La Joven Cuba
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Fidel Castro

Derecha española

La derecha española y su contumacia en las relaciones con Cuba

por Daniel Rodríguez Suárez 10 agosto 2021
escrito por Daniel Rodríguez Suárez

En enero de 1960 Fidel Castro, frente a las cámaras de la televisión, acusó a las embajadas de España y los Estados Unidos de apoyar a los grupos de la contrarrevolución más violenta. La Cuba revolucionaria se encontraba en aquel momento a las puertas de los procesos de intervención en las grandes compañías norteamericanas y a escasas semanas de formalizar acuerdos comerciales y diplomáticos con la URSS.

Aquella acusación del líder cubano tuvo como colofón la bochornosa réplica del embajador de la España franquista, Juan Pablo de Lojendio e Irure, marqués de Vellisca: el diplomático irrumpió de imprevisto y con malos modos en los platós de la televisión cubana y exigió su derecho a réplica. El episodio, que cerca estuvo de terminar en golpiza, se cerró con la expulsión del embajador español y la llamada a consultas del embajador cubano en Madrid, quien a la sazón era el exprimer ministro, José Miró Cardona.

Este último no regresó a la capital española y Franco no repuso a su embajador en La Habana. La relación bilateral, aunque no se rompió, quedó dañada y reducida a la categoría de encargados de negocios. España, en un contexto de profunda transformación en Cuba, había optado por la vía ideológica en detrimento de la pragmática y tomó partido por los que impugnaban el poder establecido en la Isla con las armas en la mano. El régimen franquista había elegido bando y el fallo en la elección de aliados pronto se evidenció.  

Cuatro años después, en octubre de 1964, la misma contrarrevolución a la que la embajada de España, en connivencia con algunos sectores de la Iglesia católica y la diplomacia estadounidense, había encubierto frente a las autoridades cubanas atacaba un buque mercante español con destino a la Isla. La agresión al navío Sierra de Aránzazu, que cubría la línea regular con Cuba, se saldó con tres fallecidos –el capitán, el segundo oficial y el tercer maquinista–, varios heridos entre la tripulación, y cuantiosas pérdidas materiales tanto en el barco como en la mercancía.

Derecha española (1)

Juan Pablo de Lojendio, embajador de España, frente a Fidel Castro

Un año después, otro mercante español, el Satrústegui, cargado con similar destino que el anterior, sufría un nuevo atentado en aguas de Puerto Rico. Los socios tradicionales de la España franquista atacaban sin clemencia a sus antiguos aliados por su negativa a dejar de comerciar con Cuba y apuntalar el cerco sobre la Isla. Los aliados del franquismo, con nombres y apellidos bien conocidos en la embajada española de La Habana, cambiaban la dirección de sus armas y se convertían en enemigos en aras de la consecución de un fin que no atendía, ni atiende, a alianzas permanentes.

Este objetivo no es otro que ultimar al gobierno cubano instaurado en enero de 1959 haciendo uso de los métodos que sean necesarios y sin atender a compromisos pasados o futuros o a lealtades hacia compañeros de viaje circunstanciales.

El régimen franquista entendió entonces que la posición ideológica frente a Cuba no beneficiaba ni a sus intereses materiales ni al intercambio acostumbrado entre ambos pueblos. Aquella amarga experiencia, en la que se evidenció lo erróneo en la elección de aliados en la escena cubana, pareció rectificar el rumbo, y, a pesar de las presiones norteamericanas, el estado español siguió comerciando con Cuba y se abstuvo de continuar sustentando a aquellos grupos contrarrevolucionarios.  

***

Tras el fin de la dictadura franquista, los gobiernos de Adolfo Suárez, Leopoldo Calvo Sotelo y Felipe González tuvieron a bien, a pesar de los desencuentros, encontronazos puntuales y conflictos sonados, atender a las enseñanzas que había dejado su predecesor. La doctrina Estrada, o una versión atemperada de la misma, debía establecerse como hoja de ruta si se querían conservar las relaciones con Cuba en todos los órdenes.

Estos gobiernos conservadores y socialdemócratas, consideraron que para el bien de las relaciones de España con Cuba y el resto del continente, la injerencia, la ideologización y la puesta en cuestión de la soberanía no parecían la mejor estrategia. Se consideró, como había hecho el franquismo tras sus traumáticas experiencias, que los intereses de España en Cuba no tenían que ser los mismos que encarnaba la administración norteamericana y la disidencia más agresiva al régimen cubano.

Todo parecía indicar que el advenimiento de la democracia liberal a España cimentaría lo que ya se venía ensayando en las últimas décadas; sin embargo, años después, tras la salida de los socialistas del gobierno, la derecha española cayó en el error en el que habían incurrido sus padres ideológicos en los albores del triunfo de la Revolución.

Durante el período de la presidencia de José María Aznar, padrino de la posición común de la Unión Europea, se volvió a apostar por estar del lado de quienes impugnaban con mayor vehemencia el poder establecido en Cuba y, nuevamente, como le sucedió a Franco, los intereses de España sufrieron las consecuencias.

Derecha española (2)

José María Aznar y Fidel Castro (Foto: extraconfidencial.com)

Aznar, además, arrastró al resto del continente europeo a secundar la postura española, comprometió y puso en cuestión la soberanía cubana y debilitó la española en sus relaciones futuras con la Isla, pues supeditó su estrategia a la que emanara de la Unión Europea. Los sectores sobre los que se apoyó en los asuntos cubanos fueron los mismos que presionaron para que las Leyes Torricelli y Helms-Burton salieran adelante.

En aquel período, la tensión entre ambos países alcanzó cotas que no se recordaban y se exacerbaron las diferencias, lo que causó el correspondiente deterioro de las relaciones bilaterales en todos los órdenes. Una vez más la derecha española se equivocaba de aliados y ello traía aparejadas consecuencias: la colisión con las autoridades de La Habana, el pago al sector más duro de la insaciable e intransigente comunidad contrarrevolucionaria afincada en los Estados Unidos, nunca satisfecha del todo con la postura de España, y las dificultades de la colectividad española en la isla, especialmente la apegada al tejido empresarial.

Tras la salida de Aznar del gobierno español, el nuevo ejecutivo trató de corregir el rumbo. Después de aquellos años horrendos (1996-2004), se precisaba un giro de timón para aliviar el asfixiante contencioso con Cuba. En el presente siglo, la diplomacia española ha tenido que trabajar para reparar los desperfectos generados por la apuesta orquestada por el ejecutivo durante el período del Partido Popular de corte «aznarista».

Esta corrección del rumbo se dio, de manera manifiesta, durante el gobierno de Rodríguez Zapatero, y de forma emboscada, durante el de Mariano Rajoy. Ambos ejecutivos, con estilos divergentes fruto de la herencia histórica y de afinidades y fobias, trataron de recuperar la senda que más convenía y conviene a España tanto en lo espiritual como en lo material: la entente con Cuba, sin renunciar a la crítica, pero sin injerencias, paternalismos y condiciones políticas para el intercambio.

Se trató de establecer una agenda, con matices y diferencias entre populares y socialistas, que tuvo como premisas el acompañamiento, la no injerencia y la colaboración en las reformas cubanas puestas en marcha, y en las venideras, en el ámbito de lo político, lo social y lo económico. Ello no fue óbice para que los conflictos regaran un período de relativa calma y también, es necesario apuntarlo, de mayor proximidad entre los gobiernos socialistas de España y los dirigentes cubanos y de menor afinidad durante la administración de los populares. Sin embargo, a pesar de las diferencias, los ejecutivos encabezados por Zapatero y Rajoy hicieron de la diplomacia y la prudencia los ejes en las relaciones bilaterales.

***

La llegada de Pedro Sánchez a la presidencia parecía alumbrar el asiento definitivo de esta tendencia: recomponer las relaciones, llevarlas al máximo nivel y esquivar los conflictos apoyándose en los ámbitos de mutuo beneficio.  Su visita y la del jefe de Estado, el rey Felipe VI, a Cuba parecían presagiar el advenimiento de una España atenta a no cometer los errores del pasado como consecuencia de la sima ideológica que separa a ambos países desde 1959.

Derecha española (3)

Los reyes de España durante su visita a Cuba en un recorrido por La Habana con el Dr. Eusebio Leal (Foto: GTRES)

Sin embargo, desde la oposición, las derechas españolas, sus versiones y familias, cada vez peor avenidas, parecen empeñadas en perpetuar los errores de antaño y en devolver a la actualidad la versión del franquismo más hosco o del «aznarismo» más cerril en lo tocante al tema.

Vox, el partido de la extrema derecha, hijo putativo del Partido Popular (PP) o de su versión más ultra, parece marcar el paso a sus compañeros. En el PP, el alma gallega, que tan sabiamente había conducido los temas cubanos dentro de la derecha española, se ve arrinconada y Pablo Casado parece volver a sus orígenes y al despliegue de las maneras que le llevaron a encabezar el partido: la confrontación ideológica y el enfrentamiento con las formaciones situadas a su izquierda en el arco parlamentario español.

En los últimos días, como consecuencia de la crisis en Cuba, Casado ha presionado al ejecutivo para que condene al régimen de La Habana y denuncie de forma explícita su carácter dictatorial. Vox y el PP, junto a la otra formación de la derecha, Ciudadanos, se han lanzado a las calles, con especial significación en Madrid, para condenar al régimen cubano, simplificar la explicación del reciente, complejo y multicausal estallido social y forzar al gobierno español para que emita una condena sobre la gestión de la crisis por parte de las autoridades cubanas.

Del día 12 del mes en curso hasta la masiva manifestación del domingo 20 de julio en Madrid, la derecha española se ha aplicado para aparecer retratada al frente de las protestas contra el gobierno cubano, tratando de capitalizar las manifestaciones en provecho propio como plataforma para su enfrentamiento con el gobierno español y la difusión del relato manido y absurdo de que España está bajo la tutela de los comunistas.

En los planteamientos de los herederos legítimos del franquismo ya no figura la rancia hidalguía de este ni su negativa a plegarse a las presiones norteamericanas para secundar el bloqueo; ni rastro queda de los resabios del 98 ni del tan cacareado orgullo patrio frente al dictado de Washington. Santiago Abascal, Rocío Monasterio, Iván Espinosa de los Monteros y sus adláteres en Vox; Pablo Casado y los suyos en el Partido Popular, y Ciudadanos, especialmente activo a través de su vicealcaldesa en el ayuntamiento de Madrid, Begoña Villacís, recrean en España los discursos del sector más intransigente de la derecha cubano-norteamericana.

Las tres formaciones se han implicado de lleno en las reivindicaciones de la comunidad cubana que reside en España y han obviado las implicaciones exteriores del contencioso cubano y la complejidad de las causas que han desatado las protestas en el interior de la isla.

***

De todos modos, a nadie sorprende la politización del conflicto social cubano por parte de la derecha española y tampoco el carácter militante que están desplegando en las protestas. Llueve sobre mojado, pues las imágenes de los últimos días nos remiten a un guion de actuación que presenta unas líneas muy claras y que tienen su centro en Madrid y en Bruselas.

Derecha española (4)

Pablo Casado en una de las marchas en solidaridad con los sucesos del 11-J (Foto: El Español)

La política de la oposición española con respecto a Cuba está en manos de los que promovieron y consiguieron aprobar hace un mes una resolución en el Parlamento Europeo que trata de torpedear el actual marco de relaciones entre la Unión Europea y Cuba, el llamado Acuerdo de Diálogo político y cooperación.

