Enrique Colina y los críticos del hortelano

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La muerte de Enrique Colina es un golpe para el cine y la crítica cubana. Pocas veces se ha visto en la televisión nacional forma tan eficiente y amena de diseccionar una película, con la objetividad a que el oficio obliga, ni la motivación a consumir cine de quienes seguían su programa. Salvo excepciones, quizás profesionales así estén extintos porque la relatividad del arte existe en su misma esencia y de ahí se agarran la mediocridad y la corrupción para hacer de las suyas, alegando que no hay arte malo, sólo arte, de modo que ponderar esta u otra obra depende de la subjetividad del individuo.

Si fuera así, todos los críticos podrían tomarse la vida sabática o probar suerte en otros campos más útiles: la cienciología, las artes adivinatorias, el estudio de la hidrología del Sahara. Por suerte no es así, ya que el arte, como sistema al fin, puede ser sistematizado, de ahí que existan academias, teorías y movimientos, y que la calidad o trascendencia de una obra sean palpables. Por eso la crítica es un elemento esencial en el desarrollo y consumo del arte, y Enrique Colina fue uno de sus mejores representantes.

Del mismo modo que la competencia -leal y justa- impulsa las economías, estableciendo puntos de referencias y saltos de calidad, la crítica logra asentar un precedente de calidad tanto estético como discursivo. Pero en los medios estatales cubanos, la crítica se ha tomado tan a pecho lo relativo del arte que incluso el mismo Marcelito Duchamp, al que le importaban nada el talento y la formación, hace muecas de asco. 

Esta relatividad a la hora de ejercer la crítica en Cuba se traduce en el ejercicio de validación de cualquier obra y de la legitimación mediática de los artistas atendiendo a afiliaciones institucionales, preferencias políticas o contactos -entiéndase palancas- que tengan. Nada tiene que ver con hacer disecciones estéticas serias, ni con orientar al público hacia el consumo de lo mejor de cada manifestación.

Esta crítica nacional es extremadamente inclusiva y es incapaz de evaluar con objetividad ya que está sujeta al presupuesto ideológico de defender lo propio, tomando en cuenta como tal a todo lo que surja de artistas inscritos en instituciones estatales, o sea, hacer una crítica objetiva, donde algunos salgan mal parados, sería devorar a los hijos al modo de Saturno. Por eso la prensa plana rebosa en elegías, panegíricos y alabanzas o lo contrario, en muchos casos se limitan a reseñar las obras.

La crítica se mueve entre la brevedad pobre de juicio, y un barroquismo técnico que deja afuera al público, como si el objetivo para el crítico fuera demostrar su dominio del tema, volviéndose endógena. O sea, estas críticas ultra especializadas sólo son material para los críticos mismos, ya que a veces ni los propios artistas alcanzan a entenderla. ¿Es su objetivo dejarnos a todos fuera? Enrique Colina no hacía así.

En cualquier caso, nos quedamos fuera, nos interesa un comino la mayoría de estas opiniones sosas o muy edulcoradas y seguimos forrajeando por aquí y por allá, como recolectores paleolíticos, un poco de “buen arte”. Por ejemplo, una noche en el teatro -y aquí hay mucho teatro- se vuelve incluso emocionante cuando, frotándonos las manos, preguntamos “qué me tocará, qué me tocará”.

Luego toca una obra que se aleja de nuestro gusto y ya lo emocionante se vuelve frustración, porque ir al teatro es de hecho un juego a la ruleta rusa, es apostar por todo lo alto- aunque las apuestas sean ilegales-. Sucede porque para los medios todas las obras son loables; las escenografías, impecables; y el argumento, inolvidable. Aquí yace el fenómeno de lo endógeno: al crítico mediocre de teatro le parece que una obra de teatro que hable de teatro es sumamente interesante –la repetición viene al caso-.

