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racismo

Feminismo

Perspectivas desde el feminismo negro a propósito del «caso Pablo Milanés»

por Mel Herrera 16 diciembre 2022
escrito por Mel Herrera

Por Mel Herrera y Alexander Hall

El cantautor cubano Pablo Milanés, un ícono internacional de la trova revolucionaria, falleció en Madrid el 22 de noviembre de 2022, después de una larga lucha contra el cáncer. A pocas horas del anuncio, una mujer identificada como María Fernanda Wray, de nacionalidad ecuatoriana, denunció en redes sociales haber sido víctima de acoso sexual por el trovador durante una de sus giras en la nación sudamericana.

Este tipo de denuncias, en ocasiones muy separada en tiempo de los incidentes, o acaecidas tras la muerte del presunto victimario, responde a razones explicadas desde la teoría feminista. Entre ellas, la sensación de seguridad al ausentarse el supuesto agresor, que evitaría la utilización de su influencia mediática, credibilidad pública, capital simbólico y legitimidad institucional para represalias personales o laborales.

A su vez, la indefensión, descrédito y revictimización a que son sometidas las denunciantes por individuos e instituciones durante el proceso de acceso a la justicia, situación que suele generar un resquebrajamiento en la salud mental y tributa al menoscabo de la integridad personal.

Ante la difusión de la noticia, gran número de activistas y líderes de influencia en redes sociales reaccionó en apoyo a la denunciante, considerada de inmediato una «sobreviviente de violencia machista». Asimismo, fueron empleadas categorías estigmatizantes con las que intentaron tachar el legado del cantautor, echando mano al viejo mandato autoritario de no separación de la obra personal con el artista.

Como es habitual, la cultura de la cancelación tuvo presencia inmediata; práctica que, más que repudiar los actos de violencia cometidos, está destinada a conseguir venganza, al repetir el ciclo de las lógicas de violencia. Pretende anular a una persona en sí misma, aislarla, clasificarla como mala o desechable, e incluso negarle garantías constitucionales y derechos humanos; tanto a ellos como a quienes económicamente dependan de sus ingresos. Es una estrategia de cierto activismo feminista que puede considerarse reduccionista, pues no restaura la dignidad a la persona vulnerada ni atiende las vulnerabilidades de la persona cancelada.

Comparto lo que escribí. Me animo a ponerlo por aquí para que se sepa que los grandes artistas, nuestros ídolos revolucionarios, esos hombres consecuentes, de izquierda, también pueden ser acosadores.
Pablo Milanés tenía 43, yo 17.
No volveré a hablar del tema. #MeToo pic.twitter.com/DGij2e3xtQ

— María Fernanda Wray (@mafisitas) November 22, 2022

Resulta contradictorio que las estrategias de justicia feminista que usualmente acompañan la intencionalidad política con fines reparativos del Yo sí te creo, o de campañas como las del movimiento #Metoo, que develan el carácter estructural de la violencia de género y estimulan a que víctimas de estas agresiones denuncien y busquen redes de apoyo; al mismo tiempo movilicen linchamientos en plaza pública que no educan ni transforman las raíces de la violencia.

El #Metoo se remonta al año 2006, cuando la activista afroestadounidense Tarana Burke comenzó a usar la expresión para generar empatía entre víctimas de violencia sexual, sobre todo de comunidades marginalizadas, y que estas pudieran comunicar sus experiencias y tejer redes de solidaridad, más que de venganza. No obstante, años después su propia impulsora confesó haberse sentido apabullada al ver su eslogan viralizado en redes sociales y utilizado con otros propósitos.

Desde esa perspectiva incriminatoria, el escrache se comprende como alternativa para «significar la digna rabia», al denunciar por otras vías en vista del escepticismo con que son acogidas las denuncias de esa índole. Sin embargo, ha devenido sanción humillante para quienes son acusados, y en un cuestionable sentido de hallar justicia que suele dejar a las víctimas sobreexpuestas a mayores vulnerabilidades, reproches sociales, vejaciones e incluso acciones legales en su contra.

En tal sentido, es importante señalar una dimensión poco analizada del fenómeno que acompaña estos mecanismos, y tiene que ver con el ámbito comunitario y familiar. Pocas veces se comprende que la denuncia en redes sociales de casos de violencia de género tiene un impacto en las personas cercanas al agresor.

También se ha observado que tras la circulación de rumores en torno a presuntos agresores, se tilda de solapadores a quienes le rodean, sin siquiera entablar un diálogo indagatorio o resolutivo. Es por esto que necesitamos una perspectiva que salga del binomio buenos versus malos, para contemplar entonces las múltiples aristas y personas envueltas en el incidente, sin que ello signifique minimizar el hecho de violencia en sí, ni la credibilidad de la víctima.

Se necesita asimismo cuestionar si las formas en que acusamos, y lo que la experiencia tras estos escraches demuestra, contribuye al proceso de transformación radical que se pretende desde los feminismos y otros movimientos sociales o, por el contrario, si reproduce los mecanismos tradicionales y patriarcales de culpar y castigar. No basta con señalar al agresor, puesto que individualizar su responsabilidad, aislándole bajo la lógica de la cárcel y las sanciones duras, deja intacto el sistema de poder patriarcal y normalizada toda su cultura de la violencia.

