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parentesis
Ciudadanía

Paréntesis

por Consejo Editorial 25 marzo 2019
escrito por Consejo Editorial

Los personalismos en política casi siempre conducen a incondicionalidades ciegas o fidelidades acríticas. En consecuencia, creo más útil debatir respecto a opiniones o criterios ineludibles para la sociedad y las urgencias de estos tiempos que dedicarme a crear partidarios o seguidores propios. Por esa razón es que hay que considerar este artículo solamente como un paréntesis entre mis colaboraciones con LJC.

Ocurre que a raíz de los dos últimos trabajos que he publicado, mi correo está cargado de mensajes que preguntan sobre todo dos cosas: mi edad y si resido en Cuba. Varias de las personas argumentan, al aclararle que ya pasé el medio siglo de existencia, que les parecía más joven debido al contenido de mis artículos. Otros juraban que vivía, como tantos compatriotas, fuera de la Isla.

Es triste que no se piense, a priori, que las personas de mi edad podamos ser representativas en la difusión de un pensamiento progresista pero independiente de los cánones ideológicos potenciados desde el poder. Sin embargo entiendo la sorpresa, nuestras inquietudes y preocupaciones quedaron invisibilizadas demasiado tiempo por unos medios fiscalizados, y ahora, en época en que otras plataformas mediáticas le dan voz a quien desee expresarse, es lógico pensar que no seamos nosotros, inmigrantes a la era digital, los que también sostengamos estas controversias.

Es un error de apreciación, actualmente en Cuba son numerosos los intelectuales miembros de generaciones diferentes que participan activamente en una red informal de pensadores cuyo objetivo es aportar al debate sobre el presente y el futuro de Cuba. En otro post afirmé:

Tras tantas décadas de experimentos y retrocesos, en un proceso que se considera de cambios, y a través de medios que ya no pueden ser controlados; ha emergido una generación que está proponiendo qué hacer, pero debe ser escuchada, sin prejuicios, en pie de igualdad, de lo contrario será un monólogo y no un diálogo lo que presenciaremos. Los que no somos cronológicamente sus coetáneos pero concordamos con sus ideas debemos apoyarlos.

Gracias de nuevo al equipo de LJC, que ha preferido sumar a personas de varias generaciones a fin de acceder a un amplio espectro de puntos de vista.

Respecto a la segunda interrogante, solo he salido de mi país en una ocasión, como invitada a un evento científico en EE.UU. donde expuse una ponencia que criticaba las reformas económicas en Cuba por la carencia de un método materialista y dialéctico apropiado a la ideología marxista de la que nos afirmamos seguidores. Para esa fecha aún no había comenzado a colaborar con LJC.

Yo vivo y trabajo aquí, y para ser honesta debo reconocer —y tranquilizar a los lectores y a algunos amigos queridos que han manifestado preocupaciones en tal sentido—, que nunca he sido cuestionada o molestada por manifestar mis opiniones con absoluta libertad.

No soy ingenua, comprendo perfectamente que el entorno laboral en que me desempeño ayuda. Colegas que laboran en universidades u otras áreas estratégicas no disfrutan de tanta tolerancia y han sufrido en carne propia el resultado de ejercer ese derecho constitucional. Tampoco he militado nunca en las filas del PCC para evitar algún tipo de imposición ideológica por el errado principio del centralismo democrático.

Pero ahora hablo basada en mi experiencia, y es justo que reconozca que en Ediciones Matanzas, en la Empresa del Libro y la Literatura a la que esta pertenece y en la Dirección Provincial de Cultura de mi provincia, no me han discriminado jamás por mis ideas. Al contrario, me han estimulado por mis logros profesionales y cuentan conmigo para cualquier proyecto. Así mismo ha ocurrido en el ámbito académico, donde he obtenido significativos reconocimientos.

Yo soy el simple caso de una persona que ha decidido no autocensurarse, pues la libertad de pensamiento ya me la garantiza la Constitución que acaba de aprobarse y que en su artículo 54 expresa: “El Estado reconoce, respeta y garantiza a las personas la libertad de pensamiento, conciencia y expresión”.

Vivir en Cuba y ejercer la libertad de expresión no son realidades excluyentes. Claro que falta mucho por conseguir, por ejemplo, que podamos acceder a todo tipo de medios y no solo a los digitales; aunque la cantidad de personas que se suscribe a estos últimos crece exponencialmente. Pero lo principal es el sentido de responsabilidad cívica, también de valor personal para desafiar viejas costumbres que en algunas ocasiones son más condicionamientos mentales que jurídicos.

