El ideal de república independiente y democrática fue la motivación principal del apoyo mayoritario a los argumentos de José Martí, sobre la posibilidad de crear en Cuba una sociedad a la que «no ha llegado aún, en la faz toda del mundo, el género humano» [1]. Las transformaciones implicaban no solo una forma de gobierno opuesto al que imponía la metrópoli ibérica en su colonia antillana, sino un orden social totalmente diferente, un cambio radical en los métodos y objetivos [2].
En lo económico, proponía un sistema donde «el dueño holgado toque a un poco menos, y el apurado obrero a un poco más» (OC, t. 5, p. 105), en el que la tierra fuera entregada a quien la hiciera productiva, en un país donde se excluyera cualquier tipo de monopolio, se ampliaran las pequeñas y medianas propiedades agrarias en detrimento del latifundio, lo que propiciaría la diversificación de los renglones productivos y la potenciación del mercado interno; el desarrollo de la industrialización basada preferentemente en los recursos propios, así como la recepción de inversiones extranjeras que no afectaran la soberanía nacional. Estos cambios beneficiarían el comercio con otros países.
Tales transformaciones serían insuficientes para lograr el objetivo propuesto. La defensa de los derechos a una vida digna en lo económico es inconcebible sin la plena participación de los ciudadanos en la política, la posibilidad de expresar sus opiniones sobre las decisiones que afectan o atañen a todos y de fiscalizar su aplicación, y el acceso a los espacios de discusión de proyectos y leyes, a fin de contribuir con el aporte de experiencias e ideas [3]. De este modo, los ciudadanos serían entes activos en el proceso de cambios, no simples ejecutores de concepciones ajenas.
Las leyes emanarían de un gobierno elegido democráticamente, en el que todas las fuerzas sociales tuvieran una equitativa representación, inclusive la minoría, portadora de criterios diferentes, aunque no necesariamente como oposición beligerante sino de consejera amiga. (Ver OC, t. 22, p. 108-109)

Foto: Wikimedia
Una dirección política así elegida actuaría al servicio de los intereses mayoritarios, frente a quienes solo aspiraban a sustituir a los mandatarios hispanos, asumir sus funciones bajo el manto de defensores de la libertad, continuadores del desprecio hacia el pueblo y sus necesidades desde posiciones autocráticas y dogmáticas: métodos que generalizaban la desconfianza y el rechazo. (Ver OC, t. 9, p. 488)
El riguroso respeto a los principios enunciados garantizaría la prosperidad general. Martí afirmó que «un sistema equitativo de distribución de los productos del trabajo» permitiría alcanzar la igualdad social «sin llegar a nivelaciones ilusorias e injustas», y que «pudiese el trabajador vivir con decoro y sosiego» [4].
Paralelamente, el control popular sobre el aparato ejecutivo sería el recurso para obstaculizar la formación de cúpulas elitistas, la centralización excesiva y los formalismos conducentes a la ausencia de comunicación entre gobernantes y gobernados, con el consiguiente retraimiento de las masas, e impediría la generación de una burocracia improductiva, con intereses particulares, que invirtiera las funciones de servidora en servida y se transformara en una especie de propietaria egoísta y malsana, que obstruyera el desarrollo de la pertenencia colectiva [5].
El Apóstol se enfrentó a esta tendencia, pues «la vida burocrática tenémosla por peligro y azote» (OC, t. 1, p. 479); ha de lograrse que «no entre en la sangre de la república la peste de los burócratas» (OC, t. 5, p. 405), quienes se convierten en una casta defensora de sus espurios privilegios: «Con la casta, vienen los intereses, las cábalas, las altas posiciones, los miedos de perderlas, las intrigas para sostenerlas. Las castas se entrebuscan, y se hombrean unas a otras» [6].
La inexistencia de mecanismos adecuados para combatirlas contribuye al incremento de su fuerza arbitraria, basada en procederes innobles, ante los cuales debe alzarse la ética martiana: «a nuestras almas, desinteresadas y sinceras […] no llegará jamás la corrupción!» (OC, t. 4, p. 231) El Maestro advertía, con atinada previsión y ante los posibles riesgos futuros, que sus compromisos de gratitud no los olvidaría nunca, «pero consideraría un robo pagar estas deudas privadas con los caudales públicos, y envilecer el carácter de los empleos de la nación hasta convertirlos en agencias del poder personal, y en paga de servicios propios con dinero ajeno». (OC, t. 21, p. 408)
Para evitar estos males, era necesaria la participación efectiva del pueblo, así como el diálogo y el debate permanentes. Afirmó que «no debe gobernar el que no tiene la capacidad de convencer» (OC, t. 10. p. 449), pues a la unidad de pensamiento solo puede llegarse mediante el libre flujo de opiniones y la confrontación de argumentos, sin pretender alcanzar la unanimidad de criterios —«unanimidad imposible en un pueblo compuesto de distintos factores, y en la misma naturaleza humana» (OC, t. 1, p. 424)—, ya que la coincidencia de ideas en modo alguno significa «la servidumbre de la opinión», sino la concordancia en los propósitos esenciales y en la actuación personal y colectiva para lograrlos.

