La Joven Cuba
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Sobremesa

Sobremesa

por Jorge Fernández Era 5 diciembre 2021
escrito por Jorge Fernández Era

—A finales de diciembre, en el próximo periodo de sesiones de la Asamblea Nacional, presentaré un proyecto de ley sobre la separación de poderes —asegura el padre.

—¿Y eso? —pregunta el hijo.

—Nada, que el 20 de noviembre, cuando inicialmente nos quisieron joder la fiesta y le respondimos con el Día de la Defensa, se conmemoró el aniversario 233 del nacimiento de Félix Varela y…

—¿Y es razón para que nos dejes sin defensa?

—Es que Varela fue de los primeros en abogar por la separación de poderes en la Isla.

—¿Sabes lo que eso significa? ¡¿A ti nadie te enseñó a pensar?!

—¡Respétame!

—¡Es que la ciencia y la innovación te tienen viviendo en una probeta! Si ese decreto ley se aprueba, cualquier letrado puede aparecerse aquí con una orden judicial, pedirnos la propiedad de la consola, el recibo del agua de la piscina y hasta preguntarnos por qué no hemos gestionado la libreta de abastecimiento.

—¿Y revisarnos el frízer? —se inmiscuye la madre.

—Así mismo, mami… Al final la comida es lo de menos, porque pudiéramos justificarla con una donación, pero ¿con qué muela mastica un tribunal el carro que ustedes me regalaron por el cumpleaños?

―¡Ese es mi niño! Se nos ha vuelto un corrupto entre las manos ―la mujer no cabe en su orgullo.

―Como chiste está bueno, pero no lo digas muy alto, sería una denuncia tras otra, no lo controlaría ni la Contraloría ―alega el muchacho.

—La tripartición de poderes es un elemento inseparable de las verdaderas democracias ―regresa el padre.

—¿Divido en tres el pavo? —vuelve a la carga ella.

—Como quieras.

—Tripartición de poderes… ¿Sabes lo que dices? Lo único que falta es que a tu propuesta la nombres «Proyecto Varela, segundo round».

—No tendría nada de inconstitucional.

—Aquel tampoco lo tenía, le metieron tremenda curva, se escachó… ¿Acaso el principio de unidad de poder no está contemplado en la Constitución?

—No, esa se nos escapó. Menos mal que metimos la fuerza con lo del PCC por encima de la nación misma, porque si no, nos dividen a la militancia en tres equipos o al país en más partidos, como si no tuviéramos ya demasiadas pesadillas con uno solo.

—¿Destapo el vino?

—Dame del otro, mujer.

—A ver, a ver, no puede compararse el contexto histórico de Varela con el de hoy. En tiempos de la metrópoli imperaba una burguesía esclavista con un régimen tiránico de plantación y facultades omnímodas… ¡No me mires así, hablo de la Cuba de hace doscientos años!

—¡Entonces enrumba la vista hacia el plato y no me fijes los ojos de esa manera!

—Está bien, pero acepta que ese presbítero nada tiene que ver con la realidad de hoy. ¡Mira que hacerle caso a un tipo que se pasó la mayor parte de su vida en Estados Unidos!

—En eso tienes razón, pero no toques la tecla, que hay más gente en ese dilema y se complica el Día de Acción de Gracias.

—¡Yo hablo lo que desee! Una sociedad en que los derechos individuales son respetados es una sociedad de hombres libres.

—¡No faltaba más! ¡Lo que tengo que oír en mi propia casa!

—¡Pues lo dijo Varela! Y afirmó también que cuando el hombre no depende de la ley, sino de la libre voluntad o del capricho del que lo gobierna, es esclavo por más dulce que se finja su esclavitud.

—¿Qué dulce sirvo? —media la progenitora.

—Ninguno, mami… ¡Le ronca que seas tú el que presente ese proyecto en el Parlamento! Será nuestro suicidio, ¿sabes? Claro, las máscaras políticas encubren al hombre en la sociedad y le presentan un semblante político muy distinto del que realmente tendría si se manifestase abiertamente. Y mejor no menciono quién expresó eso hace dos siglos.

—¡¡¡Bueno, ya!!!… que todo lo que he dicho era jugando. Me gusta el ambiente distendido, campechano y de juerga en nuestras sobremesas, pensé que una jodedera nos relajaría un poco. Ya dije alguna vez que también el humor sostiene a la patria.

—…Coño, papi, me asustaste.

—Ay, mi amor, eres tremendo —sonríe satisfecha la señora.

5 diciembre 2021 14 comentarios 2.327 vistas
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Vergüenza propia (1)

Vergüenza propia

por Esther Suárez Durán 3 agosto 2021
escrito por Esther Suárez Durán

El conocido trovador y poeta Silvio Rodríguez realiza una pregunta movilizadora en su blog Segunda Cita e invita a quienes son asiduos a ese espacio de opinión a pensar y opinar sobre el tema en forma de hipótesis o posibles respuestas a su pregunta.

Las primeras respuestas que se inscriben, en mi parecer, sitúan el tema adecuadamente, pues no buscan cabezas de turcos sino que se atienen a lo estipulado en nuestra Constitución, especialmente en los artículos 5, 42, 102, 107, 125 y 133, de manera que la máxima responsabilidad recae en el primer secretario del Partido, el presidente de la Asamblea Nacional del Poder Popular, el presidente del Consejo de Estado y el primer ministro, en tanto representantes, cada uno de ellos, respectivamente, de «la fuerza política dirigente superior de la sociedad y del Estado», «el órgano supremo del poder del Estado», la República de Cuba y el Gobierno de la República; administrador, este último, de todos los bienes del Estado Cubano.

A ellos yo añadiría a la propia ciudadanía de la nación —de la cual formo parte—, por nuestro carácter pasivo, por no estar todavía a la altura de nuestra responsabilidad ciudadana. No importa si hemos funcionado así por un exceso de disciplina, de confianza en nuestros dirigentes, por inercia tras años sin ejercitar verdaderamente nuestros derechos ciudadanos; por frustración, cansancio, falta de fe, pragmatismo, por mantenernos ocupados —y bien ocupados— siempre en nuestra doméstica supervivencia, y cualquiera otra razón. El resultado es el mismo. Hemos perdido tiempo, un tiempo irrecuperable. Al menos, que quede como lección para otros.

A la vez, me parece pertinente no dejar de razonar sobre los vacíos y las brechas. Los vacíos están en el modo, la forma, el lugar donde hacer valer —eficazmente, por demás— nuestros criterios. ¿Dónde hablamos y quién —de verdad— nos escucha y responde?  En cómo es que se ejerce el derecho ciudadano de modo no angustioso, sino simple y transparentemente.