Dicha resolución, aprobada y capitaneada por el Partido Popular, Vox y Ciudadanos; supone una enmienda a la totalidad de la política europea con respecto a Cuba, va en contra de los intereses y valores que el bloque ha tratado de promover en la Isla y nos retrotrae al viejo marco de la guerra fría y al anticomunismo trasnochado que encerró a España y a Europa en el callejón sin salida de la Posición Común instaurada tras la llegada de José María Aznar al gobierno.

La derecha española arrastra así los errores de pasado, y los repite, al plegarse a las intransigencias de la pasada administración norteamericana y al inmovilismo de la actual. Tanto la resolución del Parlamento Europeo como el posicionamiento de la derecha española abanderan una reivindicación de los derechos humanos que no contempla la inclusión de los derechos económicos, sociales y culturales y que se centra exclusivamente en los políticos.

En su punto de mira se coloca la gestión del servicio europeo de acción exterior, del ministerio de Exteriores y del ejecutivo de España, y se descontextualiza y minimiza el marco de liberación económica y social en el que está inmersa Cuba. Marco que está presidido por limitaciones, lentitud en las reformas y problemas que trae aparejada la Tarea de Ordenamiento en materia de salarios, precios y calidad de la producción y que contribuyen, en gran medida, al esclarecimiento de las razones que están detrás del estallido social.

De igual modo, en la explicación orquestada se hace caso omiso a las presiones exteriores y al bloqueo. Reducen el conflicto cubano a la promoción de un proceso de transición a una democracia multipartidista liberal que no está en la agenda de las autoridades cubanas y que justifica la posición de Cuba en defensa de su soberanía. El posicionamiento desplegado por Vox, el PP y Ciudadanos es partidista, ideológico y en nada ayuda a las posiciones legítimas de muchos de los cubanos que se lanzaron a las calles el pasado 11 de julio.

Derecha española (5)

Alberto Núñez Feijóo, presidente de la Xunta de Galicia

La derecha española, en su nueva versión tripartita, quiere regresar a lo peor de su pasado, aquel en que optó por los aliados menos convenientes para defender los intereses y valores de Europa y de España. Su actitud y sus alianzas con los sectores más radicales de Estados Unidos y Europa contribuyen a reforzar la posición numantina de las autoridades cubanas, replegadas a una posición defensiva renuente a abrir el diálogo en aspectos políticos, económicos y sociales que demandan franca mejora.

Nada queda ya en el Partido Popular de lo que representaron Manuel Fraga y Mariano Rajoy, en sus versiones militante y pasiva, o de lo que encarna Núñez Feijóo, en su modalidad contemporizadora, en las relaciones con Cuba. El alma gallega que pilotó con astucia las contradicciones que generaban las relaciones entre el PP y la Cuba de los últimos decenios está en retirada.

El PP que representa Casado y sus compañeros de viaje, el intransigente Vox y el complaciente Ciudadanos, agitan las calles en España contra el gobierno cubano, presionan en la Unión Europea para terminar con el marco de colaboración y acosan al gobierno de coalición español, formado por el Partido Socialista y Unidas Podemos, para enturbiar las relaciones y romper con el actual marco de entendimiento.

La derecha, contumaz en sus errores, trata de llevar a España y a Europa, como hizo la dictadura franquista en los inicios de la Revolución y después durante la democracia el Partido Popular de José María Aznar, al enfrentamiento y la colisión con las autoridades cubanas, algo que, ineludiblemente, deriva en la erosión de los valores e intereses europeos y españoles en la Isla.

10 agosto 2021 25 comentarios 2.741 vistas
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Cuba (1)

Cuba en tres tiempos históricos

por Gladys Marel García 26 julio 2021
escrito por Gladys Marel García

La historia es también un ciclo en movimiento constante. Estas reflexiones son hijas de mi participación en las luchas pasadas y de mi preocupación ante las actuales circunstancias de Cuba.

-I-

Antonio Guiteras y Joven Cuba (1933–1935) fueron precursores del Movimiento Revolucionario liderado por Fidel Castro, nombrado posteriormente 26 de Julio (MR 26-7). Ambos organizaron las etapas insurreccionales de las revoluciones contra las dictaduras de Fulgencio Batista, y contra el imperialismo norteamericano, en 1934 y 1952 respectivamente.[1]

Solo habían transcurrido diecisiete años del asesinato de Guiteras por órdenes suyas, cuando Batista consumó un golpe de Estado en marzo de 1952. El pueblo de Cuba conservaba  en su memoria la represión brutal que ocasionara su dirección frente al Ejército en la segunda mitad de los años treinta y, de manera espontánea, en las primeras horas de la mañana del 10 de marzo, se lanzó  ante los ayuntamientos y en los parques pidiendo armas para combatir.

La Federación Estudiantil Universitaria (FEU) fue la primera en acudir al Palacio Presidencial y ofrecerle al presidente de la República su apoyo incondicional para enfrentar a los golpistas. 

Los combatientes del treinta y los de la nueva generación revolucionaria de los cincuenta fundaron, entre marzo y mayo de 1952, grupos emergentes. De ellos nacieron organizaciones partidarias de la vía armada y de la revolución.

Algunas estuvieron presididas por combatientes del treinta, como fueron los casos, entre otros, de Rafael García Bárcenas del Partido Ortodoxo, que organizó el Movimiento Nacional Revolucionario (MNR); Aida Pelayo y Neneina Castro, también de ese partido, que constituyeron el Frente Cívico de Mujeres Martianas, integrado por ortodoxas, auténticas, del movimiento estudiantil y otras; o Aureliano Sánchez Arango, del Partido Auténtico, que fundó la Triple A.

Mientras, representantes de la nueva generación revolucionaria, como Fidel Castro y Abel Santamaría, organizaron el Movimiento Revolucionario, desde la capital y el occidente del país, con el plan de atacar los cuarteles Moncada, de Santiago de Cuba, y Carlos de Céspedes, de Bayamo, en la provincia de Oriente, para apoderarse de las armas. Ese propósito fue realizado el 26 de julio de 1953, precisamente hoy conmemoramos su aniversario sesenta y ocho.

Cuba (2)

Jóvenes de la Generación del Centenario en Los Palos, actual provincia Mayabeque, donde realizaban las prácticas de tiro previas al asalto al cuartel Moncada. De izquiera a derecha: Ñico López, Abel Santamaría, Fidel Castro, José Luis Tasende y Ernesto Tizol (Foto: Prensa Latina)

-II-

Después de los ataques, Batista ordenó perseguir y asesinar a Fidel Castro sin lograrlo. Cayó prisionero, fue juzgado y condenado junto a las mujeres y hombres que asaltaron las fortalezas. Su alegato de autodefensa contenía una serie de puntos que lo convertirían en el Programa de la Revolución.

En 1955, por las presiones del movimiento nacional de amnistía convocado por las fuerzas revolucionarias, salieron absueltos y reorganizaron el Movimiento Revolucionario, agregándole el nombre de 26 de Julio (MR 26-7).

A partir de ese momento, la estructura veintiseísta comenzó a extender su red organizativa en las seis provincias cubanas, con un aparato militar de las Brigadas Juveniles dirigidas por la dirección provincial de Acción y Sabotaje; la Sección Obrera y las de Propaganda y Finanzas.

Estas fuerzas se nutrieron, en provincias y municipios, de hombres y mujeres partidarios de «la línea dura», es decir, de la revolución organizada. Procedían del MNR, de la juventud, las mujeres y la estructura obrera del Partido Ortodoxo, del sector estudiantil y de elementos del movimiento insurreccional del Partido Auténtico.

En tanto, la vanguardia revolucionaria de la FEU, presidida por José A. Echevarría, organizó el Directorio Revolucionario, que desempeñó un importante rol insurreccional. 

Mientras esto acontecía en la Isla, Fidel y un grupo de combatientes del MR 26-7 se establecieron en México. Su plan era semejante al concebido por Guiteras, de organizar y entrenar la fuerza guerrillera en campamentos y luego retornar a Cuba en una expedición armada.   

Los expedicionarios del Granma debían desembarcar el 30 de noviembre de 1956 por la costa cercana a la Sierra Maestra. Ese día, el MR 26-7 desataría una huelga general apoyada por acciones armadas en toda la Isla.

Cuba (3)

Alzamiento de Santiago de Cuba, el 30 de noviembre de 1956

La táctica solo se hizo efectiva en el municipio de Guantánamo y algunas acciones en Santiago de Cuba. Falló la compra de armas con el dinero enviado por las provincias a Frank País, responsable nacional del aparato militar veintiseísta, que se abastecía por medio de una célula del Movimiento en la Base Naval de Guantánamo.   

Entre 1956 y 1958, las fuerzas del MR 26-7, la FEU y el DR, el movimiento insurreccional Auténtico y el movimiento insurgente de mujeres —que creó nuevas organizaciones: Mujeres Oposicionistas Unidas, en La Habana, y el Frente de Mujeres Cubanas, en la provincia de Oriente— fortalecieron la insurgencia en la nación y en la emigración.

Durante estos dos años, la conciencia popular y la fe en el proceso revolucionario fueron en ascenso, como resultado de las operaciones llevadas a cabo por dichas organizaciones. Resultaron decisivas las del Ejército Revolucionario del 26 de Julio, y del Frente del DR 13 de Marzo en el Escambray.

Por otra parte, el resquebrajamiento del Ejército de la República, batistiano, condujo a que diferentes grupos de altos militares conspiraran con la dirección del 26 de Julio. El alto mando militar intrigó igualmente con la Embajada de los Estados Unidos para que Batista abandonara el poder.

De tal manera culminó el proceso con la toma del poder por el Ejército Revolucionario del 26 de Julio en el Oriente y centro del país, y por la dirección de la lucha clandestina en las provincias occidentales. 

 El MR 26-7, sin serlo, jugó el papel de partido para la guerra, al contar con una base socio-clasista estructurada, con secciones obreras, estudiantiles, de resistencia cívica con intelectuales, profesionales, pequeña burguesía y religiosos. Ostentaba asimismo un aparato militar clandestino y un Ejército Revolucionario.

-III-

Después de que el liderazgo político militar del MR 26-7 tomara el poder, y que el Gobierno Revolucionario se estableciera en el Palacio Presidencial, Fidel Castro realizó una exitosa gira por América Latina. A su regreso, pronunció un discurso en el acto celebrado en la Plaza Cívica, el 8 de mayo de 1959. En la jornada rindió homenaje a Guiteras, al expresar:

«Algún día podríamos conmemorar dignamente la caída de Antonio Guiteras (…)» y «con infinita satisfacción cumplo el deber de rendirle el más emocionado tributo de recordación y simpatía (…) porque él quería hacer lo que nosotros hemos hecho y cayó como han caído otros muchos revolucionarios, porque se lanzó a hacer lo que nosotros estamos haciendo hoy».

A continuación añadió: «Cambió los mismos males que estamos combatiendo, luchó contra el mismo dictador con que nosotros luchamos después; cayó víctima de las balas enemigas que privaron de la vida a tantos compañeros nuestros (…) pero nos cabe la satisfacción (…) de que junto a los restos de Guiteras no se erigirá ningún recuerdo a los asesinos de Cuba».[2]

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Discurso de Fidel Castro en la concentración popular en la Plaza Cívica, hoy Plaza de la Revolución, a su llegada de una gira por EE.UU., Canadá, Brasil, Argentina y Uruguay, el 8 de mayo de 1959. (Foto: Sitio Fidel Soldado de las Ideas)

Desde enero del 59, el Gobierno Revolucionario introdujo en la práctica social las leyes del Programa del Moncada (1959-1960). Aquel debió ser el momento de retomar el proyecto de construir el socialismo cubano a partir de las experiencias y tesis elaboradas por Guiteras,[3] quien afirmaba en el Programa de Joven Cuba que «el Estado socialista es una deducción racional basada en las leyes de la dinámica social» de la sociedad cubana.[4] Eso no fue lo que ocurrió.