Lo otro es la cuestión crucial de la ética. Y aprovecho para responder a cierto forista con nombre de personaje de historietas mambisas que me trata de señora y afirma que recibo “oro del imperio”.

Mi salario como editora es de 395 pesos y 150 por mi grado científico, para un total de 545 pesos (poco más de 21 cuc mensuales). Mi mansión es un deteriorado apartamento en un antiguo edificio de un reparto soviético, mi celular es 2G y no puedo acceder con él a internet, mi computadora tiene más de quince años, no tengo auto ni aire acondicionado y la silla donde me siento para escribir estos artículos tiene roto el espaldar.

El tipo de opiniones que defiendo se aleja demasiado de los dos extremos ideológicos en Cuba que son los que sufragan las fidelidades (de diferente forma pero las sufragan). Si algún dinero proveniente del imperio recibo es la modesta pero permanente mesada que desde hace años mis tres tías jubiladas envían a la familia cada mes.

Y ya es suficiente personalismo, que los paréntesis no deben extenderse tanto.

25 marzo 2019 8 comentarios
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antes
Ciudadanía

Ya no es antes

por Alina Bárbara López Hernández 19 noviembre 2018
escrito por Alina Bárbara López Hernández

En la década del ochenta, cuando estudiaba Marxismo Leninismo e Historia en el Instituto Superior Pedagógico de Matanzas, era raro que en cada grupo universitario no existiera un comité de base de la Unión de Jóvenes Comunistas (UJC). A veces más de la mitad de los alumnos eran militantes. Esa era la cantera natural de entrada al Partido Comunista de Cuba (PCC), aunque también había otras vías, como la selección de trabajadores en sus centros laborales que no hubieran sido previamente militantes de la UJC, pero que por su actitud social y profesional fueran aceptados para “hacerles el proceso”.

Esa situación ha cambiado desde entonces. Es mi apreciación personal, que se apoya en las preguntas realizadas a varios colegas, profesores de Universidades en diversas provincias de Cuba, sobre la presencia de militantes entre sus alumnos. Las respuestas que me ofrecen son indicadoras de que existe una disminución ostensible de la membresía. Por ejemplo, en una misma carrera, entre tres grupos de más de veinticinco estudiantes cada uno, hay solo seis militantes. Ya no es posible en esos casos conformar un comité de base grupal, y tiene que ser organizado a nivel de facultad.

Ello no es exclusivo del ámbito universitario, igual ocurre en centros de trabajo donde no existen militantes de la UJC, o son muy pocos y tienen que conformar los comités de base incluyendo a personas que laboran en centros cercanos y con los que no tienen vinculación personal ni profesional. Por otra parte, en ocasiones algunos miembros de la UJC no desean ingresar al Partido y, dado que el proceso es voluntario, causan lo que se conoce como “baja natural”.

En las filas del PCC ocurre asimismo un proceso de disminución de su militancia. Conozco a numerosas personas en mi entorno profesional (instituciones culturales), y también en medios universitarios, que han solicitado la “desactivación” de la organización. Así se denomina en los estatutos del Partido a la decisión de abandonar sus filas.

Ante la disminución de su membresía, el PCC ha matizado ciertas decisiones. Si durante largo tiempo no aceptaron entre sus militantes a personas que asumieran otra ciudadanía además de la cubana,[1]han modificado esa actitud y ya se admite a los que estén en la referida situación, lo que indica que el Partido se adapta al cambio de contexto. Sin embargo, las personas que obtienen otra ciudadanía muchas veces se radican por determinados períodos fuera de Cuba, o viajan con frecuencia, y su pertenencia al PCC les ocasiona una molesta consecuencia: la obligación de informar y solicitar autorización de su núcleo del Partido cada vez que decidan salir del país. Esta información la obtuve al indagar entre ex militantes que se dedican a importar mercancías desde el exterior, o que viajan a visitar a familiares, y que optaron por la desactivación.

Otra causa de desactivación parece ser la jubilación. Aunque existen núcleos zonales del PCC que agrupan a los jubilados, de acuerdo a los testimonios ofrecidos, algunos sienten que “son personas extrañas, ajenas, porque no las une relación alguna, apenas se conocen”.

