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Diálogo

bienestar
Ciudadanía

Bienestar animal y ciudadano

por José Manuel González Rubines 22 febrero 2021
escrito por José Manuel González Rubines

El pasado 19 de febrero, un grupo de activistas protectores de los animales se presentó en el Ministerio de Agricultura para protestar ante la morosidad en la aprobación de la ley de bienestar animal. Según contaron en diferentes espacios, fueron recibidos por algunas personas que, de manera espontánea estaban dispuestas a echar mano a los vítores de moda para armar el correspondiente acto de repudio –quizás guateque de repudio por ser de agricultura el ministerio.

Antes de que se enrareciera el ambiente de manera irreversible, y para sorpresa de todos, salieron a atender a los congregados —que vestían de negro en señal de luto—, el viceministro primero, Ydael Pérez Brito, y otros altos funcionarios de la institución. Invitaron a los presentes a entrar y, según reseñaron ambas partes, la reunión fue respetuosa y fructífera.

Los animalistas se retiraron con una respuesta concreta a sus demandas: «antes del 28 de febrero habrá ley de bienestar animal en Cuba». Medios estatales, como la Agencia Cubana de Noticias y el NTV, presentaron sin etiquetas ni excesos las declaraciones de las partes, y no solo de una de ellas —la oficial—, como es la usanza. Finalmente, todos regresaron a casa satisfechos y quienes simpatizamos con la causa, respiramos aliviados y con esperanza.

Como institución pública que es, el Ministerio de Agricultura acogió a ciudadanos que llevaron hasta sus puertas un reclamo. No hizo nada más que lo que es correcto y debe: escuchó, expuso y, esperemos, haya asimilado y actúe en consecuencia. Un ministerio no es ni puede ser un ente inexpugnable ante cuyas puertas choquen reclamos como olas en el Malecón. El MINAGRI dio en una lección a sus iguales.

Más allá de presuponer la bondad tras estos actos positivos, sería ingenuo desconocer dos factores importantes que incidieron en que las cosas fueran de este modo y no de otro: primero, en este caso los manifestantes realmente deseaban un diálogo, dado que después de agotar las vías a su alcance para hacer valer su preocupación ante la inexplicable demora del proceso de aprobación de la ley, resultaba más productivo sentarse a conversar y exponer sus cuestionamientos a las autoridades; segundo, existen precedentes muy cercanos de presiones ciudadanas mal encauzadas por funcionarios públicos, por lo que pudiera suponerse que ya se cuenta con una especie de «protocolo» —quién sabe si lo hay realmente— para atender este tipo de situaciones y que no se salgan de control.

Dicho esto, vale preguntarse: ¿Qué hubiera pasado de haberse impuesto la conducta de los que estaban listos para burdamente repudiar al grupo de animalistas? ¿Cómo se hubieran desarrollado los acontecimientos si lo que fue un diálogo civilizado se tornaba confrontación?

La noticia del repudio se difundiría a través de las redes, replicándose en perfiles, grupos y páginas. Pronto, atraídos por la ofensa a una causa que en Cuba tiene miles de adeptos, comenzarían a congregarse en torno al MINAGRI cada vez más personas. La policía y la Seguridad del Estado impedirían la llegada de los posibles manifestantes, como han hecho en otras ocasiones. Los reclamos continuarían sumando voces y la situación escalaría.

Inmediatamente se sumarían los medios alternativos. Las fotos y videos de manifestantes subidos en guaguas por la fuerza, de policías impidiendo la salida de las viviendas a activistas, de detenciones arbitrarias; colmarían cada portal de noticias. Del otro lado, comenzaría el proceso de descalificación de los manifestantes: que si reciben dinero de Estados Unidos o de Nueva Zelanda, que si se reunieron con uno u otro funcionario, que si una vez tal o cual dio esta o aquella declaración. En la noche, vendría el humbertazo para coronar el suceso y acabar de intoxicar el ambiente.

A corto plazo, el infeliz desenlace de un justo reclamo solo serviría para ideologizar con etiquetas a una de las causas más nobles de cuantas defiende hoy la sociedad civil cubana. Durante días, semanas o meses, aun cuando ya nadie se acordara del evento, seguiría la campaña sostenida de descalificación, que emplearía los más chapuceros argumentos de manipulación y usaría como adalides a los voceros habituales. La incomodidad social y política, agravada por la crisis económica y la pandemia, tendría entonces un nuevo motivo para acentuarse.

Por suerte e inteligencia, nada de eso sucedió. Pero esta actuación, hasta ahora excepcional, debería motivar reflexiones y sentar precedentes.

¿Qué de positivo han traído los atrincheramientos que caracterizan a los que deberían ser espacios de diálogo? ¿Cuán beneficiosas han sido las campañas de descalificación, llevadas a cabo con herramientas y por personajes de ética más que dudosa? ¿En qué ayuda enrarecer el ambiente de este país que atraviesa uno de los momentos más difíciles de su historia reciente con puertas cerradas, calificativos fáciles y ofensivos, espacios pensados para mentir y denigrar, contraviniendo los valores del periodismo cubano y las enseñanzas éticas y profesionales de la academia?

Ojalá lo sucedido este 19 de febrero en el Ministerio de Agricultura —la actuación responsable y coherente de los funcionarios y ciudadanos que allí confluyeron— no sea una excepción digna de resaltar, sino que se convierta en la norma de nuestras instituciones. Ojalá la forma profesional y decente, aun con alguna omisión y edulcorantes como fue abordado el asunto por los medios oficiales, también se imponga y destierre la peligrosa vulgaridad que últimamente se ha vuelto común en espacios de nuestra prensa. Ojalá termine también la tendencia que ha empoderado a personajes nefastos que mienten más que hablan en su afán de dividir a un pueblo en bandos antagónicos.

Si como cada facción declara, el interés es construir un mejor país para todos, la decencia, el diálogo y la coherencia; no la confrontación y la vulgaridad, son el único camino posible. En el MINAGRI no solo ganó un proyecto para el bienestar animal, sino que también se beneficiaron la República y la ciudadanía.

22 febrero 2021 19 comentarios
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estrategia
Democracia

De tácticas y estrategia

por Arturo Mesa 19 febrero 2021
escrito por Arturo Mesa

Comienzo a intuir que el debate ya deja de ser de pugnas entre intelectuales sobre quién tiene o no la razón y pasa a ser de otra índole, de tácticas y estrategias, por lo cual, la intelectualidad no acaba de llegar a un arreglo en el aspecto ideológico. Meditando en torno a la economía y su desaceleración, me llega la primera curiosidad: hay carencias, y con ellas llega la desilusión; y de la desilusión se pasa al desaliento; y del desaliento, al disenso.

Pero lo cierto es que la desilusión y las carencias han matizado diversos momentos en la historia nacional reciente y nunca antes se había visto tal debate intelectual, ni tampoco tal agresión por parte de los medios contra los supuestos «oponentes» –entrecomillo oponentes porque muy ingenuo sería no notar la maldad de algunos de ellos, aunque no por eso puede concluirse que esos son mayoría–. Por ende, considero que los debates que urgen son los que esgrimen esos otros oponentes legítimos y «sanos».

Continúo meditando. Paso entonces a considerar que las razones de tal debate pudieran andar por el hecho de existir hoy un amplio acceso a las redes sociales y, además, por el hecho de que hay más tiempo disponible ahora para el ejercicio intelectual. Sucede que como las redes se expanden, pues las personas acceden a mayor volumen de información y cuentan con más contenido a su disposición.

Después de pensar esto, me vuelve a entrar la duda: la gente tiene acceso a las redes por diferentes medios desde hace tiempo y no había pasado esto y, en cuanto al tiempo, asumo que en cualquier época al intelectual cuando le pica, le pica y lo suelta, esté donde esté. Sigo sin respuestas.

Entonces se me ocurre pensar, que quizás el matiz del asunto, su efervescencia y la intensidad a la que se ha llegado, viene por el trazado de una mala estrategia estatal –otra más–, ocasionada por la incapacidad de saber lidiar con el disenso o la opinión contraria.

Eso es quizás, lo que ha molestado a la comunidad intelectual, que ahora tiene redes donde expresarse, que ahora tiene tiempo disponible para hacerlo, y que ahora, además, está inmersa en fuertes presiones económicas, arreciadas por la nueva realidad de salir a gestionarse ingresos en medio de la pandemia. Como acaba de plantear el presidente: «La gente ha visto la necesidad del trabajo», frase que además se me antoja triste, pues asumo que siempre debió haber sido así.

