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Fidel Castro

Visita

La polémica visita de Gorbachov a La Habana

por Redacción 31 agosto 2022
escrito por Redacción

En abril de 1989, siete meses antes de la caída del Muro de Berlín, quien sería el último líder de la Unión Soviética, Mijaíl Gorbachov, aterrizaba en La Habana como parte de su primera y única visita oficial a Cuba.

Presenciado por más de medio millón de cubanos, según estimaciones del diario Granma, el acontecimiento reunió también a centenares de periodistas de todo el mundo, interesados en el desarrollo de los encuentros entre el secretario general del Comité Central del Partido Comunista de la Unión Soviética (PCUS) y su homólogo cubano, Fidel Castro.

La perestroika, que a la postre no evitaría la caída de la URSS, carecía del apoyo de líder cubano, quien meses después de la visita calificaría los cambios como «cosas muy tristes». A diferencia de su par soviético, Fidel consideraba que un proceso de esa naturaleza no era práctico o posible en un país tan cercano a Estados Unidos, y con una población veinte veces menor que la del gigante euroasiático.

«¿Y cómo se puede suponer que las medidas aplicables en la URSS sean exactamente las medidas aplicables en Cuba o viceversa? ¿Cómo se puede suponer que dos países que tienen una enorme diferencia en extensión, en población; dos países que tienen historias muy distintas, culturas distintas; dos países que han tenido problemas distintos, tengan que aplicar exactamente las mismas fórmulas para la solución de los problemas, para la solución de diferentes problemas?», declaró en en la Sesión Extraordinaria y Solemne de la Asamblea Nacional, con motivo de la visita..

Mientras, desde las páginas del diario El País, el periodista Antonio Caño escribía: «Gorbachov sabe probablemente que no puede torcerle el brazo a un personaje como Fidel Castro sin poner en peligro su credibilidad en el Tercer Mundo, y Castro sabe que no puede agotar la paciencia de Gorbachov sin tener una alternativa muy clara sobre la que sustentar la economía del país. Esto no va a evitar, sin embargo, que el líder del Kremlin anime a sus aliados cubanos a poner en práctica métodos de producción y de comercio que aumenten la eficacia del sistema y, sobre todo, alivien la pesada carga de la ayuda soviética a este país».

Visita

Fidel Castro y el líder soviético Mijaíl Gorbachov se abrazan durante un acto en abril de 1989 en La Habana. (Foto: Gary Hershorn / Archivo Reuters)

La polémica en torno a la visita, no obstante, fue más allá de las visiones contrapuestas de los mandatarios y los intereses de ambos países. Grupos opositores al gobierno cubano entregaron a Gorbachov una carta que pedía el fin del apoyo soviético a Fidel. La misiva se basaba en el presupuesto de que «la inmensa mayoría del pueblo cubano también desea cambios democráticos», y terminaba calificando al líder ruso como «uno de los grandes reformadores sociales de nuestro tiempo».

Como era de esperar, las demandas fueron desatendidas por el secretario general del PCUS, que había dado el visto bueno a un nuevo protocolo de intercambio comercial con montos superiores a 10 mil millones de dólares.

Dos décadas y media después, mientras se desarrollaban las reformas del gobierno de Raúl Castro y el acercamiento a Estados Unidos, Gorbachov opinaría: «Si alguien quiere dictar a Cuba cómo tiene que proceder o hacerle demandas injustas, no funcionará. Cuba es respetada en la comunidad internacional, así que veamos lo que sucederá y cómo gestionará esto».

Finalmente, consideraría que el gran peso de la negociación se inclinaba sobre la potencia norteamericana y que muchos de los problemas relacionados con Cuba «son consecuencias de errores cometidos durante la Guerra Fría».

31 agosto 2022 41 comentarios 2,2K vistas
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Dinosaurio - generación

El dinosaurio de una generación

por José Carlos Aguiar Serrano 26 agosto 2022
escrito por José Carlos Aguiar Serrano

«Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí». Solo siete palabras bastaron a Augusto Monterroso para articular este relato que destaca tanto por su laconismo como por su significación. El micro cuento del escritor guatemalteco ha tenido, a lo largo de la historia, numerosas lecturas. Ahí probablemente radique su fuerza, en que sea el lector quien determine las múltiples aristas del escueto relato, y ofrezca, según su percepción o interés, un significado del mismo.

Recuerdo haber descubierto El dinosaurio cuando era un estudiante universitario. En una feria del libro, caminaba junto a un socio, recuerdo que hablábamos de filosofía, revoluciones, marxismo —conversaciones típicas de dos estudiantes de Historia— y nos cortó el paso un grupo de muchachos —estudiantes de Periodismo o Comunicación, según dijeron—, que filmaban una especie de corto documental sobre el cuento en cuestión y el significado que para los entrevistados tenía.

Habiendo escuchado nuestra conversación, el grupo que desarrollaba un proyecto de investigación, evidentemente quería una lectura política de aquella escueta historia. Sería oro, más en un país tan cerrado a la crítica como el nuestro, en el que esta clase de materiales resultan piezas de arte aunque poco transmitan realmente.

En aquella época yo no pensaba como ahora —bendita sea la dialéctica—, era un muchacho de provincia, de poco mundo y escaso contacto con la realidad. Nublado por el dogmatismo y la visión acrítica que tenía del proceso cubano, decliné dar respuesta a la interrogante: ¿qué representa para ti ese dinosaurio? Aquel momento, sin embargo, me ha perseguido toda una vida.

Unos años después, graduado e impartiendo Historia de Cuba, recurrí al micro relato de Monterroso. Formulé a mis estudiantes la misma pregunta que años atrás había declinado contestar. Las lecturas al mismo, en muchos casos, fueron sorprendentes, pero un elemento común las unía a todas, o a la gran mayoría: el matiz político. Para casi la totalidad de los estudiantes que se motivaron a interpretar la sintética línea, el dinosaurio representaba lo negativo de la sociedad: la burocracia, la corrupción, el egoísmo, etc.; y es lógico, más si se tiene en cuenta la enorme carga política que estos años han tenido para la sociedad cubana.

Dinosaurio - generación

Jóvenes alfabetizadores cubanos en la Plaza de la Revolución, La Habana, 1961. (Foto: Telesur)

Por estas semanas de asfixiante calor, altas transmisiones de dengue y constantes cortes eléctricos, me vino a la mente el cuento del dinosaurio. Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí. Dándole vueltas a las siete palabras, y cuarenta y una letras que lo componen, no puede evitar pensar en esta Isla, y en las múltiples generaciones que la habitan. Los apagones ayudaron a esas reflexiones, el tiempo muerto y la calma que conllevan, son propicios para la introspección o los debates en la casa, el barrio, o a través de las redes. Sin dar más vueltas, me explico.

Mis padres nacieron en el tercer año de las décadas del sesenta y setenta. La Cuba en que ambos vieron la luz tenía muy fresco en la memoria el recuerdo de la situación anterior al triunfo revolucionario: la amplia desigualdad, la pobreza extrema en las zonas rurales, la corrupción de las administraciones, el terror batistiano, etc.

Igualmente, aquella nación guardaba una vívida imagen de la lucha insurreccional, había coexistido con la alfabetización, Girón, la Crisis de Octubre, los constantes atentados y ataques terroristas estadounidenses, los movimientos de liberación nacional en el mundo, el enorme programa social de la Revolución. Frutos de ese nuevo país que intentaba erigirse, mis padres fueron partícipes del desarrollo de un proceso que parecía indetenible.

Cuando ellos eran jóvenes sobrevinieron los ochenta, la época dorada de la Cuba post 1959, la década en que la población, gracias en buena medida a la ayuda soviética, mejoró ostensiblemente su nivel de vida. Vivieron aquella época dorada pensando seguramente que los años de estoicismo irían siendo, de forma gradual, algo del pasado, un recuerdo vago.

Apenas puedo suponer lo que para ellos y millones de cubanas y cubanos representó aquel discurso de Fidel en Camagüey, durante un acto conmemorativo por el 26 de julio, en el que advertía sobre la posibilidad de la desintegración de la URSS y el campo socialista. Ninguno imaginaba que, tan solo dos años más tarde, Cuba recibiría la noticia de la desintegración del coloso de Europa del Este, y que los duros años iniciales serían nada frente a la austeridad que se impuso en los noventa.

El llamado Período Especial, representó no solo el colapso de la economía cubana y la quiebra de los felices ochenta; significó asimismo el fracaso de un modelo de socialismo identificado con la perfección, con una especie de entelequia. El referente ideológico había fracasado, desaparecido estrepitosamente, el socialismo cubano, de cierta forma, quedaba huérfano.

La difícil década supondría también un resquebrajamiento progresivo de varios de los indicadores de los cuales Cuba tanto se había vanagloriado en decenios anteriores; comenzaría a re-emerger la prostitución —nunca suprimida totalmente—, aumentaban el consumo de drogas, las actividades delictivas, la marginalidad, la pobreza; las brechas sociales, reducidas a diferencias insignificantes, se ensancharían abruptamente.

Todas estas y otras cuestiones asociadas al colapso del modelo, influirían lógicamente en la conciencia de millones de cubanas y cubanos y moldearían, en una Cuba muy distinta a la de sus predecesores, a las nuevas generaciones.

Los hijos del Período Especial, los que vinimos hacia el final relativo del mismo, así como los nacidos en el siglo XXI, somos gente desarraigada. Nuestros padres, aunque carguen con la contradicción de haber vivido dos Cubas diametralmente opuestas, poseen quizás mayor esperanza en la mejoría de la situación del país; nosotros, sin embargo, nacimos desanimados, nuestra memoria colectiva es huérfana de tiempos felices.

Nos queda solo el recuerdo transmitido por los viejos, las vivencias y experiencias que parecen lejanas y resultan, en no pocas ocasiones, meras idealizaciones. Nacimos y vivimos en un país carente de épica. Nacimos y vivimos en una nación con cada vez más amplias diferencias sociales, donde se erigen una vez más fastuosas casas frente a pírricas estructuras; en la Isla donde el salario languidece y amenaza con extinguirse sin rebasar la mitad del mes; en la Cuba de una escueta libreta de abastecimiento; de anaqueles desiertos la mayor parte del tiempo; de la descarnada oferta y demanda, de la corrupción y el egoísmo.

Nacimos y vivimos en la Cuba del Fidel en chándal, sin discursos vibrantes y largas y magnéticas disertaciones, en la época del discurso leído; somos hijos del triunfalismo, las consignas, la fraseología y los planes incumplidos; nacimos y vivimos en una Isla que ve partir a sus hijos, donde el sueño se reduce a surcar el mar, el aire, la selva o el río.

Para nosotros, los noventa eran historias de terror, la certeza de cuán peor podíamos estar. Pocos creímos que viviríamos de primera mano una especie de secuela de aquellos tiempos de apagones y escaseces extremas. Por estos días, en que la migración se ha disparado, en que las divisas campean y reducen a la insignificancia al peso cubano, en que los precios se desorbitan, en que el desabastecimiento agolpa la existencia y los cortes eléctricos minan la estabilidad emocional de cualquiera; los hijos del Período Especial, y de lo que vino después, estamos inmersos en una especie de crisis existencial colectiva.

La eterna espera y la desesperanza son el sino aparente de esta generación desarraigada, y ahí, precisamente, creo que está nuestro dinosaurio, en esa certeza y en la incertidumbre del futuro.

Uno más dentro de esta generación desarraigada.

26 agosto 2022 51 comentarios 2,1K vistas
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Miedo que les provoca

El miedo que les devora el alma

por Gustavo Arcos Fernández-Britto 15 agosto 2022
escrito por Gustavo Arcos Fernández-Britto

Dicen algunos por ahí que la gente es pesimista, que solo hace críticas sin ofrecer soluciones. Que todas son burlas, fake news y manipulaciones porque en el fondo lo que quieren es destruir la Revolución, apelando al desaliento y la renuncia. Me detengo un momento para aclarar que los primeros que han renunciado a la Revolución, y desmontado prácticamente todo lo que ella realizó en materia de progreso o beneficios sociales, no son los memes, ni las directas en las redes, ni siquiera el embargo de Estados Unidos; sino son los mismos que, con sus leyes y disposiciones absurdas, dicen sustentarla.

No son los jóvenes que salen con un cartel a la calle, ni los grupos que se manifiestan reclamando derechos, los cineastas que hacen un corto independiente, o aquel que postea su criterio en Facebook, los que dañan al país. No son los medios o plataformas alternativas los culpables de la inflación, la deuda, la carencia de viviendas o la falta de alimentos. Impugnarlos es desviar el asunto, porque el responsable real y único de todo eso es el gobierno. En el caso cubano, este tiene total autoridad y control sobre todos los recursos, bienes y servicios del país.

No son los ciudadanos los culpables del estado de cosas, son las autoridades que toman las decisiones. Si el modelo de sociedad no logra sostenerse hay que buscar uno nuevo. El peor enemigo de una Revolución son los revolucionarios que, una vez empoderados, olvidan lo que fueron y se aferran, no a ideas sino a dogmas y consignas.

Desde luego que hay muchos logros para celebrar en la historia más contemporánea del país. En múltiples áreas, como la ciencia, la educación, el deporte, la salud pública o la cultura hay ejemplos de esa obra. Precisamente por eso, varias generaciones que conocieron tales conquistas perciben con preocupación y angustia su marcado retroceso. No es algo puntual, sujeto a determinadas circunstancias o fenómenos que pueden entenderse, es una erosión palpable, constante y profunda de todo ese entramado que legitimaba un proyecto social.