El PCC declara una membresía de poco más de 600.000 militantes, y la UJC se atribuye una cifra equivalente. Pero existen aspectos que indican, con toda lógica, que las trasformaciones que sufre nuestra sociedad deben haber influido en una reducción de esos números. Las altas tasas de emigración definitiva de cubanos, residencia temporal en otro país, constantes viajes al exterior o decisión de causar baja natural o desactivarse, le restan militantes, efectivos o potenciales, a ambas organizaciones. Si además tenemos en cuenta la ampliación del sector privado en nuestra economía, también es un factor que puede limitar el ingreso a las filas del PCC, pues este acostumbra a seleccionar a sus militantes entre los trabajadores ejemplares elegidos en asambleas realizadas al efecto en sus centros laborales, sobre la base del principio de la voluntariedad. ¿Cómo se materializará esto en la empresa privada? No conozco de ningún caso en que en una de ellas se haya efectuado una asamblea de trabajadores ejemplares, lo que no quiere decir que no ocurra, simplemente no tengo los datos.

Comprendo perfectamente que estos análisis no establecen tendencias. ¿Cuáles son las cifras reales de ingresos al PCC y a la UJC? ¿Cuáles las de aquellos que asumen la decisión de no entrar o de desactivarse de sus filas? ¿Cuál es la edad promedio de la militancia del PCC? No las tengo, y advierto que este análisis las requeriría para ser verdaderamente objetivo, pero si los científicos sociales cubanos no nos acercáramos a un tema por falta de cifras e información veraz, pasaríamos buena parte del tiempo cruzados de manos.

Lo cierto es que el PCC se considera, de acuerdo a sus estatutos, “máxima expresión de la voluntad unitaria del pueblo cubano de cuyos mejores hijos nutre sus filas (…)”. Sería útil conocer más acerca de cómo se constituyen esas filas.

[1]Lo que era un contrasentido, ya que el PCC original fue fundado en 1925 principalmente por extranjeros residentes en la Isla, en su mayoría españoles y hebreos. Su primer secretario general fue precisamente el español José Miguel Pérez.

19 noviembre 2018 20 comentarios
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disonancia
Ciudadanía

Disonancia

por Alina Bárbara López Hernández 17 septiembre 2018
escrito por Alina Bárbara López Hernández

Una buena orquesta debe lograr la armonía o correspondencia de todos los instrumentos musicales. De lo contrario, el resultado será la disonancia. El verbo disonar significa: “Sonar desagradablemente. Discrepar, carecer de conformidad y correspondencia algunas cosas”.

Nuestro proyecto constitucional se asemeja a una agrupación musical que en los primeros ensayos aún no encuentra su armonía. Para ayudar a la búsqueda del sonido ideal estamos convocados todos los ciudadanos de la Isla, y más, por vez primera también todos los cubanos dondequiera que residan.

Cada artículo de la constitución debe ser claro y preciso, pero ello no es suficiente. El articulado, visto en sistema, debe relacionarse de manera lógica, coherente y absoluta. De lo contrario existirán derechos reconocidos por un lado y no protegidos por otro. Me referiré a uno de los casos en que se manifiesta tal disonancia.

Veamos el artículo 1, que expresa:

“Cuba es un Estado socialista de derecho, democráti­co, independiente y soberano, or­ganizado con todos y para el bien de todos, como república unitaria e indivisible, fundada en el traba­jo, la dignidad y la ética de sus ciu­dadanos, que tiene como objetivos esenciales el disfrute de la libertad política, la equidad, la justicia e igualdad social, la solidaridad, el humanismo, el bienestar y la pros­peridad individual y colectiva”.

Observemos que se declara como uno de los objetivos esenciales de la república el disfrute de la libertad política.

Por su parte, el artículo 59 expresa que “El Estado reco­noce, respeta y garantiza la liber­tad de pensamiento, conciencia y expresión”.

Aquí hay una diferencia, pues no se menciona la libertad política, aunque pudiera aceptarse que las referidas libertades de pensamiento, conciencia y expresión, son ingredientes significativos de la libertad política.

Sin embargo, el artículo 40 nos dice: “Todas las personas son iguales ante la ley, están sujetas a iguales deberes, reciben la misma protección y trato de las autorida­des y gozan de los mismos derechos, libertades y oportunidades, sin nin­guna discriminación por razones de sexo, género, orientación sexual, identidad de género, origen étnico, color de la piel, creencia religiosa, discapacidad, origen nacional o cualquier otra distinción lesiva a la dignidad humana”.

Apreciemos que entre los derechos, libertades y oportunidades que reciben la protección de las autoridades y que no pueden ser objeto de discriminación se omiten las creencias políticas y ni siquiera se menciona la ideología política.

Esta incongruencia no puede ser justificada por ningún argumento. Todas las ideologías deben tener igual protección ante la ley, más si el propio artículo 1 reconoce su disfrute como uno de los objetivos de la República.

Dicha exclusión ha sido una práctica en Cuba, la manida frase de que alguien tiene problemas ideológicos, equivale a que es considerada una persona poco confiable, casi un enemigo. Pero el nuevo proyecto, y el debate que este ha generado, es momento propicio para dirimir una cuestión tan importante y de tanto peso en la credibilidad de los que nos dirigen y en la imagen interna y externa de nuestro sistema político.

