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racismo

Desafíos

Los desafíos de la cuestión racial a un año del 11-J

por Alexander Hall Lujardo 18 julio 2022
escrito por Alexander Hall Lujardo

La crisis social en Cuba, que halló su punto clímax durante las protestas del 11 de julio del 2021, se debe a razones estructurales padecidas por el modelo político-económico desde hace décadas. Tales elementos no han sido canalizados con la solidez y consistencia que reclama el momento histórico hacia una plena democratización de la sociedad, liberación de las fuerzas productivas y sinergia entre los actores económicos, de manera que sea posible el establecimiento de un régimen de prosperidad colectiva que satisfaga las necesidades materiales de la población, junto a los necesarios niveles de equidad y justicia social.

En el eslabón más débil se encuentran las comunidades pobres, que poseen una presencia mayoritaria de afrodescendientes según los censos realizados en los últimos años. Estas poblaciones sufrieron con mayor impacto los embates de la pandemia, la escasez de productos, las restricciones en sus niveles de consumo, la dolarización económica, la inflación monetaria, el encarecimiento de los servicios públicos, los sistemáticos apagones, los retrasos en el esquema de vacunación y los errores en el diseño e implementación de la «Tarea Ordenamiento».

La complejidad que caracterizó el escenario interno, se vio agravada por la persecución financiera estadounidense —dado el sostenimiento por el presidente Joe Biden de las medidas impuestas bajo el mandato de Donald J. Trump—. No resulta casual entonces que aquellos barrios que padecen con mayor rigor las consecuencias de la crisis, fueran protagonistas en los hechos acaecidos en julio de 2021.

La protesta social como expresión del conflicto de clases en Cuba

Desde el momento en que se reportaron los primeros incidentes de manifestación, ocurridos en el municipio San Antonio de los Baños, la reacción de los medios de prensa y el discurso oficiales fue la deslegitimación de la movilización popular. La mercenarización se convirtió en la estrategia comunicacional implementada por el Gobierno, que justificó de ese modo su convocatoria al enfrentamiento.

El lenguaje elitista, anti-popular y criminalizante del presidente Miguel Díaz-Canel evidenció una retórica similar a la proyectada por líderes políticos de modelos neoliberales en la región. Dicha postura intransigente no estuvo al margen de calificativos denigrantes, vista la composición de las personas que salieron a las calles ante la crítica situación socioeconómica y sanitaria.

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Racialización de la pobreza, Marianao, La Habana. (Foto: Alexander Hall)

La racialización de la protesta se percibió en el uso de calificativos como: «vándalos», «marginales», «anexionistas», «delincuentes», «malandrines», entre otros, que recayeron sobre una población contestataria con una presencia importante de personas negras y mestizas, que padeció así las consecuencias de la criminalización a su derecho de libre manifestación pública.

A dicha estrategia le había precedido una campaña mediática que abarcó los medios estatales dirigida contra las/os denominadas/os «coleras/os» y «revendedores», que por lo general resultan mujeres racializadas e inmigrantes internas en condición de pobreza. Hacia ellas se enfocó la mirada inquisitorial de las instancias policiales, al culpabilizarlas de los déficits en la productividad y distribución de los escasos bienes materiales de que disponía el país.

Tales prácticas, lejos de constituir mecanismos de enriquecimiento humano, resultaron estrategias de supervivencia, pues al carecer de oportunidades convencionales para su sustento, la cotización elevada de esos bienes en el mercado informal les permitía lo indispensable para la reproducción de su vida. De esta manera, resultaban el eslabón más endeble de una cadena de corrupción que se inicia en la gerencia de los comercios estatales.

Durante las jornadas de julio, no fueron pocos los hechos de detención arbitraria que culminaron en actos de procesamiento sobre personas en condiciones de vulnerabilidad que cometieron actos legalmente tipificados como delito. Sin embargo, el régimen punitivo expresado en largas condenas contra los imputados, sumerge las profundas contradicciones estructurales de la población residente en las comunidades empobrecidas, a pesar de las enormes problemáticas sociales que caracterizan sus modos de vida.

Tales aspectos inciden en la extensión de procedimientos apartados de la re-inserción social que, en lugar de optar por patrones de castigo severo, debieran adoptar estrategias encaminadas a disminuir los elevados niveles de población penal —de mayoría afrodescendiente—  en el territorio nacional.

De igual forma, el Partido/Estado ha preferido la cancelación de discusiones vitales, como la necesidad de un debate público en torno al abolicionismo carcelario, y la adopción de mecanismos para la prevención del delito, acordes a las nuevas teorías sociales con resultados comprobados de efectividad, apartados del recurso mimético de importación acrítica.

La estrategia gubernamental, signada por la deslegitimación de los manifestantes, contiene un fuerte carácter reactivo con el propósito de proteger los intereses de la cúpula partidista-estatal. Es desatendida así la grave situación que afecta la vida de las poblaciones residentes, marcadas por la precarización económica, el predominio de patrones de violencia transversalizados, elevados niveles de relegación social, deterioro agudo de la infraestructura habitacional, déficits en las redes de alcantarillado y dificultades en el acceso estable a los servicios de electricidad, agua potable, gas licuado, entre otros.

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Racialización de la pobreza, Marianao, La Habana. (Foto: Alexander Hall)

Las dinámicas reales en esos entornos han sido identificadas por los estudios sociológicos realizados desde antes de 1990. No obstante, dichos diagnósticos carecen del consistente amparo político-económico para la reversión de la preterición social y la marginalidad económica, cuyas propuestas resolutivas han sido largamente postergadas por las instancias decisócratas a nivel municipal, provincial y nacional.

La proyección mediática ante las protestas contenía una matriz discursiva criminológica que recibió el sustento de una represión inaudita, desplegada a lo largo y ancho del país. Ante ello, el estado añadió cuotas sustanciales de violencia policial a la violencia sistémica padecida por los habitantes de los entornos barriales que manifestaron de forma espontánea su descontento hacia el régimen imperante.

Si bien es cierto que parte de esa inconformidad se expresó en el saqueo a establecimientos comerciales —inaccesibles para el trabajador local al cotizarse productos de primera necesidad en moneda extranjera—, sumado a la agresión física de la población civil a numerosos agentes uniformados; la violencia estructural del orden social no resulta equiparable a los reclamos populares en la exigencia legítima de mayor acceso a medicamentos, alimentos, bienes de consumo y derechos sociales históricamente vetados.

Diversos enfoques ante la crisis estructural del modelo

Un sector de la intelectualidad orgánica al status quo, reprodujo las tácticas del poder en la deslegitimación de la manifestación social, acudiendo incluso a sustentos neoestalinistas aupados en el ejercicio de un marxismo dogmático. En la satanización de sus actos, se consideró la rebeldía de las masas como expresión de una ausente «conciencia de clase». Según la lógica de tales referentes, los manifestantes atentaban contra sus propios intereses existenciales al responder a los «designios de una potencia capitalista extranjera».

Estas perspectivas intentan identificar el derecho de protesta social contra las insuficiencias en la gestión del Gobierno con las proyecciones de sectores vinculados a la oposición tradicional, defensora en ciertos casos de banderas neoplattistas, cuya presencia en esos eventos resultó minoritaria y escasamente influyente. A pesar de los gritos de «Patria y Vida» en una parte de la ciudadanía, las movilizaciones estuvieron alejadas de los preceptos de absorción cultural o sumersión político-económica a la potencia del Norte que marcan los intereses de actores políticos vinculados a una agenda que persigue el cambio de régimen en la Isla.

Expresiones de ese tipo se sustentan en contra del imaginario sacrificial que ha distinguido el metarelato discursivo de la Revolución Cubana, pues resulta contrastante el modo de vida de su dirigencia con las penurias de la clase trabajadora en sus esfuerzos por contribuir a la productividad del país, abnegada además por los efectos de la hostilidad estadounidense y la incapacidad del Gobierno de la Isla en la articulación de un modelo que genere estabilidad económica para las masas desposeídas.

Los referidos sectores de esa intelectualidad omiten, consciente o inconscientemente, las falencias que tipifican el diseño anti-democrático de la sociedad, a pesar de su reivindicación como «socialistas» a nivel de discurso ideopolítico. Tales posicionamientos resultan incapaces de identificar los elevados niveles de sovietización —perceptibles en el predominio de una planificación autoritaria, centralización excesiva, institucionalización estadocéntrica, burocratización administrativa, unanimidad parlamentaria, restricciones a la libertad de expresión y una regulación institucionalista de la creación artística— que devienen lastres fundamentales para el desarrollo económico, social y cultural.

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Racialización de la pobreza, Marianao, La Habana. (Foto: Alexander Hall)

La hegemonía discursiva de la propaganda oficial es respaldada por actores influyentes en el ámbito intelectual y académico latinoamericano, como han sido las voces de Néstor Kohan, Atilio Borón, Fernando Buen Abad y Frei Betto, entre otros. Dichas figuras sostienen una visión idílica del proceso de liberación de 1959, al considerar a Cuba una especie de «bastión del proletariado» o reducto del «socialismo internacional» a la altura de la tercera década del siglo XXI.

Esta visión, que asume los rudimentos del marxismo estalinista trasmutado en «ideología de Estado», resulta incapaz de analizar a profundidad las variables que condujeron a la caída de los regímenes de corte soviético durante el siglo XX, al convertirse en herramienta cognitiva para el sostenimiento de una estructura burocrática de tipo capitalista. En consecuencia, dicha elucubración permanece alejada de la realidad, así como de los intereses de transformación que la han distinguido como arma teórica de los movimientos anti-sistémicos del planeta.

En sus perspectivas sobre la situación cubana, las mencionadas figuras establecen atisbos de continuidad en los preceptos igualitarios que definieron las políticas sociales del proyecto histórico revolucionario. Sin embargo, su acomodo intelectual contrasta con la voluntad migrante e inconforme de las masas, las penurias socioeconómicas del pueblo y las reiteradas muestras de inconformidad percibidas en la micro-política del espectro ciudadano. A la vez, sus proyecciones discursivas resultan incapaces de valorar las numerosas expresiones de colonialismo interno, transdominación, y opresiones múltiples que tienen lugar bajo el modelo político insular.

En la antítesis de esta postura se encuentran destacadas figuras de pensamiento socialista, marxista, decolonial, feminista, antirracista y anti-capitalista que se han pronunciado en contra del autoritarismo en la Isla. Entre ellas resaltan: Gayatri Chakravorty Spivak, Alex Callinicos, Noam Chomsky, Eric Toussaint, Michael Löwy, Luciana Cadahia, John Molineaux, entre otros. Algunas de estas personalidades, apartadas de todo posicionamiento dogmático y desde militancias progresistas, han solicitado el cese de la represión política en Cuba y la concesión de una ley de amnistía para la reconciliación nacional que abra las puertas a un socialismo democrático de iguales.

Los desafíos del color ante la crisis político-económica

A un año del 11J la población cubana aún padece los efectos de la dolarización, la especulación de divisas, la escasez de medicamentos, alimentos, combustibles, insumos para el aseo y otros bienes indispensables para la vida. La crisis económica se acentúa ante el deterioro de los servicios públicos y  la pulverización del salario debido al ascenso generalizado de los precios. Sobre las comunidades empobrecidas recae con mayor rigor  las consecuencias de la crisis social.

Desde que fuera anunciado, en marzo de 2020, el Programa Nacional contra el racismo y la discriminación racial, resultan escasas las políticas dirigidas a revertir los efectos de la precarización del «componente racial negro». Si bien resultó de vital importancia para la visibilización del flagelo y su reconocimiento institucional, las pautas desde su creación han estado signadas por la opacidad y la falta de incentivos en la promoción de los aportes científicos, artísticos, bibliográficos, etnológicos, históricos y culturales que respecto al tema se han producido en el país.

El enunciado programa suele recurrir a spots promocionales de carácter didáctico, signados por una retórica amparada en los recursos del mestizaje, el ajiaco ortiziano, el color cubano y la alusión al término «vestigios». El empleo conceptual de esos productos comunicativos evade la profunda dimensión sociológico-cultural que representa el flagelo.

Estos subterfugios se han constituido en métodos efectivos para la subestimación de las diferencias, a pesar de la crítica realizada por los estudios subalternos y decoloniales, que abarcan una presencia importante de exponentes marxistas, que identifican esas tácticas como mecanismos de poder para sostener el status quo y soslayar el abordaje de los abismos socioclasistas que separan a las poblaciones étnico-raciales.

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Racialización de la pobreza, Marianao, La Habana. (Foto: Alexander Hall)

De esta forma, bajo el estandarte monolítico de unidad homogenizante, se acude a la retórica de falsa fraternidad democrática proyectada por las elites nacionalistas decimonónicas para fortalecer sus mecanismos de dominación, continuada en la región como una estrategia de los estados neoliberales mediante la promoción del multiculturalismo para fingir una convivencia afectuosa entre las diversas poblaciones.

La estrategia gubernamental en el manejo de la crisis se caracteriza por el triunfalismo que celebra la presencia negra en instancias parlamentarias y espacios de visibilidad mediática. Ello genera una falsa representatividad y oculta los problemas estructurales que padece su composición civil. Este recurso se refuerza con la implementación de estrategias populistas de «reanimación social», aunque dichas acciones no resuelvan las problemáticas de fondo que laceran la vida en dichos entornos, inducidos por una praxis paternalista instrumental que reproduce la colonialidad del poder.

Procedimientos como esos se apartan de la emancipación económica y ofrecen poca cobertura para la autoorganización, como puede ser la impulsión de valores socialistas, antirracistas, comunitarios y humanistas «desde abajo», que favorezcan el auto-reconocimiento identitario y el emprendimiento; frustrados por la centralización excesiva del poder político, el carácter burocrático de la nomenklatura y la discrecionalidad en el manejo del presupuesto del estado.