En 1961 se produjo la integración del MR 26-7, el DR 13 de Marzo —ambas protagónicas de la etapa insurreccional de la Revolución—, y el Partido Socialista Popular, que hasta mediados del 58 solo había sido promotor de  la tesis electoralista de los partidos de oposición. 

La participación política del PSP con la dirección militar veintiseísta, promovió el proyecto de los viejos comunistas cubanos de introducir en la Isla el modelo de socialismo real soviético. Fue así que se transformaron las Organizaciones Revolucionarias Integradas (ORI); primero en el Partido Unido de la Revolución Socialista (PURS) y luego en el Partido Comunista de Cuba, ambos bajo el liderazgo de Fidel Castro.  

Uno de los problemas surgidos en estas décadas fue la decisión de la doble subordinación del PCC y el Gobierno a un solo mandatario, con funciones diferentes. El otro sería el sometimiento del Estado cubano al PCC.

En ese contexto se fue entronizando el poder partidista y estatal de la burocracia. Fenómenos asociados a la corrupción, hasta entonces menos notorios, comenzaron a emerger a la superficie a finales de la década de los setenta y principios de los ochenta.

La sociedad es un organismo vivo, que sobrevivió al período especial de los noventa, pero en las primeras décadas de este siglo, hombres y mujeres que habían alcanzado una mentalidad especializada y científico-social en diferentes esferas del conocimiento, comenzaron a ejercer la crítica constructiva revolucionaria por diferentes vías al Gobierno. Se planteó la necesidad del diálogo democrático y se alertó sobre el peligro de la campaña de las fuerzas que son favorables a la intervención del Gobierno estadounidense. No fueron escuchados.

Debido a la enfermedad de Fidel en 2006, su hermano Raúl lo sustituyó, primero interinamente y después de modo formal; en el Gobierno en 2008, y en 2011, tras el 6to Congreso del Partido, también frente a esa instancia política. En 2007 fue anunciado un proceso de reformas que de manera injustificada no se implementó en toda su magnitud. Mientras, se fortaleció la economía militarizada y apartada de cualquier mecanismo de control de la ciudadanía y el Parlamento. A lo largo de este período, la clase burocrática se robusteció y se tornó aún más elitista y separada del pueblo.

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Fidel y Raúl Castro en el VI Congreso del PCC (Foto: ABC News)

En el 2019 se aprobó la nueva Constitución que fue sometida a debate popular desde 2018. Ella declaró a Cuba un Estado Socialista de Derecho, concepto vacío que habría que llenar de contenido.

Entre 2019 y 2021 se produjeron diferentes conflictos, que fueron haciéndose críticos por las situaciones de pobreza, escasez de alimentos, elevación de precios en los mercados estatal, particular y en el paralelo de la bolsa negra, provocados por los errores de la Tarea Ordenamiento; las malas condiciones de vida, la carestía de medicamentos, el incremento de la pandemia en el país, la no solución de los problemas, el bloqueo y el recrudecimiento de las medidas contra Cuba aprobadas por el presidente Donald Trump.

En el clímax de dichos conflictos, el 11 de julio fuimos sorprendidos todos por la explosión social de una parte del pueblo cubano, que se produjo en San Antonio de los Baños y se fue extendiendo de manera espontánea por todo el país, sobresaliendo los barrios más pobres.

La crisis actual está llena de complejidades, pero no cabe duda de que tiene que resolverse desde dentro de la Isla, y por los cubanos, sin injerencia extranjera de ningún tipo.

En las manifestaciones no aparecieron visibles liderazgos de disidentes tradicionales. Los medios oficiales no han aportado evidencias de que fuera organizada por agentes del imperialismo norteamericano dentro del territorio nacional. Fue después de ocurridos los hechos que volvió a arreciarse en los medios de comunicación miamense la campaña contra el gobierno de Cuba, que en esencia ha sido siempre contra el sistema socialista, la independencia y la soberanía.

El nacionalismo cubano como ideología, y la cultura contra la injerencia extranjera imperialista son principios de las generaciones revolucionarias.[5] Y la del nuevo milenio ha surgido integrada por sujetos de varias edades, cuyo objetivo es la solución de la crisis. Se trata de una época diferente a la del siglo pasado, pero muchos de nosotros mantenemos los ideales de Guiteras y de la generación del Centenario.   

Participé en las acciones del MR 26-7. Sufrí maltratos policiales, represión y tortura cuando fui prisionera (1957). Se me juzgó por el Tribunal de Urgencia y me defendió un abogado criminalista cuyos honorarios fueron sufragados por el movimiento estudiantil.

Ante la situación actual —si bien considero que se juzgue a los participantes en acciones vandálicas demostradas—, entiendo inaceptable que en este 11 de julio se haya reproducido la represión: golpizas, penas de prisión, juicios sumarios e incuso denuncias de maltratos policiales a personas detenidas

Es necesario poner la justicia social en el centro de la discusión y el debate partidista e institucional. Tener en cuenta las demandas populares y los análisis de intelectuales cubanos especializados en ciencias sociales y ciencias de la economía, en su vertiente popular y democrática. Así como encontrar solución a la dicotomía entre la propiedad estatal y la social, sin la cual jamás podrá hablarse de socialismo en Cuba.

***

[1] Ver Luis Busch, en Reinaldo Suárez: Un insurreccional en dos épocas. Con Antonio Guiteras y con Fidel Castro. Editorial de Ciencias Sociales, 2001.

[2] Selección de Ana Cairo: Antonio Guiteras 100 años después, Editorial Oriente, Santiago de Cuba, 2007, en Periódico Revolución, 9 de mayo de 1959, y en el libro pp.149-150.

[3] José Tabares del Real: La Revolución del 30 sus dos últimos años, Editorial de Arte y Literatura, La Habana, 1971, pp. 548-553; Olga Cabrera: Antonio Guiteras su pensamiento revolucionario, Editorial de Ciencias Sociales, 1974.

[4] Olga Cabrera Guiteras El Programa de La Joven Cuba Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1977, p. 103.

[5] JACOBIN América Latina: «Está en juego la vida buena y justa en Cuba». Una entrevista de Martín Mosquera con Ailynn Torres Santana y Julio César Guanche.

26 julio 2021 35 comentarios 2.684 vistas
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11-J

El pueblo del 11-J

por Mario Valdés Navia 17 julio 2021
escrito por Mario Valdés Navia

La violencia política desatada en las calles y plazas cubanas en estos días —usual en otras realidades, muy rara en la Isla— no se resolverá con la represión gubernamental y el miedo a la Covid-19. En la historia posterior a 1959 es difícil encontrar momentos similares a este del 11-J. Para acercarse a algunos habría que remontarse a la lucha de clases de inicios de los sesenta, los sucesos de la embajada del Perú/éxodo del Mariel (1980), y el Maleconazo/crisis de los balseros (1994). Este constituye su antecedente más cercano, pero sus diferencias con lo acaecido el 11-J son sustanciales y las soluciones de entonces no valen ahora.

−I−

Cuando ocurre el Maleconazo de 1994, hacía cinco años había comenzado el Período Especial en tiempo de paz. La pobreza, desnutrición y mortandad asolaban a la mayor parte de la población cubana. El USD, que estuvo a siete pesos en el mercado negro en 1990, llegó a rebasar los ciento cincuenta. Cantidad enorme de dinero en la calle y muy poco que comprar, dispararon una inflación de cuatro dígitos.

No obstante, aquel verano caliente del 94, las manifestaciones de carácter masivo y los encuentros violentos quedaron circunscriptos a una parte de Centro Habana y Habana Vieja y surgieron después de que fuera in crescendo durante semanas la emigración ilegal mediante el robo de embarcaciones. Aunque provocada por la desesperada situación existente, el Maleconazo era aupado desde el exterior por la Ley de Ajuste y la existencia de flotillas aeronavales de rescatistas que esperaban a los balseros en el estrecho de La Florida.

La reacción del gobierno fue reprimir con grupos de respuesta rápida y policías de civil. La presencia de Fidel en el centro de los acontecimientos terminó de aplacar los ánimos con relativa prontitud. Días después, se firmó un nuevo acuerdo con Estados Unidos que amplió la emigración legal y se aplicó un paquete de medidas liberalizadoras que incluían la creación del Mercado Libre Agropecuario, la ampliación de las ventas en USD y el impulso a la joven industria biofarmacéutica.

11-J

La presencia de Fidel en el centro de los acontecimientos del Maleconazo terminó de aplacar los ánimos con relativa prontitud. (Foto: BBC)

−II−

Lo ocurrido el 11-J une nuevamente el grito de los obstinados de las poblaciones y barriadas más empobrecidas de las ciudades y poblados con el conflicto Cuba-EEUU y su expresión mayor: el recrudecimiento del bloqueo en medio de la crisis pandémica. Pero ya no está Fidel para persuadir a las masas y convertir el revés en victoria con su ascendencia política. Tampoco hay política de “pies secos, pies mojados”; por el contrario, es interés del gobierno de los Estados Unidos disminuir la emigración ilegal, y los capturados en el intento son retornados a Cuba.

Los que clamaron ese día por la intervención humanitaria, a sabiendas de que eso significaría la destrucción del país, no pueden hacerse ilusiones. El propio Bob Menéndez dejó establecido que Estados Unidos no pretende intervenir ni permitir un éxodo masivo desde Cuba. Las soluciones tendrán que ser encontradas y aplicadas entre cubanos.

En este inédito escenario, dos preguntas se hacen los que conocen poco, o mal, al pueblo y gobierno de Cuba:

– ¿por qué una población sale de pronto a las calles a expresarse políticamente, de manera clara y terminante, en rechazo a una política gubernamental que parecían acatar?

– ¿por qué las fuerzas del orden la emprendieron con violencia y saña contra manifestantes pacíficos, mientras brillaban por su ausencia cuando grupos violentos saqueaban tiendas y volcaban carros patrulleros?

Esta semana tuve la desdicha de escuchar a una periodista extranjera referirse despectivamente a los protestantes en Cuba como: «marginales, delincuentes y alcoholizados». Entre ellos pudo haber algunas personas así, pero predominaron estudiantes y profesores de nivel medio y superior, profesionales e intelectuales, obreros y campesinos, empleados y desempleados, jóvenes y viejos. ¡Más respeto, por favor, para el pueblo del país que la acoge!

Hace tres días fue 14 de julio, fecha de la toma de La Bastilla, no puedo menos que recordar a los pares de esos hombres y mujeres del 11-J: los sants culottes de los barrios pobres parisinos de 1789 y sus heroicas compañeras, que dieron la clarinada histórica para poner fin al viejo régimen aristocrático y servil. Parece que otra vez le ha tocado a los sectores del pueblo que sobreviven en la inopia y a los jóvenes rebeldes salir a la calle a gritar por todos los que aún no se atreven a usar su voz.

Es que ese pueblo cubano empobrecido, mal vestido, de habla vulgar, ocupante de casas pequeñas y humildes barbacoas, que tanto gustan de fotografiar los turistas extranjeros, hace mucho que anhela expresar sus convicciones políticas libremente. Si no lo hacía con vehemencia antes era por el respeto y magnetismo que irradiaba Fidel y por el vasto y eficaz sistema de control de las expresiones políticas que estableció. Dicho sistema, aunque aún funciona, ya no puede conservar el monopolio de la información y la comunicación ante la extensión de internet y las redes sociales.

