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Martí

El Martí necesario hoy

por Manuel García Verdecia 27 enero 2023
escrito por Manuel García Verdecia

En los tiempos y condiciones que corren, José Martí continúa siendo un pensador necesario para cualquier proceso genuinamente emancipador, así como para la estructuración de una sociedad democrática y próspera. Poseedor de un acendrado humanismo, librepensador que se ha ilustrado ampliamente, civilista por convicción; Martí sueña con una patria acendrada por el decoro y la concordia inclusiva.

A su innata inteligencia, sensibilidad y empatía hacia los otros, suma la voluntad de sacrificio y la rectitud que le han inculcado los padres, la búsqueda de la excelencia y la virtud que ha cultivado el maestro Mendive, así como su actitud rebelde ante todo acto de injusticia, que desarrollara desde sus tempranos años de presidio y destierro. Todo cuanto hace está movido por su espíritu de justicia, su confianza en la virtud y su convicción de la posibilidad de perfeccionamiento del ser humano.

Entonces no resulta fortuito —al analizar sus actos de preparación de la revolución necesaria—, apreciar el cariz que tiene su relación con los militares ni su voluntad de defender la más plena democracia para su país. Por eso es que se enfrenta a determinadas posturas adoptadas por los veteranos, que le hicieron precaver cierta predisposición en ellos —dada su verticalidad de orden y disciplina así como ciertos prejuicios hacia los civiles, no siempre injustificados—; a ser los que determinaran y prevalecieran en la organización de la vida cubana tras la independencia.

Martí se opone de plano y concibe una estructura política cuidadosa e integralmente constituida, que organice la guerra y a la vez prevea las condiciones fundamentales para, una vez independientes, fundar una nación libre donde los militares cumplan su parte fundamental sin que comprometan el futuro desempeño de la república.

En tal sentido es que escribe a Gómez: «… ¿qué garantías puede haber de que las libertades públicas, único objeto digno de lanzar un país a la lucha, sean mejor respetadas mañana?» (OO.CC, T. 1, p. 178). Desde ya está alzando como bandera para la realización de la posible nación, el cuidado y consentimiento de las libertades públicas, o sea, la posibilidad de que sus compatriotas desempeñen, sin objeciones ni limitaciones, sus derechos ciudadanos.

Con ese fin crea el Partido Revolucionario Cubano, concebido no como una estructura que una vez ganada la libertad se consolide y entronice para decidir los asuntos de la patria; sino como lo que en su concepto prístino es un partido: un medio transitorio para aunar voluntades con el fin de conseguir determinada meta política. Dicha intención está explícitamente manifestada en las bases del Partido: «…lograr con el esfuerzo de todos los hombres de buena voluntad, la independencia absoluta de la isla de Cuba» (OO.CC., T. 1, 279). Notemos que propone dos condiciones: esfuerzo y buena voluntad. No hay un carácter deliberadamente ideológico. Solo se anhela conquistar la soberanía del país.

Martí

José Martí por Raúl Martínez

Pero ante la actitud de la metrópolis de no ceder un ápice su control de la Isla, y considerando que las vías pacíficas no habían logrado el intento libertario, concibe un método ineluctable: la revolución. De modo que prevé como tarea central del Partido: «…ordenar, de acuerdo con cuantos elementos vivos y honrados se le unan, una guerra generosa y breve…» (OO.CC., T. 1, 279).  Volvemos a encontrar el deseo de sumar voluntades honrosas para la tarea, pero además, su espíritu humanista y para nada belicista lo hace considerar la acción bélica como «generosa», cualidad extraña para una acción armada pero no rara en un hombre de su sensibilidad; o sea con el mínimo indispensable del uso de la fuerza, y en un lapso breve para que se evite la prolongación del sufrimiento en el tiempo.

Ahora bien, al pensar en la guerra como forma de conseguir el poder, ¿postulaba Martí la continuación de la labor del Partido en la dirección del país? Para nada. Los propios estatutos aclaran cuál es el objeto del esfuerzo militar una vez conquistada la independencia. La liberación por las armas está «encaminada a asegurar en la paz y el trabajo la felicidad de los habitantes de la isla» (Ibídem).

Fijémonos detenidamente en tres términos fundamentales, pues en Martí no  hay nada fortuito: paz, trabajo y felicidad. De modo que, una vez depuestas las armas victoriosas, lo que sobrevendría sería un clima de tranquilidad que favoreciera el desarrollo del trabajo como manera de obtener los bienes que garantizaran el bienestar de los cubanos. En última instancia, el objeto de la revolución debía ser la felicidad del país, que es en definitiva lo esencial de la vida humana.

Por ello no deja de enfatizar en las características que tendría esa guerra y en sus consecuencias para Cuba: «… una guerra de espíritu y métodos republicanos, una nación capaz de asegurar la dicha durable de sus hijos…» (Ibídem). Notemos la acentuación del sentido republicano que le confiere, no solo al objetivo de la guerra sino a la formación sociopolítica derivada de ella, que destierra cualquier rasgo colonialista o monárquico que, por experiencia, sabía había perturbado los esfuerzos emancipadores en otras naciones del continente, como Haití y la Gran Colombia.

Es la república la nueva forma de organización de la vida social y política de un país que la independencia, la industrialización y el ejercicio de los derechos humanos demanda, pues son las condiciones que propician que los ciudadanos vivan según sus potencialidades y adquieran con ella la mayor cantidad de dicha.

De igual modo Martí sintetiza esta idea en el Manifiesto de Montecristi, que no solo fundamenta ampliamente la necesidad de la guerra, sino cómo debe concebirse la misma y cuales sería sus perspectivas futuras. Allí explica que sería una «guerra digna del respeto de sus enemigos y el apoyo de los pueblos, por su rígido concepto del derecho del hombre, y su aborrecimiento de la venganza estéril y la devastación inútil» (OO.CC., T.4, p. 101). Desea que cuanto se haga por las armas sea lo razonable y considerado, de manera que los contrarios y los amigos admiren su justeza.

Es constante su vocación de aunar voluntades por encima de diferencias secundarias, siempre que se labore con honor y deseo de ampliar los caminos de la patria. Por eso, además de convocar a los cubanos de buena voluntad, como expresa en el Manifiesto de Montecristi, rechaza toda duda sobre la inclusión del negro y el español en la instauración y desarrollo de la nueva república, intenta desterrar el temor que estos puedan sentir ante la acción libertaria, y concibe su participación con la sola condición de que todos hagan trabajo generoso para levantar el país y mantengan una actitud cívica tendiente a la consolidación de la nación, laboriosa y justa, que se desea constituir.

Al analizar las bases del Partido Revolucionario Cubano, se puede apreciar su sentido transitorio y funcional. Allí se explicita que el mismo: «…no se propone perpetuar en la República Cubana, con formas nuevas o con alteraciones más aparentes, el espíritu autoritario y la composición burocrática de la colonia…» (OO.CC., T. 1, p. 279). Reparemos en que se destierra totalmente cualquier posibilidad de liderazgo único e ilimitado, ni tampoco de una administración oficinesca. El Partido, y en eso insiste constantemente, busca fundar un estado  moderno, no establecer una nueva monarquía partidaria. Esto sugiere que una vez concluida la contienda, el Partido daría lugar a formas de gobierno y administración que sustentaran la naturaleza de la república y ofrecieran posibilidad de realización a las libertades públicas y al más amplio ejercicio ciudadano.

Martí

José Martí visto por Jorge Arche.

El Apóstol se apoyaba en estimular las mejores virtudes de los cubanos para fundar esta nueva nación. Conocía lo ocurrido en otros lugares del continente y ansiaba prever para Cuba las arbitrariedades y formas de poder que había generado la colonia. Por eso incitaba el esfuerzo cooperativo y laborioso de los mejores cubanos, que deberían convivir en concordia y colaboración.

Las bases del Partido así lo expresan: «…fundar en el ejercicio franco y cordial de las capacidades legítimas del hombre, un pueblo nuevo y de sincera democracia…» (Ibídem). Y no existe en sus ideas ningún sentimiento de revancha ni exclusión de cubanos, bien sea por ideas, raza o actitudes distintas, porque explícitamente declara trabajar con el empeño «de todos los hombres de buena voluntad». Martí jamás habría dado la orden de combatir a quienes opinaban distinto si se integraban honradamente al levantamiento del país.