En tal sentido, los aportes de pensadores como Juan René Betancourt sobre el cooperativismo antirracista y la afro-reparación económica desde una crítica anti-capitalista radical, devienen referentes ineludibles para las actuales y futuras generaciones interesadas en la instauración de la igualdad plena entre cubanas/os, partiendo del reconocimiento de las diferencias históricas que separan a los diversos sectores.

La resolución de la problemática racial requiere implementar un debate público —largamente pospuesto por las instancias oficiales—, así como la materialización de una ley de asociaciones que permita el reclamo organizativo de sus demandas sociales, a pesar de ser un derecho refrendado por la Constitución de 2019 que se ha convertido en letra muerta al calor de las circunstancias actuales.

La visibilización de los aportes realizados desde las ciencias sociales sobre el tema, el fortalecimiento de la educación popular ante el blanqueamiento de las universidades, el financiamiento de proyectos económico-sociales para el mejoramiento de las condiciones de vida en las comunidades relegadas, la concesión de mayor autonomía y participación democrática en los gobiernos locales, bajo prácticas socializadoras alejadas de las lógicas de la privatización o la burocratización estatal que conducen a la concentración del poder y la riqueza en pocas manos; así como la puesta en práctica de otras alternativas sobradamente documentadas, constituirían estrategias acertadas para combatir el racismo, basado en la extensión de una cultura que proyecte el bienestar económico bajo preceptos de justicia e igualdad social.

18 julio 2022 23 comentarios 1,4K vistas
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antirracista

Lectura antirracista sobre la muerte de otro joven afrocubano

por Alexander Hall Lujardo 5 julio 2022
escrito por Alexander Hall Lujardo

La muerte de Zinadine Zidan Batista Álvarez a manos de las autoridades policiales, fue reportada en horas de la tarde del viernes 1ro de julio de 2022 y ha conmocionado a gran parte de la sociedad cubana. Las primeras noticias que circularon en redes sociales, mediante videos y testimonios de los presentes, ilustran el incidente como resultado de un altercado que ocasionó el despliegue de un operativo policial que culminó en el fatídico suceso.

No pretendo asumir en este texto una perspectiva hechológica de las circunstancias en que se produjo la muerte de la víctima; procuro más bien arrojar luces sobre las condicionantes que ocasionan la reproducción de estos eventos, bajo dinámicas similares de una recurrencia llamativa, que han provocado el deceso de varios ciudadanos de piel negra en intercambios violentos con miembros armados del Ministerio del Interior.

Zidan Batista se suma a otros jóvenes afrodescendientes que recientemente han perdido la vida a manos de la PNR como resultado del uso letal de la fuerza. El listado está precedido por: Hansel Ernesto Hernández Galiano (24 de junio de 2020), Yamisel Díaz Hernández (5 de julio de 2020) y Diubis Laurencio Tejada (12 de julio de 2021). Este tipo de hechos se produce en circunstancias en que la oficialidad alega peligro para su vida como elemento justificativo de tales procedimientos.

En todos los casos predomina en la institucionalidad la ausencia de un protocolo para tramitar demandas ante las autoridades, así como la contratación independiente de profesionales para el esclarecimiento de los hechos e indemnización económica de los familiares afectados. En tal sentido, persiste un escenario de opacidad que favorece al aparato del Estado en detrimento de los derechos ciudadanos.

Este desamparo resulta aún más lacerante cuando quienes se ven involucrados en estos acontecimientos son personas que viven bajo condiciones de pobreza y preterición económica, como resultado de la histórica desventaja que caracteriza la diferenciación socioclasista. Dichos argumentos han sido avalados por estudios sociológicos, históricos y antropológicos que dan cuenta de la desigualdad que persiste entre los distintos componentes del país.

Según una investigación efectuada por el Centro de Antropología de la Academia de Ciencias de Cuba en los años noventa, el 58 % de los blancos considera que los negros son menos inteligentes, el 65 % de la muestra afirma que estos no tienen valores ni decencia, mientras que un 68 % asevera estar en contra del matrimonio interracial. El elevado porciento de personas con esa mentalidad se ampara en una racionalidad que reafirma el predominio de un imaginario racista ampliamente extendido.

En el 2019, un estudio desarrollado por el instituto alemán GIGA arrojó que el 98 % de las empresas privadas en Cuba son propiedad de personas blancas. El mismo análisis ratificó que el 50 % de este componente es poseedor de una cuenta bancaria contra el 11 % de personas negras. En cambio, solamente el 3 % de ellos alega haber viajado al extranjero, mientras el 31 % de las personas blancas ha gozado los beneficios de semejante privilegio.

La realidad descrita evidencia una gran diferenciación clasista por color de piel, elemento que incide en la reproducción de actividades al margen de la legalidad entre personas negras, sector que presenta además elevados niveles de desempleo según las cifras del último censo publicadas en el 2016.

Todo ello provoca que muchas de las actividades realizadas por las personas de mayor melanina en la piel estén ceñidas a normas cívicas que tipifican determinadas conductas en ámbitos carentes de condiciones para una vida digna, lo que contribuye a la extensión de patrones asociados a la marginalidad como elemento intrínseco de su comportamiento. A su vez, esto ocasiona que sean más proclives ante las autoridades a la solicitud de identificación, realización de cacheos, así como detenciones por sospecha de delito. Y aunque el estado cubano no ofrece datos estadísticos al respecto, los especialistas refieren que la mayoría de la población penal está compuesta por sujetos racializados.

El imaginario delincuencial sobre las personas negras y mestizas se encuentra sustentado, además, por condiciones de vida relegadas a los peores sitios de convivencia, caracterizados por el abandono estatal, la insalubridad y el deterioro de una infraestructura que deja pocos márgenes a la inserción social. Este proceder se agudiza por la extensión de estereotipos que visibilizan al negro(a) como no apto para determinadas actividades laborales, por considerarlo carente de condiciones acordes a empleos que demanden la presencia de un paradigma estético apegado a patrones eurocéntricos.

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El imaginario delincuencial sobre las personas negras y mestizas se encuentra sustentado, además, por condiciones de vida relegadas a los peores sitios de convivencia. (Foto: Hacemos Cuba)

¿Necropolítica?

La violencia episódica del accionar represivo está usualmente acompañada por el predominio de una violencia sistémica, que relega a los afrocubanos(as) a los peores espacios de remuneración, lo que incluye sitios de segregación que generan la expansión de desigualdades y una restricción en su capacidad de compra. Téngase en cuenta que por cada dólar que recibe un afrodescendiente, las personas blancas pueden ser capaces de apercibir hasta cinco veces más. A tenor con ello, se perpetúan sus condiciones de marginación, atendidas de manera poco eficiente por las autoridades, que proponen estrategias de reparación y asistencialismo epidérmico no dirigidas hacia la raíz estructural del fenómeno.

El contexto cubano no está caracterizado por la definición necropolítica, propuesta por el teórico y filósofo Achille Mbembe. Este autor enuncia que, como resultado del modelo neoliberal que tiene lugar en el continente africano, la vida humana se convierte en fin mismo de la acumulación capitalista; a diferencia del pasado esclavista de la modernidad, donde el sujeto negro era entendido como mero instrumentum vocale en los ciclos de obtención de las riquezas, a través de las relaciones sociales de producción establecidas.

No obstante, el escenario antillano adquiere expresiones más evidentes de capitalización que endurecen la vida de los afrocubanos(as). Dado su endeble situación económica, estos han pasado a ocupar los peores sitios del trabajo asalariado bajo deprimentes garantías laborales. A su vez, el aumento en los niveles de pobreza e inseguridad alimentaria inciden en su deterioro económico, al tiempo que los efectos de la escasez tributan hacia una severa restricción en sus niveles de consumo.

Estas condicionantes desvían parte importante de sus actividades al sector no legal del mercado, debido a la incapacidad gubernamental para garantizar la viabilidad de un modelo que ofrezca bienestar social por vías convencionales. De tal manera, esto contribuye a la extensión de estrategias criminalizadas que, sumado a la violencia sistémica en la reproducción de patrones de dominación, obstaculizan las alternativas autonómicas de emancipación y autoorganización, cuyo marco restrictivo lesiona su prosperidad e independencia económica, subordinada al verticalismo estatal y/o la servidumbre que implica la sujeción a las lógicas del capital privado.

El predominio de este depauperado escenario refleja la ausencia de posibilidades para el mejoramiento cualitativo en la vida de los subalternos. De igual forma, predomina la inexistencia de acciones afirmativas dirigidas a revertir los efectos de la desigualdad.

A su vez, resulta evidente la carencia de metodologías adecuadas en los órganos policiales para un tratamiento humanista hacia la población afrodescendiente, como debe caracterizar el desempeño descolonizado de las autoridades. Todo ello reafirma los enormes desafíos para enfrentar el racismo sistémico que predomina en la sociedad cubana, al tiempo que resulta indiscutible la responsabilidad del estado en su sostenimiento.

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El escenario antillano adquiere expresiones más evidentes de capitalización que endurecen la vida de los afrocubanos(as). (Foto: Eliana Aponte / The New York Times)

A pesar de que las instancias gubernamentales alegan la ausencia de racismo institucional, resulta aberrante la forma en que el Ministerio del Interior justifica el uso desproporcionado de la fuerza mediante la emisión de una declaración en la que reproduce los marcos estigmatizantes de la criminalización, cuando exalta —contra toda norma ética y accionar responsable— los antecedentes policiales del fallecido, acto que pretende resaltar un prototipo delincuencial en quien ha sido en realidad la víctima mortal del desenlace y padece las consecuencias orgánicas de la opresión. 

La solución debe ser estructural e inclusiva

Para el abordaje del fenómeno racial, las instancias gubernamentales han optado por atrincherarse en: discursos triunfalistas, omisión de estadísticas, adopción de prácticas excluyentes hacia el activismo crítico, predominio de una concepción paternalista/colonial de matriz estadocéntrica, instrumentalización de la racialidad en función de intereses populistas, a la vez que han adoptado estrategias que promueven la condición de «eterno agradecimiento» que se aparta de los propósitos emancipatorios.

La conjunción de esos factores poco contribuye a la resolución definitiva de un asunto complejo, que requeriría una transformación estructural y participación política inclusiva, tanto de la amplia composición ciudadana como de aquellos actores que han sido fundamentales en la visibilización del fenómeno.

La situación demanda además una extensión de valores antirracistas, potenciación de espacios culturales que reivindiquen las tradiciones afrodescendientes, gestión de alternativas económicas de reparación racial, consecución de nuevas herramientas teórico-metodológicas en los niveles de formación educacional, incorporación a los medios de comunicación de los numerosos aportes realizados desde diversos campos de las ciencias sociales, mayor transparencia de los informes públicos para la realización de análisis certeros y penalización de las acciones discriminatorias, como se ha realizado en otros países de América Latina.

Igualmente, es impostergable la adopción de estrategias integrales dirigidas a erradicar el flagelo de la composición social del país, al ser esta una de las deudas históricas del proyecto revolucionario jamás saldadas con la población residente de la Isla, a pesar de las reiteradas promesas instrumentales sobre su definitiva erradicación.

5 julio 2022 26 comentarios 1,8K vistas
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Negros

«Cosas de negros, negocios de blancos»

por Alberto Abreu Arcia 9 junio 2022
escrito por Alberto Abreu Arcia

Roberto Zurbano Torres: crítico cultural y militante antirracista

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A.A.: Las innumerables investigaciones realizadas en Cuba sobre marginalidad, movilidad social, reproducción de la pobreza asociada al color de la piel señalan brechas e indicadores preocupantes. Desde tu condición de intelectual y activista afrocubano, que durante tres décadas ha estudiado las diferentes desarticulaciones, tensiones y dinámicas que atraviesan al campo cubano de las negritudes, me gustaría que conversáramos sobre estas problemáticas relacionada con la equidad y la justicia racial.

Te propongo comenzar por una pregunta que quizás debería ser la última. ¿Cómo están afectando a la población no blanca el fenómeno de la pandemia, las medidas de reordenamiento económico y el recrudecimiento del bloqueo estadounidense?

R.Z: La población no blanca, como la defines, ha sido muy afectada. Para decirlo con propiedad: ha empeorado su situación, no solo por las últimas inclemencias económico-sanitarias; sino por la falta de una mirada crítica y autocrítica del gobierno a la situación racial en Cuba y la incomprensión política de los sujetos. No olvides que antes era prohibido abordar el tema racial. Te castigaban o convertían en un muerto civil. Los ejemplos abundan, pero solo mencionaré a Walterio Carbonell.

Esa subestimación de lo racial generó una desatención que se naturalizó en la misma medida que era un tema peligroso para el debate público. Así se perdió el significado político de las cuestiones raciales y las subjetividades negras fueron lanzadas al pasado, al folklore y a un concepto de cultura vacío de complejidad y futuridad. Este proceso, que trato de resumir brevemente, provocó un tratamiento sub-diferenciado a la población no blanca, particularmente a esa mayoría escasa de recursos materiales.

Si lo ves fríamente, durante la pandemia la gente negra tuvo los mismos tratamientos médicos y vacunas que los demás, pero… no siempre pudieron quedarse en sus casas, ahora más hacinados que nunca, dependientes de un mercado informal o de salarios muy bajos. Quiero decir, luego que sales del hospital, ¿hacia dónde vas? Y ¿cuáles son las condiciones que encuentras allí?

¡Ah, pero tales condiciones no son culpa del caotizador reordenamiento ni del recrudecido bloqueo, porque surgieron muchísimo antes de la pandemia, generadas por la desatención gubernamental que, tras los sucesos del 11J, se trata de reducir en los llamados barrios vulnerables, cuya demografía indica una mayoría negra y mestiza.

Aun así, no pretendo obviar la pandemia, el reordenamiento ni el bloqueo, solo indicar que estos vienen a formar parte de un paisaje más antiguo y complejo, donde se reproduce la subestimación político-racial, la emigración interna y la creciente pobreza.