11-J

Otra vez le ha tocado a los sectores del pueblo que sobreviven en la inopia y a los jóvenes rebeldes salir a la calle a gritar por todos… (foto: Alexandre Meneghini / Reuters)

Si el pueblo no lo hizo de esta manera durante la conducción de Raúl fue porque este abrió un proceso de eliminación de prohibiciones anacrónicas, promovió debates colectivos y proyectó reformas que dejaban un atisbo de luz al final del túnel y revivían las esperanzas de que sobrevinieran cambios.

Sin embargo, la posposición de las transformaciones de un año para otro, la presencia activa de la población en las redes sociales y el fiasco de constatar que la Constitución 2019, el VIII Congreso y la dirección del nuevo secretario/presidente serían solo continuidad de lo anterior; hicieron al país llegar a la crisis actual del sars-cov-2 con un extraordinario potencial conflictivo. Las consecuencias predecibles de la aplicación de la redolarización plástica y de la Tarea Ordenamiento hicieron el resto.

En la jornada del 11−J confluyeron tanto la ira popular como el temor del gobierno a perder el poder. Los obstinados salieron a gritar sus consignas improvisadas sobre la marcha, y desfilaron sin orden ni concierto, mientras filmaban lo que hacían con sus móviles para mostrar al mundo que habían perdido el miedo a hacerse escuchar.

Cuando lo ocurrido en San Antonio de los Baños se hizo viral en las redes sociales, las manifestaciones se extendieron espontáneamente. Las piedras llovieron sobre las odiadas tiendas en MLC, muchos aprovecharon para saquear y destruir —como ocurre en medio de acontecimientos como estos— y las autoridades comprendieron que era hora de cortar la internet e iniciar la represión porque: «La calle es de los revolucionarios».

Los efectos de esa confrontación fratricida fueron vistos en todo el mundo y estremecen hoy a los que apenas estamos recuperando el servicio de internet. Restañar las heridas de estos días y sobrepasar este momento difícil exigirá valor, mesura y tacto político al gobierno y a sus oponentes. La hora actual de Cuba es más para el diálogo y la persuasión que para las redadas y los encarcelamientos.

Los extremismos han de ceder el puesto a las posiciones consensuadas, pues no creo que haya regreso posible al diez de julio. El pueblo tuvo su 11-J y la gran mayoría de los que gritaron: «¡Libertad!» y «¡Patria y Vida!» no estaban pagados por el imperio ni ignoraban la trascendencia de lo que estaban viviendo. El gobierno debería hacer control de daños y poner en práctica cuanta medida conduzca a un diálogo nacional.

El Gobierno/Partido/Estado tiene que entender que el pueblo exige cambios en la economía, la sociedad y la política. Para que continúe el socialismo y la independencia, habrá que romper definitivamente con el inmovilismo y la soberbia burocrática. Mientras termino el post se anuncian nuevas medidas flexibilizadoras por parte del gobierno a la entrada de medicinas y alimentos y la estimulación empresarial. Buena señal. El poder del pueblo del 11-J, ese sí es poder.

17 julio 2021 55 comentarios 4.312 vistas
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Palabras a los intelectuales

Palabras a los intelectuales: Volver no, trascender

por Redacción 8 julio 2021
escrito por Redacción

La intervención de Fidel Castro conocida como Palabras a los intelectuales, y acaecida en 1961, ha marcado una impronta determinante en la relación entre el gobierno y los intelectuales en Cuba a lo largo del proceso. Aun cuando son épocas muy diferentes aquella de los inicios y la que vivimos hoy, el Ministerio de Cultura ha dedicado todo el año a conmemorar el hecho y convoca a percibir la continuidad de los conceptos y puntos de vista emitidos por el dirigente cubano en fecha tan precoz.

La controversia alrededor de la libertad de creación en el socialismo —que comenzó muy temprano y de la cual fue centro la referida reunión—, se extiende hasta hoy; con puntos más álgidos, actores diversos y mayores posibilidades de participación en un debate que, lejos de estar concluido, es tan pertinente ahora como lo fue entonces. Con una diferencia notable: el grado de hegemonía y consenso de la dirección de la Revolución hacia la sociedad no es, ni por asomo, el mismo.

El equipo de La Joven Cuba también consideró pertinente examinar, desde diversas perspectivas, las consecuencias de aquellos intercambios y del documento resultante, concebido hasta hoy como uno de los escritos rectores de la política cultural de la Revolución.

Nuestro análisis trascendió igualmente a otros efectos de aquellas determinaciones, que no son únicamente culturales, que desbordan el campo intelectual y que afectan los entramados sociales, desde la subjetividad hasta la política entendida en su sentido cívico y colectivo.

La Historia, la Filosofía, la Psicología y la Comunicación Social fueron las ciencias desde las cuales emanaron los textos incluidos en este, el primer dossier cuya descarga gratuita ofrecemos a nuestros lectores.

Palabras a los intelectules: Volver no, trascender

***

Si desea suscribir nuestra petición al gobierno para que flexibilice la entrada de medicamentos a Cuba, deje un comentario con su nombre en el post o escriba a nuestro correo electrónico (jovencuba@gmail.com)

8 julio 2021 6 comentarios 1.994 vistas
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Tiempos

En los tiempos de Abdala

por René Fidel González García 2 julio 2021
escrito por René Fidel González García

Sobre el elefante y los mil conejos

Una anécdota probablemente apócrifa de la política cubana, ha trasmitido en una frase la dificultad que supondría la ausencia de Fidel Castro al frente del gobierno: mil conejos no sustituyen a un elefante. Sin embargo, el gobernante no solo cesó en sus funciones mucho antes de morir, sino que una de las joyas más deseadas en su gestión —un modus vivendi formal entre Cuba y los Estados Unidos— sería alcanzado, mientras aún vivía, por su sucesor Raúl Castro.

En cualquier caso, la frase hacía referencia al liderazgo nacional e internacional ejercido por el político cubano, capaz, a un tiempo, de lograr durante más de medio siglo complejos consensos al interior del país y de convertir al gobierno cubano en un actor no despreciable en las peligrosas brumas de la Guerra Fría. También era relativa a sus experiencias, sagacidad y determinación personal para convertirse, y ser considerado, en un formidable contrincante político por sucesivos mandatarios y políticos de los Estados Unidos.

Desaparecido Fidel Castro, previa entrega de sus cargos gubernamentales a su hermano, y este más adelante a Miguel Díaz-Canel; la Constitución de 2019 allanó el camino a la formalización de la concentración y especialización de las funciones ejecutivas mediante el fortalecimiento de las atribuciones presidenciales y el desarme del modelo asambleario anterior.

Apenas un par de años después, cuando debió estar haciendo sus primeros ajustes de puesta en marcha un modelo de Estado de Derecho por mandato constitucional, el nuevo gobernante sería, además, investido de la máxima responsabilidad partidista.

Es cierto que los capitales políticos pueden ser heredados, incluso es posible ser usufructuario de la legitimidad de una generación, de sus luchas, aspiraciones y logros, sin tener necesariamente que cargar con sus fracasos; pero asumir esa, o cualquier otra responsabilidad, pasa por entender que todo capital es susceptible de ser perdido. Tener la responsabilidad implica, igualmente, ser responsable del éxito y del fracaso. 

Tiempo (2)

Miguel Díaz-Canel junto a Raúl Castro, tras ser nombrado presidente en abril de 2018. (Foto: Adalberto Roque/ AFP)

Es difícil determinar la importancia que tienen —o tendrán— las experiencias y características como político del actual mandatario en el manejo de los diversos y complicados problemas económicos, políticos y sociales del país, o de un diferendo como el que se sostiene entre los Estados Unidos y Cuba, que ha condicionado dramáticamente la realidad cubana.

Nada parece sugerir que estemos delante de un prospecto de estadista. El pausado ascenso y formación de Miguel Díaz-Canel como miembro —y sobreviviente— de un pequeño grupo de funcionarios seleccionados y entrenados para ocupar cargos de dirección de importancia, es probable haga remota o cancele esa posibilidad, incluso asumiendo que disponga de los recursos intelectuales, comunicativos y de la iniciativa y proyección teleológica propias del liderazgo.

De lo que se puede estar seguro es de que a medida que el acompañamiento que todavía realiza la generación anterior se debilite, y finalmente desaparezca, el rol que esas características personales desempeñarán en la toma de decisiones y en la interacción con los problemas de una sociedad que experimenta un complejo proceso de cambio social y político, será cada vez más importante y quizás determinante.

Esta es una variable trascendental en los acontecimientos actuales. No hay que subvalorar el análisis del perfil de los individuos y grupos que hacen otros gobiernos y sus agencias; como la modelación de reacciones, comportamientos, valores y sistemas de creencias, ha sido siempre un activo estimado para hacer actuar a los adversarios en condiciones pre-concebidas, que utilizan tales datos para la obtención de los resultados deseados. 

Maximizar los resultados y reducir la exposición

A partir de las declaraciones de diplomáticos, políticos y funcionarios estadounidenses, no pocos académicos y analistas han planteado y amplificado la idea de que el tema Cuba no es una prioridad para el actual mandatario de la Casa Blanca.

Por su parte, con creciente frustración, diplomáticos y funcionarios cubanos han subrayado la apatía y demora de la Administración Biden en desmontar algunas de las medidas de mayor impacto tomadas durante el mandato de Donald Trump, tal como se aseguró durante la campaña electoral. 

La historia de las relaciones entre ambos países en las últimas seis décadas, indica con precisión que si la conclusión a la que arriban los especialistas es increíblemente superficial, la frustración que se percibe en los mensajes de los funcionarios cubanos puede estar codificando en su aparente ingenuidad la complejidad del momento actual. 

El tema Cuba no solo ha sido a través de los años una prioridad estratégica de los Estados Unidos para el manejo de su área de influencia geopolítica más inmediata, sino también un ingrato y espinoso asunto a tratar por los aspirantes presidenciales, crucial, no pocas veces, al momento de la reelección. Ninguna de estas cuestiones se ha modificado radicalmente.

Tiempo (3)

Durante el gobierno del presidente Obama se restablecieron las relaciones diplomáticas entre EEUU y Cuba (Foto: Ramon Espinosa/AP)

Es por ahora imposible saber las exploraciones y contactos de las autoridades cubanas por retomar el camino que dejó abierto el gobierno del expresidente Obama con el restablecimiento de relaciones diplomáticas, los mensajes cursados y la calidad misma de tales encuentros, si es que han ocurrido. Pero no es descabellado pensar que el virtual estado de coma en que se encuentran actualmente las relaciones, ha sido inducido por la apuesta del ejecutivo estadounidense y sus agencias gubernamentales a la evolución de un escenario interno favorable a sus intereses. Algo así como: los tenemos donde queríamos.

La táctica de regalar sábanas sudadas por soldados enfermos de viruela y luego esperar la progresión del virus, dio resultado en no pocas ocasiones para diezmar y abatir las tribus y naciones indígenas durante la colonización del oeste de los Estados Unidos. La excepcional situación creada por la pandemia de la Covid-19 en Cuba, ha colocado, más allá de cualquier prioridad, al actual ejecutivo estadounidense en una situación muy parecida y redituable: esperar.

Después del paquete de medidas y sanciones contra la economía cubana puesto en marcha por Trump —que incluyó el descalabro de importantes operaciones de cooperación internacional, la suspensión del envío de remesas por vías regulares,  la sanción de entidades bancarias vinculadas y la injusta calificación como Estado patrocinador del terrorismo—, la actual administración estadounidense ni siquiera tiene que exponerse a ser considerada como villana en la arena internacional.

