democratizado su difusión y generado la posibilidad de campañas y denuncias ante arbitrariedades.

– Un estado de permanente polémica, visible en las redes y fomentado por la propia dirección del país a raíz de la consulta popular para la redacción de la nueva Constitución; quizás pensaron que al concluir la referida consulta y no requerirse más de nuestros puntos de vista cesaríamos de ofrecerlos, ingenuo de su parte, ahora tenemos cómo y no necesitamos de sus convocatorias.

– La declaración de Cuba como un Estado Socialista de Derecho que visibilizó mejor las prerrogativas de cubanas y cubanos y los compulsó a exigir libertades que la propia Constitución garantiza.

– La existencia de generaciones jóvenes, cuestionadoras per se, que han encontrado repercusión en generaciones mayores, ya cansadas de promesas incumplidas y reformas demoradas o interrumpidas.

Esta coexistencia de condiciones objetivas y subjetivas para una trasformación social es totalmente novedosa en el devenir del modelo socialista cubano. La cuestión que está en juego ahora no es si hay que cambiar, sino cómo hacerlo (…)

Llegados al punto en que se encuentra Cuba hoy, los caminos para un cambio social pueden ser dos: pacífico o violento. El primero de ellos, al que me adscribo totalmente, significaría aprovechar los espacios legales —muchos de ellos que habría que crear primero—, para presionar por cambios económicos, políticos y jurídicos dentro de un diálogo nacional en que no haya discriminación por motivo de credos políticos (…)

Alerto que es un momento gravísimo en este país. Se reúne un potencial conflictivo en un escenario que está siendo muy mal analizado, no solo por el gobierno sino también, infelizmente, por intelectuales y científicos sociales a los que su formación teórica y su habilidad para interpretar los hechos sociales debería separarlos de una declaración meramente ideológica (…)

Son nuestras muchachas y muchachos, dialoguemos con ellos y con la sociedad civil cubana que desea caminos de cambio y de paz. Si se escoge por el gobierno la confrontación violenta como respuesta, puede ocurrir, a gran escala, lo que ya vimos en el Vedado: un grupo pacífico de jóvenes rociados con gas pimienta; o lo que ocurrió en el Parque de la Libertad de Matanzas en la noche del sábado: un pequeño grupo que fue golpeado por miembros de la Seguridad del Estado. No importa que impidan el acceso a internet por algunas horas. Todo se conoce, y se enjuicia.

Mi conciencia no me permite callar.

Cuba soberana no acepta injerencias. Algunos se empeñan en protagonizar shows mediáticos contra la Revolución, envenenando y mintiendo en las redes. El pueblo revolucionario cubano dará el combate. #Somos🇨🇺 #SomosContinuidad https://t.co/QDJSfUfCP8 Via @Granma_Digital

— Miguel Díaz-Canel Bermúdez (@DiazCanelB) November 28, 2020

El resultado

Los intelectuales que alertamos durante meses al gobierno sobre la posibilidad de un estallido social de mayor magnitud fuimos denominados mercenarios. El aparato partidista y gubernamental desconoció con negligencia las señales de alarma. Este es el resultado de su actitud.

El domingo 11 de julio, miles de personas se manifestaron en numerosas ciudades y pueblos de la Isla. Junto a los que solicitaban cambios, mejores condiciones de vida y libertades políticas; como es común en todo conflicto de estas dimensiones, también se sumó el que pretendía únicamente delinquir y vandalizar, pero esa fue la excepción, no la regla.

El presidente y primer secretario Miguel Díaz-Canel reaccionó a esos hechos, inéditos en la historia reciente de Cuba, con la siguiente convocatoria: «La orden de combate está dada. A la calle los revolucionarios».

En su primera comparecencia televisiva reconoció que entre los manifestantes había personas revolucionarias y confundidas. En la segunda aparición, el día 12, aseveró que todos eran contrarrevolucionarios y mercenarios y que lo acaecido era resultado de un plan diseñado en el exterior. Esa es la narrativa que se ha sustentado desde entonces. Para él, los miles de manifestantes no son parte del pueblo. Gran error.

Las fuerzas del orden —del Ministerio del Interior, las FAR, Tropas Especiales, los cadetes de las Academias militares y hasta la reserva—, han reprimido con violencia. También algunos grupos de manifestantes han sido violentos.

Se sabe de al menos una persona muerta y otras heridas, golpeadas y detenidas. Una parte de ellas fue liberada al siguiente día. No sucedió así en otros casos, como el de Leonardo Romero, joven estudiante de Física de la Universidad de La Habana que fue preso hace dos meses por alzar un cartel que decía «Socialismo sí, represión no». Transitaba cerca del Capitolio con un alumno suyo de preuniversitario. El muchacho intentó grabar la enorme manifestación que se había congregado allí. Lo agredieron con saña. Era un menor de edad y Leonardo lo defendió. Fueron detenidos ambos.

Estallido (2)

Leonardo Romero fue detenido en las cercanías del Capitolio. Su familia aún desconoce su paradero. (Foto: Yamil Lage/AFP)

Es imposible conocer con exactitud lo ocurrido, porque desde las 3 de la tarde de ese día fue quitado el servicio de internet en Cuba. Somos un pueblo a ciegas, sin derecho a información y sin posibilidad de expresarnos. Los periodistas oficiales demuestran con su actitud que apenas son meros propagandistas del gobierno. Caiga sobre ellos toda la vergüenza del gremio.

