En mi texto anterior sobre la manipulación del lenguaje y la toxicidad que introduce en la convivencia social y el debate político en el país, sugería razonar y debatir acerca de los términos “revolución” y “revolucionario” vs “contrarrevolución” y “contrarrevolucionario”. Los cuatro tienen un uso legítimo, pero también otro que dificulta la comprensión entre los cubanos. Entonces, ¿qué es la revolución y quiénes son los revolucionarios de hoy?
Revolución y revolucionario son “palabras talismanes” porque adquirieron en una época un prestigio extraordinario. Se volvieron lenguaje común, base del pensar, fuente de autenticidad y por tanto de actitudes y convicciones. Son incuestionables y producen un efecto fascinante en la gente. Son atractivas, ricas y ambiguas al mismo tiempo. En Cuba siguen teniendo ese carácter.
En el sentido que aquí interesa “revolución” es un concepto contemporáneo que emplean con diversos matices varias disciplinas de las ciencias sociales. Deriva del cambio de paradigma que se produce con la Revolución francesa (1789). Viene del latín “revolutio” que significa “dar vuelta”. Es la vía extrema de resolución de contradicciones. Un cambio súbito, radical, casi siempre violento, una transformación social organizada, masiva, intensa, no exenta de conflictos para la sustitución de las estructuras establecidas en el orden social y político del pasado inmediato, por otras distintas.
Se convirtió en talismán desde aquella época y se generalizó durante el siglo XIX asociada a la libertad, la utopía y el progreso. En el XX, con el surgimiento del fascismo, el estalinismo y otras dictaduras, se comenzó a asociar a dichos fenómenos, a la miseria y la justificación de un orden violento en aras de un futuro mejor. Hoy el concepto se ha banalizado y casi desapareció como bandera política, al decaer la mística de la revolución y expandirse la vía pacífica y democrática como camino viable para la trasformación social. Pero eso es en Europa, porque en América la palabra fue perdiendo uso mucho más tarde y nunca tuvo el grado de desprestigio que alcanzó en otras geografías.
En Cuba, donde ocurrió una de las siete grandes revoluciones que tuvieron una repercusión mundial, la noción martiana de revolución que encabeza este texto reflejó, en el plano teórico, lo mejor de la idea a fines del siglo XIX. En el siglo XX, 41 años después de haber liderado la victoria revolucionaria, el aporte más importante fue de Fidel Castro.
La definición de Fidel es intemporal, alude más que todo al universo simbólico y ético que la Revolución cubana construyó, a los ideales que impulsaron a aquella generación que logró el triunfo de 1959 y los derroteros del proyecto durante los siguientes 10-15 años.
La noción de revolución ha estado vinculada a la concepción lineal del tempo, con un origen y un final. Inicia con la insurrección en cualquier modalidad y para muchos concluye cuando se institucionaliza un sistema diferente que sustituye completamente al anterior. Ha sido polémico porque no todos coinciden con el final, depende del peso que se otorgue a los acontecimientos en cada experiencia. En la tradición del pensamiento y la práctica revolucionaria cubana la revolución se asumió como “proyecto”. Una noción autóctona, futurista, comprometida con la democracia, que presupone cambios para alcanzar metas que conduzcan sistemáticamente al mejoramiento humano.
Revolucionario también es palabra “talismán” desde la Revolución francesa, como resultado de la hegemonía que alcanza “revolución”. Su carga es política desde el siglo XIX e identificaba al hombre de progreso que luchaba por alcanzar la libertad y elevar la dignidad de las personas. Por tanto, el partidario de la revolución o que participa activamente en ella, que es rebelde, se gesta y foguea yendo contra la norma.
II
Tal como afirma López Quintás, así como todo término talismán tiene el poder de prestigiar las palabras que se le avecinan, también lo tiene para desprestigiar a las que se le oponen o parecen oponérsele. Con la misma carga subjetiva, estos contrarios sirven para identificar fuerzas y también para manipular usándolas como palabras “mordaza”. En Cuba “contrarrevolución” y “contrarrevolucionario” funcionan de ambas formas. La existencia de la contrarrevolución ha sido una realidad, pero también dichos términos, al ser muy ofensivos, sirven para silenciar a quienes incluso dentro del campo revolucionario disienten, aislándolos para que renuncien a su postura y neutralizando posibles apoyos o la solidaridad de otros.