Vergüenza propia

El conocido trovador y poeta Silvio Rodríguez realiza una pregunta movilizadora en su blog Segunda Cita.

Los vacíos también están en los conceptos: baste citar el más alto, la responsabilidad individual mayor, el de ciudadano. El conjunto de la ciudadanía conforma el pueblo y el pueblo es el real soberano de nuestro sistema social. Por el pueblo y para el pueblo existe todo lo demás, pero no es un secreto, sino triste práctica cotidiana que, en primer lugar, los servidores públicos maltratan, sistemáticamente, al pueblo.

En segundo lugar, es factible apreciar como a una zona significativa de los servidores públicos no les interesa el bien común en lo absoluto, ni mucho menos el Socialismo, se han convertido en «clase para sí» y solo responden a sus personales intereses y beneficios. Ellos son eso que yo denomino «la burocracia perversa». Ellos, y no los manifestantes pacíficos que muestran con claridad sus posturas, son quienes constituyen el peligro, por las posiciones que ocupan en el entramado social y las cuotas de poder que detentan.

¿Las brechas? Una de ellas, que gana espacio de modo alarmante, se halla entre la ciudadanía y los estratos dirigentes, al punto que el segundo factor desconoce y es incapaz de imaginar siquiera, las condiciones en que desarrolla cotidianamente su vida el primero. La gravedad del tema, en una visión puramente pragmática, es que así, en estas condiciones, ha de concebir, implementar y decidir políticas sociales.

La otra se manifiesta entre lo que se piensa y lo que se hace. Aun cuando éticamente debieran coincidir, es común y hasta «premiable» la distancia entre ambos. Por conveniente, por útil para pasar ante el que tendría que ejercer el arbitraje es que gana adeptos tal ejercicio hipócrita y enajenado, pero no puede ser de otra manera cuando, en ocasiones, dicha práctica no es ajena al árbitro.

3 agosto 2021 57 comentarios 3.556 vistas
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Nombre

Sin nombre

por Newton Briones Montoto 19 marzo 2021
escrito por Newton Briones Montoto

He leído con verdadero interés el artículo de Alina Lopez Hernandez, «Cuando de nombres se trata». Recomendaría posponer el tema para otra ocasión más calmada, ahora existen asuntos importantes como para detenerse en el nombre de una institución.

Sobre la experiencia de aquel proceso, conocido como «Gobierno de los cien días», se ha escrito mucho, y mientras más leo descubro nuevas facetas. Entre sus encantos está el beneficio de permitirnos discernir en los asuntos actuales.

Asediados por su majestad, la pandemia, y otros virus iguales o más dañinos, nunca antes hemos necesitado de tanta luz como ahora. Los ejemplos de la historia pasada pueden nutrirnos, no solo para saber más sino para aplicarlos. Buenas intenciones con una estrategia equivocada son iguales a nada. En la vida se tropieza con obstáculos, frente a ellos surgen otros caminos a seguir; solo uno es el mejor, el estratega es el que lo encuentra.

Comparar lo que hicieron los actores de aquella época del 33, puede ayudarnos para esta del 2021. Siempre que converso de asuntos de estrategia, viene a mi memoria el ejemplo llevado a la práctica por Fidel. En el año 58, los rebeldes tomaron prisioneros a soldados norteamericanos de la base de Guantánamo. Fidel los mandó a soltar, no era conveniente luchar a la vez contra Batista y contra EEUU.

 El gobierno de Gerardo Machado, para mantenerse en el poder, comenzó a arrastrar más problemas de los que podía resolver. Su primer gran error consistió en volverse a postular por segunda vez para presidente. Aquel hecho acaparó la atención nacional y de ello derivó una división interna: los que estaban a favor de su reelección y los que no.

Cuba-Machado

El dictador Gerardo Machado en la portada del Time del 19 de enero de 1931.

Después, sin ser invitado, apareció el problema económico; igual a como emergió la pandemia en la actualidad. Durante el segundo período presidencial de Machado, Cuba sufrió el impacto de la crisis mundial de 1929, la cual provocó un duro impacto: brusca caída del precio del azúcar de 1.23 centavos por libra en 1930 hasta 0.57 en 1932; imposibilidad de acceder a préstamos internacionales; rebaja de hasta el 60% de los sueldos de empleados y funcionarios públicos, que conformaban una clase media urbana.

Mientras, la amplia clase media rural, particularmente los colonos, sufrían un drástico descenso de las condiciones de vida, completando los elementos suficientes para sucumbir.

La ceguera política que acompaña en ocasiones a los que están en el poder, impidió que Machado viera más allá de donde era recomendable para resolver la situación existente. Una huelga de trabajadores en los ómnibus de La Habana, motivada por una disposición abusiva del jefe del Distrito Central, Pepito Izquierdo, se convirtió en el chispazo necesario para producir la inevitable explosión social. Ellos deseaban alcanzar ciertos objetivos de índole económica.

Sin embargo, ya para el día 5 de agosto la huelga se había convertido en una poderosa ofensiva política contra Machado. Cuando el presidente trató de rectificar, concediendo beneficios a los opositores, ya era tarde.

El 12 de agosto de 1933, Machado partió en un avión para ponerse a salvo de la furia desatada en su contra. Al frente del país quedó un oscuro funcionario, hijo del Padre de la Patria. El 4 de septiembre, en los cuarteles del habanero Campamento Militar de Columbia, las clases, soldados y sargentos se enfrentaron a los oficiales con el fin de exigir pagos atrasados y mejores condiciones de vida.

Gobierno

Carlos Manuel de Céspedes (hijo)

Ante la falta de autoridad de los oficiales por la huida de Machado, las clases lograron su objetivo. Se convertirían en una fuerza tanto militar como política. Le pidieron al presidente Carlos Manuel de Céspedes su renuncia y este accedió. Un gobierno presidido por Ramón Grau San Martín, profesor de la facultad de Medicina a quien los estudiantes fueron a buscar a su casa, ocupó el cargo de presidente.

El conflicto es el motor de la historia, y en este caso comenzaron a aparecer los protagonistas de la nueva cinta por rodar. Welles, embajador de los EE.UU., quería restaurar la hegemonía estadounidense que tanto habían disfrutado. Un embajador norteamericano era considerado un gobernador en Cuba.