Declaraciones justificativas, y en ocasiones incoherentes, han marcado la tónica del gobierno. El Buró Político se reunió hoy con la presencia de Raúl Castro pero nada trascendió de lo tratado. Al parecer, no existe una hoja de ruta diseñada para resolver una situación interna como este estallido, que es presentada ante la opinión pública como una gran conspiración internacional que emergió a partir de la etiqueta SOS Cuba.

Se han limitado a pedir la eliminación del bloqueo norteamericano. Ni una admisión autocrítica acerca de reformas postergadas y transgresiones constitucionales. Ni una invitación al diálogo. Creen, o quieren hacer creer, que los incómodos apagones de las últimas semanas son los responsables de la molestia ciudadana, sin reconocer las inmensas deudas sociales acumuladas que datan de décadas.

Bruno Rodríguez Parrilla, ministro de Exteriores, dijo en una conferencia con la prensa extranjera acreditada que en Cuba «nadie pasa hambre». Esa afirmación es otra evidencia del nivel de desconexión del gobierno con la gente de a pie. Solo es comparable con la crítica que hiciera Raúl en su «Informe Central» al 8vo. Congreso como secretario general saliente, a la «cierta confusión» que tuvieron algunos cuadros de dirección al emprenderla contra la «supuesta desigualdad» que ha creado la comercialización dolarizada en Cuba.

La desesperación de la gente la ha lanzado al estallido, a protestas masivas en medio del peor momento de la pandemia en la Isla. Es previsible esperar un enorme crecimiento de contagios, tanto entre los manifestantes como entre las fuerzas del orden y en los grupos de respuesta rápida convocados en los centros de trabajo para mostrar apoyo al gobierno.

A todo esto se une el oportunismo político de algunas voces en el exilio que piden una solución militar para Cuba. Deben saber que afectar la soberanía nacional con la tesis de una intervención humanitaria es totalmente inaceptable para una enorme mayoría de este pueblo, incluso para muchos de los que se manifiestan hoy contra el gobierno.

Al dirigirse a la prensa extranjera, Rodríguez Parrilla argumentó con ligereza que este no era el peor momento que se ha vivido en Cuba. Es cierto que en los noventa tuvimos una crisis terrible y un maleconazo; no obstante, le recuerdo que en aquella etapa teníamos un líder con visión suficiente para ofrecer cambios a corto plazo y un pueblo con esperanzas de que ante la caída del socialismo real en Europa el gobierno tendría la inteligencia suficiente para encauzar una vía expedita y continua de cambios.

Ninguna de estas cosas existe hoy. Pero pedirle al gobierno cubano que atienda a las señales es, ya lo hemos visto, arar en el mar.

15 julio 2021 60 comentarios 11.047 vistas
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equidistancia

La equidistancia

por Yassel Padrón Kunakbaeva 7 junio 2020
escrito por Yassel Padrón Kunakbaeva

Me acusan de equidistante. Yo solo soy un joven nacido en los peores tiempos de la revolución. Uno más de los que gritó “Seremos como el Che”. Uno que intentó ser revolucionario en organizaciones fosilizadas, entre gente que había perdido la esperanza. Nada de eso me hace especial. El blog La Joven Cuba y Fernando Martínez Heredia me devolvieron la esperanza en los ideales socialistas y revolucionarios, a la utopía rebelde, no a la entregada a la inercia. Y estaré siempre agradecido.

Jamás me pondré a la misma distancia de la revolución que del imperio. Jamás enalteceré al viejo capitalismo contra el que mis abuelos lucharon. Espero que se me juzgue por la totalidad de lo que he hecho y escrito. Un texto puede tener una comparación poco feliz, o no, ¿pero acaso mis críticos han leído todo lo que he escrito? ¿Desprenden mis textos alguna fascinación por la república neocolonial o el capitalismo?

Manuel Lagarde puso a LJC en una lista de “medios contrarrevolucionarios”. ¿Es respetable su proceder?

A estas alturas no reconocer que también en nuestra sociedad hay aspectos reaccionarios es muestra de mediocridad y vulgaridad intelectual. La crisis de la civilización y la cultura es un fenómeno del que no escapamos, porque estamos en este planeta también. Una crisis más grande de la que Trump es hijo, pero también la banalidad que atenaza nuestra cultura y nuestra prensa.

Para mí equidistancia es no estar a la altura de los valores de esta revolución. Resolver las cosas con listicas y no con argumentos. Es equidistancia entre la moral de un revolucionario y la ignominia. ¿Quiénes hacen más daño a la unidad entre los revolucionarios? ¿Acaso no son los que se dedican a hacer listas? ¿Cómo es que han permitido que exista algo como PostCuba? La distancia entre el ejemplo de Fidel y el troll de PostCuba sí es abismal.

Creo, eso sí, que se debe buscar la unidad. ¿Para cuándo es la reunión, el diálogo, la búsqueda de cerrar el cisma? Hoy hablo solo por mí.

7 junio 2020 25 comentarios 298 vistas
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Guillermo Jiménez Soler

Jimenito, otra vez ninguneado

por Rodolfo Alpízar Castillo 11 mayo 2020
escrito por Rodolfo Alpízar Castillo

Acaba de morir el comandante del Ejército Rebelde Guillermo Jiménez Soler, “Jimenito”, un hombre leyenda. El Noticiero Nacional de Televisión en sus emisiones dominicales no lo mencionó; busqué alguna nota necrológica en Cubadebate y en la versión digital de Juventud Rebelde, y no encontré ninguna referencia a esta pérdida. Nuestra “prensa” no se ha enterado de que ha fallecido, a los 83 años, uno de los hombres gracias  a los cuales fue posible el triunfo de enero de 1959 contra el régimen de Fulgencio Batista. Lo han ninguneado.