La contrarrevolución es el movimiento que nace de la propia revolución e intenta restaurar el orden anterior derribado. En consecuencia, el contrarrevolucionario era un ser reaccionario, enemigo de la libertad y el progreso en tiempos de la Revolución francesa. Así fueron clasificados los de la Vendée en Francia (1796), luego también los que se opusieron a las revoluciones europeas de 1848, el Ejército Blanco contra la revolución en Rusia, los Cristeros (1926-1929) en México, la Falange en España (1936), la invasión de Girón (1961) y los grupos de alzados en Cuba con organizaciones contrarrevolucionarias urbanas (1960-1965), la “contra” en Nicaragua durante los 80 y otros.
Claro, como las cosas, las palabras no son estáticas, se enriquecen, se adecuan a las circunstancias, las ideas de algunos protagonistas del hecho revolucionario y también según los intereses del poder. Es curioso que en Cuba se conozca poco que para el Che contrarrevolucionario “es aquel que lucha contra la Revolución, pero también (…) el señor que valido de su influencia consigue una casa, que después consigue dos carros, (…) que después tiene todo lo que no tiene el pueblo, y que lo ostenta o no lo ostenta pero lo tiene (…) que utiliza sus influencias (…) para provecho personal o de sus amistades (…).”
Ambos términos mordaza se han usado desde el poder establecido para descalificar y reprimir a las disidencias que surgen mucho después del triunfo de la revolución. Sirvan cuatro ejemplos. En Francia se usó contra todos los movimientos políticos que se opusieran al llamado “legado de la revolución”. China la empleó durante la revolución cultural (1966-1976) contra miles de intelectuales. El Kuomintang (Partido Nacionalista Chino) y su líder Chiang Kai-shek al frente de la República de China (Taiwán), que se proclamaban revolucionarios, lo endilgaban a todos los que se le opusieran. En Hungría los sucesos de 1956 se tildaron en su momento de contrarrevolucionarios por los comunistas en el poder, quienes se identificaban como la representación de la Revolución.
Como son derivadas y contrarias de palabras talismanes, el efecto de contrarrevolución y contrarrevolucionario puede ser cómodo para el poder y demoledor para la sociedad civil. Arrastran a otras palabras o expresiones del mismo cariz y con igual fin. En nuestra variante tropical hay muchos ejemplos, algunos llegados de lejanos países y otros de nuestra propia cosecha: gusano, hipercrítico, traidor, mercenario, quintacolumna, al servicio del enemigo, problemas ideológicos, elitista, vendepatria, etc..
III
Vale la pena tomar cuidado porque el uso o abuso de determinados términos puede impulsar o frenar los procesos sociales en circunstancias definitorias para un país. Las palabras talismanes son legítimas en tanto resumen lo mejor del espíritu de una época. Compulsan pero también pueden servir, voluntariamente o no, para ahorrarse las críticas, manipular y crear un estado de indefensión en la gente.
¿Cómo ser libre de dar una opinión honesta pensando en el país si es crítica, contraria a una norma del gobierno o no la ha dicho el gobierno, si irremediablemente la persona será señalada como contrarrevolucionaria o estar al servicio del enemigo?¿Cómo se logra convencer a grandes grupos de que el discurso oficial es siempre el correcto, el revolucionario?
La ingenuidad en política se paga cara. El poder disfruta de una posición privilegiada y la fuerza del lenguaje en ese ámbito es impresionante. Es una de las formas más peligrosas y sutiles de dominar a las personas. En el discurso político suelen desecharse unas palabras y usarse repetidamente otras que interesan. La propaganda de ideas, eslóganes o imágenes cargadas de intención ideológica a través de todos los medios de comunicación a su alcance es muy eficaz. Sin contar la escuela, que también es un vehículo por excelencia, en la sociedad moderna la televisión, la radio y la letra impresa se imponen.