En ese contexto, la pandemia afectó más a esta población negra, por las desventajas que creó el desamparo durante tanto tiempo. Toda ayuda que llegue a estos barrios será bien recibida. Ojalá que el fundamento del apoyo no se limite a la cuestión material, sino que también ayude a transformar los sujetos e identidades, su estima y entorno sociocultural.

Negros

Walterio Carbonell

¿Consideras que los intelectuales, artistas, proyectos-grupos, activistas comunitarios, líderes y lideresas inscritos en el campo cubano de las negritudes han tomado conciencia de estas brechas de equidad y reproducción de la pobreza que afecta a la población negra, o se trata de una problemática no visibilizada lo suficiente? ¿Cuáles son los principales diagnósticos y demandas que aprecias en este sentido?

El activismo antirracista cubano adolece de una visión histórica sobre esfuerzos antirracistas anteriores. Bregamos con visiones unilaterales de poco calado y acciones que no articulan lo que realmente significa ser negro en un país heredero del esclavismo, el republicanismo y la actual crisis del socialismo. Vivimos en medio del Caribe, doblemente aislados, por el mar y por una cultura eurocéntrica, cuyo proceso de blanqueamiento aún se recicla impunemente, no solo en lo cultural y demográfico.

Es raro ver una familia negra que enseñe orgullo o conciencia racial a sus hijos. Eso produce un vacío en su identidad personal y social que afecta su autoestima y le obliga, constantemente, a integrarse a ese contexto eurocéntrico donde lo blanco y europeo está cada vez más sobrevalorado, poseen instituciones propias y promueven sus legados y sus conexiones actuales sin problemas. No es el caso de la historia social del negro en Cuba, cuyas instituciones han desafiado devaluaciones, acusaciones y hasta desaparición.

En los cabildos afrocubanos, sindicatos, partidos y sociedades negras, desde el siglo XVII hasta el largo siglo XX cubano, siempre hubo consciencia de la desigualdad y opresiones que afectaban la población negra. Nunca fue una problemática invisible. Ya en el siglo XIX una intelectualidad negra, en sus propias publicaciones periódicas, denuncia la desigualdad racial y propone resolverla de diversos modos.

En este siglo XXI han surgido varios proyectos antirracistas —sociales, religiosos, educativos, culturales, políticos, feministas, etc.— que expresan las demandas de un grupo social discriminado. Tal discriminación ha sido directa o sutil, consciente o inconsciente, visible o invisible; pero discriminación al fin. Nuestros políticos tardaron mucho en reconocer: primero, que existe racismo en Cuba. Segundo, que el antirracismo tiene un significado político e histórico en nuestras vidas y luchas sociales.

Y tercero, lo insuficiente del reconocimiento social y la participación de este grupo racial en los principales temas de la agenda nacional. Eso no se logra únicamente con la representación, sino con la participación y el respeto a los derechos, el conocimiento, legado, diálogo y consenso con dicho grupo social.

Mas, siendo autocríticos, tampoco hemos sido eficientes en hacer que se reconozcan nuestros aportes y nuestro rol como ciudadanos en el ejercicio de derechos. «Cosas de negros, negocios de blanco», es un proverbio con el que mi abuela Enriqueta ilustraba cómo, frecuentemente, dejamos que otros decidan por nosotros: la manera de promover nuestra cultura, organizar nuestras religiones, debatir nuestros conceptos, de emanciparnos, y el modo en que nos integramos a una cultura nacional donde el lugar de lo afro y lo negro continúa siendo instrumentalizado, marginalizado y, sobre todo, aplazado una y otra vez.

A lo largo de su historia, la comunidad afrocubana desarrolló modelos de asociación y resistencia (cabildos, cofradías, sociedades de color, clubes, etc) que le permitieron no solo preservar sus saberes ancestrales y ayudar a negro/as y mulato/as a salir, económica y socialmente, adelante. Como expresión de esta misma voluntad germinó un corpus de textos de pensadores afrocubanos que reflexionan sobre la situación socio-económica de negros y mulatos y su empoderamiento

¿Qué impacto podría tener la reivindicación de aquellas experiencias y de otras zonas de nuestra memoria colectiva en el desarrollo de estrategias que, desde la sociedad civil, ayuden a revertir esta inequidad?

Te repito: es casi imposible que se puedan reivindicar experiencias anteriores a 1959, sobre todo porque nadie las conoce: no se publican ni estudian sus libros y columnas periodísticas. Los pensadores negros antirracistas cubanos son grandes desconocidos a quienes no se dedican tesis universitarias ni homenajes; y no por la falta de profundidad en sus obras.

Esta invisibilización o borradura de nuestra historia no es casual y muestra el blanqueamiento del pensamiento social cubano. Si no, ¿por qué son tan desconocidas figuras como Sandalio Junco, Alberto Arredondo, Damasa Jova, Gustavo Urrutia, Salvador García Agüero, Carlos Moore, Walterio Carbonell, o Juan F. Benemelis? Nuestra memoria colectiva ha sido mutilada con un tajazo discriminatorio al enorme legado antirracista cubano, ojalá esta frase no parezca radical o exagerada a los editores; pero dudo que tengan una definición mejor.

Me parece clave refrescar este legado de activismo antirracista, estudiarlo y quizás, hasta aplicar muchas de sus ideas. Estamos en el siglo XXI, claro, pero esa acumulación cultural permitiría pensarnos mejor, evaluar lo que funcionó y lo que no, encontrar valores ocultos y coincidencias en ideas que hoy nos parecen nuevas, pero en realidad han sido fijas en la historia de nuestro grupo racial, como la idea de los afro-emprendimientos, que tiene más de un siglo en Cuba.  

En ese patrimonio antirracista hay una fuente de ideas y experiencias que fracasaron o triunfaron en su momento. Debemos renovar o desarrollar otros modos de emancipación social que transformen la actual situación racial. Algunas podrían convertirse en políticas públicas si se trabajan con inteligencia. Es un gran desafío.

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Debemos renovar o desarrollar otros modos de emancipación social que transformen la actual situación racial. (Foto: Twitter)

¿Cómo son posibles estos indicadores y diagnósticos, a pesar de las políticas y legislaciones dictadas por la Revolución desde su llegada al poder que decretaron el fin de la discriminación racial y del racismo antinegro?

La Revolución, quizás ingenuamente, consideró que solo las medidas universalistas de los años sesenta eran suficientes para transformar a todos los sectores sociales: tres leyes de Reforma Agraria, una de Reforma Urbana, la Campaña de Alfabetización y la creación de organizaciones como la FMC o la ANAP beneficiaron a campesinos, mujeres, pobres y analfabetos.

Fueron acciones afirmativas que decidieron la movilidad social de dichos sectores. Pero, aun dentro de ellos, comprobarás cómo la población negra tuvo otros obstáculos que impidieron su «salto» como grupo. Como sabes, sobran estudios, comparaciones y estadísticas sobre esta «diferencia» o problema social.

Las variables raciales fueron expulsadas de la política y las ciencias después de aquellos textos y discursos que, a partir de 1962, decretaron el fin del racismo en Cuba. Y se hizo el gran silencio. Fue un vacío conceptual que generó distorsiones, incomprensiones y represiones sobre la legitimidad de la cuestión racial en la construcción de la nueva sociedad.

La ausencia de este debate y su subestimación política no permitió un flujo natural de ideas o propuestas sobre el tema racial. Únicamente fue y es atendible como parte del conflicto ideológico del diferendo Cuba-EE. UU.; fuera de ese universo todo se reduce, se aplaza y se subordina a otras cuestiones.

Por eso el activismo antirracista ha sido tan marginalizado, perseguido y coaptado. Y eso explica que el tema aún no logre insertarse, con acciones prácticas y conceptuales, en la agenda nacional. No solo es una cuestión local, sino regional y transnacional que seguimos cargando como pesada cruz en la espalda de la gente que más la sufre.

¿Cuánto pudiera ayudar el Programa Nacional Contra el Racismo y la Discriminación Racial en la implementación de acciones que favorezcan a la población afrodescendiente?

Este Programa Nacional, anunciado hace dos años y medio, lo entiendo como la estrategia o política racial que durante seis décadas faltó para complementar las medidas universalistas (salud, vivienda, educación, etc.) que se tomaron en los sesenta. La gran ausente fue una política racial que, finalmente, nos exige su lugar en el debate sobre la nación y su futuridad: reconocimiento y redistribución ha sido la pareja dialéctica que se ha impuesto en todas partes, también en Cuba.

Por suerte, ya hay suficientes investigaciones y resultados científicos como para iniciar una transformación real de la situación racial en Cuba. El activismo identificó y denunció el problema hace cuatro décadas, y en las últimas de ellas la Academia generó suficientes herramientas y diagnósticos. Solo faltan las políticas, las leyes y la aplicación de ambas.

Pero, ¡ojo!: para que este tipo de programa funcione deben ser convocadas todas las fuerzas emancipatorias y antirracistas de la sociedad en función de una tarea muy compleja. Sin una real articulación de estas fuerzas, conciencia y conocimiento de las problemáticas raciales en Cuba, más una voluntad política y económica que las priorice, será imposible obtener buenos resultados.

La cantidad de reuniones, comisiones, diagnósticos y spots publicitarios no determina el resultado del Programa si no expresan críticamente las necesidades de una población negra disminuida en sus derechos. Experiencias anteriores enseñan que una Comisión puede convertirse en un juguete que hace perder tiempo, energías y la oportunidad de construir un modelo social antirracista en la región.

Por otro lado, estemos atentos a la recomposición burguesa que viene estimulando en Cuba un fundamentalismo discriminatorio, no solo religioso. Hay fuerzas reaccionarias gestando el enriquecimiento de ciertos sectores poco interesados en la calidad de vida de otros sectores crecientemente empobrecidos, donde los negros siguen siendo mayoría. Esta simple realidad, ¿te parece exagerada?

Tomo un par de ejemplos: La construcción de viviendas para el pueblo vs. los hoteles de corporaciones poco dadas a la transparencia estatal, así como la permisibilidad con que los nuevos capitalistas generan nuevas opresiones y exclusiones para sus trabajadores y clientes.   

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Hay fuerzas reaccionarias gestando el enriquecimiento de ciertos sectores poco interesados en la calidad de vida de otros sectores crecientemente empobrecidos, donde los negros siguen siendo mayoría. (Foto: Cibercuba)

¿Cómo diseñar entonces políticas públicas, acciones afirmativas desde la perspectiva de las afro-reparaciones y la justicia racial? ¿Qué experiencias existen en comunidades afrodescendientes en América Latina y el Caribe que puedan ser de utilidad al escenario cubano?

Hay muchas experiencias en toda Latinoamérica: sectoriales, comunitarias, culturales, feministas, legales, de micro y macropolítica. Son ganancias de largas luchas, debates, diálogos y consensos de las comunidades afro, la sociedad civil, la academia y los políticos. Hasta las constituciones se erigen espacios en función de reducir la discriminación, combatir el racismo y luchar por la igualdad.

Han sido duras estas batallas y en medio de ellas siempre se intentó dividir las fuerzas antirracistas con métodos de una mezquindad inimaginable. Es un viejo ardid que nos acompaña desde la esclavización y que no siempre sabemos advertir y enfrentar con ética e inteligencia. No voy a precisar cuáles de esas experiencias pueden servirnos o no, teniendo en cuenta que el racismo es el mismo pero los contextos son diferentes y los modos de permisibilidad y visibilidad también han cambiado mucho en los últimos veinte años.

Siempre me llamó la atención como Lula logró instrumentar en Brasil un Ministerio o Secretaria de Estado por la Igualdad Racial (SEPIR), y aunque fue insuficiente, habrá que revisar ciertos fallos estructurales y errores estratégicos que allí incidieron. Luego, la experiencia avanzada de Uruguay es increíble, aunque no perfecta. En Colombia ha sido muy difícil, pero muestra sus logros gracias a la coherencia, resistencia y brillantez de muchos líderes entregados hasta la muerte a la tarea antirracista, ligada a otras opresiones.

Sucede que los puntos de partida no son los mismos y no siempre es bueno compararse, como frecuentemente se hace en Cuba respecto a Estados Unidos. Recuerdo que en los noventa, muchos críticos del antirracismo cubano nos acusaban de copiar a los afronorteamericanos. Claro, si desconoces la tradición antirracista cubana, anterior a la afroamericana, puedes terminar copiando.

Y lo peor es que, como vivimos de espaldas al Caribe, obviamos la fuerte tradición caribeña, desde el surgimiento de los cimarrones en Surinam, pasando por la Revolución haitiana, el sindicalismo anglocaribeño hasta llegar al impacto de la diáspora caribeña en los EE.UU. Sin que haya que dejar de admirar a los grandes pensadores negros norteamericanos, casi todos hijos o nietos de caribeños.

Toda esa tradición ha de ser tomada en cuenta, Alberto, y también cada esfuerzo del activismo antirracista de los últimos treinta años en Cuba, pues abrió, y profundiza aún, otros caminos. Sobre las afro-reparaciones, hay discursos de Fidel y Raúl Castro, fuera de Cuba, apoyando esa estrategia, pero ningún funcionario cubano los ha replicado y es un tema medio fantasmal.

Sé que es muy difícil adentrarse en ese debate; pero nos toca. Hablar de justicia racial en Cuba es un tema incómodo, que termina acusando a los negros de desagradecidos. Lo más difícil ha sido luchar contra un pensamiento colonial de izquierda; es el peor de los colonialismos porque resulta incapaz de reconocerse como tal y genera una actitud defensiva y cerrada que no permite los diálogos y aprendizajes necesarios.

Negros

Sobre las afro-reparaciones, hay discursos de Fidel y Raúl Castro, fuera de Cuba, apoyando esa estrategia, pero ningún funcionario cubano los ha replicado y es un tema medio fantasmal. (Foto: Cibercuba)

Una de las carencias que frustra muchas de las iniciativas, acciones y proyectos destinados al empoderamiento de la población afrodescendiente en Cuba, es la relacionada con los financiamientos. Carecemos de las prácticas para buscar esos fondos y, por otra parte, no creo que exista en las agencias europeas una sensibilidad hacia la comunidad afrodescendiente. ¿Cómo lidiar con esta situación?