Hombre de amplia perspectiva, sabía que no se podía lograr una república armoniosa desde la pobreza y el caos de una economía ineficazmente diseñada, y sin participación general y apertura a las más diversas maneras de producir hacienda. De manera que expone literalmente que la República que surja tras la libertad deberá: «… sustituir el desorden económico en que agoniza con un sistema de hacienda pública que abra el país inmediatamente a la actividad diversa de sus habitantes…».

Sabe que el sostenimiento, no solo de la libertad, sino de la paz y el porvenir de una nación, no se basa únicamente en las buenas intenciones, sino en el fomento de los bienes necesarios para la existencia, a partir de una economía diversa, sólida y funcional. Dos términos son cardinales en su proposición: «abrir» el país a la actividad productiva, así como actividad «diversa», pues solo en la multiplicidad de emprendimientos pueden suplirse las condiciones materiales que la nación y sus ciudadanos necesitan para la existencia y prosperidad.

Una y otra vez, el Maestro clama por una integración de todas las fuerzas benéficas para fundar la nueva República. Sabía que la verdadera libertad era imposible sin la participación espontánea y cooperativa de los diversos sectores sociales. No se podía derribar el absolutismo colonial para sustituirlo por otro, aunque revestido de carácter nacional.

Es así que en carta a Máximo Gómez advertía, entre otras cosas: «Impedir que las simpatías revolucionarias en Cuba se tuerzan y esclavicen por ningún interés de grupo, para la preponderancia de una clase social, o la autoridad desmedida de una agrupación militar o civil, ni de una comarca determinada, ni de una raza sobre otra» (OO.CC, T 1, p. 219). La visión forjadora de una nueva nación es en Martí verdaderamente cooperativa, participativa e inclusiva.

Esto nos indica el espíritu amplia y honestamente democrático que imparte Martí al partido que ha fundado como medio, no como fin, para forjar una república moderna e independiente. Por lo analizado, no creemos que aspirara a transformar el partido en forma de gobierno y entronizarlo como único representante de la dirección de los asuntos del país. Esto se puede verificar por sus criterios en torno al hecho de gobernar: «Ha de tenderse a una forma de gobierno en que estén representadas todas las diversidades de opinión del país en la misma relación en que están sus votos». (OO.CC., Fragmentos, t. 22, p. 108).

Para entender la calidad y carácter que anhela para la futura república, es imprescindible acudir al discurso que Martí pronuncia en Tampa el 26 de noviembre de 1891 (OO.CC., T. 4, pp. 269-279). En él hallamos una serie de fundamentos para crear el tipo de patria que un pueblo esclavizado, sufrido tras años de penurias, abusos y guerra merece para alzarse como nación moderna. Desde el inicio, el orador traza la pauta que debe mover toda acción: «Para Cuba que sufre, la primera palabra». No hay aquí distinción alguna a grupo, partido o sector de poder. Se trata de anteponer, a cualquier pretensión grupal o anhelo personal, el destino de un país que debe dejar de pasar penurias. El país antes que cualquier fracción.

Inmediatamente dice: «…yo quiero que la ley primera de nuestra república sea el culto de los cubanos a la dignidad plena del hombre». Como condición primordial para el desarrollo de un sistema de legislación, este debe cumplir, primero que todo, no con un sistema filosófico, político o económico, sino con una virtud humana esencial: la dignidad absoluta de todo ser humano que sea cubano.

Martí

No hay favoritismos por ideología, raza, religión o cualquier otro rasgo: el hecho de ser cubanos les debía garantizar la total calidad de una existencia decorosa. Y lo aclara nítidamente: «Para libertar a los cubanos trabajamos, y no para acorralarlos».

Y esa amplitud de miras hacia todo ciudadano la hace aún más explícita en esta frase, que sintetiza un humanismo ilimitado y armonizador: «En la mejilla ha de sentir todo hombre verdadero el golpe que reciba cualquier mejilla de hombre: envilece a los pueblos desde la cuna el hábito de recurrir a camarillas personales, fomentadas por un interés notorio o encubierto, para la defensa de las libertades…».

Martí está estimulando así la solidaridad humana como fuente de todo acto emancipador, y rechaza radicalmente la posibilidad de que el goce de las libertades republicanas dependa de la pertenencia o no a determinado grupo o lobby de personas con influencias de cualquier tipo. La república es imparcial, justa e inclusiva; o no es.

Para que no quede duda del carácter universal que deben alcanzar las bondades y beneficios de la futura república, Martí cierra su alocución con una sentencia estremecedora, que se eleva como edificante y esperanzadora oración por el porvenir de la patria: «Y pongamos alrededor de la estrella, en la bandera nueva, esta fórmula del amor triunfante: “Con todos y para el bien de todos”». Debemos colegir que una victoria de la guerra de independencia representaría nada más y nada menos que «el amor triunfante», no la prevalencia de una ideología o un grupo de poder.

Por todo lo anterior deducimos que, de haber sobrevivido a la contienda, Martí jamás hubiera permitido que el Partido por él creado se convirtiera en agrupación política única y elitista de la Cuba conquistada, y mucho menos que se alzara por encima de la soberanía y los derechos de sus conciudadanos.

De la lectura del Programa del Partido Revolucionario Cubano, del Manifiesto de Montecristi, así como de otras cartas y discursos, se infiere su meticuloso respeto por las libertades públicas, así como un espíritu de unidad y concertación beneficiosa de los distintos elementos humanos que conviven en la nación cubana. Su postura fue siempre conciliadora, considerada con las diferencias y generosa con el bien común.

El Partido Revolucionario Cubano fundado por José Martí, sigue siendo un modelo de organización política con contenido altamente humanista y democrático, con una finalidad práctica cardinal que se sintetiza en el logro de la emancipación y la felicidad para todos los cubanos. El proyecto martiano de república sigue siendo hoy un ideal por concretar.

27 enero 2023 15 comentarios 2,K vistas
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Poder en la Revolución

El Poder en la Revolución

por Mario Valdés Navia 1 noviembre 2022
escrito por Mario Valdés Navia

La historia de Cuba suele dividirse en cuatro grandes períodos: Comunidad Primitiva, Colonia, República y Revolución en el Poder. Las dos primeras denominaciones no dejan lugar a polisemias. Con la tercera no hubo dudas hasta 1958; a pesar de sus vicios y contradicciones, para todos era la REPÚBLICA. Después del 59, siempre apareció matizada de varias formas, algunas despectivas (Pseudorrepública, Mediatizada, Neocolonial) y otras clasistas (Burguesa); pero siempre con el temor latente de que si se dejaba solo el sustantivo república, sin descalificarla, quedaría la duda sobre qué sería lo que vino después.

Sin embargo, es el nombre del cuarto período, Revolución en el Poder, el que suscita mayores discrepancias. Las revoluciones se hacen para tomar el poder, pero: ¿es lo mismo poder revolucionario que REEP? ¿Será que este nombre encierra un contrasentido evidente, por cuanto la Revolución es la toma del poder para hacer transformaciones radicales, pero no para personificarse en un grupo de poder renuente a hacer cambios que puedan poner en peligro su hegemonía?

Si la revolución es un proceso histórico, no un grupo de personas que son las que toman el poder: ¿quiénes alcanzaron el poder en enero de 1959? ¿Los revolucionarios, el partido, la clase obrera, los trabajadores, el pueblo, las organizaciones revolucionarias, el Ejército Rebelde, o el grupo de poder militar-burocrático autodenominado posteriormente La Generación Histórica?

Como la cuestión de la toma y ejercicio del poder es el núcleo central de la política, es importante tener en cuenta quién/quiénes han ejercido el Poder en este período y cómo funciona en la práctica el quimérico concepto de REEP. Tratemos de hacer luz sobre este asunto no desde un punto de vista semántico/lingüístico, sino semiótico, histórico y cultural. Lo más importante no es analizar el término en sí, sino la cuestión del Poder en la Revolución y sus antecedentes en el devenir del socialismo estatizado y burocrático.

Poder en la Revolución

-I-

Al estilo de los grandes imperios, a partir de 1987, “Año 29 de la Revolución”, el calendario cubano empezó a medirse a partir del 1 de enero de 1959. De esta manera, día a día, se reafirma a través de los medios de prensa, redes sociales, escuelas, unidades militares, y cualquier comunicación que lleve fecha, que la REEP cumple un año más y contando.

Según el marxismo de Marx, en las revoluciones el poder es disputado entre las clases sociales defensoras del estatus quo y las nuevas que intentan hacerse de él para transformar la sociedad. Esta lucha de clases, terminaría con una revolución mundial que barrería con las sociedades clasistas.