Entonces me voy por la variante de la mala estrategia y analizo: esta tiene su base en la falta de costumbre de lidiar con esa opinión divergente y que, en calidad de tal, molesta. Pero la estrategia tiene sus tácticas, y van desde la publicación diaria en los medios estatales de artículos que devienen defensa a ultranza de posiciones oficiales, hasta la presentación en los informativos de ataques a quienes se posicionan por esos lares contrarios y cuestionadores. Son algo así como manotazos a la pluma del opositor, porque «solo mis ideas salvan» sin reconocer que tanto unos como otros –a los «sanos» me refiero– quieren lo que es mejor para la mayoría.

Mientras unos enarbolan lemas vacíos y conceptos por definir, los otros teorizan sobre conceptos como justicia y equidad, plenamente alcanzables tanto en el socialismo vietnamita como en el finlandés, siempre y cuando en el centro de ambos se ubique al hombre y a la mejora de sus estándares de vida. Agréguesele a eso que se publicita a quienes defienden desde donde sea –Argentina, Perú, Mongolia, Estados Unidos– las posiciones de corte gubernamental y se priva de los mismos espacios a quien diverge desde aquí mismo.

Se ataca sin derecho a réplica, se presentan medias verdades, se manipulan informaciones y entonces, el intelectual que sí está preparado para el debate, presenta sus tesis y queda borrado y ridiculizado en un instante. La novela va semejando un contrapunteo montuno. Pésimos artículos sobre economía son publicados, casi traídos por los pelos, conexiones inconexas de hechos y deplorables críticas a los intelectuales de valor, han cundido los medios de información como parte de una estrategia incongruente de confrontar a quienes no se apegan al discurso oficial, deslegitimizando las razones que ellos pudieran tener.

Muy lejos estoy de pretender mostrar la varita de las soluciones, pero quizás –de haber un interés de reconciliación–, se pudiera empezar por lanzar las acusaciones «con derecho a réplica», como dicta el arte de la buena justicia; o publicar también las opiniones de quienes han mostrado posiciones serias sobre el país, aunque su punto de vista difiera del discurso oficial.

Se pudiera y debiera abrir un espacio de debate público. Quizás sería bueno también dejar descansar al señor Soros por un rato, y no agredir con frases de que «el país es de quien esto y de quien aquello». Hay que comprender que el país debería ser de quien lo merece y lo ama, a través del sacrificio, el intelecto y la postulación de ingentes y productivas reformas, y no de un grupo de los elegidos.

Esa sería la estrategia más idónea, me atrevo a decir. Aquí hemos nacido y aquí permanecemos. Y si aquí estamos, pues queremos mejoras desde nuestras visiones y no desde las de un elegido grupo silente, ni desde el deseo importado. Si alguien sigue asumiendo que son poquitos los que emergen cuestionadores, yo le invito a que busque por el mundo, entre sus compañeros de escuela o universidad, y me responda: ¿cuántos ya no están? ¿Le explico por qué?

***

Súmese a la iniciativa del Consejo Editorial de La Joven Cuba y firme la Carta Abierta al presidente de Estados Unidos solicitando el fin de las sanciones contra Cuba.

Carta Abierta al presidente Joseph R. Biden, Jr.

19 febrero 2021 6 comentarios
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empujones
Ciudadanía

Más palabras, menos empujones

por María Isabel Alfonso 29 enero 2021
escrito por María Isabel Alfonso

Un amigo me comentaba ayer que más allá del desatinado manotazo de Alpidio Alonso, los acontecimientos sucedidos en la víspera del natalicio de José Martí ante el Ministerio de Cultura fueron una provocación montada desde el exterior.

Yo me pregunto: ¿cómo ver el manotazo de Alpidio en el contexto de un «más allá»? ¿Cómo no ver que plantearlo así implica desestimar la gravedad del hecho de que el más alto funcionario de una institución encargada de promover la cultura, junto a un grupo de personas, muchas de la tercera edad, se avienten con actitud guapetona hacia jóvenes que piden diálogo? ¿Fueron provocadores, todos los que allí se reunieron? ¿Fueron todos periodistas pagados por entidades del gobierno de Estados Unidos? ¿Alguien hizo una encuesta?

¿Les molesta tanto a los trabajadores de la cultura ser filmados en público como para proceder a arrebatar de manera violenta el teléfono a quien filma?

De manera repetida, los medios oficiales en Cuba han publicitado en las redes sociales videos y fotos de quienes consideran mercenarios. Alegan el carácter público de estos contenidos tomados de las redes sociales y, por ende, su derecho a usarlos. Nada justifica, sin embargo, que empleen esas publicaciones para difamar. Si al ministro le molesta tanto que lo filmen, el NTV debería poner un «pare» a su cacería de brujas con la cual, al mezclar medias verdades con mentiras, minan toda posibilidad de entendimiento.

¿Que había, entre los asistentes al Mincult, personas que publican en medios financiados por los Estados Unidos? ¿Que uno de ellos, incluso, pidió la intervención de este país en Cuba? Nada de esto, en mi opinión, justifica el manotazo. Este queda, de hecho, en el centro de un problema mucho más grave que tenemos: el de elegir, incluso quienes dicen ser poetas, la violencia, antes que las palabras.

Ailynn Torres Santa explica elocuentemente lo que está «más acá» de ese manotazo: «El Estado que, corporeizado en su funcionariado, ejerce de macho manoteador (individual y/o colectivo), se deslegitima para perjuicio del 99%. Llegado ese punto, el hecho deja de ser un hecho puntual. Se le otorgan, porque las tiene, consecuencias enormes. Se convierte en síntoma».

Y es que constituye responsabilidad de ese Estado —como sigue explicando Torres Santana en su nota—, ocuparse de manera cívica de todos los conflictos, incluso de aquellos que desbordan sus zonas de control, que debutan expansiones de lo permisible. Si no lo hacen ellos, ¿quién lo va a hacer? ¿El pueblo? ¿No le preocupa, a quienes la justifican, una escalada de violencia?

Es precisamente tal incapacidad de puntear y modelar diálogos incómodos la que genera actitudes que desensibilizan, dentro de la sociedad civil cubana, una percepción real de la violencia y sus consecuencias: lo mismo echa guapería Maykel Osorbo que el ministro de Cultura. Se pierde, dentro de todo ese aguaje machotero, la posibilidad de hacer madurar el diálogo.

Inmediatamente después de lo ocurrido, personas favorables a la reacción del ministro decían en las redes sociales que la de Alpidio había sido «suave» y que ellos/ellas «hubieran dado más duro».

No he leído, hasta el momento, que ninguna entidad oficial reproche al ministro el gesto violento. Casa de las Américas, la UPEC, todos, condenan a los jóvenes por provocadores. Unánimemente. El Presidente Miguel Díaz Canel, si bien no aprobó explícitamente el manotazo, tampoco lo criticó, y dijo en su cuenta de Twitter:

No es honesto quien se escuda en el arte para provocar asediando instituciones y funcionarios públicos, mientras la nación lucha a brazo partido contra bloqueo, pandemia y muerte. Nuestros ministerios no son tarimas mediáticas. Allí se trabaja duro. #CubaEsCultura #CubaViva pic.twitter.com/1pmvorVtnp

— Miguel Díaz-Canel Bermúdez (@DiazCanelB) January 28, 2021

Asediar una institución pública es entrar en ella por la violencia. Un buen ejemplo de eso fue lo que ocurrió en el Congreso de los Estados Unidos el 6 de enero. ¿Qué asedio puede haber en leer un poema de Martí en el espacio público alrededor de la institución? ¿Asedio con poesía? ¿No es asedio, por el contrario, impedir que uno de los convocados al diálogo —Yunior García Aguilera—, llegara al Mincult? ¿Que se marque el tono del diálogo desde por la mañana, con detenciones arbitrarias?

Los ministerios no son, en efecto, tarimas mediáticas, pero sí son espacios institucionales con una alta responsabilidad mediadora. Sus funcionarios no están para arreglar los problemas a cantazos, sino con palabras.

Dando y dando (metafóricamente)

Nada de esto significa que no hay fallas en el discurso disensor. De ambos lados debe aprenderse a negociar. De ambos lados deben revisarse los basamentos éticos del diálogo. El viceministro Rojas aceptó a dialogar con tres de los representantes del 27N. Fue un buen comienzo. Les ofreció café, les pidió pasar a la institución. En honor a la verdad, se le vio cordial, diligente y con ánimos de conectar. No puede decirse lo mismo del ministro. Y cuando este agrede, y el primero calla, volvemos a punto cero.

