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Los cubanos y la crisis del diálogo civilizado

por José Manuel González Rubines 5 octubre 2020
escrito por José Manuel González Rubines

Cuando hace varias semanas terminó la novela El rostro de los días, en mi familia, como seguramente sucedió en muchas otras, hubo opiniones encontradas. No a todos nos gustó el tratamiento de algunos temas, la manera en que se desarrollaron ciertas escenas o el desenlace de esta o aquella historia. Reunidas las tres generaciones que convivimos en casa, ofrecimos nuestros diferentes puntos de vista sobre aquel particular. Expusimos, debatimos y nada más. No hubo ofensas, exaltaciones o dueños de la verdad, solo una animada conversación en cuyas múltiples aristas diferíamos.

“La más antigua de todas las sociedades, y la única natural, es la de la familia”, sentencia el sabio francés Jean Jacques Rousseau en su Contrato Social. Es por ello que quise empezar con el ejemplo personal esta breve reflexión sobre fenómenos privados que deberían darse en nuestra esfera pública.

Además de la sangre, el más fuerte de todos los lazos, las familias están unidas por el amor que se profesan. Las sociedades y sus miembros, por otra parte, lo hacen por circunstancias, historias, tradiciones, instituciones, leyes comunes, etc., además de por el sentimiento de arraigo hacia una misma nación. Entonces, añadido al amor familiar, entre los miembros de una sociedad debe cultivarse una virtud que es intrínseca a la condición de ciudadanos: la civilidad, como capacidad para convivir de manera respetuosa y considerada.

En las calles es frecuente escuchar que los cubanos no sabemos discutir, que perdemos con facilidad los estribos, como buenos productos de este verano perpetuo. Carecemos de cultura del diálogo, es la frase más comúnmente empleada. El pesimismo de tales sentencias es notable y parece querer remitir a una condición histórica de los nacidos en esta ínsula. Nada más lejos de la verdad histórica.

Basta darle una ojeada, por ejemplo, a los fructíferos años sesenta del pasado siglo, sin ir más lejos, para percatarse de ello. La nueva sociedad en construcción permanente producto de la Revolución del 59 fue rica en debates y polémicas –herencia tomada de la vieja República-, como toda obra que hace camino al andar, parafraseando a Machado. Las personas y las fuerzas –con las ideas tras ambas- que se unían a veces y pugnaban otras en torno a casi cada arista del edificio del nuevo poder, dejaron excelentes ejemplos del ejercicio del criterio.

Quizás la más connotada de todas, por su impacto en la economía nacional, fue la que se desarrolló entre el Che Guevara y Carlos Rafael Rodríguez, el primero en calidad de encargado de la industria nacional –al frente del Departamento de Industrialización del Instituto Nacional de la Reforma Agraria (INRA) y después como Ministro de Industria-, y el segundo como Presidente del INRA, enorme organismo con sede en el actual edifico del MINFAR donde se concentraron durante algunos años muchas de las funciones del Estado.

El debate entre las posturas de ambos, que también tuvo su manifestación en la prensa de la época, se materializó en la aplicación de dos sistemas de gestión económica que diferían en muchos aspectos, pero coincidían en el objetivo de buscar una gestión eficiente de la economía. Sus artífices y aquellos que se adscribían a una idea u otra línea, según cuentan algunos que aún están entre nosotros, se profesaban un profundo respeto y reconocían en el otro la valía.

También conocida y más mediática que la anterior es la polémica acontecida a finales de 1963 entre Alfredo Guevara, entonces director del Instituto Cubano del Arte e Industria Cinematográficos (ICAIC), y una serie de artículos publicados en la sección Aclaraciones, del periódico Hoy, dirigido por Blas Roca y que era el órgano oficial del Partido Unido de la Revolución Socialista de Cuba (PURSC), sustituto del antiguo Partido Socialista Popular (PSP).

Su eje giró en torno a la pregunta que daba título al trabajo que la desató: “¿Qué películas debe ver el pueblo?”. Como resultado de aquel debate, que se saldó -¡a Dios gracias!- de manera favorable para Guevara, quedaron textos y entrevistas posteriores muy interesantes no solo para conocer la configuración del poder y la convivencia de fuerzas distintas dentro de la Revolución, sino también todo lo que se refiere a consumo cultural y función social del cine.

De la década igualmente puede mencionarse la interesante polémica de mediados de 1966 en torno al pensamiento del teólogo francés Pierre Teilhard de Chardin, entre el padre Carlos Manuel de Céspedes, desde la columna Mundo Católico, del periódico El Mundo; y el sociólogo Aurelio Alonso, desde El Caimán Barbudo y Juventud Rebelde.

También en fecha similar tuvo lugar en las revistas Teoría y Práctica, órgano de las Escuelas de Instrucción Revolucionaria, y Pensamiento Crítico, del Departamento de Filosofía de la Universidad de La Habana, un cruce de artículos sobre la enseñanza del marxismo y la utilidad o no de los manuales para ello. En ambas, el tono filosófico fue elevado y se esgrimieron argumentos sólidos para sustentar las ideas.

Sin necesidad de avanzar más se desmorona la idea pesimista sobre la incapacidad de los cubanos para dialogar con criterios diferentes. Dicho esto, hay también que reconocer que en tiempos recientes el ejercicio de la sana discusión y de la crítica como expresión del criterio han caído –dirán algunos que a causa del recrudecimiento del bloqueo, de la COVID-19 o del cambio climático- en el abismo de las descalificaciones y la poca ética. En espacios hasta entonces muy serios se ha hecho gala, como si de la cola de un pavorreal se tratara, de lo más grotesco del lenguaje de confrontación, que pretende separar constantemente a los cubanos en bandos antagónicos.

“Las causas no necesitan solamente razón: necesitan razón y cortesía, derecho y mesura”, dijo Martí con esa sapiencia espiritual tan suya. Quien defiende una causa es porque la considera noble y si la defiende a sabiendas de que no lo es, entonces su cinismo hace que no merezca más respuesta que el rechazo. Pero también merece repudio y demerito aquel que recurre a artilugios ruines, el que ataca al hombre y no a la idea tras él, quien miente, manipula y descontextualiza en nombre de una verdad que no lo es o que pierde sentido ante tal corrupción.

Como miembros de una misma familia, la de Cuba, todo compatriota debe tener no solo el derecho a manifestar lo que opina, sino también el deber de hacerlo si eso redunda en beneficio del resto. Una nación construida a partir de aquello que nos une con la pluralidad de voces nobles que hablan desde el disenso, debe ser la meta de nuestra República; tolerar lo diferente, una virtud de nuestros ciudadanos; y debatir con respeto y verdad, un premisa de quienes tienen en sus manos el arma del discurso público. Hoy no es halagüeño el escenario del debate, pero todo como el diamante, antes que luz fue carbón.

5 octubre 2020 16 comentarios 674 vistas
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profunda

La Cuba profunda y la capital de todos los cubanos

por Ivette García González 22 septiembre 2020
escrito por Ivette García González

Si las diferencias entre el oriente y el occidente de Cuba fueran solo socioculturales y sus efectos se vieran apenas en la rivalidad histórica entre los equipos de pelota de La Habana y Santiago; en si son los habaneros o los orientales los que hablan cantando; o en si bailamos y reímos con los Van Van “La Habana no aguanta más” y con Adalberto Álvarez y su Son “Aquí cualquiera tiene un pariente en el campo”, no habría de qué preocuparse.

La problemática, sin embargo, es más compleja de lo que se cree. Su raíz está en los desequilibrios regionales, que también existen en la mayoría de los países latinoamericanos. En Cuba se constata sobre todo entre el oriente y el occidente.

El fenómeno persiste a pesar de que desde el triunfo de la Revolución se encaminaron políticas integrales para afrontarlos y procurar un territorio nacional más equilibrado. La matriz colonial determina que no se resuelva a corto plazo, en las condiciones de Cuba y junto a otras causas, ni siquiera a mediano.

Las manifestaciones han sido notorias a través del tiempo. Dificultades de acceso al mercado mundial, formación de regiones y  localidades deprimidas, marginadas, procesos socioculturales diferenciados e imposiciones centralistas de las élites dominantes habaneras. Incluso las influencias de los poderes externos vinculados en cada época. Todo eso explica, por ejemplo, las recurrentes reivindicaciones federales para la República desde las guerras por la independencia (1868) y el histórico “Oriente Federal”, que llegó hasta inicios de los años 1960.

Así que los ejemplos del principio corresponden solo a la superficie. Propongo reflexionar sobre un fenómeno negativo asociado: la discriminación por el lugar de origen de las personas. En Cuba no se habla de ella, sin embargo la que sufren los del oriente de la Isla cuando se radican en La Habana debería preocupar. Sus expresiones son dolorosas, laceran la cohesión social interna del pueblo cubano y la nación.

Tengamos claro que discriminación es: a) un trato diferente hacia otra u otras personas, b) trato que es injustificado o arbitrario y c) que se basa en un rasgo (religión, color de la piel, género, procedencia, etc.) que la Constitución del país y las normas internacionales prohíben para dar un trato diferenciado.

Durante las últimas décadas se han incrementado en Cuba dos fenómenos conectados y de efectos negativos múltiples: 1) la migración interna hacia la capital y 2) la discriminación por la región de procedencia.