El desarrollo de las vacunas anticovid es uno de los logros recientes de la ciencia cubana. (Foto: Instituto Finlay)

Como no se sale de un problema para entrar rápidamente en otro, los ciudadanos cada día sienten que las autoridades no tienen el control de la situación. Es natural que aparezcan la frustración y el desencanto. Dictan una ley hoy, mañana otra, y al tercer día anulan la primera. Donde dije digo, digo Diego. Reuniones, «visitas gubernamentales», actos políticos, compromisos y decretos no dejan de sucederse sin que generen a su vez un avance sustancial y perceptible en la calidad de vida de la población. En esa espiral decadente todo vuelve a repetirse como farsa, tragedia y esperpento, juntos. Es lógico que afloren la burla y el abandono, porque quien vive de ilusiones muere de desengaños y, francamente, ya la gente está agotada de sacrificarse.  

Como los políticos actuales no tienen nada que ofrecer, ofrecen promesas. Y cuando estas no son suficientes, evocan al máximo líder. Se producen así extraños rituales, en los que un grupo de jóvenes se creen poseídos por su espíritu y corren por las calles mientras gritan: «Yo soy Fidel». Otros, más introvertidos, prefieren susurrarle palabras a la piedra donde descansan las cenizas del héroe mientras le preguntan qué hacer. Un tercero ve la silueta del comandante flotando sobre la ciudad en forma de nube, y se siente lleno de energía y desasosiego.

(Foto: Laura Bicci)

Mientras esto sucede, ciertos medios o figuras oficiales recurren a comparaciones que no tienen sentido. Vuelven a viajar en el tiempo —esa es una película que les encanta—, y como si hubiésemos vivido en un páramo, nos hablan de la «horrible existencia y destino» que tenían los cubanos antes de 1959, salvados todos gracias a la Revolución.

No sé si en su afán de potenciar el proceso posterior perciben que, contrario a lo que ellos pregonan, la Cuba del presente, con su acentuada crisis y dependencia económica, inflación descontrolada, carencia de viviendas y recursos, corrupción, violencia policial y deterioro social, se parece cada vez más a esa que nos cuentan de los años cincuenta. Si la práctica es el mejor criterio hacia la verdad, baste observar la impresionante cifra de cubanos que han emigrado en los últimos años, muestra palpable de cómo una parte notable de las nuevas generaciones siente que su destino o proyecto de vida no está en la Isla.

Detectar un problema es el primer y necesario paso para buscarle una solución, que no debe ser esconder la basura bajo la cama o aplicar la técnica del parche. La televisión nos muestra al funcionario que visita una cooperativa y ofrece su «sabiduría» al campesino, pidiéndole que siembre más. No importa que después el gobierno no le pague, o no distribuya sus cosechas; porque ya esa parte no saldrá en televisión. Los vemos también recorrer fábricas y empresas donde nuevamente escuchamos: «hay que trabajar, producir más». El presidente visita una comunidad, abandonada por décadas a su suerte, y aparece una santera que le agradece todo lo que la revolución ha hecho por ellos.

En la imagen está el mensaje. Las autoridades hablan, orientan, se muestran diligentes, señalan el surco, las maquinarias; pero los sujetos hacen mutis, caminan, asienten. Automatismo total. No se produce un debate, nadie hace un señalamiento, cambia la línea, se rasca una oreja. Todo se mueve según una dramaturgia falsa, calculada, diseñada en el Departamento Ideológico del Comité Central. Fuera de Cuba dicen que el país es un caos, nosotros mostramos orden y progreso, inspirados en la bandera de Brasil, porque si en algo hemos sido expertos es en aparentar.

Sí, en Cuba se trabaja, se emprenden negocios y proyectos, se ofrecen iniciativas, se hacen eventos, arte, ciencia; la gente sueña y busca, con muchos obstáculos, la felicidad. No somos ninguna excepción, ninguna de esas cuestiones es propiedad de la Revolución. En todas partes del mundo se ansía lo mismo y, salvo que estés bajo un bombardeo ruso o norteamericano, las naciones tratarán de salir adelante.

Lo cierto es que demasiada gente vive aquí de la comodidad que brinda cierto estatus, y hará todo lo que sea necesario para conservarlo. Como aquel personaje del filme Los sobrevivientes (Tomás Gutiérrez Alea-1975), al que «le da lo mismo el socialismo que el feudalismo, lo importante es cogerle la vuelta al sistema». Para ellos ya no se trata de tener una conciencia revolucionaria, sino de ser conscientes de cómo vivir del cuento revolucionario.

No hay nada nuevo bajo el sol. Las señales y alertas de ese deterioro han estado siempre ahí, emitidas desde hace décadas por múltiples vías, pero como vivíamos protegidos por la campana de cristal que significó la adhesión del país al CAME, el gobierno cubano olvidó que éramos una isla y quiso ser continente. En 1980 un guantanamero se convertiría en cosmonauta. Dos años después, la vaca Ubre Blanca rompía un récord Guinness al producir cientos de litros de leche en un día. Fidel llevó aquello al plano de la lucha política y las proezas de la vaca merecían titulares y discursos. A su muerte, en 1985, el Granma le dedicó una nota necrológica y más tarde se le haría un monumento. En La Habana, los ingenieros comenzaban las excavaciones para el Metro y en Cienfuegos se instalaban los cimientos de una planta nuclear.

Ubre Blanca Fidel

Ubre Blanca (Foto: Prensa Latina)

Cualquier problema parecía menor, desdeñable, superable. No importaba el bloqueo, rara vez se hablaba de él. Creíamos que el futuro pertenecía por entero al socialismo y que el imperio tenía sus días contados. El idioma que se enseñaba en nuestras escuelas era el ruso, y con mil ochocientos pesos se podía viajar como turista a todos «los países hermanos». No necesitábamos a Disney ni a Hollywood, porque desde arriba Mashenka nos mira. Un día, todo eso colapsó. García Márquez lo había avizorado en los cincuenta: «La URSS es un gigante con pies de barro». Eso no gustó en el Kremlin y se enemistaron con él.

Recuerdo al sonero Oscar de León cantando en la Ciudad Deportiva: … bájate de esa nube y ven aquí a la realidad, que con orgullo, soberbia y vanidad, no lograrás felicidad.  El Período Especial no comenzaba, sino que llegaba a su fin con la caída de todo ese universo idílico que vivimos bajo la existencia del campo socialista. Ya nunca más tuvimos cosmonautas, ni leche, ni Metro, y la planta nuclear, gracias ¿a Gorbachov?, jamás se terminó.   

La solución es siempre la respuesta puntual a un problema que tiene que ser expuesto, revelado. Pero si este persiste, y además se multiplica, entonces se trata de algo estructural, profundo. Si en Estados Unidos o cualquier otro país, alguien se manifiesta contra una ley, quiebra un banco, la gente protesta por la inflación, un empresario es detenido por corrupción, la moneda es devaluada, se cierran industrias, crece el desempleo o un presidente resulta destituido; nuestro (inmortal) Partido lo interpreta como ejemplos indiscutibles de que ese sistema no tiene futuro y debe ser superado. Cuando cosas similares ocurren en Cuba, son presentadas como una coyuntura, un hecho aislado, debidamente atendido por «los factores», tratado por la «justicia revolucionaria» o…la sección sindical.

Si se trata de otros, el problema es sistémico; en Cuba, solo es un fenómeno puntual, circunstancial, ¡ah!, y siempre organizado por el enemigo. La técnica es la de anular cualquier activismo ciudadano, presentándolo como algo pérfido organizado por fuerzas externas. Tu acción, o tu derecho a manifestarte, conducen al caos.    

Empatía

(Foto: Cubadebate)

En las escuelas suelen enseñar que la Revolución es justa y pura, y sus errores o distorsiones son achacadas a los individuos que no supieron aplicar las orientaciones del líder o el Partido. Ambos son presentados como una abstracción, separados de las dinámicas del mundo real. Siempre son otros los que se equivocan, y ese otro eres tú, es decir el pueblo, que, como apuntaron cierto día en el Granma, quiere seguir viviendo como pichones, del alimento que les da la madre.

En Cuba, no solo crecimos durante décadas reproduciendo un modelo centralizado y vertical, sino que además dependíamos de las decisiones que tomaba un solo individuo. Y no importa que ese, sin duda líder, con todo su carisma, prestigio y astucia haya sido Fidel; el proceso quedaba resentido desde su configuración pues respondía a la voluntad de una persona que, además, se convertiría en la máxima autoridad del único Partido existente; el hombre que era juez y parte de todos los asuntos de la nación.

No por gusto la gente solía decir que tal o más cual problema ocurría «porque Fidel no lo sabía». Así, se fue conformando la imagen del hombre-dios, del Nostradamus tropical. Estaba en todas partes, podía ver el futuro. Entonces había que esperar a que el máximo líder se enamorara de un proyecto, para que este echara a andar sin vacilaciones. Si visitaba una fábrica, una cooperativa, un centro escolar, una comunidad rural; la gente le decía los problemas que confrontaban porque parecía ser la única forma de que hallar su solución.

¿Y el sindicato, las organizaciones de masas, la administración, el parlamento, las estructuras de gobierno? Bien, gracias. Con Fidel aparecían los recursos, la energía, se movilizaba el talento. Dinos Fidel, que otra cosa tenemos que hacer, coreaba la multitud entusiasta. Y todo eso funcionaba en ambos sentidos, a veces para beneficio de todos, pero en otras para propiciar enormes fracasos y desaciertos.

Cuando su hermano tuvo que asumir la dirección del país, emitió varios discursos relacionados con el estado de la agricultura, los salarios, las deudas a los campesinos, la falta de productividad, la inercia, la errática política de cuadros, la falsa unanimidad o la enorme dependencia del exterior. Todo ese análisis fue justo pero tardío y además… ¿quiénes dirigían la nación? Él también había estado allí, como casi todos los que en ese momento se sentaban a su lado, que ahora aplaudían y apuntaban las nuevas instrucciones en sus agendas.

Todo el talento del cubano se gasta en adaptarse al momento, la gente no es consistente y siempre necesitan que alguien piense por ellos. (Memorias del subdesarrollo– Tomás Gutiérrez Alea-1968)    

Por cierto, nada de lo expresado por Raúl era nuevo. Todas esas lecturas o críticas al modelo cubano ya se habían realizado por economistas, agricultores, investigadores, artistas; pero la burocracia estimó que no era el tiempo adecuado para atenderlas.

Recuerdo su viaje por carretera hasta Camagüey, donde debía ofrecer el discurso por el 26 de julio en el 2007. En el trayecto quedó tan impactado por el abandono de los campos, invadidos por el marabú, que cambió su intervención y dedicó prácticamente todas sus palabras al asunto. Fue un discurso inusual, de fuertes críticas, donde señaló varios problemas que frenaban la economía cubana ¿Nadie había alertado sobre ese fenómeno? ¿Por qué tienen que esperar a que el presidente dé las órdenes? Pues justo porque así de lamentable funciona el modelo de socialismo burocrático. Pienso que si en lugar de viajar por carretera hubiese tomado un avión, hoy al despertar, el marabú seguiría allí.    

En sus primeros tres años, Raúl derogó impopulares y viejas leyes o restricciones que afectaban la vida de los ciudadanos. Eran reclamos que al Partido nunca le preocupó mucho atender. Desmontó también parte del Programa Batalla de Ideas, impulsado por Fidel desde inicios del 2000, que había generado extrañas estructuras económicas y administrativas paralelas a los organismos del Estado. Sus reajustes no quedaron ahí, sino que también sustituyó a prácticamente todos los cuadros del partido o la juventud que su hermano había promovido a los más altos niveles, pero que ahora, en rara carambola del destino, resultaban corruptos, oportunistas, ambiciosos y penetrados por los servicios de inteligencia extranjeros. Su hermano, y padrino de todos, los lapidó con aquella reflexión: «quisieron beber las mieles del poder sin haber hecho nada a cambio».

Dos importantes figuras de la política cubana, Carlos Lage y Felipe Pérez Roque, fueron destituidas en 2009. (Foto: Heraldo.es)

¿Qué es hacer algo por la Revolución? Visto el ejemplo anterior, ninguno de los nacidos después de 1959 hemos hecho algo que merezca la pena. Tal parece que somos simples epígonos, figuras de papel, piezas en un ajedrez político donde otras fuerzas deciden nuestro destino. Tú vas aquí, el otro allá. Hoy tienes que acatar una orden, mañana otra, porque eso es lo que requiere el país. Tienes, además, una deuda eterna con la Revolución, pues lo que eres se lo debes a ella. Miguel Díaz-Canel, que vio las barbas de sus vecinos de generación arder, lo tuvo claro, y en la primera oportunidad que le ofrecieron dijo: «Somos continuidad».    

Cierto día, el país se sorprendió con la noticia de que se iniciaban nuevas relaciones entre Cuba y Estados Unidos. Se liberaron los presos, se abrió una embajada, se filmaron blockbuster en La Habana, se multiplicaron los negocios, se borraron viejos prejuicios, arribaron los cruceros, se hicieron reformas; se dio un paso adelante. Cuando Raúl levantó el brazo de Obama en el Gran Teatro de la ciudad, la ortodoxia revolucionaria y los radicales de Miami comprendieron que tenían que mover sus fichas para regresar al estatus quo. Interesante momento ese, donde los enemigos se sienten traicionados y deben unirse por una misma causa.  

Raúl Castro y Barack Obama impulsaron el deshielo entre ambos países. (Foto: Granma)

Fue bastante significativo lo que ocurrió algunos meses después de la visita de Obama. Raúl ofrecía a la Asamblea Nacional algunos detalles e informaciones sobre el curso de ese acercamiento, de pronto, alguien le envía una nota y Raúl comenta que, desde la mesa, intentan censurarlo porque le advierten que tenga cuidado con lo que dice, ya que el acto se estaba trasmitiendo en vivo por la televisión nacional.