De acuerdo con las directas compartidas, los jóvenes se negaron a entrar reclamando que liberaran a los detenidos —Bruguera, Bisquet—, y arguyendo como razón la fuerte presencia de oficiales armados en los alrededores y dentro del ministerio. No vi en ninguno de los videos, un fuerte despliegue policial en los jardines de la institución. Quizás sí lo había y no fue capturado en cámara.

De todas formas, no queda claro que el no querer pasar a dialogar dentro del edificio pueda ser visto como una provocación. Incluso, desde el punto de vista de las condiciones de riesgo de la pandemia, era más aconsejable dialogar en un espacio abierto.

Hay que considerar que existe el mal precedente del 27 de noviembre, cuando después de la promesa de una tregua al acoso, fueron detenidos muchos de los vinculados a la manifestación. Y, junto a esto, está el accionar cotidiano de los medios oficiales que arremeten por igual contra tirios y troyanos.

La confianza se genera, no se obtiene a manotazos. Hay que cambiar el algoritmo. Si había desconfianza para pasar, razones sobraban.

Pero de la misma forma en que el gobierno cubano debe echar por el tragante el arcaico floppy disc en el cual lleva años guardando un programa defectuoso de control de un modelo predecible de sociedad, cabe llamar a los integrantes del 27N a actuar con responsabilidad. Si los invitados eran tres, y ese era el acuerdo, ¿por qué cambiar el libreto?

En la cronología publicada por el movimiento, se entiende que el viceministro reitera la condición de que «la institución no aceptaba dialogar, citamos, con “corresponsales de medios financiados por el Departamento de Estado de los Estados Unidos”».

Asumimos que estas condiciones fueron aceptadas, puesto que asistieron al diálogo. Si fue así, ¿qué hacían algunos de esos medios ahí?  Se entiende que era imprescindible la presencia de prensa independiente que verificara el diálogo. ¿Por qué no invitar entonces a agencias independientes acreditadas en Cuba, que nada tienen que ver con el financiamiento y los programas de cambio de régimen avalados por la Helms Burton?

Marcar distancia de estas agendas no es solo lo martiano —asumimos que los del 27N lo son, así lo han manifestado—, sino justo, correcto; incluso desde un punto de vista estratégico, acertado: el pueblo de Cuba rechaza en masa tales posturas injerencistas. No desde ahora, sino desde mucho antes, desde aquella guerra de intervención que, por cierto, los libros de historia en los Estados Unidos aún llaman «Spanish-American War», dejando a Cuba fuera.

En la cronología publicada, expresan los del 27N: «a pesar de las campañas de descrédito y agresiones de que hemos sido víctimas, hemos rechazado (…) cualquier acto que ponga en riesgo la soberanía de la patria». Toca entonces ser consecuentes. Agencias vinculadas a los programas de cambio de régimen son una afrenta a esa soberanía. Quizás en el próximo plantón, los muchachos del 27N puedan leer fragmentos de «Nuestra América».

Por su parte, el gobierno debe cesar de actuar como entelequia controladora, como Deus Ex Machina de la historia nacional. Tienen todo el derecho a reprobar la presencia de interlocutores asociados a quienes promueven cambios hambreando y causando penurias, traspasando incluso los límites de la decencia humana (recordemos el bloqueo a las donaciones de equipo médico de la compañía Ali Baba para combatir la pandemia). Pero deben también dar espacio, junto a posturas oficiales, a un periodismo independiente hecho en casa, capaz de exponer los límites y retos del poder, de ejercer un sistema de chequeos y balances del mismo.

Si son tan populares las agendas oficiales, ¿a qué le temen? ¿A exponer las fisuras de un poder que, a todas luces, necesita encauzarse en un urgente proyecto de auto revisión? Si lo que quieren evitar es una Perestroika para Cuba, esa hace rato ya empezó. Puede que haya algo de cierto en lo de la narrativa de la «provocación desde el exterior», pero ello no niega que desde el interior existan demandas inminentes por parte de generaciones cansadas de discursos autoritarios y exclusivos.

Pienso que hay cierta autoconciencia de esto por algún sector de la oficialidad. No es un detalle más que paralelamente a las campañas de difamación y al discurso oficial castigador, se hayan mantenido abiertos back channels de comunicación entre la institucionalidad y voces del 27N.  A ello apunta el contenido de los textos y correos publicados.

Quiero pensar que todo esto ha sido un ensayo y que el verdadero diálogo está por ocurrir. Uno con interlocutores maduros y consecuentes. Esa historia está aún por contarse, por todos y todas. Con palabras, no con manotazos ni empujones.

29 enero 2021 36 comentarios
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violencia
Ciudadanía

La violencia no es cultura

por Consejo Editorial 27 enero 2021
escrito por Consejo Editorial

¿Qué puede esperarse de un gobierno, cuyo ministro de Cultura —por la naturaleza de su cargo quien debería estar más preparado para un diálogo ecuánime y respetuoso—, decide enfrentarse a un periodista y, con pose de matón, le arrebata su móvil e insta a un enfrentamiento violento entre sus subordinados del Ministerio y los manifestantes pacíficos que se encontraban fuera de la institución?

No importa que interrumpieran internet, otra evidencia de irrespeto a la ciudadanía; los videos muestran a las claras, más que la prepotencia, la enorme debilidad de las autoridades que no respetan su propia Constitución. Si Raúl Roa acuñó una frase apropiadísima en los años treinta para referirse al descrédito absoluto de un colega: «certificado de defunción cívica»; Alpidio Alonso acaba de firmar el suyo ante la mirada atónita de millones de personas.

LJC rechaza este acto deleznable, esta invitación a la violencia, e insta a respetar los artículos constitucionales que permiten la libertad de expresión y la manifestación pacífica en Cuba, así como reprueba que se prive a las ciudadanas y ciudadanos de su libertad de movimiento.

Es cierto que existe un peligro enorme de contagio por el rebrote de la COVID-19, pero si el ministro y los funcionarios no lo tuvieron en cuenta al momento de enfrentarse, cuerpo a cuerpo, con las personas que allí estaban, no debería ser un pretexto para evitar el diálogo que se exigía.

Los cubanos y cubanas necesitamos ser escuchados. Queremos el diálogo, no la guerra. En pocas horas recordaremos a José Martí, hay que hacer nuestro su ideario que cada día renace por inacabado: «Lo que en lo militar es virtud, en el gobernante es defecto. Un pueblo no es un campo de batalla. En la guerra, mandar es echar abajo; en la paz,  echar arriba. No se sabe de ningún edificio construido sobre bayonetas».

27 enero 2021 40 comentarios
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cultos
Ciudadanía

Ser cultos es el único modo de ser libres

por Esther Suárez Durán 29 diciembre 2020
escrito por Esther Suárez Durán

Creo oportuno hacer de inmediato dos aclaraciones: la primera, esta réplica no ha podido aparecer donde debería, en este caso, en el sitio web Cubaescena –Portal de las Artes Escénicas cubanas– que publicó el artículo al cual he de referirme a continuación. Dicho sitio no me permite ejercer allí mi derecho a réplica. Agradezco a La Joven Cuba (LJC) su respetuosa y fraterna acogida.

La segunda: me gustaría presentar ante quienes no la conozcan a la colega Roxana Pineda, autora del texto que motiva esta réplica. Es graduada de la especialidad de Teatrología por la Facultad de Arte Teatral del Instituto Superior de Arte (ISA).

Hace varias décadas añadió a este camino, la actuación y la dirección teatral y es, además, Directora General de su agrupación artística radicada en la ciudad de Santa Clara.

El texto de su autoría, al cual por fuerza me referiré, se titula «Querida Esther», y el mío, el cual toma Roxana para desarrollar su diatriba, fue publicado en este sitio, en la tarde del día 15 del mes en curso bajo el título «La envergadura de este otro 27 de noviembre».

La envergadura de este otro 27 de noviembre

Aunque el texto de Roxana aparece con fecha de publicación 17 de diciembre en Cubaescena, lo encontré, navegando por el sitio, el pasado día 22. Nadie me había hablado del mismo y hasta el momento en que lo leí, no contaba con comentario alguno.

Me encuentro entre los que piensan que cada quien tiene el derecho a formarse una opinión y a expresarla. A «derecho» me gustaría incluso añadir el término «deber». Es decir, el derecho y el deber de hacer partícipe de su opinión a los demás.  Por lo tanto, dejo así establecido que la colega Roxana es dueña de pensar lo que le parezca, pero a la hora de suponer el pensamiento del otro sí entiendo que está en la obligación y necesidad de argumentar su conclusión.