Por eso, en los textos marxistas originales, conceptos como: pueblo, nación, capas medias, partidos políticos, líderes, etc., están casi ausentes pues son secundarios para la demostración de sus dos grandes ideas científicas: la ley de la Plusvalía y la concepción materialista de la historia. Pero, cuando desde el Imperio Zarista –único de aquella época donde dominaba la burocracia− Lenin y Stalin llegaron a la vanguardia del movimiento socialista, las cosas cambiaron.

Lenin introdujo un nuevo sujeto de la revolución socialista: el partido de nuevo tipo (bolchevique) y transformó el movimiento obrero en un aparato militarizado. Stalin fue mucho más allá: sustituyó la revolución mundial por la construcción del socialismo en un solo país, y la dictadura del proletariado para destruir la sociedad de clases, por la dictadura de la burocracia para garantizarle al Estado totalitario hegemonía interna y supervivencia internacional.

Así, el partido de los revolucionarios, devino partido del orden burocrático y optó por establecer un Gobierno −Consejo de Comisarios del Pueblo− que fuera, al unísono, fuente directa de las legislaciones más importantes y su ejecutor principal. Desde entonces, los grandes ejecutivos instalados en las altas esferas del poder, por encima de cualquier tipo de control social, minimizan la labor de los legisladores y los consideran totalmente prescindibles ante su potestad de emitir decretos.

Estos suelen ser utilizados por todos los Gobiernos en tiempos de emergencia, la que constituye en sí misma su propia justificación/limitación. Sin embargo, como explicara Hannah Arendt, en los Estados socialistas burocráticos los decretos aparecen: “en su pura desnudez como si ya no fuesen dictados por hombres poderosos, sino que constituyeran la encarnación del poder mismo y el administrador fuera exclusivamente su agente accidental”.

Así, la dominación por decreto crea una atmósfera de opresión, arbitrariedad y sigilo para ocultar eficazmente su oportunismo. Si aparenta ser superior a la legislación tradicional en agilidad y eficiencia es porque ignora todas las fases intermedias entre la formulación y la aplicación de las normas e impide el razonamiento político del pueblo. A su vez, resulta de gran ayuda para la administración central porque se impone no solo a los legisladores, sino también a las autonomías locales.

El gobierno de la burocracia tiene su sello distintivo en el seudomisticismo. Como el pueblo dominado nunca sabe realmente por qué está sucediendo algo, no existe una interpretación racional de las leyes y menos su control público, a la burocracia enquistada en el poder le basta con apelar a hechos seleccionados oportunistamente para justificar su actuación.

Para ello somete la realidad a una: “inacabable especulación interpretativa [donde] toda la trama de la vida y del mundo asume un misterioso sigilo y una misteriosa profundidad” (H. Arendt). La dominación totalitaria socialista hizo que la espontaneidad natural del pueblo quedara subsumida por la ritualidad de nuevas y fastuosas actividades sociales y políticas que absorbieron las energías de las clases trabajadoras sin poner en entredicho el poder absoluto de la alta burocracia.

Poder en la Revolución

-II-

Como señalé en un post reciente:

Desde el triunfo del 1 de enero de 1959, el Gobierno Revolucionario Provisional (GRP) instaurado tras la victoria del Ejército Rebelde y la huelga general antigolpista, adoptó la forma de una dictadura militar con un ropaje civilista apenas disimulado. Las condiciones primigenias para ello fueron adoptadas tempranamente: entrega por el presidente Urrutia a Fidel de su facultad de Comandante en Jefe de todas las fuerzas de Aire, Mar y Tierra de la República (2-1-1959) y aprobación por el GR de una nueva Ley Fundamental que le atribuía al Consejo de Ministros potestades legislativas (7-2-1959).

A partir de ese momento, el GRP hace y ejecuta las leyes –de hecho, es algo que no ha cambiado hasta hoy.

Durante diecisiete años (1959-1976) rigió Cuba este GRP en forma de todopoderoso Consejo de Ministros, encargado de las funciones legislativas y ejecutivas y con un ascendente total sobre la administración de justicia. La balanza de poderes públicos quedó abolida y sustituida por un gobierno absoluto que parecía más inspirado en el militarizado Consejo de Comisarios del Pueblo de Rusia (1917) que en el civilista Consejo de Gobierno de la República de Cuba en Armas (1895).

En tan largo lapsus de provisionalidad, el pueblo fue sometido a un prolongado entrenamiento militar y adoctrinamiento ideológico en función de la defensa de la Revolución ante las amenazas de agresión directa de los EE.UU. y terrorismo interno.

Estas circunstancias, al tiempo que terminaban con la cultura de las armas que caracterizaba a los cubanos (civiles y militares), hicieron desaparecer la antigua, rica y poderosa sociedad civil, surgida en la Colonia y florecida en la República.

Al unísono, en la nueva sociedad civil socialista, unificada verticalmente, se extendían y mayoreaban modos de actuación y valores propios de la sociedad militar. Entre ellos: fidelidad a los jefes, ordeno y mando, obediencia, lealtad, sumisión, ascetismo, sacrificio para cumplir las misiones encomendadas.

La naturalización de estos procesos y su implantación masiva a través de mecanismos de violencia física (cuerpos armados, cárceles, tribunales) y simbólica (organizaciones políticas y de masas, escuela, medios de comunicación) promovió una cultura militarista/burocrática de carácter totalitario que ha garantizado el poder omnímodo del grupo de poder hegemónico –especie de brahmanes de la Revolución- sobre el resto de la sociedad.

Aparentemente, y acorde a la utopía izquierdista, la democracia representativa era sustituida por la directa. Su máxima expresión eran los grandes actos donde el líder exponía su voluntad a la masa y esta aplaudía y gritaba consignas, única forma de retroalimentación. Otra forma masiva de participación era la incorporación “voluntaria” a las tareas, misiones y campañas, que brotaban constantemente de las mentes de los altos dirigentes.

Cuando, tras el fracaso de la Zafra de los Diez Millones, no quedó otro remedio que entrar a formar parte de la comunidad socialista, se realizó el llamado Proceso de Institucionalización, mediante el cual se crearía una nueva gobernanza socialista, copia de la parafernalia pseudodemocrática existente en la URSS y Europa del Este con algunos matices criollos. Como muestra de continuidad, para dirigir este proceso fue designado Blas Roca, exsecretario general del antiguo PSP y fiel exponente del estalinismo cubano.

Poder en la Revolución

Según Fidel (Matanzas, 1974), las Asambleas del Poder Popular:

[…] darían a las masas el poder de decidir sobre muchos problemas que existen a todo nivel, en las ciudades y en el campo […] Esto implica el desarrollo de una nueva sociedad y de principios genuinamente democráticos, reemplazando los hábitos administrativos de trabajo de los primeros años de la Revolución. Debemos reemplazar a los métodos administrativos, que corren el riesgo de volverse burocráticos, por métodos democráticos.

Mirando en lontananza, se aprecia como ante el supuesto temor de que se volviera a la politiquería anterior se minimizó desde un inicio el papel de los nuevos legisladores mediante dos vías principales: su rigurosa selección por esotéricas Comisiones de Candidatura que declaraban elegibles solo a incondicionales al Gobierno/Partido/Estado; y la negación del propio oficio de legislador. Al no reconocerlo como una ocupación retribuida propia de un servidor público, sino una mera función temporal, los legisladores continuarían ejerciendo sus profesiones habituales la mayor parte del tiempo.

Casi medio siglo después, los resultados saltan a la vista: se han aprobado más del doble de decretos que de leyes; muchos de aquellos, a pesar de ser una norma menor, han suspendido o modificado leyes previas; nunca una ANPP ha desaprobado ningún decreto, ni modificado su funcionamiento; son los organismos del gobierno, no los legisladores, los que presentan propuestas de leyes.

En los cortos períodos de funcionamiento de las asambleas, los legisladores, lejos de cuestionar a los ejecutivos por su labor, solo atienden como alumnos aplicados los informes que estos les brindan a modo de conferencias, sin interpelarlos jamás. Cuando, hace un lustro, se decidió restaurar el Capitolio Nacional y acoger en sus salones las labores de la máxima legislatura, nada del anterior espíritu crítico de los congresos de la República reencarnó en ella.

El Poder absoluto (legislativo/ejecutivo/judicial/militar) sigue encarnado en un pequeño grupo de poder, más que hegemónico, omnímodo; que no tiene contrapesos en la estructura política del país. Sus decisiones, sean de la calidad que sean, son impuestas a la ciudadanía al más puro estilo totalitario, tal y como los jefes militares dirigen a los ejércitos en campaña. Solo que, como bien dijo Martí: “Un pueblo no se funda, General, como se manda un campamento”.

