En el debate contemporáneo de los jóvenes debe estar presente el análisis de qué socialismo queremos, cuáles son los cambios que debemos realizar, la posibilidad de que sea o no reversible el proceso revolucionario cubano, nuestros errores, la necesidad de enriquecer la teoría y la praxis revolucionaria, la enajenación en el socialismo, entre otros.
Es lógico que se insista en la prioridad de dialogar con las nuevas generaciones, pero la discusión de dichos temas no se resume a un grupo social, implica a la sociedad en general, aunque la intelectualidad desempeña un papel decisivo en dicho análisis.
Resulta vital evitar los tradicionales extremos, en nombre de la “libertad de expresión” puede exacerbarse una avalancha de autocríticas, que si bien son necesarias, cuando no responden a la definición expresa de criticar para construir pueden influir negativamente en el trabajo ideopolítico con las masas.
El debate implica el respeto a las discrepancias. Es en el diálogo donde se enriquecen las interpretaciones, donde se aportan experiencias y elementos que contribuyen a la búsqueda de soluciones colectivas, en una sociedad que se construye desde y para la colectividad.
En el debate la espontaneidad debe estar acompañada de la instrucción sobre los temas que se debaten. Una cualidad que nos distingue entre todas las especies es nuestra capacidad de pensar antes de actuar.
Ante el análisis de temas tan delicados y complejos como los que exigen los momentos actuales, encaminados a la preservación del proceso revolucionario cubano, el cual transitará inevitablemente por un proceso de ruptura y continuidad, no podemos restarle importancia a la adquisición de conocimientos.
La actividad ideopolítica, cuando se realiza bajo las banderas del formalismo, se convierte en la aliada de nuestros enemigos. En la historia existen sobrados ejemplos que ilustran el costo para los procesos revolucionarios cuando están signados por la ignorancia. Resulta vital conocer para pensar, pensar para cambiar sin caer en los brazos de Saturno.