Hace diez años publiqué un texto que titulé «Doce dificultades para enfrentar al (neo) racismo» (Rev Universidad de La Habana, no. 273, 2012) y no me queda otra opción que glosarlo. La pobreza negra es una de las evidencias más contundentes de la asimetría estructural que caracteriza a una sociedad donde las desigualdades tienen color. Este grupo racial desconoce la acumulación de capitales y patrimonios. No hay costumbre de manejar fondos, créditos u otros modos de financiamiento.

Dicha incapacidad o desconocimiento visceral que tenemos como grupo social sobre la cuestión económica, viene de una real desposesión: fuimos saqueados hasta de nuestra condición humana, así que: ¿de qué patrimonio podemos hablar? Las relaciones económicas son relaciones de poder, ejercicios de salón y de fuerzas entrenadas, son herramientas de clases dominantes que comparten dichas relaciones solo entre ellas. No te olvides que en nuestra islita también padecemos nuestra propia colonialidad.

Lidiar con tal dificultad es una de las claves de nuestra emancipación socio-racial. Se necesitan entrenamientos, becas, créditos y apoyo sistemático. Es otra puerta que debemos abrir en Cuba. Muchas organizaciones y organismos internacionales han entendido este fenómeno y diseñan estrategias para ello. Es uno de los puntos más complejos de las afro-reparaciones.

No siempre el estado o el gobierno van a cubrir los déficits de tipo económico, tecnológico, etc. La sociedad civil ha de jugar su papel a través de organizaciones e instituciones propias, con tareas muy específicas —a veces técnicas, otras veces tácticas—, para la emancipación real de este grupo social.

Las políticas de redistribución social y acciones afirmativas, aunque no se reconozcan en nuestro contexto con dichos términos, son estrategias definitorias en lo económico. Después del 2011, Año internacional de los Afrodescendientes, logramos que la ONU declarara en el 2015 un Decenio Internacional.

Y a pesar de que perdimos cinco años en una discusión bizantina sobre el termino afrodescendiente, casi al final de este período comienzan aparecer algunas políticas para la reparación e inclusión de nuestra gente. En fin, se trata de un gran desafío, no solo de la población negra, sino de toda la nación. El antirracismo no es una lucha cerrada por unos pocos derechos para una sola parte de la población, sino que trata de alcanzar, o al menos luchar, por toda la justicia. Y todo parece indicar que estamos solo en mitad del camino.

9 junio 2022 32 comentarios 3,K vistas
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Nación

Re-imaginar la nación cubana

por Alberto Abreu Arcia 23 febrero 2022
escrito por Alberto Abreu Arcia

Si realmente queremos acercarnos a las razones que condicionan la sobre-representación de la población afrocubana en los estándares de marginalización, desigualdad y pobreza vigentes en Cuba desde la última década del pasado siglo, debemos hurgar en las lógicas y dinámicas que estructuran los procesos históricos, sociales y económicos que tuvieron lugar  mucho tiempo antes de la crisis de los noventa y de las sucesivas reformas que a partir de entonces se han venido implementando por parte del Estado.

En este sentido, resulta plausible el consenso metodológico —bastante extendido entre los cientistas sociales cubanos que estudian las brechas de equidad racial y los procesos de reproducción racial de la pobreza— de superar una concepción biológica o economicista. Dicha perspectiva positivista especula la existencia de una predisposición genética en ciertos grupos sociales para la marginalidad, o para aquello que Oscar Lewis denominaba «cultura de la pobreza».

Es impostergable un enfoque más integral y dinámico del problema, como el realizado por María del Carmen Zabala, que tome en cuenta los complejos procesos económicos, políticos, históricos, culturales, sociales, de raza e identidad de género, que sirven de sustento y configuran «los fenómenos de pobreza y vulnerabilidad y a los procesos de descalificación y exclusión social, y asumirlo como situaciones de carencias acumulativas —de todo orden—las cuales se retroalimentan sincrónica y diacrónicamente».

Lo anterior resulta clave para la construcción de una ciudadanía y una democracia sustantivas capaces de identificar las desigualdades sociales y sus raíces, elaborar políticas públicas a favor de la equidad y ayudar en el proceso de empoderamiento de los sujetos y sectores subalternizados.

En el espacio físico donde desarrollamos la experiencia comunitaria Wenilere Cardenense, se erige un monumento que me hace meditar en el drama que supuso para negros y mulatos libres su empeño por adquirir un lugar social y económico respetable en la nación que se gestaba. El monumento en cuestión —hasta hace apenas unos días sumido en el abandono y el desconocimiento histórico de la ciudad—, fue erigido en recordación de los seis negros y mulatos libres o/y esclavos fusilados el 1ro de octubre de 1844, recordado como «el año del cuero» acusados de participar en la «conspiración de La Escalera».

La presunta conspiración —en la que fuera implicado como principal cabecilla el poeta mulato Gabriel de la Concepción Valdés, Plácido—, era una estratagema de las autoridades coloniales destinada a destruir la emergente pequeña burguesía de negros y mulatos libres en Matanzas. Para ellas, esta clase de color, capaz de ser rica y civilizada, no solo podía abrigar una voluntad libertaria, sino también proyectos vengativos de aniquilación racial.

Nación (2)

Gabriel de la Concepción Valdés

Desde una década antes, en su ensayo Memoria sobre la vagancia en la isla de Cuba —considerado un clásico de la literatura social cubana—, José Antonio Saco mostraba alarma ante el desempeño que evidenciaban negros y mulatos libres en las artes y los oficios, esfera menospreciada por criollos y peninsulares. «Entre los enormes males que esta raza infeliz ha traído a nuestro suelo, uno de ellos es el de haber alejado de las artes a nuestra población blanca». (Saco, 2001, 296).

Las acuciosas investigaciones realizadas por Pedro Deschamps Chapeaux y Juan Pérez de la Riva —El negro en la economía habanera; Contribución a la historia de la gente sin historia. Cimarrones, propietarios y morenos libres; El negro en el periodismo cubano en el siglo XIX—, documentan la importancia alcanzada dentro de la economía habanera por numerosos negro/as y mulato/as libres, que durante este período crearon «una especie de aristocracia», rica, educada, culta.

Hablamos de miles según constatan los censos sobre oficios del período colonial. Muchos llegaron a ser dueños de importantes inmuebles —usados para el trabajo o como vivienda—, y a poseer esclavos, algo bastante común entre los bienes de capital. La paradoja que resulta de esta presunta movilidad socioeconómica de negro/as y mulato/as en una sociedad colonial y esclavista, pone de manifiesto la voluntad de resistencia del referido grupo social.

Los datos que acabo de ofrecer impugnan la representación del negro como sujeto vago, conformista y asociado a escenarios del hampa habanera. Tal representación fue construida por el imaginario colonialista y legitimada por el discurso historiográfico, a través de las pinturas de Landaluce y el teatro bufo, como intentos de invisibilizar el importante rol económico, social y emancipatorio desempeñado por negro/as y mulato/as en los procesos formativos de la nación cubana.

El imaginario popular cubano atesora, a manera de chistes, un grupo de expresiones que re-simbolizan estas prácticas de exclusión y subalternización racial. Ellos nos hablan de una fisura, un espacio de irresolución simbólica que dramatiza la voluntad de construir, dentro de la nación presente, un espacio de equidad racial.

Por ejemplo, cuando en el trabajo, en una reunión de amigos o en Facebook, a manera de broma, se le dice a una persona negra que el 10 de Octubre es su día porque «Carlos Manuel de Céspedes les dio la libertad». O cuando, en determinado contexto sociopolítico, se exige a los negros gratitud ya que: «La Revolución los hizo a ustedes personas».

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Los negros cubanos se visten para ir al baile – Víctor Patricio Landaluce

Expresiones como esas, no solo apuntalan un mensaje de inferioridad racial, sino que su propia enunciación deviene institucionalización verbal de esa subordinación, por ende, se convierten en ratificación y extensión de aquella «subordinación estructural». Tal es el juego performático del lenguaje, en lo que Butler llama «el discurso del odio».

Estas expresiones, en el orden simbólico del lenguaje, participan de los  procesos de configuración de sujetos racialmente vulnerabilizados; así como de asimetrías, relaciones de poder e inequidades entre grupos sociales. Al tiempo, reactualizan viejos discursos que llegan desde la colonia.

En los ejemplos expuestos asistimos a una re-semantización de la polémica entre Sanguily y Juan Gualberto Gómez. Cuando el primero le recuerda: «Olvidar lo que hicieron los blancos cubanos por los hombres de color, es una ingratitud manifiesta». Los argumentos de Sanguily tratan de despojar a los negros y mulatos de cualquier protagonismo en la fundación de la nación y de la patria misma. Y percibe su desempeño durante la Guerra del 68 como apéndice de la racionalidad e iniciativas emancipadoras de los patricios blancos.

Este posicionamiento de Sanguily se enmarca en una situación económica análoga a la de 1844 entre los negros y mulatos libres. Hacia 1883, a pesar de la represión desatada por los sucesos de La Escalera, treinta años antes, «esta masa silenciosa de los libres “de color” se mantuvo, se fortaleció, aspiró a cultivarse y a mejorar su nivel educacional y por lo tanto social y finalmente alcanzó su grado de organización que se manifestó en la creación del Directorio Central de las Sociedades de la Raza de Color».

Aproximadamente treinta años después, ya en la República, se repite el mismo ciclo. Si en 1899 el número de profesionales negros era apenas visible en el escenario nacional, esto cambiará totalmente. Para 1931 la cifra de abogados se había incrementado de uno en 1899 a 174. Este número incluía a tres mujeres. De 102 maestros, los afrocubanos ascendieron a 1375. También los médicos aumentaron de diez a 158, cinco de ellos mujeres; además de cuarenta y nueve dentistas y setenta y un farmacéuticos. El 4% de la población laboral afrodescendiente estaba vinculada a los servicios profesionales. En el año 1943, este número ascendió a 5.3%.

Aquí hay que añadir un dato significativo: el trauma social y político que representaron los dramáticos eventos de 1912 asociados al Partido Independientes de Color, donde resultaron masacrados más de 3000 negros y mulatos.

A pesar de ello, como apunta Alejandro de la Fuente en Una nación para todos. Raza, desigualdad y política en Cuba, le sobran razones a los intelectuales afrocubanos del período, como Gustavo Urrutia, para aseverar que los afrocubanos «contaban con los profesionales competentes en todas las disciplinas, que constituían “una amplia clase de nuestra sociedad”». Desde luego, este crecimiento de profesionales afrocubanos «se percibió como una amenaza a la capacidad de los blancos de controlar el acceso a los trabajos lucrativos».

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Miembros del Partido Independientes de Color.

Menciono estos hechos no por pura curiosidad histórica, sino para poner de manifiesto que a pesar del racismo estructural que atravesó tanto la sociedad colonial como la republicana, la lucha de negros y mulatos por el empoderamiento económico, social, político e intelectual no cesó. Esa voluntad recorre una zona importante de los escritos que conforman la tradición del pensamiento afrocubano —Juan Gualberto Gómez, Gustavo Urrutia, Alberto Arredondo, Cesar Pinto—, invisibilizado por la historiografía oficial y los discursos del nacionalismo cubano.

Desde luego que para los afrocubanos, como parte indisoluble de los pueblos de la diáspora africana en Latinoamérica y el Caribe, formados en medio de procesos marcados por la esclavitud transatlántica y el colonialismo; por la diasporización, las dislocaciones violentas de opresión y resistencia; el acto de reflexionar sobre los dispositivos históricos de desigualdad y exclusión que determinan y catalizan la reproducción racial de la pobreza no se reduce solo a la búsqueda de una justicia reparativa (afro-reparaciones) centrada únicamente en la redistribución equitativa de la riqueza y el poder, sino que demanda una mirada crítica ante esa violencia epistémica que nos configuró como otredades: (negro/a, indio/a, mujer, gay y lesbiana) cuyos cuerpos están necesitados de «corrección».

Debemos descolonizar la memoria, lo imaginario, la educación, la economía y la cultura. Es decir, re-imaginar la nación. Deconstruir el racismo epistemológico, la colonialidad del ser y el saber que todavía prevalece en las Ciencias Sociales latinoamericanas y caribeñas.

Lo que intento poner en solfa en este texto es la tesis que considera a la crisis de los noventa, la caída del campo socialista y las sucesivas reformas económicas implementadas desde el Estado, como los factores principales que condicionan la marginalización, la desigualdad y la reproducción racial de la pobreza.

Si bien ellos han actuado como catalizadores, al ensanchar las brechas de equidad racial, las verdaderas causas poseen raíces y tramas históricas más profundas que deben ser escrutadas en la persistencia del racismo estructural, epistémico y cotidiano que hemos padecido históricamente. Y en lo que la suspicacia teórica de Juan Carlos Albizu-Campos Espiñeira —en su estudio Contrapunteo cubano de la muerte y el color— denominara «significativa acumulación de desarticulaciones».

El texto de Albizu-Campos constituye una monografía sin precedentes en este campo de estudios por sus sorprendentes hallazgos respecto al rol desempeñado por el color de la piel como diferencial de la mortalidad: «[…] pareciera que el color de la piel (condición biológica individual), por lo que históricamente ha representado, da cuenta de una significativa acumulación de desarticulaciones y se erige como un marcador de riesgo en el que el hecho de no ser blanco impone una carga adicional de riesgo» (el énfasis es mío).