1 noviembre 2022 24 comentarios 2,1K vistas
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Sobremesa

Sobremesa

por Jorge Fernández Era 5 diciembre 2021
escrito por Jorge Fernández Era

—A finales de diciembre, en el próximo periodo de sesiones de la Asamblea Nacional, presentaré un proyecto de ley sobre la separación de poderes —asegura el padre.

—¿Y eso? —pregunta el hijo.

—Nada, que el 20 de noviembre, cuando inicialmente nos quisieron joder la fiesta y le respondimos con el Día de la Defensa, se conmemoró el aniversario 233 del nacimiento de Félix Varela y…

—¿Y es razón para que nos dejes sin defensa?

—Es que Varela fue de los primeros en abogar por la separación de poderes en la Isla.

—¿Sabes lo que eso significa? ¡¿A ti nadie te enseñó a pensar?!

—¡Respétame!

—¡Es que la ciencia y la innovación te tienen viviendo en una probeta! Si ese decreto ley se aprueba, cualquier letrado puede aparecerse aquí con una orden judicial, pedirnos la propiedad de la consola, el recibo del agua de la piscina y hasta preguntarnos por qué no hemos gestionado la libreta de abastecimiento.

—¿Y revisarnos el frízer? —se inmiscuye la madre.

—Así mismo, mami… Al final la comida es lo de menos, porque pudiéramos justificarla con una donación, pero ¿con qué muela mastica un tribunal el carro que ustedes me regalaron por el cumpleaños?

―¡Ese es mi niño! Se nos ha vuelto un corrupto entre las manos ―la mujer no cabe en su orgullo.

―Como chiste está bueno, pero no lo digas muy alto, sería una denuncia tras otra, no lo controlaría ni la Contraloría ―alega el muchacho.

—La tripartición de poderes es un elemento inseparable de las verdaderas democracias ―regresa el padre.

—¿Divido en tres el pavo? —vuelve a la carga ella.

—Como quieras.

—Tripartición de poderes… ¿Sabes lo que dices? Lo único que falta es que a tu propuesta la nombres «Proyecto Varela, segundo round».

—No tendría nada de inconstitucional.

—Aquel tampoco lo tenía, le metieron tremenda curva, se escachó… ¿Acaso el principio de unidad de poder no está contemplado en la Constitución?

—No, esa se nos escapó. Menos mal que metimos la fuerza con lo del PCC por encima de la nación misma, porque si no, nos dividen a la militancia en tres equipos o al país en más partidos, como si no tuviéramos ya demasiadas pesadillas con uno solo.

—¿Destapo el vino?

—Dame del otro, mujer.

—A ver, a ver, no puede compararse el contexto histórico de Varela con el de hoy. En tiempos de la metrópoli imperaba una burguesía esclavista con un régimen tiránico de plantación y facultades omnímodas… ¡No me mires así, hablo de la Cuba de hace doscientos años!

—¡Entonces enrumba la vista hacia el plato y no me fijes los ojos de esa manera!

—Está bien, pero acepta que ese presbítero nada tiene que ver con la realidad de hoy. ¡Mira que hacerle caso a un tipo que se pasó la mayor parte de su vida en Estados Unidos!

—En eso tienes razón, pero no toques la tecla, que hay más gente en ese dilema y se complica el Día de Acción de Gracias.

—¡Yo hablo lo que desee! Una sociedad en que los derechos individuales son respetados es una sociedad de hombres libres.

—¡No faltaba más! ¡Lo que tengo que oír en mi propia casa!

—¡Pues lo dijo Varela! Y afirmó también que cuando el hombre no depende de la ley, sino de la libre voluntad o del capricho del que lo gobierna, es esclavo por más dulce que se finja su esclavitud.

—¿Qué dulce sirvo? —media la progenitora.

—Ninguno, mami… ¡Le ronca que seas tú el que presente ese proyecto en el Parlamento! Será nuestro suicidio, ¿sabes? Claro, las máscaras políticas encubren al hombre en la sociedad y le presentan un semblante político muy distinto del que realmente tendría si se manifestase abiertamente. Y mejor no menciono quién expresó eso hace dos siglos.

—¡¡¡Bueno, ya!!!… que todo lo que he dicho era jugando. Me gusta el ambiente distendido, campechano y de juerga en nuestras sobremesas, pensé que una jodedera nos relajaría un poco. Ya dije alguna vez que también el humor sostiene a la patria.

—…Coño, papi, me asustaste.

—Ay, mi amor, eres tremendo —sonríe satisfecha la señora.

5 diciembre 2021 14 comentarios 2,6K vistas
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Vergüenza propia (1)

Vergüenza propia

por Esther Suárez Durán 3 agosto 2021
escrito por Esther Suárez Durán

El conocido trovador y poeta Silvio Rodríguez realiza una pregunta movilizadora en su blog Segunda Cita e invita a quienes son asiduos a ese espacio de opinión a pensar y opinar sobre el tema en forma de hipótesis o posibles respuestas a su pregunta.

Las primeras respuestas que se inscriben, en mi parecer, sitúan el tema adecuadamente, pues no buscan cabezas de turcos sino que se atienen a lo estipulado en nuestra Constitución, especialmente en los artículos 5, 42, 102, 107, 125 y 133, de manera que la máxima responsabilidad recae en el primer secretario del Partido, el presidente de la Asamblea Nacional del Poder Popular, el presidente del Consejo de Estado y el primer ministro, en tanto representantes, cada uno de ellos, respectivamente, de «la fuerza política dirigente superior de la sociedad y del Estado», «el órgano supremo del poder del Estado», la República de Cuba y el Gobierno de la República; administrador, este último, de todos los bienes del Estado Cubano.

A ellos yo añadiría a la propia ciudadanía de la nación —de la cual formo parte—, por nuestro carácter pasivo, por no estar todavía a la altura de nuestra responsabilidad ciudadana. No importa si hemos funcionado así por un exceso de disciplina, de confianza en nuestros dirigentes, por inercia tras años sin ejercitar verdaderamente nuestros derechos ciudadanos; por frustración, cansancio, falta de fe, pragmatismo, por mantenernos ocupados —y bien ocupados— siempre en nuestra doméstica supervivencia, y cualquiera otra razón. El resultado es el mismo. Hemos perdido tiempo, un tiempo irrecuperable. Al menos, que quede como lección para otros.

A la vez, me parece pertinente no dejar de razonar sobre los vacíos y las brechas. Los vacíos están en el modo, la forma, el lugar donde hacer valer —eficazmente, por demás— nuestros criterios. ¿Dónde hablamos y quién —de verdad— nos escucha y responde?  En cómo es que se ejerce el derecho ciudadano de modo no angustioso, sino simple y transparentemente.

Vergüenza propia

El conocido trovador y poeta Silvio Rodríguez realiza una pregunta movilizadora en su blog Segunda Cita.

Los vacíos también están en los conceptos: baste citar el más alto, la responsabilidad individual mayor, el de ciudadano. El conjunto de la ciudadanía conforma el pueblo y el pueblo es el real soberano de nuestro sistema social. Por el pueblo y para el pueblo existe todo lo demás, pero no es un secreto, sino triste práctica cotidiana que, en primer lugar, los servidores públicos maltratan, sistemáticamente, al pueblo.

En segundo lugar, es factible apreciar como a una zona significativa de los servidores públicos no les interesa el bien común en lo absoluto, ni mucho menos el Socialismo, se han convertido en «clase para sí» y solo responden a sus personales intereses y beneficios. Ellos son eso que yo denomino «la burocracia perversa». Ellos, y no los manifestantes pacíficos que muestran con claridad sus posturas, son quienes constituyen el peligro, por las posiciones que ocupan en el entramado social y las cuotas de poder que detentan.

¿Las brechas? Una de ellas, que gana espacio de modo alarmante, se halla entre la ciudadanía y los estratos dirigentes, al punto que el segundo factor desconoce y es incapaz de imaginar siquiera, las condiciones en que desarrolla cotidianamente su vida el primero. La gravedad del tema, en una visión puramente pragmática, es que así, en estas condiciones, ha de concebir, implementar y decidir políticas sociales.

La otra se manifiesta entre lo que se piensa y lo que se hace. Aun cuando éticamente debieran coincidir, es común y hasta «premiable» la distancia entre ambos. Por conveniente, por útil para pasar ante el que tendría que ejercer el arbitraje es que gana adeptos tal ejercicio hipócrita y enajenado, pero no puede ser de otra manera cuando, en ocasiones, dicha práctica no es ajena al árbitro.