Para quien me está leyendo ahora y no conoce el texto producido por Roxana solo expresaré que sus dos primeros párrafos están dedicados a evocar brevemente sus tiempos de estudiante en el ISA y a elogiar mi desempeño allí como joven docente, entre otros miembros del claustro. En efecto, en ese entonces yo era Profesora Adjunta de dicha institución a la par que trabajaba como especialista en la Dirección de Teatro y Danza del Ministerio de Cultura.

En el párrafo tercero de su escrito el tono cambia. Comienza a aludir al artículo de mi autoría que apenas dos días antes LJC había publicado, aunque sin hacer mención explícita al mismo. Plantea sus acuerdos y sus disonancias y, mientras leo, el asunto cobra mayor interés para mí dado que soy de las personas que gusta de las opiniones adversas siempre que estas se hallen fundamentadas.

Dichas opiniones me enriquecen, me brindan nuevas perspectivas, retan mi pensamiento e imaginación, pero sucede que, en este punto, Roxana pone en mis declaraciones intenciones ajenas a mis valores y principios.  

Comienza a emplear una dinámica retórica muy antigua y peligrosa –por su aparente ambigüedad– para quien se escoja como rival. Expresa desde afirmaciones que enuncia como propias, aquello negativo que está, según ella, manifestado en lo ajeno, que sería, en este caso, mi discurso.

Se mueve de este modo en el párrafo tercero, también en el quinto hasta que ya en el sexto se dirige abiertamente a mí y me interpela y mezcla a los actores de los sucesos de San Isidro con los otros grupos de jóvenes y personas de mayor edad que acudieron a SU Ministerio –el de Cultura– el pasado 27 de noviembre.

Solo debo ratificar –porque pienso que ha sido expresado con nitidez– que:

    1. Nada tengo que ver con la idea de «plantar» –cito a Roxana en su párrafo tercero– «una guerra abierta a las instituciones de la cultura cubana». Eso sí, como miles de cubanos de buena voluntad, creo firmemente en la necesidad de hacer más eficiente la institucionalidad con que hasta la fecha contamos, toda vez que es tarea de primer orden la calidad del ejercicio institucional, sin desconocer que otras formas asociativas habrán de emerger para colaborar a responder las demandas acumuladas y crecientes de la sociedad.

Con relación al comportamiento del Ministerio ante la presencia de quienes voluntariamente acudieron el día 27 a sus puertas, pienso que ese era un escenario que la institución no había modelado y, tal como expresé en mi anterior artículo, hubo dilación en la respuesta. No son especulaciones de mi parte –véase el párrafo siete de su texto–, son hechos comprobados.

    1. Resulta obvio cuáles son los sujetos y los temas de mi artículo «La envergadura de este otro 27 de noviembre».

El texto que me corresponde tiene por sujeto a los jóvenes, artistas o vinculados con el arte; y a algunos colegas de mayor edad, de profesiones relacionadas con el arte que les acompañaron: varios de ellos, sus familiares; varios de ellos, sus amigos; varios de ellos, sus maestros. No muevo mi lente de la imagen precisa que he decidido enfocar para realizar mejor el análisis pertinente.

Algunos han escrito de otras zonas y de otros sujetos de esos días. Si Roxana quiere escribir su artículo, decir sus opiniones, que lo haga. Le asiste –en mi consideración– todo el derecho, pero le ruego que para ello no pretenda usarme, tergiversando la intención de mis palabras. Grandes riesgos encierra confundir la decencia y el decoro con otros rasgos que todo el que me conoce sabe que no me van. Podría hablar de una temprana –7 años de edad– visible y sostenida trayectoria política o de una obra artística y al servicio del arte curiosamente muy diversa, donde historiadores y críticos serios encuentran hitos y, lo más importante. Ha sido también mi obra inseparable de los mejores valores humanos y alimentada y alimentando la cultura propia, solo que la moda es el autobombo y el alimento del ego y yo tengo una seria dificultad para seguir las modas.

De todas formas insisto, leo y vuelvo a leer tratando de hallar en las palabras de Roxana ecos de las mías que hayan provocado lo que allí escribe en sus párrafos sexto y séptimo. Hablo en específico de que los actores del hecho de este noviembre de 2020 hayan buscado o establecido alguna relación con el significado que tiene para todos nosotros aquel 27 de 1871. Regreso a algunos participantes, a otras personas al tanto, pero sucede que la cronología de los acontecimientos siguió otra lógica, atendió a otros motivos y de resultas la fecha del 27 –viernes, por cierto– es una real coincidencia.

Lo que tiene que quedar claro en todo esto, pienso yo, es que los sujetos sobre los cuales me centro –y no lo hago por gusto, pues los escojo para conseguir el mejor análisis de la situación–, los jóvenes que acuden a la más alta institución cultural del país, necesitan que se detenga la espiral de la cultura de la fuerza; que cualquier tipo de expresión de violencia simbólica y real ceda paso absoluto a la cultura del diálogo, y la justicia y la legalidad que rigen en nuestra nación.

Si no somos capaces de entender esto, nos estamos perdiendo el valor esencial del gesto y el llamado particular que hace esta generación, con la compañía de representantes de otras generaciones. No culpo a Roxana. En efecto, como casi todo fenómeno o proceso de valor, este se muestra difícil de leer, sobre todo si insistimos en imponerle visiones o concepciones ajenas, por ser las nuestras desde antes y hasta ahora, porque miramos desde afuera, y porque tenemos que leer con inmediatez esto nuevo que sucede. También, porque los nuevos cubanos, nuestros hijos y nietos, nos están retando a hacer política a la altura de la Cuba y el mundo de este siglo; a hacer política de socialismo cubano con Martí y Fidel a la cabeza, entre otros egregios nombres. A hacer política con todos, compañeros, con todos para buscar el bien de todos.

    1. Los diálogos son valiosos porque sin ellos se lastima el tejido político, no existe modo de producir los consensos, ni de crecer y crear. Cuando no se producen, su lugar lo ocupan la hostilidad, el enquistamiento, y, eventualmente, la guerra. Ese es el valor supremo de una postura dialogante, más allá de su sensatez, de su riqueza. Cuba, que es decir en este caso su Gobierno y Partido, ha sabido abrir, mantener y favorecer diálogos en muy disímiles y difíciles condiciones a nivel de política internacional y de relaciones económicas con otras zonas e instituciones en el mundo.

Lo escribí en el artículo que Roxana mal emplea y lo ratifico: hablé de un diálogo condicionado, pero ¿lo referí como un elogio o es que ya Roxana no puede leer el español claro y directo, sin eufemismos ni vericuetos? Dije, y me cito: «a partir del comunicado del Ministerio de Cultura suspendiendo el diálogo al cual se le habían puesto condiciones». Entonces, confieso que me gustaría entender de qué habla Roxana al respecto en su párrafo séptimo.

    1. En los párrafos que siguen en su texto –octavo, noveno y décimo– mi colega se centra en ella misma –lo ha hecho parcialmente antes, sobre todo en el párrafo cuarto, aunque sin dejar de aludirme, puesto que es este un texto dirigido a mí–, y completa lo que sería toda una declaración de principios.
    2. En fin, si mi colega deseaba o necesitaba hacer una declaración tal, no creo preciso haberme mezclado en ello, puesto que nada de lo que dice guarda relación crítica con el artículo a mi firma que ya he referido.
    3. Lamento que haya empleado un recurso infortunado: me refiero al título de «Querida Esther» y a los primeros párrafos donde elogia mi ejercicio docente en el ISA y todo pretende disfrazarse de algo dicho desde una posición de respeto, hasta que la pluma toma confianza y, en buen cubano diríamos «coge vapor». Ya a la altura del párrafo seis la postura es, para decirlo con fineza, a lo menos desafiante.

Semejante argucia solo se vuelve contra quien la usa, en el ámbito de sus lectores, y contra el órgano que se presta a tal cosa, mientras la institución que él representa blasona –por cierto, desde la misma página y en la misma fecha– la necesidad de reconocer las jerarquías artísticas e intelectuales. El mismo órgano que, al solicitarle yo a su webmaster el derecho de réplica en su espacio, me ha respondido, en correo electrónico del propio día 22 a las 16:45: «Pensamos que lo puedes hacer en la misma publicación donde salió el texto que dio origen a la respuesta de Roxana Pineda. Saludos».

Como muestra de los tiempos interesantes que vivimos –para los cientistas sociales y los artistas, escenarios de privilegio–, período este en que se yuxtaponen cambios generacionales, culturales, sociales en el tejido de la nación que, a su vez, necesitan de formas de pensar y hacer la política; hace apenas unos días se realizó en el Instituto de Investigación Cultural «Juan Marinello» –por cierto, una de nuestras instituciones– un taller sobre la democracia. El salón estaba colmado de jóvenes.