Para mantener esa extrema intolerancia en el campo ideológico siempre se ha esgrimido la tesis de que el Estado cubano debe protegerse de personas o grupos que reciben financiamiento foráneo para subvertir el orden interno. Que un Estado se resguarde es correcto, y es una práctica de cualquier sistema político. Lo hace EE.UU. ahora mismo cuando un fiscal especial indaga si en la campaña presidencial de Donald Trump hubo interferencia rusa para favorecerlo. Lo hizo Perú cuando invalidó al presidente Pedro Pablo Kuzinski por haber recibido apoyo financiero de una corporación brasileña. Lo hizo Cuba cuando denunció en 1968 el caso de la microfracción pro soviética, y lo ha seguido haciendo.

No obstante, ese derecho indiscutible a protegerse de agentes organizados y financiados desde el exterior se ha pervertido entre nosotros hasta convertirse en una cómoda manera de evitar críticas desde cualquier postura ideológica —de izquierda o de derecha—, hasta el punto en que hoy se escucha hablar de “mercenarios sin pago”, un dislate total que estandariza las opiniones políticas al estilo Busch de “los que no están conmigo son mis enemigos”, que tanto criticamos en su momento.

Es en ese sentido en el que resulta altamente sintomático que no se explicite en el artículo 40 la condena por discriminación ideológica. Tenemos uno de los órganos de seguridad del Estado más famosos del mundo, no le será difícil demostrar —con pruebas constatables, claro está—, un financiamiento exterior de otro país a personas o grupos para subversión política interna, si fuera el caso.

De modo que afinemos nuestros instrumentos y armonicemos la orquesta, que tras casi sesenta años ya no estamos en fase de ensayo.

17 septiembre 2018 80 comentarios
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2018Economía

Lo inevitable de lo privado

por Consejo Editorial 29 junio 2018
escrito por Consejo Editorial

El triunfo de la Revolución cubana marcó la posibilidad de una nueva forma de organizar el país. Una de las primeras medidas fue la nacionalización y expropiación de empresas extranjeras para alejar al capital imperial. La burguesía nacional, torpe y sin conciencia de clase, no supo aprovechar esto.

Durante el primer quinquenio de Revolución, el incipiente Departamento de industrialización[1] y el INRA, tuvieron que hacer esfuerzos titánicos por llevar adelante un país -industrial y comercialmente- casi detenido por la fuga masiva de capitales. No faltó, poco después, que esa pequeña burguesía no comprendiera la gran oportunidad que tenían con la expulsión del capital extranjero, y arremetieron contra el proceso revolucionario, a lo que se respondió con una excesiva “nacionalización”. Desde entonces, también hubo  que construir el socialismo con chinchales[2] estatales.

Aquello que parecía ser una mera medida coyuntural para dar salida al desabastecimiento generado por pequeños propietarios, terminó -como muchas cosas temporales- prolongándose en el tiempo. Si bien esto no fue el único factor, contribuyó enormemente a ese resentimiento arrastrado hasta hoy hacia la pequeña propiedad privada y su burguesía.

Sin embargo, más allá de la condena moral a la propiedad privada -la pequeña- este debate no cabe en un blog y considero que muchos no están preparados “ideológicamente” para enfrentarlo, va siendo hora de pensar en los condicionamientos y necesidades históricas que la generan y la fomentan.

Si se desea explicar la aparición de ciertos fenómenos-tendencias-políticas en Cuba, hay entonces que profundizar más y llegar a un por qué. Si apareció la propiedad privada, guste o no, sea para lo que sea, por algo fue. No se trata de que el gobierno y sus lineamientos lo permitieran. Estos solo terminaron por reconocer –legalizar- una parte de aquellos negocios privados que venían existiendo: paladares, cafeterías, profesores, cuidadoras, etc, porque era mejor reconocerlos y que aportaran a la economía del país que apasionadamente negar su existencia y necesidad.

Ya que no fue una fuerza política externa quien lo hizo, entonces hay que resignarse a que fue la propia dinámica social interna, sus necesidades y contradicciones quienes condicionaron a esa propiedad privada. El sector de los servicios, restauración, alquiler, entre otros muchos, cargaban a la contabilidad estatal de salarios y baja rentabilidad (por corrupción o falta de motivación de los trabajadores generalmente). Lo más natural, era que esos pequeños negocios que han sido privados tradicionalmente, volvieran a serlo.

