La Joven Cuba
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Revolucionario

universidad

¿Para quién es la universidad?

por Rafael Pla León 21 abril 2017
escrito por Rafael Pla León

Los sucesos de la suspensión de una estudiante y una profesora de la Universidad Central de Las Villas han puesto a dicha institución en el centro de la atención mediática. Como sucede en la inmensa mayoría de los casos, se ejerce la opinión sin tomarse el tiempo para indagar acerca de las causas de una u otra decisión.

Cada cual parte de sus elementos a priori respectivos y defiende los principios de que parte. Yo no puedo hacer mucho más, puesto que la información es poca, pero creo necesario intervenir ya que la avalancha adquiere apariencia de bombardeo y se requiere mirar también desde otros ángulos.

Para expresar mi opinión sobre el asunto, expongo mis elementos a priori:

1) no me agrada reprimir a nadie por sus ideas

2) aprendí a distinguir hace tiempo cuándo se trata de ideas y cuándo de política

3) en la lucha dispareja a nivel internacional, la idea burguesa lleva ventaja porque el liberalismo sigue siendo dominante

4) para colmo, no le basta esa ventaja ideológica y la pretende subversivamente cuando siente que la va perdiendo

5) para remontar esa ventaja y la acción subversiva, la idea contraria no puede caer en la ingenuidad del “derecho a la libre expresión”

6) la lógica burocrática sigue siendo torpe para plantear sus argumentos y no resulta creíble.

Mi época de juventud coincidió con la “perestroika” (reestructuración) soviética; yo estudié en la URSS y regresé imbuido de aquellas ideas que representaban para mí y para muchos la rectificación de un rumbo en extremo impopular, de desconexión de una dirigencia burocrática respecto del pueblo, de superación de la indolencia en el trabajo, de la mentira como norma informativa; en resumen, veíamos en la “perestroika” la esperanza de que el socialismo tomara fuerza y lograra superar definitivamente al capitalismo como régimen verdaderamente humano.

La “perestroika” tuvo su política ideológica en la “glásnost” (transparencia) y por la “glásnost” me formé en la idea de que el comunista debía ser transparente en sus acciones: si no quieres que te censuren, no hagas nada censurable; la transparencia debía regir la política informativa, la política cultural, la vida del partido, en fin, la vida en la sociedad.

Por eso conozco la libertad de pensamiento y la defiendo con todas mis fuerzas. De regreso a Cuba encontré frenos en varias instancias que no pensaban como yo; fui apartado de la vida política por unos años, sin llegar a conocer una represión abierta, pero sé lo que es el aislamiento por tener ideas diferentes.

Por eso no es de mi agrado si alguien sufre por una razón análoga. A la estudiante separada de su carrera no la llegué a conocer; a la profesora, sí, fue mi alumna hace algunos años y siempre tuve buena opinión de ella, de su educación esmerada, de su inteligencia.

Sabía de sus ideas religiosas, pero hace ya rato que en este país no es un problema la profesión de fe. Como la nota fue demasiado parca en detalles, no sé si algo de eso tuvo que ver con la decisión. Por lo pronto, mi opinión no puede más que apoyarse en lo poco que he leído en los mensajes que he recibido de amigos que han tenido acceso a la red.

Con el tiempo y madurando pude convencerme de una las cuestiones básicas para comprender la política y la ideología: una cosa son las ideas y otra la acción política. Retrospectivamente comprendí que mis ideas de la época “perestroika” eran puras ideas liberales y que la Revolución se trataba de otra cosa. Las ideas liberales son las que dan vida al sistema burgués.

Tienen, además, un efecto de encantamiento sobre las mentes jóvenes y no tan jóvenes, pues el punto de mira del liberalismo es el individuo. Cada individuo se siente halagado por las bondades que proclama el liberalismo: libertad para pensar, hacer, y sobre todo, poseer. Libertad de empresa, de palabra, de prensa, de asociación. ¿Quién estaría en contra de un régimen tal? La cuestión comienza a enredarse cuando se plantea a nivel social y no individual: ¿se les garantiza a todos por igual esas libertades?

El liberal ni se hace esa pregunta, y si se la hace trata de autoengañarse, pues la respuesta será negativa y él prefiriera saber que el régimen que le da tanto placer, también lo causa a todos los demás. No hago más que describir la forma en que pensaba yo en aquel tiempo en que fui liberal sin saberlo. Maduré con el estudio y la investigación; todavía lo hago.

En medio de estas lides y analizando las mías propias, fue que comprendí que cada cual tiene derecho a la libertad de pensamiento y de expresión, pero a la vez tiene una responsabilidad política, tiene obligaciones con una masa de gente o con un grupo de personas que pueden ser cautivadas por el verbo de alguien que no precisamente tenga la razón.

Y aquí está también la historia de la demagogia que desde los tiempos de los sofistas era un fenómeno bien localizado y no ha dejado de existir, a pesar de la beligerancia con que la han tratado las más destacadas corrientes filosóficas. Por eso se acostumbra a distinguir entre la idea y la acción política. Nadie tiene derecho a castigar una idea, sería estúpido y no se lograría otra cosa que la doble moral tan extendida.

Pero sí existe el derecho de castigar una acción política contraria al régimen establecido, que intente cambiar las bases en que se sustente dicho régimen. En el ejercicio de ese derecho es que se pueden acometer acciones que si no se argumentan adecuadamente, tienden a confundirse con la represión por motivos de conciencia.

La separación de una estudiante o una profesora de una Universidad cubana es un hecho que debe estar contemplado en un reglamento y discutir su procedencia o no, se puede hacer sobre la base del derecho que le asiste a quien decide de hacer cumplir ese reglamento. Y no creo que hacer política dentro de las universidades cubanas en contra del sistema establecido en el país, sea algo que algún reglamento acepte.

Cuando digo que en el plano internacional aún prevalece la idea burguesa con mucha ventaja por sobre la comunista, no estoy diciendo nada que no se entienda. Hubo un tiempo en que no era tan clara esta ventaja. Mi generación se crió sin que nos visitara la peregrina idea de tener que estudiar para montar un negocio y con ello ganarnos la vida, no lo hacían así los soviéticos con quienes estudié, ni los checos ni los alemanes orientales.

En nuestros países la propiedad privada estaba limitada y las ideas relacionadas con ella también. La vida, en cambio, estaba garantizada; los lujos, no. Hoy ha cambiado algo el panorama ideológico, y vemos con qué esfuerzo se tienen que abrir paso entre los jóvenes ideas que promuevan soluciones colectivas, trabajo voluntario, internacionalismo no remunerado y otras de aquella índole.