El Partido Comunista, acompañado por la Confederación Nacional Obrera de Cuba (CNOC) y por el Sindicato Nacional de Obreros de la Industria Azucarera (SNOIA) y otros grupos de izquierda, recibían orientaciones del Buró del Caribe, situado en los EEUU. Grau y Guiteras querían beneficiar a las masas con leyes más justas y modernizar el país.

Fulgencio Batista, jefe del ejército, ascendido de sargento a coronel, defendía su posición, aunque todavía no había dado los pasos convenientes para afianzarse. Esperaría el momento para obtener la ayuda del Norte. Batista no continuaba adelantando su posición ante el temor de que los antiguos militares del gobierno de Machado pudieran convertirse en sus jueces. Sin embargo, tenía una estrategia bien pensada para ocupar el poder. Y lo logró.

La memoria histórica del Directorio Revolucionario 13 de Marzo

Un pasaje descrito en el libro Estado y revolución en Cuba, publicado en el 2010 por la editorial de Ciencias Sociales, del investigador canadiense Robert Whitney, arroja mucha luz sobre la época. Hasta ese momento, a los obreros cubanos se les negaba ser contratados para trabajar en su país. La élite comercial española solo contrataba a sus coterráneos, en tanto, los obreros nativos sufrían desempleo. Este horror había resistido durante treinta años de república, porque el mercado de trabajo no estaba controlado por los diferentes gobiernos.

Cuando Grau propuso la Ley del cincuenta por ciento para resolver la injusticia, muchos en el gobierno se opusieron, incluso el propio Guiteras, por temor a la reacción de los comerciantes españoles. Aunque señaló que, si se aprobaba, él la apoyaría. La nacionalización del trabajo era una medida popular, defendía los derechos de los obreros. Durante décadas, las compañías azucareras habían traído cientos de miles de trabajadores desde Haití y Jamaica. Pero nacionalizar el trabajo significaba desafiar a las compañías azucareras.

La CNOC amenazó con una huelga general contra el gobierno. El 21 de diciembre, veinte mil personas marcharon hasta el Palacio Presidencial para respaldar la ley de nacionalización. El gobierno recibió la aprobación y en el ánimo de muchos quedó la sensación de que había hecho modestos avances. Los decretos que transformaron prácticas coloniales recibieron un reconocimiento popular a pesar de las tensiones y presiones de aquel momento.

No obstante la acción combinada del binomio Grau-Guiteras, en enero de 1934 el gobierno cesó. Guiteras murió al tratar de salir de Cuba por El Morillo y en 1944 Grau resultó electo presidente. Una comparación de lo que debió ser y no fue la encontramos en los hombres de aquella época. Batista, de origen muy humilde y pobre de solemnidad, murió millonario en España. Grau, de cuna rica y con una fortuna heredada de su madre, murió pobre y en Cuba.

19 marzo 2021 21 comentarios 2.854 vistas
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nombres

Cuando de nombres se trata

por Alina Bárbara López Hernández 26 febrero 2021
escrito por Alina Bárbara López Hernández

Si la situación que atraviesa Cuba en estos momentos no fuera tan compleja, si no existiera una terrible crisis de carácter económico, político y social; si no conviviéramos con gente hambreada, cansada, desesperada por resistir un día sí y otro también; causaría risa el patético intento de los ideólogos oficiales por desviar la atención. Pero más que ocasión de burla, lo que produce su actitud es lástima, ante la carencia de cultura histórica, la fatuidad y prepotencia que manifiestan.

Ahora han puesto de moda el juego de los nombres. Cada quien reclama para sí cuotas de simbolismo y exige la capacidad de bautizar, cual dioses que intentan crear un mundo nuevo. Durante mucho tiempo la república burguesa no atrajo tanto para esos fines. Estaban de moda los mambises del siglo XXI o las Marianas, éramos un eterno Baraguá y aquí no habría nunca un Zanjón.

A fin de cuentas, el proceso histórico se presentaba como único, desde la Demajagua hasta el año 1959. Sin embargo, de un tiempo a esta parte, el aparato ideológico ha descubierto el potencial alegórico de la Revolución del Treinta, de sus figuras icónicas, sus publicaciones y estrategias de lucha.

El resultado han sido Tanganas espontáneas y Bufas subversivas. En ese camino arrollador hay un obstáculo: se han robado el nombre de La Joven Cuba y han afrentado con ello a Antonio Guiteras, dicen los dueños de la verdad, aficionados a pescar a conveniencia en el mar revuelto de la historia. Con un titular dramático, un articulista exige que el referido nombre, «usurpado al pueblo», le sea devuelto.

Dicho texto se comparte en sus muros de Facebook porque, al decir de uno de los principales coordinadores: «Esto es candela!!». Tiene razón el enfático analista, develar la relación de un revolucionario como lo fue Guiteras con la izquierda de su época, especialmente con el Partido Comunista, ofrecer luz sobre la creación de La Joven Cuba, permitiría iluminar esta etapa del devenir que pretenden cambiarnos como magos en un acto de ilusionismo.

Y mejor aún, propiciaría apreciar algunas similitudes con la actualidad.

I

Guiteras

En una entrevista concedida poco antes de su muerte al periodista Luis Báez, Juan Marinello —presidente de los comunistas cubanos entre 1939 y 1959 —enumera a los jóvenes valiosos que surgieron en las décadas del veinte y treinta del pasado siglo y no menciona a Antonio Guiteras. A una pregunta del entrevistador, que intenta comprender la omisión, responde:

«(…) Guiteras fue un gran revolucionario. Nosotros lo respetamos siempre, pero no lo he citado ahora, porque me he referido a los que cumplían las orientaciones del Partido Comunista, que no fue su caso. Eso no quiere decir que no lo estime a la misma altura que a los otros (…) Guiteras era un gran líder, un hombre solitario que realizó una labor extraordinaria en un gobierno tan reaccionario como el de Grau» (Conversaciones con Juan Marinello, Casa Editora abril, 2006).

Estas consideraciones niegan la obra desarrollada por el gobierno de los Cien Días, que promulgó leyes, decretos y medidas de indudable carácter popular y contenido progresista: rebaja de precios a los artículos de primera necesidad, jornada máxima de ocho horas, jornal mínimo de un peso para los obreros, nacionalización del trabajo, disolución de los partidos políticos machadistas, autonomía universitaria, rebaja de los precios de la electricidad, intervención de la Compañía Eléctrica, voto femenino, protección a la maternidad y al niño, seguro y retiro obreros, reivindicación de las tierras para el Estado, mejoría de la vivienda campesina, reorganización de la enseñanza superior y secundaria y creación de la Secretaría del Trabajo, entre otras.