La antropóloga feminista Rita Segato se pregunta si puede el punitivismo ser una forma de «justicia popular» frente a la impunidad, e invita a «tener cuidado con las formas que aprendimos de hacer justicia» así como a abrir un debate colectivo más profundo, pues si bien la justicia es patriarcal como denuncian los feminismos hegemónicos, también lo es racista, clasista y LGBTIQ+fóbica.

A su vez, resulta peligrosa la aspiración de justicia que se pretende a través del fortalecimiento del sistema punitivo y carcelario, sobre todo en contextos políticos represivos, donde existe la tendencia al aumento de tipificación de delitos, condenas, restricción de libertades y de derechos humanos.

Feminismo

Tarana Burke (Foto: Fuente: Ignitenational.org)

El presente análisis no pretende relativizar la violencia o el acoso sexual, mucho menos restarle importancia o irrespetar a las víctimas. Se trata de motivar una reflexión que no redunde en simplificaciones, vaguedades o falsas equivalencias. Por ello es vital la realización de un proceso investigativo que no incurra en la deslegitimación o descrédito de la persona denunciada, así como de aquellas que se encuentren en posiciones de vulnerabilidad.

De igual forma, se deben problematizar las violencias de género y algunas nociones que rozan el determinismo, así como analizar cada incidente desde sus particularidades, no desde premisas axiomáticas. En tal sentido, urge el cuestionamiento a postulados del feminismo tradicional que son asumidos de manera acrítica o dogmática.

Es imprescindible además diferenciar una amplia variedad de conductas y considerarlas en su justa dimensión. Para ello se necesita una educación sexual antipatriarcal sobre violencias de género, consentimiento y autonomía. Si algo ha enseñado el feminismo es la importancia de nombrar, pues lo que no se nombra, o se clasifica de manera incorrecta, no existe. Por ende, toda expresión de acoso (aunque repudiable) no implica la existencia per se de agresión sexual, ni convierte a la persona en abusador, depredador sexual o violador.

Tales términos deben manejarse con responsabilidad para evitar el linchamiento y el escarnio, pues contribuirían a reproducir estereotipos contra la dignidad humana. Más aún cuando se trata de sujetos con perfil racializado o procedentes de entornos marginalizados. En el caso de Pablo Milanés, se evitaría expandir criterios infundados sobre su persona, significante histórico-discursiva y legado musical a niveles transfronterizos.

Resulta reveladora, en tanto visión estereotipada sobre las masculinidades caribeñas, una frase xenófoba que acompañó al mensaje de la denunciante: «Los cubanos siendo cubanos». Dicha expresión generó molestias entre los internautas, aunque también fue utilizada como elemento disociador; pues si bien resulta deleznable, no invalida el acto legítimo de la denuncia.

Esto, si se quiere, no es más que un fenómeno coherente con la tradición de feminismos hegemónicos, que denuncian violencia u opresión por sexo/género, fundamentalmente en mujeres, demostrando sesgos racistas, clasistas, higienistas, transfóbicos y esencialistas. Ello ha dado lugar dentro del movimiento a fructíferas críticas, tensiones y rupturas, sobre las que han emergido nuevas corrientes/alternativas de pensamiento desde otros lugares geo-corpo-políticos.

El discurso anti-hombres también estuvo presente en las reacciones iniciales, con su contraparte: el endiosamiento del sujeto-mujer, casi impoluto, víctima e indefensa eterna, convertida en divinidad perfecta. Este hecho, aunque expresado incluso desde posiciones socialistas y/o marxistas, asume una postura contradictoria; pues a pesar de adoptar una praxis contra-hegemónica, replica expresiones de desprecio hacia lo masculino que fortalecen los alegatos más reaccionarios del feminismo blanco, separatista y trans-excluyente; en tanto conciben el nacer o portar determinado genital como arquetipo simbólico de la opresión patriarcal.

La narrativa del discurso anti-masculino, conduce a la deslegitimación de los hombres y relega las variables de carácter socioeconómico que mantiene a las personas en contextos de vida hostiles, siendo elemento fundamental en la generación de comportamientos altamente potenciales para la proliferación de múltiples violencias (económica, doméstica, sexo-genérica, entre otras).

Feminismo

María Fernanda Wray

El enfoque de esa mirada, resultado de una lucha basada en identidades esencialistas [no políticas], universaliza la experiencia de los varones sin atender a otras variables, al tiempo que borra la opresión y experiencias de mujeres con una trayectoria diferente. A dicho posicionamiento, la teórica feminista María Lugones le denominó: «Sistema Moderno Colonial de Género», en el que sitúa a las mujeres intersexuales, trans, travestis y otras personas dentro del espectro transfemenino.

Es necesario visibilizar otras problemáticas de gran trascendencia relegadas por esa vertiente del feminismo que no se interesa en desmontar los patrones opresivos resultantes de la colonialidad del poder. En dicha agenda está ausente por lo general la tradición de los feminismos emancipatorios.