Con facilidad se encuentran hoy ideas que antes se habían desterrado y nuestras universidades albergan estudiantes con pretensiones distintas a las de años atrás. Si la Universidad ha tenido que adaptarse a la forma que va tomando el país, con la permisividad de formas de propiedad que no son únicamente la forma socialista y mucho menos estatal, es perfectamente lógico que se toleren las ideas que defiendan la propiedad privada y lo que de ello se deriva.

Pero de ahí a tolerar la acción política, la militancia en organizaciones que tengan por objetivo cambiar el régimen de propiedad y el régimen político del país es ya otra cosa.

Por otro lado, está la subversión, que, como siempre ocurre, de tanto mencionarse tiende a convertirse en el famoso cuento de “ahí viene el lobo”; llega a aburrir tanto discurso sin una experiencia real en nuestro medio.  Pero ahí están los casos de la USAID y otros que se conocen públicamente. Subversión es invertir fondos para crear situaciones políticas inmanejables por las autoridades, es aprovechar situaciones difíciles de escasez material, que de por sí fomentan descontentos en las masas, para canalizarlas políticamente.

Eso es real, y eso lo hace el gobierno de una potencia que ha presentado y mantiene un aval de enemiga, habiendo alentado la agresión y manteniendo un bloqueo contra el país. Eso es así con el gobierno “malo” y con el gobierno “bueno”, pues ese gobierno “bueno” capitalizó las simpatías de un pueblo harto ya de una política de hostilidad y que está presto a celebrar como su héroe a quien levante el bloqueo y elimine las tensiones políticas en pos de una verdadera normalización de las relaciones entre dos pueblos que no tienen hasta hoy ni rastro de odio entre ellos.

La subversión existe y es real; la he sentido en carne y mente propia y en la mi familia, cuando recibía la propaganda de la programación radial que entraba libremente a mi casa a través de un sinfín de emisoras transmitiendo desde Miami. En mi radio entraban La Cubanísima, Radio Fe, La Voz del CID (Cuba Independiente y Democrática) y, por último, Radio Martí.

Mi familia, educada en los valores individualistas de un sistema mercantil, aún sin ser burgueses ni pequeñoburgueses, sin tener la más mínima propiedad, aceptaba de buen grado la crítica que desde allá se le hacía al régimen de propiedad social, a la democracia socialista, a la ideología marxista, se oían con beneplácito esas emisoras.

El punto de divorcio de mi familia con aquellas transmisiones fue el caso Elián; la grosera manipulación política con el niño desde las emisoras de Miami hizo que se destapara el cinismo de aquella propaganda. Yo, desde mi convicción comunista, cedía por momentos a las ideas liberales y aceptaba que el socialismo había fracasado porque no contaba con las riquezas que mostraba el capitalismo, porque no se podía votar directamente por el Presidente de tu país, porque no había pluripartidismo; en fin, el socialismo había fracasado porque no había podido “construir” el capitalismo.

Conozco de la experiencia de la subversión y supe superarla por mi propia cuenta. Sé que otros pueden tomar otro camino y no son más que víctimas de esas cuantiosas inversiones, y ellos lo saben. Incluso cuando se interesan más que nada por la conectividad a Internet, por encima de otras vitales necesidades más apremiantes.

Hegemonía liberal por un lado y subversión por el otro: la tiene bien difícil la idea socialista si no sabe defenderse con todas las que le permite la ley. No es costumbre por estos tiempos una noticia como la que nos sorprendió la semana pasada. Primero porque se han democratizado y diversificado las vías de acceso a la Universidad cubana.

En mis tiempos habían carreras como las de Filosofía, Psicología, la misma de Periodismo y otras que tuviesen que ver con el trabajo ideológico, con muy marcadas condiciones de ingreso que impedían que pudiese entrar a estudiar alguien que estuviese al margen de la Revolución.

Además, la libre circulación de ideas en la sociedad ha hecho que se tome como un hecho normal la diversidad ideológica de la Universidad, que ha llevado a excepciones las expulsiones por razones políticas. Pero la Universidad cubana no es una universidad burguesa que tiene otros mecanismos de control menos evidentes que la universidad revolucionaria.

La universidad revolucionaria no tiene otro recurso que hablar claro del tema clasista, de los intereses que se traza la Revolución con el desarrollo amplísimo de la educación superior. Y esos intereses no son los de una minoría, esos intereses son los de toda la sociedad, los de desarrollar la potencialidad de un país interesado en resolver los problemas para todos y no solo para la minoría que va concentrando la propiedad y teniendo solvencia económica.

Si esa Revolución no defiende el régimen socialista con todos los medios a su alcance, si esa Revolución no se ocupa de formar especialistas comprometidos con un régimen social que le dé garantías a toda la población, si le llega a ser indiferente el tipo de profesional que esté formando, esa Universidad no tiene diferencia alguna con la del capitalismo y comenzará a dictar las condiciones de ingreso y egreso el capital que puedan aportar los propietarios y no el trabajo de los proletarios.

Son cosas difíciles de entender si no se toman los principios por base para el análisis. Que yo sepa, el lema que nos enseñó Fidel en el fragor del proceso que se bautizó con el nombre de “profundización de la conciencia revolucionaria”, en el curso 1979-1980: “La Universidad es para los revolucionarios”, por encima de su apariencia discriminatoria, guarda vigencia y está orientado a impedir que se establezca la verdadera discriminación social, racial, de género.

Ese lema no es excluyente para los que no son revolucionarios, nunca lo ha sido; pero sí pone en su lugar al contrarrevolucionario, que también puede ingresar a la universidad, estudiar en ella, pero respetando sus proyecciones revolucionarias. Ese lema simplemente sienta las bases de la hegemonía revolucionaria en la Universidad como una de las conquistas históricas de la Revolución.

Si se quiere un país con futuro, hay que garantizar la formación de los especialistas que dirigirán los procesos sociales y técnicos al nivel que requiere la civilización.

Por eso, en la Universidad revolucionaria no puede estar ningún principio por encima de este. El derecho a la libre expresión, por el que luchan tantos en el mundo, está incluido en él pero no es su esencia, y no puede estar por encima del derecho de la Revolución a defenderse.

El principio de que en la Universidad la hegemonía esté del lado de la Revolución es el amplio campo donde caben todos los demás y la forma en que estudiantes y autoridades decidan defenderlo depende ya de la forma histórica en que se presente la confrontación política con las fuerzas que no son revolucionarias o son francamente contrarrevolucionarias.

Disidentes somos muchos. Lo dije en pleno teatro hace unas semanas en México cuando me preguntaron sobre la disidencia. Disiento a diario sobre muchas medidas, sobre políticas enteras de mi país, sobre procesos que van en marcha. Probablemente las jóvenes afectadas tienen más de cuatro razones para las críticas que hacen, porque no es secreto para nadie que problemas tenemos demasiados y personas que los promueven sin resolverlos son muchos.