Hay que valorar también factores internacionales. La crisis que atraviesan aliados regionales de Cuba, como Venezuela, la descapitalización política experimentada por el Alba o UNASUR y la progresiva erosión de la influencia cubana en el área latinoamericana y caribeña, como resultado de sus propios problemas internos y la incapacidad para proponer y gestionar iniciativas, describen, por así decirlo, un escenario propicio para devaluar apoyos y alianzas que han impedido el aislamiento y un consenso internacional hostil contra Cuba.

La propia colaboración médica, principal fuente de prestigio y admiración a escala mundial para la Isla, asediada por programas que ofrecían estatus de refugiados a sus integrantes, acabaría por ser cuestionada. Han sido señaladas en tal sentido las onerosas condiciones impuestas por las cláusulas de contratación del personal médico, paramédico y técnico, e igualmente los castigos administrativos que sancionan a no poder regresar al país durante por lo menos ocho años en caso de romper de forma unilateral sus contratos. 

Cuestiones como estas no solo debilitan la posición cubana en cualquier negociación con la administración estadounidense, sino que determinan en buena medida que esta última no tenga que apartarse de sus intereses respecto a Cuba y ceder en función de alcanzar otros de mayor importancia.

Estar revisando la política con relación a la nación antillana, como han reiterado en los últimos meses funcionarios de la Casa Blanca, no implicaría entonces una mera reevaluación de medidas anteriores, o dar prioridad a un viraje a la hoja de ruta de Obama. Es evidente que se está produciendo la evaluación pragmática del impacto que han tenido esas políticas durante el excepcional contexto pandémico, y qué hacer para que sus efectos se amplifiquen en el mediano y largo plazos. Los cambios vendrán pero dentro de esa lógica.

A mediados de los noventa, las exigencias estadounidenses al gobierno cubano se concentraban en el reconocimiento y ejercicio de los derechos humanos —especialmente los civiles y políticos— y en dar espacio a la pequeña y mediana empresa y al sector privado.

En la actualidad muchas de esas pretensiones o son parte del ordenamiento constitucional y de demandas cada vez más importantes de la ciudadanía cubana; o cuestiones ya planteadas aunque innecesariamente demoradas dentro del anunciado proceso de reformas.

Algunas de ellas, como la libertad de expresión, asociación y prensa, han sido redimensionadas espectacularmente a contracorriente del propio gobierno, desde la introducción y generalización del acceso a Internet y las redes sociales.  

Se ha debilitado gradualmente el monopolio estatal de la producción y emisión de contenidos y significados políticos, y es un hecho hoy la migración e interacción de millones de cubanos a una suerte de ágora virtual. En ella, algunos de los ejercicios de derechos y libertades usualmente restringidos y no pocas veces penalizados jurídica, política o socialmente, encontraron un nicho propicio para su desarrollo y práctica, sin poder evitar, no obstante, ser muchas veces, secuestrados, reducidos o restringidos por tendencias de polarización, manipulación y simplificación.

Tiempos (4)

La reciente resolución condenatoria del Parlamento Europeo contra el gobierno cubano marcó una pauta en los tiempos de buena relación bilateral. En la foto, el presidente del Consejo Europeo, Charles Michel. (Fotoç: Julien Warnand POOL/AFP)

Es lógico asumir que el gobierno estadounidense seguirá ofreciendo financiamiento, asistencia y apoyo a ciertos medios, plataformas y grupos surgidos en este entorno virtual en el intento de convertirlos en cabezas de playa desde donde influir en la política interna. Pero también es de notar en la reciente resolución condenatoria del Parlamento Europeo contra el gobierno cubano, la importancia que tendrá en el futuro inmediato el respeto por las autoridades de los derechos y libertades reconocidas por la Constitución de 2019 y la entrada en vigor del modelo cubano de Estado de Derecho. 

La otra pandemia

La sostenida dinámica de detenciones ilegales, acosos, castigos administrativos, presiones y procesamientos selectivos desarrollada por instituciones del actual gobierno contra artistas, intelectuales, periodistas en ejercicio no acreditado, profesores, estudiantes, activistas, opositores y ciudadanos en general; ha sido la parte más visible del intento de licuefacción de la Constitución del 2019, del conjunto de expectativas ciudadanas que generó el propio proceso constituyente y, sobre todo, del modelo de Estado de Derecho que en ella se esboza. 

Tales actos han sido trasmitidos, distribuidos y analizados de un modo extraordinario e inédito por las redes sociales y los medios digitales.

Ello ha redefinido los contenidos y el ejercicio mismo del consumo político de los ciudadanos. Es importante entender que la posibilidad y autonomía de ese consumo es parte y expresa a un tiempo, los reacomodos de la cultura política y de sus valores.

Es en tal contexto, en que las exigencias de democratización y las demandas del respeto a derechos y libertades, y a las garantías jurídicas efectivas para su ejercicio, empiezan a ser no ya solo parte de los núcleos identitarios de la ciudadanía, sino también prácticas que desafían los modos habituales en que se ha desarrollado y entendido la participación política en Cuba por ciudadanos, políticos e instituciones. 

Un olvidado pero significativo tuit del actual mandatario cubano: «La complejidad es para asumirla como reto», fue escrito en la tarde noche del 27 de noviembre de 2020, cuando cientos de jóvenes buscaban interpelar al ministro de Cultura a los ojos de un impresionante despliegue policial —y a los de los aún más asombrados funcionarios y ciudadanos que siguieron a través de las redes sociales los acontecimientos que se sucedían frente a la sede del Ministerio de Cultura—.

La complejidad es para asumirla como reto. #SomosCuba #SomosContinuidad https://t.co/ZM1LfZ3tFt vía @PresidenciaCuba

— Miguel Díaz-Canel Bermúdez (@DiazCanelB) November 27, 2020

Tal frase resulta interesante para apreciar las tensiones que provoca la participación política de acuerdo a agendas autónomas, auto-determinadas o espontáneas de la ciudadanía, pero también para analizar los comportamientos y reacciones, así como la variedad de comprensiones de los hechos que pueden alimentar el punto de vista del gobierno.

En realidad, desde que entre agosto y octubre del 2019 un pésimamente redactado artículo de la vice-ministra primera del Ministerio de Educación provocara innumerables reacciones de condena al ser replicado por el sitio estatal Cubadebate, esa tensión había hecho presencia de un modo notable.

El contenido de ese artículo, entendido como una enconada reacción a los derechos, libertades y garantías establecidos por la Constitución recién aprobada por un elevado por ciento de la ciudadanía, recibió un espaldarazo público por parte del ministro del ramo en un espacio televisivo.

Allí se catalogó de mercenarios, ingenuos y confundidos a miles de personas que habían apoyado una carta dirigida al gobierno ante la incitación y prácticas de intolerancia política que venían ocurriendo dentro de las universidades.

Tal incidente marcó una tendencia que en los próximos meses se iría consolidando hasta llegar a la posposición por un año más de la entrada en vigor del artículo constitucional —el 99— que establecía la posibilidad de demandar y obtener compensaciones ante violaciones de los derechos cometidas por funcionarios. 

¿El gobierno cubano necesita propiciar leyes de desarrollo constitucional —de este y otros artículos— que sean lo suficientemente cerradas como para dificultar la eficacia jurídica del ejercicio o defensa de los derechos y libertades en un escenario de conflictividad social y política abierto por la pandemia y por la implementación de un duro plan de ajuste y reforma de la economía?

Esta hipótesis puede servir para acercarnos a la(s) relación(nes) existente(s) entre el impacto político que tuvo el proceso constitucional en la cultura política, la propia eficacia de la Constitución, así como la confianza y la evaluación de los ciudadanos de la capacidad del sistema político —y sus operadores— para servir de mecanismo de comunicación y logro de sus intereses y de las demandas que ellos consideran políticamente trascendentes.

Pero no hay que olvidar que la función básica de un sistema político —y su propia legitimidad— descansa —y está tensionada—  en su capacidad para contener, organizar y proporcionar de acuerdo a su propio diseño y a los valores y prácticas que postula como válidos, un tracto político a la pluralidad, contradicción y conflictividad inherente a la vida política.

Esa tensión, sin ser única, es crucial.

2 julio 2021 56 comentarios 3.317 vistas
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Palabras (1)

Palabras descontextualizadas

por Alina Bárbara López Hernández 30 junio 2021
escrito por Alina Bárbara López Hernández

La línea previa

Exactamente sesenta años atrás, en un salón de la Biblioteca Nacional, el líder del gobierno revolucionario, Fidel Castro, concluyó una serie de reuniones con figuras de las artes y las letras. Su intervención final, bajo el nombre Palabras a los intelectuales, es presentada como la base de la política cultural revolucionaria. Sin embargo, fue mucho más que eso.

Apenas dos meses antes, en abril de 1961, había sido declarado el carácter socialista del proceso. La Revolución cubana no fue concebida y dirigida por un Partido —como ocurriera con la soviética—, pero, desde muy temprano, dirigentes del Partido Socialista Popular (PSP) se convirtieron en funcionarios clave en áreas donde se decidía sobre la producción cultural y simbólica.

Y si algo sabían bien los dirigentes comunistas era recabar disciplina y posicionamientos incondicionales ante lo que denominaban la línea del Partido. Palabras a los intelectuales se adelantó en cuatro años a la refundación, sobre nuevas bases y dirección pero también sobre antiguos dogmas, del Partido Comunista de Cuba (PCC) en 1965. Pero con ellas, desde junio del 61, quedó establecida la futura línea ideológica partidista en sus relaciones con el sector, que ha permanecido con pocos cambios hasta hoy.

Un Partido único —que no tiene siquiera facciones—, requiere mantener controlada la opinión de la ciudadanía. Es condición sine qua non para una existencia prolongada y sin disturbios. La intelectualidad es, por lo general, la avanzada díscola de aquella, de ahí que las relaciones de subordinación de los intelectuales a esa disciplina sean esenciales.

Las consecuencias posibles de esa relación no eran desconocidas entre nosotros. En fecha tan temprana como 1930, el joven Juan Marinello publicó su ensayo Sobre la inquietud cubana. La intelectualidad insular se hallaba entonces en el centro de una encrucijada histórica, pues al combatir la tiranía machadista tenía tres caminos ante sí: subordinación al imperialismo, fascismo o socialismo.

Palabras (2)

Juan Marinello

Su perspectiva sobre la experiencia soviética —que sopesada con interés en los inicios fue criticada en la medida que el estalinismo se entronizó—, sometió a debate el tema de la libertad de creación en el socialismo. Esto generó las siguientes interrogantes de Marinello:

«Y, llegados a ese falansterio de nuevas proporciones y de nuevo tipo, ¿tendremos la libertad esencial, la que nos movió desde su encierro a echar abajo las dominaciones dolorosas? ¿No habremos entrado, queriendo salir de ella, en una cárcel de hierros invencibles porque todos seremos hierros en nosotros mismos?».

Dudas muy razonables estas, que tendrían respuesta en 1934, con la celebración en la URSS del Primer Congreso de Escritores Soviéticos. Dicho cónclave impuso límites estrictos a la creación artística e intelectual, condenó al ostracismo a destacadas figuras de la literatura y el arte, como Mijaíl Bulgakov, Serguei Eisenstein y Yuri Olesha, entre otros; creó una Comisión de Arte y Literatura presidida por Stalin y un premio con su nombre.