Cada vez advienen estaciones mejores. El derecho a réplica es un derecho ciudadano, me corresponde hacer uso de él en el mismo espacio que ha dado lugar a la necesidad de la misma para que sus lectores tengan la ocasión de confrontar las diversas versiones. Eso también es cultura. Y en efecto, hay que ser cultos para ser libres.

29 diciembre 2020 31 comentarios
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Ciudadanía

Razones de más para no callar

por Ivette García González 21 diciembre 2020
escrito por Ivette García González

Cierta indignación, desconcierto, inestabilidad y división vivimos hoy en Cuba. Los acontecimientos recientes, las respuestas gubernamentales a ellos, y los posicionamientos políticos convocan a la reflexión crítica. 

Los medios oficiales persisten en presentar una Cuba virtual y saturar con propaganda política, criminalizar y/o neutralizar a los que disienten e infundir miedo con reiteraciones tóxicas. Condenan lo condenable, mas también se busca amordazar, que renunciemos a la crítica, so pena de ser calificados de «mercenarios». Pero se trata de Cuba y hay mucho en juego.

El modelo socialista implementado por la Revolución se quebró hace años. Desde entonces padecemos una crisis estructural permanente. Ahogamiento de la iniciativa creadora, cansancio y pérdida de un referente de futuro son algunas consecuencias. Hoy el consenso y la sociedad se han fracturado.

El manejo oficial de la crisis actual está dando resultados favorables al gobierno, pero son solo aparentes y de corto plazo. Las medidas no van a la raíz y reproducen estilos fallidos y obsoletos. Las contradicciones se agudizarán, también porque se confronta incluso a quienes disienten desde posiciones revolucionarias.      

Algunas reacciones a los sucesos recientes

San Isidro fue un detonante. Adversar sus presupuestos ideológicos, compromisos y comportamientos, no implica aceptar violación de derechos inalienables ni respaldar cualquier decisión gubernamental. Cerco, represión, apagón digital, criminalización de los participantes a través de campañas mediáticas, violación del debido proceso, etc., fueron manejos oficiales erráticos. Era lógico que generaran una cadena de reacciones.

Las posturas críticas posteriores se arrimaron al ya satanizado MSI. Se criminalizó la espontánea movilización del 27 de noviembre frente al MINCULT y se arrinconó la crisis como si fueran solo quejas de algunos artistas e intelectuales.

Sin embargo, ese día abría una esperanza para muchos. Porque los problemas de fondo son de toda la sociedad: crisis económicas recurrentes y reformas enlentecidas; problemática regional y de las migraciones internas; violaciones al Estado de derecho, emigración, reticencia a reformas políticas, falta de libertades civiles, etc. 

Fracasó lo que debió ser un proceso negociador desde antes del diálogo, que podía empezar con el 27N y ampliarse luego. Lo que siguió a esa noche fue de acción/reacción y cazar el primer desliz para cancelar el diálogo o enrumbarlo hacia la modalidad cómoda y acostumbrada: desde arriba y selectivo. Funciona: calma las aguas y divide a los reclamantes. 

Algunos cubanos en el exterior y seguidores financiados en Cuba apelan a la violencia, en consonancia con el gobierno de los EEUU. Es condenable, pero es una minoría que lamentablemente tiene más visibilidad en ambas orillas. Acá se usa para presentar al ciudadano un cuadro cerrado donde sólo vean dos caminos: su gobierno o los opositores virulentos aliados del imperialismo.

Los extremos se topan. El oficial de Cuba también estimula y ejecuta o protege la violencia. Se evidencia en discursos de mítines, debates en redes sociales, orientaciones de activar brigadas de respuesta rápida, post y comentarios en medios institucionales y oficiales como Granma y Cubadebate. Si no es política oficial, sus administradores pueden no publicar, exigir moderación o incluir otros mensajes con un enfoque diferente. ¿Por qué no se hace?

«El oficial de Cuba también estimula y ejecuta o protege la violencia. Se evidencia en discursos de mítines, debates en redes sociales, orientaciones de activar brigadas de respuesta rápida, post y comentarios en medios institucionales y oficiales como Granma y Cubadebate».

Insisto en dos ideas que expuse hace tiempo en el artículo «La violencia traerá el caos»: 1) «Se puede llegar a buen puerto cuando las contradicciones en el escenario político e ideológico se dirimen a través del debate, las leyes y las expresiones cívicas. Pero llegar al extremo de la represión y la violencia, institucionalizada o no, como está ocurriendo en Cuba, conduce al caos y se aleja de los mejores valores de la Revolución»; y 2) «Los Estados que no controlan el uso de la violencia no son Estados funcionales. Estado y Gobierno deben ser negociadores, capaces de solucionar en forma flexible y siempre activa los problemas fundamentales de la sociedad, integrar en redes negociadoras a todos los grupos sociales, intereses y situaciones problemáticas».

La mayoría de los cubanos que disiente dentro y fuera de Cuba, e incluso muchos que no participan, pero piensan –y como diría Miles Davis, «el silencio es el ruido más fuerte»– están por el diálogo amplio e inclusivo entre gobierno y sociedad civil. ¿Por qué eso no se dice? ¿Por qué no se le da visibilidad?  

En lugar de eso, la violencia en diversas modalidades se ha incrementado por parte de quienes tienen la mayor responsabilidad de impedirla. El despliegue de fuerzas militares en la ciudad impresiona, duele, no es la Revolución.

El monopolio de la violencia corresponde al Estado para enfrentar actos de ese carácter y mantener el orden. No es una función que se delega; sin embargo, se mantienen los actos de repudio bajo su estímulo y respaldo. Es una práctica abusiva y nefasta para la sociedad, que deja heridas muy difíciles de sanar.  

Urge hacer valer el Estado de derecho. Las libertades de pensamiento, expresión, asociación, circulación, el debido proceso judicial y otras, son derechos inalienables y universales respaldados por la Constitución. No pueden ser válidos para unos y otros no. No pueden desconocerse las leyes a conveniencia. 

¿Por qué en vez de linchamientos mediáticos, represión y estímulo a la violencia contra los que disienten, diciendo que son pagados por el gobierno de los EEUU, no se aplica la ley que como en muchos países condena la asociación con otros estados para socavar el orden establecido y la paz? En sus artículos 114 y 119, el Código Penal vigente contempla sanciones para los delitos de «incitación a una guerra de agresión» y «mercenarismo».

¿Por qué se difunde tanto el ultraje a la bandera por un ciudadano y no se aplica la Ley de Símbolos Nacionales?

¿No hay leyes que sancionen a las autoridades que cercan a ciudadanos en sus viviendas, incautan celulares y detienen arbitrariamente a personas que tienen derechos protegidos por la Constitución?

Los ciudadanos que por ejercer su derecho a la crítica son acusados en medios oficiales de mercenarios, elitistas, nuevos contrarrevolucionarios y auspiciadores de golpes blandos, entre otras ofensas, deberían poder demandar con éxito a quienes los han ultrajado y exigir el respeto al Estado socialista de derecho. Circula en estos días un «Escrito de Queja y Petición», dirigido a varias instancias del Estado y el Gobierno. Veremos qué pasa.

Efectos de la manipulación del lenguaje en la crisis actual

La propaganda manipuladora hace mucho daño al socialismo, la civilidad y el proceso de cambios que necesita Cuba. Sus ideólogos asumen que la Revolución es el gobierno con sus seguidores incondicionales y que todo el que disiente es contrarrevolucionario.

Eso explica la arremetida contra algunos intelectuales. Se desea y espera que apoyen al gobierno o callen. Es temor a la capacidad de esclarecer, desmontar esquemas mentales con argumentos y estimular la independencia de juicio. No es nuevo, ha sido un duro fardo que muchos han tenido que cargar.

Se ha creado tal confusión que las palabras se usan en consignas y discursos trastocando sus reales significados. Habrá que empezar por interrogar qué es para nuestro interlocutor «Revolución» y «revolucionario».

Hace un tiempo escribí que en la tradición cubana «la Revolución» se asume también como proyecto, una visión futurista «comprometida con la democracia, que presupone cambios para alcanzar metas que conduzcan sistemáticamente al mejoramiento humano».