Cuando las tropas de la columna 8, comandadas por Ernesto Guevara, llegaron al territorio de la provincia entonces llamada Las Villas, estaban cansadas, hambrientas, con los pies llagados, con  la ropa destrozada, y algunos combatientes estaban enfermos. Faltaba mucho para llegar a La Habana, ¿podrían, en esa condiciones, enfrentar al ejército gubernamental? Aceptemos que tal vez sí, aceptemos que aún así hubieran podido combatir, e incluso ganar algunas escaramuzas. Pero, ¿tomar Santa Clara? No sé qué opinarán los especialistas militares, pero a mí me parece que hubiera sido realmente muy difícil, por no decir imposible, tomar Santa Clara y provocar el colapso del régimen con las tropas en aquellas condiciones.

Sin embargo se ganaron las batallas, se tomó Santa Clara, se desplomó el gobierno, y en enero de 1959 los rebeldes entraron en La Habana. ¿Ocurrió un  milagro? Milagro, sí. Si damos ese nombre a la existencia en las montañas del Escambray de una zona rebelde donde operaban algunos grupos guerrilleros con acciones más o menos limitadas, y un vasto territorio prácticamente liberado, donde estaban establecidas las tropas del Directorio Revolucionario 13 de Marzo.

Ese mismo Directorio Revolucionario que, destrozado el 13 de marzo de 1957, se organizó de nuevo en pocos días, en medio de la más feroz persecución policial; otra vez destrozado el 20 de abril, volvió a reorganizarse. Nunca se dio por vencido. Y terminó por abrir un frente guerrillero en las montañas del centro de la isla grande. Ese frente al que llegaron agotadas, las tropas de Ernesto Guevara.

En esas reorganizaciones, y en la apertura y la organización de ese frente guerrillero, estuvo, en primera línea, el comandante Guillermo Jiménez Soler, el hombre a cuyo fallecimiento nuestra prensa no dedicó una línea.

En el territorio donde operaba el Directorio Revolucionario 13 de Marzo, prácticamente territorio libre, había una organización tal que se contaba con escuelas, servicios médicos (que incluían una ambulancia que llevaba el nombre de José Luis Gómez-Wangüemert) y hasta estación de radio. Las tropas de la columna 8 pudieron descansar y reponerse al llegar y, con posterioridad, gracias al apoyo de las tropas y las armas del Directorio, y la contribución de sus redes clandestinas en Santa Clara y otras poblaciones, emprender las batallas decisivas.

Después del triunfo de enero de 1959, el comandante Guillermo Jiménez Soler ocupó responsabilidades en el Minint y el Minfar. Seguramente habría tenido una brillante carrera en cualquiera de las dos instituciones, pues cultura, inteligencia y capacidad de trabajo le sobraban, pero de repente le quitaron el uniforme y lo enviaron a dirigir una fábrica sin importancia durante diez años.

Fue el primer gran ninguneo a uno de los puntales de triunfo del movimiento revolucionario contra Batista. ¿Su pecado? El mismo de la combatiente Martha Jiménez: Realizar, contra viento y marea, las investigaciones que llevaron ante los tribunales a la persona que delató ante Esteban Ventura el escondite de los combatientes del Directorio Fructuoso Rodríguez, Joe Westbrook, José Machado y Juan Pedro Carbó.

¿Por qué eso fue un pecado? Cada cual que haga sus conclusiones, pero lo cierto es que se trata de un tema tabú de la historia reciente cubana: Quienes tienen información no la comparten. Recomiendo el documental “Los Amagos de Saturno”, de Rosario Alfonso Parodi (y sus respuestas a algunos periodistas que a raíz de su proyección la entrevistaron) a quien quiera hacerse una idea aproximada de la esencia del misterio.

Después de la fábrica, Guillermo Jiménez Soler ocupó algunos puestos en el Banco Nacional,  y realizó colaboraciones periodísticas sobre temas políticos y económicos.

Ninguneado el héroe, no se dejó vencer; se dedicó a estudiar, a recopilar información, a escribir. “Si no lo hacía me volvía loco”, me comentó en alguna ocasión. A su esfuerzo se deben dos títulos imprescindibles para los estudiosos de la historia de Cuba: “Las empresas en Cuba-1958” (Miami, 2000; La Habana, 2004, 2008, 2014) y “Los propietarios de Cuba-1958” (La Habana, 2006, 2007, 2008, 2014), Premio de la Crítica, 2007. Dos volúmenes que completarían esos estudios han quedado inéditos.

A pesar del manto de silencio sobre su existencia, “Jimenito” se convirtió  en un referente ético para sus antiguos compañeros y para quienes, en algún momento, tuvimos el honor de conocerlo. En varias ocasiones tuve oportunidad de comprobar con cuánto respeto lo trataban los excombatientes del Directorio. Al respecto, recuerdo que, cuando investigaba para mi novela “Empecinadamente vivos”, le expresé que deseaba hablar con cierto asaltante al Palacio, y me proporcionó la dirección. Al terminar la entrevista con ese combatiente, fue hacia el teléfono y me comentó: “Ahora voy a decirle al jefe que ya cumplí”. Le pregunté a qué se refería, y me contestó: “Es que yo no recibo a nadie, ni doy entrevistas; si hablé contigo es porque Jimenito me dijo que lo hiciera”.

Combatiente, intelectual, amigo, revolucionario en el sentido prístino de la palabra, ese hombre enamorado de la historia de Cuba, memoria viva del Directorio Revolucionario, Guillermo Jiménez Soler, ya no está entre nosotros. Pero ni siquiera con la muerte le han levantado el ostracismo. A nuestra prensa le ha cabido el deshonor de ningunearlo hasta después de muerto. Jimenito descansará en guerra, como vivió.