Cuba y Estados Unidos, he aquí el verdadero pájaro con las dos alas de nuestra historia. Toda nuestra existencia gira alrededor de ello. Se hizo una revolución para romper con tal dependencia y hoy tenemos una nación atrapada en esa madeja, pendiente de lo que decida el gobernante de turno en la Casa Blanca. Abro, cierro, quito, pongo. Cuatro palabras que condicionan la vida de millones.   

Los defensores a ultranza de la Revolución dicen que no tenemos alternativas. El bloqueo (y no el limón) es la base de todo. Para ellos, cualquier apertura real con el vecino del Norte implicaría la entrega del país a sus intereses, la pérdida de nuestra cultura e identidad. Incluso, van más allá, al decir que nos convertiríamos en algo similar a Puerto Rico.

El miedo les devora el alma y, además, los traiciona. ¿Somos o no invulnerables? ¿No es eterno nuestro socialismo? ¿Y el Partido, no era inmortal? ¿Acaso no estamos preparados para resistir y vencer en los peores escenarios? Pero bueno, cuando se trata de cuidar ciertos privilegios y una casa en Miramar, Siboney o Nuevo Vedado, hay que inventarse todo tipo de justificaciones y aparentar que se defiende a la Revolución.

¿Y el pueblo, qué pinta en todo esto? Poco. Mientras los dirigentes se ponen de acuerdo en cómo hipotecar o vender todo el país —habida cuenta de su enorme deuda y carencias—, el pueblo, que fue viril y soberano… sigue haciendo colas.

15 agosto 2022 49 comentarios 5,7K vistas
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Fidel

Fidel y el problema del huevo o la gallina

por Gustavo Arcos Fernández-Britto 25 julio 2022
escrito por Gustavo Arcos Fernández-Britto

Esta mañana he leído nuevamente uno de los documentos más controvertidos de nuestra historia contemporánea. En él, un joven abogado defiende su postura y liderazgo ante los tribunales que lo juzgan por varios delitos de alta gravedad, para los cuales solicitan veintiséis años de cárcel.  

El texto es largo, acusatorio, revelador; escrito desde la inspiración y el dolor. No es una transcripción directa de lo que dijo frente al tribunal, pero recoge la mayor parte de las ideas y denuncias expresadas por él, en un pequeño local hospitalario devenido juzgado, en octubre de 1953.

Estoy hablando de La Historia me absolverá y de Fidel Castro. ¿Qué pasaría hoy si alguien decidiera hacer lo mismo? A fin de cuentas, muchas de las cuestiones que motivaron aquellas acciones están todavía presentes en nuestra sociedad. Seguramente, ese delincuente del presente y sus seguidores (¿mercenarios pagados por el imperio?) serían fusilados sin contemplaciones, al menos si tomamos como referente cercano las reacciones y excesivas condenas aplicadas contra muchos de los que se manifestaron el 11-J del pasado año.

Olvidémonos del detalle (nada trivial) de las armas, o del ataque a varias fortalezas militares para, de tener éxito, convocar a una huelga general y presumiblemente desatar una contienda civil. En Cuba, desde hace décadas, disentir es ya un grave problema. Manifestarse pública o directamente contra el gobierno, las autoridades o las leyes, está prohibido; no importa lo que diga la Constitución. Siempre será vista como una acción ilegítima, impulsada desde el exterior y, como tal, reprimida.

Pero, ¿qué pensaba Fidel entonces? Que actuar de ese modo era algo necesario y, para demostrarlo, dedica varias páginas de su alegato donde recorre diversos momentos en la historia de la humanidad. Veamos por ejemplo esta cita que hace, extraída de la Declaración de los derechos del Hombre y el Ciudadano, firmada en 1789 por los revolucionarios franceses: «(…) cuando el gobierno viola los derechos del pueblo, la insurrección es para éste, el más sagrado de los derechos y el más imperioso de los deberes».

Más adelante, luego de citar a Santo Tomás de Aquino, Lutero, Rousseau, Thomas Paine, Locke, y muchos otros (pero curiosamente nunca a Marx, Engels o Lenin), recuerda a Martí: «Un hombre que se conforma con obedecer leyes injustas y permiten que le pisen el país en que nació los hombres que se lo maltratan, no es un hombre honrado (…)».

Fidel

Fidel Castro bajo arresto después del ataque al Moncada. (Foto: Wikipedia Commons)

No me interesa volver al conocido documento con el fin de recordar anécdotas, analizar estrategias de guerra, compartir cifras o cuestionar los irregulares (ahora también los hay) procedimientos jurídicos seguidos contra los acusados, de asaltar varios cuarteles un 26 de julio. Quiero explorar, partiendo de sus propias palabras, las ideas que impulsaron todo aquello, y si fueron válidas entonces, valorar por qué luego resultaron negadas, apartadas de todo debate sobre la nación y su futuro, e incluso castigadas. La historia no es algo pétreo, hay que intentar sacarla de los libros y museos para ponerla a dialogar con el presente.

Hoy se habla mucho sobre Cuba. Dentro o fuera de la Isla hay una intensa conversación que, desgraciadamente, se ha vuelto áspera, violenta y, sobre todo, vulgar. Ya no importan las razones sino las descalificaciones. Cada bando no ofrece argumentos, sino amenazas, chusmería y humillaciones. Como la ética era verde y se la comió un chivo, todos parecen reproducir la misma estrategia de cambio: Quítate tú para ponerme yo, que voy a hacer luego lo mismo que tú.

Entonces, se hace más política en un meme que en Washington o el Comité Central. Si en un lado tienen a Otaola, en el otro aparece Michel Torres Corona. Si unos dicen Patria o Muerte, los otros Patria y Vida. Del influencer Fidel, pasamos a Yotuel.

Hay que volver a los orígenes de ciertas cosas, quizás para comprender o encontrar algunas claves que nos permitan reflexionar, aceptar y sanar en ese necesario camino hacia el respeto y el progreso de nuestra nación. Sí, hay que pasar página, que no es lo mismo que olvidar. Hay que mirar adelante y superar esa dinámica tóxica y bravucona que lleva muchos años acompañándonos. Hay un país que se desmorona y unos políticos, en ambas orillas, alimentándose como hienas de esa tragedia humana.

La historia nos puede decir muchas cosas, no solo de quienes fuimos, sino también de lo que podemos ser. Trato de entender qué pasaba por la cabeza de aquel joven abogado y de muchos que lo siguieron (tuve familiares allí) a entregar sus vidas cierto amanecer de 1953. Fue aquel, un grupo heterogéneo y sin lugar a dudas valiente, honorable; cuyo principal objetivo era derrocar a un dictador y recuperar los valores de la República usurpados por el golpe militar.

Salvo unos pocos, no tenían conocimiento de lo que eran el socialismo o el comunismo. De hecho, el Partido Socialista Popular (PSP) había coqueteado durante cierto tiempo con el Monstrum Horrendum, como denominara Fidel a Batista. Decir que lucharon y murieron por una Cuba socialista, es faltarles el respeto y tergiversar la historia.    

Cuando una cúpula militar se hizo abruptamente con el poder, el joven abogado percibió que los problemas de la nación no serían ya resueltos por vías pacíficas. Por eso, su rebeldía fue entendida como legítima y necesaria, en tanto encarnaba los anhelos de un pueblo en busca de ese concepto, hermoso y utópico, que se llama libertad.   

Leyendo aquellas famosas declaraciones al tribunal, encuentro demasiadas paradojas. Está claro que las circunstancias que motivan determinadas acciones en un momento, no son aplicables por igual en otros, pero siento que aquí: donde dije digo, digo Diego.

Una cosa es hacer una revolución y otra, muy distinta, hacer un país. Sí, después de 1959 se produjo un proceso de transformaciones (para bien o mal), en todos los órdenes de la sociedad. Un mundo nuevo para el hombre nuevo (¡y la mujer!). Loable propósito al que se sumaron millones, pero que vino acompañado de una reescritura de la historia de la cual fue convenientemente borrado todo aquello que no se ajustase a la nueva narrativa social.

«Dentro de la Revolución, todo. Contra la Revolución, nada, porque el primer derecho que tiene la Revolución, es su derecho a existir y contra ese derecho, nada, ni nadie». (Fidel, 1961). No es una simple frase, es el punto cero en el inicio de una paulatina degradación de esa propia Revolución, transfigurada en dogma. Todo comenzará a ser parametrado, clasificado, dividido, regulado. Pasado-presente, dentro-fuera, bien-mal, David-Goliat, conmigo o contra mí; el punto medio es blandenguería y no equilibrio. Hemos pasado por tantas adaptaciones y mutaciones en seis décadas que, como Frankenstein, no sabemos ya si abrazar o matar.

Fidel

«Dentro de la Revolución, todo. Contra la Revolución, nada, porque el primer derecho que tiene la Revolución, es su derecho a existir y contra ese derecho, nada, ni nadie». (Fidel, 1961).

Pero el joven abogado parecía tenerlo todo muy claro en los años cincuenta. No había mayor prioridad en aquel entonces que restablecer plenamente la Constitución del 40: «(…) Entendemos por Constitución la ley fundamental y suprema de la nación, que define su estructura política, regula el funcionamiento de los órganos del estado y pone límites a sus actividades». 

Fidel entendía que no podía existir ningún poder, ordenanza, figura o partido político que violara los preceptos de la Carta Magna. En su defensa, denunciaba las manipulaciones anticonstitucionales que se operaban desde el gobierno para legitimar la permanencia de Batista, recordando que la máxima autoridad del país debía surgir de una elección popular, próxima a realizarse, y no de un «pequeño grupo conformado por ministros o funcionarios privilegiados», que además, fueron puestos ahí por el propio presidente.

De modo que pregunta: «(…) ¿Quién elige a quién por fin? ¿No es éste el clásico problema del huevo y la gallina que nadie ha resuelto todavía?». Es decir, según Fidel, el presidente tenía que ser elegido por los ciudadanos. Adquiriría un poder y una responsabilidad ante el pueblo, pero no podía ser omnipotente y, desde luego, no podía ser juez y parte, porque eso llevaría a la corrupción y al establecimiento de una dictadura, donde unos protegerían a los otros. Fue ese un argumento sólido en su defensa: la división de poderes en el Estado. Los acusados estaban restableciendo un orden, no actuando en su contra.     

«Había una vez una República, tenía su Constitución, sus leyes, sus libertades. Presidente, congreso, tribunales, todo el mundo podía reunirse, asociarse, hablar y escribir con entera libertad. El gobierno no satisfacía al pueblo, pero éste podía cambiarlo (…)». He aquí una idea extraordinaria, luego convenientemente olvidada.

Durante más de seis décadas hemos sido educados (y bombardeados mediáticamente), bajo el criterio de que antes de la Revolución no había nada, o muy poco, que rescatar, y que todo el bien, la dignidad, los valores humanos o la justicia para el país, fueron propiciados por el liderazgo de Fidel, el trabajo del Partido (único y eterno) y la articulación de una Revolución socialista.

Observamos además el pequeño detalle del respeto que Fidel decía sentir por las libertades de asociación y expresión, actos que no debían ser coartados bajo ninguna circunstancia. Los militares tras el golpe, incentivaron la corrupción de los partidos políticos, limitando o prohibiendo su ejercicio. Intervinieron los recintos universitarios, cerraron emisoras radiales y de manera voraz persiguieron las voces disidentes, encarcelando, torturando o matando a muchos de los opositores. Eso era inaceptable.

Un grupo se había adueñado del país, violando la Constitución y sembrando el terror. El orden anterior tenía que ser restaurado y las leyes respetadas. En los meses que siguieron a su golpe, Batista se las ingenió para hacerle enmiendas a la Constitución y ponerla al servicio de sus intereses, suscribiendo decretos que la volvían inoperante. Al respecto, nos dice Fidel:              

«No pueden existir privilegios la ley tiene que ser igual para todos. El porvenir de la nación y la solución a sus problemas no puede seguir dependiendo del interés egoísta de una docena de financieros, que hacen sus fríos cálculos en una oficina con aire acondicionado. No será tampoco con estadistas (…) situados en un palacete de la Quinta Avenida, que prefieren dejarlo todo tal cual está.

Un gobierno revolucionario con el respaldo del pueblo limpiará las instituciones de funcionarios venales y corruptos, procederá rápidamente a industrializar el país, movilizando el capital de los bancos y encargando la magna tarea a hombres de absoluta competencia, ajenos por completo a los intereses de la política».

Miro a mi alrededor, hago memoria; imágenes y recuerdos vienen a mi mente. Pienso en todas las experiencias personales en el campo del arte, la enseñanza, la ciencia, el deporte, los medios de comunicación. Pienso en muchos amigos, en conversaciones, lecturas. Territorios cercanos, familiares. Salgo a la calle, recorro el país, leo la prensa.

¿Privilegios? ¿Un pequeño grupo que decide en oficinas con aire acondicionado? ¿Se firman decretos y leyes antipopulares? ¿Lo político no debe dominar nuestra labor? ¿Lo que importa es el talento y no la fidelidad a una ideología o Partido? ¿Militares en el poder? Como diría Sergio en Memorias del subdesarrollo (Tomás G Alea-1968): «(…) yo he visto demasiado para ser inocente».

Fidel

«(…) yo he visto demasiado para ser inocente».

Si todas esas cosas, deseos, preocupaciones, resultaban justas para un país, y para restaurarlas se sacrificaron vidas y energías; por qué luego dejaron de serlo. ¿Cuándo, en qué punto, todo comenzó a trastocarse, suplantarse desvanecerse?

Fidel identifica los más agudos y urgentes problemas que tendría que resolver la revolución. ¿Tendría? No, aquí la incertidumbre y los problemas se viven en presente continuado.  