El estado cubano mejoraba sus cuentas por un lado: no gastaba salarios e ingresaba impuestos. Es decir, el estado se ahorra más de un millón de sueldos a la par que se complementaba la economía (ejemplo, las habitaciones en el turismo). Así, ineficiencias del sector estatal, terminaron por ceder a esa propiedad privada. A diferencia de los 60, ahora nuestra burguesía naciente supo aprovechar la oportunidad de ocupar un espacio.

Si hoy el régimen de producción de propiedad privada explota -en un sentido de alta carga de trabajo- fuerza de trabajo, ha sido porque el sistema de regulaciones estatales no han sabido dejar bien claras las reglas del juego para esto, y se lo han permitido.

No hay que ser marxista, desde Smith y hasta Robert Reich, no es un secreto que el estado debe crear -y crea- el marco regulatorio al mercado y a la propiedad. Nuestra propiedad privada, su evolución y fuerza, ha sido responsabilidad de las políticas que se le han aplicado, es decir, las regulaciones nuestras se lo han permitido.

Su existencia -si se quiere culpar- debe apuntarse a la ineficiencia en nuestra producción que le abrió paso. Si se quiere que desaparezca lo privado, deberá pensarse en cómo hacer a propiedad estatal más eficiente.

El poder económico de la clase burguesa cubana -representante de la pequeña propiedad privada- que ha alcanzado hasta hoy, ha sido por esa mala gestión estatal, y no precisamente porque se hayan agrupado y consolidado como clase. Hacerle la guerra moral, no es más que atacar a los propios errores cometidos en su conducción dentro de la construcción de la sociedad socialista de quienes institucionalizan y administran en la sociedad. Cualquier juicio debe tener en cuenta lo que la hizo necesaria y lo que la favorece.

No creo que a la pequeña burguesía le haga falta agruparse y consolidarse como clase y tener su expresión como fuerza política –aun-, porque ya hay quienes hacen ese trabajo por ellos -a veces sin darse cuenta- cuando diseñan el marco regulatorio y dirigen empresas estatales ineficientes.

De todos modos, suponiendo el peor de los casos, la pequeña burguesía suele aliarse con las izquierdas cuando se fortifica como clase política, luchando casi siempre contra los grandes monopolios y por la restauración de lo que llaman libre competencia. El estado de estos dos elementos, dirá mucho sobre cómo será la lucha política de esa propiedad privada en Cuba.

[1]Posteriormente pasaría a ser Ministerio de Industria

[2]Expresión usada por el Che para referirse a los pequeños negocios. Este afirmó que el socialismo no se hacía con esos chinchales.

29 junio 2018 46 comentarios
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2018Editorial

Nuestra línea editorial

por Consejo Editorial 1 abril 2018
escrito por Consejo Editorial

Hoy decidimos definir algo parecido a una línea editorial en La Joven Cuba. Somos uno de los blogs más antiguos del país que todavía permanece activo, y durante todo ese tiempo hemos sabido presentar varias miradas dentro de un mismo espacio. Así es cómo seguimos creciendo.

El hecho de que en ocasiones publiquemos textos con los que no coincidamos al 100%, o sobre los cuales los editores tengan opiniones distintas, nos parece más una fortaleza que una debilidad. Representamos así el arco de pensamiento que existe hoy en la izquierda cubana, y afortunadamente eso nos aleja de una falsa homogeneidad que abunda en los medios. A partir de hoy nuestro espacio tendrá permanentemente a pie de página el anuncio que compartimos a continuación:

Como La Joven Cuba es un proyecto colectivo, las opiniones expresadas en este portal son responsabilidad exclusiva de los autores y no representan necesariamente la opinión personal de los editores. Así publicaremos diversas opiniones sobre un mismo tema, siguiendo la política inclusiva expresada por Fidel en Palabras a los Intelectuales, todo lo que no está contra la Revolución, cabe dentro de ella, y así dentro de La Joven Cuba. 

1 abril 2018 40 comentarios
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2000
Ciudadanía

El 2000 y el 2030

por Alina Bárbara López Hernández 26 marzo 2018
escrito por Alina Bárbara López Hernández

Nací en la justa mitad de los sesenta, así que puedo considerarme miembro de la primera generación aparecida tras el triunfo de la revolución en Cuba. Para los que fuimos niños y jóvenes en las décadas del setenta y ochenta, el año 2000 tuvo un significado especial. En el imaginario social de aquella etapa –potenciado por la escuela, la prensa, y el discurso político–, se le atribuía una cualidad casi épica que generaría apreciables transformaciones, no solo en la calidad de vida de las personas, sino en el sujeto social, el esperado hombre nuevo. Una canción de Silvio Rodríguez, “Venga la esperanza”, puede describir mejor que mil palabras aquel estado de ánimo colectivo: El dos mil sonaba como puerta abierta / a maravillas que silbaba el porvenir.