Migración interna hacia la capital.

A las históricas desigualdades regionales que como en otros países impulsaron a los cubanos a emigrar a la capital, se suman durante los últimos 30 años por lo menos, las crisis recurrentes, la falta de oportunidades en las provincias, las carencias y hasta los fenómenos naturales. Es en las orientales sobre todo donde se sienten primero las crisis y donde último comienza la recuperación.

El modelo social cubano descansa en una fuerte centralización y altos índices de control social, lo cual también dificulta la propia gestión de las crisis y la atención a los problemas regionales y migratorios. La centralización vs autonomía municipal obstaculiza el desarrollo local, limita el diseño e impacto de políticas públicas a todas las escalas y ahoga la iniciativa de los ciudadanos.

Lo anterior ha provocado, desde los años 90 al calor del Período Especial, el incremento sucesivo del flujo migratorio hacia la capital, a veces para continuar rumbo al exterior y otras para establecerse. Y se trata de una ciudad que ya tiene poco más de 2 millones de habitantes, donde se reúne el 41% del total de inmigrantes del país. Pero, salvo una parte de su casco histórico que ha tenido un programa de atención especial, la ciudad padece un deterioro acumulado y notorio.

Esa realidad depauperada que ofrece hoy el triste y peligroso panorama de derrumbes frecuentes, es la de una ciudad que a muchos se les sigue antojando mágica. Que siempre fue, a pesar del tamaño del país, una de las más importantes de América. La gestión en ella no ha sido efectiva ni sistemática, porque no se trata de una provincia más. Cada vez le resulta más difícil manejar su escenario natural, mucho más si se trata de ejercer sus funciones como capital de todos los cubanos.

 Discriminación por la región de procedencia.

En Cuba, la discriminación por región de procedencia tiene un componente instrumental por cuenta de las regulaciones estatales y otro vinculado a la psicología colectiva. Esta última, ya no es solo la histórica rivalidad entre La Habana y Santiago, sino cierta animadversión entre los que llegan y los que residen en la ciudad, sean naturales o no. Y en consecuencia, muchas veces la antipatía se irradia hacia quienes permanecen en aquellas regiones.

No se trata de la migración en sí. En todos los tiempos las personas se han desplazado en busca de mejores opciones para realizar su proyecto de vida. En la actualidad la movilidad espacial es un fenómeno global, que en el ámbito nacional se da hacia las capitales, donde la gente encuentra más oportunidades. La cuestión está en cómo se gestiona ese proceso, considerando también que el migrante porta referentes culturales diversos expresos en una psicología específica, y que migrar es un acto difícil que presupone el desarraigo y adaptación a un nuevo contexto.

Para Cuba, importa que las políticas públicas no erosionen, sino que den sustento y fortalezcan la cohesión social como cubanos. Sin embargo, se ha ido más a la práctica prohibitiva y la limitación de derechos, que a la comprensión y tratamiento integral del asunto.

Dos importantes disposiciones jurídicas sirvieron para ordenar y sobre todo enfrentar la inmigración en la capital, una en 1997 y la otra en el 2011. En el plano oficial se partió de considerar esa migración como “indisciplina social”, “migración ilegal” y un fenómeno al servicio del “enemigo”. A quienes venían se les achacaba ser “delincuentes nómadas”, “marginales”, y responsables de que crecieran la “delincuencia”, “robos” y “delitos” en La Habana. Agregaba el Presidente Fidel Castro en su discurso del 4 de abril de 1997, que el traslado libre a la capital podría poner en peligro la seguridad de Cuba, por la falta de control estatal de las identidades de los residentes y huéspedes en la ciudad.

Días después, el 22 de abril, se aprobó el Decreto Ley No. 217: “Regulaciones migratorias internas para la Ciudad de La Habana y sus contravenciones”. Se fundamentó en que dicho desplazamiento incrementaba en la capital “el ya grave problema habitacional, las dificultades para asegurar el empleo estable, adecuado transporte urbano y el abastecimiento de agua, electricidad, combustible doméstico (…)”. Estableció limitaciones y requisitos para los traslados y asentamientos en la ciudad, en particular en los municipios Centro Habana, La Habana Vieja, Cerro y Diez de Octubre, que ya también quedaban limitados para los habitantes de la capital.

Asimismo, quedaron regulados los controles en base a carnet de identidad, registro de direcciones en cuadras y municipios, fijación por el Estado del espacio habitable adecuado para la persona y permiso del propietario o arrendatario. También, autorizo del organismo responsable si la vivienda es un medio básico, si está enclavada en una zona especial o en una de interés para el turismo. Todo eso, a través de una tramitación burocrática que involucra a varias instancias desde la Dirección de Viviendas hasta el Consejo de la Administración municipal.

Asimismo, el Decreto definió las contravenciones, multas y obligatoriedad del retorno al lugar de origen para quienes no cumplieran los requisitos y fueran declarados “ilegales”. Multas que también se aplican al propietario o arrendatario que tenga a alguien en su casa sin la autorización correspondiente. Igualmente dispuso que los Organismos de la Administración Central del Estado (OACEs) debían elaborar medidas para reducir al mínimo la estancia en la capital, de personas de otros territorios vinculadas a ellos, ya fuera como fuerza de trabajo o como estudiantes.

Catorce años después, el 29 de octubre de 2011 se aprueba un segundo Decreto, el 293. A pesar de que se habían liberalizado en el país la compra venta de viviendas y el trabajo por cuenta propia, se declara que se mantienen las causas y condiciones que determinaron la aprobación del 217. El cual quedó modificado para flexibilizar el proceso, si se tratara de: cónyuge, hijos, padres, abuelos, nietos y hermanos del titular de la vivienda, hijos menores de edad del cónyuge no titular, personas declaradas jurídicamente incapaces y el núcleo familiar de la persona a quien se le asigne un inmueble por interés estatal o social.

Desde entonces son miles las familias y ciudadanos individuales obligados a retornar a sus zonas de origen; sin embargo, el fenómeno se ha complejizado más. Han surgido numerosos asentamientos en la periferia de la ciudad. Al ser un movimiento irregular, no tienen condiciones para servicios básicos, razón por la cual recurren con frecuencia a soluciones por su cuenta para abastecerse. Y quien además no está legal, no puede trabajar, con todas las consecuencias que pueden presuponerse.

La discriminación no afecta a todo el que llega a La Habana, la vía de llegada y el origen los distingue. El origen más frecuente es el de la gran región oriental y sus cinco provincias. Siempre ha sido la más deprimida, por tanto de donde más emigran las personas, que igualmente son las más discriminadas. Dentro de la vía legal, están las que son traídas por algún organismo estatal o entidad gubernamental, para desempeñarse como funcionarios, especialistas, dirigentes. Muchos son profesionales, no tienen problemas y su inserción es más fácil.

El panorama más difícil está en la emigración espontánea, compuesta por familias y personas que vienen por su cuenta,  y las temporales (no siempre espontáneas) que promueve y ejecuta el propio Estado. Estas últimas se han acometido para cubrir necesidades de la capital, casi siempre en la construcción y en la policía. De ambos grupos, algunos logran legalizarse a través de residentes habituales y otros viven en la ilegalidad.

Las consecuencias y las estrategias de inserción de esos ciudadanos son muy diversas. Algunas se parecen a las de quienes emigran del país. Incluso para quienes vinieron temporalmente por interés estatal y deciden no regresar, comienza el mismo vía crucis de los otros.Muchos tienen que esconderse, procurarse una dirección postal a como dé lugar, deambular por las calles sin poder trabajar, sufrir maltrato laboral al tener que trabajar “por la izquierda” y sobrevivir muchas veces sin condiciones básicas. Hoy constituyen un sector social muy vulnerable que incluye a miles de familias.

La discriminación que imponen las regulaciones también impacta la psicología colectiva.

Muchos creen que tales restricciones son normales e inevitables, cuando en realidad la carga segregacionista y el impacto en la psicología colectiva es perjudicial y notorio. Duele más porque es el propio país. El prejuicio está instalado y la orden dada. Ante los agentes de orden público, el color de la piel, los rasgos físicos de la persona y hasta la manera de hablar o vestir pueden ser sospechosos. Los que deambulan se sienten acosados por la policía, que puede ser su compatriota cumpliendo con la función de interceptarlo pidiéndole el carnet de identidad, lo que pudiera tener el triste desenlace de un retorno obligado a su lugar de origen. ¿Cómo entender el absurdo de estar ilegal en tu propio país?

Se suma que, el tratamiento al asunto y los mecanismos burocráticos allanan el camino a ilegalidades y verdaderas cadenas de corrupción administrativa. Y también el doble discurso oficial hace su parte, sembrando desconfianza y apatía. A veces son héroes, compatriotas, cuando se trata de las luchas revolucionarias o del llamado a resolver problemáticas de la capital. Pero otras se les criminaliza, asocia o responsabiliza de la indisciplina, el delito y la afectación incluso a la seguridad nacional. Se crea un estigma, un estereotipo que afecta a nivel individual y colectivo como entes biopsicosociales en plena facultad y derecho a mejores condiciones de vida.