«El problema de la tierra, el de la industrialización, el de la vivienda, el problema del desempleo, el de la educación y el de la salud del pueblo, he ahí concretados los seis puntos a cuya solución se hubieran encaminado nuestros esfuerzos, junto con la conquista de las libertades públicas y la democracia política.   

(…) ¿Cómo es posible que seamos un país agrícola, con magníficas tierras cultivables y tengamos que importar alimentos?… Cuba sigue siendo una factoría productora de materias primas. Se exporta azúcar, para importar caramelos, se exporta hierro o pieles y luego nos venden el arado y los zapatos.

(…) Miles de ciudadanos subsisten hacinados en cuarterías y zonas insalubres cerca de las ciudades, sin las adecuadas instalaciones de luz eléctrica o teléfono (…) El salario no alcanza, no hay estímulos laborales, lo que repercute en los jóvenes egresados, quienes no encuentran espacios de realización profesional y que, ante tanta incertidumbre, optan por emigrar. (…) hay piedra suficiente y brazos de sobra para hacerle a cada familia cubana una vivienda decorosa. Pero si seguimos esperando por los milagros del becerro de oro, pasaran mil años y el problema estará igual

(…) El alma de la enseñanza es el maestro y los educadores, pero en Cuba se les paga miserablemente. Basta ya de estar pagando con limosnas a los hombres y mujeres que tienen en sus manos, la misión más sagrada del mundo de hoy y del mañana que es enseñar. Si queremos que se dediquen enteramente a sus elevadas misiones, no pueden vivir asediados por toda clase de mezquinas privaciones.

Cuba podría albergar espléndidamente a una población tres veces mayor, no hay razón para que exista miseria entre sus habitantes. Los mercados deberían estar abarrotados de productos, las despensas de las casas deberían estar llenas, todos los brazos podrían estar produciendo laboriosamente (…)».

Conceptos, proyecciones de un país, angustias sobre un estado de cosas que demandaban un cambio, una actitud proactiva del gobierno y una intervención consciente de los ciudadanos en la toma de decisiones. Eso pedía Fidel en los cincuenta y el pueblo lo respetó, aceptando su liderazgo. ¿Y después? ¿Cuántas de esas cuestiones cardinales a superar se volvieron naturales bajo su propio mandato que, por cierto, no podía ni puede ser objetado?

Todos tenemos derecho a soñar, aunque sabemos que también sufriremos pesadillas. La historia me absolverá puede ser interpretada de muchas formas, pero también resulta, en buena medida, el relato de lo que pudo ser y no fue. Volver a ella es regresar a ese instante, único e irrepetible, en que cientos de jóvenes eran revolucionarios, pero no vivían a costa de la Revolución. Formaban parte del pueblo, pero no hablaban en nombre del pueblo y, mucho menos, organizaban acciones o leyes en contra del pueblo.

Estaban allí desde su pureza y autenticidad, respondiendo a su conciencia, no a una ideología política específica, ni a la propaganda. Buscaban la libertad, el bienestar y la independencia, cuestiones aún pendientes siete décadas después.

Tenían sueños, y para alcanzarlos pusieron sus cuerpos. Debemos regresar a ese punto, transparente, humano, en que lo esencial sea respetar la voluntad de los ciudadanos y no las doctrinas de un partido. La clave está en el ser y no en el parecer. La revolución ya se hizo, ahora hay que rescatar a Cuba.

25 julio 2022 53 comentarios 5,8K vistas
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Transformaciones

Las transformaciones de la Revolución Cubana: ¿desde abajo o desde arriba?

por Samuel Farber 20 junio 2022
escrito por Samuel Farber

Si bien la Revolución Cubana de 1959 tuvo enorme apoyo popular, especialmente en sus años iniciales, ese apoyo no se reflejó en iniciativas autónomas de poder desde abajo. Ese no fue el caso durante la frustrada revolución del 1933, cuando la clase obrera desempeñó un papel mucho más importante que en 1959.

Así lo señaló, en 1935, la Foreign Policy Association en su conocido estudio Problems of the New Cuba, donde cita el gran número de huelgas ocurridas en agosto y septiembre de 1933, cuando no menos de treinta y seis centrales fueron ocupados por los trabajadores, quienes además formaron «soviets» en varios de ellos, como los del Mabay, Jaronú, Senado, y Santa Lucia (183). Dichas acciones fueron luchas autónomas desde abajo, similares a las acaecidas en las revoluciones de México y Bolivia, entre otras en la América Latina, así como en la Revolución Rusa de 1917 y la Húngara de 1956.  

Es significativo que a principios de la Revolución de 1959 en Cuba, cuando algunos comunistas procedentes del Partido Socialista Popular (PSP) que todavía se mantenían a cierta distancia del Gobierno Revolucionario fomentaron la ocupación de tierras por campesinos, Fidel Castro condenara pública y enérgicamente esas acciones.

En entrevista televisada el 19 de febrero del referido año, el máximo líder se opuso a la distribución «anárquica» de la tierra e insistió en que las personas involucradas en cualquier reparto previo a la nueva ley, perderían el derecho a obtener los beneficios que la misma otorgara. Asimismo, denunció como criminal cualquier iniciativa independiente para distribuir tierras que pasara por alto al Gobierno Revolucionario y a la futura ley de reforma agraria.

Durante las semanas anteriores a que la ley fuera emitida, se perfilaron otros aspectos que caracterizarían el modus operandi desde arriba del gobierno presidido por Fidel Castro. Por un lado, casi todos los cubanos, sin distinción de clase, se declararon partidarios de la todavía desconocida normativa. Los diversos «apoyos» prometidos al nuevo orden agrario por una extensa gama de grupos sociales incluyeron hasta el de los grandes hacendados y colonos, que donaron tractores y otros implementos con el pretendido propósito de apoyarlo, aunque por supuesto mantuvieron que esta reforma debía preservar sus enormes propiedades agrícolas.

Por otro lado, nadie sabía en realidad qué incluiría la ley y cuán radical sería. Cuando por fin fue decretada, el 17 de mayo de 1959, ni siquiera había sido discutida por el gabinete del Gobierno Revolucionario —mucho menos por ninguno de los grupos u organizaciones revolucionarias. De hecho, fue redactada por un pequeño grupo de líderes del Partido Comunista (PSP) y del ala del Movimiento 26 de Julio cercana al PSP, durante una serie de reuniones en la casa de Ernesto Che Guevara, en la playa de Tarará.

Fue sin duda una ley radical en el sentido de que de un golpe eliminó el latifundio en Cuba. Su radicalidad es particularmente evidente cuando se le compara con la muy modesta Ley #3 de reforma agraria que Fidel Castro dictó el 10 de octubre de 1958 en la Sierra Maestra y que fue una breve declaración de principios que prometía que el futuro gobierno se enfrentaría con el tema agrario y su primer paso consistiría en garantizarle al campesino cubano su permanencia en la tierra.

Más allá de eso, los pronunciamientos respecto al asunto evitaron cualquier tipo de promesa específica y evadieron temas escabrosos, como la compensación a los viejos propietarios por las tierras confiscadas por el estado, cuestión que menos de veinte años antes había dividido a los constituyentes de 1940. Esa falta de especificidad caracterizó la política social moderada adoptada por los líderes revolucionarios aproximadamente desde 1956 hasta 1958, para evitar desacuerdos dentro de la amplia coalición opuesta a la dictadura batistiana.

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Fidel Castro junto al doctor Osvaldo Dorticós, ministro Encargado de la Ponencia y Estudio de las Leyes Revolucionarias, firma la Ley de Reforma Agraria, el 17 de mayo de 1959. (Foto: Sitio Fidel Soldado de las Ideas)

Fue durante esa época que Fidel Castro se alejó, por las mismas razones tácticas, de los pronunciamientos sociales y económicos más radicales de La Historia Me Absolverá de 1953, con el fin de acomodar el creciente apoyo de la clase media cubana e inclusive de algunos capitalistas importantes. Al mismo tiempo intensificó su militancia contra Batista, lo que resultó en una política que combinaba la militancia armada con una postura moderada en cuestiones socioeconómicas.

Es significativo que el breve giro moderado de Fidel Castro en materia socioeconómica fuera aceptado incluso por toda la oposición armada. En tal sentido vale notar que cuando el Buró Obrero del supuestamente más izquierdista Segundo Frente, dirigido por Raúl Castro en Oriente, se declaró a favor de una reforma agraria, lo hizo también en términos muy generales.  

La Ley de Reforma Agraria de mayo del 1959 gozó de enorme apoyo por parte de una población cada vez más radicalizada debido a las medidas que el Gobierno Revolucionario había adoptado, como la reforma urbana que redujo substancialmente los alquileres, y por el creciente sentimiento antimperialista que provocara la hostilidad de Washington y la mayoría de los medios de comunicación norteamericanos a la Revolución.

La gran popularidad de la mencionada ley no detrae del hecho de que fue una reforma de arriba hacia abajo, de la misma manera que las otras reformas lo habían sido: anunciadas de repente como un fait acompli, sin ningún proceso previo de discusión sobre su contenido organizado por las organizaciones revolucionarias y por el gobierno.

El gobierno se aseguró también de mantener su control durante la etapa de implementación de la ley, otorgando ese papel al Instituto Nacional de Reforma Agraria (INRA) y al Ejército Rebelde. Se aseguraba así de no involucrar la actividad autónoma de los campesinos deseosos de obtener sus propias tierras, aunque hubieran seguido al pie de la letra lo dispuesto en la nueva legislación.

La popularidad de la reforma agraria y otras medidas adoptadas por el Gobierno Revolucionario, se evidenció en las enormes manifestaciones de carácter plebiscitario que también caracterizarían el proceso. Todo lo cual pone de manifiesto que, si bien hubo un amplísimo apoyo y participación popular en la Revolución, esto no se reflejó en un control democrático desde abajo. El gobierno decidió cada paso y se encargó de impedir cualquier acción independiente organizada desde abajo; la población apoyó las decisiones del gobierno pero no participó en la toma de decisiones.

La reforma agraria del 1959 fue un paso muy importante en la consolidación del modus operandi desde arriba del Gobierno Revolucionario. Le confirió a Fidel Castro y a su grupo un enorme poder y la libertad para ejercerlo con un mínimo de obligaciones limitantes.

El formidable capital político acumulado en los primeros meses de la Revolución, no solo les permitió consolidar la política agraria, sino también radicalizarla y reorientarla hacia la propiedad estatal de la agricultura con la Segunda ley reforma agraria, dictada cuatro años más tarde, el 3 de octubre de 1963. La misma limitó la extensión de tierras que podían poseer los campesinos privados de 402 a 67 acres (5 caballerías), al tiempo que extendió considerablemente las Granjas del Pueblo (del estado) hasta convertirlas en la institución principal de la agricultura cubana.

Hay que advertir, sin embargo, que mientras la reforma agraria de 1959 significó la satisfacción de los grandes anhelos campesinos y populares, no se puede afirmar lo mismo respecto a la reforma agraria de 1963, que significó, más que nada, el anhelo burocrático de un régimen que ya se había declarado «socialista» y estaba abiertamente tratando de implantar una versión caribeña del modelo soviético de colectivización de la agricultura.

Eso no quiere decir que los campesinos, obreros y el pueblo en general se opusieron al monopolio estatal de la agricultura y la industria. Mientras las grandes mayorías sintieron que se habían beneficiado por las acciones del Gobierno Revolucionario —a través por ejemplo de la reforma urbana y la movilidad social—, continuaron su identificación con la política antiimperialista del gobierno y siguieron apoyándolo. Los que se opusieron al régimen tuvieron que pagar un alto precio, como su exclusión de la educación superior y discriminación en el empleo. Y si estas medidas no eran suficientes para doblegar a los descontentos, siempre quedaban la represión sistemática de la Seguridad del Estado, la cárcel y el paredón.

Transición del sistema político hacia el control desde arriba

Es cierto que en 1959 Fidel Castro y su grupo de allegados tuvieron que lidiar con otra serie de individuos y grupos relativamente independientes que no se ajustaban fácilmente a sus orientaciones políticas. Aprovechando hábilmente las oportunidades que iban surgiendo, las fue eliminando una a una. Así ocurrió en los casos del presidente Manuel Urrutia, forzado a dimitir en julio del 1959 y del Comandante Huber Matos, acusado de traicionar a la Revolución por haberse atrevido a renunciar a su cargo y condenado, en octubre de 1959, a veinte años de prisión; o como en el caso de la prensa y medios de comunicación independientes, que desaparecen a mediados de 1960 con el control por el gobierno de casi todos los periódicos y estaciones de radio y televisión en la Isla.  

Más importante aún fue el control del movimiento sindical por el nuevo régimen revolucionario. Fidel Castro intervino personalmente en las elecciones del liderazgo obrero nacional en el X Congreso de la CTC, llevado a cabo en noviembre de 1959, para asegurar la victoria de los elementos procomunistas en el movimiento sindical.

El proceso de elecciones a la convención del Congreso había iniciado en la primavera del 59 con elecciones libres a nivel local, seguidas por elecciones a nivel provincial. Desde un principio fue claro que los candidatos asociados con el Movimiento 26 de julio eran los grandes ganadores; en tanto, los comunistas obtuvieron solamente alrededor del diez por ciento de los puestos sindicales (aunque es necesario reconocer que algunos candidatos electos que pertenecían al 26 de julio simpatizaban con el PSP).  

Los resultados de las elecciones a nivel nacional para escoger delegados al Congreso fueron muy similares. Era claro que los comunistas serían derrotados y excluidos del liderazgo obrero. Fue entonces que Fidel Castro intervino para impedirlo, imponiendo su propia lista que, si bien no incluyó a los comunistas sindicales más conocidos, puso el control de la CTC en manos de los llamados elementos unitarios del Movimiento 26 de julio, favorables a los comunistas y encabezados por el líder sindical Jesús Soto.