Cuatro años más tarde, en 1938, el primer Partido Comunista de Cuba fue legalizado. Con los nombres de Unión Revolucionaria Comunista (1939-1944) y PSP (1944-1953), se mantuvo durante quince años, hasta su prohibición por Batista. En esos tres lustros participó en el sistema parlamentario, con representantes en la Cámara y el Senado, órganos oficiales de prensa y una política cultural muy activa aunque poco estudiada.[1]

Sus transformaciones, derivadas de cambios políticos y alianzas coyunturales —que se explican por el comienzo de la II Guerra Mundial, la entrada de la URSS en ella, la postguerra y la Guerra Fría—, provocaron que tanto su política cultural como la crítica artística, funcionaran cual escenario de negociación.

Su vínculo con los intelectuales se subordinó más a consideraciones políticas, estratégicas y tácticas que a percepciones estéticas; de ahí sus abruptos cambios y el modo que osciló, entre actitudes plurales y dogmáticas, a lo largo de esos años.

Cuba fue el único país capitalista del hemisferio occidental en que un partido comunista llegó a ser parte actuante de su sistema parlamentario, incluso durante el período de Guerra Fría. No obstante, el PSP era uno más dentro de un sistema político en el que coexistían otros, algunos con bases populares más amplias, de ahí que los comunistas aprendieran a ejercer la negociación política. Eso cambiaría después de 1959.

¿Qué se dirimía en junio de 1961?

Si se analizan las Palabras a los intelectuales vinculadas a su contexto —el de una revolución recién nacida, con apoyo mayoritario no solo por las medidas tomadas en beneficio de las mayorías, sino por las promesas futuras; en una nación amenazada y atacada por una potencia vecina mucho más poderosa— se entiende la necesidad de garantizar, por parte del gobierno, el apoyo de un sector como el intelectual, que es, por su naturaleza, rueda de trasmisión entre él y la ciudadanía.

Vistas en perspectiva, el famoso fragmento de la intervención de Fidel, citado hasta el infinito —«dentro de la Revolución, todo; contra la Revolución, nada, porque la Revolución tiene también sus derechos y el primer derecho de la Revolución es el derecho a existir y frente al derecho de Ia Revolución de ser y de existir, nadie»—, camuflaba, lo hace aún, que lo que se dirimía allí en realidad era el derecho del gobierno a tomar decisiones sin ser abiertamente confrontado por parte de la intelectualidad.  

Palabras (3)

Se olvida, sin embargo, que a continuación de esa frase seguía esta: «Por cuanto la Revolución comprende los intereses del pueblo, por cuanto la Revolución significa los intereses de la Nación entera, nadie puede alegar con razón un derecho contra ella».

Entonces, no era un posicionamiento a elegir entre la política y la creación artística. Tampoco un cheque en blanco el que se entregaba y en el cual se cedían de por vida el pensamiento crítico y la capacidad de interpelación de los intelectuales y de los ciudadanos al poder, como parecen creer algunos.

De acuerdo a la frase completa, la Revolución exigía esa incondicionalidad porque también reconocía obligaciones y compromisos: comprender los intereses del pueblo y los intereses de la Nación.

A tenor con ello, más importante que determinar el significado de los conceptos dentro y fuera, como posturas de los intelectuales respecto a la Revolución, sería pertinente analizar si la Revolución, tras seis décadas de pronunciado este compromiso, lo ha cumplido cabalmente.

Las revoluciones son procesos coyunturales que se caracterizan por su corta duración, que implican la toma del poder y la creación de nuevos mecanismos de gobierno. El breve período de una revolución se distingue por la desarticulación de las estructuras económicas, sociales, políticas y culturales; muchas decisiones son espontáneas, carecen de tiempo para el análisis antes de su aplicación, y por ello pueden ser desorganizadas y experimentales. No puede haber, por tanto, una revolución que dure sesenta y dos años, mucho menos sesenta y dos mil milenios.

¿Qué se dirime en junio de 2021?

El 28 de junio, hace apenas dos días, se organizó un homenaje que recordaba la intervención de Fidel. Fue en el mismo salón de actos de la Biblioteca Nacional, pero seis décadas después y en un contexto diferente.

Ahora no se trata de una revolución recién nacida, con inmenso apoyo popular y con promesas al futuro. Se trata de una revolución que fue ahogada por un modelo de socialismo burocratizado. De un proceso en crisis dirigido por un grupo de poder que ha sido reacio a reformas que él mismo diseñara y anunciara desde hace trece años. De un anunciado Estado socialista de derecho que solo existe en la letra de una Constitución inviable.

El azote de la pandemia y la hostilidad desmedida del gobierno norteamericano, agravan hasta lo dramático antiguos errores y determinaciones jamás corregidos.

Dentro de la Revolución todo significa que lo único que no está en discusión es la Revolución. No es ella un hecho en disputa. Es el hecho mismo, la razón de ser de aquel encuentro. #PalabrasALosIntelectuales #FidelPorSiempre pic.twitter.com/xBSggsU5xT

— Miguel Díaz-Canel Bermúdez (@DiazCanelB) June 29, 2021

La intervención de Miguel Díaz-Canel, presidente y desde hace poco primer secretario del Partido, es ejemplo de tal crisis. Un discurso correcto en su forma pero absolutamente inconveniente en su contenido. Un político debe saber trascender ideas ajenas y épocas pasadas.

En 2017, cuando se valoró la posibilidad de un cambio generacional, antes de que se produjera su nombramiento, escribí:

«El posible reemplazo de la primera figura en la dirección del país, prometido para el próximo año, pudiera utilizarse como ícono de cambios, cuando en realidad una simple sustitución de la dirigencia no echa por tierra una filosofía del inmovilismo.

Hay que detectar lo real detrás de lo aparente, y a mi juicio lo aparente es el cambio político, pero manteniendo todo lo demás que sería lo real; es decir, la carencia de un método científico en la planeación de las transformaciones económicas y la existencia de una filosofía escolástica sobre la historia y su devenir, que apela a la pasividad, el conformismo y la incapacidad de reacción para convertir a Cuba en todo lo que los conceptos anuncian: una nación “soberana, independiente, socialista, democrática, próspera y sostenible”».

Hacía votos por equivocarme en aquel momento, desgraciadamente no ocurrió así. Según el presidente/primer secretario: «Hoy estamos como hace sesenta años, hablando de arte y de cultura, de creadores y artistas, de obras y de públicos, mientras el mundo arde afuera».

Si por el mundo entiende el ámbito que existe fuera de ese salón de reuniones, está bien. Si cree que Cuba no es parte de ese mundo que bulle de insatisfacciones y necesidades, está equivocado.

Su insistencia en la secuencia inalterable del proceso se evidencia en la aseveración de que: «La reunión de la biblioteca nacional tuvo una continuidad en el tiempo que llega hasta nuestros días». Ello hace contradictoria esta otra afirmación: «Luchamos todos los días contra el inmovilismo, la parálisis y los posibles retrocesos».

Dice el máximo dirigente: «Para empujar un país hay que leer muchos números»; sin embargo, también apunta:

«Leo todos los días algún post o análisis pidiéndonos liberar las fuerzas productivas, ¿en serio creen que nos interesa atarlas, contenerlas o frenarlas? ¿Cuál es la fórmula mágica por la que creen que podemos, con un decreto presidencial, hacer que todo funcione y broten bienes y productos del cuerno de la abundancia?».

Quizás si el mandatario no creyera que «La Cultura es lo primero que hay que salvar», y se percatara de que sin resultados económicos no se puede salvar la cultura ni ninguna otra cosa en este país, y atendiera a los excelentes economistas que llevan décadas alertando y proponiendo cambios concretos, tendría una fórmula, no mágica pero sí científica.

Dentro de la Revolución sigue existiendo espacio para todo y para todos, excepto para quienes pretenden destruir el proyecto colectivo. #PalabrasALosIntelectuales pic.twitter.com/KdJhanx6eY

— Miguel Díaz-Canel Bermúdez (@DiazCanelB) June 29, 2021

A su afirmación de que: «Hemos apostado a la innovación, a la ciencia, al talento y a la disposición del pueblo para enfrentar los múltiples desafíos que entraña avanzar rompiendo monte en cueros, como los cimarrones, como los mambises, como los rebeldes»; se le pueden objetar dos aspectos:

1) Los informes sobre inversiones en Cuba demuestran la escasa proporción de ellas en el ámbito científico, y 2) no todos avanzamos rompiendo monte en cueros, quizás a esto se deba la poca prisa y las muchas pausas en cambiar todo lo que debe ser cambiado.  

Considera el presidente/secretario que se honra con estas palabras:

 «“Dentro de la Revolución” sigue existiendo espacio para todo y para todos, excepto para quienes pretenden destruir el proyecto colectivo. Así como Martí excluyó de la Cuba con todos y para el bien de todos a los anexionistas y en sus Palabras en 1961 Fidel separó a los incorregiblemente revolucionarios, en la Cuba de 2021 no hay cabida para los anexionistas de siempre ni para los mercenarios del momento».

¿Cómo puede manipularse el pensamiento martiano y sentir honra? ¿Cómo puede una persona con su responsabilidad política regodearse con ligereza en clasificaciones que estarían bien para Humberto López pero que en él son imperdonables? ¿Cómo referirse a un proyecto colectivo desde el elitismo que no da cabida a la participación política en él?

Sesenta años después, es posible constatar que aquella negociación de 1961 no fue cumplida. La Revolución, entiéndase el Gobierno, no ha logrado, en el largo plazo, representar los intereses del pueblo, ni los de la Nación. De modo que podemos alegar con razón nuestro derecho a recuperar, ya lo estamos haciendo, la capacidad de interpelación de los intelectuales y de la ciudadanía frente al poder. Eso es lo que se dirime hoy en Cuba.

***

[1] Lo más completo sobre el tema: Yinela Castillo: «La Política Cultural del Partido Comunista de Cuba reflejada en el periódico Noticias de Hoy entre 1938–1948», y Liset Hevia: «La crítica artística en las páginas del periódico Noticias de Hoy entre 1938–1948», Tesis presentadas en opción al título académico de Máster en Estudios Históricos y Antropología Sociocultural, Universidad de Cienfuegos, 2017.

30 junio 2021 52 comentarios 6.178 vistas
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Intelectuales

«Palabras» no solo a los intelectuales

por Alexei Padilla Herrera 23 junio 2021
escrito por Alexei Padilla Herrera

En el primer lunes de la primavera de 1959, el periódico Revolución circuló un suplemento que, en sus dos años y siete meses de existencia, se convirtió en una de las publicaciones culturales más vanguardistas de América Latina.  Codirigido por los escritores Guillermo Cabrera Infante y Pablo Armando Fernández, junto al pintor Raúl Martínez, desde su primera edición Lunes de Revolución visibilizó la diversidad [y las contradicciones] política, ideológica y estética existente en los diferentes actores y grupos del campo cultural comprometidos con la revolución triunfante.

El semanario acogió académicos, escritores y artistas que, si bien apoyaron el proceso, no ocultaban sus críticas a determinados aspectos de la construcción del socialismo en la Unión Soviética y sus satélites europeos. Buena parte de sus «dardos» fueron dirigidos especialmente a la política cultural de Moscú, para disgusto de la dirección del veterano Partido Socialista Popular (PSP), embajador informal del Kremlin en Cuba.

La diversidad de concepciones sobre el arte y la cultura que convergieron en Lunes, sus críticas al dogmático marxismo soviético y algunos textos considerados anticomunistas, provocaron tensiones entre diferentes segmentos de la intelectualidad insular.