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Los negros curros, de Víctor Patricio Landaluze

Y tras un meticuloso análisis estadístico, como documentan las tablas donde se entrecruzan raza, género, lugar de residencia, se concluye que, a pesar de los logros del sistema de salud de la Revolución en materia de supervivencia los cuales no tienen comparación en Latinoamérica y el Caribe:

[…] la desventaja de la población no blanca aún persiste para el sector de salud, en particular, y para la sociedad cubana, en general, como una «asignatura pendiente» de esa política social, que al no haber reconocido diferenciación práctica entre los grupos raciales, tomando como una masa homogénea, de pobres y marginados a toda la población tradicionalmente preterida, fue a la búsqueda de la satisfacción de sus necesidades históricamente ignoradas sobre la base de una distribución igualitaria.

Sobre los riesgos que supuso para la política social cubana y su visión integradora y universalista, la negación de los afrocubanos como una identidad colectiva, argumenta la socióloga María Paula Espina en «El caso cubano En diálogo de contraste»:

[…] lógica de la política social típica de la transición socialista cubana, el tema de la equidad entre razas —que en Cuba tiene largas raíces históricas, entroncadas con la experiencia de la esclavitud africana en la etapa colonial— se manejó dentro de una variante de integración social general, con muy pocos instrumentos de políticas afirmativas, en el entendido de que si negros y mestizos formaban parte mayoritariamente de los sectores populares, las acciones de promoción de estos tendrían un efecto directo y equiparable al esperado sobre el resto de los grupos. Con ello se trataba también de no extender y reforzar, con instrumentos focalizadores particulares, la estigmatización vinculada al color de la piel, manteniendo como valor político supremo la unidad por sobre las diferencias.

Claro que en el caso de Cuba, hay que reconocer la complicidad de las instancias académicas con esas más de cuatro décadas en que el tema del racismo anti-negro fue silenciado y prevaleció su negación; o con el empleo de categorías y eufemismo como «racismo de baja intensidad». Es lo que el sociólogo Eduardo Bonilla Silva ha llamado «racismo ciego al color» o «racismo daltónico».

En la misma línea habría que preguntarse por qué la reticencia del discurso académico-institucional a aceptar la existencia en Cuba de un racismo estructural; a pesar de nuestra condición colonial, de las similitudes del contexto cubano con problemáticas que persisten en países como Colombia, Brasil, etc.; y de los inquietantes resultados de investigación arrojados por tesis de diploma, maestría y doctorado; estudios de casos, informes, artículos, libros y ensayos consagrados al análisis de la pobreza desde una perspectiva racial y desde sus cruces e intersecciones con otros ejes o categorías, como las de género, clase, lo urbano y lo rural, etc. y que han permitido no solo graficar y diagnosticar las situaciones de pobrezas en las ciudades, localizar sus causales y generar un sinnúmero de programas y políticas públicas, algunos de los cuales han ofrecido resultados positivos.  

En este punto concuerdo con el sociólogo puertorriqueño Agustín Laó-Montes, en Contrapunteos Diaspóricos: Cartografías Políticas de Nuestra Afroamérica, cuando a propósito del debate sobre las políticas de igualdad universal y las políticas de reconocimiento de la diferencia étnico-racial y cultural en el escenario demanda de los movimientos sociales en Latinoamérica y el Caribe; insiste en la necesidad de «combinar políticas universales de justicia y bienestar social como el derecho a un salario justo y a la educación pública, con políticas étnico-raciales como las Afro-reparaciones y Acciones Afirmativas».

Para Laó-Montes se trata de un «falso debate» ya que, por un lado, la equidad étnico-racial exige de políticas sociales y económicas a favor de la distribución justa y equitativa de bienes y recursos; mientras por otra parte, la realización de los ideales democráticos de igualdad y ciudadanía plena demandan «el reconocimiento, la valorización y el apoderamiento de las colectividades excluidas y discriminadas uno de cuyos recursos es la elaboración de políticas públicas dirigidas a corregir las desigualdades históricas provocadas por el racismo estructural». Son demandas o escenarios que se complementan.

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Compra de esclavos en La Habana, 1837 (Tomada de El País)

Como ven, esta cuestión no es privativa de Cuba, sino que afecta a todos los pueblos de la diáspora africana en el Caribe y Latinoamérica. Solo que, a diferencia de lo que ocurre en ellos, en el caso de Cuba se manifiesta un hecho sui generis: las políticas de beneficios, derechos y garantías destinadas a eliminar las históricas brechas de equidad, fueron promulgadas desde sus primeros años por la Revolución para todos los ciudadanos, independientemente de su color de piel.

¿Cómo explicar que treinta años después, con la llegada del Período Especial, las brechas de equidad y la reproducción de la pobreza asociada al color de la piel resurgieran con más fuerza? ¿Por qué la población negra está subrepresentada en las aulas de la educación superior y sobrerrepresentada en las prisiones y demás centros penitenciarios del país? 

Los procesos socioeconómicos posteriores al Período Especial provocaron una ruptura con la configuración socio-clasista de las décadas anteriores a los noventa. Como consecuencia de los mismos, uno de los rasgos fundamentales que, socio-estructuralmente, distingue a la sociedad cubana contemporánea es la diferenciación social y de las formas de propiedad.

Tal fenómeno se ha desarrollado de manera acelerada y propiciado grandes brechas de desigualdad socioeconómica, reflejadas en la emergencia de nuevos sujetos o/y actores sociales que el imaginario popular ha bautizado como: «los nuevos ricos», «los jineteros», «el luchador», «los deambulantes», «los buzos», «el pinguero», etc. Los mismos evidencian la segmentación de la sociedad cubana en clases y capas sociales; la aparición, por un lado, de élites y, por otro, de marginalizados, pobres y vulnerables.

Veamos algunos datos que grafican cómo en las cuatro últimas décadas los negro/as constituyen el segmento poblacional que ha enfrentado mayores barreras para lograr una movilidad social ascendente. Una sistematización de estudios sobre desigualdad, equidad y política social realizada entre el año 2000 y 2010 por investigadores del CIPS, identifica, entre otros, los siguientes problemas como expresión de la persistencia de brechas de equidad racializadas:

– Aumento de la proporción de dirigentes blancos en la medida que se asciende en la jerarquía de dirección.  

– Sobrerrepresentación de negros y mestizos en la franja de pobreza.

– Subrepresentación de negros y mestizos en la culminación de estudios superiores.

– Reproducción de prejuicios raciales.   

– Enseñanza de la Historia sin suficiente presencia de los aportes de las personas negras a la identidad nacional.

– El reflejo de la sociedad en los medios de difusión masiva no se ajusta a la composición por color de la piel, cuantitativa y cualitativa, de la población cubana.

– Por otra parte, las estadísticas advierten una sobrerrepresentación de personas no blancas entre las familias de menores ingresos, y dentro de los segmentos de la estructura laboral menos ventajosos.

– La población afrodescendiente es la que recibe menos remesas del exterior. Recordemos que el exilio cubano históricamente ha sido predominantemente blanco. En consecuencia, sus estrategias de sobrevivencia dependen del esfuerzo personal y se realizan con recursos precarios.

– A ello sumémosle el tópico de los activos: la carencia de bienes patrimoniales de origen familiar (autos, casas y otros bienes) que se puedan heredar de una generación a otra.

– Esto se refleja en la sobrerrepresentación de la población negra y mulata entre las familias que viven en barrios marginales, fundamentalmente solares y ciudadelas. Mientras, existe una mayor presencia de personas no negras en barrios residenciales y viviendas con mejores condiciones habitacionales.

– También en las asociaciones mixtas y firmas extranjeras, las personas blancas están sobrerrepresentadas.

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(Foto: El Nuevo Herald)

Datos aportados por CEPDE-ONEI durante el 2016, señalan que en los negocios privados la proporción de personas blancas empleadas es la más alta (8,4%), y la más baja la de negros (6,4%). También revelan que las personas blancas están sobrerrepresentados en este sector (68,1%), mientras los negros y mestizos están subrepresentados (9,0% y 22,9%, respectivamente)

Las cifras anteriores hablan de relaciones y dinámicas raciales asimétricas dentro del sector del sector «emergente» de la economía cubana. Donde las personas blancas están colocadas en situación de propietarios de negocios y empleadores, mientras los afrodescendientes se hallan en condiciones de fuerza de trabajo a contratar, casi siempre en empleos pocos remunerados. Por otra parte, estas asimetrías han propiciado la proliferación de actos de discriminación y exclusión racial dentro de ese sector, que han sido denunciados en las redes sociales.

En respuesta a este panorama un segmento bastante influyente del movimiento afrocubano, como parte de la sociedad civil cubana, desde hace algunos años comenzó a gestar sus propias estrategias de empoderamiento económico para la población negra y mestiza cubana. Algunos, como el caso de la experiencia comunitaria Wenilere Cardenense, una voluntad marcadamente identitaria y económicamente reivindicativa, promueve estrategias de impulso a emprendimientos de desarrollo local, redes de empoderamiento familiar, capacitación comunitaria y la autogestión como punto de partida para el   mejoramiento de la calidad de vida de la personas afro-descendientes.

Proyectos como Beyond Roots, Lo llevamos rizo, Turbam Queen, Bárbar’A Power, la Red de Afroemprendimientos del CCRD de Cárdenas —una articulación encargada de abrir espacios formativos, compartir saberes y propiciar la cooperación y el desarrollo entre afro-emprendedores—, la marca de cosmético Qué negra, el salón de belleza Afrotalla, en Cárdenas así lo corroboran.

Aunque la principal dificultad para llevar adelante estas y otras acciones destinadas al empoderamiento económico de las personas negras y mestizas, muchas de las cuales viven en situaciones de vulnerabilidad, marginalidad y pobreza; sigue estando en el financiamiento: en la carencia fondos y patrocinios cuya ruta también participa de estas asimetrías y desigualdades raciales.

23 febrero 2022 7 comentarios 2,7K vistas
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Barrios, desigualdad y estrategias

Barrios, desigualdad y estrategias en Cuba

por Redacción 16 febrero 2022
escrito por Redacción

El tema de la desigualdad y la pobreza en Cuba es de suma importancia y actualidad, aunque es casi tabú para las autoridades cubanas. Estas han asumido una postura triunfalista y negacionista, amparada en los efectos esperados de políticas sociales generales.

Las investigaciones relacionadas con el asunto, realizadas desde los años ochenta por especialistas en diversas ciencias sociales, no han tenido suficiente visibilidad ni el impacto necesario en las políticas públicas.

Sin embargo, el fenómeno está presente con mayor crudeza desde la década de los noventa del siglo pasado. A partir del 2008, en que inició el proceso de reformas conocido como Actualización del modelo económico y social cubano, se ha incrementado exponencialmente e incorporado nuevos segmentos de ciudadanía y localidades. Cuba pasó a ser una sociedad muy desigual desde antes de la pandemia del Covid-19.

Tales problemáticas se pueden constatar tanto a escala de sectores sociales específicos en condiciones de vulnerabilidad, como relacionadas con el racismo y la violencia, y con dificultades de vieja y nueva data; entre ellas, la crisis económica, sociodemográfica, desigualdad en los ingresos, de acceso a fuentes de empleo, remesas, desequilibrios regionales, migración interna y marginación secular en ámbitos urbanos y rurales.

Interesados en profundizar y visibilizar en el tema y poner rostro a estos fenómenos sociales, en pos de generar propuestas de soluciones endógenas y sostenibles, el equipo de La Joven Cuba decidió promover la referida línea de investigación, de la cual ofrece ahora este resultado preliminar.

Investigar y escribir en tal sentido implica llegar a los lugares, involucrarse, identificar valores y dificultades que en muchos casos se han reproducido por varias generaciones en un espacio compartido, y promover soluciones desde los diversos actores sociales.

Llegar a comprender a las personas allí donde se presentan y convergen condiciones socioeconómicas, profesionales e incluso políticas desventajosas; expresiones religiosas históricamente estigmatizadas; familias en riesgo de pobreza y donde se constatan evidentes brechas de equidad y diversas formas de exclusión, resulta inevitable para la transformación social y el  mejoramiento humano sostenible.

A eso invitan tres prestigiosos escritores e investigadores sociales cubanos: Gisela Arandia Covarrubias, Alberto Abreu y Roberto Zurbano, quienes ofrecieron sus experiencias en barrios de La Habana y Matanzas. Puede acceder al texto a través de este link:

Barrios, desigualdad y estrategias en Cuba

***

Este dossier forma parte de nuestro proyecto «Desigualdad, pobreza y sectores vulnerables en Cuba». Si desea colaborar, puede enviarnos recomendaciones, testimonios, ideas, al  correo jovencuba@gmail.com, con el asunto: «Cartas al Proyecto».

16 febrero 2022 9 comentarios 2,2K vistas
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Periferia (1)

Viaje al centro de la periferia

por Roberto Zurbano Torres 11 noviembre 2021
escrito por Roberto Zurbano Torres

Después de llegar a la última parada de la ruta 174 en Lawton, tomas otro transporte hacia el Caballo blanco y te quedas en una zona intermedia entre ambos puntos, atraviesas un tranquilo barrio a la derecha y luego un descampado o zona rural en dirección a Portocarrero, en la periferia de Arroyo Naranjo. Antes de llegar a este, doblas otra vez a la derecha e irás descubriendo, poco a poco, un caserío fuera de los mapas urbanos.

Una comunidad desconocida

Tras él nace el barrio haitiano, por llamar de algún modo al lugar donde se asientan cerca de veinte casitas informes, construidas con tablillas, cartones y otros detritus de la ciudad. Allí encontrarás un mundo desconocido para cualquier habanero. Mayoritariamente de personas negras, muy oscuras: son segunda o tercera generación de descendientes haitianos, provenientes del centro y el oriente del país, que conservan rasgos culturales de ese universo aún callado en la cultura nacional, marginalizado por cuestiones raciales, religiosas, clasistas y regionalistas: has llegado a la tierra de Balenyó.[i]

Es un barrio o asentamiento sin nombre que mi amiga Anisia y yo llamamos El Cuncuní. Allí visitamos a su nieta, de quien unos meses después festejaríamos el tercer cumpleaños, que era cuidada por una familia oriental, con extensiones en El Canal del Cerro y en Cayo Hueso. Una gran familia cuyos lazos, más que consanguíneos, se atan por la convivencia solidaria que genera la pobreza y la trashumancia. Eso define cierto tipo de migración interna en Cuba; aquella de origen rural a la cual no deslumbran los barrios del centro.