La imagen absolutamente negativa sobre este gobierno ha sido muy reproducida por la historiografía revolucionaria, aunque un libro como El gobierno de la Kubanidad, de Humberto Vázquez García, publicado en 2005, viene a matizar estos aspectos. También los estudios de Fernando Martínez Heredia sobre el papel de Guiteras en esta etapa aportan una visión más objetiva del gobierno de los Cien Días y del papel de Grau, al que le reconoce, amén de que no era un revolucionario, haber sido radicalmente antiplattista, defender con dignidad a su país frente al imperialismo y resistir todas las coyunturas difíciles hasta el final, sin renunciar.

Aparte de su labor como Secretario de Gobernación del Gobierno de los Cien Días, Marinello reconocía en Guiteras un valor a toda prueba, pero entendía que había representado «un izquierdismo desorganizado y anárquico». Ello se explica desde las posturas opuestas que tenían ambos sobre las vías para concretar la revolución.

De manera general, Marinello, como ocurría con el Partido Comunista, no fue capaz de entender y diferenciar todas las tendencias que existían en el seno del Gobierno de los Cien Días. El apoyo a Guiteras hubiera sido esencial, pero a pesar de sus intentos, los comunistas y la CNOC nunca aceptaron dialogar con él. En esa actitud fueron aliados indirectos del gobierno norteamericano, que tampoco reconoció al breve gobierno.

En los enfoques del Partido Comunista primó el apego a las orientaciones de la Comintern, que consideraba a este gobierno una variedad de «social-fascismo» y decidió que los comunistas lo atacaran. Lo mismo ocurrió en 1933 en Alemania, donde el Partido Obrero Nacional Socialista de Hitler ganó las elecciones, pues los comunistas siguieron a pies juntillas la orientación de Stalin de no aliarse a la socialdemocracia, a la que definió como «un ala del fascismo».

Paradójicamente, tras la muerte de Guiteras, en 1935, le denominan «nacional-revolucionario» y reprocharon al Partido Comunista que no hubiera sabido distinguir entre su posición y el «nacional-reformismo» de Grau. Esto se enmarcaba en los cambios tácticos posteriores al VII Congreso de la IC entre julio y agosto de 1935.

Los intentos de Guiteras para lograr un acercamiento al Partido fueron infructuosos, ya que lo vieron siempre como actos de demagogia. Paco Ignacio Taibo II cuenta que el dirigente comunista Fabio Grobart «señaló en una reunión del Comité Central que era preciso avanzar con cuidado en el enfrentamiento con liberales, abecedarios, apristas y guiteristas, sosteniendo que su preocupación mayor estaba en la actuación del secretario de Gobernación pues había lanzado la consigna de crear cooperativas, un programa copiado a la URSS». Esta actitud sectaria del Partido influyó no poco en la derrota del gobierno.

II

La Joven Cuba

El nombre La Joven Cuba fue muy popular en el siglo XIX. En 1886 fue fundado un semanario literario homónimo en la villa de San Antonio de los Baños, redactado por un vecino llamado Julio Rosas. Tres años después, en 1889, reaparece La Joven Cuba en la misma villa pero ya no como semanario sino bajo el formato de pequeños tomos cuatrimestrales que reunían la obra de escritores cubanos. El propio Rosas era el compilador y anunciaba su proyecto con este pórtico:

«Nombres mui conocidos en la literatura cubana blasonarán estas pájinas, entre ellos los de Cirilo Villaverde, nuestro primer novelista, Enrique José Varona, nuestro eminente pensador, i Manuel Sanguilí, el glorioso solitario, futuro historiador de la epopeya de Cuba, apóstol sin miedo i sin tacha del ideal jenuinamente cubano, Bayardo de este país sin sol de libertad en el cielo de la política, sin derechos triunfantes en la esfera de los principios, sin esperanzas vivas en el pecho de los patricios, colocado, por sarcasmo del destino, en el centro de naciones deslumbradas por las espléndidas, purísimas estrellas de la gran constelación de las repúblicas americanas». [sic.]

En 1890 salió publicado el segundo tomo, igual que el primero, en los talleres de la Imprenta La Protección, sita en Esperanza 61, en la villa del Ariguanabo.

El nombre en cuestión volverá a renacer en la tercera semana de mayo de 1934, cuando Guiteras disolvió a TNT, organización que no había tenido un carácter político sino operativo, y convoca a una nueva organización llamada Joven Cuba. Según cuenta Paco Ignacio Taibo II, en su biografía novelada Tony Guiteras. Un hombre guapo, y otros personajes singulares de la revolución cubana de 1933, el nombre «tenía ecos de la “Joven Cuba” fundada en los Estados Unidos en 1852 o rescataba el término que utilizaban los grupos nacionalistas radicales como los Jóvenes turcos». (México, 2018, Edición Para leer en libertad).

Derrotado el Gobierno de los Cien Días, La Joven Cuba pretendía ser una organización que aglutinara a toda la fuerza social y política de la izquierda, excluyendo el autenticismo de Grau y al Partido Comunista que, como bien dice Taibo II, debía parecerle a Guiteras «extremadamente sectario, maximalista y políticamente dependiente de la URSS».

El revolucionario cubano llegaría a afirmar que el socialismo no era «una construcción caprichosamente imaginada», sino «algo que surge de los pueblos y las condiciones materiales». Muy lejos estaba Tony Guiteras de las ideas del Partido Comunista, que acababa de injertar soviets en el oriente de Cuba.

A la nueva organización se sumaron grupos y figuras con un sentido plural desde la izquierda: miembros de la extinta TNT, unos pocos auténticos, miembros independientes de la Federación Obrera de La Habana, especialmente trostskistas; militantes anarquistas y surgidos del movimiento libertario, a los que sedujo la mezcla de acción directa con socialismo no sectario; algunos cuadros de la izquierda del gobierno de los Cien Días y gran cantidad de mujeres, que venían organizadas del DEU, el movimiento estudiantil de la enseñanza media y las luchas por los derechos feministas.

Su programa defendía una democracia popular con fuerte intervención del Estado y defensa de la soberanía nacional ante el capital extranjero. A diferencia del Partido Comunista, no planteaba la abolición de la propiedad privada pues «al Estado socialista nos acercaremos por sucesivas etapas preparatorias».

En su libro Estado y Revolución en Cuba, publicado por Ciencias Sociales, en 2010, Robert Whitney cita una valoración de Eduardo Chibás: «Mientras más revolucionaria es una persona, más lo atacan los comunistas. Atacan al ABC más de lo que atacan a Menocal [los conservadores] y a los Auténticos más fuerte aún que al ABC. ¡Y Guiteras! Les encantaría comérselo vivo. Solo porque también soy atacado por estos mezquinos líderes del comunismo tropical, sé que soy un buen revolucionario».