Sobre ello, algunas feministas negras, decoloniales y periféricas consideran que las prioridades del feminismo mainstream se centran en las violencias de género o las exhaustivas campañas contra el piropo y/o el acoso callejero; en tanto ignoran situaciones acuciantes para la mayoría de las mujeres que —si bien son víctimas de tales formas de violencia y reconocen la importancia de denunciarlas—, ven en ellas una praxis muy lejana a sus intereses materiales inmediatos.

Tal es el caso de la marginación que padecen las personas negras por parte de un sistema de opresión racial, que en ocasiones beneficia a mujeres blancas en posiciones de poder por encima de hombres marginados. O el nulo abordaje de temas como: las infancias trans, el análisis de clase y la inclusión de la perspectiva racial desde una visión descolonizadora enfocada contra los mecanismos de dominación y represión provenientes de la maquinaria estatal.

Resulta chocante el modo en que algunas feministas desestiman las estadísticas que demuestran que los hombres mueren más que las mujeres, y se apresuran en afirmar —fieles a una tradición de responder con frases hechas—, que no lo hacen por razones de género, o sencillamente que los matan otros hombres; como si incluso las razones por las que mueren enfrentados no tuvieran base en el género potenciado por los mandatos patriarcales. Ante dicho fenómeno, resulta indiscutible la existencia de una necropolítica de género.

Como aseveran las/os teóricas/os del feminismo negro, marxista y decolonial, la reivindicación conjunta de la cultura anti-patriarcal es propósito de todas las alternativas de pensamiento y acción políticas por la equidad. De manera que las estrategias de reparación con fines de justicia no pueden estar basadas esencialmente en mecanismos de punitivismo ni separatismo de género, que han sido prácticas de dominación históricas sustentadas por el poder [blanco, clasista y excluyente].

Con echar un vistazo al pasado, es posible apreciar que en la lucha de las mujeres negras nunca se ha separado a los hombres. Desde Harriet Tubman, Rosa Parks, Ida Wells, Angela Davis, Ochy Curiel, hasta las feministas negras de la Colectiva Río Combahee, todas han comprendido que la libertad resulta una quimera si no se conquista también para ellos.

Como manifestaron estas últimas: «Tenemos bastante crítica y odio a lo que la sociedad ha hecho de los hombres (…) Pero no tenemos la noción descabellada de que esto sucede por ser hombres en sí. Luchamos juntas con los hombres negros contra el racismo, mientras también luchamos con hombres negros sobre el sexismo».

El feminismo es una postura política, una teoría fundamentalmente práctica, no biológica. Como bien dijo la filósofa afroamericana bell hooks: «El feminismo es para todo el mundo», y además convocó a una «visión feminista que incorpore la masculinidad feminista». O como expresara magistralmente hace varias décadas la intelectual africana Chimamanda Ngozi, hoy reconocida por posicionamientos transfóbicos y transexcluyentes: «todo el mundo debería ser feminista».

Feminismo

Chimamanda Ngozi (Foto: Africa United)

La académica decolonial Ochy Curiel, ha alertado del peligro de basar una lucha política en identidades esenciales; sobre todo cuando ha sido desde los esencialismos y determinismos biológicos que se ha justificado la opresión sexual, la dominación masculina, el racismo y la pobreza. Al mismo tiempo, considera el separatismo como una práctica colonial, puesto que las divisiones de género y raza fueron funcionales a los intereses europeos para echar a andar su proyecto de Modernidad.

Es por esto necesario preguntarse hasta qué punto el discurso y la práctica feministas están contribuyendo a un mundo más justo e igualitario; pues de lo contrario estarían ampliando «las barreras que atentan contra la posibilidad de restaurar el vínculo fracturado por los procesos de individuación que exige la organización moderna del mundo», tras la irrupción del patriarcado junto al sistema racial de género en los territorios, y no «ayudando a producir nuevas formas de jerarquización y construcciones de verdades que totalizan la experiencia y la hacen impermeable a la experiencia del Otro y del mundo en su complejidad», como afirma la teórica decolonial Yuderkys Espinosa.

El compromiso contra la dominación patriarcal exige el derribo de la estructura opresiva que conforma la institucionalidad-Estado; a la vez que la eliminación de las causas que conllevan a la reproducción de la pobreza como resultado de la acumulación ampliada del capital, generadora de diferenciación debido a patrones asimétricos de producción económico-cultural.

La lucha por la igualdad exige el compromiso reparativo entre todos los actores involucrados en instaurar un paradigma de convivencia cívico, alejado de los discursos de odio y la cultura de la cancelación masculina, pero inspirados en preceptos de bienestar colectivo, justicia y equidad social.

16 diciembre 2022 10 comentarios 1k vistas
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Obra

Para una obra de justa reparación histórica

por Alexander Hall Lujardo 6 diciembre 2022
escrito por Alexander Hall Lujardo

Las obras para la realización del monumento a José Miguel Gómez fueron iniciadas en 1935 bajo el mando presidencial de su hijo Miguel Mariano, quien logró establecer una suscripción popular per cápita de 18 ctvs., de acuerdo a la magnitud de la población habanera de la época. Desde los inicios de las labores constructivas, los medios de prensa afrocubanos y sus principales representantes políticos repudiaron esta idea, al tiempo que exigieron a la clase gobernante el cumplimiento de las promesas en torno a un monumento al abolicionismo que jamás fue erigido.