3 agosto 2021 57 comentarios 3,9K vistas
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Nombre

Sin nombre

por Newton Briones Montoto 19 marzo 2021
escrito por Newton Briones Montoto

He leído con verdadero interés el artículo de Alina Lopez Hernandez, «Cuando de nombres se trata». Recomendaría posponer el tema para otra ocasión más calmada, ahora existen asuntos importantes como para detenerse en el nombre de una institución.

Sobre la experiencia de aquel proceso, conocido como «Gobierno de los cien días», se ha escrito mucho, y mientras más leo descubro nuevas facetas. Entre sus encantos está el beneficio de permitirnos discernir en los asuntos actuales.

Asediados por su majestad, la pandemia, y otros virus iguales o más dañinos, nunca antes hemos necesitado de tanta luz como ahora. Los ejemplos de la historia pasada pueden nutrirnos, no solo para saber más sino para aplicarlos. Buenas intenciones con una estrategia equivocada son iguales a nada. En la vida se tropieza con obstáculos, frente a ellos surgen otros caminos a seguir; solo uno es el mejor, el estratega es el que lo encuentra.

Comparar lo que hicieron los actores de aquella época del 33, puede ayudarnos para esta del 2021. Siempre que converso de asuntos de estrategia, viene a mi memoria el ejemplo llevado a la práctica por Fidel. En el año 58, los rebeldes tomaron prisioneros a soldados norteamericanos de la base de Guantánamo. Fidel los mandó a soltar, no era conveniente luchar a la vez contra Batista y contra EEUU.

 El gobierno de Gerardo Machado, para mantenerse en el poder, comenzó a arrastrar más problemas de los que podía resolver. Su primer gran error consistió en volverse a postular por segunda vez para presidente. Aquel hecho acaparó la atención nacional y de ello derivó una división interna: los que estaban a favor de su reelección y los que no.

Cuba-Machado

El dictador Gerardo Machado en la portada del Time del 19 de enero de 1931.

Después, sin ser invitado, apareció el problema económico; igual a como emergió la pandemia en la actualidad. Durante el segundo período presidencial de Machado, Cuba sufrió el impacto de la crisis mundial de 1929, la cual provocó un duro impacto: brusca caída del precio del azúcar de 1.23 centavos por libra en 1930 hasta 0.57 en 1932; imposibilidad de acceder a préstamos internacionales; rebaja de hasta el 60% de los sueldos de empleados y funcionarios públicos, que conformaban una clase media urbana.

Mientras, la amplia clase media rural, particularmente los colonos, sufrían un drástico descenso de las condiciones de vida, completando los elementos suficientes para sucumbir.

La ceguera política que acompaña en ocasiones a los que están en el poder, impidió que Machado viera más allá de donde era recomendable para resolver la situación existente. Una huelga de trabajadores en los ómnibus de La Habana, motivada por una disposición abusiva del jefe del Distrito Central, Pepito Izquierdo, se convirtió en el chispazo necesario para producir la inevitable explosión social. Ellos deseaban alcanzar ciertos objetivos de índole económica.

Sin embargo, ya para el día 5 de agosto la huelga se había convertido en una poderosa ofensiva política contra Machado. Cuando el presidente trató de rectificar, concediendo beneficios a los opositores, ya era tarde.

El 12 de agosto de 1933, Machado partió en un avión para ponerse a salvo de la furia desatada en su contra. Al frente del país quedó un oscuro funcionario, hijo del Padre de la Patria. El 4 de septiembre, en los cuarteles del habanero Campamento Militar de Columbia, las clases, soldados y sargentos se enfrentaron a los oficiales con el fin de exigir pagos atrasados y mejores condiciones de vida.

Gobierno

Carlos Manuel de Céspedes (hijo)

Ante la falta de autoridad de los oficiales por la huida de Machado, las clases lograron su objetivo. Se convertirían en una fuerza tanto militar como política. Le pidieron al presidente Carlos Manuel de Céspedes su renuncia y este accedió. Un gobierno presidido por Ramón Grau San Martín, profesor de la facultad de Medicina a quien los estudiantes fueron a buscar a su casa, ocupó el cargo de presidente.

El conflicto es el motor de la historia, y en este caso comenzaron a aparecer los protagonistas de la nueva cinta por rodar. Welles, embajador de los EE.UU., quería restaurar la hegemonía estadounidense que tanto habían disfrutado. Un embajador norteamericano era considerado un gobernador en Cuba.

El Partido Comunista, acompañado por la Confederación Nacional Obrera de Cuba (CNOC) y por el Sindicato Nacional de Obreros de la Industria Azucarera (SNOIA) y otros grupos de izquierda, recibían orientaciones del Buró del Caribe, situado en los EEUU. Grau y Guiteras querían beneficiar a las masas con leyes más justas y modernizar el país.

Fulgencio Batista, jefe del ejército, ascendido de sargento a coronel, defendía su posición, aunque todavía no había dado los pasos convenientes para afianzarse. Esperaría el momento para obtener la ayuda del Norte. Batista no continuaba adelantando su posición ante el temor de que los antiguos militares del gobierno de Machado pudieran convertirse en sus jueces. Sin embargo, tenía una estrategia bien pensada para ocupar el poder. Y lo logró.

La memoria histórica del Directorio Revolucionario 13 de Marzo

Un pasaje descrito en el libro Estado y revolución en Cuba, publicado en el 2010 por la editorial de Ciencias Sociales, del investigador canadiense Robert Whitney, arroja mucha luz sobre la época. Hasta ese momento, a los obreros cubanos se les negaba ser contratados para trabajar en su país. La élite comercial española solo contrataba a sus coterráneos, en tanto, los obreros nativos sufrían desempleo. Este horror había resistido durante treinta años de república, porque el mercado de trabajo no estaba controlado por los diferentes gobiernos.

Cuando Grau propuso la Ley del cincuenta por ciento para resolver la injusticia, muchos en el gobierno se opusieron, incluso el propio Guiteras, por temor a la reacción de los comerciantes españoles. Aunque señaló que, si se aprobaba, él la apoyaría. La nacionalización del trabajo era una medida popular, defendía los derechos de los obreros. Durante décadas, las compañías azucareras habían traído cientos de miles de trabajadores desde Haití y Jamaica. Pero nacionalizar el trabajo significaba desafiar a las compañías azucareras.

La CNOC amenazó con una huelga general contra el gobierno. El 21 de diciembre, veinte mil personas marcharon hasta el Palacio Presidencial para respaldar la ley de nacionalización. El gobierno recibió la aprobación y en el ánimo de muchos quedó la sensación de que había hecho modestos avances. Los decretos que transformaron prácticas coloniales recibieron un reconocimiento popular a pesar de las tensiones y presiones de aquel momento.

No obstante la acción combinada del binomio Grau-Guiteras, en enero de 1934 el gobierno cesó. Guiteras murió al tratar de salir de Cuba por El Morillo y en 1944 Grau resultó electo presidente. Una comparación de lo que debió ser y no fue la encontramos en los hombres de aquella época. Batista, de origen muy humilde y pobre de solemnidad, murió millonario en España. Grau, de cuna rica y con una fortuna heredada de su madre, murió pobre y en Cuba.

19 marzo 2021 21 comentarios 3,1K vistas
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nombres

Cuando de nombres se trata

por Alina Bárbara López Hernández 26 febrero 2021
escrito por Alina Bárbara López Hernández

Si la situación que atraviesa Cuba en estos momentos no fuera tan compleja, si no existiera una terrible crisis de carácter económico, político y social; si no conviviéramos con gente hambreada, cansada, desesperada por resistir un día sí y otro también; causaría risa el patético intento de los ideólogos oficiales por desviar la atención. Pero más que ocasión de burla, lo que produce su actitud es lástima, ante la carencia de cultura histórica, la fatuidad y prepotencia que manifiestan.

Ahora han puesto de moda el juego de los nombres. Cada quien reclama para sí cuotas de simbolismo y exige la capacidad de bautizar, cual dioses que intentan crear un mundo nuevo. Durante mucho tiempo la república burguesa no atrajo tanto para esos fines. Estaban de moda los mambises del siglo XXI o las Marianas, éramos un eterno Baraguá y aquí no habría nunca un Zanjón.

A fin de cuentas, el proceso histórico se presentaba como único, desde la Demajagua hasta el año 1959. Sin embargo, de un tiempo a esta parte, el aparato ideológico ha descubierto el potencial alegórico de la Revolución del Treinta, de sus figuras icónicas, sus publicaciones y estrategias de lucha.