Es proverbial el anticomunismo de Chibás, que protagonizará fuertes controversias con los delegados de ese partido en la Asamblea Constituyente de 1940. Pero hay que reconocer la inflexibilidad de los comunistas hacia las fuerzas de izquierda: con Guiteras jamás quisieron dialogar; al líder trotskista Sandalio Junco lo asesinaron.

Por estas razones, resulta una paradoja que se pretenda la apropiación exclusiva de la imagen de Antonio Guiteras y del nombre de La Joven Cuba, por personas que representan a una organización que es digna heredera del viejo partido de matriz estalinista, en sus métodos de dirección y en su instrumentalismo ideológico, en su dogmatismo y en su incapacidad para dialogar desde un pluralismo político.

Si de nombres se trata, otros apelativos y expresiones que nos legó la historia de la Revolución del Treinta son más apropiados hoy: a los actos de repudio le podrían denominar «la porra»; a los funcionarios que utilicen la fuerza física para defender ideas les vendría como anillo al dedo lo de «asno con garras», y si la Constitución del 2019 continúa sin habilitar el articulado que estipula la protección de los derechos de la ciudadanía, se le pudiera agregar la coletilla «de letra muerta», igual que se hace cuando hablamos de la Constitución del 40.

26 febrero 2021 55 comentarios 7.825 vistas
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oriente

El Grito de Oriente y la guerra de Martí

por Mario Valdés Navia 24 febrero 2021
escrito por Mario Valdés Navia

La significación histórica del alzamiento del 24 de febrero de 1895 trasciende los marcos de una conmemoración histórica para convertirse en un hito en los anales de la revolución cubana y latinoamericana. Ese día iniciaba en Cuba una guerra de independencia cualitativamente superior en su organización, conducción y resultados esperados a cuanto se había hecho o intentado antes en los procesos histórico-sociales hispanoamericanos.

José Martí había demostrado que el relativo atraso de Cuba y Puerto Rico en alcanzar su independencia, debido a la fidelidad oportunista de sus clases hegemónicas a la monarquía española, provocaba que entraran a la vida en libertad «con composición muy diferente y en época muy distinta, y con responsabilidades mucho mayores que los demás pueblos hispanoamericanos»[1]. 

Por ello, concebía la guerra «sana y vigorosa» que se avecinaba, como el primer fruto del árbol de la segunda independencia de la Madre América, que venía cultivando con esmero desde la década de los ochenta.

Varios eran los elementos novedosos de este «nuevo período de guerra [en que se adentraba] la revolución de independencia iniciada en Yara después de preparación gloriosa y cruenta»: esmerada preparación por una entidad política multiclasista sin precedentes, el Partido Revolucionario Cubano;  financiamiento popular —esencial para garantizar los intereses de los trabajadores en la futura república—, con participación de sectores patrióticos de la burguesía; carácter urgente, por lo que debía ser intensa y rápida, para que actuara como «realidad superior a los vagos y dispersos deseos de los cubanos y españoles anexionistas», y fines mayores, «de alcance e interés universales»[2]. 

La «guerra de Martí», como la llamara con justeza Máximo Gómez, pudo comenzar en la primavera de 1894, cuando el Delegado consideraba: «se produce hoy en nuestra patria una situación revolucionaria ya madura»[3].  La demora en poner a punto los preparativos finales en la Isla condujo a meses de angustiosa espera, que terminaron con el desastre del puerto de Fernandina el 10 de enero de 1895. Tras la incautación de los tres cargamentos de pertrechos de guerra que hubieran permitido el inicio simultáneo de la lucha en todo el país y la llegada de los jefes principales a la cabeza de grandes expediciones, con cientos de hombres bien armados, el proyecto bélico martiano estaba colapsado y se ponían en peligro la concepción y los fines de la Guerra Necesaria.  

De no haberse frustrado este plan, la conflagración hubiera sido mucho más breve y la victoria cubana casi segura, pues los españoles no esperaban un levantamiento de tan grandes proporciones, ni contaban entonces con fuerzas suficientes dentro de Cuba para reprimirlo. No obstante, la revelación de la magnitud de los planes secretos, lejos de sembrar dudas y desconcierto en los patriotas, realzó la figura de Martí y actuó como acicate para acelerar los preparativos. De ahí que se dejara en manos de los comprometidos en la isla la decisión de iniciar la guerra sin esperar más y resistir en la manigua hasta que se pudieran enviar nuevos embarques de jefes, hombres y armas. 

Tras constatar el estado de opinión de los complotados, Martí, José María Rodríguez (Mayía) y Enrique Collazo firmaron, el 29 de enero, la orden de alzamiento que fue remitida a La Habana y a los conspiradores del centro y oriente del país. Las Villas y Camagüey respondieron que no podían sumarse de inmediato porque no tenían armamentos. Según lo acordado, no debía entonces alzarse Occidente, pero una mentira patriótica de Pedro Betancourt, mensajero entre Francisco Carrillo y Juan Gualberto Gómez, le hizo creer al segundo que el general Carrillo se alzaría en Las Villas. En consecuencia, la respuesta positiva acordada —«Aceptados giros»— fue enviada a Martí. La Junta de La Habana escogió la fecha del 24 de febrero porque era domingo de carnaval y los conjurados podrían moverse sin despertar sospechas; además, no habría periódicos por la fiesta y era conveniente la falta de noticias.

El alzamiento en Occidente fue un fracaso rotundo. En La Habana, el jefe militar seleccionado, el indisciplinado general Julio Sanguily —hoy reconocido como traidor al servicio de España—, se dejó arrestar mientras desayunaba tranquilamente en su casa. A falta del caudillo, muchos conspiradores se quedaron en sus viviendas. En Matanzas, Manuel García, famoso bandido comprometido con el levantamiento, fue asesinado en oscuras circunstancias y únicamente se alzó, en la zona de Ibarra, un reducido grupo de patriotas, casi desarmados, encabezados por Antonio López Coloma y Juan Gualberto Gómez. Capturados pocos días después, López fue fusilado y Gómez deportado a la prisión de Ceuta. Solo pequeñas partidas de indomables quedaron en los campos hasta incorporarse a la invasión de Gómez y Maceo.