Pero la cuestión radica en el espíritu con que se realice la crítica; unos la hacen para construir una solución, otros para destruir el sistema. Y aquí es que entra la política de lleno. Quien lo que pretende es destruir el sistema no va a entender de soluciones, ni va a llegar a acuerdo con nadie. No va a parar hasta que no vea la situación desestabilizada.

No sé si sean los casos de Karla y de Dalila; no conocí a la primera y no me imagino a la segunda en esas posiciones, pero igual las personas pueden sorprender en circunstancias determinadas. Solo apunto cuestiones generales ante criterios igualmente generales que expresan otras personas.

Las medidas tomadas en un caso por la FEU y en el otro por la dirección de la Universidad, me han sorprendido lejos de la Universidad y no dispongo de todos los elementos para formarme opinión sólida.

Sí tengo referencias del tipo de organización en que están involucradas y no me parece que sean de las que pueden convivir con una sociedad socialista. Otros que sepan más que yo pueden dar los detalles; yo me limito a sospechar que sus razones habrán tenido los que decidieron tomar esas medidas que nunca son agradables.

Por lo que se refiere a la forma de comunicar una decisión, si voy a ser totalmente sincero, debo decir que una vez más deja mucho que desear esa lógica propia de la burocracia, que parece decir todo con miedo y escondiendo los argumentos. Si es una razón policial lo que impide hablar abiertamente, era mejor haber esperado al momento en que completada la operación, se pudiera explicar todo de la manera adecuada.

He leído reacciones en blogs que simplemente parten de aquella situación histórica que vivimos en los setenta, de franca represión a ideas divergentes. No se conocían ahora las razones, lo que no fue óbice para lanzar campañas de solidaridad con las afectadas.

Y sí, estoy de acuerdo que en las actuales circunstancias el regreso a las políticas de los setenta es posible, y no es de desear de nuevo un ambiente de permanente sospecha y cuestionamiento por cosas triviales que no marcaban realmente posiciones políticas. Es necesario dejar bien claro la connotación política y no simplemente ideológica de la medida. El no decir claramente las cosas es lo que más daño hace a la posición revolucionaria.

Debe quedar claro el hecho, no la idea, por la cual se tomaron las medidas en los casos correspondientes. ¿Por qué hablar en general si debe haber cosas concretas que decir? Hay que llegar hasta el final en materia de información, pues así se formará mejor la nueva generación, conociendo concretamente la forma de actuar de la subversión.

Si la información no está clara, la credibilidad se afecta y la batalla política se pierde. Con la verdad, adelante, y así sabremos cuánta masa de estudiantes y profesores está realmente consciente de este momento histórico. Es mi opinión

21 abril 2017 110 comentarios 375 vistas
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paz

La paz en Cuba

por Javier Gómez Sánchez 12 diciembre 2016
escrito por Javier Gómez Sánchez

Fidel Castro siempre fue identificado con su uniforme verde olivo. Aunque más simbólico que jerárquico, era un uniforme militar sin dudas. Eso podía relacionar al líder revolucionario con la guerra de una manera absoluta.

A los que le acusan de crear una Cuba de odio y de abismo entre cubanos. Habría que recordarles que esa separación existe desde hace 150 años. Es parte de la identidad divisoria ante el concepto de nación desde su propio surgimiento.

En las Guerras de Independencia, los patriotas cubanos no se enfrentaron solamente al ejército enviado por Su Majestad, sino también a miles de integrantes del Cuerpo de Voluntarios, cubanos sin sentimiento nacional que defendían a la metrópoli. Fueron ellos los que descargaron su odio en los bárbaros Sucesos del Teatro Villanueva y los que exigieron el fusilamiento de los Estudiantes de Medicina.

Martí sufrió prisión bajo trabajo forzado por escribir una carta recriminatoria a un compañero de estudios que entró a las filas del grupo paramilitar. A lo largo de su vida revolucionaria, Martí tuvo que enfrentar a anexionistas y autonomistas, más las intrigas entre los propios independentistas.

En el combate de Dos Ríos, los primeros enemigos en llegar al cuerpo sin vida del Apóstol no fueron los quintos españoles, si no contraguerrilleros cubanos pagados al servicio de la Corona.

Años atrás las familias criollas de la sacarocracia colonial habían salido a regodearse en el espectáculo del cuerpo de Ignacio Agramonte arrastrado por las calles.

Ya en la República, liberales y conservadores fueron a la Guerrita de Agosto, blancos y negros a la de los Independientes de Color, antes de que la farsa republicana desembocara en la sangrienta dictadura machadista y la violenta revuelta de 1933.

Los torturadores al servicio de Machado no fueron llevados a juicio, la muchedumbre enardecida se encargó de ajusticiarlos. Una foto iconográfica perpetuó al soldado sublevado que acabó con la vida del Jefe de la Porra machadista, con su fusil en alto y el cuerpo casi levitando como en éxtasis.

Después vino Atarés, el Morrillo fatal, Orfila. La guerra entre los grupos que parecía no tener fin. Hasta el golpe batistiano.

Había entre Auténticos y Batistianos un desprecio mutuo: Los primeros, blancos y nacidos en el occidente, representantes de la burguesía y de una clase política tradicional y corrupta; los segundos en su mayoría mestizos orientales de origen pobre sin ilustración ni escrúpulos, ávidos de fortuna a toda costa.

La sentencia entre ambos era a muerte y tras la toma del poder muchos auténticos debieron exiliarse o vivir bajo acoso con el peligro de ser asesinados.

En medio, los Ortodoxos que buscaban por la vía política lograr el rescate moral de la República, se dividieron al morir su líder Eduardo Chibás.

Entonces nace una fuerza nueva, minoritaria, con la calidad como premisa más que la cantidad de sus integrantes. Así surgió la Generación del Centenario que luego se convirtió en Movimiento 26 de Julio y de una FEU pusilánime salió un puñado de valientes que crearon el Directorio Revolucionario.

Todo eso en medio de una Cuba hecha de odio, de un odio mucho mayor y cotidiano, que es el odio más profundo y el que ha intentado sanar la Revolución. El odio entre los ricos y los pobres, entre el desprecio paternalista de los señores blancos y el odio callado de su empleada negra. Entre el bodeguero y el que no tenía para comprar un pan, entre el soldado que se enrolaba para dar de comer a sus hijos sabiendo que estaba eligiendo por el hambre o el desprecio y el civil atropellado que lo despreciaba.

La Cuba tremendamente dividida entre el que tenía para salvarse la vida ante una enfermedad y el que estaba condenado por ser pobre sabiendo que había cura.

La Cuba de una división mucho más honda y lacerante, la de las familias donde el hijo varón era enviado a estudiar y la hija hembra condenada a los deberes del hogar. Así de generación en generación.