De igual forma, varios diarios antirracistas denunciaron la perpetuación escultórica a la memoria de una figura contradictoria en la historia nacional, pues ordenó la masacre del Partido Independiente de Color en 1912, una organización que contaba con importante presencia de antiguos combatientes independentistas. La responsabilidad del general-presidente en estos hechos, es análoga a la de otros militares que desempeñaron un papel activo en la aniquilación, como fueron José de Jesús Monteagudo, Arsenio Ortiz y José Francisco Martí Zayas-Bazán, quienes, tras la masacre, resultaron eximidos de toda responsabilidad judicial.

La derrota sobre los independientes de color fue celebrada en la capital con un banquete público en el que participaron importantes figuras de la burguesía cubana, con el consentimiento de la vanguardia negra, cuyos exponentes se desligaron de toda responsabilidad con el alzamiento. Es necesario apuntar que en ello influyó la narrativa de los medios de comunicación, que sembraron la matriz de opinión en torno a los alzados como sujetos «vulgares», «racistas», «apátridas», «anexionistas» y «salvajes», que constituían un peligro para «la democracia y la civilización» (moderna/occidental).

Esa injusta clasificación fue validada por representantes de la elite afrocubana, la cual asumió un paradigma liberal como referente en el orden social, que mantenía en condiciones de exclusión política, relegación y marginación económica a la mayoría de la población afrodescendiente.

Obra

En consecuencia, las personas negras debieron enfrentar los desafíos de la segregación racial en establecimientos públicos, plazas, parques, playas y empleos institucionales o comerciales durante el período considerado por algunos historiadores como «primera república». Esta etapa se caracterizó por su carácter oligárquico y caudillista en el ejercicio del poder contra los sectores desposeídos, aunque las demandas de estos últimos, en gran medida, serían acogidas en el marco de ampliación democrática posterior al proceso revolucionario de los años treinta, aun sin que se materializaran plenamente.

Con el triunfo revolucionario, en enero de 1959, se avizoraba un futuro promisorio para los sectores humildes, excluidos entre 1902-1958 del proyecto político de la burguesía local en alianza con el capital extranjero. Si bien dichos estratos habían sido protagonistas en la consagración transformadora, y se convirtieron en centro de la retórica reivindicativa del liderazgo ascendente, gran parte de sus demandas, derechos políticos, autonomía grupal y reivindicación económica quedarían nuevamente relegados bajo la autoridad del aparato gubernamental.

Durante décadas, en la narrativa del discurso político y los distintos niveles de enseñanza, predominó la percepción de que el pasado republicano fue una etapa imbuida de los más denigrantes valores sociales, alimentados bajo un manto de calificativos que imposibilitaban la realización de un análisis objetivo, estructural y sistémico de dicho proceso.

En el apuntalamiento de tales imaginarios, en marcos académicos se difundió una serie de etiquetas para distinguir a esa etapa: pseudorrepública, república mediatizada, república entreguista, entre otros cuyo empleo se encuentra en desuso por los cientistas sociales, pues su intención era exaltar al proceso revolucionario y denigrar el pasado político, restando así objetividad al análisis histórico.

Ese conjunto de calificaciones motivó a nivel inconsciente un imaginario negativo sobre la totalidad del período poscolonial, sin un balance analítico en los medios de comunicación que problematizaran en torno a la referida etapa y sus principales protagonistas en su justa magnitud. Dicha práctica ha estado acompañada por el silencio respecto a hechos de trascendencia para los sectores marginados en los distintos proyectos de liberación nacional. Igual suerte han tenido numerosos políticos del pasado republicano, debido a razones asociadas con la corrupción, el tráfico de influencias, la profundización del subdesarrollo y la dependencia político-económica de la Isla hacia los Estados Unidos.

La restauración de los símbolos republicanos vs la pobreza de los sectores populares en la Cuba posrevolucionaria

El 10 de septiembre de 2022, sin embargo, fue reinaugurado en La Habana el monumento al general José Miguel Gómez, emplazado en la avenida de los presidentes, en la barriada capitalina del Vedado. Esta obra arquitectónica, deslumbrante debido a su esbeltez y belleza estética, había sido recolocada en dicho espacio urbanístico a finales de la década del noventa por la Oficina del Historiador de la Ciudad, encabezada por Eusebio Leal Spengler.

Tal decisión se produjo en un contexto en que se invertían cuantiosas sumas como parte de la preservación y rescate del patrimonio. Una de las disposiciones en ese sentido fue devolver a su lugar de origen la efigie del líder villareño, derribada por la población ante la vorágine que significara la victoria de 1959.

En aquel momento, las estatuas de otros presidentes, como Tomás Estrada Palma y Alfredo Zayas Alfonso, resultaron igualmente demolidas por la euforia de las masas, que las identificaba cual símbolos de un pasado lamentable por lo que representaban en materia de relegación social y económica. Sin embargo, las de los otros mandatarios no gozaron de igual suerte en los recientes planes de conservación estipulados por las autoridades encargadas de resguardar la memoria.