Para ser justos, debemos reconocer que no hubo compromisos de la dirigencia cubana que delimitaran concretamente esas aspiraciones en documentos normativos. Fueron discursos apasionados o declaraciones las que tomaban como meta al 2000. En realidad, con un campo socialista aparentemente exitoso y solidario, y con una concepción lineal y ascendente de la historia –falsamente marxista–, creímos, nos llevaron a creer, que la engañosa lejanía de aquel año y nuestro sacrificio cotidiano debían ser suficientes para lograr un futuro ideal.

En ello pudo influir el simbolismo de que no solo era un nuevo año, con diferente dígito inicial, sino nuevos siglo y milenio, tres en uno. No importaba siquiera que los matemáticos, siempre exactos, aclararan que era en el 2001 y no en el mágico 2000 cuando iniciarían el siglo XXI y el tercer milenio.

En 1989, cuando Silvio estrenó su canción, al campo socialista le quedaba poco, en verdad solo un año, y ya era muy claro, como dice otro verso: Pero ahora que se acerca saco en cuenta / que de nuevo tengo que esperar / que las maravillas vendrán algo lentas / porque el mundo tiene aún muy corta edad. Sin embargo, el título de la composición era optimista, no se abandonaba la confianza a pesar de que el plazo no sería el deseado.

El 2030 es otra cosa. No se trata ahora de simbolismos, discursos soñadores, esperas ilusionadas o confianzas indebidas. Es la más pura racionalidad y planificación, según hacen creer dos congresos y una conferencia del Partido, una gran consulta popular y una comisión permanente dirigida por un alto dirigente, miembro del Buró Político de ese Partido, cuya función es la implementación de los lineamientos que conducirán a las metas. Son folios y más folios de documentos donde hasta las comas han sido sometidas a consenso. Todo ello para concebir un Plan de desarrollo hasta 2030, año en el que Cuba deberá ser una nación “soberana, independiente, socialista, democrática, próspera y sostenible”.

Faltan doce años para llegar al 2030 y parece que también “esas maravillas vendrán algo lentas”. Pero ahora quién será el responsable, ¿el campo socialista que ya no existía cuando se concibió el plan?; ¿el imperialismo que siempre ha estado allí, al norte? –y que siempre estará a no ser que descubramos cómo mover nuestra isla de lugar–; ¿a un gobierno torpe y reaccionario como el de Donald Trump, después de haber pasado por Nixon, Reagan y dos Bush y saber que ese tipo de gobernantes son parte de una ecuación geopolítica que tenemos que asumir en cualquier proyecto que emprendamos? Además de que siempre existe la posibilidad de que el electorado vecino puede cambiar de administración después de cuatro años.

Las metas del 2030 son esperadas por todos, pero las dos generaciones que han crecido en los últimos 28 años no tienen memoria familiar que las conecte directamente con el pasado capitalista. Sus vivencias se concentran en el Período Especial y en las crisis cotidianas de sus familias, que les hacen ver más prometedora una vida fuera de su patria que la que han tenido junto a sus padres y abuelos. Ellos no saben del 2000, pero se les ha prometido el 2030, y ya el tiempo no tiene corta edad, que perdone el trovador tanto parafraseo.

Quedan solamente doce años para llegar a la nueva cifra mágica y no creo que podamos esperar por otra. Se ha ido la mitad del tiempo desde que en el 2006 se anunciara el inicio de un proceso conocido como “Actualización de la economía cubana”. ¿Será posible cumplir en tan corto plazo el plan para el 2030? La respuesta deberá ser muy clara y –sobre todo– muy rápida, hay demasiado en juego, empezando por el presente.

26 marzo 2018 67 comentarios
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generacional
Ciudadanía

Diálogo generacional: necesario pero ¿posible?

por Alina Bárbara López Hernández 5 marzo 2018
escrito por Alina Bárbara López Hernández

Las generaciones que han trascendido en la historia literaria o política, son aquellas que se percatan de que sus aspiraciones, intereses y necesidades son diferentes a los de las generaciones precedentes; y actúan en consecuencia. La frase diálogo generacional dibuja a los jóvenes cubanos como pasivos corredores de relevo que reciben, en lugar de un batón, la encomienda de salvaguardar un estado de cosas.