De todos los crímenes de que son capaces los seres humanos, ninguno es más contrario a las leyes de la naturaleza que la ingratitud, escribió un filósofo inglés. Parece que entre quienes deciden qué es historia y qué no es historia en Cuba hay mucha desmemoria…, o mucha ingratitud. No seamos tambien nosotros ingratos a su memoria.

11 mayo 2020 31 comentarios 1.799 vistas
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Hablando claro

por Osmany Sánchez Roque 2 septiembre 2019
escrito por Osmany Sánchez Roque

En el año 2016 fue noticia la negativa de la Universidad de Ludwig Maximilian (LMU) a la solicitud del joven alemán Kerem Schamberger de realizar su doctorado. La medida era puramente política y respondía a un decreto de 1972, en plena guerra fría que dice que toda persona que pretenda trabajar en el sector público debe tener una aprobación del servicio secreto alemán, para evitar el radicalismo.

Schamberger es comunista y a pesar de que el partido comunista alemán es legal, está controlado por la Oficina Federal de Protección Constitucional, que lo califica como extremista.

Por estos días han generado mucha polémica las palabras de la viceministra primera de Educación Superior en Cuba y razones no han faltado porque realmente fueron -cuando menos- desafortunadas sus declaraciones. Sin embargo, leyendo algunas de las críticas debo aclarar que no me distancio del todo, más bien sugeriría algunos cambios:

Donde dice:

“El que no se sienta activista de la política revolucionaria de nuestro Partido, un defensor de nuestra ideología, de nuestra moral, de nuestras convicciones políticas, debe renunciar a ser profesor universitario.”

Yo diría:

“Aun cuando un profesor no se sienta activista de la política revolucionaria de nuestro Partido, un defensor de nuestra ideología, de nuestra moral, de nuestras convicciones políticas, siempre tendrá un espacio para ejercer su profesión y participar en la formación de las nuevas generaciones, respetando la decisión de la mayoría, de mantener y mejorar nuestro proyecto social.”

No hay razones para disfrazar nuestras intenciones. La derecha no lo hace cuando utiliza el Lawfare para encarcelar sin pruebas a los líderes de izquierda. No lo hace la prensa corporativa cuando se convierte en un partido político a favor de los más adinerados, que en definitiva son quienes la controlan. Tampoco los extremistas en Miami cuando impiden la actuación de un artista cubano porque no se opone públicamente al gobierno cubano o linchen mediáticamente a alguien solo por criticar el bloqueo norteamericano contra nuestro país.

En Estados Unidos el FBI visitó a cubanos residentes en ese país que apoyan públicamente la normalización entre los dos países. La intención era enviar un mensaje a Cuba de que estaban vigilando a sus espías en ese país. Los medios de prensa de Miami lo presentan así, con total normalidad. Si las autoridades cubanas visitan a algunos de los “disidentes”, los titulares serían de acoso, violación de derechos, etc.

En nuestras universidades no habrá nunca espacio para la contrarrevolución. No debemos tener el menor temor de expresarlo públicamente. Lo que no es lo mismo que decir que para estudiar en una universidad cubana hay que ser revolucionario.

No se establecen límites para la entrada de un joven a la universidad. El examen es el mismo para todos y luego una comisión de anonimato se encarga de doblarlos de forma tal que quien califique posteriormente no sepa ni el nombre ni la procedencia del estudiante. Las notas se hacen públicas y los estudiantes tienen derecho a reclamar.

La entrada a la universidad entonces depende únicamente de la capacidad del estudiante, pues en ningún momento se le pregunta si es revolucionario o no para otorgarle una carrera universitaria.

He estado en reuniones con estudiantes donde algunos han dicho que el socialismo es inviable, recuerdo incluso a uno que dijo que se le debía dar un chance al capitalismo a ver si es mejor. Sus propios compañeros fueron los que le aclararon que el capitalismo que le tocaría a Cuba no sería el canadiense o el europeo sino el mismo que tienen los países de América Latina, con sus grandes desigualdades.

Conozco profesores que profesionalmente son excelentes sin embargo no los verás nunca ni en la inauguración de los juegos deportivos de la universidad –mucho menos en el desarrollo del evento- y tampoco en la marcha del Primero de Mayo. Ninguno de ellos tiene problemas y gozan de todos los derechos.

No hay que ser revolucionario para estar en la universidad, pero no se puede hacer contrarrevolución en la universidad. ¿Qué es contrarrevolución? Ahí es donde pueden surgir, y surgen,  los problemas . A veces, por exceso de entusiasmo de algunas personas, otras por desconocimiento e incluso por mala fe, se pueden cometer injusticias.

Cualquiera que pretenda convertir nuestras universidades en un espacio para promover los intereses del gobierno de los Estados Unidos contra Cuba estaría haciendo contrarrevolución y no debe ser admitida. Algunos dirán que decirlo así, a rajatabla, no es políticamente correcto, pero no tenemos razones para ocultarlo.

Criticar lo mal hecho y denunciar a los culpables, sean quienes sean, es un derecho y un deber revolucionario. Cuente conmigo entonces todo aquel que sufra una injusticia.

