Calificado por las autoridades cubanas como “bloqueo económico” y por los gobernantes estadounidenses como “embargo”, esta anomalía de las relaciones bilaterales entre ambas naciones nació como medio de presión para liquidar la Revolución del 1ro. de enero de 1959. Y era explicable, una nación como Estados Unidos, primera potencia mundial, no podía permitir, por lo menos en su área de influencia más cercana, la aparición de un electrón libre que, además de escapar de su redil, pudiera infectar o servir de ejemplo a otros países dañando sus intereses. Por eso, mucho antes de las nacionalizaciones de octubre de 1960; las cuales, directamente expropiaron gruesos intereses empresariales norteamericanos en la isla, los norteños tomaron el camino directo de la presión económica para ahogar una isla atada a ellos en este sector desde finales del siglo XIX.
Hubiera sido muy difícil a Cuba resistir la montaña que se le venía encima de no contar con el apoyo brindado por la URSS, apoyo que -preciso es reconocerlo-, pretendía, además de la solidaridad internacionalista, extender el área de influencia socialista al clavar una pica a 90 millas de su adversario más recio. Y fue este apoyo, junto con la aplicación de una política de justicia social, efectiva gestión de control ciudadano y una proyección humanista internacional, la que hizo posible que la resistencia insular pareciera un remedo del relato bíblico de David contra Goliat; pues, cuando implosiona la URSS y el sistema socialista que esta aupaba, la mayor de las Antillas siguió moviéndose a su aire y resistiendo la fuerza de gravedad generada por Estados Unidos. Sin embargo, las reglas habían cambiado y ya no podía gobernarse como antes; entonces, hacia adentro, comienza un lento proceso de “democratización” que tendría su culmen teórico cuando en el 2000 Fidel Castro señala en su concepto de Revolución que esta es, entre otras cosas: libertad y justicia plena para todos; o sea, incorpora a la teoría de la Revolución Social un concepto que hasta ese momento resultaba herético -por lo menos el de la libertad plena- para el canon marxista ortodoxo implementado en la ex-Unión Soviética y el desaparecido campo socialista.
En el plano externo, con la terminación de las misiones marciales en África, la política exterior cubana tomará vuelo extraordinario, ahora no serán militares; sino, envío de médicos, maestros, constructores, artistas y deportistas. Esta diplomacia humanista resultó efectiva en un mundo interconectado y realmente necesitado de edificadores y no de soldados. El in-crescendo de los votos en la ONU a favor de Cuba y en contra del bloqueo desde 1992 demostraron el acierto de dicha diplomacia y el aislamiento, en ese sentido, de EUA. Pero las cosas no cambiaron solo para Cuba, también lo hicieron para USA. La oleada progresista que invadió América Latina en la primera década del presente siglo y plantó cara a la exclusión cubana, la elección de un afronorteamericano para dirigir los destinos estadounidenses y un Papa argentino, convergieron cual triángulo equilátero para cambiar el rumbo de la política norteña, no por generosidad y si por sentido común; pues, como decía Einstein, resulta locura querer obtener resultados diferentes si se sigue haciendo lo mismo. La mayoría de los cubanos vieron con buenos ojos los cambios acaecidos, a fin de cuentas, una normalización de las relaciones con Estados Unidos era deseada desde inicios de la década de 1990; en tanto, hasta esa fecha, el impacto del bloqueo era mitigado en gran medida por el apoyo soviético; empero, a partir de la desaparición del aliado socialista, la isla quedó, desde el punta de vista económico, al pairo.
La realidad que comienza a vivirse en Cuba a partir del 17 de diciembre de 2014 contribuye a generar una visión diferente, especialmente en el soberano, sobre el gobierno estadounidense. Claro, a toda acción corresponde una reacción y si aumentan las remesas, se abre la embajada, se facilitan los viajes, crecen las visas, llegan los turistas, mejoran las comunicaciones y se produce un aflojamiento de las tensiones, “los yanquis no son tan malos”. En las estructuras de poder y sus voceros se perciben dos tendencias, una que ve con más preocupación que beneficio el acercamiento porque el cambio de política tiene para ellos, como objetivo indirecto, la destrucción de la Revolución por otros medios, dedicándose entonces a descalificar a aquellos que aplauden la distensión y critican los errores de la construcción social cubana como elemento real de la erosión ideológica, espiritual y sentimental en el proyecto de vida insular. Otra, aunque no dejaba de reconocer los riesgos, acepta el reto porque sabe que se puede convivir respetando diferencias y entiende que nunca hubo buena guerra.