Después de la conclusión del congreso, el Ministerio del Trabajo, en colaboración con los sindicalistas comunistas y unitarios a la cabeza del sindicalismo nacional, purgaron como al cincuenta por ciento de los líderes sindicales que se habían opuesto a los comunistas. No lo hicieron a través de nuevas elecciones, sino de comisiones de purga y asambleas sindicales cuidadosamente preparadas y manipuladas. Este sería el primer gran paso para establecer un sindicalismo totalmente controlado por el estado.

El XI Congreso de la CTC, en noviembre de 1961, no pudo haber sido más diferente del celebrado dos años antes. En ausencia de una real competencia entre candidatos que representaran diferentes corrientes autónomas del movimiento obrero, los nuevos líderes, previamente aprobados por los personeros del régimen, fueron electos por aclamación. A la cabeza de ellos estaba Lázaro Peña, antiguo líder sindical estalinista, que asumió el cargo de secretario general.

El origen ideológico del poder ejercido desde arriba

La política que Fidel Castro estaba implementando era coherente con las ideas sobre el poder y la revolución que había articulado cuando estuvo preso en Isla de Pinos (1953-1955) por motivo del fallido ataque al Cuartel Moncada. Probablemente impresionado por lo que describiera como caos, desorden y falta de disciplina que presenció como activista, tanto en la fracasada expedición de cayo Confites organizada con el propósito de derrocar al dictador Trujillo en República Dominicana en 1947, como en la gran explosión social y política (llamada Bogotazo) en Colombia en 1948; reaccionó situándose al otro extremo. Desarrollaría, en consecuencia, una visión monolítica de lo que debía ser una organización revolucionaria.

Así escribe, por ejemplo, el 14 de agosto de 1954 en el diario que mantenía en el mal llamado Presidio Modelo de Isla de Pinos:

No puede organizarse un movimiento donde todo el mundo se crea con derecho a emitir declaraciones públicas sin consultar con nadie; ni puede esperarse nada de aquel que se integre por hombres anárquicos que a la primera discrepancia toman el sendero que estiman más conveniente, desgarrando y destruyendo el vehículo. El aparato de propaganda y de organización debe ser tal y tan poderoso que destruya implacablemente al que trate de crear tendencias, camarillas, cismas o alzarse contra el movimiento.  

Años más tarde, el periodista de Radio Rebelde Carlos Franqui escribe sobre el liderazgo poco colectivo y democrático de Fidel Castro cuando colaboró con él en la Sierra Maestra, a finales de 1958:

He observado que muchas de nuestras reuniones son más bien una especie de consulta. O una conversación, casi siempre la prodigiosa conversación de Fidel, en la que se da por sentada una decisión, sin que casi nunca se tome un acuerdo ampliamente discutido por todos. Situación por lo que todos somos responsables por acción y omisión.  

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Fidel Castro, Camilo Cienfuegos, Juan Almeida y Carlos Franqui.

No cabe duda de que las tendencias revolucionarias, pero políticamente autoritarias y desde arriba de Fidel Castro, no eran originales ni se limitaban a su persona. De hecho, esas tendencias facilitaron la creación de un grupo cercano y leal al líder cubano que compartía su visión revolucionaria y políticamente autoritaria, y que habían sido adquiridas, o por lo menos reforzadas, en sus experiencias dentro o cerca del movimiento comunista.

Así, por ejemplo, Raúl Castro había sido miembro de la Juventud Socialista (ala juvenil del PSP) a principios de los cincuenta; y el Che Guevara desarrolló una orientación procomunista muy a favor de Stalin a mediados de la misma década, durante su estancia en Guatemala, aunque nunca se unió al partido comunista de dicho país. Es obvio también que la ideología estalinista del PSP (el viejo partido comunista cercano a Moscú) poseía una «afinidad electiva» con las ideas y prácticas autoritarias de Fidel Castro y sus colaboradores cercanos.

                     El contexto socio-político del poder desde arriba

La gran popularidad de Fidel Castro y su indudable habilidad política no hubieran sido suficientes para lograr imponer con tanto éxito sus perspectivas políticas y controles organizacionales de no haber existido una serie de coyunturas políticas que le fueron sumamente favorables. No olvidemos que llegó al poder contando con una hegemonía revolucionaria indiscutible, ya que ni el Directorio Revolucionario ni el PSP estaban en condiciones de cuestionar, y mucho menos de oponerse, a sus pronunciamientos y decisiones, pues no disponían de su abrumadora popularidad.

Por su parte, los partidos políticos que fueran importantes en vísperas del golpe de estado del 10 de marzo de 1952, como los ortodoxos y auténticos, habían colapsado años antes de 1959. En contraste, consideremos la revolución política ocurrida en Venezuela exactamente un año antes, en enero de 1958, que derrocara al dictador Pérez Jiménez.  

A diferencia de Cuba, en vísperas de su revolución política Venezuela contaba con partidos políticos significativos y estables, como Acción Democrática y Copei, organizaciones que poco después de la victoria sobre Pérez Jiménez llegaron al Acuerdo de Punto Fijo, en octubre de 1958, precisamente para garantizar el estatus quo político y económico del país y evitar una revolución social. Esos partidos venezolanos no tenían equivalente en la Cuba de 1959, por lo tanto, Fidel Castro no tenía contrincantes políticos con la fuerza necesaria para obligarlo a ceder o negociar acuerdos.

En la Cuba de 1958 tampoco existían formaciones oligárquicas integradas por los estratos superiores de la burguesía, la Iglesia Católica y la alta oficialidad de las Fuerzas Armadas que hubieran podido funcionar como bastión contra las fuerzas revolucionarias. Como se mencionó anteriormente, en vísperas de la Reforma Agraria de 1959, los hacendados y colonos, conscientes de su falta de poder político para evitar una reforma radical, trataron inútilmente de seducir al Gobierno Revolucionario.

Respecto al ejército de Batista, era dirigido por un cuerpo de oficiales de origen de clase media y baja, que se había convertido en casta privilegiada y generalmente corrupta sin ideología alguna que justificara su poder. Cuando el coronel Ramón Barquín y varios oficiales de carrera denunciaron la corrupción en el ejército durante el Consejo de Guerra a que eran sometidos por conspirar contra Batista en 1956, fueron burlonamente denominados «los puros», lo que ilustra claramente la actitud cínica prevaleciente en las fuerzas armadas en la Cuba de Batista.

Un ejército así es por naturaleza débil, y solamente pelea mientras los beneficios recibidos justifiquen los sacrificios. No por gusto las fuerzas armadas batistianas colapsaron cuando tuvieron que combatir en serio al Ejército Rebelde.

Fidel Castro tuvo además muy buena suerte respecto a situaciones sumamente difíciles y peligrosas, un factor que los estudiosos a veces rehúsan considerar. La «buena suerte» en sobrevivir en este contexto se refiere a una serie de eventos concretos que suceden fuera del control de los actores políticos y que tienen gran impacto en la vida política de ellos y de la sociedad.

En el caso de Fidel, un ejemplo fue la muerte en combate tanto de José Antonio Echevarría, líder del Directorio Revolucionario, como de Frank País, uno de los líderes principales del Movimiento 26 de Julio, en 1957. Ello eliminó del escenario político revolucionario a dos figuras que pudieran haber realmente competido con él por el supremo liderazgo.

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Cadáver de Frank País. (Foto: Archivo Cubadebate)

Aún más impresionante fue el hecho que, de los ochenta y dos combatientes que habían partido del puerto mexicano de Tuxpan en el Granma, a finales de 1956, menos de veinte sobrevivieron al desembarco en el suroeste de Oriente. Esa representa una tasa de sobrevivencia de menos del veinticinco por ciento, si se la compara con la tasa de sobrevivencia de las decenas de miles de tropas que participaron en la invasión de Normandía, la que varió entre el treinta y cuatro y el cincuenta por ciento en dependencia de la naturaleza de las unidades combatientes. 

Los dos períodos del Gobierno Revolucionario y las presiones desde abajo

Es pertinente notar, sin embargo, que en el caso de Cuba se manifiesta una diferencia significativa en la manera en que el gobierno se ha comportado entre el período que va de 1959 hasta el colapso del bloque soviético en el 1990, y desde esa fecha hasta ahora.

Si bien tuvo que admitir ciertas licencias durante la primera etapa, como la apertura de mercados campesinos en los ochenta, en general la ayuda material del bloque soviético compensó en gran parte los serios daños causados por el bloqueo económico norteamericano, y permitió al gobierno mantenerse firmemente en el poder sin dar muchas concesiones, presidiendo sobre una austeridad que generalmente satisfacía las necesidades más básicas de la población, y una significativa movilidad social, en parte generada por la emigración de amplios sectores de las clases medias y altas.

No obstante, desde que comenzaran las crónicas y profundas crisis económicas causadas por la desaparición de la URSS, y el subsiguiente descenso en el apoyo popular y legitimidad política del régimen, este último se ha visto obligado a una serie de concesiones, algunas de ellas importantes, como la significativa relajación de la posibilidad de emigrar para los cubanos (excepto los cientos de «regulados» políticos a los cuales no se les permite).

Por todo esto, no sorprende que mientras por una parte las crisis económicas y políticas han hecho al régimen más vulnerable a cierto tipo de presiones sociales y económicas; su relativa debilidad política lo torna decididamente represivo, como demuestran las largas condenas de prisión a cientos de cubanos acusados de participar en las protestas mayormente pacíficas del 11 de julio del 2021.

Es necesario aclarar que las estructuras políticas y sociales de Cuba distan del grado de pluralismo implícito en muchas de las nociones sobre el supuesto poder de las «presiones desde abajo», tanto en la etapa temprana de la revolución cubana como en la etapa actual. Por supuesto, eso no quiere decir que al gobierno no le importe lo que la gente piensa o quiere, o que no haga todo lo posible por manipular al pueblo para evitar no solamente explosiones populares como las del 11 de julio de 2021, sino cualquier manifestación independiente de descontento por pacífica que sea.

Es por eso, por ejemplo, que antes de que se aprobara la Constitución de 2019 por la Asamblea Nacional del Poder Popular, fueron organizadas discusiones para que la gente expresara opiniones e hiciera sugerencias sobre el texto constitucional.

Pero vale notar dos características claves de estas discusiones: las autoridades decidían sin consulta democrática de ningún tipo cuáles sugerencias serían adoptadas y cuáles rechazadas, característica típica de la cooptación burocrática desde arriba; y más que nada, los cubanos que asistían a esas reuniones no tenían la posibilidad ni el poder de coordinar sus propuestas con las de otros compatriotas que asistían a reuniones en otros lugares, y muchísimo menos podían utilizar los medios de comunicación para hacer propaganda y agitar a favor de sus propuestas u objetar otras.

Basta comparar este tipo de cooptación con el amplio debate público en periódicos, revistas y emisoras de radio, y las elecciones libres de delegados entre los muchos candidatos de todos los partidos políticos, incluyendo notablemente al Partido Comunista, antes de la Convención Constituyente de 1940, para apreciar la enorme diferencia entre los dos procesos constitucionales.  

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Entre los constituyentistas de 1940 había seis comunistas y tres mujeres entre los delegados. En la foto, Salvador García Agüero y Juan Marinello. (Foto: Trabajadores)

La Reforma Agraria: ¿radicalizada por presiones desde abajo?

Quizás porque la ley de Reforma Agraria de 1959 marcó un punto de inflexión en la radicalización de la revolución, algunos estudiosos han argumentado que fue la «presión desde abajo» la que explica el rumbo radical tomado por el gobierno revolucionario. Así lo hace un estudio conducido en 1972 por los científicos sociales Juan y Verena Martínez Alier, en los archivos del Instituto Nacional de Reforma Agraria (INRA) en el que concluyeron que cuando la clase obrera rural demandó tierra o trabajo, esta demanda creó una gran presión de clase sobre el gobierno cubano que causó su radicalización.

Es importante notar que los investigadores no reportaron nada que demostrara impaciencia, descontento o desconfianza de los campesinos respecto a las acciones y políticas del Gobierno Revolucionario, lo que generalmente sucede cuando un campesinado inquieto y demandante confronta a gobiernos moderados, cautelosos o vacilantes de tipo reformista, liberal o conservador.

En todo caso, los principales líderes cubanos ya hacía mucho que se habían radicalizado, aunque antes de la victoria, como se señaló, se mantuvieron muy discretos. Más que nada, Fidel Castro y sus colaboradores cercanos disfrutaban, sobre todo en aquellos años, de un enorme crédito político con el pueblo, y especialmente con los más desposeídos, así que por lo menos en aquel momento tenían poco de qué preocuparse, en particular cuando no existía ninguna fuerza política significativa que los pudiera rebasar, después de mayo de 1959, al proponer una política más anticapitalista que la de ellos.

Por supuesto, los líderes revolucionarios, así como la gran mayoría de los cubanos, estaban sumamente conscientes de las grandes expectativas populares respecto al logro de una mejora apreciable en su nivel de vida, lo que en realidad ya estaba ocurriendo a un grado importante en 1959 e inicios de 1960, antes que se destaparan las crisis económicas y en especial agrícolas en el país.

A la luz de esa realidad, es posible que las expectativas populares puedan apreciarse como un tipo de presión, excepto que no fue ejercida como una fuerza externa que alterara el rumbo de los líderes revolucionarios, que es el modo en que lo asumen Juan y Verena Martínez Alier en «”Tierra o trabajo”: Notas sobre el campesinado y la Reforma Agraria, 1959-1960”, en Cuba: Economía y Sociedad, París, Ruedo Ibérico, 1972, 109-208).