Así, durante estos años se ha incrementado la animadversión hacia las personas del oriente. Al mismo tiempo quienes migran se resienten al no encontrar una capital que  sea realmente de todos los cubanos. Se ha llegado al punto de denominarlos “palestinos”, un término que se usa en sentido peyorativo (ilegal, errante, sin tierra), que se ha extendido y casi se convive con él como algo normal. Contribuye a eso el hecho de que los oficios para los que vienen son de baja calificación y, en el caso de la policía, tiene la agravante de que es un órgano represivo cuyos miembros interactúan directamente con la población de la ciudad.

¿Qué hacer?

La cuestión regional no puede desconocerse en ningún escenario. Lo mismo para el proceso de cambios que vive el país, que para entender la complejidad de lo cubano y hasta el tratamiento de la pandemia del Covid, principal problema en este 2020. La Habana ha sido el epicentro con casi el 60% de los casos de contagios reportados, pero se ha confirmado la validez de un diseño de respuesta con arreglo a las particularidades locales.

Un análisis a fondo de las problemáticas descritas, supone pensar en al menos tres vías con varias acciones incluidas para encaminar soluciones.

1.- Priorizar la atención a la capital por su complejidad, condición patrimonial e importancia histórica. La Habana no admite improvisaciones y no se puede dirigir como una provincia. Es preciso generar capacidades para que se puedan gestionar con éxito las propias dinámicas internas y que al mismo tiempo pueda ser realmente “la capital de todos los cubanos”.

2.- Trabajar en la disminución de los desequilibrios regionales como parte de la estrategia del país, asumiendo como eje fundamental la descentralización, el estímulo a las inversiones y el desarrollo local. Es vital para que las personas encuentren espacios de realización en su zona originaria, lo que hasta hoy es un sueño. La centralización y el verticalismo de todos los procesos asfixian a los municipios, a pesar de la importancia que se les reconoce en el discurso oficial.

Esta problemática se identifica en la Estrategia Económico Social aprobada por el Consejo de Ministros el 16 de julio pasado. Asimismo, la Política para el Desarrollo Territorial derivada, aunque no logra desprenderse del enfoque centralista estatal que ha prevalecido hasta ahora, introduce novedades que permitirían avanzar hacia una real descentralización y destrabe de las fuerzas productivas. De momento solo están en el diseño.

3.- Atender el fenómeno de la discriminación por lugar de procedencia con políticas inclusivas, afirmativas y también coercitivas. Como proyección debe basarse en que tanto la Declaración Universal de Derechos Humanos como la Constitución del país la proscriben. La Declaración consagra en su artículo 13 el derecho a la libre circulación, lo que comprende tres elementos básicos: derecho a circular libremente y a elegir la residencia en el territorio de un Estado; a salir de cualquier país y a regresar al propio país. La Constitución, aunque no lo hace explícito en su Artículo 42 que describe los tipos de discriminación que se prohíben y sancionan, no la excluye al enunciar “(…) y cualquier otra lesiva a la dignidad humana.

La vertiente educativa es vital. Incluye en lo fundamental a la familia, primer ámbito en la transmisión de valores y la escuela, donde se pueden propiciar el conocimiento y la apreciación de los valores y problemáticas locales del país. También son muy importantes los medios de comunicación, que deben reconocer el fenómeno y darle tratamiento a través de los recursos necesarios y alcances en beneficio de la convivencia y la cohesión social. No debe excluirse la posibilidad de disponer de un marco jurídico específico que permita prevenir y eliminar la discriminación, incluyendo explícitamente esta.

No olvidemos nunca que los más grandes sacrificios que se hicieron por este país, tuvieron por escenario fundamental las montañas, las playas y los llanos orientales. Que casi ningún presidente de la República, desde la primera guerra por la independencia hasta hoy ha sido habanero, y que el reconocimiento internacional de Cuba en todas las artes y la política, tiene una larga lista de nombres de todas las regiones cubanas, aun cuando a muchos se les haya conocido en La Habana. Clara señal del “fatalismo geográfico”, pero también de que la capital ha sido siempre para todos los cubanos.

22 septiembre 2020 32 comentarios 543 vistas
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manzanillo

Indefensión y desidia en Manzanillo

por Giordan Rodríguez Milanés 20 agosto 2020
escrito por Giordan Rodríguez Milanés

“En mi núcleo del Partido fue el primer lugar donde hablé”, me dice la Master en Ciencias y Profesora Consultante de Filosofía, Onelia Méndez. Estamos en su casa, aquí vive con su hijo, su hija y su nieto. Un piso en el segundo nivel de un inmueble ubicado en la calle Aguilera entre Martí y José Miguel Gómez, en la ciudad cubana de Manzanillo. Durante más de tres décadas, los manzanilleros hemos visto deteriorarse el edificio ecléctico colindante con la vivienda de Onelia, ubicado en la esquina de las calles Aguilera y Martí, en pleno centro histórico urbano.

Allí estuvo antes de 1959 la sede de la llamada Clínica Piña por lo que, al ser nacionalizada luego del triunfo revolucionario, funcionó como sede del policlínico número 1, hasta que chapuceros e incompletos mantenimientos, modificaciones y reparaciones parciales no pudieron evitar que se volviera inhabitable y la dirección de Higiene y Epidemiología dictaminara su cierre hace 15 años. No se aplicó un correcto criterio de conservación y preservación.  Con una de esas modificaciones, en 1985, comenzó el drama de Onelia Méndez:

“Voltearon un camión de cal justo al lado de la ventana de la habitación donde dormía mi hijo recién nacido, lo cual le provocó una afección respiratoria durante su niñez. En esa misma reparación, los constructores se pusieron a jugar ‘a las piedrecitas’ y nos rompieron el calentador de agua solar que llevaba más de 20 años funcionando“.

A pesar de que entonces Onelia se quejó en su núcleo del Partido y en la Asamblea de Rendición de Cuentas del Delegado, no pudo evitar que modificaran la caja de aire común, y construyeran una cubierta intermedia para instalar un equipo de Rayos X. Ni Onelia ni su esposo, fallecido recientemente de cáncer, supieron nunca si al equipo de Rayos X le rodearon las condiciones de seguridad mínimas.

“Años después mutilaron el diseño original de la fosa, por lo cual desde hace más de 20 años no se ha podido limpiar. Rompieron una pared colindante del primer piso, para hacer una puerta con el riesgo de afectar la estructura de mi casa, obstruyeron con escombros el conducto de aguas pluviales y los respiradores de los lavaderos de la azotea y rompieron la tapa del tanque de agua potable, sin siquiera decirnos nada, por lo cual, sólo gracias al mal olor, nos dimos cuenta que había caído un murciélago –uno de tantos que habitaron el edificio- y estábamos en riesgo de consumir agua putrefacta”.

Las mil palabras que habitualmente escribo para este medio, no bastarían para contar las quejas que Onelia Méndez ha formulado verbal y por escrito, a todas las instancias, desde su delegado de circunscripción hasta el presidente de la república, desde su núcleo hasta el secretario del Comité Provincial del PCC.

Este año presentó una demanda ante la sala civil del tribunal municipal. Fue declarada “sin lugar” a partir del criterio de que la documentación para la ejecución de la remodelación del policlínico No. 1, es correcta y contempla no afectar la vivienda de Onelia. Lo máximo que ha logrado es el compromiso verbal de algunos funcionarios de Salud del municipio de que no será nuevamente afectada. Un compromiso en el que, naturalmente, Onelia no cree.

“¿Estás consciente de las reacciones que puedes recibir una vez que publique tu historia?” le pregunto a la profesora de postgrado de la Universidad Médica de Granma, y me responde: “soy consciente, pero ya me quedé sin opciones oficiales donde acudir. Por la sala de esta casa han pasado muchas autoridades, un vicepresidente del gobierno que se fijó en ‘lo buena que está para una fiesta’, representantes de Salud, la Vivienda, el gobierno provincial.

Hasta el Primer Secretario del PCC en Granma prometió se resolvería lo de la fosa, la tapa rota del tanque, la tupición del conducto de aguas pluviales y un bombillo que alumbre el interior del edificio para evitar que proliferen murciélagos que luego entran a mi casa. Pero no se ha resuelto nada”.

Durante las conclusiones de la primera visita a Manzanillo del presidente Miguel Díaz-Canel, una enfermera le planteó las condiciones precarias en las que se encontraba trabajando el colectivo del Policlínico No. 1, cuyo servicio de emergencias y algunas consultas fundamentales, radicaban en un cuchitril en pleno centro histórico del municipio.

El presidente se interesó e indicó resolver esa situación, por lo que las autoridades locales retomaron la aspiración de miles de manzanilleros de que se remodelara el edificio de la antigua clínica Piña. Sí, el colindante con Onelia, la profe de Marxismo de Ciencias Médicas; el que fue convertido en la sede del Poli 1; el que fuera chapuceramente reparado y modificado en 1985 y la década del 90, y nadie respondiera por ello; el que fuera cerrado a principios del siglo XXI y sirviera de hábitat a ratas, ratones y  los gatos que les cazan, y parejas de jóvenes enamorados sin posadas para tener relaciones sexuales.

