El joven Marx fue un liberal. Lo mostraba al enfrentar el estado prusiano. Las publicaciones renanas eran ese escenario de batallas. El punto estaba claro: se bombardean con ideas críticas a las prácticas políticas, así como a la ideología que respaldaba a estas. La apuesta era tomar el cuarto poder.
Esta concepción no duró mucho en la cabeza de aquel Prometeo que iba y venía entre Feuerbach y Hegel. De la crítica, según Marx, no nacía la revolución. En consecuencia, el distanciamiento con los hermanos Bauer -y otros tantos jóvenes inquietos- llegó.
Sucede que las relaciones en la sociedad se dan todas a la par, pero muchos enfoques y prácticas se empeñan en separarlas y solo quedarse con una de ellas, e intentar incidir sobre esta sin importar las demás.
En pocas palabras, Marx supo que lo que hacía, era tratar de entender un movimiento social haciendo ontología del pensamiento y la subjetividad sociales. Y ese no podía ser el camino.
El desarrollo de una conciencia teórica dialéctica materialista, llevaba a la ruptura con aquella forma de enfrentar dicho cambio social a partir de mover los estados de opinión, como si fueran independientes del resto de las dimensiones de la vida humana.
La opinión, como subjetividad, debe ser vista en relación con cómo se inserta el hombre en la producción del mundo y de sí mismo, a la par de la reproducción de sus necesidades (del estómago y de la fantasía). Criterio consecuente, con la tercera tesis sobre Feuerbach, y con la superación de la enajenación teórica.
Dibujo: Chad Crowe
Dado la lógica de este Marx ya “maduro”, de que las subjetividades no se dan aisladas, sino con ajuste a las mencionadas necesidades, el destino del mensaje transmitido a una persona, no depende solamente de quién y cuánto lo trasmite. Dependerá también, de la capacidad y la necesidad del receptor de asumirlo. Por eso, se puede bombardear a alguien con una idea a través de la prensa, que lo asimilará en dependencia de una serie de factores. Tal y como afirman muchos desde la teoría de la comunicación, el receptor no está determinado por el emisor, este último, tiene la palabra final en el proceso.
Todo ello me hace pensar en Cuba y el actual clima mediático-oficial alrededor del 24F. Los medios oficiales, saturan de la entusiasta postura en pro del Sí, en un polarizado esquema de a favor o en contra de la Revolución. La postura del No, carece de espacio en los mensajes que se dan desde la propiedad socialista sobre los medios de producción. Ni siquiera cabe la posibilidad de la duda, todo es un rotundo Sí.
Sé que no tiene sentido difundir en un espacio oficial lo contrario a lo que es interés de este, pero siendo consecuentes con ese pensamiento del Marx maduro, el efecto del pronunciamiento por el Sí o el No, no cambiará mucho la cultura política cubana respecto a la votación, cuando más, será un catalizador de los estados de opinión y procesos de identificación política que anteceden al debate constitucional.
Los spots televisivos por el Sí, en muchos casos, carecen de la adecuación a códigos estéticos atractivos, y hay otros, que suenan a discurso vacío y repetido frente a una cámara. Sabemos, que tal publicidad no moverá mucho votos, que la mayoría de los Sí, vienen de la mentalidad unitaria arraigada a nuestra cultura política reciente.
¿Y la campaña por el No entonces? Negarle escena a esta, como representante de una postura validada por el derecho a elegir el voto, no es silenciarla, porque el no darle oportunidad no desaparecerá ese No correspondiente al sentir de algunos cubanos.
No sé si es que se tiene miedo a dejar visible el mensaje contrario al oficial para que no ejerza influencia sobre las subjetividades, o si se evita a sabiendas de que existen condiciones de peso para que ese mensaje encuentre y estimule a muchos receptores con las condiciones para asimilarlo. ¿Será esa práctica producto de una visión liberal de la realidad, o una conscientemente marxista?
11 comentarios
Los comentarios están cerrados.
Agregar comentario