Una generación se visibiliza precisamente cuando transgrede ese estado de cosas; en el momento en que deja de ser convocada para convocar, en que no permite que se le fundamente para ser ella la que logre fundamentar. Cuando Martí se separó del plan Gómez-Maceo y se convirtió en el blanco de tantas críticas, estaba dando la espalda al modo de hacer de dos grandes revolucionarios y estableciendo otro estilo de organizar la guerra, a tono con la generación que había sido testigo del fracaso que costó una década de vidas y esfuerzos.

En el instante en que Rubén Martínez Villena interrumpía un acto oficial para protestar contra la corrupción del gobierno de Zayas nacía otra generación, literaria y política. La Generación del Centenario avizoró una manera muy diferente de recepcionar a Martí y rescatar una república secuestrada por el golpe de estado de Fulgencio Batista. En esos ejemplos primó más la ruptura que el diálogo, eso les confirió un carácter revolucionario.

La frase diálogo generacional dibuja a los jóvenes cubanos como pasivos corredores de relevo que deben salvaguardar un estado de cosas.

Según el viejo diccionario Aristos, diálogo es: “Plática entre dos o más personas, que alternativamente manifiestan sus ideas”. Entonces esa conversación  debería ser en condiciones de igualdad que permitiera a los interlocutores ser capaces de exteriorizar y difundir sus puntos de vista.

Las generaciones que mencionamos tuvieron condiciones para esto: todas fundaron organizaciones, formales o informales; gestaron órganos o medios para propagar sus concepciones; mantuvieron una actitud muy crítica respecto a las generaciones que les antecedieron y encabezaron proyectos de cambio…

De acuerdo a lo anterior, la  última generación visible en Cuba sería la que se nucleó alrededor de la revista Pensamiento Crítico, un grupo de jóvenes revolucionarios que alertaba sobre las vías para encauzar un socialismo diferente al soviético. Su clausura interrumpió por muchos años la expresión de varias generaciones que, llenas de inquietudes, quedaron sin medios viables para demostrarlas. Pero el tiempo ha pasado, y la revolución tecnológica en el ámbito de las comunicaciones modificó muchos factores de la ecuación generacional.

En diversos medios digitales se promueven hoy ideas interesantes y valiosas de jóvenes cubanos sobre nuestra sociedad. Paradójicamente, cualquier intento de exteriorizar una visión crítica y diferente sobre ese tema es descalificado, invisibilizado y catalogado con un amplio menú de etiquetas. ¿Es posible que con tales actitudes convoquemos a un diálogo generacional? ¿O se piensa ingenuamente que la generación joven está formada solamente por los líderes de organizaciones juveniles que se muestran combativos y eufóricos al hablar en nombre todos?

Cualquier intento de exteriorizar una visión crítica y diferente es descalificada, invisibilizada y catalogada con un amplio menú de etiquetas.

Decía Berthold Brecht que la juventud  tiene un ímpetu a prueba de balas, pero un optimismo que no tolera desengaños; y las voces jóvenes de hoy no son las que en los ochenta pedían órdenes y solicitaban que les dijeran qué hacer. Tras tantas décadas de experimentos y retrocesos, en medio de un proceso que se considera de cambios, y a través de medios que ya no pueden ser controlados; ha emergido una generación que está proponiendo qué hacer, pero debe ser escuchada, sin prejuicios, en pie de igualdad, de lo contrario será un monólogo y no un diálogo lo que presenciaremos. Los que no somos cronológicamente sus coetáneos pero concordamos con sus ideas debemos apoyarlos.

No existen generaciones históricas, existen generaciones que hacen historia. El movimiento de una sociedad no está únicamente en las continuidades, también está en los cambios, y las generaciones nuevas son las encargadas de eso. Junto a ellas debemos estar. O mejor, debemos ser parte de ellas.

5 marzo 2018 73 comentarios
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2018Historia

La última lucha de Lenin

por Consejo Editorial 22 enero 2018
escrito por Consejo Editorial

El 21 de enero de 1924, a las 6:50 p.m., falleció Vladímir Ilich Lenin. Los últimos 9 meses había permanecido en estado  vegetativo. Nunca se recuperó del atentado de 1918, y su dedicación total a la revolución terminó por arruinar la salud de un hombre que murió antes de cumplir 54 años.

Durante al menos un mes, la prensa cubana de la época lo hizo protagonista de sus páginas, en ellas reconocían su capacidad, dedicación e integridad; lo que no quiere decir que los articulistas compartieran su ideología. El mismo día del deceso, el alcalde del municipio de Regla aprobó una resolución para erigir un monumento que perpetuara la memoria del revolucionario que, “por su intensa labor social (…) se ha distinguido como gran ciudadano del mundo”.[1]

En la reciente conmemoración del centenario de la Revolución Socialista de Octubre, nuestros medios presentaron al Lenin de las Tesis de Abril, de El Estado y la Revolución, de los momentos sublimes e iniciales de la gesta soviética. Quedó un vacío que pretendo llenar aquí: el Lenin de los últimos años, más realista, que comprendió que las revoluciones se hacen para mejorar la vida de las personas, y que sin la participación popular están condenadas al fracaso.