El cine también sufre del “trabajo” de la crítica, porque a pesar de que las muchísimas salas se mantienen vacías casi todo el año, si por arte de utopía el público se decidiera a asistir regularmente, no tendría otra orientación cinematográfica que la que reciben de uno o dos programas televisivos -estas son las excepciones-, a saber, La Séptima Puerta, Cuadro a Cuadro, Historia del Cine y las de otras latitudes llegadas en el El Paquete, o Netflix, que aunque a veces puedan ser críticas plausibles, toman de base a otro público y otras realidades.

Pero el problema no es sólo la ausencia de una crítica seria y objetiva así, por complacencia estatal, sino la existencia de la otra, la de los Carteles, las piñas y las mafias blancas, el intercambio de influencias y el contrabando de alabanzas. La televisión y la radio, por su inmediatez y masividad, quizás sean los medios más propensos a este fenómeno. El espacio que tuvo Enrique Colina en nuestra televisión fue la excepción, no la norma.

Aclaro que la cartelización de la crítica no es un problema sólo de Cuba, pero lo normal sería que hubiera, además de estos comerciantes de la opinión, un núcleo duro, consistente e imparcial como referencia, y aquí este núcleo, si existe, es invisible. Estará sentado en las academias, o criticando desde medios artísticos online, alternativos, desapercibidos para la mayor parte del público que sigue teniendo en la prensa plana, la radio y la televisión su pan de cada día.

Lo curioso es que el arte mismo ha superado a la crítica en su primaria función de criticar. Abel Prieto, ex Ministro de Cultura, dijo que “hacer crítica al sistema desde el arte era un acto revolucionario” y el arte, quizás la actividad creativa humana más perseguida de todos los tiempos, ha logrado en la Cuba actual un cambio de rumbo para empezar a ocupar su papel cuestionador y crítico de la sociedad, la política, el humano en sí. Entonces, ¿por qué la mismísima crítica de arte obvia descaradamente su principal objetivo? Hacen falta más críticos como Enrique Colina, que no temía a cumplir su parte.

Ya es hora de crear espacios donde se diseccione de verdad el arte, se hagan visibles las críticas a libros cubanos, y así los libros mismos, sin presuponer que porque hayan sido lanzados -más bien, arrojados sin ganas- por editoriales nacionales, hay que alabarlos; donde al fin haya sinceridad con la música, y no se cambien adjetivos lisonjeros por ceucés –pronto por ceupés-, aunque esto deforeste el panorama musical cubano y queden en desuso muchas latas y palos.

Donde cualquier creador de performances no llegue a la gloria tomando las mismas latas y palos para hacer una instalación; donde se sepa bien a dónde mirar, qué esperar, porque a pesar de que para gustos los colores, necesito saber el color para ver si va con mi gusto, y así evitar la monocromía cultural en que se está sumiendo la isla.

En esencia, es necesario abrir camino a la crítica de arte real, porque no es un problema de ausencia de críticos profesionales: desde los artículos académicos hasta los medios alternativos se puede observar una profusión de trabajos bien pensados, objetivos y orientadores, y haciendo la salvedad de algunos críticos de medios estatales, como Rolando Pérez Betancourt, Mario Masvidal, o los fallecidos Rufo Caballero o el mismo Enrique Colina -aquí faltan algunos-, lamentablemente la visibilidad de las críticas de calidad, y por consiguiente, de las obras y artistas en cuestión no es óptima.

Sigue la mayoría del público en el forrajeo, usando las referencias elementales como opiniones de amigos y vecinos o apostando a portadas a la hora de leer un libro, a carteles a la hora de ver una obra de teatro, y a Carteles a la hora de entender los valores musicales de alguna canción. Mientras, los espacios nacionales -radio, televisión y prensa plana- siguen ocupados por la Crítica Relativista Hortelana, que ni critica, ni deja criticar. Sí, la muerte de Enrique Colina es un golpe para el cine y la crítica cubana.