A principios de 2019, un tuit del vicepresidente del Consejo de Estado, Roberto Morales Ojeda, ratificaba la decisión de rehabilitar el edificio referido durante el 2020. Hace un par de meses, llegaron los trabajadores de la construcción, levantaron una tapia alrededor e inutilizaron la mitad de las dos cuadras perpendiculares por las que se accede y… ¡nada más! La obra está detenida.

La alegría inicial de miles de manzanilleros ahora se convierte en la pregunta: “¿Cuándo estará?”, la misma que nos hacemos con el edificio del Palacio de Pioneros, cuya reapertura fue anunciada para el inicio de un curso escolar que ya está acabando, y ahora mismo está estancado.

Pero Onelia Méndez tiene otras preguntas, otras incertidumbres. Ya no sólo si le resarcirán los perjuicios y los daños que ya le han hecho sino, sobre todo, si el futuro no le deparará nuevas afectaciones, más estrés, más indignación ante la indefensión ciudadana por la desidia y el desamparo. Ya les contaré.

20 agosto 2020 28 comentarios 718 vistas
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La reescritura de la historia

por Alfredo Herrera Sánchez 5 agosto 2020
escrito por Alfredo Herrera Sánchez

La historia ha sido objeto de reiteradas mutilaciones y tergiversaciones desde los sumerios hasta Donald Trump. Este fenómeno ha provocado desbarajustes a escala global en la memoria histórica de la humanidad. Se han perdido culturas enteras de pueblos indígenas al borrar todo vestigio de su existencia o se han intentado enmascarar procesos degradantes como el Holocausto Europeo de la Segunda Guerra Mundial.

Aquí, en la tierra de Martí, no nos quedamos atrás. Los españoles arrasaron con los aborígenes al punto de que hoy no sabemos cómo bailaban el areíto o cuáles eran sus dioses. No me imagino a Cuba sin el casino o la religión yoruba dentro de 500 años.

Después del triunfo de la revolución, el 1ero de enero de 1959, comenzó un proceso de transformación radical dentro de la sociedad que terminó por instaurar un sistema socialista donde el Estado decide desde qué cultivos debe sembrar un campesino hasta qué películas debe proyectar un cine.

En su lucha antagónica con el imperialismo norteamericano (y todo lo que el capitalismo representa) comenzó un proceso de deslegitimación del pasado prerrevolucionario cubano al punto de satanizar todo cuanto había ocurrido antes de 1959. Basta con leer los libros de historia del Ministerio de Educación y luego contrastarlos con otros menos famosos y menos “convenientes” para quedar boquiabiertos. Desde grandes personalidades de la cultura hasta las formas más ínfimas de relaciones de mercado fueron puestos en tela de juicio público y sentenciados al olvido por un país que se rehízo a sí mismo.

Sesenta años más tarde los resultados de ese proceso han sido que las generaciones de cubanos nacidos después de la revolución ven el período republicano sólo como una etapa de corrupción política, gangsterismo y desigualdad social. Pudieran ser esas características imprescindibles en un retrato de ese período, pero definitivamente no eran las únicas.

En su cruzada con el pasado capitalista de Cuba los círculos de poder revolucionarios “olvidaron” exponer en sus libros de historia los éxitos económicos de la burguesía. Dicha clase puso en el mapa de las primicias a la Mayor de las Antillas y la insertó en la globalización comercial con una Habana cosmopolita a la vanguardia entre las capitales de Latinoamérica. ¿Recuerdan haber estudiado algo de esto para las pruebas de historia?

“…cuando se está contento de su pasado, se habla de él; cuando no se habla de él, es porque su recuerdo pesa y avergüenza”. (“Isla de Mujeres”, t.19, p. 30. -Obras Completas de José Martí)

Ocultar un pasado incómodo por inconveniencias políticas puede llevarnos a olvidar o contaminar nuestra identidad y eso sería irreversiblemente catastrófico para cualquier país. La Cuba republicana era mucho más que un hato de políticos corruptos. Encontrar esos matices en una realidad marginada para exponer su valor, es por mucho una misión imperante.

“Lo pasado es la raíz de lo presente. Ha de saberse lo que fue, porque lo que fue está en lo que es”. (“Cartas de Martí, La Opinión Pública, Montevideo, 1889, t.12, p. 302 -Obras Completas de José Martí-)

No seremos menos cubanos por interactuar con la obra de Los Aldeanos o de Levi Marrero, pero quizá seamos menos dóciles y miremos la realidad cubana desde puntos de vista amenazantes para el sistema.

Abrir los ojos pasa por abrir la mente. Aflojar los tornillos de esta última lleva mucha llave y lubricante después de sesenta años de “con la revolución todo, contra la revolución nada”, pero vale la pena el esfuerzo cuando descubrimos que este país no nació en enero del 59.

Iván, el cubano protagonista de El hombre que amaba los perros, huyó durante años de su realidad y al final terminó matándolo. ¿Quieres ser un Iván?

5 agosto 2020 33 comentarios 575 vistas
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La lucha contra el racismo y sus retos

por Alina Bárbara López Hernández 29 junio 2020
escrito por Alina Bárbara López Hernández

I

¿Al pasado para qué?

Nos nutrimos del pasado. La historia existe como ciencia precisamente porque resuelve una necesidad humana. Incluso las culturas ágrafas apelan a la memoria para cohesionarse. Como historiadores, analizamos el pasado con instrumental teórico del presente. Los hechos tienen carácter objetivo pero necesariamente son interpretados desde la subjetividad. Cada generación, cada época, trae consigo maneras particulares de interrogar e interpretar a las fuentes y luego reescribir la historia partiendo de sus intereses, cuestionamientos, capacidades o limitaciones.

No obstante, evaluar cualquier hecho a la luz del presente no puede significar descontextualizarlo. No es ético interpretar los hechos, o evaluar las ideas de determinada figura, despojándolos de los entramados económicos, culturales o sociopolíticos y de las contradicciones de su época, para condicionarlos a las aspiraciones e intereses del presente, es decir, a contextos epocales e ideológicos posteriores.

En los últimos días se suscitó en las redes sociales y en algunos medios digitales una controversia alrededor del racismo. La discusión se ha enfocado enfáticamente en la responsabilidad atribuida a José Miguel Gómez, segundo presidente republicano de nuestra historia, por la represión al Movimiento de los Independientes de Color. Se exige retirar su estatua del monumento que existe en una céntrica vía de la capital como satisfacción histórica, dadas las muertes de miles de negros y mestizos en aquel episodio, que durante muchos años fue denominado, peyorativamente, la guerrita del 12.

No seré yo quien me oponga a un acercamiento crítico a los caudillos de la primera república burguesa, que fueron grandes y heroicos jefes militares durante las guerras de independencia pero, una vez aferrados a la política republicana, potenciaron en su mayor parte la corrupción y el clientelismo político y tuvieron la vista casi siempre fija en el Norte. Precisamente fue la ruptura con el monopolio político del mambisado lo que le permitió a la generación del 25 hallar un camino propio en la historia y la política insulares.

Sin embargo, se ha reducido los sucesos de 1912 a una cuestión exclusivamente racial, sin analizar la connotación política que tuvo, obviando los errores políticos que se cometieron, tanto por parte del gobierno como por la dirección del PIC; no se menciona que el gobierno recibió apoyo de sectores negros y mestizos y que en el ejército participaron jefes militares negros y mestizos que fueron activos en la represión a los sublevados.

En el blog Comunistas se publicó el texto «Monumentos al racismo en Cuba», de la autoría de Frank García Hernández. Allí se lee que José Miguel Gómez fue «un asesino que intentó llevar a cabo una limpieza étnica». Lo cual denota no solo desconocimiento histórico sino impericia antropológica.

Confunde el autor la diversidad biológica del etnos o etnia —denominada racialidad—, con la etnia propiamente dicha. Esta última es entendida como un grupo estable de personas constituido históricamente en un territorio determinado, que posee particularidades culturales comunes, cierto nivel de estabilidad (incluso de lengua y mentalidad), un carácter nacional (idiosincrasia o etnopsiquis) así como autoconciencia, fijada por la autodenominación o etnónimo común, que en nuestro caso sería cubanos.

Existen naciones donde conviven etnias diferentes aunque su diversidad biológica no sea evidente. Por ejemplo, los hutus y los tutsis no se diferencian por el color de su piel,  y en Ruanda, país africano donde vive una parte de esos grupos, sí se produjo en 1994 una limpieza étnica, o etnocidio, de los segundos por los primeros. En solo cien días murió casi un millón de personas, el 85 por ciento de la etnia tutsi.

En otros casos puede ocurrir una segregación cultural, política y legal de cierta parte de la población, hasta el punto que se genere en ellos una autoconciencia étnica que los diferencie respecto a otros grupos de la nación. Así sucede con la población negra y mulata en EE.UU., que se autodenomina afroamericana. En Cuba no acaece ninguna de esas condiciones.

A diferencia de lo ocurrido entre los esclavistas de aquel país, la Corona española y sus representantes en Cuba ofrecieron mayor margen de tolerancia a las prácticas culturales y religiosas de los esclavizados, que trascenderían con el tiempo y la convivencia para relacionarse con rasgos culturales de otros grupos; por otra parte, no fueron antagónicos a la legalización paulatina de los matrimonios y uniones interraciales y al reconocimiento de los hijos habidos de ellas, lo que ayudaría al proceso histórico de transculturación y etnogénesis cubana. El mestizaje biológico y el cultural se reciprocaron.