En los comienzos se suponía que el Estado controlaría todo el proceso productivo en la sociedad, es decir: qué producir, cómo producir y cómo distribuir lo producido. Esta planificación de la economía se vinculaba, estricta y unívocamente, a métodos autoritarios de administración. En esa primera etapa, agravada por la guerra civil y la intervención extranjera, fue asumido el Comunismo de Guerra, que reglamentó estrictamente la vida económica del país, y condujo al descontento y a fuertes enfrentamientos con campesinos, obreros y marinos.

Terminado el conflicto había que desarrollar el país, que las revoluciones no pueden esperar décadas metidas en una trinchera. Fue así que Lenin propuso un cambio radical, una Nueva Política Económica (NEP), aprobada por el X Congreso del Partido en 1921. Consistía en permitir el libre comercio, mientras el Estado dominaba los resortes decisivos: gran industria, tierra, transporte, recursos naturales y comercio exterior. Sin embargo, quedaba liberalizado el comercio interior, se aceptaba la creación de pequeñas empresas privadas y la colaboración con capitales extranjeros a través de formas mixtas de propiedad. Se aplicaba el sistema de autogestión empresarial para luchar contra el burocratismo y las tendencias autoritarias de la administración,  y se reconocía el interés personal en los resultados del trabajo.

Como forma de propiedad que conjugaba el interés individual y colectivo, se fomentó la creación de cooperativas. Sobre estas Lenin había reflexionado desde antes del triunfo, pero no será hasta 1922 cuando sus criterios adquieran rango de concepción teórica. Ese año dictó su última obra sobre el tema económico, justamente acerca de las cooperativas; en ella consideraba que el socialismo sería “un régimen de cooperativistas cultos” y puntualizaba la doctrina marxista acerca del desarrollo histórico-natural del socialismo; o sea, defendía el criterio de que cuanto más lenta y regularmente se creara una nueva forma económica, tanto más sólida sería, tanto más a fondo se construiría el socialismo.[2]

Admitir sociedades cooperativas, agrícolas e industriales, que eran autogestionadas, haría imposible el uso de métodos autoritarios de gestión. Se trataba de aprovechar más el control democrático desde abajo en el gobierno de la sociedad. En tal sentido, Lenin valoraba lo importante que era en el socialismo desarrollar la iniciativa del pueblo como opción consciente.

Estas medidas fueron apreciadas con recelo por el Partido, pues las consideraron incompatibles con los ideales revolucionarios. Muchos dirigentes abogaron por perfeccionar la política de Comunismo de Guerra. Aun siendo aprobada, algunos entendían la NEP como una maniobra táctica coyuntural, como un alto en la construcción del socialismo. Sin embargo, el núcleo leninista –Bujarin, Ríkov, Tsiuriupa– logró mantener su aprobación. En poco tiempo se apreciaron positivos resultados en la economía soviética.

Cuando la enfermedad de Lenin se agravó, en mayo de 1922, prácticamente comienza a dirigir al Partido un triunvirato formado por Stalin, Kámenev y Zinoviev y, aunque Stalin no fue considerado nunca el sucesor natural de Lenin, debido a una proposición de Zinoviev —de la cual habría de arrepentirse en muy poco tiempo—, fue nombrado Secretario General del PCUS, cargo que no existía con anterioridad.

Estar fuera del gobierno le permitió observar al poder con una mirada otra, como diría un crítico posmoderno. Hace algunos años la editorial trostkista norteamericana Pathfinder publicó el texto La última lucha de Lenin: notas, cartas, artículos y discursos que muestran que la batalla postrera del revolucionario no fue contra la burguesía, sino contra dirigentes comunistas que  —parafraseando a Martí— tenían al pueblo en los labios y a la ambición en el corazón. Ese es el Lenin que necesitamos.

[1] Javiher Gutierrez y Janet Iglesias: “La muerte de Nicolai Lenine en la prensa cubana”, revista Estudios del desarrollo social: Cuba y América Latina, RPNS 2346 ISSN 2308-0132, vol. 2, no. 1, enero-abril, 2014 (www.revflacso.uh.cu).

[2] Vladimir I. Lenin: Obras completas, t. XXXV, Editorial Cartago, Buenos Aires, 1971.

22 enero 2018 97 comentarios
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