Han sido numerosos los activistas, académicos, artistas e intelectuales negros/as que han discutido sobre la procedencia de suprimir las manifestaciones simbólicas del racismo y el pasado colonial. La legitimidad de ese acto se sustenta en las acciones llevadas a cabo en otros países contra aquellos dispositivos que actúan como reflejos en las masas de la neocolonización, la dominación imperial o cultural hacia determinados grupos sociales relegados.

No obstante, en Cuba persiste la invisibilización mediática en torno al predominio del racismo estructural, el sostenimiento de una parte importante de la población negra en condiciones de pobreza, la carencia de un marco legal adecuado para el asociacionismo afrodescendiente, la supremacía económica de personas blancas en las principales actividades lucrativas, las barreras socioculturales para la extensión de valores que refuercen los rasgos de identidad ancestrales, así como la marginación, en las páginas de la historia, de líderes y lideresas negros/as de proyección antirracista. Ese conjunto de factores, entre otros que podrían enunciarse, atentan contra el despliegue de condiciones que proyecten el imaginario de una sociedad posracial.

Obra

Momento de la inauguración del Monumento a José Miguel Gómez., 1936.

Todo ello posibilita que los patrones discriminatorios se reproduzcan a nivel social, al tiempo que esos postulados resultan de difícil identificación por quienes padecen sus efectos, que es además un sector con déficits en materia de instrucción y consiguientes dificultades para el acceso a la educación superior debido a razones socioeconómicas e históricas, según han certificado investigaciones de especialistas como Mayra Espina, María del Carmen Zabala, Yulexis Almeida Junco y Rosa Campoalegre.

La violencia epistémica que las clases dominantes han ejercido contra las comunidades negras en la represión de su identidad, apropiación cultural y/o marginación de saberes, explican por qué los aparatos simbólicos de opresión pasen inadvertidos ante sus problemáticas cotidianas. En este contexto, caracterizado por una profundización de la crisis económico-social, son escandalosas las millonarias inversiones hacia la industria hotelera, el embellecimiento de la monumentalidad patrimonial o la restauración de emblemas coloniales.

Ellas contrastan con la ausencia de políticas públicas dirigidas a dignificar espacios habitacionales empobrecidos —en los que existe presencia notable de personas negras—, así como con la falta de voluntad para el desembolso de sumas encaminadas a materializar formas de gestión empresarial que tengan por propósito la generación de riquezas de forma colectiva y sustentable, en medio de un escenario de inseguridad alimentaria y aumento de la vulnerabilidad económica.

La restauración de numerosos símbolos republicanos —el monumento a José Miguel Gómez, el Capitolio Nacional, el Palacio Presidencial—, así como la realización de megaproyectos constructivos con fines de explotación turística, como 23 y K, 1ra y 70, Packard, Paseo del Prado y Manzana de Gómez, por solo citar algunos; resultan contradictorios ante los escasos recursos destinados a potenciar espacios urbanísticos precarizados, en los que existe sobrerrepresentación de personas negras. Dicha práctica política reproduce el esquema de acumulación de las élites y oligarquías tradicionales, en detrimento de un modelo económico socializador del bienestar, el poder y la equidad como paradigmas de justicia social.

De igual forma, resulta evidente la postergación de ámbitos dedicados a reivindicar la memoria de los afrodescendientes que participaron en las gestas emancipatorias, cuya narrativa se maneja en los tópicos del nacionalismo, pero sin incluir sus pronunciamientos y/o actitudes frente al racismo de la época. En idéntico estatus se encuentra la población afrocubana que desempeñó un papel relevante en la lucha por el abolicionismo y contra el racismo sistémico, como fueron las víctimas de la esclavitud, la Conspiración de Aponte (1812), la Conspiración de la Escalera (1844) o los miembros del Partido Independiente de Color (1912).

En cambio, figuras que se distinguieron por sus prácticas excluyentes contra la población negra poseen múltiples sitios dedicados a la exaltación de su legado, como son los casos del ex presidente José Miguel Gómez, o el senador Martín Morúa Delgado, cuya enmienda sirvió de instrumento jurídico para ilegalizar al PIC y como herramienta de la clase política dominante para respaldar la masacre. De igual forma Alejandro Rodríguez, primer alcalde de La Habana, cuenta con un imponente monumento en la intersección de las avenidas Línea y Paseo. El referido político tomó partido de forma directa en los acontecimientos que provocaron la muerte del general Quintín Bandera durante el alzamiento de 1906 ante el intento de reelección fraudulenta de Tomás Estrada Palma, hechos bautizados como guerrita de agosto.

Obra

General Quintín Bandera

La memoria de los abolicionistas, esclavizados, independientes de color y pensadores antirracistas, ha quedado relegada debido a la persistencia de un esquema colonial. El mismo ha sido trazado por los escritores de la historiografía hegemónica, así como por las autoridades políticas e institucionales que asignan grandes sumas a la inversión hotelera y la restauración de monumentos de ese tipo, mientras se agudiza la precariedad de las clases populares y se invisibiliza la memoria de las/os afrocubanas/os, que padecen, al decir de Gustavo Urrutia, las consecuencias del «plusdolor» como resultado del fenómeno racial que atraviesa su existencia.