Como en las gestas anteriores, el protagonismo del alzamiento del 24 de febrero correspondió a los mambises orientales. En casi todos sus municipios, cientos de hombres con valiosos jefes veteranos al frente se lanzaron al campo, encabezados por el caudillo Guillermo Moncada (Guillermón) quien, aun enfermo gravemente de tuberculosis, coordinó el plan con la mayor eficiencia y lealtad. En verdad, la denominación de Grito de Baire constituye una injusticia histórica, motivada por el hecho mediático de que Saturnino Lora y su partida tomaran el poblado por unas horas y la noticia recorriera el éter, vía telégrafo. Por la magnitud de lo ocurrido en toda la provincia, bien que debía llamársele Grito de Oriente.

Mayor General Guillermón Moncada

Los primeros que repudiaron el alzamiento fueron los autonomistas connotados. Rafael Montoro, José María Gálvez, Eliseo Giberga y otros, en un manifiesto hecho público poco después, reafirmaban su fidelidad a la Corona y proclamaban:

El Partido Autonomista, que ha condenado siempre los procedimientos revolucionarios, condena la revuelta que se inició el 24 de febrero, condena todo trastorno del orden, porque es un partido legal y tiene fe en los medios constitucionales, en la eficacia de la propaganda, en la incontrastable fuerza de las ideas, y afirma que las revoluciones, salvo en circunstancias enteramente excepcionales y extremas que se producen muy de tarde en tarde en la vida de los pueblos, son terribles azotes, grandes y señaladas calamidades para las sociedades cultas… Pero no sucederá, por fortuna. Todos los indicios demuestran que la rebelión, limitada a una parte de la provincia oriental, sólo ha conseguido arrastrar, salvo pocas excepciones, a gentes salidas de las clases más ignorantes y desvalidas de la población…

Esta postura claudicante no caló en las amplias bases del partido y la mayoría de sus afiliados pasaron a engrosar el campo de la revolución. La decisión del pueblo cubano de sacudirse las cadenas del yugo español por su propio esfuerzo quedaba demostrada ante el mundo y la insurrección continuaría su marcha arrolladora. Grandes hazañas militares y sacrificios sin parangón en la historia americana habrían de hacerse para destruir la poderosa maquinaria de guerra que la monarquía lanzaría sobre la República de Cuba en Armas. La quinta parte de la población insular perecería para que el país pudiera convertirse en república.

Factores adversos provocaron que muchos de los frutos esperados de la contienda fueran malogrados tras abrirse paso la intervención estadounidense, posterior ocupación militar e instauración de una república mediatizada por la Enmienda Platt. La concepción revolucionaria de su principal promotor y organizador lo trascendió en la historia, y sus proféticas palabras en vísperas de lanzarse al combate mortal de Dos Ríos resuenan aún en los oídos receptivos: «Sé desaparecer. Pero no desaparecería mi pensamiento, ni me agriaría mi oscuridad. Y en cuanto tengamos forma, obraremos, cúmplame esto a mí o a otros»[4].

***

[1] OC, T3, pp.141-142.

[2] Respectivamente en: OC, T5, pp.43, 169 y 41.

[3] OC, T3, p. 171.

[4] OC, T4, P.170.

24 febrero 2021 17 comentarios 3.996 vistas
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prever

«Prever es vencer»

por Ibrahim Hidalgo Paz 28 enero 2021
escrito por Ibrahim Hidalgo Paz

1853-2021

Ciento sesenta y ocho aniversario del natalicio de José Martí

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En toda ocasión en que se divulguen la vida y la obra de José Martí, debe destacarse la trascendencia de su ejemplo personal y su pensamiento, uno de cuyos rasgos fundamentales es la capacidad de previsión de quien aspiraba no solo a eliminar el poder hispano sobre Cuba —y contribuir a la independencia de Puerto Rico—, sino a fundar una sociedad nueva, cuyos principios y características serían opuestos al sistema colonial. Expuso que «prever es el deber de los verdaderos estadistas: dejar de prever es un delito público: y un delito mayor no obrar, por incapacidad o por miedo, en acuerdo con lo que se prevé». [OC, t. 4, p. 221.] Y advertía: «Los peligros no se han de ver cuando se les tiene encima, sino cuando se los puede evitar. Lo primero en política, es aclarar y prever». [OC, t. 6, p. 46.]

El Apóstol razonaba que estos fines generarían múltiples escollos, y que para vencerlos debían concebirse estrategias capaces de proceder a tiempo, sin esperar el avance de los contrarios, sino actuar a la ofensiva contra los peligros externos e internos. De aquellos, el de mayores dimensiones era la ambición de los grandes intereses de la creciente potencia estadounidense por apoderarse de Cuba, someter el área caribeña y ejercer su dominio sobre el continente americano. Esta era y es una política cuya sustentación tiene por base el desprecio hacia nuestro pueblo, al que tratan de doblegar, la cual se manifiesta en la generalidad de sus políticos de oficio, y de forma grotesca en el cabecilla saliente, al que algunas personas nacidas en esta isla admiran y consideran su presidente, muestra de antipatriotismo y sumisión al poder foráneo.

Hacia el interior del país y las emigraciones, la política imperial contaba con la actuación de los autonomistas y anexionistas, preocupados por las consecuencias y riesgos económicos de una revolución triunfante, cuyos objetivos populares eran conocidos dadas las manifestaciones públicas de la organización político-militar encabezada por José Martí. En las bases programáticas del Partido Revolucionario Cubano se expresaba que la guerra sería el medio para «asegurar en la paz y el trabajo la felicidad de los habitantes de la Isla» mediante la sustitución del «desorden económico en que agoniza con un sistema de hacienda pública que abra el país inmediatamente a la actividad diversa de sus habitantes». [OC, t. 1, p. 279 y 280]

Eran previsibles, en igual medida, las ambiciones deleznables de individuos y sectores que intentarían, en el país liberado, impedir la fundación de una república democrática, justa, y desviar el proyecto martiano hacia formas de gobierno beneficiosas solo para las castas que deseaban sustituir a las autoridades coloniales y ocupar su lugar sobre las mayorías. Ante tales propósitos se establecieron mecanismos para lograr el empoderamiento de las masas populares frente a los aspirantes a continuar el dominio de los privilegiados.

