Siempre he creído que un ensayo es un manojo de ideas nuevas que el autor pretende comunicar al lector de manera más o menos literaria. Si lo logra, su lectura provoca un deslumbramiento inolvidable. Por eso no creo útil estar releyéndolos como si fueran cuentos por mucho que me hayan gustado. Mas, tengo dos excepciones: “Nuestra América” (José Martí, 1891) e “In medias res publica” (Desiderio Navarro, 2000). El primero porque encierra la quintaesencia del pensamiento martiano; el segundo por ser un desafío permanente a los intelectuales cubanos. Vale la pena glosarlo en vísperas de sus veinte años.
Según Desiderio, su interés al escribirlo era “contribuir a la comprensión del papel de la intelectualidad artística en la esfera pública en la Cuba revolucionaria”. Fue su aporte al evento El rol del intelectual en la esfera pública convocado por la Fundación Príncipe Claus de Holanda, en Beirut, Líbano, entre el 24 y 25 de febrero del año 2000. Su primera oración me aturde como un mazazo: “En medio de la cosa pública: es ahí donde están llamados los intelectuales a desempeñar su papel en cada país”.
El ensayo comienza replanteando varias de las preguntas cardinales que quedaron pendientes en aquella famosa entrevista grupal de Fidel con la vanguardia artística y literaria de 1961 y que hoy permanecen en un limbo interpretativo:
- ¿Qué fenómenos y procesos de la realidad cultural y social cubana forman parte de la Revolución y cuáles no?
- ¿Cómo distinguir qué obra o comportamiento cultural actúa contra la Revolución, qué a favor y qué simplemente no la afecta?
- ¿Qué crítica social es revolucionaria y cuál es contrarrevolucionaria?
- ¿Quién, cómo y según qué criterios decide cuál es la respuesta correcta a esas preguntas?
- ¿No ir contra la Revolución implica silenciar los males sociales que sobreviven del pasado prerrevolucionario o los que nacen de las decisiones políticas erróneas y los problemas no resueltos del presente y el pasado revolucionarios?
- ¿Ir a favor de la Revolución no implica revelar, criticar y combatir públicamente esos males y errores?
A seguidas, Navarro nos retrotrae a la segunda mitad de los sesenta cuando aún Fernández Retamar proclamaba con sano orgullo, a nombre de la intelectualidad revolucionaria:
“Con medidas incorrectas hemos topado, y ellas plantean, por lo pronto, un problema de conciencia a un intelectual revolucionario, que no lo será de veras cuando aplauda, a sabiendas de que lo es, un error de su revolución, sino cuando haga ver que se trata de un error. Su adhesión, si de veras quiere ser útil, no puede ser sino una adhesión crítica, puesto que la crítica es “el ejercicio del criterio” (…) de alguna manera, por humilde que sea, contribuimos a modificar ese proceso [la revolución]. De alguna manera somos la revolución.”
El análisis penetra entonces en el dramático año 1968 y sus antípodas. Su apertura con el Congreso Cultural de La Habana, verdadera luna de miel con los intelectuales del mundo y de Europa en particular, precisamente por intervenir en la esfera pública con protestas y combativas movilizaciones en favor de causas como las de Cuba y Viet Nam. Luego vendría el divorcio abrupto, lleno de ataques y recriminaciones a esos mismos intelectuales por sus críticas al Gobierno Revolucionario tras el Caso Padilla y el apoyo a la invasión soviética a Checoslovaquia.
El autor nos presenta sucintamente los momentos de apertura y cierre de las válvulas de la crítica revolucionaria, pero su tarea no se limita a lo histórico, es mucho más ambiciosa: desentrañar “no las medidas administrativas, sino el discurso que las legitima y, en general, la ideología y las prácticas culturales movilizadas contra la actitud crítica del intelectual, el carácter público de su intervención y hasta contra la propia figura del intelectual en general.”
Al hacerlo, Desiderio hará desfilar ante nosotros los pretextos de los censores de siempre y sus argumentos más socorridos: la Razón de Estado y el Síndrome del Misterio. Para combatirlos acepta la ayuda de grandes campeones (Retamar, Che, Haydeé, Alfredo, Engels, Mañach, Brecht, Bourdieu…), quienes entran al texto y parecen quedarse por ahí, como rumiando otras ideas que hubieran querido decir.
En particular, me encanta cuando hurga en “El socialismo y el hombre en Cuba” y saca a la luz esta tesis guevariana ignorada olímpicamente por nuestros burócratas y sus acólitos: “No debemos crear asalariados dóciles al pensamiento oficial ni ‘becarios’ que vivan al amparo del presupuesto, ejerciendo una libertad entre comillas”. Aún más grata me resulta su mención a la obra crítica de los artistas plásticos de los años 80.
Es que para mí, graduado de una universidad pedagógica de provincia, que tuviera la dicha de cursar la inolvidable Facultad de Superación de la UH en 1987 y 1989, aquella zambullida en un arte contestatario dentro de la Revolución formó parte indisoluble de mi educación postgraduada. Por eso coincido con la cita de Gerardo Mosquera que Desiderio comparte: “Las artes plásticas (…) constituyen ahora la tribuna más osada. Su crítica social analiza males muy reales en busca de la rectificación”. Y menciona algunos de esos males: “burocracia, oportunismo, autoritarismo, rectificación pero no mucha, pancismo, centralismo antidemocrático…”
Valga esta nueva visita al texto de Navarro como una invitación al lector para releerlo a la luz de los nuevos tiempos, donde tanto tiene todavía por hacer. No obstante, creo que somos muchos los trabajadores intelectuales que podemos decirle hoy, en el segundo aniversario de su deceso:
“Maestro, aquí estamos, como Ud. nos exigió: ejerciendo la crítica revolucionaria, en medio de la cosa pública”.
5 comentarios
La crítica revolucionaria no existe. Existe la crítica. Pues lo que debe importar no es quien lo dice sino lo que se dice. Esa separación de crítica en revolucionaria o no, es lo que le permite a quien esté en la posición de poder en un momento dado, definir a su antojo que, quién, cómo y cuándo se puede criticar o no. ¿El resultado? Fronteras difusas y cambiantes, y miedo generalizado a cruzar esos límites.
¿Cómo se evita matar la crítica? Permitiendo una verdadera libertad de expresión, con garantias legales para todos los puntos de vista, vengan de donde vengan. De otra forma, al final, nadie tiene libertad de expresión.
De acuerdo con usted Armando. Cuando se añade la palabra “revolucionaria” ahí se limita la critica.
Mario, gracias por su texto. En 2016 pude conversar vía telefónica con Desiderio. Su ensayo ha sido una referencia principal en mi formación académica.
El trabajo de Desiderio en Criterios es patrimonio de la Nación.
Buen comentario, lo comparto en https://www.facebook.com/CubanuestralaprimeradeEscandinavia/
Referencia Constructiva para muchos Periodistas!!!.Gracias!!!!
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