Lunes de Revolución, sin embargo, continuó navegando en turbulentas aguas hasta encallar en la polémica generada por el estreno de un documental de apenas trece minutos —número maldito—, que cometió el «desatino» de registrar el desparpajo nocturno en los alrededores del puerto habanero. Sus escenas en blanco y negro, según los censores, contrariaban la imagen que debía proyectar un país en revolución.

Dirigido por Sabá Cabrera Infante y Orlando Jiménez Leal, el cortometraje PM se exhibió en la TV Revolución, que junto a Ediciones R, fue otro de los emprendimientos mediáticos concebidos por Carlos Franqui, director del periódico Revolución. En mayo de 1961, la comisión que analizaba y clasificaba los filmes producidos e importados al país, prohibió la exhibición del cortometraje tras determinar que atacaba los intereses del pueblo y de la Revolución.

Desde su columna en el periódico Hoy, la intelectual comunista Mirta Aguirre expuso que la interdicción del corto se justificaba ya que este le hacía el juego a la contrarrevolución. Por su parte, Alfredo Guevara, director-fundador del ICAIC, consideró que el filme mostraba el peor de los mundos (prostitución, alcoholismo, drogas, etc.), algo incompatible con aquellos tiempos del naciente cine revolucionario, financiado por el Estado para más señas.

La agitación generada por tal fallo se prolongó durante semanas. Además de numerosos artículos a favor y en contra, alrededor de doscientos intelectuales y artistas firmaron una declaración colectiva pidiendo el levantamiento de la censura.

La polémica sobre cuáles deberían ser los principios rectores de la política cultural de la Revolución Cubana alcanzó un nivel tan alto que, a ojos del gobierno, amenazaba la unidad del campo cultural. El 30 de junio de 1961, en un intento por contener las desavenencias, Fidel Castro pronunció, en la tercera y última de una serie de reuniones en la Biblioteca Nacional, el discurso que pasó a la posteridad como Palabras a los intelectuales.

A pocas semanas de la victoria en Playa Girón, y en momentos en que la unidad era garantía de resistencia y continuidad de la Revolución, Fidel trazó los límites de las libertades de creación y expresión. De acuerdo con el dirigente cubano, el grado de libertad del que artistas e intelectuales gozarían, dependería de su identificación y apoyo a los principios, la ideología y las políticas implementadas por el Gobierno Revolucionario en las más diversas áreas.

Así las cosas, los incondicionales al proceso percibirían mayores posibilidades para desarrollar su trabajo creativo, mientras que los no dispuestos a entregarlo todo en favor de la construcción socialista, verían aparecer, y se preocuparían, por las restricciones impuestas a la libertad de creación y expresión.

Seguidamente definió, de forma ambigua, los criterios de inclusión-exclusión que rigen hasta hoy, no solo las políticas cultural y de comunicación social en el país, sino también las relaciones entre el Partido-Estado-Gobierno, la sociedad civil y los ciudadanos:

«(…) dentro de la Revolución, todo; contra la Revolución, nada. Contra la Revolución nada, porque la Revolución tiene también sus derechos y el primer derecho de la Revolución es el derecho a existir y frente al derecho de Ia Revolución de ser y de existir, nadie. Por cuanto la Revolución comprende los intereses del pueblo, por cuanto la Revolución significa los intereses de la Nación entera, nadie puede alegar con razón un derecho contra ella».

En un solo párrafo, tan breve como potente, se estableció la primacía de los derechos de la Revolución —el Estado— sobre el ejercicio de los derechos civiles y políticos de los ciudadanos.

Es muy probable que las decenas de personas que tuvieron el privilegio de escuchar directamente al líder de la Revolución, no percibieran la relación entre las palabras pronunciadas aquella tarde de junio y la conferencia impartida por Blas Roca en el programa Universidad Popular, transmitido el 11 de septiembre de 1960.[1]

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Blas Roca

Durante poco más de una hora, el secretario general del PSP explicó a la teleaudiencia la forma en que el marxismo soviético definía el concepto de libertad, su alcance y funciones en el socialismo. Después de remontarse a la Constitución francesa de 1791, para criticar el carácter abstracto de los derechos civiles y políticos allí reconocidos, Roca argumentó que la sintonía entre los intereses individuales y la actividad de cada ciudadano en defensa de la Revolución era necesaria para sentirse libre en la nueva sociedad que se construía.

En el intento de potabilizar uno de los principales dogmas del marxismo soviético, el dirigente comunista expuso la necesidad del dominio adecuado de las leyes que regían el desarrollo histórico, lo que sugeriría la limitación de los derechos civiles y políticos —burgueses— que pudieran retardar el inevitable triunfo del socialismo en el mundo.

Los dogmas defendidos por Blas Roca justificaban la subordinación de los derechos ciudadanos, de la actividad científica, la educación y la producción de bienes simbólicos, a los objetivos definidos por la vanguardia revolucionaria. De la aceptación y sometimiento a las leyes del desarrollo histórico dependería la libertad que percibiesen los ciudadanos. De esta forma, la libertad estaba asociada a la concordancia con la ideología de la Revolución, la disciplina y la participación en las tareas encomendadas por la dirección del país.

El profesor e investigador Fernando Martínez Heredia expresó en 2016 que la primacía de la Revolución implicó el derecho a controlar la actividad intelectual y la libertad de expresión siempre que fuera necesario. En su análisis consideraba un contexto específico, caracterizado por amenazas reales y constantes de detener y destruir el proceso, inclusive, por medio del magnicidio de sus dirigentes.[2]

No obstante, las limitaciones de los derechos ciudadanos dejaron de ser una cuestión coyuntural para convertirse en una práctica inherente al régimen político cubano, lo que fue codificado en la Constitución de 1976.

Esas restricciones responderían, entre otros factores, a la necesidad de preservación del Estado, a una cultura política secular que pondera la beligerancia en lugar del diálogo y la intolerancia en detrimento del respeto a la diversidad de ideas; a la adopción del marxismo-leninismo como ideología de Estado y al denominado síndrome de plaza sitiada, generado por el diferendo Estados Unidos-Cuba.

Uno de los fragmentos más interesantes del referido discurso de Fidel Castro es donde se acuña la legitimidad de la censura por parte de las autoridades revolucionarias. Para Fidel, la importancia del cine y la televisión para la educación y la formación ideológica del pueblo ameritaba que el gobierno regulara, revisara y fiscalizara las películas que serían exhibidas.

En una época en que los procesos de comunicación se concebían desde la óptica de los modelos transmisivos —para los cuales los receptores eran pasivos, acríticos y manipulables por los mensajes difundidos desde los medios—, el dirigente cubano concebía al pueblo, al menos en aquel discurso, no como sujeto de la Revolución, sino como objeto de la misma, y advirtió que los que no actuaran pensando en «la gran masa explotada» que esperaba ser redimida, carecían de «actitud revolucionaria».

La reivindicación del control estatal sobre los medios de comunicación, la defensa de la censura y la necesidad de que los artistas e intelectuales — incluyendo a los periodistas—, se convirtieran en militantes de la Revolución; se asientan en una concepción instrumentalista del arte, la literatura, la educación y la comunicación social. Una perspectiva que si bien era afín a las prioridades inmediatas del proyecto revolucionario, nunca ha contribuido a la necesaria autorregulación de los medios de prensa cubanos ni a elevar la calidad del periodismo, como reconoció el periodista y profesor Julio García Luis.

Los intercambios de representantes del campo cultural cubano con la dirigencia de la Revolución, intentaron reducir las fricciones entre los artistas intelectuales nucleados en Lunes de Revolución (que recibieron el apoyo de Haydée Santamaría, presidenta de Casa de las Américas), el ICAIC y el Consejo Nacional de Cultura, con motivo de la censura del documental PM.

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Alfredo Guevara y Haydee Santamaría (Foto: Fernando Lezcano/Granma)

No obstante, Palabras a los intelectuales también denotó los desafíos de los dirigentes cubanos para lidiar con la diversidad y el disenso ideológico, estético y político en una sociedad civil conformada por creadores que concebían el arte con y para la Revolución, pero sin subordinarla al poder político ni convertirla en mera propaganda partidista.

Artistas e intelectuales se veían a sí mismos como sujetos activos, dispuestos a contribuir con sus conocimientos al proceso de cambios, no por arrogancia o complejo de superioridad, sino porque entendían el arte, la Revolución y la relación entre ellas desde perspectivas que diferían con la de los políticos y militantes.

Sería deshonesto afirmar que Palabras a los intelectuales fue tan solo el anuncio-oda a la censura oficial y a la coerción de la libertad de expresión. Allí se presentaron las líneas generales de una política cultural que, entre otros aspectos, socializó el acceso a la cultura de la mayoría de los ciudadanos y regularizó la formación artística de miles de niños, adolescentes y jóvenes de origen humilde en las Escuelas Nacionales de Arte, conservatorios e instituciones culturales. Una generación formada por hijos de humildes trabajadores del campo y la ciudad, que en un par de décadas se integró a la vanguardia cultural de la Isla.

A pesar de la trascendencia del acontecimiento, en su momento la prensa revolucionaria no reprodujo ni reseñó la intervención de Fidel Castro. De acuerdo con la historiadora Ivette Villaescucia, por esos días los medios de comunicación destacaron la reunión de Fidel con periodistas extranjeros y de esa forma, la opinión pública nacional quedó al margen de lo discutido entre las vanguardias artísticas y políticas del país.[3]

Ese silencio, apunta Villaescucia, puede ser resultado de la presencia de militantes del PSP en el Consejo Nacional de Cultura y en la Comisión de Orientación Revolucionaria, dos de los órganos responsables del control de los medios de comunicación. Por mi parte, creo improbable que el silenciamiento de la prensa revolucionaria no contase con el aval de la dirección política del país.

Lo cierto es que la intervención de Fidel en la polémica garantizó la tregua que propició la creación de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC), el 22 de agosto de 1961, como un espacio de convergencia y representación de las categorías intelectual y artística del país y un canal de comunicación entre el gremio y el poder político.

Amén de su carácter paraestatal, en el momento de su fundación la UNEAC fue un contrapeso al poder que venía acumulando el Consejo Nacional de Cultura, cooptado por cuadros del PSP que, como Edith Buchaca y Mirta Aguirre, eran entusiastas de la instrumentalización de la creación artística y literaria en función de los objetivos políticos del Estado.

Al mismo tiempo, la creación de la UNEAC afectaría la centralidad que Lunes de Revolución ganó en el campo cultural desde su fundación. Para la historiadora Silvia Miskulin, el cierre definitivo del seminario cultural fue resultado de las maniobras políticas ejecutadas por militantes del PSP desde el Consejo Nacional de Cultura y la Comisión de Orientación Revolucionaria. La independencia de sus editores y el carácter cosmopolita, ecléctico y antidogmático de Lunes…, afirma Miskulin, contravenían la política cultural que el Estado cubano comenzaba a implementar desde instituciones dirigidas por veteranos pesepistas.[4]

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Mirta Aguirre (Foto: poesi.as / Archivo)

La publicación del último número de la reconocida publicación cultural, el 6 de noviembre de 1961, marcó el inicio del ocaso del ambiente de relativa apertura y pluralismo que caracterizó el primer trienio del proceso revolucionario en Cuba. En enero del año siguiente comenzaría a circular la revista Unión, que junto a La Gaceta de Cuba y la revista Casa de las Américas, compensaron el vacío dejado por el semanario.