En consecuencia, supone la existencia de contradicciones a través de las cuales se procuran tales propósitos. Pero es imprescindible una práctica sistemática de gobierno democrático que gestione esos procesos a través del diálogo con sus ciudadanos. Sólo así el proyecto se supera y el consenso se retroalimenta y actualiza. La Revolución no es patrimonio de gobierno o sector social alguno. Es parte del imaginario social cubano con todos sus matices. 

El abuso del término y su contrario, «contrarrevolución», pasa por intereses y complejidades del poder. No es novedad que el gobierno se presente como representante de la Revolución y que muchos lo acepten así. Tampoco que dentro de la contrarrevolución incluyan a quienes disienten desde la propia izquierda.  

Ocurrió en otras revoluciones y en países con diversos modelos socialistas. Para la nación cubana esto tiene enormes riesgos. La crisis sólo se resuelve dialogando con todos los sectores sociales interesados en ello.

Hay mucha energía revolucionaria que aprovechar

No es un proceso fácil, pero es imprescindible y posible. Hay mucha energía verdaderamente «revolucionaria» disponible. El revolucionario es de convicciones firmes, no es un fanático. Es independiente en su pensamiento, sentimientos y decisiones. Tiene «capacidad para trascender los límites de la propia sociedad, (…) capacidad de criticar la sociedad en la que vive (…)».

Lo distingue el «espíritu crítico», que implica «dudar de las opiniones de los dueños del poder y los medios de comunicación que le pertenecen, mantener firmemente sus convicciones aun cuando circunstancialmente se encuentre en minoría»; dudar incluso del sentido común, porque este a veces se ha conseguido a fuerza de repetición de las ideas que se quieren imponer. En consecuencia, como ha dicho Erich Fromm, «el poder no puede ser venerado, debe someterse a escrutinio y desconfiando siempre de sus resoluciones».

De modo que lo revolucionario hoy supone una postura crítica respecto a los asuntos del país, la defensa de la soberanía nacional, la disposición y puja por el diálogo y la negociación en base al respeto y el reconocimiento de las opciones e intereses de los ciudadanos.

No hay golpe blando ni revolución de color alguna que tenga éxito si el escenario interno no es fértil para eso. Como diría G.K. Chesterton: «Las cosas muertas pueden ser arrastradas por la corriente, sólo algo vivo puede ir a contracorriente». Los derroteros de lo que está ocurriendo en Cuba los decidimos nosotros: gobierno y sociedad civil.

Quizás nunca la sociedad cubana estuvo tan dividida, ni la crisis fue tan profunda, ni faltó tanta inteligencia para manejar los disensos. Y ahora se suma un nuevo factor de tensión social con la llamada «Tarea Ordenamiento».

Varios economistas se han referido a su complejidad y desafíos en lo económico. Semejante viraje también tendrá efectos en la dinámica resistencia/represión y sus contenidos de violencia estructural y simbólica.

El reciente discurso del Presidente de la República en la clausura del VI Período Ordinario de sesiones de la Asamblea Nacional del Poder Popular en su IX Legislatura, constituye un excelente balance de las dificultades que ha confrontando el país, los avances en el proceso de cambios, la proyección actual en función de la recuperación de la crisis y el desarrollo, así como los desafíos que tenemos por delante. También ofrece una contundente crítica al formalismo, el acomodamiento, la burocracia y el «inmovilismo enquistado en algunas instituciones». 

Sin embargo, sobre el espectro crítico y de contradicciones existentes en el país, sostiene la postura y enfoque oficial descritos en este texto, omite las desacertadas respuestas y elogia a los medios de comunicación oficiales. No todos, Presidente,  somos «líderes de laboratorio» ni «lobos que se disfrazan de ovejas». No todos fomentamos actitudes violentas ni mercenarias, no todos somos parte de ese «enjambre anexionista».

21 diciembre 2020 45 comentarios
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Ciudadanía

La envergadura de este otro 27 de noviembre

por Esther Suárez Durán 15 diciembre 2020
escrito por Esther Suárez Durán

El pronunciamiento protagonizado por las personas de buena voluntad que acudieron el día 27 de noviembre pasado al Ministerio de Cultura a dialogar con el ministro no parece que pueda leerse como un suceso aislado. Es una señal de las partes más sensitivas del tejido social, dando cuenta de la necesidad de los hijos de esta tierra de tener la participación merecida y necesaria para construir una nación en la cual podamos reconocernos todos. 

Estaban allí jóvenes artistas, personas relacionados con el arte, también estaban sus padres. La mayoría, de similar procedencia profesional; la mayoría, jóvenes de espíritu; la mayoría, apostando porque se cumpliera el anhelo de sus hijos pues ese sería el signo inequívoco de los nuevos tiempos de crecimiento para la Patria. En el caso que me ocupa –varios de ellos, colegas conocidos, personas muy cercanas, amigos con los cuales me gustaría compartir trinchera, si llegara el caso– tanta fe y confianza tengo en ellos y, más aún, en sus hijos y en todos aquellos jóvenes que con la mejor de las intenciones allí se congregaron, porque –tal y como se esperaba– son mejores que todos nosotros.

La respuesta inmediata y la que apenas días después le siguió demostró que la institucionalidad no estaba a la altura. De haberlo estado, no hubieran dilatado hasta bien entrada la noche la posibilidad real del encuentro y no hubieran protagonizado una jornada tan bochornosa como la que vivimos el viernes, 4 de diciembre, a partir del comunicado del Ministerio de Cultura suspendiendo el diálogo al cual se le habían puesto condiciones. A partir de ahí, se permitió –que es lo imperdonable– el ensañamiento mediático y torpe, mezquino –porque no existía derecho a réplica– que demonizaba a quienes de manera voluntaria habían buscado el encuentro y a los padres y artistas de otras generaciones que les acompañaban en el empeño, incluyendo a un hombre que aportó más luz a aquella noche adonde llevó su honradez, coherencia, sensibilidad y altura como el director y Premio Nacional de Cine, Fernando Pérez, quien se nos hizo aún más admirado y querible.

El largo y triste día del viernes 4 nos sirvió para mejor ver cómo funcionan todavía hoy nuestros medios y, detrás de ellos o a través de ellos, el dispositivo ideológico del Partido. Los periodistas que acríticamente se prestaron a que esa vez se escuchase una sola voz pueden sentirse avergonzados. Fueron repetidores de una misma frase, incapaces de buscar la verdad, incapaces de crear contenidos y de darle paso a las voces diversas que desde el tejido social se alzaban. Poco favor nos hace prensa semejante.

Mientras tanto, un colega joven, creador de varias de las más interesantes y útiles piezas teatrales de los últimos años, quedaba atrapado en su residencia, sin comunicación con el mundo exterior: las vías telefónicas cortadas y una posta a la salida de su casa. Otros, que no conozco como conozco a este, vivieron la misma experiencia. Espero que les sean dadas las disculpas necesarias. Me pregunté mil veces ese día fatídico quién estaba gobernando en Cuba.

Por fortuna, el sábado 5 comenzó a abrirse paso la cordura. Volvimos a funcionar como cubanos: terminaron las ofensas contra los jóvenes artistas y sus acompañantes de otras generaciones, el lenguaje recobró en parte su trato con la verdad;  se inició el encuentro, ahora bajo las condiciones de la institucionalidad que seleccionó unilateralmente a sus interlocutores, pero era mucho pedir que se avanzara más allá en menos de veinticuatro horas en las cuales del negro se había pasado al blanco, por corte –dirían los artistas de la imagen en movimiento–, sin transición expedita.

Las señales han sido claras. La sociedad civil necesita ya mismo su espacio. La gobernanza también necesita —para su bien y eficacia– poder ser emplazada y reemplazada cuando no sea la idónea, cuando no dé la talla. El socialismo burocrático ha de dar paso al socialismo participativo. Las ideas han de andar libres en el aire. Habrá que marchar aprisa porque hemos perdido mucho tiempo, hipotecado vidas enteras que no devolveremos y hecho zarpar a nuestros jóvenes a buscar en tierra ajena lo que, por derecho y lógica, deberían haber hallado naturalmente en la propia. Y esta, acaso sea la mayor y real derrota de la cual procuran redimirnos –¿no lo vemos?– esos muchachos esta nueva noche del 27 de noviembre.

Ha de emplearse la energía consignera en tener, de una vez por todas, una economía decente por las vías que nos indican nuestros mejores economistas, la que nos debemos y podemos alcanzar a pesar, incluso, del bloqueo más criminal de la historia. Vietnam no es solo un país amigo, es, además de una nación entrañable, un referente, un estímulo, un acicate. Ellos, bombardeados y arrasados, han vencido al enemigo en todos los frentes.

¿Nosotros…?  