A la referida obra hay que añadir un trabajo reciente de Sarah Kozameh que propone igualmente que las presiones populares alteraron el rumbo de los líderes revolucionarios. («Agrarian Reform and the Radicalization of Revolutionary Cuba», Cuban Studies, #51, 2022, 28-46.) Kozameh asume que los avances de la Reforma Agraria, después de su aprobación en 1959, se debieron a presiones que los campesinos cubanos ejercieron sobre el gobierno cuando este actuaba de una manera que ella califica como «moderada» (sin que explique cuál hubiera sido entonces una actuación «radical»

Basándose en las cartas enviadas a las oficinas del INRA, Kozameh concluye que los campesinos presionaron al gobierno a conceder los beneficios prometidos cuando se aprobó la ley de reforma agraria, presionó al INRA a actuar contra los intereses de los terratenientes y, de esta manera, propulsó la radicalización de la revolución.

No hay duda de que la autora estudió archivos del INRA, pero dudo que haya leído con cuidado los periódicos y revistas de la época, que la hubieran informado acerca del radicalismo del gobierno antes y después de mayo de 1959, especialmente cuando ignora o le da poca importancia al rol del Ejército Rebelde en el proceso de Reforma Agraria. (Por cierto, fue el Ejército Rebelde el que en la Sierra convocó, en 1958, a los campesinos a organizarse y no al revés, según sostiene Kozameh).

Es claro, como afirma la autora, que los terratenientes y latifundistas trataron por todos los medios de mediatizar, sino eliminar, la reforma agraria. Pero fue el INRA, obviamente apoyado por el gobierno y el Ejército Rebelde, el que, por ejemplo, despidió a Manuel Artime, líder católico que había tratado de «moderar» la reforma agraria desde las mismas filas del INRA. Y, como señalé antes, fueron el Ejército Rebelde, los funcionarios del INRA y no los campesinos mismos, los que en la práctica diaria llevaron a cabo las «intervenciones» de tierras que establecieron los fundamentos de la revolución en el campo.   

Finalmente, la gran mayoría de quejas al INRA no pueden ser  consideradas presiones de índole política. Quejas sobre posible corrupción, decisiones erróneas y mal implementadas, ineficiencia, y lo que seguramente constituyeron numerosos errores administrativos dada la falta de experiencia de los nuevos funcionarios agrícolas; no significan de manera alguna «presiones políticas» en el sentido de lo que Kozameh reclama radicalizó a los líderes revolucionarios.

Transformaciones

En el actual edificio que ocupa el MINFAR, se encontraba el INRA.

De hecho, el primer ejemplo de protesta citado por Kozameh es acerca de un tal Juan Triana Fernández, a quien los funcionarios del INRA en Matanzas le confiscaron los bueyes indispensables para transportar sus cosechas y hasta permitieron que un rebaño de doscientas vacas pisotease sus tierras lo que incidió en que perdiera la cosecha de arroz.

Triana fue claramente víctima de una increíble incompetencia, negligencia y abuso burocrático, que hubiera requerido por lo menos el reemplazo inmediato de los funcionarios responsables. Pero eso no tiene que ver con la supuesta presión desde abajo para radicalizar la legislación agraria. Por supuesto, nada de esto quiere decir que no existieran conflictos reales entre campesinos y terratenientes.  ¿Sin embargo, cómo actuaron en esos casos los funcionarios locales del INRA y los oficiales del Ejército Rebelde? Es poco probable que hayan apoyado a los antiguos propietarios. De haber ocurrido así, cuando los campesinos escribieran al INRA para quejarse y protestar vigorosamente, eso sí sería una verdadera «presión política».  

Los motivos de estas interpretaciones

Varios estudiosos de la Revolución Cubana siguen la pauta de lo que pudiéramos denominar «la Historia desde abajo, pero al revés». Hay dos factores principales involucrados en tales procesos: primero, las usanzas académicas, que frecuentemente tienen una relación complicada y no necesariamente directa con imperativos políticos. La influencia intelectual de los enfoques relativamente nuevos «desde abajo», que en general considero muy positivos, pueden sin embargo crear presiones académicas para que los estudiosos los traten de aplicar de manera acrítica en condiciones poco propicias.

Segundo, hay también motivaciones, sobre todo políticas, cuando los estudiosos, comprensiblemente, tratamos de aplicar raseros y preferencias ideológicas a tareas académicas e intelectuales. Para los que simpatizan con el régimen cubano no es fácil demostrar, por razones obvias, que ahora, o aun en 1959, este haya estado sometido a controles populares de índole democrática desde abajo.

Entonces, como no pueden pretender que ha existido control democrático por parte de la población, tratan de mostrar que existieron presiones populares desde abajo que han tenido impacto significativo en las decisiones políticas del gobierno, tratando de crear de esa manera una visión más positiva y aparentemente más democrática, aunque irreal, del mismo.

20 junio 2022 15 comentarios 10,7K vistas
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Militarismo

Contrapunteo civilismo-militarismo: ayer y hoy

por Mario Valdés Navia 25 mayo 2022
escrito por Mario Valdés Navia

Lectores de LJC se han interesado por la ponencia que expuse en el panel «Dinámicas de radicalización política y extremismo violento en Cuba», del Congreso virtual LASA 2022 (mayo 5–8). La misma fue incluso recomendada en el programa televisivo Con Filo. Presento aquí una sinopsis del texto, resultado parcial de la investigación en curso «Contrapunteo civilismo-militarismo en la historia de Cuba».

-I-

El concepto de militarismo se asocia a la influencia del ejército en el gobierno de un Estado y la tendencia a que esas relaciones militares se entrelacen en las relaciones sociales como un todo. Para su existencia, es determinante que primen una situación real, o la amenaza, de guerra.  

En el devenir de la nación cubana, junto al militarismo asociado a los grupos hegemónicos, se desarrolló también su contraparte: un movimiento civilista que casi siempre ha representado una alternativa a las formas tradicionales de dominación despótica, a partir de su defensa de las libertades individuales.

Sostengo entonces la hipótesis de que un rasgo de larga duración en la historia de la nación cubana es el conflicto civilistas vs militaristas. La influencia del militarismo ha sido el resultado de un conjunto de circunstancias: el primigenio proceso de conquista y colonización del territorio, la administración de la colonia mediante leyes de excepción, las ideas de este tipo al interior del mambisado, la elevada influencia del ejército en la república burguesa y el establecimiento de un modelo de socialismo estatista burocrático dirigido por un grupo de poder militar que ha hegemonizado la sociedad a través de la tríada Gobierno/Partido/Estado.

En la evolución histórica de ese contrapunteo pueden definirse cinco etapas. Antecedentes: civilismo y militarismo en la Siempre Fiel Isla de Cuba (1492-1867); Orígenes: las pugnas civilistas-militaristas en la República de Cuba en Armas (1868-1898); Maduración: militarismo vs civilismo en la República Burguesa (1902-1958); Auge: El bonapartismo socialista de la Generación Histórica (1959-2010) y Crisis: Pretorianismo oligopólico vs civilismo popular (2011-…).

1. Antecedentes (1492-1867)

El proceso de conquista/colonización se efectuó sobre la base del autoritarismo y el militarismo, al ser concebido como una sola empresa bajo el arbitrio de mandos castrenses (Adelantado/Gobernador/Capitán General), a los que la Corona entregó plenos poderes, tanto civiles como militares.

Pronto aparecerían contradicciones entre el gobernador y las autoridades civiles nucleadas en los cabildos de las nacientes villas; pero la pugna encontró su expresión  principal en la larga campaña por la salvación de los indígenas que desarrollara fray Bartolomé de Las Casas, precursor de lo que luego se denominarían derechos humanos.

Convertida La Habana en capital de la Isla (1553),  se benefició con la inyección de recursos monetarios externos para financiar la construcción de fortificaciones y su guarnición: los situados de México. El desvío de gran parte de ellos hacia fortunas particulares, entronizó una práctica cotidiana en futuros grupos de poder: lucrar a expensas de financiamientos destinados al desarrollo del país.

Si bien el gobernador acaparaba toda la autoridad civil y militar, fue aquel un período de gran independencia de las autoridades civiles municipales. Dueñas del privilegio de mercedar tierras y entregar parcelas a los campesinos; autosuficientes económicamente mediante impuestos propios; y amparados por las milicias locales; los cabildos desafiaban constantemente las disposiciones de las autoridades centrales y fomentaban abiertamente el comercio de Rescate.

Para explotar directamente la Isla, la Corona y la élite burocrático/militar/comercial crearon la Real Compañía de Comercio de La Habana (1740-1757), que monopolizaba la exportación de productos del agro y la importación de bienes manufacturados. Una década después su desempeño se tornaba inviable ante el auge del contrabando y la resistencia de los productores nativos. Desde entonces, la administración colonial dejó la actividad productiva en manos privadas y se concentró en percibir cuantiosos impuestos.

Militarismo

La Revolución de Haití (1791-1801) fomentará la esclavitud de plantaciones en Cuba, al tiempo que esparcía en toda la sociedad el síndrome del miedo al negro. El interés nacional sería el de mantener en la Isla un fuerte dispositivo castrense que permitiera someter a la creciente población esclavizada.

Desde entonces, los movimientos separatistas nacieron entre las capas medias de la sociedad civil. También sus representantes moderados (Saco; Luz; Del Monte) provenían de estamentos civiles. Todos fueron acosados y castigados por las autoridades militares. Los principales adalides independentistas: el presbítero Félix Varela y el poeta José María Heredia, murieron en el exilio.

La instauración del régimen de Facultades Omnímodas (1825) estableció la  tiranía militar de los Capitanes Generales. Los derechos políticos de los cubanos fueron desconocidos, su carga tributaria multiplicada y finiquitadas las esperanzas de transformaciones liberales. La polarización de las actitudes políticas no se hizo esperar.

Dispersos los revolucionarios y blindado el despotismo, los espíritus inconformes y rebeldes piafaban ansiosos. En 1861 aparecieron por toda la Isla los templos masónicos del Gran Oriente de Cuba y las Antillas (GOCA), de donde  salieron gran parte de los líderes, jefes y oficiales de la futura República en Armas.

2. Orígenes (1868-1898)

Desde los momentos iniciales de la revolución de 1868, las medidas de Céspedes llenaron de suspicacia a los patriotas de otras regiones. El temor a sustituir la dictadura hispana por la criolla rondó tempranamente los campamentos mambises.    

En 1869, la Asamblea de Guáimaro logró concertar la unidad mediante un equilibrio de poderes entre militaristas y civilistas. No obstante, las contradicciones cívico-militares del campo revolucionario fueron in crescendo y darían al traste con el esfuerzo de una década de guerra.

Durante la Tregua Fecunda no cesaron los intentos independentistas. En 1884, Gómez y Maceo lanzan el Plan de San Pedro Sula. Aún en los preparativos, chocan con Martí al intentar limitarlo a un mero colaborador civil de su proyecto castrense. Ante tal actitud postulaba Martí:

¿Ni a qué echar abajo la tiranía ajena, para poner en su lugar, con todos los prestigios del triunfo, la propia? […]. Ni cómo contribuir yo a una tentativa de alardes despóticos, siquiera sea con un glorioso fin; tras del cual nos quedarían males de que serían responsables los que los vieron, y los encubrieron, y, con su protesta y alejamiento al menos, no trataron de hacerlos imposibles.

Para él, la mayor amenaza al logro de la república dentro del campo revolucionario radicaba en el empoderamiento desmedido de los jefes militares desde la propia guerra, embrión de futuras dictaduras castrenses. El periódico Patria, la democracia interna del PRC y la que llevaría al futuro gobierno de la República se concibieron para impedirlo.

El episodio más significativo de la pugna entre el despotismo militar tradicional y el nuevo civilismo martiano fue su divergencia con Maceo respecto a la conducción de la guerra. Para el Titán, era preciso ganarla con métodos militares y la conducción del alto mando. Tras la victoria, se constituiría la república con su vida democrática plenamente garantizada.

En Maceo eran determinantes sus experiencias de la Guerra Grande, cuando las artimañas civilistas entorpecieran acciones del ejército. En Martí pesaba mucho más la experiencia de camarillas militares entronizadas en las repúblicas latinoamericanas, que tan bien conoció.

Muerto el Apóstol, se consumó un sutil pero eficaz golpe de estado a la democracia partidista: la eliminación del carácter electivo del Delegado, cargo que sería ocupado por Tomás Estrada, nombrado por el Consejo de Gobierno su Delegado Plenipotenciario en el Exterior.

Militarismo

3. Maduración (1902-1958)

La Primera República (1902-1933) estuvo sometida al monopolio político del mambisado: hegemonía política de los caudillos provenientes de la Guerra de Independencia y sus clientelas cívico-militares, en los partidos Liberal y Conservador. Machadato, Revolución del Treinta y aplastamiento del Gobierno de los Cien Días, consolidaron el axioma de que «Se puede hacer una revolución con el Ejército, o sin el Ejército, pero no contra el Ejército».

Fulgencio Batista, nuevo amo del Ejército desde 1933, estableció un modelo bonapartista  permeado de pretorianismo (1), primero como hombre fuerte y luego como presidente (1940-1944). Los doce años de la Segunda República (1940-1952), aunque marcados por la violencia política terrorista-gansteril, preservaron el funcionamiento del sistema democrático-representativo de la Constitución del 40 y trajeron consigo un desarrollo de la sociedad civil.

Durante toda la República, los gobiernos con predominio militar (Gómez, Menocal, Machado, Laredo, Batista), mostraron rasgos comunes: alianzas con las burocracias estatal y partidistas; solución de conflictos mediante la fuerza; grandes constructores a cargo del presupuesto; fomento de vicios, juegos y producción de drogas para exportar; incremento de la deuda externa; nexos especiales con empresas extranjeras; empleo de mano de obra semiesclava de soldados y presos; y predilección por el turismo de playa y juegos.