El resultado han sido Tanganas espontáneas y Bufas subversivas. En ese camino arrollador hay un obstáculo: se han robado el nombre de La Joven Cuba y han afrentado con ello a Antonio Guiteras, dicen los dueños de la verdad, aficionados a pescar a conveniencia en el mar revuelto de la historia. Con un titular dramático, un articulista exige que el referido nombre, «usurpado al pueblo», le sea devuelto.

Dicho texto se comparte en sus muros de Facebook porque, al decir de uno de los principales coordinadores: «Esto es candela!!». Tiene razón el enfático analista, develar la relación de un revolucionario como lo fue Guiteras con la izquierda de su época, especialmente con el Partido Comunista, ofrecer luz sobre la creación de La Joven Cuba, permitiría iluminar esta etapa del devenir que pretenden cambiarnos como magos en un acto de ilusionismo.

Y mejor aún, propiciaría apreciar algunas similitudes con la actualidad.

I

Guiteras

En una entrevista concedida poco antes de su muerte al periodista Luis Báez, Juan Marinello —presidente de los comunistas cubanos entre 1939 y 1959 —enumera a los jóvenes valiosos que surgieron en las décadas del veinte y treinta del pasado siglo y no menciona a Antonio Guiteras. A una pregunta del entrevistador, que intenta comprender la omisión, responde:

«(…) Guiteras fue un gran revolucionario. Nosotros lo respetamos siempre, pero no lo he citado ahora, porque me he referido a los que cumplían las orientaciones del Partido Comunista, que no fue su caso. Eso no quiere decir que no lo estime a la misma altura que a los otros (…) Guiteras era un gran líder, un hombre solitario que realizó una labor extraordinaria en un gobierno tan reaccionario como el de Grau» (Conversaciones con Juan Marinello, Casa Editora abril, 2006).

Estas consideraciones niegan la obra desarrollada por el gobierno de los Cien Días, que promulgó leyes, decretos y medidas de indudable carácter popular y contenido progresista: rebaja de precios a los artículos de primera necesidad, jornada máxima de ocho horas, jornal mínimo de un peso para los obreros, nacionalización del trabajo, disolución de los partidos políticos machadistas, autonomía universitaria, rebaja de los precios de la electricidad, intervención de la Compañía Eléctrica, voto femenino, protección a la maternidad y al niño, seguro y retiro obreros, reivindicación de las tierras para el Estado, mejoría de la vivienda campesina, reorganización de la enseñanza superior y secundaria y creación de la Secretaría del Trabajo, entre otras.

La imagen absolutamente negativa sobre este gobierno ha sido muy reproducida por la historiografía revolucionaria, aunque un libro como El gobierno de la Kubanidad, de Humberto Vázquez García, publicado en 2005, viene a matizar estos aspectos. También los estudios de Fernando Martínez Heredia sobre el papel de Guiteras en esta etapa aportan una visión más objetiva del gobierno de los Cien Días y del papel de Grau, al que le reconoce, amén de que no era un revolucionario, haber sido radicalmente antiplattista, defender con dignidad a su país frente al imperialismo y resistir todas las coyunturas difíciles hasta el final, sin renunciar.

Aparte de su labor como Secretario de Gobernación del Gobierno de los Cien Días, Marinello reconocía en Guiteras un valor a toda prueba, pero entendía que había representado «un izquierdismo desorganizado y anárquico». Ello se explica desde las posturas opuestas que tenían ambos sobre las vías para concretar la revolución.

De manera general, Marinello, como ocurría con el Partido Comunista, no fue capaz de entender y diferenciar todas las tendencias que existían en el seno del Gobierno de los Cien Días. El apoyo a Guiteras hubiera sido esencial, pero a pesar de sus intentos, los comunistas y la CNOC nunca aceptaron dialogar con él. En esa actitud fueron aliados indirectos del gobierno norteamericano, que tampoco reconoció al breve gobierno.

En los enfoques del Partido Comunista primó el apego a las orientaciones de la Comintern, que consideraba a este gobierno una variedad de «social-fascismo» y decidió que los comunistas lo atacaran. Lo mismo ocurrió en 1933 en Alemania, donde el Partido Obrero Nacional Socialista de Hitler ganó las elecciones, pues los comunistas siguieron a pies juntillas la orientación de Stalin de no aliarse a la socialdemocracia, a la que definió como «un ala del fascismo».

Paradójicamente, tras la muerte de Guiteras, en 1935, le denominan «nacional-revolucionario» y reprocharon al Partido Comunista que no hubiera sabido distinguir entre su posición y el «nacional-reformismo» de Grau. Esto se enmarcaba en los cambios tácticos posteriores al VII Congreso de la IC entre julio y agosto de 1935.

Los intentos de Guiteras para lograr un acercamiento al Partido fueron infructuosos, ya que lo vieron siempre como actos de demagogia. Paco Ignacio Taibo II cuenta que el dirigente comunista Fabio Grobart «señaló en una reunión del Comité Central que era preciso avanzar con cuidado en el enfrentamiento con liberales, abecedarios, apristas y guiteristas, sosteniendo que su preocupación mayor estaba en la actuación del secretario de Gobernación pues había lanzado la consigna de crear cooperativas, un programa copiado a la URSS». Esta actitud sectaria del Partido influyó no poco en la derrota del gobierno.

II

La Joven Cuba

El nombre La Joven Cuba fue muy popular en el siglo XIX. En 1886 fue fundado un semanario literario homónimo en la villa de San Antonio de los Baños, redactado por un vecino llamado Julio Rosas. Tres años después, en 1889, reaparece La Joven Cuba en la misma villa pero ya no como semanario sino bajo el formato de pequeños tomos cuatrimestrales que reunían la obra de escritores cubanos. El propio Rosas era el compilador y anunciaba su proyecto con este pórtico:

«Nombres mui conocidos en la literatura cubana blasonarán estas pájinas, entre ellos los de Cirilo Villaverde, nuestro primer novelista, Enrique José Varona, nuestro eminente pensador, i Manuel Sanguilí, el glorioso solitario, futuro historiador de la epopeya de Cuba, apóstol sin miedo i sin tacha del ideal jenuinamente cubano, Bayardo de este país sin sol de libertad en el cielo de la política, sin derechos triunfantes en la esfera de los principios, sin esperanzas vivas en el pecho de los patricios, colocado, por sarcasmo del destino, en el centro de naciones deslumbradas por las espléndidas, purísimas estrellas de la gran constelación de las repúblicas americanas». [sic.]

En 1890 salió publicado el segundo tomo, igual que el primero, en los talleres de la Imprenta La Protección, sita en Esperanza 61, en la villa del Ariguanabo.

El nombre en cuestión volverá a renacer en la tercera semana de mayo de 1934, cuando Guiteras disolvió a TNT, organización que no había tenido un carácter político sino operativo, y convoca a una nueva organización llamada Joven Cuba. Según cuenta Paco Ignacio Taibo II, en su biografía novelada Tony Guiteras. Un hombre guapo, y otros personajes singulares de la revolución cubana de 1933, el nombre «tenía ecos de la “Joven Cuba” fundada en los Estados Unidos en 1852 o rescataba el término que utilizaban los grupos nacionalistas radicales como los Jóvenes turcos». (México, 2018, Edición Para leer en libertad).

Derrotado el Gobierno de los Cien Días, La Joven Cuba pretendía ser una organización que aglutinara a toda la fuerza social y política de la izquierda, excluyendo el autenticismo de Grau y al Partido Comunista que, como bien dice Taibo II, debía parecerle a Guiteras «extremadamente sectario, maximalista y políticamente dependiente de la URSS».

El revolucionario cubano llegaría a afirmar que el socialismo no era «una construcción caprichosamente imaginada», sino «algo que surge de los pueblos y las condiciones materiales». Muy lejos estaba Tony Guiteras de las ideas del Partido Comunista, que acababa de injertar soviets en el oriente de Cuba.

A la nueva organización se sumaron grupos y figuras con un sentido plural desde la izquierda: miembros de la extinta TNT, unos pocos auténticos, miembros independientes de la Federación Obrera de La Habana, especialmente trostskistas; militantes anarquistas y surgidos del movimiento libertario, a los que sedujo la mezcla de acción directa con socialismo no sectario; algunos cuadros de la izquierda del gobierno de los Cien Días y gran cantidad de mujeres, que venían organizadas del DEU, el movimiento estudiantil de la enseñanza media y las luchas por los derechos feministas.