No será hasta los años veinte del pasado siglo, ya en la república, que se logre la aceptación de la transculturación como un discurso consensuado desde la ciencia, el arte y la política; como una explicación compartida, hegemónica, acerca del proceso etnogenético insular. Demoró para triunfar y requirió de grandes polémicas y múltiples enfoques: científicos, artísticos y políticos, lo que no significó la eliminación del racismo. Dicho tema fue abordado por Mario Valdés y por mí en el ensayo «Contrapunteo cubano de la identidad cultural: ¿hispanos, aborígenes, africanos, o mestizos?», publicado en la revista Debates Americanos, vol. 1, no. 1, 2016.

Por tanto, hablar de limpieza étnica es un error. Aquí hay que hablar de racismo, pero interpretar que el mismo se combate simbólicamente, derrumbando monumentos o cambiando la denominación a las calles —muchas de las cuales siguen siendo designadas por sus viejos nombres como ya se ha comprobado—, es un consuelo trivial que aleja de otras demandas más pertinentes. El tema es complejo, multicausal, y requiere abordajes desde ciencias como la Historia, la Antropología, la Sociología, el Derecho o la Psicología.

II

Más que un monumento

En la base del racismo están los siglos de esclavitud. Aquellas sociedades que, como la nuestra, convivieron tanto tiempo con ella, recibieron una impronta sociológica y psicológica que es necesario, primero, reconocer, para luego combatir.

Recordemos que aunque empezó mucho antes, la etapa de mayor expansión de la trata esclavista data de fines del siglo XVIII y primera mitad del XIX. El comercio de personas esclavizadas —a pesar de que fue reconocido como ilegal por España desde 1817, tratado que entra en vigor en 1821—, se incrementó en la misma medida en que lo hizo la plantación azucarera. Cuba, mayor productor mundial de azúcar, fue el penúltimo país de la región, solo antes que Brasil, en abolir la  esclavitud.

En un contexto ideo-político capitalista como aquel, donde a pesar de las evidentes diferencias sociales habían emergido consignas que se hacían eco de igualdad, libertad y fraternidad; en momentos en que se derrumbaban los últimos reductos de la servidumbre medieval en el Viejo Continente, se consentía de este lado del Atlántico una aberración como la esclavitud, que, incluso como modo de producción históricamente determinado, ya había dado todo de sí.

¿Cómo validar tamaña infamia? Deformando la realidad, primero que todo para convencerse a sí mismos de la justeza de su actuar; en segundo lugar, para que los siervos aceptaran su situación. Con ese fin, la imagen de inferioridad, simpleza, atraso o primitivismo de las personas negras, fue articulándose como un discurso desde la política, el arte, la religión hegemónica e incluso la ciencia de aquel período, y fue incorporado a prácticas sociales y familiares que se reprodujeron de una generación a otra y se arrastraron a épocas posteriores.

A pesar de que fue eliminada como institución, sometida a dura crítica y estudiada minuciosamente; los siglos de esclavización tuvieron un costo ideológico que explica, aun en su ausencia, que se sigan generando actitudes racistas. Muy optimistas fueron las declaraciones iniciales del proceso revolucionario, que consideró que un cambio político como el socialismo arrancaría de raíz aquellas actitudes, pero los condicionamientos mentales han demostrado ser reacios a discursos y declaraciones.

Eso lo entendí mejor cuando tuve la suerte de editar el libro Cepos de la memoria, impronta de la esclavitud en el imaginario social cubano, de Zuleica Romay, perteneciente al catálogo de Ediciones Matanzas del año 2015. La propia autora lo considera un libro «inquietante», y hace bien en opinar de este modo, pues su lectura desmitifica confianzas excesivas, discursos políticos e históricos y revela, con toda crudeza, el hecho cierto de que las construcciones ideológicas —como el  racismo—, no desaparecen por decreto, ni siquiera por políticas igualitarias e inclusivas; sino que se incorporan a la subjetividad, de ahí que nos explique en la introducción:

«Cuando es rechazado por la razón o el sentimiento, el racismo existe en el instinto y la emoción. Negada por filiaciones ideológicas, discursos éticos y preceptos educativos; la dúctil  noción de raza aflora en frases y comportamientos cotidianos, y en estados anímicos tan evanescentes como la aprensión y la  inquietud».

En cada parte del texto, la socióloga e investigadora devela cómo se manifiestan los mecanismos que reproducen hasta hoy un proceso de dominación y subordinación que se inició siglos atrás con la esclavización del africano, pero que no es reducible únicamente al ámbito económico o político, sino también a nivel de la subjetividad, del mundo simbólico, del modo en que las marcas de la memoria logran implantarse en el imaginario de dominadores y dominados, haciéndoles compartir representaciones sociales estereotipadas.

La esclavitud pertenece al pasado, es cierto, pero como bien afirma Zuleica Romay: «Si el cuerpo queda libre, pero la mente sigue encadenada al pasado, o a la reproducción adaptativa de las relaciones de subordinación que ese pasado engendró, los modos de pensar y comportarnos seguirán las pautas establecidas por quienes nos dominaron una vez, creando condiciones para que continúen haciéndolo, ahora desde la prisión de nuestra mente».

La pregunta sería entonces, ¿retirar una estatua de su base es el modo más conveniente de combatir al racismo? Salvo excepciones puntuales, la ciencia histórica ha producido y reproducido estudios tradicionales sobre el tema de la esclavitud que apreciaron durante mucho tiempo la imagen del esclavo desde una perspectiva externa a este.

La historia económica se encargó del estudio de la plantación esclavista, de su rol en el desarrollo del país y de su estancamiento. Con ese objetivo se aportaban cifras y se analizaban los censos para demostrar los altibajos del tráfico. Entretanto, la historia de las ideas políticas ponía en primer plano la controversia sobre el tema de la esclavitud desde la perspectiva de los ideólogos, la cuestión de la abolición, sus detractores y simpatizantes. Se ha abordado también el tema de la vida en los barracones, los castigos corporales, y las rebeldías esclavas resultante de los maltratos y de la falta de libertad.

No obstante, en casi todos estos estudios, la vida de los hombres y mujeres que tanto sufrieron aparece difuminada. Lo individual se sacrificó a lo colectivo, pues la esclavitud, como espantosa institución, se convierte en protagonista de la historia. Se pierden las memorias y los rostros, se ignoran los nombres. Como resultado, se conoce poco respecto a la existencia de los esclavizados, y de los negros en sentido general, de los sectores en que se dividieron, de sus relaciones familiares, del problema femenino, de las organizaciones que los agruparon, de las motivaciones, estrategias y vías que utilizaron para ascender en la escala social.

La historiografía cubana fue prácticamente virgen de ese tipo de estudios por décadas. En honor a la verdad fueron raras las investigaciones de historia social, lo cual se explica por su nivel de dificultad teórica, metodológica y de las fuentes a consultar. Hacerlo requiere abordajes multidisciplinarios que exceden las escasas categorías y conceptos de la ciencia histórica tradicional; además de que exige romper un paradigma positivista que pervivió aquí y todavía goza de buena salud.

En la introducción a su libro La otra familia. Parientes, redes y descendencia de los esclavos en Cuba, premio de ensayo Casa de las Américas 2003 y publicado por ese sello editorial al año siguiente, la profesora e investigadora María del Carmen Barcia explica su motivación al escribirlo:

 «Para mí se hizo entonces evidente la necesidad de analizar a los esclavos desde otra perspectiva, capaz de romper con ese paradigma de brutalidad, torpeza, ineptitud y desaciertos, que ha formado parte de un modelo construido desde una supuesta perspectiva filantrópica, pero que en definitiva es portador de criterios racistas que separan al negro, en un paréntesis supuestamente metodológico, del resto de la sociedad en que se ha desenvuelto, sin ver su participación dentro de clases, capas, grupos y sectores». (p. 8)

En el referido texto, la doctora Barcia aborda las relaciones familiares que establecieron en las adversas condiciones en que desenvolvieron sus vidas, destaca la contraposición entre el diseño legal y la construcción real de las familias esclavas, las alternativas de construcción de redes de parentesco por afinidad, que suplían en muchos casos los lazos consanguíneos rotos por la esclavitud. En el capítulo VII, «Recuperar y redimir», la autora convierte a los esclavizados en discursantes, en sujetos que cuentan sus verdades. Así nos hablan Gerónima Estrada, Dominga Gangá, Pablo Sobrado, Clara Linares, Josefa Quintana…

La humanización de las personas, el acto de nombrarlas, produce una empatía y una actitud psicológica de acercamiento. Conocer quiénes eran los esclavizados, escuchar sus voces, es algo que permite asimismo el precursor texto de la historiadora Gloria García: La esclavitud desde la esclavitud. La visión de los siervos, publicado en México en 1996 y que según valora María del Carmen Barcia: «despejó las fórmulas más o menos eruditas de los letrados y proyectó las voces de aquellos que resistían, consentían, apelaban, daban sus percepciones, ya fuese a través de un poder legal, del interrogatorio a que eran sometidos en el marco de un levantamiento, de una apelación judicial o de una solicitud de libertad».