Raúl Martínez, 15 repeticiones de Martí / Foto: Museo Nacional de Bellas Artes
Al respecto, dijo: «Lo que se ha de preguntar no es si piensan como nosotros; ¡sino si sirven a la patria […] con aquel estudio de los componentes del país y el modo de allegarlos en vez de dividirlos […!]». (OC, t. 4, p. 219)
No se trata de imponer una forma de pensamiento, pues con las capacidades y limitaciones que la caractericen, cada persona puede formarse un juicio, y debe encomiarse la honradez de expresarlo con franqueza, sin temor al error, pues este puede rectificarse. Deshonesto, advertía el Maestro, es quien «desee para su pueblo una generación de hipócritas y de egoístas» (OC, t. 4, p. 188-189), incapaces o temerosos de decir lo que sientan y piensan.
A la diversidad de opiniones no hay que temer, sino a la falta de ellas, que indicaría pobreza de espíritu y sumisión del pensamiento, con los que no se forjan naciones fuertes, sino colectividades aborregadas.
Guiados por el ideario de José Martí, mediante la asimilación de cuanto propicie el engrandecimiento humano, podría construirse la república justa que concibió.
[1] José Martí: “Los pobres de la tierra”, en Obras Completas, La Habana, 1963-1973, t. 3, p. 304-305. (En adelante, las referencias se harán dentro del texto, entre paréntesis, con las siglas OC.)
[2] Sobre este tema pueden consultarse: Emilio Roig de Leuchsenring: La República de Martí, 1943; Jorge Mañach: El pensamiento político y social de Martí, 1941; Ramón de Armas: La Revolución pospuesta. Contenido y alcance de la revolución martiana por la independencia, 1975; Paul Estrade: José Martí. Los fundamentos de la democracia en Latinoamérica, 2000; Jorge Ibarra: José Martí, dirigente político e ideólogo revolucionario, 1980; Pedro Pablo Rodríguez: “La idea de la liberación nacional en José Martí”, en Anuario Martiano, no. 4, 1972; y Eduardo Torres Cuevas: “El proyecto inconcluso de José Martí”, en El alma visible de Cuba. José Martí y el Partido Revolucionario Cubano, 1984.
[3] Sobre el concepto de participación, ver Rafael Hernández y Haroldo Dilla: “Cultura política y participación popular en Cuba”, Cuadernos Americanos, La Habana, no. 15, julio-diciembre de 1990, p. 111-115.
[4] José Martí: Otras crónicas de Nueva York, investigación, introducción e índice de cartas de Ernesto Mejía Sánchez, Centro de Estudios Martianos y Editorial de Ciencias Sociales, 1983, p. 67-68 y 69.
[5] Ver José Ramón Favelo Corzo: “Mercado y valores humanos”, en Temas, no. 15, La Habana, julio-septiembre de 1998, p. 36-37.
[6] José Martí: Obras Completas. Edición Crítica, Centro de Estudios Martianos, La Habana, 2010, t. 17, p. 31. Ver: Omar Guzmán Miranda: La sociología de José Martí. Una concepción del cambio, Centro de Estudios Martianos, La Habana, 2017, p. 172-174.
8 comentarios
Educativo,interesante,certero.
Demasiado bueno para ser verdad. La utopía martiana nunca habría pasado de esa condición. En ese sentido provecho la oportunidad para repetir aquí algo que siempre he dicho: Si Martí no hubiera caído en Dos Ríos, habría sido asesinado en algún momento por algún cubano. Su plan era inaceptable para las élites. Tan pronto se hubiera ganado la guerra, sus días estaban contados. Su caída “heroica” en Dos Ríos fue lo mejor que le pasó para trascender como leyenda.
¿Entonces estamos de acuerdo en que ésto que tenemos hoy en Cuba está muy lejos de la República democrática que soñó Marti?
Claro que puede construirse la República que nuestro Apóstol concibió del con TODOS y para el BIEN de TODOS, pero con los actuales gobernantes , dueños y señores del feudo es imposible. Para ellos no existe el diálogo ni los consensos, solo el ordenó y mando porque como dijo Martí: Una República no se gobierna como se manda un ejército..
Felicito al autor por su artículo, sus buenas intenciones bastan , pero no creo que sean del agrado de la dirigencia actual.
Absolutamente actual y vigente, tenia que decirse y se dijo; verguenza contra intereses espurios y de clase dominante.. gracias Ibrahim.
Excelente
Es curioso que este trabajo solo tenga 6 comentarios después de algunos días y lo entiendo; porque para los que queremos una república como la concibió Marti, está todo dicho. Para los que defienden lo que tenemos, es mejor ignorarlo. Con las razones y argumentos del Apóstol sobran comentarios.
Solo quiero añadir que lo más cercano a la idea de república de Marti, (sin ser perfecta) que el pueblo cubano ha logrado, está en la construcción de 1940.
“Constitución de 1940”
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