La del empleado que soportaba con los dientes apretados la humillación de cada día de su patrón para poder llevar un mísero salario a su hogar. Hasta que se hizo miliciano y sintió un enorme placer al poner sobre la fachada del comercio un cartel de ¨Nacionalizado¨

En la Cuba en que vivimos queda algo de aquellos males o han incluso resurgido. Somos conscientes de ello. Preservar valores contra ese resurgir no es ser conservador, si no tan revolucionario como luchar por lo que debe cambiarse. El cambio de mentalidad que se exige hoy es administrativo, porque el cambio de mentalidad moral, de mentalidad social, de mentalidad histórica que son los más difíciles hace tiempo lo hizo la Revolución.

No es necesario ser revolucionario, basta con entender la revolución.

Quién no entienda nada de esto, no podrá nunca comprender la Revolución Cubana. Como una joven ignorante (por desconocedora, no por joven) que reprochaba que en la Cuba de hoy hubiera diferencias entre ricos y pobres. Pensé al escucharla: No sabe ella que gran elogio le está haciendo a la Revolución. Porque este era un país dividido entre los ricos tremendamente ricos y los pobres miserablemente pobres.

Una clase media alienada se debatía entre los dos. Vivía como viven las clases medias, entre el sueño enajenante de ser ricos y la pesadilla permanente de caer en la pobreza. Fue solo cuando esa clase media buscó a los pobres y se unió a ellos que se pudo hacer la Revolución. Todo lo anterior fue frustración.

Pero menos aún se logrará entender la enorme paz que esa Revolución nos trajo. La paz tremenda que viene de la victoria de una fuerza sobre otra 100 años después de 1868.

En 1965, cuatro años después de Girón, se capturó en la Sierra del Escambray al último grupo armado contra la Reforma Agraria. Desde entonces solo el terrorismo y las ayudas en tierras lejanas enlutaron en Cuba a los cubanos.

Esa ha sido la paz que ha vivido desde entonces mi generación y bajo la cual está naciendo la generación siguiente. Ninguno de mis compañeros de edad o estudios saben lo que es reconocer a un familiar entre un grupo de cadáveres, ninguno ha tenido que ir a una fosa común, ninguno ha visto morir a nadie de una muerte atroz, como ninguno ha disparado un arma más allá de los varones en el formal acto del servicio militar.

La generación de Julián del Casal no pudo decir lo mismo, la de Villena tampoco, ni la de los Hermanos Saíz. Nosotros sí podemos, mientras nos dedicamos a polemizar desde dentro o fuera de Cuba.

Entre mis amigos y colegas tengo muchos contrarios políticos como tengo muchos compañeros. No por eso dejo de tener sentimientos de amor y simpatía hacia ellos.

El líder de mi bando, imperfecto y criticable, se ha ido. Esperemos que no se vaya con él nunca la paz que logró y que nunca volvamos al campo de batalla en nuestros roles históricos de revolución y contrarrevolución.

Esperemos que la luz del civismo nos ilumine. Será difícil.

Si no ocurre, ojalá alguien ore por nosotros.

Que lo haga doble por nuestros enemigos.

12 diciembre 2016 82 comentarios 322 vistas
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Por qué somos militantes

por René Fidel González García 14 noviembre 2016
escrito por René Fidel González García

A Julio Antonio

Somos militantes por ser revolucionarios, porque creemos en la libertad política, la solidaridad y la justicia social, en la esperanza, el bien común y la dignidad de todos.

Somos militantes porque pensamos con cabeza propia aunque nos equivoquemos, porque nos duele la injusticia que se comete contra cualquiera, venga de donde venga, porque no dudamos defender al pequeño frente al grande, al débil frente al fuerte, porque sintiendo miedo, no una, sino muchas veces, escogimos arriesgar, arriesgar, incluso todo, sin esperar recompensa, porque exponemos el pellejo por lo que creemos.

Somos militantes, es verdad, porque no hemos renunciado a ser románticos, aunque otros nos lo restrieguen en la cara cada día desde el otro lado en que se vive mejor, y no porque seamos tontos, es que conocemos el precio que ellos han pagado y no sabemos vivir así.

Somos militantes porque aprendimos una vez – bastó con una vez – que los imposibles eran posibles, y porque entendemos que podemos ser derrotados pero no vencidos, que nada es capaz de vencer la obstinación de un hombre o una mujer que cree en sus ideas, porque aun sabiendo que sólo poseemos una vida, no claudicamos.

Somos militantes porque no nos avergonzamos de los sueños de nuestros abuelos, de nuestros padres, de nuestros hijos, porque no cejamos, porque sentimos, irremediablemente, el dolor ajeno como propio, porque sabemos que nuestra tristeza es posible sólo cuando el otro es triste, y que la soledad, la auténtica soledad, es del que renuncia a amar.

Somos militantes porque siendo tan imperfectos hacemos nuestra parte, nuestra pequeña parte, no porque sea suficiente, ni porque alcance, más bien por decencia, más bien por ternura, porque tomamos el camino largo, porque no tememos a las magulladuras, las pretericiones y el olvido.

Somos militantes porque miramos a los iguales como iguales, a los ojos, como hacen los iguales, pero también porque sabemos quién es el enemigo y sobre lo que se cierne, lo que está en peligro.

Somos militantes porque el poder no nos interesa sino para hacer la Revolución, porque tenerlo, sin hacerla, es solo eso, descarnadamente poder.

Somos militantes porque nuestras críticas, así, en plural, son una auténtica y pura rebelión por nosotros mismos, por la Revolución, y para que lo siga siendo, es que mantenemos la herejía continuada, indócil e irreverente de sus militantes dentro de ella.

Somos militantes porque firmamos con nuestro nombre, porque levantamos la mano donde da la luz para votar a favor, o en contra, sin otear la dirección del viento, porque hacemos sin que nadie nos mande lo que la razón, la justicia y el decoro obliga, porque hemos hecho de la pasión un método y de la fe en el ser humano la firmeza y el mejoramiento propio.

Somos militantes no porque hablemos a nombre de otros, o representándolos, o por ellos, somos, y es obvio de tan terrible obviedad, porque hemos sido siempre más que unos pocos y porque seguiremos militando incluso aunque nos quedemos solos, mientras exista algo digno que defender.

Somos militantes, debemos de advertirlo en nuestro caso, porque somos anticapitalistas, o dicho de otro modo, porque no hemos olvidado que la riqueza de unos es siempre resultado de la pobreza de otros cuando el hombre se vuelve lobo del hombre, y saber eso basta, quizás, para ser militante – digámoslo con precisión milimétrica – del Socialismo.