Martí advirtió respecto a tales individuos y sectores, dispuestos a «ejercitar derechos especiales, y señorío vejatorio, sobre algún número de cubanos», [OC, t. 1, p. 480] pues comprendió que después de la independencia, «el enconado apetito del privilegio, y el hábito y consejo de la arrogancia» impedirían «el equilibrio justiciero de los elementos diversos de la isla, y el reconocimiento, ni demagógico ni medroso, de todas sus capacidades y potencias políticas». [OC, t. 3, p. 264] Señaló además la posibilidad de que «las vanidades y ambiciones, servidas por la venganza y el interés, se junten y triunfen, pasajeramente al menos, sobre los corazones equitativos y francos». [OC, t. 3, p. 305]

Estudioso de la Historia, conocía que ningún proceso político-social está exento de contradicciones intrínsecas que pueden conducirlo a transformaciones negativas, a su debilitamiento por falta de cohesión, o al retroceso en caso de perder el apoyo de las amplias masas del país, sus bases de sustentación. A tenor con ello, consideró que el único modo de evitar estos males era mediante la participación efectiva, plena, de estas en la conducción del país, no solo en la movilización para el cumplimiento de planes, orientaciones u órdenes emanadas de las direcciones centrales del gobierno y las instituciones. Es insuficiente que los gobernantes sean capaces de laborar por el bien colectivo; es imprescindible que los gobernados ejerzan sus derechos como seres pensantes. La revolución supone el cambio de la dirección política y económica, pero sus objetivos se estancan sin la transformación del ser humano. Este debe ser el portador de una nueva conciencia ética, asumida como fundamento de la conducta personal. Deben enraizarse la honradez y la entereza, como principios que motiven espiritualmente la búsqueda del mejoramiento de  las personas, del pueblo, de la nación.

Son estas premisas las que posibilitan la consolidación de una colectividad de productores, capaces de demostrar la superioridad del nuevo proyecto no solo en el plano ideal, sino en el material. El trabajo debe ser una necesidad social e individual, y se ha de educar en el amor al esfuerzo productivo, de modo que la labor conjunta propicie la soberanía alimentaria, cuya carencia hace vulnerables a los países de economías débiles.

El Maestro previó que tales propósitos pueden lograrse cuando se educa a los seres humanos para el pensamiento propio, se establecen las estructuras para la participación en la dirección política y económica, sin exclusiones prejuiciadas de los criterios minoritarios, y se viabiliza el control sobre el aparato ejecutivo. El pueblo debe ser el verdadero jefe de la revolución, que vele por la acertada conducción del país y por la aplicación de métodos que garanticen «cortar las tiranías por la brevedad y revisión continua del poder ejecutivo y para impedir por la satisfacción de la justicia el desorden social». [OC, t. 1, p. 458] De este modo se impediría que el Estado regulador genere una burocracia improductiva con intereses particulares, que invierta las funciones de servidora en servida, y se transforme en planta parásita capaz de entorpecer la justicia social, o en una nueva especie de propietaria que haga imposible el desarrollo del sentimiento de pertenencia colectiva de aquello que debe ser del dominio de todos.

No hallamos en José Martí llamado alguno a la sumisión del pensamiento ni a una unanimidad ficticia en un conglomerado humano heterogéneo y con una sólida formación, sino a la creación de las condiciones propicias y los métodos adecuados que favorecieran la defensa de objetivos comunes. En su resolución, «preparar y unir, que es el deber continuo de la política en todas partes», [t. 4, p. 249] debía ser la vía firme para alcanzar el equilibrio del mundo y no ser aplastados por el «gigante de las siete leguas».

28 enero 2021 15 comentarios 4.482 vistas
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La decisión de Carlos Prío

por Luis Calzadilla Fierro 17 noviembre 2020
escrito por Luis Calzadilla Fierro

En 1948 fue elegido como Presidente de la República de Cuba, Carlos Prío Socarrás, por el Partido Revolucionario Cubano (Auténtico). En su juventud había participado en las luchas estudiantiles y en la Revolución del 30. Cuatro años más tarde, el 10 de marzo de 1952, el antiguo sargento taquígrafo, devenido coronel, Fulgencio Batista Zaldívar, lo sacó de la presidencia mediante un golpe de Estado, que tomó como centro de operaciones al antiguo Campamento Militar de Columbia, convertido después de 1959 en la Ciudad Escolar Libertad.

A pesar del apoyo popular, especialmente de los estudiantes universitarios que incluso reclamaban armas para enfrentarse al emergente dictador, Carlos Prío no reaccionó y decidió partir al exterior, acompañado de su familia. Existe incluso una foto del presidente derrocado, diciendo adiós en el aeropuerto.

Al triunfar la Revolución Cubana, regresó. Fue de los primeros. Pero su estancia sería solo de dos años, pues partió posteriormente dada su franca oposición a la ideología marxista-leninista, proclamada en 1961.

Buena parte de la historiografía cubana ha tildado de cobarde y débil la actitud de Prío, al entregar su gobierno a Batista sin mostrar resistencia. Es la versión más extendida. Pero podría ser interesante ver otra dimensión, la psicológica y psicopatológica, que, en no pocas ocasiones, nos sirve para comprender los acontecimientos históricos.

El pueblo es quien determina la historia. El papel de las grandes personalidades es recoger las aspiraciones y necesidades de ese pueblo en un momento concreto. Pero la personalidad del líder marca significativamente la manera en que se desarrollan los hechos.

Por ejemplo, cuando Lenin, enfermo, en una carta escamoteada durante mucho tiempo, escribió sobre los rasgos negativos de Stalin y recomendó que lo pasaran a otro puesto que no fuera el de Secretario General del Partido Comunista, estaba hablando, en última instancia, de psicología y psicopatología. Sus argumentos se fundamentaban en los rasgos negativos del carácter de quien, a la larga, se convertiría, pese a la advertencia, en su sucesor. El tiempo le daría la razón.

Me contaba un amigo psiquiatra, quien a su vez había recibido la historia de otro psiquiatra, que en el momento del golpe de Estado, Carlos Prío Socarrás padecía de un Trastorno Depresivo Mayor, del cual había sufrido varios episodios anteriores. Si a esto se añade el generalizado rumor del consumo de drogas por el presidente puede ofrecernos este relato una pista para entender su conducta. Se asociarían un trastorno relacionado con el consumo de sustancias y un episodio depresivo mayor, lo que actualmente se conoce como patología dual.

No se trata de una justificación de la conducta de Prío, pero la severidad del cuadro depresivo impide al individuo no sólo tomar decisiones, sino además implica la falta de deseos para tomarlas. Prío eligió el camino más fácil: escapar. Intento comprenderlo. Una de las recomendaciones básicas que los psiquiatras hacen a sus pacientes es no tomar decisiones importantes durante la depresión porque incluso pueden ir contra ellos mismos. No se deprimió por el golpe, ya estaba deprimido y probablemente bajo tratamiento. Aquél solo agravó los síntomas ya existentes.