Ojalá lleguen los tiempos en que los decisores le brinden tanta escucha a las ciencias sociales como la que acertadamente le han brindado a las ciencias bioquímicas, en especial en esta grave circunstancia sanitaria. Los males y las epidemias sociales existen y enferman mortalmente a las sociedades. Las ciencias sociales llevan mucha atención porque distan de ser exactas. El libre arbitrio de los seres humanos constituye un obstáculo maravilloso que evita que el pensamiento se anquilose; están, además, transidas de ideologías y la matriz que nos sirve apenas cuenta con unos breves siglos de ejercicio.

Por su parte, el diálogo honesto e inteligente y la polémica, son formas vivas y productivas de búsqueda de las verdades, de entendimiento y creación en la vida social, de conocimiento y valoración del prójimo, fundación de empatías, desarrollo del pensamiento y del quehacer científico y artístico. Son, en suma, ejercicios de la mejor educación e instantes gozosos donde se barrunta el porvenir. Pero el diálogo tiene que ser perenne, ha de ser más una vocación que una ocasión; no precisa, por lo tanto, de asambleas y rituales ni de espacios predeterminados, ha de ser tan ágil, oportuno y presente como la vida. Tan intenso, raigal y permanente que se torne una manera de vivir y gobernar. Ese es el diálogo que necesitamos.

15 diciembre 2020 54 comentarios
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Democracia

Diálogos, desasosiegos y esperanza

por Arturo López-Levy 14 diciembre 2020
escrito por Arturo López-Levy

El sábado 5 de diciembre tuvo lugar un diálogo entre funcionarios del Ministerio de Cultura y algunos artistas e intelectuales en Cuba. No se sabía aún el resultado del diálogo y ya chillaban las redes sociales con cubanos molestos que decían no haber sido representados por los reunidos allí, a quienes llamaron traidores y otros epítetos. Un número equivalente asegura que no estuvo representado tampoco por el Movimiento San Isidro ni por los que fueron al MINCULT el 27 de noviembre, quienes afirman no ser los mismos del 5 de diciembre, ni compartir con estos sus pliegos de demandas.

Totalitarios descontentos con el totalitarismo

Esa coincidente exigencia, con tirios y troyanos pidiendo que alguien represente a todos, es un síntoma de cuán totalitaria es la cultura política cubana. Sorprende el encono con el que, reclamando derecho a la disidencia, se descalifica al que tiene una opinión diferente a favor o en contra del gobierno sin reparar en el principio de que la unidad para ser auténtica viene después de la diversidad. Se reclaman diálogos en abstracto, condenando a los que dialogan en concreto. Se busca la solución total y se descalifica la gradualidad y las curas parciales. Demasiada gente con enojo, insiste en exigirle a los demás que digan lo que ellos quisieran decir.

El pluralismo es lo natural. Los cubanos -de hecho, las personas en general- tienen opiniones diferentes porque miran desde distintas perspectivas y experiencias. «Cuando muchos piensan igual -decía Voltaire- es porque pocos están pensando». La pluralidad en la sociedad civil y en la sociedad política puede ser bien o mal manejada, pero lo que no puede negarse es que es.

En una cultura republicana, nadie tiene la responsabilidad de representar a todos. El derecho a la libre expresión, interpretado como virtud republicana, implica el ejercicio del criterio, con respeto y lealtad al interés público (rēs pūblica), para defender los valores, paradigmas e intereses propios. No los de todos, no los de los demás, los propios. La pugna contra el diálogo del sábado entre el Ministerio de Cultura y algunos artistas e intelectuales es expresión de totalitarios descontentos con el totalitarismo. A quien se sienta insatisfecho –cuéntese este autor entre ellos– pues busque formas de diálogo efectivo que lo represente. Tanta gente que dice que se debe dialogar con los del MSI, aunque no están de acuerdo con su agenda o sus halagos a Trump, ¿por qué no van y se los dicen?, ¿no sería un diálogo más productivo?

En política no se dialoga ni se negocia como hobby. Tan importante como lo que se discute es aquello que une a los que dialogan. Quién negocia se sienta a la mesa para obtener un mejor resultado que el optimo alternativo a negociar –en teoría de negociación de conflictos se llama BATNA, las siglas de Best Alternative To a Negotiated Agreement–. Es lógico, útil y profesional establecer precondiciones y que el primer diálogo sea sobre cómo dialogar.

La posición de Fernando Rojas de no negociar con quienes reciban dinero de los fondos de cambio de régimen aprobados bajo secciones de la Ley Helms-Burton es lógica para un nacionalista. Un diálogo abierto a todas las fuerzas patrióticas, incluso las que discrepan del paradigma comunista, es una necesidad del país plural, pero también lo es la defensa de la soberanía. De allí hacia atrás, donde comienza la defensa del unipartidismo perpetuo, termina el interés nacional.  Salvo que su objetivo fuese correr el reloj hasta el 20 de enero y poner a dormir a los congregados sin usar la fuerza, ilógico fuera que se dejara negociar en el Ministerio de Cultura a aquellos que celebran sanciones de profundo impacto negativo para la población cubana.

Una postura patriótica y flexible por parte de los interlocutores del viceministro hubiese sido tomarle la palabra, salir del Ministerio de Cultura y pedir ante la prensa concurrente el fin inmediato e incondicional del bloqueo/embargo contra Cuba, proclamando su rechazo a toda intervención o financiamiento a favor de un cambio de régimen impuesto desde fuera. Perdieron la oportunidad, demostrando que, en política, estaban boxeando por encima de su peso.

Uno de los ponentes pontificó lo lamentable de haber tenido que esperar a leer el libro «Tumbas sin sosiego», del historiador Rafael Rojas, para entender la historia de Cuba. Cada uno tiene sus poetas preferidos, pero no se empieza bien si en lugar de defender el pluralismo se viene a imponer preferencias controversiales.

«Tumbas sin sosiego» tiene la misma orientación teleológica que critica. Lo que cambia es el destino. Si para la historia oficial todo parece ser un antecedente de la Revolución, en «Tumbas sin sosiego» toda aspiración a una Cuba moderna termina con el liberalismo occidental. Es su derecho pensar así, como es el nuestro determinar desde una matriz martiana, actualizada por las experiencias socialdemócratas nórdicas y la de estados desarrollistas en el Este de Asia, que hay otras modernidades más allá del liberalismo.

Para Rojas, la prominencia del nacionalismo frente a los designios imperiales en la narrativa histórica dominante en la sociedad política cubana desde la Segunda República –por lo menos desde 1940– es por lo menos lamentable. Nadie tiene la obligación de aceptar ese juicio ni de colaborar a la deconstrucción de una narrativa nacionalista que entendemos justa, correcta y conveniente. Una cosa es pedir diálogo y otra, demandar la rendición de los oponentes en lo que el profesor cubano residente en México pinta como una guerra civil intelectual por la memoria.

Al margen de lo que cada quien piense de las tumbas, para desasosiego de los vivos que no aceptan la posición anti-bloqueo como condición para dialogar, es un hecho que el rechazo a negociar con los cubanos preferidos de la injerencia foránea ha sido bien acogido en la historia de Cuba –rechazo a la Enmienda Platt, la «cuentecita» le llamaba Máximo Gómez; a la mediación de Sumner Welles en 1933 y a la norteamericana en 1959, «Esta vez los mambises entrarán a Santiago», como dijo Fidel Castro a las puertas de la ciudad. El nacionalismo con justicia social es en la política cubana una zona de legitimidad como resultado de haber logrado en la comunidad de naciones, un respeto que nunca lograron sus alternativas.

Por el filtro antibloqueo –es razonable esperarlo– tendrá que pasar quien aspire a entablar un diálogo con el gobierno. El terreno político para una oposición leal desde el patriotismo no se construye desde el anticomunismo, que busca re-litigar la revolución, sino desde una visión posrevolucionaria no comunista que acepta el hecho consumado, pero se propone superarlo. Si Cuba tuvo una revolución sin democracia pluralista, ahora se trata de llegar a esa democracia sin una nueva revolución.

Frente al maximalismo revolucionario y contrarrevolucionario, el proyecto post-revolucionario invoca la aceptación de mínimos y estándares internacionales –debido proceso, soberanía estatal y derechos humanos, Estado de derecho, evolución– que imponen límites a la actuación de todos. Tales límites son un problema para revolucionarios y contrarrevolucionarios, que por identidad invocan la intransigencia como virtud. No entienden de lógicas realistas y quieren la libertad total y el cielo por asalto.