14 noviembre 2016 116 comentarios 311 vistas
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La otra lucha

por Harold Cardenas Lema 3 noviembre 2016
escrito por Harold Cardenas Lema

La Revolución Cubana es una sola pero los hombres que la componen son diversos. Cada uno con su propia interpretación del marxismo y lo revolucionario. Agrupados en líneas de pensamiento de izquierda que históricamente han pugnado en el campo de las ideas. El destino del país a menudo se dibuja conforme a los desenlaces entre unos y otros, donde vemos momentos de avances y retrocesos, en dependencia de la posición que se ocupe en la contienda. Mucho de lo que está pasando actualmente son las consecuencias de esta lucha invisible, que no es la externa por la soberanía del país pero igual de trascendental.

Es una realidad objetiva, independientemente de que sus protagonistas tengan conciencia o no del fenómeno, todos los que asumen una postura política se enmarcan en una corriente determinada en el abanico del pensamiento cubano. La brevedad de este texto no permite profundizar en el fenómeno pero sí referirse a grandes rasgos sobre las consecuencias que tiene en el presente. Por razones de militancia y buscando particularizar en los aspectos más significativos del debate, me centro en las fuerzas que nutren el proceso político que conocemos como Revolución Cubana.

Debemos comenzar quizás por la rebelión de los marinos en Kronstadt contra al poder soviético, un hecho que no hubiera repercutido en Cuba de no ser por sus consecuencias. Ocurrió una semana antes del X Congreso del PCUS y dio origen a dos resoluciones, una que apelaba a la unidad del Partido y otra que criticaba las desviaciones sindicalistas y anarquistas en el mismo. Resultado: se silenció e invisibilizó el espectro de pensamiento al interior del partido soviético. Muy difícil que los cubanos escapáramos de este fenómeno, cuando fundamos el primer partido comunista y lo refundamos luego en el 1965 bajo la influencia “exitosa” de la URSS, esta fue siempre una importación más.

Los hombres y mujeres de este país son herederos de una carga histórica importante. Venimos de una mezcla particular que combinó la doctrina marxista europea con las ideas chinas acerca del comunismo, el trotskismo, sindicalismo, la línea soviética estalinista, el browderismo estadounidense y el socialismo autóctono cubano. Somos los hijos y nietos del Partido Socialista Popular, del Directorio Revolucionario, del Movimiento 26 de Julio, de mis abuelos que aprendieron a leer y escribir con la Revolución. Asimilamos de ellos sus virtudes y defectos.

Fundamos este proyecto social con un espíritu inclusivo que permitió a diversas fuerzas unirse y ser representados por sus máximos representantes. Sabíamos darle espacio a todos, la doctrina fidelista era inclusiva a pesar de las desviaciones que pronto comenzaron a suceder. Los intentos por secuestrar el poder alcanzado hacia una sola dirección eran abortados, ni siquiera Aníbal Escalante pudo subordinar este país a los esquemas de un aliado como era la Unión Soviética.

Pero, ¿acaso el tiempo y las contradicciones pueden lograr lo que no pudo la microfracción en los sesenta?

La historia reciente está marcada por procesos de contracción y distensión cíclicos. Pero ni siquiera en el momento más oscuro, es legítimo el desconocimiento de alguno de los sectores revolucionarios que componen el proyecto nacional. En los últimos meses ha ocurrido una acumulación de contradicciones que requieren reacciones inteligentes. La impotencia de no saber lidiar con ellos por su complejidad no puede provocar daños colaterales, mucho menos la imposición de una línea de pensamiento sobre el silencio del resto.

Siendo incluso más específico, el problema no es que Julio Antonio Fernández Estrada escriba en un medio extranjero sino nuestra incapacidad para crearle un espacio en los medios nacionales, cuando no me cabe duda de que es un revolucionario, no por herencia sino por formación. La marginación de personas así, son torpezas calculadas que los llevan al abismo y aquel que resbala o cae, es acusado de que siempre quiso saltar. Parafraseando a David en Fresa y Chocolate, esta es precisamente la parte de la Revolución que no es la Revolución.

Cada revolucionario de verdad se ha visto alguna vez en la disyuntiva de no entregarse a la derecha y verse incomprendido en sus propias filas, pero ninguno claudica. Lo saben Julio Antonio Mella, Rubén Martínez Villena, Antonio Guiteras y muchos a los que la historia luego les ha dado la razón. Lo supo Fidel Castro al asaltar el Moncada y ver cómo otras fuerzas revolucionarias se desmarcaban rápido de la acción. Si hace sesenta años nos costaba la vida ser revolucionarios, hoy nos cuesta mucho menos pero es igual de injusto e innecesario.

El uso del poder para favorecer una corriente específica, solo provoca la enajenación del resto de las fuerzas. Ninguna interpretación particular o grupal sobre la ideología puede escamotear el derecho a coexistir en el poder de otras corrientes revolucionarias en el país. Para que este axioma sea realidad, debe tenerse cuidado también que fuerzas de derecha no se hagan pasar por izquierda o asuman el discurso revolucionario. Es momento de definiciones para los cubanos, lo cual no significa asumir discursos trillados ni quedarnos en la comodidad de lo políticamente correcto, pero sí despejando el ambiente.

La ambigüedad termina haciendo favores a la derecha y aprovechando la diversidad para crear desunión. En cambio, secuestrar lo “revolucionario” y convertirlo en posturas maniqueas incapaces de generar empatía en las grandes masas, es un error y un suicidio. Ni siquiera está acorde al espíritu guerrillero de hace medio siglo. Toca fortalecer nuestra unidad sobre el respeto a las diferencias y mejorar la representación de las fuerzas revolucionarias que componen nuestro proyecto, donde todas son legítimas al tener base social cada una.

Mientras tanto, en un ambiente enrarecido como el actual debemos aprender que docilidad y definición revolucionaria tampoco son sinónimos. Que mientras ocurre esta pugna entre nosotros el capitalismo gana terreno cada día en el sector económico y el imaginario social. Que pueden ocurrir escaramuzas y podemos ser injustos si no buscamos la integración y respeto a las diferencias de opiniones entre nosotros mismos. Que crear espacios propios es imperativo, pero hacerlos desde la verticalidad los desarma en su potencialidad.

Lograr un parlamento en la trinchera es algo muy repetido, pero parcialmente logrado. Mejor estar unidos porque en el futuro se avizora una fuerte lucha de clases y en el presente hay una pugna entre nosotros mismos. Pero ya no vivimos en el pasado, no habrá un regreso al dogmatismo de los setenta sin una pelea.

El pacto en que se fundó la Revolución respetaba la diversidad en el pensamiento revolucionario y sabía utilizarla en su favor, no la menospreciaba ni le parecía peligrosa. Sería bueno recordar eso en todo momento.