Esta comunidad se distingue por sus costumbres haitiano-descendientes: los adultos hablan creole; se consumen programas de televisión haitiana (cómicos, musicales y religiosos); exhiben en sus paredes tres elementos singulares: una bandera de aquel país, un retrato de Toussain Louverture y un altar de los dioses o loas del vodú. Estos símbolos marcan su vida, así como las flores, plantas medicinales y vegetales más usados para su alimentación y rituales; de ahí que prefieran el margen rural, lejos de la velocidad y normas citadinas.

Periferia (2)

Conservan recetas de la cocina y la farmacopea tradicional.

Conservan recetas de la cocina y la farmacopea tradicional. Las jerarquías son marcadas por su religión y el nivel de relaciones de algunos miembros con el mundo exterior, pues son reacios a asimilar personas ajenas a sus costumbres y condición socio-económica, vieja «maña» de haitianos en Cuba.

Un viaje desde la céntrica periferia de Cayo Hueso hasta la periferia de Arroyo Naranjo, desajusta las brújulas sociológicas que piensan la dinámica de una ciudad marcada en las últimas décadas por dos fuerzas encontradas: una, la del turismo y el abroquelamiento de construcciones de acero y cristal que exhiben los nuevos hoteles; la otra, soldada con cabillas de hierro, inunda de rejas la ciudad y crea la sensación de encierro y temor, anuncio de cierta criminalidad, desbordada más en la mente de los nuevos ricos que en la realidad. Nada de eso es necesario en barrios periféricos o empobrecidos, excepto cuando en ellos se reproducen la mentalidad y temores de los nuevos ricos.

En la periferia se marcan nuevas fronteras entre la necesidad de los recién llegados y la porosa permisibilidad de las autoridades. Es un pacto silente que, de romperse, trae a la policía con aparatosos carromatos que destruyen las endebles casitas y expulsan a sus habitantes. No queda otro remedio que esperar unos días y… volver a empezar: levantar por segunda, o tercera vez, la nueva barriada. En los últimos años se logró un diálogo de los recién llegados con las autoridades, y se han limado asperezas mediante leyes desconocidas por su escasa divulgación, el acompañamiento de abogados voluntarios o activistas, más la ayuda de Catastro y Planificación Física del municipio.

Las tácticas y estrategias, variadas y persistentes, eran asesoradas por vecinos de otras comunidades haitiano-descendientes ubicadas alrededor de Guanabacoa, San Miguel del Padrón y el Cotorro; sus experiencias como ex migrantes, primero tolerados y luego legalizados, fueron muy útiles. Por ejemplo: llevar los niños a la escuela más cercana, pagar la cotización de los CDR y la FMC, participar en elecciones o inscribirse en la libreta de abastecimiento de algún vecino establecido, entre otras muchas que derivan del estatus laboral o familiar del migrante, incluso de su situación de salud.

Existe una franja haitiano-descendiente que rodea la capital cubana, a la cual denomino Habana Vodú, que más allá de lo religioso, integra una visión social de doble identidad nacional y afrocaribeña, poco estudiada aún. Poseen expresiones gastronómicas —con el boniato y el maní elaboran delicias ajenas al paladar occidental y podrían convertirse en atractivos emprendimientos—, agrupaciones musicales y danzarias, relaciones con el país de origen de sus padres, más la práctica y enseñanza del creole en la ciudad, donde se realizan foros internacionales sobre esta lengua.

Esa franja vodú crece silenciosamente en la periferia de la capital, a través de redes de solidaridad y autogestión, al margen de normativas político-administrativas que restringen cualquier posibilidad de desarrollo para los migrantes. Aun así, estos desarrollan habilidades y resistencias que forman parte de una agencia cultural, asistida por micropolíticas identitarias que les permiten hacerse de un espacio físico y cultural propio.

Sus agrupaciones artísticas, movimientos de migración hacia Haití y eventos culturales, son apoyados por la Asociación Caribeña de Cuba, cuyo grupo haitiano suele ser muy activo; aunque nuestra mirada siga negando lazos vivos con el Caribe que somos; pero ese es otro asunto. Aquí trato de visibilizar un tipo de migración que se piensa en términos de comunidad, identidad y resistencia ante el prejuicio clasista, la discriminación racial y la pobreza del Oriente de la cual creen haber escapado.

Ellos encontraron una de las claves más importantes para incluirse: la participación, que exigieron amable y vergonzosamente, casi como un favor, y no se les pudo negar. Conste que es la mínima participación, lo que podría llamarse participación formal, esa que otras personas hacen de modo hipócrita, pero que les resultó una tabla de salvación.

Periferia (7)

Fermín en su casa.

No hicieron críticas ni demandas, es decir, no solicitaron participación política; con ello derribaron la rutina y el autoritarismo de funcionarios prejuiciados, que antes les negaban o sugerían inscribirse en direcciones ajenas, lo que no resolvía su problema, pues cuando llegaban a desalojarlos, ni eso los salvaba de una multa. Por otro lado, ninguna renta asimila familias enteras, mucho menos con niños; las familias pobres y negras son rechazadas, aunque tampoco tienen con qué pagar tal lujo.

La participación política es un ejercicio difícil para los migrantes: la autoestima política se menoscaba con la suma de ilegalidades que aseguran la sobrevivencia. Ceden su capacidad crítica a cambio de una conformidad que los mantiene en una zona de silencio donde no pueden, (no deben), exigir sus derechos más básicos. No hablo de derechos humanos, ni de las de acciones colectivas que desbordan las redes, sino de su derecho al agua o la electricidad; ni siquiera pensaban en la posibilidad de tener libreta de abastecimientos o un estatus laboral legal.

El sujeto migrante tiene pocas posibilidades frente el mundo legal. Entiéndase policía, delegado del poder popular, bodeguero, e incluso el médico de familia que no le niega atención de urgencia, pero al que le es engorroso el tratamiento de enfermos crónicos, sobre todos ancianos.

Así, convierten «el invento» en modo de abastecerse de agua, luz eléctrica, medicamentos, alimentos, etc., y negocian con la mirada tolerante de las autoridades locales que —entre paternalismo, prejuicios y extorsión—, abren puertas a la permisibilidad y, claro, definen la permanencia del migrante. Comienzan activar conexiones con el mundo político-administrativo, donde la baja autoestima por el rechazo dominante va disminuyendo en el fragor de la negociación cotidiana. Aprenden a burlarse de tales sujetos «superiores» y descubren su doble moral.

Compartían aprendizajes al atardecer, bajo la sombra de un árbol de salvadera donde intercambian anécdotas de sus avatares diarios en recorridos por oficinas, o buscando trabajo, alimentos, materiales… Oí anécdotas que daban ganas de llorar, otras simpáticas; algunas daban ganas de denunciar o vengarse.

La criminalidad en zonas marginalizadas es una respuesta a la carencia de programas sociales. Luego, ciertos funcionarios estimulan el delito entre los marginalizados, sugiriéndoles receptar, revender o sustraer productos bajo su resguardo, con el resultado de enriquecer al proveedor. Se sabe que buena parte de lo que se vende en el mercado informal proviene de espacios de producción, distribución y venta estatales.

La vulnerabilidad recién descubierta es hija del abandono y la desconexión entre el centro y la periferia, entre el mundo letrado y el popular, frecuentemente identificado con la marginalia que acompaña la sobrevivencia, allí donde no llegan las instituciones. Su criminalidad no es más dañina que la de cuello blanco que provee al mercado negro.

¿Quiénes son estas personas, de donde vienen y por qué viven así? Son preguntas que comencé hacer tras mi segunda visita. Se acercaba el cumpleaños de la niña, que a la sazón tenía su madre presa, y la abuela paterna y yo queríamos hacerle una fiesta que borrara, al menos ese día, la sombra del desamor que la había llevado al Cuncuní, donde encontró una familia que la cuidó con más amor que interés monetario.

Periferia (3)

¿Quiénes son estas personas, de donde vienen y por qué viven así? En la foto, Fermín, el autor y Agustín Lao-Montes.

Era una comunidad muy familiar y alegre. Las preocupaciones, tragedias y fiestas eran asumidas colectivamente y pocas tareas se incumplían. Sus cultivos, flores y animales eran cuidados con esmero por niños que, tras sus tareas escolares, se tornaban pastores y peloteros, recolectores y papaloteros; todo con la misma alegría, en voz alta y bajo la mirada severa pero amable de sus mayores. Descubrí una extraña felicidad, llena de valores que la pobreza los empujaba a cuidar entre todos. Poco chisme y mucho consejo recogí en las visitas cada vez más frecuentes que hice entre 2015 y 2018, período en que les acompañé, aprendiendo sobre sus costumbres, necesidades y conocimientos del alma, el cuerpo propio y el colectivo.

Pichón Haitian

Así nació el proyecto comunitario Pichón Haitian, con el propósito de mejorar esas vidas y entorno. ¿Primera misión? Ganar legalmente aquel espacio y, desde él, empoderar a sus miembros con herramientas sociales que mejoraran su hábitat, estatus laboral, etc. No sabría decir si fue un ejercicio de activismo social, pero me empeñé en acelerar muchas de sus gestiones y condiciones de vida, tratando de articular diversas luchas que allí tenían lugar ya que en la práctica nunca se trabaja en el desmontaje de una sola opresión, pues se comparten varias, a veces, de modo inconsciente.

Trabajé con ellos, aportando preguntas, ideas, algún pan, un par de botellas de ron, pelotas, hilos, clavos u otras herramientas. Entramos al laberinto de la burocracia —Vivienda, Catastro y otras— copado por el dogma y la corrupción, cuya lógica no es posible explicar sin alguna indiscreción que delate el itinerario de aquellas conquistas que creo irreversibles.

Fermín fue el líder de la comunidad. Su serena conversación revelaba un largo combate contra la miseria y el desamparo durante años de trashumancia. Su autoridad era coronada por su condición de hougan o sacerdote de vodú, que lo hacía doblemente responsable ante su comunidad. Le convencí de participar en un evento en el Instituto de Investigación Cultural Juan Marinello sobre experiencias como la suya. Tuvimos que comprar ropa y calzado, sin embargo asistió e hizo una breve pero atinada presentación del proyecto, muy bien acogida.

En esa etapa contacté autores y activistas haitianos; gestioné que la escritora Evelyn Trouillot presentara su novela en la Feria del Libro, preparé con Yasmina Tippenhauer la antología trilingüe Ayití Cherí. Poesía haitiana (1800-2015), que sacó el Fondo Editorial Casa de las Américas en 2018. Visité la comunidad haitiana en Montreal y conocí en Berlín a un grupo de estudiantes de esa isla caribeña, en ambos casos les convencí de colaborar con Pichón Haitian.

Solo lamento una inversión fallida para un campo de maní, cuando una parte de las ganancias fue destinada a la bolita. Aquel momento me obligó abrir mi visión intelectual y comprender las contradicciones que una cultura de la pobreza genera en la cotidianidad de esa gente, cuyos sueños son mejor acompañados en la medida que conocemos sus propias contradicciones y angustias.

Periferia (4)

Ambiente de la casa de Fermín, al fondo se ve la bandera haitiana y a la derecha el altar vodú.

Comprometí artistas y deportistas de ascendencia haitiana, invité estudiantes de medicina provenientes de ese país para que la comunidad se sintiera reconocida y parte de algo mayor. Esa complicidad me permitió llevar varios estudiosos: una dio una charla a las mujeres para que autoevaluaran su rol  en la comunidad, otro les conectó con parientes en Haití y otros abordaron sus prácticas religiosas.

Evoco a Alanna Lockward llegando al Cuncuní durante una Bienal de la Habana, hablando en creole con las mujeres sobre comidas haitianas y mostrando fotos que luego expondría en Casa de las Américas, tomadas entre Haití y República Dominicana en las que era difícil distinguir a cuál país pertenecían. Recuerdo a Agustín Lao Montes en cálido intercambio antropológico con Fermín, amén de lo que aprendí esa tarde sobre la Revolución haitiana en la memoria popular. Amílcar Ortíz, amigo fotógrafo, conserva imágenes de encuentros y conspiraciones comunitarias sobre un eslabón perdido de la identidad nacional y caribeña que solemos esconder, sobre todo en la capital, reduciéndola al pasado, el folklore o a una pobreza sin valores.

Cuando se legalizaron los terrenos, según Catastro algunas viviendas debían reubicarse pues por allí pasaría una carretera en quince años. Esta explicación generó malestar y la negativa de alguna gente a mover su casita; Fermín discutió varios días con los afectados y luego, en una especie de asamblea vecinal, fijaron acuerdos y desacuerdos; con los últimos se armó una agenda previsora de los daños que podían afectar la comunidad, los cuales se revisarían periódicamente. ¡Fue un ejercicio de saber y poder comunitarios!

No quiero revelar otros detalles sobre la lógica y los métodos usados, mi función era escuchar sus demandas y traducirlas al lenguaje de una realidad con pocos asideros político-administrativos, en cuya pared legal se estrelló varias veces su inclusión. La comunidad se extendió y también se diasporiza. Un pariente logró viajar a Haití; su creole fue elogiado en el aeropuerto, encontró sus parientes y mandó a buscar un hijo de Cuba. Cuenta que allá la gente compra su ataúd y lo guarda en casa para cuando llegue la ocasión y mandó a preguntar si alguien quería su ataúd: la anécdota se hizo viral en la comunidad. El viaje de una periferia a otra tuvo un significado trascendente y esperanzador, más allá de los discursos y sacrificios.