El problema es que, como decía Juan Bautista Alberdi, «los países como los hombres no tienen alas, hacen su jornada a pie, paso a paso».  Para algunos de los congregados frente al Ministerio de Cultura, en particular los del Movimiento San Isidro y la prensa dependiente del financiamiento norteamericano a los programas de cambio de régimen como Diario de Cuba, cualquier limite o precondición que exija el respeto a la soberanía nacional, tal y como la entiende el derecho internacional, es inaceptable. Tampoco entienden de límites y pactos parciales, los revolucionarios para los cuales Cuba es una causa, una gesta ante cuyo altar toda libertad es secundaria. El diálogo es cuando más una tregua o un espacio no para intercambiar o transar, sino para convertir al retrasado.

Frente a esas posturas, con invocaciones incluso al Zanjón y Baraguá, los que acudieron al diálogo del sábado aparecen no solo con principios y apegos al credo nacionalista, sino también más pragmáticos y realistas. No hay que compararlos con dios, sino con lo que han logrado las alternativas intransigentes, es decir, nada.

La moderación es el espíritu de Cuba 

Las personas que leen lo que escribo saben donde me ubico. Explicar de nuevo mis simpatías nacionalistas, republicanas y socialdemócratas seria redundante y descortés. El problema con la Revolución cubana no es su legitimidad histórica o si fue necesaria; el tema es que Cuba no es una causa revolucionaria, es un país soberano, con un Estado que debe respetar los derechos de todos.

La prioridad, por encima de cualquier ideología, debe ser encontrar la mejor forma de dar comida, transporte y casa a la mayoría posible de ciudadanos con la mayor equidad. Está en el interés nacional cubano tanto mantener las conquistas de la Revolución –incluyendo la capacidad de decir «no» a Estados Unidos cuando toque– como desarrollar una vibrante economía mixta y una sociedad política con respeto a la pluralidad ideológica de sus ciudadanos. En otros lugares, he explicado la utilidad del concepto «Casa Cuba», promovido por monseñor Carlos Manuel de Céspedes para pensar un tránsito gradual a una república soberana, con separación de poderes, elecciones democráticas y oposición leal. 

El problema no es manejar la diversidad cultural sino la diversidad política. Dialogar con artistas e intelectuales jóvenes es un complemento, pero nunca un sustituto a la necesidad de pensar la política cubana de modo tal que quepan tantas diferencias como sea posible sin debilitar el interés nacional. Dentro del respeto al interés público y la soberanía del país, el gobierno cubano debe conversar con todos y para el bien de todos. Mientras más cubanos estén dentro de ese espacio de deliberación, supongo que el resultado puede ser potencialmente mejor.

Ningún artista es en virtud de su arte representante de las opiniones políticas de la nación toda. Los que fueron al MINCULT el 27 de noviembre o los que hablaron después con el Ministro de Cultura son tan representantes del pueblo de Cuba como los primeros cien nombres de la guía telefónica de Santa Clara. Nadie ha votado por ninguno, ni representan a una asociación en la que otros hemos participado, competido o apenas expuesto nuestras opiniones políticas, eligiéndolos nuestros representantes. El hecho de que alguien sea una cantante lírica, o un dramaturgo, o una artista plástica, o un trovador, no le otorga representatividad o conocimiento especializado para resolver los problemas de la economía o la política del país.

A esta hora, cuando la generación histórica que hizo la Revolución sale de la escena, es difícil entender de donde emana la soberbia del Partido Comunista al ubicarse como depositario exclusivo de la soberanía nacional. Primero, porque partido viene de parte. Segundo, porque el estado deplorable de la economía, las cifras de emigrados y deseosos de emigrar, y el nivel de desencanto y crítica a los privilegios inmerecidos y la corrupción, deberían llamar la atención de los que en las élites políticas e intelectuales apuestan por un futuro desde valores patrióticos.

De conjunto con un gobierno que ha manejado la pandemia de Covid-19 con relativa eficiencia y ha apoyado meritoriamente a otros países, se ven en los videos compartidos en las redes sociales y hasta en la Mesa Redonda, a múltiples funcionarios sin capacidad de convencer, con fundamentos de segunda y tercera categoría.

El bloqueo norteamericano es un problema fundamental, pero también lo es la ineficiencia, la corrupción, y la desidia de políticas gubernamentales. Basta ver los casos de profesores declaradamente socialistas, separados de sus aulas por expresar mínimas disidencias, para dudar de la capacidad del sistema político de lidiar con los retos políticos de una reforma económica y una apertura a flujos de información inevitables.

Cada día es más difícil confiar en que el actual sistema pueda sacar a Cuba de la crisis. Por lo menos se necesita una estructura donde lo no comunista quepa, no como ciudadano de segunda, sino con capacidad para ejercer el gobierno, ser voz en el parlamento, administrador en lo municipal y regional. En un sistema que asume la supuesta sabiduría del PCC y su competencia a priori, la doble moral y el conformismo vician inevitablemente el proceso de deliberación, participación y toma de decisiones. Aunque ese Estado/Partido aparezca poderoso, es prisionero de sus propios miedos. Lo que décadas atrás fue una unidad políticamente persuadida o maniobrada, hoy se construye sobre el falso cimiento de imponer coyundas hasta dentro de lo patriótico.

Sin el carisma excepcional y el manejo de crisis de Fidel Castro, con una población de profesionales preparados dentro y fuera del país, la falta de pluralidad política institucionalizada y el miedo a cambios urgentes es –para los intereses nacionales– peligrosa. Río que no encuentra cauce se desborda.

Si el gobierno no tiene compromiso democrático en sus políticas, la oposición no lo tiene ni en el corazón ni en su cabeza. Hasta para discutir derechos humanos, un tema que debía ser no partidista, estas tribus políticas se empeñan en despojarlo de tal carácter. Si en la Mesa Redonda de la TV cubana se habla de los derechos humanos como un derecho a construir el socialismo, en el artículo «¿Cuánto cuesta la desobediencia en Cuba?», publicado en El Toque, se afirma la falsedad de que, «sin importar qué país incluye este tipo de regulaciones sobre los símbolos nacionales, la Organización de las Naciones Unidas (ONU) las considera a todas como una vulneración a la libertad de expresión». ¿Cuándo fue eso? ¿Donde tomaron ese curso de derecho internacional?

La oposición declarada, en su construcción actual, incluyendo el MSI, contiene una tendencia plattista dominante. A varios intelectuales jóvenes que protestaron ante el MINCULT les quedó grande el diálogo. Exigiendo homenajes a un grupo de poca monta en la cultura cubana como Paideia, terminaron entre las tenazas binarias del gobierno que los descolocó y la presión maximalista del Movimiento San Isidro.

De un tiempo a esta parte se ha vuelto una «gracia» de algunos opositores tomar los símbolos nacionales para choteo y «performances». Antes de pedir los jóvenes artistas que les enseñen «Paideia» –vaya nombrecito griego para un grupo cultural cubano–, seria bueno que conocieran que en El Jíbaro –narró Orestes Ferrara– por poco se caen a tiros cubanos y estadounidenses en 1898 a propósito de lo que el General José Miguel Gómez consideró un ultraje a la bandera cubana.

Entre los partidarios de esa oposición en el exterior, que han firmado varias cartas, el compromiso con la libertad de expresión es ambiguo. Condenan y alertan contra la violencia «estatal», mientras son incapaces de decir algo como grupo contra los reiterados incidentes de violencia y actos de repudio que la derecha radical ha montado en Miami, o mencionar el bloqueo como lo que la comunidad internacional lo ha calificado desde 1992: «ilegal, inmoral y contraproducente». No hace veinte años, sino apenas una semana atrás, hubo violencia respaldada por el alcalde de Miami contra la libertad de expresión de Edmundo García. No hay acto de repudio gallardo ni amenaza buena de muerte contra la libertad de expresión, ni en Cojímar ni en la Calle 8.

Existe en la Isla y en la emigración, una Cuba para la cual la «moderación», como decía Martí, es su espíritu. Es posible demandar a la vez mayor pluralidad política que la permitida por el monopolio comunista mientras se defiende desde el corazón la bandera de la estrella solitaria y desde el conocimiento el pensamiento independentista y democrático de José Martí, que es «el Delegado» que ya Cuba escogió, para citar a Cintio Vitier en polémica con Rafael Rojas. La disposición de los congregados ante el MINCULT a cantar el Himno de Bayamo es un buen comienzo para pensar un rumbo propio entre la Escila de la soberbia totalitaria y la Caribdis del plattismo sumiso. Allí va la esperanza.

14 diciembre 2020 27 comentarios
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