Este tipo de narrativa histórica, a la que agregaría también a otros autores más encauzados hacia lo sociológico, lo antropológico y lo testimonial —como Oilda Hevia, Daisy Rubiera, Tomás Fernández Robaina y Esteban Morales, por solo destacar algunos ejemplos—; puede, por su naturaleza, generar un conocimiento más integral del significado de la esclavitud y promover el rechazo a ella y por ende a la discriminación que es su consecuencia social histórica.

Para lograrlo será necesario producir cambios en la enseñanza de la historia tradicional con el fin de que incluya estos aspectos sociales de la esclavitud en los diversos niveles escolares, desde los programas hasta los libros de texto, dependiendo como es lógico de su complejidad. Deberemos desterrar igualmente la imagen reduccionista de lo africano en la que priman escenarios selváticos, el arco y la flecha, los taparrabos y las guerras.

El continente de donde fueron arrancados doce millones de personas también tuvo reinos e imperios, contenidos que no son abordados en los programas de formación de profesores de Historia, y hablo por experiencia propia. Tales programas asumen una preeminencia eurocéntrica, por lo cual nuestros profesores saben más de la revolución rusa de 1905 que de las ciudades y los soberanos yorubas, a pesar de que ese es un legado evidente que recibió la cultura cubana.

Cuando fue creada la Comisión Aponte, hace poco más de una década, escuché, en el marco de una intervención en el museo Casa de África, a su director Rigoberto Feraudy proponer una revisión de la enseñanza de la historia. Hasta donde conozco, todavía no se ha implementado.

Si en Cuba no se promueven espacios de debate público sobre el racismo como ideología superviviente, aunque escondida a veces hasta de sus propios portadores, sea cual fuere su color, no lograremos avanzar en un sentido de trasformación social.

Durante la etapa en que me desempeñé como profesora de Antropología de la Universidad de Matanzas, alrededor del año 2003, tutoré un grupo de tesis que abordaban las relaciones interraciales entre los estudiantes universitarios de las tres instituciones que tenía entonces la provincia: Universidad, Instituto Superior Pedagógico y Facultad de Ciencias Médicas.

Los instrumentos aplicados a una muestra significativa de alumnos, revelaban criterios racistas y concepciones estereotipadas; francamente retrógradas en algunos casos, que aunque no masivos, para preocupación del equipo coincidían en la Facultad de Ciencias Médicas.

Como se manifiesta a nivel ideológico, el racismo es algo imposible de comprobar científicamente. Las Ciencias Sociales en Cuba están ciegas en ese como en tantos otros aspectos que requerirían la libertad de los investigadores para aplicar cuestionarios a grandes grupos. Sin investigación no hay diagnóstico y sin este no se pueden trazar estrategias transformadoras. Las mentalidades son más difíciles de cambiar porque a diferencia de las estatuas no se pueden destruir; sin embargo se pueden trasformar.

Pensar, no obstante, que las consecuencias de la esclavitud son solamente ideológicas es pecar de ingenuo. Ellas son dramáticamente evidentes en la existencia material y en los proyectos de vida.

III

Para el bien de todos…

Las personas negras tienen una desventaja histórica. Para empezar, no poseen, salvo excepciones, patrimonio de larga data, concretado en grandes y lujosas mansiones u otras propiedades familiares. Tampoco es común que pertenezcan a grupos depositarios de un capital cultural sedimentado.

Aun así, su capacidad e inteligencia y su potencialidad de ascenso social es admirable. Si nos atenemos a los informes estadísticos de Juan Pérez de la Riva, poco después de la abolición de la esclavitud en Cuba el porciento de antiguos esclavizados que se habían alfabetizado era muy superior, como promedio, al de los Estados Unidos que había logrado la abolición más de veinte años antes.

En la república burguesa se manifestó un racismo que, sin llegar a los extremos de segregación escolar y política que subsistían en el sur de los EE.UU., permitió que en determinadas instituciones sociales, en parques, playas, liceos y clubes se dividiera a las personas por el color de su piel y se limitara el acceso a negros y mestizos. Eso también ocurría en ciertos empleos.

El socialismo se presentó como un proyecto de justicia social y declaró la igualdad de todas las personas. Concluyó para siempre el racismo institucionalizado. A pesar de ello, no haber tenido en cuenta la desventaja de partida de un importante grupo humano preterido por siglos fue un error.

No es un secreto que entre nosotros las diferencias sociales se acentúan con cada vuelta de tuerca que provoca la agudización de una crisis que ya tiene carácter estructural.

En el artículo «Realidades incómodas», publicado en este sitio hace varios meses, manifesté: «Cuando algunos reclaman que se ha politizado el dramático caso de tres niñas habaneras que murieron por el derrumbe de un balcón, y arguyen que la avalancha de imágenes de edificaciones derruidas que circula en internet le hace el juego al enemigo, me pregunto por qué no se enfocan en una lectura más profunda de lo que está pasando ante nuestras propias narices y que este caso evidencia: las profundas diferencias sociales que existen en Cuba a nivel de familias, de barrios y de color de la piel.

Desigualdades todavía más notorias en La Habana por ser la capital y estar superpoblada, pero que son ostensibles en todo el país y dejan sin sustento una de las admitidas victorias de la revolución por la que se han sacrificado generaciones de compatriotas.

[…]

Ojalá […] podamos tener una idea exacta, desde la ciencia, de la magnitud de la desigualdad y su vínculo con el tema racial. Sin embargo, hay ya preguntas científicas que podemos hacer sin mucho esfuerzo, aquí dejo una: ¿qué relación existe entre la pobreza en barrios de gran confluencia de población negra y la evidente presencia de personas de ese color en grupos de la oposición activa en Cuba? Sé que es una interrogante incómoda. La realidad siempre lo es».

En algunos países donde existió similar situación, EE.UU. o Brasil para citar ejemplos, se aplican las denominadas políticas de acción afirmativa, que favorecen a sectores sociales que han sufrido algún tipo de discriminación con el fin de equilibrar sus condiciones de vida y reducir desigualdades heredadas.

Estas políticas se traducen en becas estudiantiles con determinada cantidad de cupos garantizados, subsidios o exoneración de impuestos, entre otras. Ellas tienen defensores y detractores, los últimos consideran que en la búsqueda de la equidad se puede dar lugar a molestias y tensiones en las personas que no forman parte de esos sectores.

Mi opinión es favorable a la búsqueda de una salida que tenga en cuenta el mejoramiento de las condiciones de negros y mestizos en Cuba con acciones de este tipo como parte de los retos para la lucha contra el racismo.

En marzo pasado se anunció el Programa Nacional contra el racismo y la discriminación racial, una Comisión gubernamental para su seguimiento y un conjunto de acciones. La llegada de la pandemia del covid-19 al país requirió establecer, como es lógico, otras prioridades. Cuando la situación sanitaria sea controlada, como todo parece indicar que está ocurriendo, con seguridad se retomará este importante asunto.

Nos nutrimos del pasado. Volvemos a él para estudiarlo, para hallar claves a muchos problemas actuales. Pero no podemos vivir atados al pasado. Hay que hacer cambios en el presente. Destruir estatuas es un cambio epidérmico. Puede hacerse si se considera oportuno, pero no va a resolver los retos más apremiantes en la lucha contra el racismo.

29 junio 2020 15 comentarios 600 vistas
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El 21 de mayo

por René Fidel González García 21 mayo 2020
escrito por René Fidel González García

Me había solicitado amablemente un compañero que escribiera una columna sobre el 20 de mayo. No tuve tiempo en medio de la versión íntima de la cotidianeidad pandémica con la que lidio, pero en verdad tampoco encontré la manera de cerrar las ideas que anoté mentalmente.

Ese cierre estaba esperándome sin embargo en la mañana del día 20 en el post de un graduado de Derecho de la Universidad de Holguín y su personal deseo a todos: Feliz día de la independencia y el nacimiento de la República.¡Patria y Libertad! Hice un par de anotaciones, pero casi idéntico a como él lo escribió, lo puse en mi propio perfil porque me pareció el  voto patriótico cubano más hermoso y auténtico, sencillo, que he podido leer o escuchar en mi vida.

De golpe, quizás por su esencia serena y extrañamente cordial, por lo inusual y espontáneo de ese deseo en nuestra sincopada parafernalia de consignas y lemas mal digeridos, me vino el recuerdo del culto de mi abuela y madre a mi bisabuelo mambí, y esa devoción recia a un tipo de decencia conmedida y piadosa que cultivan las madres que han sufrido por los hijos ajenos.

El día antes había estado pensando para aquella columna que no escribí en los destinos de muchos padres esclavos que compraron la libertad de sus hijos y que envejecieron y murieron sin salir ellos mismos del barracón, en la suerte de Manuel Rodríguez “El brujita”, el sastre que se batió en la década de 1868 con aquel valor forjado desde antes del que hablara más tarde Lemebel, en los rumbos inciertos de las niñas y mujeres guajiras desnudas por ausencia de la más rústica tela en las profundidades de nuestras montañas que vieron pasar los restos obstinados, hambrientos y perseguidos de las expediciones independentistas, en la atrocidad de las circunstancias y lo frágil de la vida humana.