La única manera que tienen los revolucionarios cubanos de coexistir y trabajar mancomunadamente es reconocer la diversidad entre sí, la importancia de la unidad entre todos y la legitimidad de representación que tiene cada uno de ellos. Esa es la otra lucha que pocos advierten pero igual de trascendental.

3 noviembre 2016 133 comentarios 299 vistas
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La Unidad Necesaria

por Javier Gómez Sánchez 24 octubre 2016
escrito por Javier Gómez Sánchez

Lo que ha venido sucediendo en los últimos tiempos hace sentir la necesidad de la unión apremiante de todos los elementos de izquierda en la Cuba de hoy. Porque demuestran la ausencia de ella. El aprovechamiento político del paso de un huracán mostró que hay fuerzas contrarias solapadas, preparadas y capitalizadas políticamente, listas para explotar cualquier oportunidad.

Evidencia también que han aprendido a nunca perder. Que van con todo dispuesto para el éxito o el éxito. Si se les permite, ganan porque logran continuar su trabajo. Si se les impide, ganan más porque se convierten en mártires con toda la algarabía que implica.

La reacción fue la peor de todas. La represión y el control policíaco solo benefician el discurso de la contrarrevolución. Usar la fuerza no nos muestra fuertes, al contrario. Demuestra escasez de recursos, de inteligencia, de capacidad y de confianza.

Todo eso es lo que se pone en evidencia cuando se envía una patrulla cuando se debió “enviar” a la prensa revolucionaria. Los que lo hicieron, no saben el enorme favor que le han hecho a la contrarrevolución.

¿Quién se reunió, quién analizó, quien determinó? ¿De qué nos sirve ver un video que circule por ahí de alguna conferencia? De esos que nos dan la impresión de que hay ambiente y perspectivas, pero la práctica aparenta que eso es lo único que hay. Ahora ellos tienen su show.

¿Cómo es posible si en la propia prensa nacional al mencionarse escasamente, como esas puntas de iceberg que asoman a veces, se advirtió que eso venía preparándose con motivo de las próximas reuniones de la OEA? ¿Que esto ocurre en un ambiente creado por el CPJ y su informe que llega incluso a manipular entrevistas a gente de la izquierda bien intencionada? ¿Acaso no se sabía que todo se venía preparando?

Las derrotas enseñan más que las victorias. Estaría bien que en la OEA lo presenten como trofeo, para ver si nos damos contra la pared y aprendemos de una vez que no se debe usar la fuerza cuando se debe usar la astucia.

Entonces todo esto nos lleva a preguntarnos a los que nos preocupa el futuro del socialismo: ¿Existe un frente unido de enfrentamiento político en Cuba? Hablo de un frente aglutinador, revolucionario, socialista, izquierdista o el apellido que le quieran poner. ¿Están todas nuestras fuerzas y nuestras capacidades articuladas?

La respuesta es no. Los hechos no demuestran otra cosa.

Tenemos un enorme potencial, porque al unirnos se unen todas nuestras características. La capacidad intelectual, los recursos que nos da la organización y el poder. Pero el uso del poder tiene que funcionar políticamente y no solo para permanecer en el poder. No ser meramente un poder en el poder, tiene que ser sobretodo un poder político.

Lo que tenemos ahora es una fuerza y una capacidad política tremendamente fragmentada. Tenemos al PCC y a la UJC, que llevan a remolque a la FEU y la AHS. Esas organizaciones tienen una línea, un nivel de discurso. Tenemos otra parte de la izquierda dispersa y desorganizada. Tenemos los medios que lo reflejan. Están por un lado Granma y JR, por otro lado medios también estatales pero que a su vez tienen otra línea, como Cubadebate, La Calle del Medio, La Jiribilla, Temas, etc. Por otro lado más, un grupo de páginas webs y blogs. Algunos responden a instituciones y ONGs. Otros son valiosas iniciativas de grupos o personas.

En estos últimos se padece de vanidad, de inmadurez, de ambigüedad y dentro de ellos también hay una extrema fragmentación. Un terrible miedo al estigma social y a romper la Espiral del Silencio. De la misma manera que en los estatales se padece de censura, de silencio, de enajenación. Como fingiendo que las cosas no existen, y las cosas bajo el suelo van caminando.

¿Por qué no se conecta todo eso? No se conecta porque padecemos los mismos males que todas las izquierdas del mundo y de la historia.

Y no hablo solo en la comunicación, hablo de toda la política, la comunicación es solo una expresión de esta. El pensamiento progresista cubano está tan fragmentado hoy como lo ha estado en la mayoría de las épocas. Lo que se logró en cada una fue cuando ese pensamiento llegó a unirse.

El imprescindible cuestionamiento a todos nuestros males ha contrapuesto a muchos integrantes del pensamiento de izquierda cubano con el funcionariado que dirige el Estado. Eso nos ha desgastado, sin haber forma de evadir ese desgaste. Hay que saberlo llevar.

Padecemos sobre todo desconfianza. La desconfianza y las relaciones incómodas propias de una Revolución en el poder, que tiene su propia burocracia y que ha creado su propia tecnocracia.

La realidad es que dentro de la Revolución, se desconfía de sus intelectuales, de sus periodistas, de muchos de sus más dedicados y lúcidos defensores.

Hay temor de que empoderar a una prensa revolucionaria implique también un mayor cuestionamiento a todos nuestros problemas internos, administrativos y nacionales. Pero no puede ser de otra forma, porque hay que ser revolucionario para afuera y para dentro.

Hay miedo a reflexionar, como hay miedo al castigo por la sinceridad.

Pagamos entonces las consecuencias de un sistema lamentable, que aún hoy clasifica a sus integrantes en “confiables” y “no confiables”. ¿A cuántos de nuestros cubanos más brillantes y más revolucionarios, no les han puesto a esa clasificación de “no confiable”? De saber la lista casi habría que llevarla con orgullo.

Creer que nuestros problemas son comunicacionales es engañarnos. Son políticos.

O nos damos cuenta de eso, o fracasaremos. Decir Unidad no es fingir que la tenemos. Es unidad de acción, de criterio, de qué hacer y cómo hacerlo. La Revolución Cubana surgió de la unión y solo puede terminar por la ausencia de ella.

Busquemos ya de una vez la unión política que necesitamos, luego puede ser demasiado tarde.

Nuestro mayor obstáculo es que hay gente que no sabe ni qué ni a quién hay que unir.

Hagámoslo con una única certeza: Nos unimos o seremos derrotados.