6 COMENTARIOS

  1. Para usted TODA la critica que se ejerce en TODOS nuestros medios es mala. Pienso que es muy mala y prejuiciada forma de ejercer la critica sobre los críticos Parece que Ud. tuviese una predisposición a hablar MAL de todo lo que venga de nuestras instituciones oficiales. Por suerte no tuvo que hablar de nuestras vacunas o productos biotecnologicos, hubiese sido igual. No se que hubiese hecho si tuviera que ejercer la critica de Nicolás Guillen o de Alicia Alonso.u otros muchos que además de brillantes en su genero, han mantenido una actitud revolucionaria a toda prueba..

    • Ya hablé de las vacunas y científicos de Cuba, incluso de las instituciones que los emplean y estimulan, puede usted encontrarlo en este mismo blog, por supuesto que me referí a sus logros, sus innovaciones. Pero las instituciones no son sagradas -siquiera la Iglesia lo es-, y se les puede tocar con el bolígrafo no sólo para ponderarlas. En cualquier caso me sorprende el gran conocimiento que tiene de mi persona al afirmar que tengo predisposición a hablar mal de la crítica en los medios nacionales, ni yo lo sabía, y en cuanto a esto, por cierto, comencé el artículo honrando a un crítico nacional de un programa nacional, y todos los críticos que cité como ejemplo de profesionalidad, son críticos nacionales de medios nacionales. En cualquier caso le agradezco su comentario porque además me dio el título de un próximo ensayo «cómo digerir las críticas»

    • Ya hablé de los científicos y las instituciones de este campo, sobre su trabajo, sus logros, sus aciertos; puede usted encontrarlo en esta misma revista. Pro ninguna institución es sagrada -ni las iglesias- y se les puede tocar con el bolígrafo no sólo para ponderarlas. Por otra parte me sorprende el profundo conocimiento que tiene de mi psicología al afirmar mi predisposición a hablar mal de la Crítica en los medios nacionales -ni yo lo sabía-, en cuanto a esto hay que observar que comencé el artículo reconociendo la increíble obra de un crítico nacional en medio nacional, y los únicos ejemplos de profesionalidad y talento que cité fueron críticos nacionales, de medios nacionales. En cuanto a ser «revolucionarios», si fuera hoy, revolucionario cómo Guillén en su época, fuera nada menos que conservador, lo «revolucionario» no es término inamovible, son rudimentos básicos de dialéctica, contexto e historicidad en los cuales no voy a abundar porque son materia dominada -¿O no?- En cualquier caso le agradezco el comentario porque incluso me dio idea y título para un ensayo:
      «Cómo digerir las críticas.»

  2. El autor tiene razón: La critica «hortelanera» tiene por misión crear al Hombre Unidimensional, aunque el arte, el buen arte?si es arte, es revolucionario. A la crítica le pasa lo mismo. La crítica plañidera complaciente con las indicaciones de «arriba» tiene por función complementar la censura y no es revolucionaria, se presta para cualquier cosa pero nunca para que la obra que se crea sea mejor.
    A pesar de que nuestra TV no es, ni remotamente, de las peores del mundo ( y he visto la TV en varios paises y en diferentes epocas, incluyendo la antigua URSS), también le sucede lo mismo como en toda comunicación social en nuestro país, por el triunfalismo que nunca ha superado y no puede superar por las exigencias del «patrón». No es raro que a la actividad de la crítica por lo general,en los medios oficiales, le suceda lo mismo y dificilmdifí eso va a cambiar.

  3. Gracias, Es eso, la autocomplacencia, lo endógeno en la crítica.
    Por supuesto que la televisión cubana no es de las peores, y tiene muchas ventajas a pesar de nuestros problemas de presupuesto. Gracias por el comentario.

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Alejandro Muñoz Mustelier
Alejandro Muñoz Mustelier
Escritor y profesor, Máster en Lingüística

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