Las evocaciones suelen ser también amargas y traicioneras, porque nos dejan en calidad de meros expectadores de la vida y los destinos de los otros, aunque nos ofrezcan, en cambio, una oportunidad para la humildad y aprender. En Cuba hay que tomar nota de ello, porque se lleva demasiado tiempo ya ninguneando desde la soberbia a una parte de nuestro pasado y éste nos está alcanzando en la peor de sus formas: la ignorancia y el odio.

La preterición y el olvido del día que marca formalmente el nacimiento de la República de Cuba y de la independencia y la mal disimulada antipatía que le han dedicado de paso nuestros medios durante muchos años, es también un síntoma de una sociedad que no entiende completamente los peligros que le acechan, ni lo que logró antes, tampoco las formas de resistir la adversidad.

Que el 20 de mayo de 1902 certifica la derrota final del anexionismo norteamericano en Cuba no es siquiera un tema a discutir.

Basta ver fletando en Guantánamo el pabellón yanqui para entenderle, además, como un poderoso recordatorio de lo que aquí se intentó, pero la escasa comprensión del significado de vivir en una República que hoy nos aqueja, el olvido de los contenidos y valores que contiene su noción, tanto como de su cualidad de matriz ética frente al despotismo, la arbitrariedad y los privilegios, es parte de un desarme sustancial para enfrentar los retos actuales y no pocos de los que tenemos por delante.

Pregúntele a la persona que tenga al lado ahora mismo sobre el significado político de vivir en una República y posiblemente tendrá como respuesta un mapa en que la libertad y los derechos ejercidos frente a todo ello, en que la exigencia del imperio de la Ley y la igualdad de todos sin excepción ante ella, son un incordio a la conformidad y al mantra de gratitud debida que se proclama y al mismo tiempo una marca de Caín, en que la Constitución como límite al ejercicio caprichoso del poder están fuera de la escala junto a la justicia y la fraternidad, el civismo y la decencia frente a lo servil y obediente, lo adocenado; o acaso un desolador encogerse de hombros. El vacío.

Es cierto, se podría coincidir por otras razones con una línea de un artículo de Karima Oliva Bello publicado ayer en La Pupila Insomne, en que su autora nos hace el favor de descodificar la noción de República y reducirla a los avatares y desgracias de un período histórico: “la república por la república no basta (…) ni garantiza nada“.

Convendría hoy recordar, cuando nuestros humildes, nuestros ancianos y enfermos, sólo ellos, ¿se acuerdan? salen a sumergirse por hambre y ansiedad, por la precariedad y agonía de sus despensas en largas colas sin tener la certeza siquiera de regresar a casa con el alimento, o la medicina, cuando nuestros pobres, ¿se acuerdan?, sólo ellos, tienen que conformarse con el aceite, el pan, el arroz y los huevos subvencionados porque no puede acceder sin delinquir a lo mismo que se le vende a altos precios en las otras tiendas, que el Socialismo, sin libertad, democracia e igualdad, sin la herejía de no ser servil e hipócrita, es tan sólo una abstracción aparentemente incólume, un nirvana en el que se puede vivir cómodamente mientras el egoísmo, el oportunismo y la desigualdad se ceba con nosotros, y que no basta, ni garantiza nada, si está vacío de esos significados, si somos cómplices de ello.

En Santiago de Cuba surgió no hace mucho una iniciativa, en esas mismas redes que son vilipendiadas y demonizadas hoy por tantos, en esas mismas redes sociales que son la parte más democrática y dinámica de nuestra esfera pública y de los ejercicios de participación ciudadana. Dónde hay santiagueros, se llama el grupo de Facebook por el que se localizan en tiempo real los productos más imprescindibles o un colchón antiescaras para una centenaria amada. No pasó mucho tiempo para que se empezarán a ofrecer espontáneamente también, así, sin costo, las medicinas, la sangre y la ropa que al otro le faltaba, o necesitaba, la solidaridad y fraternidad sin colas, la hermosa dignidad de hacer el bien.

No puedo evitar pensar que es la misma dignidad con que los cubanos, todos ellos, salieron el 21 de mayo de 1902 a enfrentar sus propios desafíos de ese día y de los años que vendrían, porque en Cuba la dignidad siempre ha encarado al futuro y el destino.

21 mayo 2020 11 comentarios 448 vistas
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Cómo nacen las generaciones

por Alina Bárbara López Hernández 18 marzo 2020
escrito por Alina Bárbara López Hernández

Noventa y siete años atrás, el 18 de marzo de 1923, nacía la primera generación política republicana. No lo era desde el punto de vista biológico, o de la Historia de la Literatura, antes que ella existió la generación intelectual del 10. Pero una generación política es otra cosa, debe desmarcarse con precisión del modo de hacer de sus predecesores, romper con ellos y encontrar un cauce propio. Jamás ser continuidad. De las continuidades no nacen generaciones políticas.

El instante en que el jovencito Rubén Martínez Villena, a nombre de quince compañeros —de los cuales solo trece suscribirían el documento redactado a posteriori—, interrumpía un acto oficial del Club Femenino de Cuba que homenajeaba a la educadora uruguaya Paulina Luissi, se convertiría en un hecho histórico conocido como Protesta de los Trece.

Denominado por Juan Marinello “bautismo de dignidad” de aquel grupo, fue un gesto de desobediencia en apariencias de carácter reformista, pues se limitaba a denunciar la corrupción del gobierno de Alfredo Zayas. Sin embargo, allí se quebraba públicamente la “ascendencia mágica” que la generación de generales y doctores ejerciera sobre la sociedad cubana, y particularmente sobre la intelectualidad. El monopolio político del mambisado comenzaba a ser cuestionado, cuatro años más tarde entraría en una crisis definitiva con el anuncio de la prórroga de poderes por Gerardo Machado.

Para mediados de la década del veinte los revolucionarios del 95 habían envejecido, y con ellos una retórica discursiva inoperante que condujo al país a un callejón sin salida. La juventud intelectual debía encontrar un camino propio. La Protesta de los Trece fue su primer paso.

Las generaciones que han trascendido en la historia, literaria o política, son aquellas que se percatan de que sus aspiraciones, intereses y necesidades son diferentes a los de sus mayores; y actúan en consecuencia. El filósofo italiano Antonio Gramsci consideraba que en tiempos de cierre del horizonte político, las contradicciones tienden a manifestarse en el terreno cultural y simbólico. Así ocurrió con aquella generación. Sus preocupaciones eran de índole cultural en el amplio sentido de la palabra. Le darían pronto la espalda a la academia en campos como los de la educación, las artes plásticas, la literatura y la música. La Academia sería recíproca con ellos.

La Protesta de los Trece fue protagonizada por quince jóvenes intelectuales cubanos, dos de los cuales a última hora no quisieron firmar la declaración que implicaba a funcionarios corruptos del gobierno.

Posteriormente fundarían el Grupo Minorista, la Falange de Acción Cubana y otras organizaciones, formales o informales. Aquel núcleo intelectual no tenía una filiación ideológica definida; no obstante, aportaría a la política cubana, en plazos más o menos breves, representantes de todas las tendencias: comunistas, marxistas, antimperialistas liberales, reformistas y también grandes escritores y artistas que no militaron en ninguna de esas tendencias.

Las épocas cambian. Con ellas varían los temas en polémica, los intereses y las aspiraciones. También se modifican los caminos y los modos en que se desafía a las generaciones precedentes. Pero siempre hay un modelo sociológico que nos permite constatar esas rupturas.

Hace más de un año escribí estas palabras que creo totalmente vigentes ahora, quizás más que cuando fueron escritas:

«Decía Bertolt Brecht que la juventud tiene un ímpetu a prueba de balas, pero un optimismo que no tolera desengaños; y las voces jóvenes de hoy no son las que en los ochenta pedían órdenes y solicitaban que les dijeran qué hacer. Tras tantas décadas de experimentos y retrocesos, en medio de un proceso que se considera de cambios, y a través de medios que ya no pueden ser controlados; ha emergido una generación que está proponiendo qué hacer, pero debe ser escuchada, sin prejuicios, en pie de igualdad, de lo contrario será un monólogo y no un diálogo lo que presenciaremos. Los que no somos cronológicamente sus coetáneos pero concordamos con sus ideas debemos apoyarlos.

No existen generaciones históricas, existen generaciones que hacen historia. El movimiento de una sociedad no está únicamente en las continuidades, también está en los cambios, y las generaciones nuevas son las encargadas de eso. Junto a ellas debemos estar. O mejor, debemos ser parte de ellas».

Las controversias que asumen hoy una apariencia cultural y simbólica entre ciertos sectores de la juventud — ¿qué es arte?, ¿quién es artista?, ¿cuál es el rol de los símbolos y nuestra relación con ellos?, ¿es válido cuestionar la memoria histórica?, entre otras interrogantes— son en verdad cuestionamientos de carácter político. Puede que la forma de dirimirlos no sea compartida por todos, pero cerrar los ojos a esa realidad no es saludable.

Puede delegarse un cargo político. No se delega una generación política. Esa se gana su espacio, de una forma o de otra. Los protestantes de 1923 se ganaron un lugar en la historia. Los recordamos hoy con admiración.