Para contactar con el autor: jimmy@umcc.cu

2 septiembre 2019 98 comentarios 459 vistas
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Hacer Revolución

por Yassel Padrón Kunakbaeva 3 junio 2019
escrito por Yassel Padrón Kunakbaeva

Algunos se preguntan por qué se sigue hablando de Revolución para referirse a la Cuba actual, cuando es evidente que la revolución en sentido estricto ocurrió hace sesenta años, y que ningún proceso de cambio radical de la sociedad puede durar eternamente. Los más avispados, dicen que el gobierno cubano trata de utilizar el triunfo revolucionario como fuente de legitimidad. Lo cierto es que podemos decir que en Cuba la palabra Revolución ha cobrado vida propia, ha ampliado y modificado su sentido original.

En la astronomía, una revolución es la vuelta completa de un cuerpo alrededor de su órbita. Para la cultura política tradicional una revolución es solo eso, la salida violenta de un estado, el proceso de transformación que termina en la conformación de un nuevo estado. El círculo cerrado. Ese carácter constructivo sería lo que la diferenciaría de una mera rebelión o revuelta, que se quedaría solo en el momento destructivo.

Fernando Martínez Heredia fue el primero que me iluminó sobre las posibles razones de la persistencia del término revolución en nuestro discurso político. Con él aprendí sobre las semejanzas del proceso cubano con la Revolución Francesa: de cómo allí se estuvo hablando durante mucho tiempo de un Gobierno Revolucionario, incluso en la época del Directorio. Para la propaganda enemiga, incluso Napoleón era revolucionario. En nuestra isla, los movimientos de liberación tuvieron en el siglo XIX una tremenda influencia de las ideas de la Revolución Francesa, lo cual puede explicar la persistencia de dinámicas políticas semejantes, incluso en el siglo XX.

Todo esto se combina con la tremenda ambición de los objetivos que se propusieron los revolucionarios cubanos, después de 1959. Fidel, el Che, y sus compañeros, inscribieron a la Revolución Cubana como parte de un movimiento mundial por la eliminación del modo de producción capitalista. No se trataba ya de llegar a una sociedad de dominación diferente, relativamente superior. De lo que se trataba ahora era de conquistar el terreno de la utopía. Penetrar por los caminos que llevaran hacia una sociedad donde se tuviera toda la justicia.

El Che le dio tremenda importancia al concepto de transición. Evidentemente, si Cuba había abandonado el capitalismo, y no había llegado aún al Comunismo, se trataba de una sociedad en transición socialista. Mirando en retrospectiva, Cuba logró dar algunos pasos, tal vez imperfectos y erráticos, pero verdaderos, en esa dirección. El proceso normal de reproducción de la sociedad fue subvertido, y el proceso de producción de nuevas realidades se puso por encima de los objetivos de la reproducción social.

En el lenguaje de Fidel, donde todo brillaba por su simpleza, esa transición socialista hacia el Comunismo era la misma cosa que la Revolución.

Con los años, el fuego creador de los primeros años se fue enfriando. Ante el peso de la realidad y del sistema mundial capitalista, la sociedad cubana se fue institucionalizando. La revolución en el sentido tradicional terminó. Sin embargo, el nuevo status quo post-capitalista surgido entonces conservó muchos elementos que han permitido avalar a la sociedad cubana como una sociedad de transición socialista. De un modo precario, dependiente del poder de una vanguardia, pero la sociedad cubana conservó una capacidad para dirigir su historicidad, y para subvertir su reproducción social, que es ajena a las sociedades normalizadas por el capitalismo.

Entonces eso es lo que ha venido a querer decir Revolución en la Cuba post-revolucionaria: todo aquello que hace de Cuba un cuerpo extraño en el mundo sin voluntades colectivas del capitalismo hegemónico. La capacidad para violentar los procesos que llevan a la inercia, a la burocratización y a la normalización de la injusticia social. Es la capacidad que permitió que en el periodo especial no se cerraran las escuelas, que permitió crear una industria biotecnológica en un país pobre, que movilizó a todo un país en una Batalla de Ideas donde se llevaron computadoras a todas las escuelas, y que ha permitido sostener la soberanía nacional frente al poder norteamericano.

Con mucha tristeza, los revolucionarios tenemos que admitir que la democracia popular que debería acompañar a esa capacidad social es débil, y que se encuentra cada vez más socavada. Nunca fue muy fuerte, por las debilidades estructurales y la falta de consciencia política del sujeto revolucionario, tanto en la vanguardia como en las bases. Y hoy somos testigos del deterioro de las conquistas obtenidas en el pasado, y del avance del mimetismo: la utilización acrítica de mecanismos propios del arsenal del capitalismo hegemónico, mecanismos que hacen que termines convirtiéndote en aquello a lo que te enfrentaste en primer lugar.

No obstante, el Proyecto Revolucionario sigue siendo una parte importante del pacto social. Cuba podría ser un caso insólito de una nación comprometida con dejar de ser lo que es. En la palabra Revolución se han sedimentado una serie de significados, de horizontes de libertad y justicia social, en donde se mezclan las utopías del socialismo y la profunda utopía martiana de una República que sea de todos y para todos. A nivel ideológico, ha venido a ser como una estrella súper-significativa, que trasciende al Gobierno y al Estado, y a la que estos están llamados a servir.

La persistencia del Proyecto Revolucionario presiona todo el tiempo a la burocracia, que, a pesar de contar con todos los resortes del control social, se coloca sobre la sociedad como si estuviera pisando un magma recién enfriado. Está forzada todo el tiempo a cumplir al menos en parte con el pacto social.

Vistas así las cosas: ¿Cómo se puede ser revolucionario en el momento actual? Mi idea es que no se trata de hacer una revolución en el sentido tradicional del término. Se trata de contribuir a que se hagan realidad todos esos significados que viven hoy dentro de la palabra Revolución. Cumplir y hacer cumplir con el Proyecto.