Desde 1961 el intelectual marxista Walterio Carbonell, en su libro Crítica: cómo surgió la cultura nacional, dedicado a Fidel Castro, alertaba sobre los peligros de reproducir en la concepción del poder los esquemas de una visión libresca y aristocrática de la cultura que se extendiera hacia todos los sectores de la sociedad, como resultado de un legado de pensamiento elitista procedente de la república, cuya funcionalidad podría permanecer enquistada en el grupo de jóvenes revolucionarios al frente del país. La tesis de Carbonell apuntaba a que si bien el territorio nacional se transformaba en lo político, tales cambios debían destacarse por su integridad y entender a los subalternos como protagonistas de la praxis libertaria, en lugar de responder ante sus demandas como meros objetos instrumentales.

La preservación de la memoria cultural negra en los distintos niveles educativos, su reconocimiento en hechos históricos fundamentales desde los orígenes de la nación, y la perpetuación escultórica de sus aportes dentro de la monumentalidad nacional; constituyen deudas pendientes con dicho grupo social, a la espera por una obra de reparación histórica reivindicativa de la igualdad y la justicia.

De igual forma, persiste la opacidad sobre los avances concretos del denominado Programa nacional contra el racismo y la discriminación racial, encabezado por el propio presidente Miguel Díaz-Canel. Entre tanto, se divulgan estrategias populistas de reanimación barrial de marcado carácter epidérmico, pues no responden a las necesidades básicas de la población residente ante la agudización de la crisis socioeconómica, la inseguridad alimentaria, el deterioro del déficit habitacional, la dolarización de la economía y la caída en los rendimientos productivos. Ello se debe a la persistencia de un esquema de acumulación rentista/importador, amparado en la exportación de servicios médicos, la inversión extranjera, la recepción de divisas por vía remesas y la explotación turística.

La promoción del emprendimiento privado ha sido otra de las posibles vías de solución fomentadas por la dirigencia para paliar la crisis. Esta estrategia, sin embargo, no favorece a los afrodescendientes, que por lo general carecen de capital y, por razones culturales, pasan a ocupar los peores espacios de remuneración salarial en un sector enteramente desregulado en materia de derechos laborales.

De igual forma, es notoria la ausencia de acciones afirmativas y políticas públicas desde el Estado que se enfoquen en redimir los entornos más afectados por la crisis sistémica/estructural. Esto agudiza la problemática, mientras persiste un escenario de ineficiencia generalizada, malestar social y escaso crecimiento económico con patrones de equidad.

6 diciembre 2022 9 comentarios 996 vistas
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Pablo

Pablo Milanés vs la leyenda negra

por Roberto Zurbano Torres 30 noviembre 2022
escrito por Roberto Zurbano Torres

Para Rosa Marquetti y Eliseo Altunaga, que saben

***

La voz de Pablo es un patrimonio entrañable de Cuba. Y se torna leyenda, cuando la música resultó insuficiente para alcanzar otros sueños propios y ajenos. Tuvo muchas vidas en casi ochenta años que multiplicaron la mirada de un hombre cuyos dones musicales le distinguieron, sin atarle a una u otra manera de brillar en este o aquel género.

Lo popular siempre estuvo en su raíz, sin la necesidad de un rescate como vemos con demasiada frecuencia y paternalismo. Un ejemplo, Los caminos, aquel guaguancó que el gran musicalizador de cine Germinal Hernández llamaba «filomamboso» y lamentaba que Pablo no grabara el disco de ese género que le exigieron sus amigos rumberos Pancho Quinto y El Ambia.  

Aquel guaguancó se escuchaba cada tarde en la radio de mi infancia, pues era el tema de algún programa que no recuerdo. Rememoro mejor el afro o espendrum de Pablo Milanés que años después imité. Ese pelo irredento de Pablo y Ángela Davis fue una de las imágenes más poderosas en mi adolescencia: Un peinado que resulta liberador cada mañana de tu vida y logra desatar las ideas y sueños de tanta gente que no puede. Parecería frívolo, pero los peinados afros forman parte de una historia más emancipatoria que la que se enseña hasta hoy en las escuelas.

Conocí a Pablo gracias a Eloy Machado, el Ambia, y a Abraham Rodríguez, en el estreno de una pieza teatral que escribiera este último: La barbacoa, con música de Juan Formell. Fue en el cine teatro Fausto, en Prado y Colon, con un reparto que ya no recuerdo. Pablo llegó tarde y sudado, recibido por un exigente Eloy, quien le cobró su tardanza con una ronda de finos alcoholes al final de la noche.

Me emocioné tanto vigilando cada reacción suya, que tuve que regresar la otra semana a disfrutar de la obra, una magnífica comedia de mitad de los ochenta, donde se estrenó aquello de «La habana no aguanta más», mientras la gente se carcajeaba y bailaba hasta el final de la función.