Un giro de 180 grados se produce en 2016 con la elección presidencial de Donald Trump, negociante, no político; quien, anula casi todo logrado por su antecesor y vuelve a llevar las relaciones al áspero estado anterior. Para lograrlo, el actual mandatario norteamericano echa mano a las herramientas que le brinda el bloqueo y es aquí donde resulta preciso evaluar, aunque sea brevemente, el tema a través de tres preguntas:
1.-¿Puede el bloqueo norteamericano hacer cambiar el sistema socio-político de Cuba?
En realidad comenzó a sentirse con fuerza hace 30 años y aunque la solidaridad de gobiernos de Latinoamérica al día de hoy ha disminuido por la inclinación de algunos hacia la derecha y las presiones estadounidenses, la diversificación de las relaciones con otros países y la incorporación de nuevos mecanismos económicos, pone la nación en mejores condiciones para sortear presiones, mientras su sostenida política exterior de solidaridad le sigue granjeando amigos y buena voluntad. El número de países que le apoyaron en la última votación de la ONU (183) lo hace sentirse acompañado y da sostén moral a la resistencia, especialmente al gobierno. El valor pedagógico de esta resistencia es una carta exhibida por Cuba a los cuatro vientos y no sin razón, más de diez administraciones no han podido hacerle variar el rumbo y, si le ha dado resultado, seguirá haciéndolo.
2.-¿El bloqueo afecta más al gobierno y partido cubanos que al pueblo?
En todo tiempo, lugar y sistema, quienes detentan el poder están en mejores condiciones de sortear problemas y dificultades diarias. No obstante, y más allá de una idea de servicio al pueblo, la dirigencia cubana sabe que la práctica y tolerancia de los actos de corrupción, imposibles de ocultar en una época como la actual, resultan más peligrosos que los marines, puesto que restarían credibilidad y confianza a su gestión otorgando razón a sus adversarios políticos. No es que no haya, es que no son tan groseros, ni estimulados y como la distribución de la riqueza se hace a través de productos y servicios, la mayor parte de ellos subsidiados, el peso de las carencias cae sobre la población, no sobre el grupo dirigente; el cual, no se cansa de decirlo y más importante que ello, demostrarlo. Es difícil, muy difícil creer en la buena voluntad y deseos de un gobernante de traer libertad y progreso a un país cuando en medio de una pandemia le niega medios y recursos para obtener medicamentos y salvar vidas. Desde los evangelios se dice que los hombres, como los árboles, se conocerán por sus frutos.
3.-¿Es el bloqueo, como dice el gobierno cubano, el principal obstáculo al desarrollo cubano?
Los hechos, los obstinados hechos, parecen darle la razón al gobierno cubano; pues, cuando en virtud del bloqueo no se pueden obtener medicamentos, materias primas, equipamientos o acceder a fuentes de financiamiento, cuando se amedrentan inversores o es preciso buscar los elementos para sostener el país en sitios alejados encareciendo su precio, nadie, en su sano juicio, podría argumentar que el bloqueo no es rémora ni obstáculo al desarrollo del país. Finalmente, el bloqueo no solo entorpece el desarrollo económico y social; también el democrático del país; pues, en la medida que privan al país de recursos, le ofrece en bandeja de plata a los extremistas de izquierda, a los intolerantes, a los que no hacen bien su trabajo, a los que viven del puesto y a los negligentes los argumentos que necesitan para barrer bajo la alfombra sus falencias y responsabilizar al bloqueo de sus yerros. El bloqueo debilita la labor cívica del pensamiento honrado y la denuncia ciudadana porque es muy complicado, estando en una misma trinchera, denunciar a quien robó tres litros de aceite o cinco libras de harina, de los cuales, a lo mejor, te da uno del primero y dos libras de la última, cuando el que está enfrente y dice ser amigo, niega medicinas al herido, comida al hambriento y medios para el progreso humano.