Creo que los ejes de la política revolucionaria deben ser dos: uno externo y uno interno. De cara al mundo externo, debemos luchar por que Cuba encuentre el equilibrio exacto entre el antimperialismo necesario y el pragmatismo que nos dice que necesitamos una buena relación económica con los EEUU.

Hacia lo interno, los revolucionarios debemos luchar por cambiar todo lo que debe ser cambiado, reformar el pacto social, fortalecer el poder popular y aprovechar las potencialidades de la nueva Constitución, de tal modo que se logre romper con el viejo paradigma del socialismo de Estado, y podamos crear una sociedad que sea coherente con nuestras aspiraciones. Debemos luchar de un modo inteligente, pacífico, creando confianza entre los cubanos e incluyendo a todos.

Estas son mis reflexiones sobre lo que significa hacer Revolución hoy en Cuba. Espero que a alguien puedan servirle.

3 junio 2019 14 comentarios 330 vistas
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Una pretensión absurda y criminal

por Yassel Padrón Kunakbaeva 30 abril 2019
escrito por Yassel Padrón Kunakbaeva

Cuentan que el pueblo de París, allá por la primera mitad del siglo XIX, contempló sin grandes traumas y con sentido del humor, la Restauración Borbónica que siguió al largo ciclo revolucionario. Los representantes del Antiguo Régimen regresaron a Francia con la idea de retrotraer el país al estado de cosas previo a la Revolución. Sin embargo, sus intentos de regresar a los viejos hábitos, pelucas incluidas, fueron pasto para las burlas de la plebe parisina: las calles se llenaron de chistes. Desde el punto de vista legal, la Restauración no le pudo hacer más que retoques al Código Napoleónico.

El afán restauracionista, típico de los vencidos en un proceso revolucionario, es por eso uno de los deseos más absurdos y quiméricos que pueden existir. No obstante, ya decían Hegel y Marx que la historia se repite dos veces, una vez como tragedia y otra como farsa. Ahora, en tiempos posmodernos y de post-verdad, estamos asistiendo a la farsa de la farsa, la farsa al cuadrado. Me refiero, por supuesto, al espectáculo de John Bolton en Miami: su discurso frente a los mercenarios compota de la Brigada 2506. Fue el último grito de guerra de un exilio que, al parecer, es el único grupo político que queda en el mundo que pretende llevar a cabo una Restauración.

Esta farsa me parece tan farsa porque, entre otras razones, los paladines contrarrevolucionarios no se han conformado con las acciones violentas y desestabilizadoras, sino que han codificado legalmente su plan de Restauración. Eso es la Ley Helms-Burton, especialmente su título III. Se han encargado de que una ley del país más poderoso e imperialista del mundo, todos saben cuál, describa con lujo de detalles el camino por el que Cuba va a volver a las manos de sus propietarios de la época de Batista. Y ahora amenazan con sanciones y castigos a todas las empresas del mundo, para que no se atrevan a ir en contra del destino trazado.

¿Es que las mentes de estos exiliados están nubladas por la creencia en el Destino Manifiesto y en la Doctrina Monroe? Los EEUU son una nación muy poderosa, pero no puede trazar el rumbo del proceso histórico. La Revolución no la sacó Fidel de debajo de un sombrero, fue el resultado de las injusticias y las contradicciones de la República Neocolonial. Esa Revolución ocurrió, produjo cambios enormes, para bien y para mal, y nada va a conseguir que el reloj del tiempo dé vuelta atrás. Por eso, su pretensión es absurda.

Una Revolución nunca puede ser totalmente revertida porque parte de los cambios que introduce son precisamente irreversibles

Pero se trata de una pretensión criminal. Lo que dice la ley Helms-Burton, es que los cubanos de hoy, Estado y sociedad civil, no tienen derecho a lo que tienen, ni a sus propiedades ni a los recursos del país. Es como si dijeran que vivimos en un país robado. De concretarse la Restauración, según dice dicha Ley, todo volvería a sus legítimos dueños, tierras, edificios, infraestructura y hasta hospitales. Ahora algunos dicen, en un tono bajo porque ni ellos mismos se lo creen, que van a respetar las viviendas: Consuelo falaz y ridículo.

Quieren desconocer las vidas que hemos vivido durante sesenta años. Quieren que el olvido se trague todas nuestras experiencias, nuestra realidad, nuestros sentidos. Quieren llegar aquí triunfales, levantar su tienda, lanzar sus fuegos artificiales, lanzar al anonimato a los cubanos de la isla. Tres días para matar: ¿lo recuerdan?

Sin embargo, su pretensión es tan absurda, que el efecto que tendrá será el contrario al que esperan. Porque, al poner a los cubanos en la obligación de decidir entre la realidad que tienen y la total destrucción y vaciamiento de su realidad, optarán por seguir con lo que tienen. Los cubanos de la isla seguirán con el Partido Comunista, pues será la única forma de seguir existiendo.

El que escribe estas líneas, como muchos otros jóvenes cubanos, se desespera diariamente con las acciones del Estado Cubano, se deprime, se decepciona, por momentos se pregunta si la Revolución tiene aún salvación. Pero, al ver los enemigos que acechan desde la otra orilla, vuelve a la convicción de que hay que seguir defendiendo esta bandera hasta las últimas consecuencias.

No nos engañemos. Ellos no atacan al Estado Cubano por sus errores y horrores. Ellos atacan a la Revolución Cubana por lo que ha hecho bien; y porque el odio ha ennegrecido sus corazones. John Bolton, gringo imperialista, que se alimenta de un odio que no le tocaba pero que ha asumido por puro furor asesino, es el vocero que se merecen.

