Como cada primero de mayo, una parte del pueblo de Cuba marchará en la Plaza de la Revolución y otros sitios del país, siguiendo la tradición de la clase obrera cubana en el Día Internacional de los Trabajadores.
Por primera vez desde el confinamiento por Covid-19 las actividades serán presenciales, y la máxima dirección del país ha convocado a un desfile en respaldo al sistema socialista, defensa de las conquistas sociales y reclamo por el fin del bloqueo estadounidense.
No faltarán, por supuesto, las banderas, carteles y consignas de esta efeméride, que en el mundo es mayormente un recordatorio de lucha por los derechos laborales, pero en Cuba se presenta como fiesta de la clase obrera.
«Vamos con todo» y «Cuba vive y trabaja» serán las etiquetas de este año, aunque cabría preguntarse, a propósito de ellas: ¿Cuba vive de lo que trabaja? ¿Se han conquistado todos los derechos?

(Imagen: CTC)
Si nos remitimos a la Constitución de la República, comprobaremos que en su artículo 31 se concibe al trabajo como «un valor primordial de nuestra sociedad» y «constituye un derecho, un deber social y un motivo de honor». También, establece la Carta Magna, «debe ser la fuente principal de ingresos que sustenta condiciones de vida dignas, permite elevar el bienestar material y espiritual y la realización de los proyectos individuales, colectivos y sociales».
La realidad, sin embargo, se aleja en buena parte de lo que la tinta dispone. Con un salario mínimo de 2100 CUP y uno medio de 3800, difícilmente el trabajador cubano viva hoy con la dignidad que su Ley de leyes estipula. La inflación desmedida, los bajos índices de productividad, los múltiples males derivados del burocratismo y desacertadas políticas económicas diseñadas por la dirección del país, junto a las presiones unilaterales del gobierno norteamericano, atentan hoy contra los proyectos individuales, colectivos y sociales que deberían encontrar los cubanos en su tierra.
A ello se suma la existencia de los mercados en moneda libremente convertible (MLC), que exacerban las desigualdades sociales, generan descontento en la ciudadanía y devalúan aún más el trabajo al propiciar mayor corrupción y crear un apartheid económico.
Dice también la Constitución, en su artículo 20, que «los trabajadores participan en los procesos de planificación, regulación, gestión y control de la economía»; pero en un escenario en que los sindicatos han sido fusionados con las administraciones, ¿hasta qué punto los obreros deciden en un medio de producción que en teoría debería ser propiedad socialista de todo el pueblo, pero en la práctica es dependiente de los designios del Estado?
El Primero de Mayo es un día para homenajear la epopeya de médicos y científicos, los esfuerzos de los maestros, y el valor de quienes, en general, contribuimos trabajando a diario. Pero también, debería ser un recordatorio de las tradiciones sindicales de este pueblo, y un momento para reclamar por el reconocimiento de nuestros derechos económicos y políticos violentados.