Su programa defendía una democracia popular con fuerte intervención del Estado y defensa de la soberanía nacional ante el capital extranjero. A diferencia del Partido Comunista, no planteaba la abolición de la propiedad privada pues «al Estado socialista nos acercaremos por sucesivas etapas preparatorias».

En su libro Estado y Revolución en Cuba, publicado por Ciencias Sociales, en 2010, Robert Whitney cita una valoración de Eduardo Chibás: «Mientras más revolucionaria es una persona, más lo atacan los comunistas. Atacan al ABC más de lo que atacan a Menocal [los conservadores] y a los Auténticos más fuerte aún que al ABC. ¡Y Guiteras! Les encantaría comérselo vivo. Solo porque también soy atacado por estos mezquinos líderes del comunismo tropical, sé que soy un buen revolucionario».

Es proverbial el anticomunismo de Chibás, que protagonizará fuertes controversias con los delegados de ese partido en la Asamblea Constituyente de 1940. Pero hay que reconocer la inflexibilidad de los comunistas hacia las fuerzas de izquierda: con Guiteras jamás quisieron dialogar; al líder trotskista Sandalio Junco lo asesinaron.

Por estas razones, resulta una paradoja que se pretenda la apropiación exclusiva de la imagen de Antonio Guiteras y del nombre de La Joven Cuba, por personas que representan a una organización que es digna heredera del viejo partido de matriz estalinista, en sus métodos de dirección y en su instrumentalismo ideológico, en su dogmatismo y en su incapacidad para dialogar desde un pluralismo político.

Si de nombres se trata, otros apelativos y expresiones que nos legó la historia de la Revolución del Treinta son más apropiados hoy: a los actos de repudio le podrían denominar «la porra»; a los funcionarios que utilicen la fuerza física para defender ideas les vendría como anillo al dedo lo de «asno con garras», y si la Constitución del 2019 continúa sin habilitar el articulado que estipula la protección de los derechos de la ciudadanía, se le pudiera agregar la coletilla «de letra muerta», igual que se hace cuando hablamos de la Constitución del 40.

26 febrero 2021 55 comentarios 9,1K vistas
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oriente

El Grito de Oriente y la guerra de Martí

por Mario Valdés Navia 24 febrero 2021
escrito por Mario Valdés Navia

La significación histórica del alzamiento del 24 de febrero de 1895 trasciende los marcos de una conmemoración histórica para convertirse en un hito en los anales de la revolución cubana y latinoamericana. Ese día iniciaba en Cuba una guerra de independencia cualitativamente superior en su organización, conducción y resultados esperados a cuanto se había hecho o intentado antes en los procesos histórico-sociales hispanoamericanos.

José Martí había demostrado que el relativo atraso de Cuba y Puerto Rico en alcanzar su independencia, debido a la fidelidad oportunista de sus clases hegemónicas a la monarquía española, provocaba que entraran a la vida en libertad «con composición muy diferente y en época muy distinta, y con responsabilidades mucho mayores que los demás pueblos hispanoamericanos»[1]. 

Por ello, concebía la guerra «sana y vigorosa» que se avecinaba, como el primer fruto del árbol de la segunda independencia de la Madre América, que venía cultivando con esmero desde la década de los ochenta.

Varios eran los elementos novedosos de este «nuevo período de guerra [en que se adentraba] la revolución de independencia iniciada en Yara después de preparación gloriosa y cruenta»: esmerada preparación por una entidad política multiclasista sin precedentes, el Partido Revolucionario Cubano;  financiamiento popular —esencial para garantizar los intereses de los trabajadores en la futura república—, con participación de sectores patrióticos de la burguesía; carácter urgente, por lo que debía ser intensa y rápida, para que actuara como «realidad superior a los vagos y dispersos deseos de los cubanos y españoles anexionistas», y fines mayores, «de alcance e interés universales»[2]. 

La «guerra de Martí», como la llamara con justeza Máximo Gómez, pudo comenzar en la primavera de 1894, cuando el Delegado consideraba: «se produce hoy en nuestra patria una situación revolucionaria ya madura»[3].  La demora en poner a punto los preparativos finales en la Isla condujo a meses de angustiosa espera, que terminaron con el desastre del puerto de Fernandina el 10 de enero de 1895. Tras la incautación de los tres cargamentos de pertrechos de guerra que hubieran permitido el inicio simultáneo de la lucha en todo el país y la llegada de los jefes principales a la cabeza de grandes expediciones, con cientos de hombres bien armados, el proyecto bélico martiano estaba colapsado y se ponían en peligro la concepción y los fines de la Guerra Necesaria.  

De no haberse frustrado este plan, la conflagración hubiera sido mucho más breve y la victoria cubana casi segura, pues los españoles no esperaban un levantamiento de tan grandes proporciones, ni contaban entonces con fuerzas suficientes dentro de Cuba para reprimirlo. No obstante, la revelación de la magnitud de los planes secretos, lejos de sembrar dudas y desconcierto en los patriotas, realzó la figura de Martí y actuó como acicate para acelerar los preparativos. De ahí que se dejara en manos de los comprometidos en la isla la decisión de iniciar la guerra sin esperar más y resistir en la manigua hasta que se pudieran enviar nuevos embarques de jefes, hombres y armas. 

Tras constatar el estado de opinión de los complotados, Martí, José María Rodríguez (Mayía) y Enrique Collazo firmaron, el 29 de enero, la orden de alzamiento que fue remitida a La Habana y a los conspiradores del centro y oriente del país. Las Villas y Camagüey respondieron que no podían sumarse de inmediato porque no tenían armamentos. Según lo acordado, no debía entonces alzarse Occidente, pero una mentira patriótica de Pedro Betancourt, mensajero entre Francisco Carrillo y Juan Gualberto Gómez, le hizo creer al segundo que el general Carrillo se alzaría en Las Villas. En consecuencia, la respuesta positiva acordada —«Aceptados giros»— fue enviada a Martí. La Junta de La Habana escogió la fecha del 24 de febrero porque era domingo de carnaval y los conjurados podrían moverse sin despertar sospechas; además, no habría periódicos por la fiesta y era conveniente la falta de noticias.

El alzamiento en Occidente fue un fracaso rotundo. En La Habana, el jefe militar seleccionado, el indisciplinado general Julio Sanguily —hoy reconocido como traidor al servicio de España—, se dejó arrestar mientras desayunaba tranquilamente en su casa. A falta del caudillo, muchos conspiradores se quedaron en sus viviendas. En Matanzas, Manuel García, famoso bandido comprometido con el levantamiento, fue asesinado en oscuras circunstancias y únicamente se alzó, en la zona de Ibarra, un reducido grupo de patriotas, casi desarmados, encabezados por Antonio López Coloma y Juan Gualberto Gómez. Capturados pocos días después, López fue fusilado y Gómez deportado a la prisión de Ceuta. Solo pequeñas partidas de indomables quedaron en los campos hasta incorporarse a la invasión de Gómez y Maceo.

Como en las gestas anteriores, el protagonismo del alzamiento del 24 de febrero correspondió a los mambises orientales. En casi todos sus municipios, cientos de hombres con valiosos jefes veteranos al frente se lanzaron al campo, encabezados por el caudillo Guillermo Moncada (Guillermón) quien, aun enfermo gravemente de tuberculosis, coordinó el plan con la mayor eficiencia y lealtad. En verdad, la denominación de Grito de Baire constituye una injusticia histórica, motivada por el hecho mediático de que Saturnino Lora y su partida tomaran el poblado por unas horas y la noticia recorriera el éter, vía telégrafo. Por la magnitud de lo ocurrido en toda la provincia, bien que debía llamársele Grito de Oriente.

Mayor General Guillermón Moncada

Los primeros que repudiaron el alzamiento fueron los autonomistas connotados. Rafael Montoro, José María Gálvez, Eliseo Giberga y otros, en un manifiesto hecho público poco después, reafirmaban su fidelidad a la Corona y proclamaban:

El Partido Autonomista, que ha condenado siempre los procedimientos revolucionarios, condena la revuelta que se inició el 24 de febrero, condena todo trastorno del orden, porque es un partido legal y tiene fe en los medios constitucionales, en la eficacia de la propaganda, en la incontrastable fuerza de las ideas, y afirma que las revoluciones, salvo en circunstancias enteramente excepcionales y extremas que se producen muy de tarde en tarde en la vida de los pueblos, son terribles azotes, grandes y señaladas calamidades para las sociedades cultas… Pero no sucederá, por fortuna. Todos los indicios demuestran que la rebelión, limitada a una parte de la provincia oriental, sólo ha conseguido arrastrar, salvo pocas excepciones, a gentes salidas de las clases más ignorantes y desvalidas de la población…

Esta postura claudicante no caló en las amplias bases del partido y la mayoría de sus afiliados pasaron a engrosar el campo de la revolución. La decisión del pueblo cubano de sacudirse las cadenas del yugo español por su propio esfuerzo quedaba demostrada ante el mundo y la insurrección continuaría su marcha arrolladora. Grandes hazañas militares y sacrificios sin parangón en la historia americana habrían de hacerse para destruir la poderosa maquinaria de guerra que la monarquía lanzaría sobre la República de Cuba en Armas. La quinta parte de la población insular perecería para que el país pudiera convertirse en república.