30 abril 2019 27 comentarios 278 vistas
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religion

Sujetxs de derecho y religión

por Gabriela Mejías Gispert 1 abril 2019
escrito por Gabriela Mejías Gispert

Son muchas las religiones que confluyen en nuestra isla, así como en nuestra cotidianidad. Para entender el entramado de la relación con el proceso revolucionario es imprescindible tener en cuenta el recorrido de las expresiones religiosas existentes. El cuadro heterogéneo religioso cubano, que da paso a un entendimiento de los acontecimientos actuales, tiene un precedente sociohistórico que no debemos pasar por alto.

Nuestro país en su corta historia ha transitado varios modelos socioculturales, el hispano, el africano y el norteamericano, cada uno con expresiones religiosas como el protestantismo, el catolicismo, el africanismo y el espiritismo, como principales referencias. Sin embargo es innegable que existe en nuestro país una religiosidad popular mucho más arraigada que las expresiones organizadas. La creencia en lo sobrenatural y la sincretización religiosa prevalece por encima de otras organizaciones religiosas.

Dibujando una línea de tiempo, quizás un poco acotada para un artículo, se puede ver  una iglesia católica que confluye desde las gestas independentistas, con posturas coloniales principalmente.

La intervención norteamericana posteriormente da paso a una hegemonía de las iglesias protestantes bajo el control de las juntas misioneras, desalojando a los primeros misioneros de origen cubano. Desde entonces cumplieron un papel norteamericanizante. La iglesia católica nunca perdió, durante esta época, su posición privilegiada.

Fue un instrumento fundamental durante la intervención norteamericana para injerir en el accionar social. La iglesia católica siempre ha sido elitista, accionar que se ve reflejado incluso en el presente, donde la religión popular, las afroamericanas y otras expresiones son vistas con ojos cautelosos por esta estructura.

Durante la época de 60 se recrudecen las relaciones entre la iglesia y el estado naciente revolucionario, proclamado laico. El estado destierra a la iglesia católica de su posición de privilegio y hegemonía, lo cual da paso a un sin número de acciones de claro contenido político como reacción.

El fundamentalismo cristiano rechaza la coexistencia respetuosa con otras religiones y espiritualidades, frente a las que pretende imponerse desde una hegemonía incuestionable / Capturas de pantalla de los perfiles de Facebook de Sandy Cancino, presidente del Ministerio Victoria en la Liga Evangélica de Cuba, Adrián Pose, pastor de La Casa de Gloria y Alexis Mejías, pastor metodista.

A los cubanos y las cubanas no nos gusta que nos repitan las cosas y en esa obstinación nos olvidamos de analizar nuestra historia.

La Operación Peter Pan fue una maniobra liderada por el gobierno de Estados Unidos y la Iglesia Católica, en 1962. Catorce mil niños fueron llevados a orfanatos, casas de adopciones y otros centros con el supuesto argumento de que se les iba a quitar la patria potestad a los padres, como parte del proceso revolucionario.

Desde mediados de los años ’80, luego del proceso de rectificación la revolución toma una postura más concomitante respecto a la iglesia católica principalmente. A partir de los años ’90 se hace más evidente la práctica consecuente. Lejos estoy de negar errores de antaño, pero es preciso recalcar que el mal llamado “conflicto” siempre tuvo una visión unidireccional.

No existe un Estado que pretende desacreditar las expresiones religiosas. Existen religiosos, por suerte no todos, que pretenden desacreditar un modelo político, social y económico revolucionario.

Mi interés no es arremeter contra la iglesia, ni mucho menos contra la religión. Pongamos sobre la mesa varias cartas: Somos un estado laico, donde la religión no tiene injerencia en el orden social, la educación, el poder ejecutivo, legislativo ni judicial. El estado puede garantizar derechos, sin embargo el papel de la iglesia está sirviendo de espacio para que estos no sean garantizados.

Seamos creyentes revolucionarios, hagamos que no sean antagónicos sujeto y adjetivo. El papel del Estado es servir al pueblo, un pueblo con criterio de igualdad. Nos gusta decir que no nos escuchan, sin embargo la referencia más concreta de los últimos tiempos, para desmentir esto me hace dar vergüenza como ciudadana.

Llevar a consenso popular el referéndum constitucional es una situación excepcional en el panorama internacional. Teníamos muchas cosas para discutir, sin embargo en la opinión pública lo que más resonó en las calles y asambleas, fue deslitimigitimar un derecho.

Estoy segura que muchos de los actores sociales quedaron tan indignados como yo.

Algo que ya deberíamos haber aprendido: en nuestra revolución lo que es un derecho no tiene discusión.

La iglesia se hizo eco de una campaña contra la votación positiva para mantener un dogma en el cual los sujetos de derechos, las personas, según ellos, solo deben contraer matrimonio en base a la concepción cuadrada de familia. Muchos compraron, flamearon  cartelitos con una imagen homofóbica, heteropatriarcal, sectorial, discriminatoria.

Detrás de todo esto existe una desacreditación a nuestro proceso, sacar el foco de los que realmente es importante. La iglesia volvió a ser parte de una campaña para frenar un crecimiento que proponía el Estado. No lo llamemos político si nos les gusta; llamémosle social si les parece menos trillado, a través de la campaña del #yovotono y #yonovoto.

Seamos sujetos librepensantes, profesamos la religión que nos plazca, vivamos individualmente como más nos aflore de nuestro ser y dejemos que todos cuenten con las mismas leyes para ejercer sus derechos.