Ivette Villasescucia apunta que la desaparición de Lunes de Revolución coincidió con un proceso de fusión de varios medios de prensa, condicionado por la búsqueda de unidad entre las fuerzas revolucionarias, el conflicto con los Estados Unidos y las características personales de los sujetos involucrados en la transformación del sistema mediático cubano.

En ese contexto, la clausura de Lunes de Revolución y de los diarios Prensa Libre, Combate y La Calle, y la posterior creación de nuevas publicaciones, fueron parte del esfuerzo para atenuar u ocultar las discrepancias ideológicas y políticas entre el Movimiento 26 de Julio, el Directorio Revolucionario y el PSP.

La unidad lograda entonces exige hasta hoy una disciplina casi militar, unanimidad política e ideológica y divorcio entre la agenda mediática y la agenda pública en los medios de comunicación. Todo ello se traduce en las dificultades de la prensa estatal para satisfacer las demandas informativas y expresivas de buena parte de la ciudadanía.

Seis décadas después del memorable discurso, no existe una definición clara y objetiva del significado y alcance de la expresión: «dentro de la Revolución todo, contra la Revolución, nada». Al recordar Palabras a los intelectuales no puedo dejar de señalar la ambigüedad —o precisión, según se vea— del párrafo frecuentemente evocado para legitimar la criminalización del disenso y, consecuentemente, la muerte civil, la violencia simbólica y física, y la exclusión de ciudadanos que por no entrar en los recios moldes del modelo revolucionario, son reducidos, contrariando la ley, a la categoría de no personas.

Comprendo que al triunfar, una Revolución —y la cubana no fue la excepción— no es un estado de derecho, pero su principal objetivo debe ser alcanzarlo. Y, una vez proclamado, gobernados y gobernantes deben atenerse a él.

***

[1] Blas Roca: «Los regímenes sociales y el concepto de libertad», Noticias de Hoy, 13 de septiembre de 1960, p. 2.

[2] Fernando Martínez Heredia: «Acerca de “Palabras a los intelectuales”, 55 años después», Tareas, no. 154, septiembre-diciembre, 2016, pp. 63-75.

[3] Ada Ivette Villascucia: «La prensa cubana en el primer decenio de la Revolución», Revista Mexicana de Ciencias Agrícolas, vol. 2, octubre, 2015, pp. 101-109.

[4] Silvia Miskulin: Os intelectuais cubanos e a política cultural da Revolução: 1961-1975. São Paulo, Alameda, 2009.

23 junio 2021 21 comentarios 3.329 vistas
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Intelectuales (1)

¿Para qué volver a Palabras a los intelectuales?

por Ivette García González 16 junio 2021
escrito por Ivette García González

Volver a Palabras a los intelectuales después de sesenta años, puede ser  útil y aleccionador. Es parte de la época gloriosa de la Revolución y permite evaluar pertinencia, aportes y contrastes.

Con ese nombre se conoce la intervención de Fidel Castro ante escritores y artistas el 30 de junio de 1961 en la Biblioteca Nacional. La precedieron dos reuniones, motivadas por discrepancias y preocupaciones debidas a la censura del documental «PM». Posterior a ella se constituyó la UNEAC.

Todas las generaciones rehacen la Historia con nuevos métodos, fuentes, paradigmas teóricos y con la visión de su época. No es lo mismo vivir el acontecimiento, que estudiarlo tiempo después. Lo que entonces era el futuro ya ocurrió, por eso la pasión cede a la objetividad y a la contrastación del discurso con la práctica.

La recurrencia de los disentimientos entre gobierno e intelectuales y artistas durante estas décadas no ha sido casual. Como expresé en entrevista reciente, la verdadera condición del intelectual se manifiesta cuando, con independencia de su ámbito profesional, reflexiona críticamente sobre la sociedad de su tiempo para tratar de influir en ella. Por eso suele ser incómodo al poder, aun cuando compartan doctrina política.

El contexto y la pertinencia del discurso

Todo discurso político pertenece a su contexto. La Revolución cubana fue un parteaguas y estaba en plena ebullición en junio de 1961. Tres complejos fenómenos de ese tiempo incidieron en el asunto que se ventilaba en aquellas reuniones:

1. La extraordinaria expansión de la esfera cultural, una real democratización de la creación y el consumo nacionales. Un amplio abanico de oportunidades se ofrecía a escritores, artistas y a las mayorías.

2. La confrontación revolución-contrarrevolución y la hostilidad de los EE.UU. que rompió relaciones diplomáticas a inicios de ese año. Hacía apenas dos meses había ocurrido la invasión por Playa Girón. La preservación y defensa de la Revolución eran fundamentales.

3. La existencia de diversas ideas y corrientes estéticas dentro del mundo intelectual y artístico, junto a preocupaciones e incertidumbre sobre la libertad creativa. Se conocían el significado y consecuencias del «realismo socialista» y hacía dos meses se había proclamado el carácter socialista del proyecto.

Las pautas de Palabras a los intelectuales

Hasta ese momento los cambios en la cultura eran emergentes, ambiciosos y complejos, algo usual en tiempos de revolución. Junio de 1961 fue el momento de pautar la relación del nuevo poder con el sector intelectual. Cuatro tópicos del texto serían claves:

1. El mensaje principal: legitimar la Revolución y conferirle prioridad en cualquier análisis. «La gran preocupación que todos nosotros debemos tener es la Revolución en sí misma». «¿Cuál debe ser hoy la primera preocupación (…)? ¿La preocupación de que la Revolución vaya a desbordar sus medidas, (…) vaya a asfixiar el arte, (…)  o la Revolución misma?  ¿Los peligros reales o imaginarios que puedan amenazar el espíritu creador, o los peligros que puedan amenazar a la Revolución misma?».  

2. El énfasis en el «deber ser» de los intelectuales y artistas, como compromiso de servir a la Revolución: «(…) el artista más revolucionario sería aquel que estuviera dispuesto a sacrificar hasta su propia vocación artística por la Revolución».

3. La censura oficial sobre la producción cultural, por su significado en la educación del pueblo: «(…) si impugnamos ese derecho entonces significaría que el gobierno no tiene derecho a revisar las películas que vayan a exhibirse ante el pueblo.  (…) ese es un derecho que no se discute». «Nosotros apreciaremos su creación siempre a través del (…) cristal revolucionario: ese también es un derecho del Gobierno Revolucionario (…)».

4. La libertad de «forma» y «contenido». Énfasis en que la Revolución es libertad y aceptación del consenso sobre la formal. Sin embargo, «La cuestión se hace más sutil y (…) esencial (…) cuando se trata de la libertad de contenido (…) el punto más sutil porque (…) está expuesto a las más diversas interpretaciones (…) más polémico (…) por su relación con prohibiciones, regulaciones, limitaciones, reglas, autoridades para decidir sobre la cuestión». 

Veintiséis años después, ante el Consejo Nacional de la Asociación Hermanos Saíz (AHS) Fidel explicó que en aquel momento decidió evadir la cuestión del «realismo» y enfocar la libertad formal, de ahí que cuando expresó «Dentro de la Revolución todo, contra la Revolución nada», significaba «Vamos a emplear con absoluta libertad cualquier forma de expresión».

Luces y sombras después de aquel día

La cultura cubana ha cosechado grandes logros. Sin embargo, el costo ha sido alto, se ha perdido talento y las contradicciones se han multiplicado. Como otras esferas, está marcada por las características del modelo socialista, para el cual la creación debe corresponder con la política oficial.  

En la conciencia social se ha instalado un fenómeno de equivalencia para el cual Revolución=Gobierno, lo que tiene diversas implicaciones negativas. Ello se viabilizó dada la permanencia en el poder de una generación y una figura central, Fidel Castro, que representaron a la Revolución triunfante y luego al Gobierno durante varias décadas. Palabras…. fue un hito importante. Esa forma corpórea que inicialmente adquirió la Revolución terminó por asimilarse y reproducirse en las grandes mayorías.

Del discurso de marras ha trascendido otra oración similar a la anterior: «Dentro de la Revolución, todo; contra la Revolución, ningún derecho». Las dos notorias frases se conocen más que el texto, pues la práctica posterior generó muchas sombras asociadas a ellas.

Una entrevista de 2011 a Leonardo Padura se titula: «Tengo miedo, pero me atrevo». En ella, el laureado escritor propone un repaso crítico de la evolución de tal dilema en la cultura cubana y asevera:

«La aplicación práctica de esa sentencia [se refiere a la famosa frase de Fidel] fue la peor de las posibles (…) Ese Estado todopoderoso (…) empieza a llenarse de un pensamiento burocrático —en un proceso típico de las revoluciones socialistas—, y ese pensamiento burocrático tiene un carácter conservador, retardatario y reaccionario (…)».

La supeditación de la sociedad, y en particular de la cultura, al Estado y a la política oficial, fue un rasgo fundamental desde los sesenta. El principal detonante fue el caso del poeta Heberto Padilla, que provocó la primera carta abierta de intelectuales del mundo a Fidel, en 1971.

Intelectuales (2)

Herberto Padilla

A partir de entonces se cimentaron el miedo, el silencio, el evadir temas que rozaran lo político y la tendencia a escribir y hablar de acuerdo con lo políticamente correcto. Tal realidad solo empieza a cambiar durante los noventa, cuando el Estado comenzó a perder el control absoluto en muchas esferas, incluida la cultura. No obstante, ahí están los casos del CEA, las expulsiones de profesores y la represión y el éxodo de intelectuales. Más recientemente, los decretos 349 y 370 contra el arte, el periodismo independiente y el acceso a la información.

Palabras a los intelectuales fue una pauta para la política cultural,[1] no la política en sí misma. ¿Qué sentido tiene usarlas como estandarte y consigna para recrear la épica de la Revolución y su líder, o para seguir invocando en su nombre una «unidad» subordinada al gobierno? ¿Qué sentido tiene una excelente pieza oratoria en política si no se contrasta con la realidad?

Si un fragmento de aquella intervención tiene potencialidades hoy para ser un verdadero referente es este: «Revolucionario es también una actitud ante la vida, (…) ante la realidad existente. Y hay hombres que se resignan a esa realidad (…) y hay hombres que no se pueden resignar (…) y tratan de cambiarla: por eso son revolucionarios (…). Es precisamente (…) la redención de su semejante (…) el objetivo de los revolucionarios».

Para contactar con la autora: ivettegarciagonzalez@gmail.com

***

[1] Se habla de políticas culturales más que de política en singular porque se ha ido adecuando a los tiempos y la institucionalidad del Estado, sin contar con un texto único que la clarifique. El Ministerio de Cuba tiene, como parte de la información de la UNESCO, un documento al respecto, que dice muchas cosas ciertas pero sobre todo no permite contrastarlo con la realidad cuando de esos límites se habla.

Declara como documentos rectores a: Palabras a los intelectuales (1961), El socialismo y el hombre en Cuba ( ), I Congreso de Educación y Cultura (1971), Constitución de la República de Cuba (1976), Tesis y Resoluciones sobre la cultura artístico-literaria del I Congreso del Partido (1975), Documentos del V Congreso de la UNEAC (1993) y más recientemente los Objetivos de la I Conferencia del Partido (2012).

Este último se resume en el objetivo 58: «Consolidar la política cultural de la Revolución, definida por Fidel desde 1961 en sus Palabras a los intelectuales, caracterizada por la democratización del acceso a la cultura, la defensa de la identidad y del patrimonio con la participación activa de los intelectuales, artistas e instituciones culturales, en un clima de unidad y libertad». Ver: www.lacult.unesco.org/docc/Politica_Cultural_Cubana_2018.pdf

16 junio 2021 25 comentarios 3.542 vistas
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