Los personalismos en política casi siempre conducen a incondicionalidades ciegas o fidelidades acríticas. En consecuencia, creo más útil debatir respecto a opiniones o criterios ineludibles para la sociedad y las urgencias de estos tiempos que dedicarme a crear partidarios o seguidores propios. Por esa razón es que hay que considerar este artículo solamente como un paréntesis entre mis colaboraciones con LJC.
Ocurre que a raíz de los dos últimos trabajos que he publicado, mi correo está cargado de mensajes que preguntan sobre todo dos cosas: mi edad y si resido en Cuba. Varias de las personas argumentan, al aclararle que ya pasé el medio siglo de existencia, que les parecía más joven debido al contenido de mis artículos. Otros juraban que vivía, como tantos compatriotas, fuera de la Isla.
Es triste que no se piense, a priori, que las personas de mi edad podamos ser representativas en la difusión de un pensamiento progresista pero independiente de los cánones ideológicos potenciados desde el poder. Sin embargo entiendo la sorpresa, nuestras inquietudes y preocupaciones quedaron invisibilizadas demasiado tiempo por unos medios fiscalizados, y ahora, en época en que otras plataformas mediáticas le dan voz a quien desee expresarse, es lógico pensar que no seamos nosotros, inmigrantes a la era digital, los que también sostengamos estas controversias.
Es un error de apreciación, actualmente en Cuba son numerosos los intelectuales miembros de generaciones diferentes que participan activamente en una red informal de pensadores cuyo objetivo es aportar al debate sobre el presente y el futuro de Cuba. En otro post afirmé:
Tras tantas décadas de experimentos y retrocesos, en un proceso que se considera de cambios, y a través de medios que ya no pueden ser controlados; ha emergido una generación que está proponiendo qué hacer, pero debe ser escuchada, sin prejuicios, en pie de igualdad, de lo contrario será un monólogo y no un diálogo lo que presenciaremos. Los que no somos cronológicamente sus coetáneos pero concordamos con sus ideas debemos apoyarlos.
Gracias de nuevo al equipo de LJC, que ha preferido sumar a personas de varias generaciones a fin de acceder a un amplio espectro de puntos de vista.
Respecto a la segunda interrogante, solo he salido de mi país en una ocasión, como invitada a un evento científico en EE.UU. donde expuse una ponencia que criticaba las reformas económicas en Cuba por la carencia de un método materialista y dialéctico apropiado a la ideología marxista de la que nos afirmamos seguidores. Para esa fecha aún no había comenzado a colaborar con LJC.
Yo vivo y trabajo aquí, y para ser honesta debo reconocer —y tranquilizar a los lectores y a algunos amigos queridos que han manifestado preocupaciones en tal sentido—, que nunca he sido cuestionada o molestada por manifestar mis opiniones con absoluta libertad.
No soy ingenua, comprendo perfectamente que el entorno laboral en que me desempeño ayuda. Colegas que laboran en universidades u otras áreas estratégicas no disfrutan de tanta tolerancia y han sufrido en carne propia el resultado de ejercer ese derecho constitucional. Tampoco he militado nunca en las filas del PCC para evitar algún tipo de imposición ideológica por el errado principio del centralismo democrático.
Pero ahora hablo basada en mi experiencia, y es justo que reconozca que en Ediciones Matanzas, en la Empresa del Libro y la Literatura a la que esta pertenece y en la Dirección Provincial de Cultura de mi provincia, no me han discriminado jamás por mis ideas. Al contrario, me han estimulado por mis logros profesionales y cuentan conmigo para cualquier proyecto. Así mismo ha ocurrido en el ámbito académico, donde he obtenido significativos reconocimientos.
Yo soy el simple caso de una persona que ha decidido no autocensurarse, pues la libertad de pensamiento ya me la garantiza la Constitución que acaba de aprobarse y que en su artículo 54 expresa: “El Estado reconoce, respeta y garantiza a las personas la libertad de pensamiento, conciencia y expresión”.
Vivir en Cuba y ejercer la libertad de expresión no son realidades excluyentes. Claro que falta mucho por conseguir, por ejemplo, que podamos acceder a todo tipo de medios y no solo a los digitales; aunque la cantidad de personas que se suscribe a estos últimos crece exponencialmente. Pero lo principal es el sentido de responsabilidad cívica, también de valor personal para desafiar viejas costumbres que en algunas ocasiones son más condicionamientos mentales que jurídicos.
Lo otro es la cuestión crucial de la ética. Y aprovecho para responder a cierto forista con nombre de personaje de historietas mambisas que me trata de señora y afirma que recibo “oro del imperio”.
Mi salario como editora es de 395 pesos y 150 por mi grado científico, para un total de 545 pesos (poco más de 21 cuc mensuales). Mi mansión es un deteriorado apartamento en un antiguo edificio de un reparto soviético, mi celular es 2G y no puedo acceder con él a internet, mi computadora tiene más de quince años, no tengo auto ni aire acondicionado y la silla donde me siento para escribir estos artículos tiene roto el espaldar.
El tipo de opiniones que defiendo se aleja demasiado de los dos extremos ideológicos en Cuba que son los que sufragan las fidelidades (de diferente forma pero las sufragan). Si algún dinero proveniente del imperio recibo es la modesta pero permanente mesada que desde hace años mis tres tías jubiladas envían a la familia cada mes.
Y ya es suficiente personalismo, que los paréntesis no deben extenderse tanto.