1 abril 2019 31 comentarios 309 vistas
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El calor de la fogata

por Yassel Padrón Kunakbaeva 27 septiembre 2018
escrito por Yassel Padrón Kunakbaeva

Una fogata crepita suavemente e ilumina la noche. A su alrededor, un grupo de jóvenes se dedica a disfrutar de la vida, de la música y de la mutua compañía. No se puede decir con seguridad si pertenecen a algún destacamento de apoyo a la agricultura, si son estudiantes de acampada o de si se trata simplemente de una excursión organizada por un grupo de amigos. La guitarra se deja arrastrar hacia claras melodías, una risa cristalina atraviesa el espacio. Una mirada seductora, clandestina. Por todos lados, hasta donde alcanza la vista, naturaleza cubana en estado bruto. Grillos.

Un grupo de jóvenes, cargados de defectos y virtudes del tamaño del sol, viven su vida a mil años luz del poder de las grandes corporaciones, de las bolsas de valores y otros espectros. Por eso se dedican a disfrutar de esa libertad de canción bajo la lluvia, esa que sus antepasados ganaron con el filo del machete y el plomo de las balas. El monte, templo silencioso del mambí y del miliciano, los envuelve de mil maneras distintas. Pasa la noche como un alegre y misterioso canto.

Una escena similar a esta seguramente forma parte de la vida de la mayoría de los cubanos nacidos después del triunfo de la Revolución, incluso de mi generación. Ella es en sí misma un imaginario y un trozo de la cultura del socialismo cubano, junto a muchos otros. Ha sido en momentos así en los que, para muchas personas, se han forjado las bases sentimentales de su confianza en el proyecto revolucionario cubano. El tiempo va pasando, uno se llena de discursos racionales, de “razones”, de conflictos, pero un día debe volver al lugar lejano, aquel en el que nació la experiencia más genuina.

La crítica está bien. Hace falta la fría mordida de la razón sobre la realidad. Criticamos porque es nuestro derecho y porque creemos que de ese modo también estamos aportando al desarrollo de la sociedad. Sin embargo, de vez en cuando es necesario también recordar aquello que es nuestro orgullo. Es necesario también que el mundo sepa por qué mantenemos la frente en alto. Porque si no, corremos el riesgo de que la crítica sin medida ennegrezca nuestro corazón.

La Revolución Cubana es una maravilla de la historia. Es una maravilla sorprendente que este pueblo de filibusteros, cimarrones y contrabandistas diese a luz uno de los procesos emancipatorios más radicales de todos los tiempos. Y más maravilloso es que el sistema nacido de ese proceso siga existiendo tras sesenta años de enfrentamiento al imperio norteamericano.

Hoy, cuando hemos visto caer o entrar en el caos a otros procesos revolucionarios, cuando incluso países aliados como Venezuela y Nicaragua enfrentan crisis internas, podemos- sin dejarnos arrastrar hasta el chovinismo- sentirnos orgullosos de la solidez de nuestro sistema social. Es cierto que se trata de la misma solidez que podría encontrarse en un viejo soldado de cien batallas, lleno de cicatrices. Es cierto que hemos llegado hasta aquí por caminos ora rectos, ora torcidos. Pero nadie puede negar la victoria que significa que en Cuba puedan desarrollarse sin obstáculos el curso escolar y las campañas de vacunación.

Existe cierta grandeza en que, después de tantas décadas de acusaciones de autocracia, dirigidas a la Dirección de la Revolución, el actual Presidente sea un hombre que una vez fue un joven del centro del país, que oía a los Beatles y recorría Santa Clara en bicicleta. Un joven que nunca pensó en ser presidente de un país. También es loable que ese hombre sea capaz de decir algo como esto, y dejar al desnudo el gigantesco problema de la desconfianza:

“Yo creo que el bloqueo afecta mucho, porque fíjate, cada vez que tú vas a analizar una relación o un aspecto de la vida económica y social del país y empiezas a tratar de deslindar cuáles son las trabas, muchas de las trabas están directamente asociadas al bloqueo; pero otras trabas, que son las subjetivas, las que pueden ser de la conducta, de la manera de actuación, muchas veces han estado condicionadas por la desconfianza que crea el bloqueo y por esa insistencia en que el bloqueo te obliga a actuar como defendiéndote constantemente y analizando mucho qué paso vas a dar, para que no te puedan destruir.”

Sobre todo, existe grandeza en el hecho de que en Cuba siga existiendo un sistema político que reivindica las ideas más proscritas de este planeta. Aquí se ha sabido unir en una sola luz al fuego del Prometeo de Tréveris y a la estrella “que ilumina y mata” de Martí. Aquí tienen su sitio el Che, con su adarga de despiadado amor, y Fidel, el gigante barbado y justiciero. De este cúmulo de ideas humanistas ha nacido la praxis que ha llevado a tantos cubanos a tantos lugares del mundo con una misión internacionalista. De ese fondo ha venido, también, la sabiduría que nos ha ayudado a rectificar, aunque sea tarde, tantos errores.

Alguien tiene que decir todo esto. ¿Y si no somos nosotros los revolucionarios, quien lo hará?

El tiempo ha pasado inclemente, y hemos descuidado un poco la fogata. Ciertamente, es imposible mantener un fuego alto y vivo todo el tiempo. Sin embargo, cuando movemos un poco los leños y soplamos, entonces vemos que surgen las llamas de la Revolución. Es el calor que sentimos en nuestros cuerpos lo que nos da la confianza en que queda todavía mucho camino por andar.

27 septiembre 2018 18 comentarios 311 vistas
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