Frente a ello, la sociedad civil disponía de cuatro instrumentos de lucha refrendados en las constituciones de 1901 y 1940: elecciones multipartidistas; libertad de expresión e imprenta (prensa libre); manifestaciones públicas y derecho a la huelga.

La práctica permanente de esos derechos dotó al país de una rica y activa sociedad civil y una cultura política que tenía al ideal de la república martiana como horizonte. De ahí que los dos gobiernos tiránicos (Machado y Batista) terminaran derrocados por revoluciones populares.

4. Auge del bonapartismo socialista (1959-2016)

La comprensión científica de la versión antillana del Socialismo Real suele hacer abstracción del militarismo bonapartista que la ha recorrido. Su esencia radica en una concepción militarista radical de la sociedad a partir de concebir la Revolución en el Poder como una república dictatorial, dirigida por un grupo de poder militar (GPM): la Generación Histórica, presentada como única forma de liderazgo capaz de dirigir exitosamente el conflicto con los EE.UU.

En función de esta concepción, los elementos del modelo de socialismo de Estado y otras influencias externas fueron reconfigurados en función de los intereses del GPM. La fusión de la tradición militarista criolla con el culto a la personalidad de matriz estalinista, propició la acumulación de poderes en el GPM y su líder carismático.

La instauración de la dictadura militar se inició el mismo 1ro. de enero de 1959, cuando el recién proclamado presidente Manuel Urrutia delegó en Fidel sus atribuciones como Comandante en Jefe (CJ) de las FFAA, reconociéndolo como un imperatore militari, garante de la unidad de la Revolución. Hacia 1961 se había consumado la implantación de un Gobierno Revolucionario Provisional (GRP), dirigido por un todopoderoso Consejo de Ministros, dotado de facultades omnímodas legislativo/ejecutivas por los Fundamentos Constitucionales de 1959.

El GRP devino sujeto principal de la Revolución y portador único de su mensaje. El pueblo debería seguirlo (incorporarse) con lealtad y agradecimiento. El concepto Revolución en el Poder actuó como apócope metamorfoseado de GPM en el Poder.

La unificación de las fuerzas revolucionarias significó no solo el sometimiento del Directorio Revolucionario 13 de Marzo y del Partido Socialista popular al liderazgo del Movimiento 26 de Julio y su Ejército Rebelde, sino una metamorfosis ideológica comunista-bolchevique impregnada de una mística militarista. La tesis de que «El Partido no hizo la Revolución, sino esta al Partido», significa en realidad que el GPM reconstruyó el PCC a su imagen y semejanza.

En el plano simbólico se asimilaron como fetiches revolucionarios el uniforme verde olivo, el ascetismo guerrillero, el traspaso de modos de actuación castrense al mundo civil, y la generalización de un discurso de guerra radical que establecía la dicotomía Revolución-Contrarrevolución como «Patria o Muerte».

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Desfile por el Día Internacional de los Trabajadores en la Plaza de la Revolución José Martí, La Habana, 1ro de mayo de 1962. (Foto: Osvaldo Salas / Fidel Soldado de las Ideas)

El estado permanente de amenaza de guerra con los Estados Unidos fue idóneo para la coyunda al pensamiento libre. La identificación entre caudillismo militarista/liderazgo carismático/autoritarismo/voluntarismo, prosperó en un contexto de pensamiento único, censura total y extensión del miedo entre opositores, disidentes y críticos, tratados todos como enemigos del pueblo y su Revolución, disidentes, confundidos, traidores y mercenarios del Imperio.

Con el pretexto de modelar al hombre nuevo se desplegó un adoctrinamiento político-ideológico sin precedentes, que movilizó al sistema nacional de educación, medios masivos y organizaciones de masas en la asimilación del mensaje del GPM plasmado en la palabra del CJ y de un pequeño grupo de dirigentes.

En el plano cultural, esta uniformidad condujo a dos fenómenos nefastos: el establecimiento de un sistema de control informativo propio de tiempo de guerra (apologético, sobrevaluador de las debilidades del enemigo y ocultador de las propias) y el enaltecer la lealtad sumisa (confiabilidad) sobre las expresiones de talento creador, crítico y exigente (enjuiciados como autosuficiencia o egoísmo burgués).

La marcha del pueblo era concebida y dirigida como un gran ejército en campaña, con una estructura piramidal y relaciones de ordeno y mando: Líder (CJ), Dirigentes (EEMM), Cuadros (oficiales) y Ciudadanos (soldados). De estos últimos se esperaba que fueran incondicionales y obedientes hasta la inmolación.

La agudización del conflicto con EE.UU., a partir de su agresividad permanente,   se volvió contenido principal del discurso en un país que vivía en perenne movilización militar. Al unísono, la lucha armada se postulaba como método idóneo para librar a los pueblos subdesarrollados del imperialismo, lo que tomó forma en la exportación de la revolución a partir de la teoría del foco guerrillero.

El frenesí militarista se extendía a la economía. Los sistemas de financiamiento presupuestario (Che) y de registro económico (Fidel), hallaron sus fundamentos, no en un idealismo comunista, sino en la economía militar de ordeno y mando, trabajo forzado y desprecio a las relaciones monetario-mercantiles.

No menos importante fue la militarización de la sociedad civil bajo pretexto de introducir formas revolucionarias de participación social. Grandes grupos poblacionales fueron organizados en estructuras castrenses (movilizaciones, frentes, campañas, batallas, brigadas, contingentes, misiones, tareas), dirigidas a cumplir sin objeciones las iniciativas de los jefes.

Los principales atributos del modelo militarista adoptado fueron:

  • FFAA y MININT como cuarto poder, por encima del Gobierno/Partido/Estado.
  • Prioridad de la «preparación para la defensa», por encima de las necesidades de la sociedad civil y la economía nacional.
  • Actitud militarista hacia los sectores civiles, en particular los jóvenes, concebidos como masa disponible para cumplir tareas asignadas por la máxima dirección.
  • Existencia de fondos de reserva centralizados y secretos a disposición del jefe, que escapan a la fiscalización estatal.
  • Consolidación de una mitología y ritualidad que hace hincapié en la heroicidad guerrera como arquetipo de actitud revolucionaria y patriótica.  
  • Militarización del arte, entendido como «arma de la Revolución».
  • Subordinación de las ciencias, en particular las socio-humanísticas, a los puntos de vista del GPM.
  • Preservación del secreto, compartimentación y tergiversación de los flujos de información, desde y hacia la Isla.

A partir del Proceso de Institucionalización (1974-1985) se extendieron nuevas formas de civismo socialista (congresos del PCC, Poder Popular, Cálculo Económico, Constitución de 1976) propias de los Estados totalitarios de matriz soviética. Aunque limitadas y parciales, representaron un repliegue de las posturas militaristas hacia la preparación masiva para la defensa y las misiones internacionalistas (1975-1991).

En la práctica, la hegemonía del GPM salió incólume de la institucionalización, solo que metamorfoseada en altos poderes civiles. Su  continuidad en las nuevas estructuras del Partido/Estado fue tal que el antiguo núcleo dirigente del GRP lo fue también del Buró Político y del Consejo de Estado. Mientras, la ANPP —máxima institución republicana— quedó solo para aprobar lo que le presentara el Ejecutivo,  sin exigir cuenta de sus tareas y funciones.

Sin embargo, el Proceso de Rectificación de errores y tendencias negativas (1985-1990) representó un nuevo reforzamiento de los componentes militaristas, con la reestructuración de las FFAA y la creación de la Unión de Industria Militar. El Período Especial (1990) obligó a abrir una nueva etapa descentralizadora para estimular el desarrollo de las fuerzas productivas; pero el gobierno de Chávez en Venezuela (1999), creó una interrelación y alianza entre los grupos de poder militar de ambos países que provocó una nueva oleada centralizadora.

Militarismo

(Foto: Sitio Fidel Soldado de las ideas)

Por su significado para el conflicto militarismo-civilismo, 1995 marcó un hito, al ser promovida a importantes cargos, una generación de jóvenes dirigentes nucleados por Fidel en su Grupo de Apoyo. Los encabezaba Carlos Lage, quien actuaría como primer ministro de facto por catorce años. Al unísono, se organizaba el Grupo de Administración Empresarial S.A. (GAESA), dirigido por el brigadier Luis Alberto Rodríguez López-Callejas, yerno de Raúl Castro, que controlaría grandes empresas en diferentes sectores.

En 2006, las contradicciones entre ambos grupos de poder se resolvieron abruptamente con la separación de sus cargos de los dirigentes civiles —acusados de «actitud indigna hacia Fidel» y «ambiciones de poder»— y el ascenso de militares a puestos claves. A partir de entonces, GAESA inició un acelerado proceso de expansión mediante la asimilación, por decreto, de sus competidores (Cubalse, ETECSA, Habaguanex…) y el acaparamiento de los principales sectores ligados a la obtención de divisas (remesas/turismo/comercio exterior e interior).

5. Crisis: Pretorianismo oligopólico vs civilismo popular (2011-actualidad)

La ausencia del liderazgo carismático de Fidel debido a su enfermedad y fallecimiento (2006-2017), la crisis de credibilidad de las instituciones civiles estatales, la renuencia a promover una verdadera economía mixta y perder los monopolios estatales, el fracaso de la reanudación de relaciones con los EE.UU. (que pareció despegar entre 2014-2017) y el colapso de producciones tradicionales por la prioridad otorgada a los negocios de GAESA, han determinado el camino errático del proceso de Actualización del modelo económico y social (2011).  

Tales factores, unidos al arreciamiento del bloqueo durante la era Trump, contribuyen a acentuar la crisis estructural del modelo de gobernanza estatizado/burocrático/militarista y a la disgregación de unidad en torno al liderazgo del Gobierno/Partido/Estado. El fracaso de las limitadas reformas, extensión del sector no estatal, aparición de un ecosistema digital crítico y formas de resistencia cívica en sectores artísticos y juveniles; provocan un incremento de la participación activa de nuevos actores de la sociedad civil, que sale de su modorra de décadas y da muestras diversas de sus ansias de cambio.

Como respuesta, el viejo modelo de bonapartismo socialista ha entrado en un período de tránsito hacia un pretorianismo socialista cada vez más represivo, al servicio del sector del GPM que hoy hegemoniza el país, nucleado en torno al holding GAESA, en detrimento de los intereses genuinos del pueblo y la nación cubana.

Como antes en la historia, solo el crecimiento de la actividad política de la sociedad civil independiente y la formación cívica del pueblo, abrirán camino a la superación de los excesos militaristas y al consiguiente empoderamiento ciudadano que exige el futuro nacional. 

***

(1) Bonapartismo: gobiernos autoritarios, casi siempre de origen militar, que aplican políticas populistas y muchas veces son respaldados por la mayoría en las urnas. Pretorianismo: modelo social donde las fuerzas armadas son utilizadas en funciones de represión interna, sin relación alguna con acciones de guerra en defensa del territorio nacional.

25 mayo 2022 13 comentarios 3,6K vistas
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Socialistas

¿Socialistas?

por José Manuel González Rubines 25 abril 2022
escrito por José Manuel González Rubines

Las colas y el transporte público son auténticas piscinas de inmersión sociológica: hay pocos espacios más propicios para saber qué piensa la gente. Hace algunos días recorría una populosa ruta habanera en un pisicorre abarrotado. Como de costumbre, motivados por cualquier escena vista al pasar, se empezó a hablar del tema que siempre está en el tintero de casi toda conversación entre cubanos: «la cosa».

Tras enumerar algunas de las cuentas de su rosario de desdichas cotidianas, una señora afirmó con desconsuelo que «en los tiempos de Fidel esto no sucedía». «Él tenía muchos defectos y aquí siempre se ha pasado trabajo, pero vivíamos con la certeza de que no nos iba a dejar solos», dijo.

Inmediatamente recordé la exposición de la doctora Ana Teresa Badía en la reunión de los periodistas con el presidente hace algunos meses. Según la académica, entre los términos más repetidos en las opiniones obtenidas de la población estaba «huérfanos sin Fidel».

«¿Qué usted dice, señora? Este país solo estuvo bien en el tiempo de los americanos. Este carro y todo lo que se construyó es de esa etapa, después lo único que se ha hecho es destruir», le respondió el muchacho sentado a mi lado. Finalmente, como para cerrar el debate con todo el pesimismo posible, el grupo de cinco personas congregadas allí por el azar, concluyó que la mejor solución era, sencillamente, irse de Cuba.

De lo dicho, dos elementos me parecieron ilustrativos en tanto representan líneas de pensamiento más o menos populares: uno reza que todo tiempo pasado fue mejor; el otro, que quien quiera vivir con algo de comodidad debe emigrar.

Socialistas

Una señora afirmó con desconsuelo que «en los tiempos de Fidel esto no sucedía». (Foto: Cristóbal Herrera / AP)

La romantización del pasado es un fenómeno perfectamente comprensible cuando la vida se desarrolla en medio de crisis permanentes tan profundas y abarcadoras como las nuestras. La memoria selecciona lo positivo y tiende a ignorar lo negativo. Es por ello que las estampas de la República que más calan no son las que constantemente machaca la enseñanza oficial, sino las del desarrollo y el glamour de los cincuenta. Aquella época no fue, ni tan oscura como nos han contado, ni tan luminosa como se ve en las postales.

Por otro lado, también se entiende la nostalgia de lo que podría llamarse «tiempos de Fidel». Según las encuestas anuales del Centro Levada, alrededor del 50% de los rusos lamenta el colapso de la Unión Soviética. De aquellos días, ellos y nosotros extrañamos, entre otras cosas, la extensión de los servicios sociales y la sensación de igualdad —muchas veces en medio de cierta precariedad—, que imperaba en ambas sociedades y que fungían como ejes rectores de lo que se llamó «socialismo».