24 octubre 2016 101 comentarios 298 vistas
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Lo revolucionario en Cuba

por Harold Cardenas Lema 8 septiembre 2016
escrito por Harold Cardenas Lema

Existen dos grandes falacias sobre lo revolucionario en Cuba. La primera viene de la derecha cuando trata de mostrar la contrarrevolución como algo cool, un acto de rebeldía contra el sistema, un bien público. Con todos sus problemas, el proyecto socialista cubano sigue siendo más hereje, alternativo y patriótico que ninguna otra alternativa. Esta es razón suficiente para no dedicarle un segundo más.

La segunda es la idea de que lo revolucionario es lo políticamente correcto, o mejor dicho, lo políticamente cómodo cuando se vive en Revolución. Esto se conjuga con la noción de que existe un modelo de revolucionario, que de no seguirse al pie de la letra, se convierte uno en Donald Trump. Algo así como “estás conmigo o contra mí”, frases históricamente pronunciadas por George Bush el 20 de septiembre del 2001 y Darth Vader en Star Wars III. Hace días alguien me acusó así también en Facebook.

El proyecto cubano se fundó después de una guerra en que salieron victoriosas distintas organizaciones, cada una con una visión particular del futuro. Y no significó que fueran irreconciliables. El credo en nuestras filas era claro, dentro de la Revolución se podía todo, incluso discrepar al nivel del Che Guevara con Carlos Rafael Rodríguez, se podían cosas que ahora son bastante difíciles.

En algún momento nos convirtieron la política inclusiva de la Revolución, en dogma excluyente si no te ajustabas al parámetro. Y las consecuencias han llegado a nuestros días, marginando así a un amplio sector que podría estar dentro de la Revolución pero la torpeza y falta de visión les ha hecho sentir que están fuera. Es ver los ecos del Quinquenio Gris buscando reproducirse a un nivel masivo.

Si estuviéramos en los sesenta Fidel se hubiera reunido hace rato con los cineastas y hubiera Ley de Cine, o con los periodistas y hubiera un no-sé-qué, pero todo estaría mejor. En vez de mirar con nostalgia esa época en que valorábamos la diferencia de opiniones en nuestras propias filas, sin menospreciarlas o atacarlas, debemos recuperar ese principio.

Alguien dijo que la proposición de opiniones nuevas, la búsqueda de objetivos comunes con los que no son contrarrevolucionarios pero discrepan en algunos puntos, es ambigüedad, vacilación o indefinición política. Esta mirada macarthista nos ha debilitado.

Si esto fuera así, Julio Antonio Mella nunca habría podido hacer la ANERC, Guiteras no habría podido darle avances democráticos al pueblo dentro de un gobierno burgués, Fidel ni nadie hubieran asaltado el Moncada. Y mucho menos su hubieran unido todas las fuerzas en 1959.

En la historia de las revoluciones siempre han existido tendencias al dogma y otras de espíritu dialéctico-humanista, a las primeras siempre les cuesta reconocerse así. La vida es más rica incluso que las ideologías, tu enemigo político sin saberlo puede ayudarte a cruzar la calle o abrirte la puerta en una tienda, y viceversa. No basta con defender ideas de izquierda, hay que ser buenas personas, hay que tener valores que nos lleven a buscar lo mejor en los demás y no a convertirnos en francotiradores predispuestos contra todos los que no son uno mismo.

Por demás, hay que ser consecuentes. No se puede ser revolucionario para atacar el capitalismo y defender la integración latinoamericana, ignorando los problemas internos o callándolos bajo un errado concepto de disciplina militante. Me decepcionan los que pasan horas enfrentando las campañas mediáticas contra el país, y no tienen voz para reconocer con honestidad los problemas internos o lo hacen con edulcoraciones paternalistas.

¿Qué es lo revolucionario en Cuba? No lo sabe nadie, lo construimos todos en base a las lecciones del pasado y las necesidades del presente. Pero la búsqueda de unidad para la construcción socialista, incluso con sectores de distinta procedencia e intereses como fue al inicio de la Revolución, debemos recuperarla. La capacidad de sumar debe ser mayor que la de restar, o estamos muertos.

Hay que ser atrevidos, equivocarse incluso pero seguir adelante. Las revoluciones cobardes no llegan a nada, se quedan allí, ni el recuerdo las puede salvar. Nuestra historia, nuestros muertos y nosotros mismos, merecemos más que la parálisis del dogma. No puede fracasar una revolución más por esta razón.

8 septiembre 2016 58 comentarios 326 vistas
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Viejitos con medallas

por Harold Cardenas Lema 19 mayo 2016
escrito por Harold Cardenas Lema

El señor viene con un pasado a sus espaldas, se acerca al mostrador y revisa las medallas de su época. No sabemos qué pensará, cuáles serán los orgullos, los arrepentimientos. Lo único claro es el simbolismo de un viejito que se encuentra con sus nostalgias. Esta escena ocurre en el boulevard de una ex república soviética pero vi otras parecidas en países similares y es difícil no verse reflejado en ese espejo. Es difícil no pensar en nuestros viejitos, nuestras medallas y los símbolos que en Cuba comienzan a ser anacrónicos. Sin capacidad para construir otros nuevos, aparentemente.

Un anciano con boina haciendo la guardia del CDR es de los clichés más comunes en la isla. Mi propio abuelo no dejó de hacerlo hasta que la familia intervino después del primer infarto, entonces se acabaron las guardias y las tareas del Partido. Si miramos un estanquillo de periódicos lo veremos con sus viejitos al amanecer, igual en las colas o hablando de sus temas favoritos: la pelota y la Revolución.

MedallasEn estos tiempos inciertos es duro ser una persona mayor. El país no tiene la infraestructura necesaria para ellos, las décadas anteriores dejan de parecernos perfectas y su legado peligra ante la incapacidad evolutiva de algunos decisores. Lo único que le dedicamos exclusivamente son los noticieros, esos sí son pensados para ellos, en su lenguaje y forma. El único problema es que no funcionan con nadie más.

La cuestión del legado es particularmente preocupante. Se observa una necesidad de legitimar las hazañas alcanzadas en el período revolucionario, incluso a costa de la negación total de otros períodos. Fenómeno absurdo por innecesario, que puede provocar el efecto contrario de no manejarse correctamente. La enseñanza de la historia, mal manejada, se convierte en olvido.

medallas_chequiaLos viejitos y sus medallas tienen muchos méritos. Quizás el mayor sea haber derrocado nuestra dictadura más sangrienta, o en busca de la soberanía, haberse enfrentado al país más poderoso del mundo. Pero el mayor de todos los méritos es no claudicar, de eso no podremos acusar nunca a nuestros abuelos.

Decía Maquiavelo que la solución de cada problema genera el surgimiento de otro, Hegel lo confirmó con la dialéctica. Al proceso liberador de los sesenta y las muestras de resistencia latinoamericana, siguieron enquistamientos y errores nuevos. Forman parte de los aciertos y desaciertos de mis abuelos. Los primeros son repetidos hasta la saciedad y los segundos son omitidos internamente o publicados esporádicamente desde el exterior, casi siempre desde el rencor.