El otro lado del espejo

Del otro lado de este espejo están los que comienzan su viaje hacia estas periferias, donde tanto falta por restaurar, no solo en el orden material. Pensar hoy la periferia ha de ser ejercicio político que recorra el mapa de las precariedades físicas y espirituales que recién comienzan a mostrar la televisión y los discursos públicos del último trimestre.

Hay un giro epistemológico generado por las protestas del 11 de julio del 2021, que disfraza su emergencia política tras discursos paternalistas, repartiendo las culpas de la gobernanza entre la gente que hizo de lo periférico su modo de vivir y pensar, es decir, una sobrevivencia difícil, adjetivada despectivamente en arranques clasistas, desde la comodidad y los prejuicios, el desconocimiento y el irrespeto a una masa cuya resiliencia ya muestra un cansancio clásico y el límite político de la espera.

El nacionalismo cubano de ayer y de hoy, de aquí y de allá, no está interesado en dilucidar el lugar del sujeto popular y pobre entre los sujetos y clases que disputan actualmente la interpretación del pasado, el diálogo con el presente y los escenarios futuros de la nación. Una revolución verdadera suele subvertir los centros y otorga a lo periférico un valor antes rechazado. Pero, después, en Cuba la periferia fue un vacío que había que saltar u olvidar con las teorías del desarrollo lineal y la dialéctica de manuales soviéticos.

Periferia (6)

Una de las casitas de la comunidad, la cocina y el baño están fuera.

El neoliberalismo también se desentiende del sujeto popular y hace de los centros históricos de muchas ciudades y puertos caribeños, falsos paraísos medioambientales, democracias mediáticas y restauraciones urbanísticas, todos cómplices de la gentrificación que marginaliza sujetos e identidades culturales, sepultando grupos y voces críticas, aplazando los sueños y los derechos, entre ellos, aquel que Henri Lefebvre llamó el derecho a la ciudad.

El Estado cubano, así como sus arquitectos más célebres y emprendedores, siguen asumiendo el fantasma moderno de un estado-nación que se imagina desde una visión tan letrada y eurocéntrica que reniega de su condición caribeña y periférica. Siempre se olvida la sangre que los negros esclavizados dejaron en las plantaciones, las sublevaciones y, más tarde, en las guerras de independencia.

Muchos de sus descendientes hoy «residen» entre solares, barbacoas y barrios sin alumbrado y aceras, de donde no se puede salir y adonde nadie quiere entrar. La Revolución cubana removió la estructura arquitectónica de la ciudad con nuevos usos y abusos; pero los edificios y monumentos restaurados y las nuevas edificaciones turísticas del siglo XXI, crecen de espaldas al derruido patrimonio habanero que lamentamos en cualquier viaje desde Centro Habana hacia las periferias (este, oeste y sur) de la ciudad.

En una escala mayor, la Revolución Cubana se piensa como alternativa aun dentro del socialismo, se sabe diferente.  La Revolución es también un proceso periférico, cuyo viaje a sí misma, hacia la intelección de su modelo, sus cierres, aperturas y aprendizajes, no debe pensarse únicamente entre mansiones, piscinas y universidades. Hay una subversión del punto de vista del centro intentando escuchar el malestar y las preguntas que llegan de la periferia. La veloz mirada hacia la periferia no es simple giro epistemológico de la política, también revela fragilidad en el manejo de un consenso, antes cómodo, que necesita restaurarse.

El viaje a la periferia es un viaje al centro del imaginario popular de la Revolución, evitando los baches con que la burocracia corroe toda vía resoluble. Una puerta tardíamente comienza abrir la oportunidad de construir algo mejor. Para lograrlo se necesitan varios recorridos de ida y vuelta, con ojos y oídos receptivos; ello implica empatía, crítica, autocrítica, reto creador y nuevos diálogos con, y desde, la Cuba profunda.

El viaje no termina, aun cuando se acercan soluciones, unas definitivas y otras emergentes. Yo me enfermé y Fermín murió de un cáncer que no se atendió a tiempo. En el reino del inframundo ¿Fermín-Balenyó es un Mackandall caído en combate? Si así fuera, ¿visitará cada tarde el Cuncuní en forma de perro que ladra a los vecinos, de gallo que canta bajo la sombra de la salvadera o de niño que empina su papalote sobre un territorio conquistado al abandono, sembrado de boniato y de vicarias, donde retumban los tambores de Bois Caimán?

En Cayo Hueso, Centro Habana, Noviembre y 2021.

***

[1] Balenyó en el vodú es un camino de Oggun. Se sincretiza con san Santiago. Un guerrero fuerte, consejero y mediador de conflictos.

11 noviembre 2021 14 comentarios 2,9K vistas
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Asere (1)

Asere me llamo yo

por Alexander Hall Lujardo 4 noviembre 2021
escrito por Alexander Hall Lujardo

La historia de Cuba está marcada por una riqueza cultural en la que confluyen numerosos actores étnicos que, con el paso de los siglos, han otorgado una impronta singular a la evolución del pensamiento y el lenguaje. Este complejo proceso de interrelaciones fue calificado por Fernando Ortiz como transculturación amparado en estudios antropológicos, históricos, sociológicos y etnográficos que el sabio pensador antillano desarrolló en un trascendente itinerario de maduración científica.

La similitud con que muchos de estos acontecimientos se desarrollaron en América Latina —impulsados por la colonización europea y debido al arribo del negro(a) en condición de esclavizado(a), sin obviar la contribución del indígena en la composición étnico-racial de la región—, validan la utilización del término acuñado por Ortiz para el análisis y descripción de los sucesos acaecidos en el denominado Nuevo Mundo.

La religiosidad atraviesa de forma transversal este complejo entramado de relaciones sociales desde la etapa colonial, al devenir en genuina afirmación de resistencia implementada por los subalternos, ante las diversas fórmulas de opresión que hallaron en el cristianismo un arma certera  con el objetivo de lograr su adaptación a paradigmas «civilizatorios» foráneos. Con tales fines se utilizaron la violencia e imposición ideológica, como dobles anatemas de una misma estructura de poder, que anhelaba perpetuar dicho carácter situacional en una parte de la población desarraigada de toda condición humana.

En tan complicado contexto, disímiles prácticas desarrolladas por los sojuzgados se negaron a desaparecer ante el inminente proceso de aculturación implementado por los representantes de la Colonia. A tenor con ello, surgieron numerosas alternativas de resistencia que han logrado trascender hasta nuestros días, siendo el fenómeno abakuá una de sus más llamativas expresiones. No obstante poseer esta manifestación indiscutible origen africano, solo se hallan localizaciones de su existencia en Cuba, lo que la distingue de cualquier otro país con pasado esclavista en América.

Sus antecedentes conocidos se remontan al año 1836 en que surge esta asociación mítico-religiosa poseedora de elevado carácter mutualista, fraternal, y promotora de valores éticos entre sus iniciados. Mas cultivar semejantes virtudes, no le imposibilitó ser víctima de cuantiosas estigmatizaciones, asechanzas de diversa índole y persecuciones políticas, que la situaron de modo permanente al margen de la legalidad al estar integrada en su mayoría por sujetos que ocupaban la jerarquía más baja en la división socioclasista del trabajo, en una sociedad donde las actividades productivas se encontraban diferenciadas por el color de piel.

Asere (2)

Don Fernando Ortiz

Durante los períodos coloniales y republicanos, el fenómeno abakuá fue objeto de constante criminalización por parte de sectores académicos.[1] La literatura le reservó un espacio periférico negándole visibilidad en el campo de las letras.[2] De igual forma, constituyó política de las instituciones educacionales la promoción de esta práctica cual paradigma contrario al «orden civilizatorio», en tanto se exaltaba en los diarios y revistas la figura blanca como auténtica expresión de belleza.

Esta idea fue sustentada en los discursos de numerosos intelectuales y figuras del campo político con la intención de visibilizarlo como expresión de «atraso cultural», debido al predominio de una corriente ilustrada (eminentemente eurocéntrica) que pretendía su desaparición del panorama social cubano, acorde a los preceptos fundacionales de un «estado moderno», coherente con las ideas de «progreso» que rigen los principios de la civilización occidental.

Con la publicación en 1958 de La sociedad secreta abakuá narrada por viejos adeptos, de Lydia Cabrera, inicia un ciclo de estudios en los que se comienza a revertir los estigmas impuestos en la sociedad. Al mismo tiempo, se potenciaron nuevos trabajos que restituyeron del papel del negro(a) en la historia nacional, sumado a propuestas de análisis marxistas que pretendían una descolonización de las tradiciones presentes en Cuba con la intención de quebrar concepciones elitistas que habían marcado las pautas de su interpretación por el pensamiento liberal, como demuestra Walterio Carbonell en su Crítica: cómo surgió la cultura nacional (1961).

Entre las figuras que han realizado aportes desde las ciencias sociales para revertir  el imaginario denigrante que en torno a la manifestación se impuso desde los siglos coloniales, resaltan las contribuciones de José Luciano Franco, Alberto Pedro Díaz, Teodoro Díaz Fabelo, Enrique Sosa Rodríguez, Argeliers León Pérez, Pedro Deschamps Chapeaux, Sergio Valdés Bernal, María del Carmen Muzzio, Jesús Guanche Pérez, entre otros cuya importancia trasciende las fronteras disciplinarias para adquirir relevancia cultural.

La perdurabilidad de la sociedad abakuá denota su carácter robustecido al posibilitar la reivindicación de sus valores por las nuevas generaciones, a pesar de las transformaciones naturales que le impiden permanecer invariable ante el paso de los años. La transmisión de numerosas frases y términos al habla popular evidencia la profundidad de su inserción en el componente sociocultural del país. De todas sus terminologías, la palabra Asere sin dudas constituye la más enunciada en diversas esferas.

Su empleo carece de distingos clasistas, sexuales, raciales o de otra índole, para formar parte indisoluble del lenguaje cotidiano. No obstante a los notables esfuerzos por vulgarizar su empleo promovidos por una narrativa discursiva empática con círculos aristocráticos que pretenden deslegitimar aquellas expresiones provenientes del habla cotidiana, como parte de una concepción aspirante a «purificar el idioma», en tanto persigue toda expresión social relacionada con las tradiciones africanas.

Asere (3)

Lydia Cabrera

Según el criterio del célebre investigador y etnógrafo Serafín «Tato» Quiñones, la palabra Asere constituye «un símbolo de amistad, compañerismo y camaradería».[3] Mientras, en el glosario de Ramón Torres-Zayas presente en uno de sus títulos, el término hace referencia al saludo afectivo entre dos miembros de una misma asociación grupal,[4] cuyo significado se extiende hacia zonas amplias de la expresión popular, al establecer una identidad que refleja la riqueza transcultural del castellano.

Este término demuestra su persistencia a pesar de los inquisitivos ataques provenientes de los círculos letrados auto-revestidos de autoridad en los terrenos del saber. Su constante uso reafirma la compleja diversidad en las relaciones socioculturales de la Isla, cuya más apropiada actitud exige de comprensión en lugar de pretender satanizar sus expresiones, en concordancia con intereses grupales específicos poseedores de un modelo nacional plenamente distanciado de aquel que emana de las capas más profundas de la sociedad.

***

[1] Sobre la criminalización desde la academia, véanse las obras de José Trujillo y Monagas Los criminales de Cuba (1882), Fernando Ortiz Los negros brujos (1906), Rafael Roche y Monteagudo La policía y sus misterios (1908) e Israel Castellanos La brujería y el ñañiguismo en Cuba desde el punto de vista médico-legal (1916), entre otras.

[2] Entre las obras literarias que visibilizan al ñañiguismo como elemento criminal y denigrante, destacan los títulos Sofía (1891) y La familia Unzuazu (1896), de Martín Morúa Delgado.

[3] Serafín Tato Quiñones: Asere Núncue Itiá Ecobio Enyene Abacuá, Editorial José Martí, La Habana, 2014, p. 278.

[4] Ramón Torres-Zayas: Abakuá (De)codificación de un símbolo, Aurelia Ediciones, Valencia, 2019.

4 noviembre 2021 2 comentarios 2,8K vistas
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Marginalización

La marginalización, desafíos y esperanzas

por Gisela Arandia Covarrubias 20 octubre 2021
escrito por Gisela Arandia Covarrubias

En 1994 surgió el movimiento Coordinadores de la UNEAC en los barrios habaneros, fue una idea promovida para abrir una brecha cultural ante el impacto del llamado Período Especial. La organización, conocedora de mi estudio acerca del racismo en la Isla, me hizo la propuesta de realizar allí un proyecto social que gustosamente acepté.

Muy cerca de mi casa estaba La California, comunidad integrada en su casi totalidad por familias de origen africano,[1] consideradas en esa época personas negativas. En un entorno social de grandes carencias y problemas estructurales muy serios, casi todos ellos debían compartir un baño común en deplorables condiciones. Allí nunca había existido una organización de vecinos, solo CDR y FMC para los asuntos propios de esas organizaciones.

Junto a Teresita Segarra, conocida conductora del Noticiero de televisión y a Bárbara Oliva Micado, líder natural de la comunidad, comenzamos las andanzas para lograr, en primer lugar, evitar la destrucción del inmueble que parecía era la pretensión del Poder Popular municipal. Al paso de los días deducimos que no existía siquiera un expediente, situación que un tiempo después fue conocida por la comunidad.

Marginalización (1)

Arco de entrada a La California. (Foto: Rafael Pérez Cruz)

La historia arrancó una tarde del 20 de mayo de 1995, cuando me presenté en la puerta de la comunidad, teniendo como testigo una frondosa Ceiba —donde habita el orisha Aggayú.  La pregunta que me hicieron fue si pertenecía al Poder Popular. Les respondí que no y dijeron: «—Entonces podemos hablar»… Así comenzó una relación que se ha mantenido hasta la actualidad y me ha aportado una sabiduría desconocida para mí hasta ese momento.