«¿Por qué habla en pasado al referirse a Cuba?», pensará el lector que ha tenido la paciencia de llegar hasta este punto. Porque afirmar que se es «continuidad» no significa que lo seamos realmente. Basta un análisis somero para descubrir cómo —sin demasiado ruido—, se han desmontado las bases de lo que fuera el proyecto de la Revolución y sobre las cuales se asentara durante décadas el pacto social en torno al que se generó un evidente consenso. Es, parafraseando a Carpentier con Chomsky, la consagración de la estrategia de la gradualidad.

¿Puede llamarse socialista a la implementación de tiendas en monedas extranjeras —solo accesibles en el mercado negro a precios de escándalo, o de manos de aquellos a quienes en los ochenta «no queríamos, no necesitábamos»— a las que debemos recurrir para comprar desde materiales de construcción hasta alimentos y objetos de aseo? No porque sean cotidianos, dejan de ser ofensivos esos establecimientos, que nacieron para supuestamente proveer a un mercado en CUP que nunca ha vuelto a estar abastecido.

¿Es socialismo que los jefes de cadenas de tiendas y otras entidades comercializadoras tengan la facultad, en medio del proceso inflacionario que sufrimos, de aprobar precios minoristas en pesos cubanos (CUP)?

¿Puede decirse que es socialismo cuando la estructura de las inversiones de enero a septiembre de 2021 —últimas publicadas por la ONEI— muestra cómo se gastó el 42.3% del dinero público en construir hoteles que permanecen vacíos y a los cuales no tenemos acceso la mayoría de los cubanos, mientras que a la agricultura, ganadería, caza y silvicultura solo se destinó el 3.3%; a la construcción, el 2.0%; a educación, el 0.5%; y a salud pública y asistencia social, el 1.0%? Valga aclarar para los distraídos, que en el arbitraje del destino de esas inversiones nada tiene que ver el bloqueo de Estados Unidos.

¿Es socialismo que el conglomerado de empresas militares que desarrolla los servicios empresariales, actividades inmobiliarias y de alquiler a los que se dedica ese 42.3% de nuestras inversiones —13 308,4 millones de pesos que no nos sobran—, no rinda cuenta de su gestión ante órgano estatal alguno? La oscuridad es el sitio donde mora la corrupción. De ahí nacerán los oligarcas que campearán felices en la Cuba futura, cuando el proceso de desmontaje se haya completado.

¿Es socialismo que 127 ciudadanos hayan sido condenados a un total de 1916 años, algunos por actos de vandalismo, pero otros solo por manifestarse en las calles o grabar con su celular lo que sucedía? ¿Es socialismo el que personas sean expulsadas de sus trabajos por formular críticas contra la gestión de un gobierno incapaz de encontrar salida a la crisis?

Socialismo sería si, como hizo Vietnam, se implementaran recursos efectivos para el desarrollo y se dejara de culpar a Estados Unidos por un bloqueo tan nocivo como salvador. Gobierno del pueblo, de los humildes y para los humildes, solo existiría si se pudiera sacar de sus puestos a los servidores públicos ineptos e incapaces de cumplir con el cometido para el cual ocupan cargos. En una República, como expresa la Constitución que es la nuestra, el soberano debiera ser el pueblo, no el gobierno.

Socialistas

¿Es socialismo que 127 ciudadanos hayan sido condenados a un total de 1916 años por los sucesos del 11J?  (Foto: Eliana Aponte / AP)

¿Por qué mucha gente extraña los tiempos lejanos de la República o los de Fidel? ¿Por qué otros ven en la emigración el único camino para cumplir sus legítimas expectativas? Porque de entre las muchas cosas que nos faltan, carecemos de una estrategia que nos saque del lodazal en el que hace años nos ahogamos y de un liderazgo que busque la conciliación y el diálogo, en lugar de la falsa unanimidad y el enfrentamiento.

Un texto publicado en Granma días atrás aseguraba, después de una cacofónica lista de asuntos pendientes ancestrales, que la «hora de los mameyes» había llegado, que era tiempo de hacer más y decir menos.

¿Cuánto hay que esperar para que nuestra economía se desarrolle de un modo sostenible que no implique depender de gobiernos amigos —que pueden desaparecer en la próxima elección— o del humor del ocupante de turno del Despacho Oval? ¿Es real la soberanía de la que tanto se habla, si para lograr cualquier objetivo debemos estar pendientes de lo que otras naciones decidan?

¿Seremos de verdad socialistas? ¿Seremos realmente soberanos? ¿Cuándo le tocará a este pueblo dejar de resistir para empezar a vivir?

25 abril 2022 53 comentarios 3,9K vistas
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Espíritu de la Revolución

El espíritu de la Revolución

por Ivette García González 18 enero 2022
escrito por Ivette García González

La tristeza y la desesperanza que inundaron muchos hogares cubanos en este tránsito de año, me hizo meditar sobre el espíritu de la Revolución, aquellas ideas claves que inspiraron y movilizaron a amplios sectores de la sociedad contra una dictadura y por un nuevo proyecto de país.

Han pasado sesenta y tres años desde aquel triunfo de enero. El país ha vivido restructuraciones, rectificaciones, reformas, procesos constitucionales y ordenamientos. El pueblo ha resistido por la Revolución que el gobierno dice representar, aunque hace más de treinta años no ve progreso ni esperanzas; simplemente sobrevive y resiste.   

Todo indica que estamos en un callejón sin salida. Volver al origen puede ofrecer algunas luces para verificar cuánto nos apartamos de aquellos ideales.

-I-

Entre 1953 y 1958 se esbozaron y articularon ideas clave que configuraron el espíritu de la Revolución y permitieron articular la unidad. Estas se encuentran en cinco documentos: La historia me absolverá, la Carta de México, el Manifiesto de la Sierra, el Manifiesto del Movimiento 26 de julio al Pueblo y el Pacto de Caracas, que permitió conformar el Frente Cívico Revolucionario con las principales y diversas fuerzas políticas opositoras.[1]

El primero de ellos —título con el que trascendió el alegato de autodefensa de Fidel en el juicio por los asaltos armados en Santiago de Cuba y Bayamo—, sentó las bases, por la denuncia, el diagnóstico y la integralidad de su visión del cambio.

Espíritu de la Revolución (2)

Fidel Castro cuando fue arrestado en julio de 1953, luego del ataque al cuartel Moncada.

Tales denuncia y diagnóstico contemplaron: la ilegitimidad del gobierno y el pisoteo sistemático de la Constitución; la existencia de «un poder único que ha usurpado y reunido en uno solo los (….) de la nación», en lugar de la separación del legislativo, ejecutivo y judicial,  de modo «que se equilibren y contrapesen unos a otros».

También la represión, falta de libertades públicas, primacía de los militares sobre el derecho, violaciones del debido proceso —aislamiento, obstáculos para asistencia letrada y violaciones de la privacidad abogado-cliente—; juicios cerrados, con poca prensa y fuertemente custodiados por fuerzas militares; lo absurdo de mantener en prisión a intelectuales y las torturas para obtener declaraciones falsas. Igualmente, la desigualdad y pobreza existentes frente a inversiones para favorecer intereses de sectores acomodados y conservadores.  

-II-

La visión del cambio se puede resumir en cuatro pilares expuestos en el primero y ratificados en los otros documentos:

1.- Democracia y preservación de la tradición republicana y civilista de Cuba con apego a la Constitución y las leyes. Garantía absoluta de todos los derechos y libertades públicas consagradas en la Constitución; derecho de rebelión o resistencia al orden existente amparado en la soberanía popular, sin el cual «no puede concebirse la existencia de una colectividad democrática», apego de las instituciones armadas a la Constitución y al pueblo y «el propósito de apartar al Ejército de la política».

2.- Primacía de la soberanía popular, la integridad nacional y el rechazo a toda injerencia de otras naciones en los asuntos internos. Devolver a Cuba el «honor y la integridad nacional», «la paz ansiada y el encauzamiento democrático que conduzcan a nuestro pueblo al desarrollo de su libertad, (…) riqueza y (…) progreso».

3.- El sujeto y destinatario de la Revolución es el pueblo: «la gran masa irredenta (…) que anhela una patria mejor y más digna y más justa», los desempleados, obreros del campo e industriales, agricultores pequeños, maestros y profesores, pequeños comerciantes, profesionales jóvenes «que salen de las aulas con sus títulos deseosos de lucha y llenos de esperanza para encontrarse en un callejón sin salida».

4.- Resolver los problemas socioeconómicos fundamentales —tierra, industrialización, vivienda, desempleo, educación y salud—, lograr una «política financiera sana que resguarde nuestra moneda» y eliminar la injusticia, la pobreza y las desigualdades en pos del mejoramiento humano y el progreso.

-III-

¿Cuál es la realidad actual en Cuba? Señalo algunos elementos que evidencian su disonancia con el espíritu de la Revolución.

1.- Tenemos un poder único constitucionalmente, carecemos de mínimos democráticos y contamos con un partido político que está, incluso, por encima de la Constitución. Las instituciones armadas están imbricadas en la política y los poderes públicos, tienen impunidad, invaden la vida ciudadana y concentran el poder económico ensamblado en el poder político.

La Constitución está más en función de defender al Estado y la autoridad del Partido, que a ponerle límites a este y proteger los derechos ciudadanos. En texto reciente, el jurista Eloy Viera Cañive concluyó que el cubano es ante todo un modelo «autocrático en el que la falta de libertades, de toda índole, constituye (…) la base de todo».

Las denuncias de Fidel relativas a violaciones del debido proceso judicial en aquella época, son tímidas comparadas con las de hoy. En redes sociales y medios alternativos pululan denuncias sobre violaciones en tal sentido, celdas de castigo, persecución y hostigamiento a familiares, encarcelamiento de cientos de personas, incluidos menores de edad.

2.- La soberanía popular fue usurpada por una nueva clase, que no rinde cuentas al pueblo y usa la defensa nacional frente a los EE.UU. para asegurarse consenso y justificar vacíos democráticos. El gobierno ha sido eficiente en el control social mediante instituciones armadas y organizaciones sociales y de masas. En consecuencia, no se tolera ningún tipo de disenso o resistencia.

3.- Las medidas implementadas con el triunfo lograron resultados beneficiosos para las mayorías durante las primeras décadas. Invito a repasar los problemas fundamentales de la nación hoy, sus puntos de contacto con los de entonces y a reflexionar cómo resolverlos sin un nuevo proyecto de país. A mediados del 2019, por ejemplo, el economista Omar Everleny examinó el crecimiento de la pobreza y la desigualdad en Cuba. En esa fecha el Coeficiente Gini había ascendido a más del 0.40, lo que evidencia una sociedad muy desigual.

4.- El pueblo de hoy no es el mismo de hace sesenta y ocho años, pero siguiendo la lógica de su definición entonces, al presente tampoco serían los «sectores acomodados y conservadores», sino «la gran masa irredenta», los desempleados, profesionales frustrados, estudiantes, obreros, que vienen protagonizando protestas hace tiempo. Desde octubre de 2020 estas han crecido exponencialmente. Más del 68% por temas de carácter cívico y político, con tendencia a ser individuales o de pocos implicados por la ola de terror impuesta en el país. En diciembre pasado fueron el doble respecto a ese mes del año anterior, sobre todo a causa de la injusticia que se comete contra los manifestantes del 11-J.

Los listados de la Comisión Justicia 11-J, Prissioner Defenders muestran datos alarmantes. El Informe más reciente de esta última —que contiene testimonios de encarcelados—, reconoce 842 prisioneros políticos en diferentes categorías. Además, otros 11.000 jóvenes civiles no pertenecientes a organizaciones opositoras, la mayoría convictos, y más de 2.000 con penas de dos años y  diez meses de cárcel por «conductas pre-delictivas».

Cuando menos, sobresaltan las condenas de 1953 [2] por asaltos armados comparadas con las de hoy. Las numerosas y arbitrarias sanciones por las protestas de julio del año pasado y el incremento de la represión, caen como cubos de hielo sobre el espíritu de la Revolución. ¿Se le puede invocar cuando el país se hunde económicamente, miles emigran a cualquier parte, otros van presos y los que mejor salen pierden el trabajo y reciben por respuesta la muerte civil en su país?

La represión y el incremento de destierros y exilios no frenarán indefinidamente la protesta, expandirán el disenso y radicalizarán posiciones. Porque, como ocurrió en los cincuenta del pasado siglo y bien expresó el mexicano Ricardo Flores Magón: «No son los rebeldes los que crean los problemas del mundo, son los problemas del mundo los que crean a los rebeldes».

El espíritu de la Revolución puede ayudar a refundar la esperanza. Necesitamos un nuevo proyecto de país donde la soberanía popular y nacional, la democracia, la justicia social, el progreso, la tradición republicana y civilista con apego al Estado de derecho sean una realidad. Vuelvo a aquel alegato cívico de 1953: «Cuba debería ser baluarte de libertad y no eslabón vergonzoso de despotismo».

Para contactar a la autora: ivettegarciagonzalez@gmail.com

***

[1] Excepto el Partido Socialista Popular (comunista) que apoyó luego la lucha sumándose a la unidad.

[2] Los 32 juzgados recibieron condenas de entre 7 meses y 15 años que fue la máxima impuesta a Fidel. Los de 3 años y más solo cumplieron 22 meses. En mayo de 1955 todos los asaltantes fueron amnistiados por el dictador Fulgencio Batista  en virtud de la presión popular encabezada por amigos, familiares y sobre todo, las madres. 

18 enero 2022 41 comentarios 5,1K vistas
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