Factores adversos provocaron que muchos de los frutos esperados de la contienda fueran malogrados tras abrirse paso la intervención estadounidense, posterior ocupación militar e instauración de una república mediatizada por la Enmienda Platt. La concepción revolucionaria de su principal promotor y organizador lo trascendió en la historia, y sus proféticas palabras en vísperas de lanzarse al combate mortal de Dos Ríos resuenan aún en los oídos receptivos: «Sé desaparecer. Pero no desaparecería mi pensamiento, ni me agriaría mi oscuridad. Y en cuanto tengamos forma, obraremos, cúmplame esto a mí o a otros»[4].

***

[1] OC, T3, pp.141-142.

[2] Respectivamente en: OC, T5, pp.43, 169 y 41.

[3] OC, T3, p. 171.

[4] OC, T4, P.170.

24 febrero 2021 17 comentarios 5,7K vistas
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prever

«Prever es vencer»

por Ibrahim Hidalgo Paz 28 enero 2021
escrito por Ibrahim Hidalgo Paz

1853-2021

Ciento sesenta y ocho aniversario del natalicio de José Martí

***

En toda ocasión en que se divulguen la vida y la obra de José Martí, debe destacarse la trascendencia de su ejemplo personal y su pensamiento, uno de cuyos rasgos fundamentales es la capacidad de previsión de quien aspiraba no solo a eliminar el poder hispano sobre Cuba —y contribuir a la independencia de Puerto Rico—, sino a fundar una sociedad nueva, cuyos principios y características serían opuestos al sistema colonial. Expuso que «prever es el deber de los verdaderos estadistas: dejar de prever es un delito público: y un delito mayor no obrar, por incapacidad o por miedo, en acuerdo con lo que se prevé». [OC, t. 4, p. 221.] Y advertía: «Los peligros no se han de ver cuando se les tiene encima, sino cuando se los puede evitar. Lo primero en política, es aclarar y prever». [OC, t. 6, p. 46.]

El Apóstol razonaba que estos fines generarían múltiples escollos, y que para vencerlos debían concebirse estrategias capaces de proceder a tiempo, sin esperar el avance de los contrarios, sino actuar a la ofensiva contra los peligros externos e internos. De aquellos, el de mayores dimensiones era la ambición de los grandes intereses de la creciente potencia estadounidense por apoderarse de Cuba, someter el área caribeña y ejercer su dominio sobre el continente americano. Esta era y es una política cuya sustentación tiene por base el desprecio hacia nuestro pueblo, al que tratan de doblegar, la cual se manifiesta en la generalidad de sus políticos de oficio, y de forma grotesca en el cabecilla saliente, al que algunas personas nacidas en esta isla admiran y consideran su presidente, muestra de antipatriotismo y sumisión al poder foráneo.

Hacia el interior del país y las emigraciones, la política imperial contaba con la actuación de los autonomistas y anexionistas, preocupados por las consecuencias y riesgos económicos de una revolución triunfante, cuyos objetivos populares eran conocidos dadas las manifestaciones públicas de la organización político-militar encabezada por José Martí. En las bases programáticas del Partido Revolucionario Cubano se expresaba que la guerra sería el medio para «asegurar en la paz y el trabajo la felicidad de los habitantes de la Isla» mediante la sustitución del «desorden económico en que agoniza con un sistema de hacienda pública que abra el país inmediatamente a la actividad diversa de sus habitantes». [OC, t. 1, p. 279 y 280]

Eran previsibles, en igual medida, las ambiciones deleznables de individuos y sectores que intentarían, en el país liberado, impedir la fundación de una república democrática, justa, y desviar el proyecto martiano hacia formas de gobierno beneficiosas solo para las castas que deseaban sustituir a las autoridades coloniales y ocupar su lugar sobre las mayorías. Ante tales propósitos se establecieron mecanismos para lograr el empoderamiento de las masas populares frente a los aspirantes a continuar el dominio de los privilegiados.

Martí advirtió respecto a tales individuos y sectores, dispuestos a «ejercitar derechos especiales, y señorío vejatorio, sobre algún número de cubanos», [OC, t. 1, p. 480] pues comprendió que después de la independencia, «el enconado apetito del privilegio, y el hábito y consejo de la arrogancia» impedirían «el equilibrio justiciero de los elementos diversos de la isla, y el reconocimiento, ni demagógico ni medroso, de todas sus capacidades y potencias políticas». [OC, t. 3, p. 264] Señaló además la posibilidad de que «las vanidades y ambiciones, servidas por la venganza y el interés, se junten y triunfen, pasajeramente al menos, sobre los corazones equitativos y francos». [OC, t. 3, p. 305]

Estudioso de la Historia, conocía que ningún proceso político-social está exento de contradicciones intrínsecas que pueden conducirlo a transformaciones negativas, a su debilitamiento por falta de cohesión, o al retroceso en caso de perder el apoyo de las amplias masas del país, sus bases de sustentación. A tenor con ello, consideró que el único modo de evitar estos males era mediante la participación efectiva, plena, de estas en la conducción del país, no solo en la movilización para el cumplimiento de planes, orientaciones u órdenes emanadas de las direcciones centrales del gobierno y las instituciones. Es insuficiente que los gobernantes sean capaces de laborar por el bien colectivo; es imprescindible que los gobernados ejerzan sus derechos como seres pensantes. La revolución supone el cambio de la dirección política y económica, pero sus objetivos se estancan sin la transformación del ser humano. Este debe ser el portador de una nueva conciencia ética, asumida como fundamento de la conducta personal. Deben enraizarse la honradez y la entereza, como principios que motiven espiritualmente la búsqueda del mejoramiento de  las personas, del pueblo, de la nación.

Son estas premisas las que posibilitan la consolidación de una colectividad de productores, capaces de demostrar la superioridad del nuevo proyecto no solo en el plano ideal, sino en el material. El trabajo debe ser una necesidad social e individual, y se ha de educar en el amor al esfuerzo productivo, de modo que la labor conjunta propicie la soberanía alimentaria, cuya carencia hace vulnerables a los países de economías débiles.

El Maestro previó que tales propósitos pueden lograrse cuando se educa a los seres humanos para el pensamiento propio, se establecen las estructuras para la participación en la dirección política y económica, sin exclusiones prejuiciadas de los criterios minoritarios, y se viabiliza el control sobre el aparato ejecutivo. El pueblo debe ser el verdadero jefe de la revolución, que vele por la acertada conducción del país y por la aplicación de métodos que garanticen «cortar las tiranías por la brevedad y revisión continua del poder ejecutivo y para impedir por la satisfacción de la justicia el desorden social». [OC, t. 1, p. 458] De este modo se impediría que el Estado regulador genere una burocracia improductiva con intereses particulares, que invierta las funciones de servidora en servida, y se transforme en planta parásita capaz de entorpecer la justicia social, o en una nueva especie de propietaria que haga imposible el desarrollo del sentimiento de pertenencia colectiva de aquello que debe ser del dominio de todos.

No hallamos en José Martí llamado alguno a la sumisión del pensamiento ni a una unanimidad ficticia en un conglomerado humano heterogéneo y con una sólida formación, sino a la creación de las condiciones propicias y los métodos adecuados que favorecieran la defensa de objetivos comunes. En su resolución, «preparar y unir, que es el deber continuo de la política en todas partes», [t. 4, p. 249] debía ser la vía firme para alcanzar el equilibrio del mundo y no ser aplastados por el «gigante de las siete leguas».

28 enero 2021 15 comentarios 4,9K vistas
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La Joven Cuba es un equipo de investigación y análisis político que trabaja por un país justo, democrático y sostenible. Con una plataforma digital y un equipo especializado en el análisis de la realidad cubana, aspiramos a ser punto de enlace entre la sociedad civil y los decisores, mediante la investigación y la generación de conocimiento sobre la aplicación de políticas públicas.

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