Una breve caracterización de La California podría ser: identidad racial, religiosidad y rumba; trilogía legendaria de cubanidad que tuvo su origen en códigos históricos, como la ética y las buenas relaciones de vecindad. 

El árbol había sido sembrado en una lata de aceite por Concha Mocoyú —Iyalocha conocida como Omi Yemayá—, y años después trasplantado al patio por Aurelio Oliva, padre de Bárbara, la líder comunitaria. Apodado como Yeyo, esta figura  emblemática, rumbero famoso, abakuá desde muy joven, del juego Morandibó Efó, fue combatiente de Playa Girón y participó en la lucha contra bandidos en el Escambray. Se destacó como restaurador del conjunto monumental Morro-Cabaña, etapa de la que mostraba con orgullo una foto junto a Raúl Castro, y fue fundador de la escuela de oficios de La Habana Vieja. Propuesto para militar en el Partido, se vio en la disyuntiva de elegir entre su religiosidad y la política.

Un aspecto decisivo del proyecto fue la creación de un Grupo Gestor, integrado por una membresía de la comunidad en la que mujeres y jóvenes desempeñaron  importante funciones. Entre las acciones significativas estuvo la creación del curso de capacitación organizado por el binomio UNEAC-CIERIC (Centro de Intercambio y Referencias Comunitarias).

Las visitas fueron marcando una diferencia

Al poco tiempo fue creciendo el interés por aquel diamante en bruto, poseedor de una tradición cultural de la que el famoso percusionista Chano Pozo había sido uno de sus protagonistas. Vecino muy cercano a La California, con aquellas manos mágicas hacía del tambor una simbiosis de Africa y el Caribe, ensamblando al unísono un lenguaje que conmocionaba el cuerpo y el alma.

Aquella comunidad, catalogada erróneamente de «personas no socialmente politizadas», empezó a recibir visitas de artistas, intelectuales y políticos como el Dr. Esteban Morales, quien ofreció una conferencia sobre Estados Unidos. Una tarde de septiembre llegó una delegación numerosa, integrada, entre otras personalidades, por Esteban Lazo, en esa época frente al Comité Provincial del Partido. El encuentro fue impactante al ver a las familias elegantemente vestidas con sus mejores atuendos, algo que contrastaba con el estado de deterioro de sus casas.

Marginalización (2)

El encuentro fue impactante al ver a las familias elegantemente vestidas con sus mejores atuendos, algo que contrastaba con el estado de deterioro de sus casas. (Foto: Rafael Pérez Cruz)

Para sorpresa de quienes esperaban ver solo la cara de la pobreza, aquellas personas exhibían una autoestima en recuperación. Estaban preparadas no para pedir, sino para mostrar una identidad cultural; no como subalternos sino como representantes de una comunidad donde las desigualdades sociales y raciales se acompañaban de una fortaleza ancestral. Esa nueva imagen de una herencia de resistencia, hizo posible que fueran invitados a compartir por esos días un programa Mesa Redonda con Fidel, lo que otorgaba una legitimidad que anticipaba el papel del trabajo cultural comunitario.

Deconstrucción de un mito

Con la colaboración institucional del Partido Provincial, esa vecindad regresó en poco tiempo de una mudanza provisional a sus nuevas casas, después de haber participado en la re-construcción del inmueble, ahora con algunas comodidades. Tanto avanzó que fue elegida como una de las sedes de la octava Bienal de La Habana, en la que fueron expuestas obras de Roberto Diago, Choco y Manuel Mendive, quien llegó con su clásico performance titulado «la Fe». Más de cien personas, cubanas y extranjeras, invitadas al evento fueron recibidas por una representación amplia de la barriada de Colón.

Había sido extinguida la errática idea de que las desigualdades sociales son   responsabilidad única de quienes habitan en esas barriadas. El enfoque de culpar a la víctima a partir de una subjetividad que suponen inercia y falta de responsabilidad para avanzar en la movilidad ascendente, demostraba un error conceptual. En realidad es un conflicto derivado del modelo «iguales oportunidades», que si bien posibilitó avances, no tuvo en cuenta que los que se ubicaron históricamente en la base de la pirámide social requerían un apoyo estructural de mayor complejidad para alcanzar la equidad.[2]

Se trata de una premisa teórica asentada en la memoria histórica, en la que el racismo anti-negro y la discriminación racial, por su carácter ideológico, conservan, de modo consciente o no, el enfoque de inferiorización hacia quienes portan una identidad de origen africano en sus diversas expresiones fenotípicas.

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La vecindad regresó en poco tiempo de una mudanza provisional a sus nuevas casas, después de haber participado en la re-construcción del inmueble, ahora con algunas comodidades. (Foto: Rafael Pérez Cruz)

El impacto de la fama y el declive

Su presencia en los medios de comunicación y otros logros —como la canción que Isaac Delgado les dedicara—, no facilitaron en el largo plazo el avance del proyecto La California. La falta de conocimiento sobre la marginalización como modelo cultural por parte de las instituciones locales, y nuestra inexperiencia en conflictos territoriales, contribuyeron en cierta media a una disminución del avance inicial, en un contexto donde prevalecían estereotipos identitarios que dificultaban una mejor comprensión de la metodología para alcanzar una real transformación social, a partir de ideas como:

«a los negros no hay que tenerles miedo, lo que hay es que aprender a bailar con ellos»… o «dejen que se fajen entre ellos», o mensajes como: «no se metan con mis negritos»… «Nunca dejé que mis hijas pisaran este patio»…

Una dificultad conceptual fue la presencia de sesgos de discriminación racial y subestimación hacia comunidades donde las desigualdades sociales establecen comportamientos no necesariamente elegidos. Para algunas personas de los estamentos institucionales locales, resultaba incomprensible que figuras de renombre internacional —como Oswaldo Guayasamín, Danny Glover, Alice Walker, Ignacio Ramonet o representantes de la Ruta del Esclavo de París, entre otras—, desearan conocer la experiencia de La California.

La marginalización[3] como modelo social exige de un conocimiento que tenga en consideración tanto las debilidades como las fortalezas que ella entraña. Es un error de concepto catalogar al conflicto como «auto-marginación», ya que se trata de un modelo social impuesto desde las jerarquías institucionales, no auto-elegido.

La realidad es que detrás de una apariencia aguerrida, incluso violenta, subyace una susceptibilidad extrema, legado del abandono histórico que incuba una fuerte desconfianza, que puede estar acompañada de indisciplina social. Es lo que la historiografía llama conflictos de longo durée,[4] es decir, largos períodos de tiempo sometidos al desamparo, incluso por varias generaciones, lo cual reduce la esperanza en un futuro mejor.

No resulta favorable en ese contexto ofrecer aquello que no será posible cumplir. De ahí que las promesas incumplidas sean una fórmula segura para regresar al estadio de encogimiento. Lo que no significa una paralización social, porque  algunas personas continuarán, pero la transformación grupal perderá fuerza. Una característica distintiva de quienes viven en la marginalización es que prefieren, a veces por vergüenza, esconder el dolor profundo que habita en ese modus vivendi.

Para el intelectual martiniqués Frantz Fanon,[5] son las comunidades de origen africano asentadas en el Caribe poseedoras de una fortaleza política acompañada de fidelidad, porque no dependían de los estamentos de poder. La marginalización tiene un alcance geopolítico, por eso es importante crear diseños que contribuyan al análisis para enfrentar las desigualdades sociales y, paralelamente, hacer valer sus virtudes culturales.

En su texto «Lo que el Caribe ha dado al mundo»,[6] el escritor Alejo Carpentier definió a las personas que fueron víctimas de la trata africana, convertidas en esclavizadas, precisamente como protagonistas de la independencia.

Fortalezas y Debilidades

La marginalización, como paradigma de carácter global, contiene una dialéctica que a su vez puede propiciar diálogos abiertos y honestos, que favorezcan espacios de transformación. Sin embargo, no se trata de visitar esas comunidades en tono de crónicas de viajeros, o para dar orientaciones preconcebidas, sino con la sencillez que abre los corazones.

A esos espacios se debe llegar con la expectativa de acercarse a saberes que guardan sentimientos de permanencia y resistencia. Las personas interesadas en ofrecer ayuda deben mostrar una actitud de humildad y respeto, porque las carencias les han enseñado a los habitantes de esas colectividades a superar dificultades, por grandes que ellas puedan ser.

Marginalización (4)

Danny Glover bailando en La California. (Foto: Rafael Pérez Cruz)

Para esas poblaciones, un problema decisivo es la dificultad de viviendas con condiciones mínimas. Es frecuente la ausencia de un techo seguro como herencia familiar, o resultado de procesos migratorios, donde pueden quedar atrapados en contextos sociales difíciles. Generalmente no cuentan con ingresos seguros, lo que los hace dependientes del trabajo informal, también por una baja calificación profesional, derivados de hogares desarticulados en los que la educación no ha sido prioridad. Puede darse el caso de familias en las que algún miembro esté encarcelado, a lo que se añade disminución de recursos culturales e incluso, menor afiliación política.

No obstante esos inconvenientes, en dichas comunidades es posible encontrar fortalezas desconocidas. Se trata de emporios donde están ocultos valores humanos extraordinarios, en el que también predominan oportunidades sociales, culturales y de religiosidad dotadas de un espíritu de combatividad nato. Resulta imprescindible recalcar que marginalización no es necesariamente sinónimo de pobreza, puede haber personas que están en un enclave de marginalización y cuentan con algún tipo de recurso. A su vez, hay quienes a pesar de estar inmersos en un estatus de pobreza, no comparten la cultura de la marginalización.

La pandemia ha mostrado la urgencia de prestar atención a las desigualdades sociales y barriales, por los riesgos que tales espacios llevan implícitos. Razón por la cual el trabajo político-cultural debería estar acompañado de especialistas en el tema que contribuyan a vencer la diversidad de obstáculos que esa tarea presenta. Dichos espacios pudieran significar un aporte notable al mejoramiento social del país, enfatizando en la educación, incluida la capacitación de las nuevas tecnologías y preparación para tareas artesanales, que fueron parte del programa de La California.

En este sentido es decisivo asegurar un ingreso económico que sirva de base para acercarse a un posicionamiento mínimo que les permita a esas personas acercarse a las PYMES u otras variables de formas para el empoderamiento.

¿Oportunidades de recuperación en una nueva propuesta?

La California pasó, de un proyecto de referencia nacional a un estatus incierto, de «lo que pudo hacer sido y no fue…». Tal vez por sus antecedentes históricos valdría la pena diseñar nuevas variables con el apoyo de la UNEAC y las instituciones territoriales, como parte de una comunidad que en cierta medida ha mantenido sus tradiciones.

Marginalización (6)

Valdría la pena diseñar nuevas variables con el apoyo de la UNEAC y las instituciones territoriales, como parte de una comunidad que en cierta medida ha mantenido sus tradiciones. (Foto: Rafael Pérez Cruz)

Aunque no tengo documentos probatorios, las referencias de estudios locales sobre los orígenes del inmueble mencionan que fue albergue para soldados constructores de la muralla de La Habana. Como memoria de una edificación arquitectónica histórica se dice que, al paso del tiempo, fue un tipo de alojamiento para hombres solos. Otra hipótesis asume que a ese inmueble llegaron en una época personas de nacionalidad china que procedían de California, Estados Unidos, de ahí el nombre que ha conservado.

Es posible que entre los problemas más graves que tuvo el proyecto, en tanto propuesta que se anticipó a posteriores propósitos de transformación, fue la falta de experiencia. Como deficiencia metodológica estuvo también el debilitamiento del Grupo Gestor, la falta de una atención territorial específica, promesas incumplidas, desatención al papel de la racialidad y la religiosidad como soporte estructural.

De esta historia, queda la satisfacción de que la edificación no desapareció y que sus pobladores mantuvieron su hábitat, ahora como personas más integradas. En la actualidad La California suele ser escenario de filmaciones, como la dedicada a la vida de Carlos Acosta, entre otras muchas, ya que conserva parte de una época en que la cultura cubana marcó pautas que siguen enriqueciendo el acervo popular. Les doy las gracias a esa comunidad por la confianza depositada y, sobre todo, por lo que pude aprender junto a ellos.

***

[1] No creo adecuado usar la palabra negro, porque forma parte del lenguaje colonial. No empleé la terminología de la agenda actual de uso global, que es afrodescendientes, establecido por consenso durante la tercera conferencia mundial realizada en Durban en el año 2001, aprobada por Cuba, porque también suele ser rechazada. Desestimé afrocubano, promovida desde los años cuarenta, pues es igualmente objeto de polémica.

[2] «Nosotros después de la victoria éramos bastante ignorantes acerca de la discriminación racial, porque creíamos que bastaba con establecer una igualdad ante la ley, y eso se aplicaría sin discusión […] La Revolución, más allá de los derechos y garantías alcanzados para todos los ciudadanos de cualquier etnia y origen, no ha logrado el mismo éxito en la lucha por erradicar las diferencias de status social y económico  de la población negra del país. Los negros viven en peores casas, tienen trabajos más duros y menos remunerados y reciben 5 o 6 veces menos remesas familiares en dólares que sus compatriotas blancos». (Cien horas con Fidel. Conversaciones con Ignacio Ramonet, Ed. Oficina de Publicaciones del Consejo de Estado. La Habana, 2006 (pp. 228-233).

[3] «La marginalización», Temas, Juan Valdés, Gisela Arandia, Paz, Mayra Espina, octubre-diciembre, 2001, p. 69. 

[4] Concepto desarrollado por Fernand Braudel y la historiografía en el contexto de la Escuela francesa de los Annales, que plantea el impacto social de aquellos conflictos de larga duración, como el racismo que suelen tener una repercusión social específica.

[5] Frantz Fanon: Condenados de la Tierra, Fondo Editorial Casa de las Américas, 2011.

[6] El Correo de la UNESCO, diciembre, 1981, pp. 4 y 5.

20 octubre 2021 14 comentarios 2,7K vistas
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