En Budapest la curiosidad me acercó al mostrador donde se exhibían las medallas. Ver los orgullos del pasado puestos a la venta en el presente me provocó un escalofrío. Cuando era niño un día robé la llave del closet de mis abuelos. Registrando entre sábanas y recuerdos encontré el alijo de medallas que tiene abuelo Ramón y el jugar con ellas me valió un regaño. Cuando llegó el señor ese día y empezó a mirar las medallas, pensé en Ramón.

En Cuba hay un problema generacional. Negarlo sería tapar el sol con un dedo, utilizarlo para criticar lo construido sería un oportunismo barato.

simbolos_en_ventaNo sé si el anciano de Budapest estaba pensando en lo bueno del pasado, o lo malo y sus errores que en Europa fueron mayores que los nuestros. Quizás eran sus propias medallas y se vio obligado a venderlas, quizás las de un censor que le hizo la vida imposible por una orientación absurda. Solo sé que no quisiera ver a Ramón mirando sus recuerdos en un mostrador, con la derrota que provocan las rupturas.

Estamos a tiempo para continuidades, todo depende de que el pasado se convierta en lección y no en lastre, pero todavía va ganando lo segundo. Y no quisiera ser yo un viejito mirando medallas socialistas en un mercado capitalista. El sacrificio de varias generaciones merece un mejor final, merecemos símbolos de logros alcanzados, no sueños perdidos en la nostalgia. Y me aterra pensar que vamos por ese camino.

19 mayo 2016 125 comentarios 462 vistas
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Políticamente in-correcto

por Consejo Editorial 6 mayo 2015
escrito por Consejo Editorial

harold

Por: Harold Cárdenas Lema (haroldcardenaslema@gmail.com)

En un país que cambia y se considera en revolución, no ser políticamente correcto debería ser considerado motivo de orgullo, aun así no son pocos los que exigen una docilidad dañina que solo podría perjudicar a Cuba.
Hay frases que me producen pavor, me ponen los pelos de punta o me hacen saltar como un relámpago y actuar sin pensar demasiado en las consecuencias. Hace unos días me acusaron de no ser políticamente correcto y aunque el tono era recriminatorio lo sentí como una medalla en el pecho. Lo “correcto” a menudo es confundido con la obediencia política en un criterio que busca aplicar la lógica disciplina militar a la vida civil. Nada podría hacernos más daño.
En Cuba la semántica no es asunto de poca monta, todavía estamos rescatando el término “sociedad civil” y denominando “actualización” a una reforma que nos duele demasiado reconocer. La línea divisoria entre el bien y el mal es tan ambigua que queda prácticamente a discreción de quien la interpreta. Es por eso que cuando alguien te critica de políticamente incorrecto debes prestar más atención a quien hace la afirmación que a la acusación misma.
Confieso que en lo personal me encanta ser políticamente incorrecto. En los Estados Unidos la derecha siempre utilizó esa frase para criticar las ideas socialistas calificándolas de superficiales y peligrosas y buscando que las personas vieran como elementos inestables a la “normalidad” quienes criticaban el establishment. Los subversivos en la tierra de Lincoln nunca lo han tenido fácil, el legado de Malcom X y Martin Luther King ha sido manipulado mientras John Lennon no cuenta ni siquiera con un cartel en su memoria en el edificio Dakota.
90 millas al sur tampoco es fácil. Cometimos el error de creer que al comenzar una revolución podíamos darnos el lujo de guardar la rebeldía en la gaveta y comenzamos a oficializar y fiscalizar qué era lo revolucionario. Las consecuencias de esto llegan hasta nuestros días, si bien cualquier juicio severo debe tener en cuenta las obligaciones del contexto, justificar en demasía ha sido un deporte muy practicado en esta isla.
Sucede que yo tengo un problema grave de formación, cuando chico me enseñaron en la escuela que debía ser como el Che y este fue uno de nuestros mayores críticos. En mi adolescencia cometí el error de escuchar demasiado a los Beatles e imaginarme demasiado el país que podríamos tener. En mi adultez ya he apostado demasiado en nuestro futuro como para optar por otras fronteras o hacer lo “correcto”. Quizás si me hubieran enseñado “seremos obedientes” todo fuera distinto, pero el paradigma que me inculcaron fue el de alguien que cuestionó a la URSS en el momento que más los necesitábamos, que no se detenía en conveniencias o se callaba para decir lo que pensaba. Para colmo el argentino era tan asmático como yo en mi infancia, fue la tormenta perfecta en la formación de un niño.
Siempre me he sentido de izquierda, pero mi concepto de revolucionario dista mucho de la versión vulgarizada que algunos intentan legitimar. Según este concepto estrecho, entre las características del revolucionario está ser políticamente correcto, coincidir 100% con el discurso oficial y no despuntar demasiado. En ocasiones parece que estemos destinados a formar parte de “la masa” y que llamar demasiado la atención sobre uno puede ser mal visto. Todas estas son herejías que disfruto practicar con frecuencia.
Nunca he conocido a un revolucionario en la historia que haya sido políticamente correcto. Julio Antonio Mella se ganó la expulsión de su partido por hacer la huelga de hambre que puso de rodillas a un dictador, Guiteras fue el ministro más honroso que tuvo la República cubana haciendo precisamente lo contrario de lo que esperaban de él, cruzando las líneas impuestas. Me cuesta creer que Fidel Castro hubiera sacado a Batista del Palacio Presidencial si hubiera jugado según las reglas.
Solo el cuestionamiento constante al poder es capaz de influir sanamente sobre él y mantenerlo a raya según los intereses del pueblo.
¿Cuándo la obediencia y la docilidad se convirtieron en sinónimos de revolucionario? En cuanto la dictadura de Fulgencio Batista fue aplastada en rebelión popular, el país comenzó rápidamente a lograr cosas que durante décadas habían parecido imposibles, sin embargo en el proceso asumimos como nación la idea de que el Estado se encargaría de nuestras necesidades eternamente. La experiencia cubana es muestra de que ningún gobierno es ajeno a peligros tales como la concentración de poder y la burocracia.
No se trata de convertirnos en rebeldes sin causa sino de tener la dosis suficiente de realidad que nos mantenga a salvo de la lista de dogmas. Esto implica cuotas de responsabilidad muy altas y tener en cuenta siempre que hay fuerzas externas que amenazan la soberanía del país. Si alguien me dice que no soy políticamente correcto de seguro me elogia, porque en un contexto de tanto dogma y disciplina estéril, quizás una buena dosis de irreverencia sea lo que necesitamos.

6 mayo 2015 40 comentarios 192 vistas
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