Hubo una discusión entre Pablo y Abraham sobre la diferencia entre los solares, las cuarterías y las accesorias, que duró casi una hora. Para Abraham, la barbacoa era algo culturalmente novedoso, mientras a Pablo le parecía cultura de la pobreza o algo así como otra forma de reproducirla.

Muchos años después, evoqué aquella controversia cuando supe por la televisión que el diputado Pablo Milanés, elegido por el barrio habanero de Los sitios a la Asamblea Nacional, propuso reparar un grupo de ciudadelas con algunas propuestas de mejoramiento, como eliminar los baños colectivos y construir uno para cada familia, hacer una historia del barrio, etc.. Dicha proposición nunca fue aprobada.

Tiempo más tarde supe que aquella discusión entre Pablo y Abraham fue parte de numerosos debates que nacen de la experiencia y el compromiso racial. No eran discusiones letradas: Pablo habló desde su experiencia en el solar de la calle Consulado, donde hizo breve estancia.

En la obra de Sara Gómez, Eugenio Hernández,  Maité Vera, et. Al, está su propia biografía. Esa primera generación de poetas, dramaturgos, actores y cineastas negros en la Revolución, llega al campo cultural en tanto sujetos de una transformación social que comparaban con la etapa anterior para interrogar al futuro.

Durante los años sesenta y setenta, Pablo era uno más en aquellos círculos de confianza y aprendizaje donde se discutían las ideas del Black Power, la affirmative action  y Malcon X; donde se celebraba a Lumumba, Sekou Touré y el panafricanismo, hoy olvidado en las páginas de la revista Tricontinental.

Tales debates pasaban por el ICAIC e incluían a figuras como Sara Gómez, Nicolás Guillen Landrian, Manolo Granados, Inés María Martiatu, Oscar Valdés o Germinal Hernández. También en el círculo del feeling, curiosamente de mayoría negra. Entre los miembros del Seminario Nacional de Dramaturgia y el Conjunto Folklórico, ambos en el Teatro Nacional.

Junto a figuras como Walterio Carbonell, Tomás González o Tomás Gutiérrez Alea, quien nuclea a muchos de ellos en La última cena, su obra clásica menos atendida. Eran sesiones cuasi secretas en una época donde este tipo de lectura no era bien vista por el dogmatismo marxista al uso. Fue una etapa de rupturas y novedades, sin los compartimentos estancos que reordenan la cultura en la Cuba del siglo XXI.

En el legado de Pablo Milanés, su visión popular y antirracista tiene un alto valor. No se trata de convertirlo en un activista antirracista post morten; porque lo fue de esa manera selectiva y exquisita, sin llegar al elitismo, que caracterizó su personalidad. En su obra convergen las corrientes aéreas y subterráneas de toda la música que han pasado por Cuba.

Y se abrazan; como abrazó a Miguelito Cuní mientras cantaban Convergencia con el Conjunto Chapotín. Pablo lo acerca y lo abraza, fundiendo sus voces y anhelos. Así fue con muchos: los rumberos contaron con él, los soneros, jazzistas, changüiseros y raperos, a quienes apoyó más de una vez.

Cuando nace la Fundación Pablo Milanés, ya este se preocupaba por la salud de viejos músicos, ayudaba a mucha gente joven, no solo músicos, promovía eventos sobre géneros populares en las provincias orientales e iba desarrollando una visión más allá de la filantropía, con novedosos patrocinio y  gestión de acciones culturales en la Isla, que fueron desde prestar su sonido gratuitamente a un grupo de estudiantes del ISA para celebrar La noche de las almas libres, comprarle una trompeta a una vieja gloria de Cuba o equipar toda una banda de música para una joven cantante.

La malograda Fundación Pablo Milanés (1993-1995), tras esos empeños, fue la posibilidad de encauzar aquella energía cultural nacida en los ochenta, ya en medio del contexto económico e ideológico de los noventa, que marcó el final de una era en la sociedad cubana.

La Fundación significó para muchos una tabla de salvación, para otros, simplemente un pequeño Ministerio de Cultura; pero en realidad allí nacieron nuevas maneras, instituciones y discursos culturales que pudieron trascender las limitaciones materiales e ideológicas del momento y abrir puertas para esa nueva institucionalidad cultural que aún no tenemos, a pesar de la renovación emprendida por algunas de las ya establecidas.

Asimismo, la Fundación removió el acartonamiento, la morosidad, el elitismo y el orden burocrático que entonces regían la política y la gestión culturales. Hizo de la creación y el pensamiento centro de sus acciones, para lo cual contó con expertos realmente creativos y  prestigiosos.

En medio de la crisis económica y política que generó la explosión migratoria de 1994, la Fundación apoyó a instituciones como Casa de las Américas, las escuelas de arte, etc. Por otra parte, los discos, conciertos, revistas, coloquios y gestiones socio-culturales que generó, partieron de una mirada desprejuiciada a temas tan controversiales en el período como: el mercado, la racialidad, la emigración, etc.