18 marzo 2020 29 comentarios 813 vistas
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José Martí: el homenaje

por Alina Bárbara López Hernández 28 enero 2020
escrito por Alina Bárbara López Hernández

Cada 28 de enero, en la pequeña escuelita «José Cadenas» del Jovellanos de mi niñez, el ambiente era festivo. Maestras —todas mujeres—, estudiantes y padres nos organizábamos para celebrar la Noche Martiana. El patio central de la vieja casona-escuela se llenaba de pupitres donde los presentes, sentados cómodamente, disfrutaban de la actividad. Las sencillas cadenetas y una foto enorme del Apóstol eran los únicos adornos.

Nos preparábamos para la velada desde que iniciaba el año. Las maestras escribían los breves guiones y los niños discutíamos apasionadamente a quién le correspondía cada personaje. El mío estaba seguro, casi siempre fui Leonor Pérez, ventajas de una estatura que me hacía parecer mayor.

El recorrido por momentos cruciales de la vida de Martí se lograba con creatividad a partir de fragmentos de su obra poética y en prosa. Ante el público desfilaban La bailarina española, Pilar, Piedad y su Muñeca, Bebé y su primo Raúl, Másicas y Lopi, Meñique y la Princesa… y muchos otros personajes de La Edad de Oro. Se cantaba la canción «Clave a Martí», y se escenificaba su muerte, de cara al sol, con los versos como epitafio. Era un final que emocionaba por igual a niños y adultos.

Aquellos eran los años del Quinquenio Gris, eso lo sabría después, pero las noches martianas no tenían nada que ver con actitudes dogmáticas. Eran una tradición que se remontaba a las escuelitas públicas republicanas, donde abnegadas maestras normalistas convertían su adoración por Martí en un acto vivo y colectivo. Eran las maestras que todavía estaban activas en los sesenta y setenta.

Cuando mis hijas tuvieron edad escolar, no pude evitar la comparación entre esas remembranzas y el modo de conmemorar al Maestro; ahora en matutinos, bajo el sol inclemente, donde, de pie, me parecía estar lejos de la emoción, la creatividad y el entusiasmo de los setenta. Había ocurrido un cambio de siglo, pero otras cosas también habían cambiado.

Los homenajes martianos están en la raíz de la República cubana. Desde los primeros momentos de la independencia, prácticamente todos los municipios y pueblos de la Isla nombraron una calle con su nombre. En 1900 se organizó un concurso público con el fin de seleccionar la figura a la cual se dedicaría el primer monumento conmemorativo republicano, en sustitución de la estatua de Isabel II. La encuesta popular decidió que fuera consagrado a Martí. Fue así que, en 1905, se le erigió en el Parque Central de La Habana una esfinge cuyo costo también se sufragó por suscripción pública.

A partir de 1900 se fue convirtiendo en objeto de devoción popular. Se aclamaron las paradas escolares en recordación a Martí, comenzaron las fiestas martianas, las cenas martianas, las canastillas martianas…

En 1926 su natalicio se celebró por primera vez como fiesta nacional. El 28 de enero fue declarado feriado. El investigador Ricardo Hernández Otero nos dice que su figura fue utilizada incluso con fines de propaganda mercantil, por ejemplo, las grandes tiendas de La Habana dedicaron sus vidrieras a Martí en esa fecha.[i]

La revisión de documentos y prensa de la época republicana permite constatar el lenguaje rebuscado y cursi con que el discurso político presentaba a Martí. Juan Marinello afirmaba en su artículo «El homenaje», publicado en Diario de la Marina el propio 28 de enero de 1926: «Debe pasarse del discurso emocionado, plebeyamente emocionado (…) a la plática fina y penetrante, que lleva su fuerza en su natural sencillez. Debe divulgarse ante todo, la virtud del cubano genial, y con ella, las normas directrices de sus concepciones políticas».

Será en el segundo lustro de los veinte, período de crisis económica y gran efervescencia social, que irrumpirá una nueva asunción de la obra y el legado martianos. Se conocerá mucho más de su figura, se escribirán sus biografías. Como bien afirma Pedro Pablo Rodríguez, uno de sus más importantes estudiosos, «se requirió un distanciamiento que permitiera un acopio de documentación y de información procesada con cierta frecuencia y sistematicidad».

Para la ensayista e investigadora Carmen Suárez, la percepción de Martí se fue construyendo «a través de una pluralidad de discursos, de una manera muy coral, con todas las ambigüedades, contradicciones y perversidades que en ocasiones eso trajo». Ella identifica un discurso que alimenta la imagen popular de Martí. Que alentó, y alienta aún, hipotéticas anécdotas que han pasado por tradición oral: el mujeriego o seductor, el bebedor o hasta el que se utiliza para justificar el robo de un libro.

En las antípodas de esa apropiación popular, Suárez ubica al discurso oficial «de un cinismo vacuo e irritante, que buscaba (…) una especie de cosmético cordial para el poder, recurso con el cual se sintonizaba con los mejores sentimientos patrióticos, sin que la retórica de la invocación a Martí tuviera que ver con la práctica política real».

En la pluralidad de voces sobre Martí, es necesario destacar a una capa culta de la población, los intelectuales —maestros, creadores, profesionales— que potenciaron el estudio sistemático de su vida y obra a medida que avanzaba el siglo.

En entrevista concedida a Julio César Guanche, y publicada en La Revolución Cubana del 30. Ensayos, Fernando Martínez Heredia asegura: “Todas las generaciones que han entrado en la vida cívica cubana durante el siglo XX han tenido que vérselas con Martí. Cada una, naturalmente, desde situaciones y condicionamientos diferentes, pero también enfrentando una acumulación cultural previa que incluye a Martí y las imágenes y lecturas que se han hecho de él, y reaccionando frente a ellas”.

Cuando la generación del veinticinco se acercó a Martí, buscaba pulir su arista antimperialista, casi mellada por las loas constantes al independentista que fue. Para lograrlo necesitaron romper con la generación política del mambisado y sus principios rectores: caudillismo y dependencia.

Cuando la generación del centenario alumbró la oscura noche de un país tiranizado, a un siglo exacto del natalicio de Martí, quería homenajear al hombre que le dijo a Gómez —a pesar del respeto que sentía por él— «¡Un pueblo no se funda, General, como se manda un campamento!». Un grupo de aquellos jóvenes asaltó una fortaleza militar y comenzó la lucha contra Batista en nombre del Apóstol, a la cual se sumarían cubanos de diversas clases y sectores sociales, en el llano y en la Sierra, hasta que el dictador fue derrotado.

La lección que ambas generaciones nos legaran es muy obvia. A Martí no solo hay que asumirlo, igual que hicieron ellos también debe ser deconstruido. Es un imperativo cívico reaccionar contra las imágenes simbólicas que desde el poder se nos presentan del Apóstol, solo de ese modo una generación encuentra cauce propio.

Cada época trae consigo maneras particulares de interrogar, de interpretar a las fuentes y de decodificar los símbolos. Pero ese modo de reaccionar debe tener una coherencia política, un ideal subyacente y una intencionalidad cívica. Los bustos de Martí manchados de sangre despertaron reacciones diversas. Reacciones que no es posible clasificar como de adentro o de afuera, de socialistas o de capitalistas, de liberales o de conservadores.

Esa acción fue evidentemente una provocación al gobierno cubano, donde lo que menos importaba era la figura de Martí. Algunos vieron en el vandalismo simples actos de desobediencia civil y pacífica cuando en realidad era otra cosa, Martí era apenas un vago pretexto.

No rechazo a sus autores porque crea que Martí es sagrado, o lo aprecie como un santo, un intocable, un ser lleno de pureza casi mística. Ni siquiera porque desconocieron con su actitud el aprecio que sentía el propio Martí por los próceres de la independencia, hasta el punto de que, sin quitarse el polvo del camino, fue a rendir sus respetos ante la estatua de Bolívar al llegar a Venezuela.

 Las deploro —desde antes de saber que habían sido pagados para ejecutar su acto de rebeldía— porque no son dignas de un hombre que, desde su adolescencia, tuvo el valor de enfrentar las consecuencias de sus actos y se inculpó como redactor de una carta que lo llevó al presidio. De un hombre que actuó, en su afán independentista, a contrapelo de modos de organización caducas y de criterios políticos aparentemente establecidos.

Porque la lectura subliminar que se intentó dar por ciertas personas, de que el significado de las manchas remitía a que en Cuba se ha desconocido al ideal martiano, es una justificación cobarde para continuar postergando lo que ahora sí es factible decir directamente, por su posibilidad real de socialización; con respeto, con contundencia, con fundamentación.

José Martí fue un hombre profundamente subversivo. Lo fue en su escritura, en sus criterios políticos e incluso en su intimidad. No solo pensó una Cuba independiente de España y de Estados Unidos, pensó una República futura que aún Cuba debe construir. Eso lo diferencia de otros próceres y le otorga una pertinencia constante a su ideario. El homenaje que necesita hoy es que revisitemos su doctrina republicanista. Y para eso se necesitan muchas lecturas, mucha civilidad y mucho valor personal, no bustos manchados por manos clandestinas.

[i] Todas las citas que no se precisan son tomadas de «Martí en la República», de la sección Controversia, Temas, no. 26: 81-106, La Habana, julio-septiembre de 2001.

28 enero 2020 45 comentarios 836 vistas
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