Tales recursos permiten configurar la opinión pública porque la gente acaba asumiendo lo que se afirma como lo que piensan los demás, como lo que hace norma y se impone. Por eso se ha dicho que “el medio es el mensaje”: no se dice algo porque sea verdad; se toma como verdad porque se dice. Es que en política las palabras tienen su propia densidad y la ideología no es abstracta, es ingenieril y constructivista. Cuando un término va cargado de emotividad, dice Quintás, deja en la mente una huella tan profunda que todo cuanto oímos, vemos y pensamos posteriormente, queda polarizado en su torno e imantado y orientado por él.
Stalin, quien no escatimó ningún recurso para manipular y reprimir, insistía en que “De todos los monopolios de que disfruta el Estado, ninguno será tan crucial como su monopolio sobre la definición de las palabras. El arma esencial para el control político será el diccionario.”
IV
Por tanto conviene clarificar las cosas. El proceso histórico de la Revolución cubana de 1959 tuvo un momento crucial a mediados de los 70 con la institucionalización y adopción de un nuevo modelo social que sustituyó por completo al anterior. Modelo que no era la aspiración de las grandes masas durante el período insurreccional que dio la victoria. Fue resultado de circunstancias y factores posteriores concomitantes: radicalización acelerada del programa inicial, hostilidad de EEUU en un contexto de Guerra Fría en el cual Cuba se alineó a la URSS y cambio en la correlación de las fuerzas revolucionarias que favoreció a los comunistas provenientes del PSP y seguidores de la línea soviética.
Sin embargo, la idea de proyecto y socialismo autóctono en una nueva República se mantuvo. La obra misma de la Revolución contribuyó a seguir legitimándola. Por eso permanece como parte del imaginario social, como la utopía que sirve de horizonte. Esa visión no está exenta de contradicciones y es coherente con nuestra naturaleza de ser permanentemente inconformes y movernos en la dicotomía nación real-nación soñada. Soñar con lo imposible para lograr lo máximo posible en cada época.
Siguiendo esos presupuestos ¿qué define y quiénes son los revolucionarios hoy?
La condición de revolucionario no es vitalicia. Participar en una revolución o ser rebelde no implica necesariamente ser revolucionario. Sobre todo en países como Cuba que han vivido revoluciones de gran calado y donde el imaginario en torno a ellas es amplio e intenso, es muy importante interrogar a la palabra “revolucionario” e identificar qué es el “carácter revolucionario”.
Erich Fromm, uno de los pensadores más importantes del siglo XX, ofrece una clave. Una persona revolucionaria no puede ser fanática, que no es tener convicciones firmes. Debe ser, en primer lugar, independiente en su pensamiento, sentimientos y decisiones. Es quien tiene “capacidad para trascender los límites de la propia sociedad (…) capacidad de criticar la sociedad en la que vive (…) una persona despierta que tiene criterio para asumir la crítica (…).”
El “espíritu crítico” que distingue al carácter revolucionario, ha dicho Fromm, implica “dudar de las opiniones de los dueños del poder y los medios de comunicación que le pertenecen, mantener firmemente sus convicciones aun cuando circunstancialmente se encuentre en minoría.” Supone dudar incluso del sentido común, que a veces se ha conseguido a fuerza de repetición de las ideas que se quieren imponer. El poder no puede ser venerado, debe someterse a escrutinio y desconfiando siempre de sus resoluciones, persuadidos de que el revolucionario
(…) es una persona capaz de desobedecer, alguien para quien la desobediencia puede ser una virtud, (…) es un humanista que ama y respeta la vida, que es escéptico y un hombre de fe a la vez. Escéptico porque desconfía de las ideologías en boga, y hombre de fe porque confía en la construcción de una sociedad mejor que aún no se concretó. Es una persona con firmes convicciones y que puede desobedecer a las autoridades y obedecer a su conciencia. No está dormido (…) vive despierto, atento a las realidades personales y sociales que lo circundan.
De manera que en el escenario cubano actual, en particular del debate político, es vital clarificar el lenguaje, descodificar los esquemas mentales y advertir la intencionalidad con que muchas veces se califica y descalifica a quienes disienten. Es crucial si queremos entendernos y servir mejor a Cuba. Si intentamos respondernos la pregunta inicial de este texto, honestamente y con argumentos, tal vez veamos volverse la mordaza sobre el victimario.
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