Cuento este hecho tal como me lo transmitieron y sólo quiero poner énfasis en la importancia de los factores psicopatológicos y psicológicos en la historia universal y de Cuba, llena de supuestos misterios y de explicaciones que no toman en cuenta las variables señaladas, dado su significativo carácter subjetivo y develador de la intimidad de las grandes personalidades, verdaderos agujeros negros del relato histórico.

El 5 de abril de 1977, el ex Presidente de la República Carlos Prío Socarrás se suicidó en su casa de Miami.

17 noviembre 2020 26 comentarios 1.602 vistas
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La economía en los ciclos de la nación

por Carlos Alberto González Carvajal 12 octubre 2020
escrito por Carlos Alberto González Carvajal

Desde el inicio de las guerras de independencia, aproximadamente, cada treinta años ocurren cambios sociopolíticos de magnitud en la nación formando cinco ciclos históricos. ¿Cuál ha sido el peso de la economía en estos momentos de cambio? ¿Hasta qué punto las penurias económicas pueden mover el espíritu de la nación? ¿Qué importancia tendrá el desarrollo de las fuerzas productivas en el nuevo ciclo que recién comienza?

Durante  la  primera  mitad  del  siglo  XIX  se registró  un  significativo crecimiento económico que se apoyó en la utilización intensiva de la fuerza de trabajo esclava. Este modelo dio señales de agotamiento en la segunda mitad del siglo XIX por las contradicciones existentes entre las relaciones de producción  y la necesidad del desarrollo de las fuerzas productivas. Ese fue uno de los detonantes de las guerras libertarias, pero el objetivo fundamental era la independencia de Cuba que treinta años después se obtenía al costo de las dos terceras partes de la riqueza nacional y que la población se redujera en un tercio. La crisis económica que caracterizó el final de este ciclo fue, entonces, más que causa, consecuencia de la guerra.

Durante los primeros veintitrés años del primer ciclo republicano se registró un notable crecimiento económico (8% como promedio anual) fundamentado  básicamente en la agroindustria azucarera. Luego, de 1925-1933, el PIB disminuyó a una tasa anual de aproximadamente 7.5% y la producción azucarera declinó al 40% de ocho años antes. Esta crisis económica resultó uno de los catalizadores de la llamada “Revolución del 30”. Pero lo que determina el cambio fue el agotamiento del modelo bipartidista de liberales y conservadores, y las ansias de que se obtuviera la verdadera independencia nacional, truncada por la intervención norteamericana.

En el segundo ciclo republicano, el país vivió una bonanza económica impresionantes desde 1933-1950 , con un crecimiento económico promedio anual del 5% debido a la Segunda Guerra Mundial y la posguerra, luego la curva se aplanó un poco pero se mantuvo un crecimiento  medio  anual  del  3.9%. Evidentemente no había crisis económica que explicara la revolución del cincuenta y nueve, que es el segundo cambios socio-político más importante de la historia de Cuba, solo por detrás de la independencia de España.

Después del cincuenta y nueve, se produjo un acercamiento gradual a la Unión Soviética que terminó con el alineamiento de Cuba al bloque socialista de Europa del Este. En este ciclo aun cuando se repitieron muchas de las deficiencias comunes de los países socialistas, el producto interno bruto aumentó a una tasa media anual aproximada de 4%, el país contó con mercados seguros para productos tradicionales como el azúcar, níquel y cítricos. Con la caída del campo socialista y la desaparición de la URSS terminaba este ciclo. Para que se tenga una idea de la magnitud de los acomodos recesivos baste decir que el producto interno bruto cayó 35% en términos reales en cuatro años, la formación de capital pasó abruptamente del 24% a menos del 6%;  los ingresos en la cuenta de capital se redujeron más de 10 veces (de 4  122 a 404 millones de dólares). Si las crisis de este tipo fueran suficiente para provocar cambios políticos por sí mismas este tendría que haber sido el momento, máxime en esta etapa en que arreció el bloqueo.

Durante el llamado Período Especial se emprendió un proceso de reformas estructurales e institucionales, que llevó al país “a una fase  de estabilización económica”. En este punto, Cuba estaba ante una bifurcación de caminos. Una primera opción conduciría a limitar los procesos de liberalización de la “segunda economía”, la otra era la de proseguir con las reformas. Se optó por la primera opción. Esto puede considerarse un error desde el punto de vista económico – error que estaríamos pagando en la actualidad. – Sin embargo, la apuesta desde lo político garantizó tiempo al sistema para reacomodarse a las nuevas condiciones y con la llegada al poder del general Raúl Castro se emprendió un proceso de cambios sociales graduales de gran magnitud que comenzó con un proceso de diálogo nacional y llevó a derechos básicos como la compra y venta de casas, autos… acceso a hoteles, poder poseer un celular, hasta la reactivación del trabajo por cuenta propia, ley migratoria y que concluyó con la nueva constitución. En ese sentido fue decisiva la cooperación con Venezuela. Es cierto que se creó un nuevo estado de dependencia, que es una de las causas de la actual crisis, pero incomparablemente menor que la vivida con Estados Unidos y la Unión Soviética.

En este momento el país enfrenta el peor escenario desde los noventa, debido al continuo predominio de la planificación centralizada sobre el mercado – y otros elementos distorsionantes de la economía –, la crisis venezolana, las sanciones punitivas del presidente Trump y la pandemia de COVID-19.  La actual administración tiene ante sí el reto mantener la hegemonía del Partido Comunista, para esto resulta imprescindible que cumpla el mandato popular de crear un socialismo distinto al vivido por el país hasta el momento – esto es “prospero y sostenible”.

Cuba arrastra la herencia de una economía productora de materias primas, poco diversificada, firmemente atada a un mercado único –España, Estados Unidos, la URSS, Venezuela–  dependiente de las importaciones, con una importante distorsión en el sistema monetario –aunque esto tampoco es nuevo: el peso cubano se adoptó en octubre de 1914 y el dólar americano mantuvo total vigencia hasta mucho después.– Sin embargo, existe en el país un ambiente propicio para el desarrollo de las fuerzas endógenas que tienen un enorme potencial sustentado por la inversión que en el desarrollo humano se ha hecho en los últimos sesenta años. Optar, nuevamente por mantener atadas las fuerzas productivas, posponer cambios que incluso están contenidos en la constitución, sería repetir los errores que llevaron a la desaparición de la URSS y el campo socialista, hacer lo contario sería seguir el camino de China y Vietnam, aunque en condiciones distintas. De una u otra manera, todo el potencial creado encontrará las vías para desarrollarse.

12 octubre 2020 3 comentarios 811 vistas
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