En poco menos de dos años de trabajo, el saldo de su labor superó al de cualquier ministerio de cultura en Latinoamérica y el Caribe, sin tener todos los mecanismos administrativos y financieros totalmente ajustados. Eso provocó envidia, controversias e incomprensiones que motivaron su temprana desaparición.

Pablo fue un hombre plenamente consciente de su cubanía. Tuvo conciencia política, cívica e histórica. Y también racial, esa rara avis entre artistas e intelectuales cubanos (negros, mestizos o blancos), que les lleva a desencontrarse con su historia y rechazar los imaginarios y aportes  que la gente negra, china, árabe o judía han hecho a la nación.

Entre los años sesenta y ochenta compartió sus ideas sobre la cultura popular, la cuestión racial y las religiones afrocubanas con amigos cercanos, artistas o no, comprometidos con estos temas cuasi prohibidos.

Muchos de ellos, por su prestigio, serían ejecutivos en la Fundación  y propiciaron  acciones como el primer disco de Yoruba Andabo, el coloquio dedicado a Orígenes, la puesta en escena de Delirio habanero por Alberto Pedro o la creación de una camerata de mujeres.

Pablo

Rememoro mejor el afro o espendrum de Pablo Milanés, que años después imité.

De modo que los resultados de la Fundación no estuvieron marcados por una mirada sectaria o racista de la cultura, sino abierta a la novedad y al intercambio, desde la misma proyección internacional que ya gozaba la obra de Milanés, y por eso presta a enfrentar cualquier forma de discriminación por género, raza, sexualidad o religión.

El derecho de la Fundación a existir fue negado por una  incomprensión cultural y política llena de prejuicios, y por la falta de hábitos respecto a la diversidad, la interracialidad  y la civilidad cubanas. Entre los chistes de entonces, el más común fue llamar Palenque a la Fundación, pues buena parte de sus ejecutivos y beneficiarios eran artistas e intelectuales negros o vinculados a la música popular (rumba, salsa, son).

El chiste expresaba una opinión compartida, aunque reprimida, por buena parte de la burocracia cultural, curiosamente muy blanca y elitista. Muchas instituciones cubanas (no solo culturales) exhiben una mayoría de ejecutivos de piel blanca que, más allá de sus resultados, no son cuestionados por su color ni tienen que soportar chistes de tanta colonialidad y conservadurismo juntos. Pablo fue consciente del valor y necesidad de la Fundación, pero también previó las consecuencias de una pelea contra aquellos demonios y terminó consintiendo su cierre; un cierre quizás temporal, eso lo dirá el futuro.

Desde Andilanga, cuando nuestros antepasados eran condenados a la plantación, el esclavizado respondón o risueño recibía su pequeño castigo; pero el cimarrón recibía una sanción mayor: ejemplarizante. La soberbia del poder es intolerante con los sueños de quienes oprime, y no soporta el olor de las ideas ajenas, ni de la belleza o el amor: los demás siempre están equivocados y merecen corregirse, bajar la cabeza y darse su lugar.

Por eso el cimarronaje es el aporte cultural más poderoso de los esclavizados ante el poder colonial. El cimarrón renuncia a todo lo que significa sometimiento y se lanza a crear algo nuevo, un campo de libertades más peligroso para quienes viven del sudor ajeno que para quienes se plantean construir vidas y sueños en un nuevo contexto.

Pablo fue un paladín del cimarronaje cultural en Cuba;(1) pero no trabajó desde una filosofía de guetto, sino desde una arquitectura abierta a lo coral de nuestras raíces, asumiendo nuevas voces, nuevos temas sociales y también nuevas estructuras o instituciones para desarrollar el campo cultural del siglo XX.

Pablo

La Casa de América acogió la capilla ardiente del cantautor cubano, fallecido en Madrid a los 79 años. (Foto: La Sexta)

Todo cimarrón recibe un castigo excesivo, proporcional al sueño de libertad que conquistó. Aun hoy, exhibimos una lista de personas negras que no han querido bajar la cabeza, sino usarla mejor en defender derechos y abrir caminos, quienes son juzgadas con mayor dureza e intolerancia.

Es el peso entre la colonialidad y el socialismo, que cargamos, como una cruz, mucha gente negra que hemos renunciado a la subalternidad y seguimos apostando por una nación diferente, dentro y fuera de la Isla.

Todo parece más lejano o imposible cuando desconocemos esa tradición cultural y no asumimos una visión crítica ante las visiones plurales que caracterizan la cultura cubana de cualquier época. Detrás de los celulares, dejamos de entender, re-conocernos y abrazarnos.

En un campo cultural cada vez más fragmentado, ralentizado y disciplinado es bueno saber que un hombre como Pablo Milanés estuvo ahí, que puso su fortuna al servicio del talento y el sueño de otros, que abrió espacios para las ideas y obras de gente más joven o más olvidada, como hizo con Luis Carbonell, por solo citar un ejemplo.

Con mayor frecuencia entre nosotros, las buenas ideas y discusiones huyen hacia el silencio o la oscuridad. El legado de Pablo niega esa tendencia y seguirá en la controversia que siempre le acompañó. Su leyenda crece y sus batallas culturales serán aprendizajes para llegar al país que viene. Los caminos no se hicieron solos.

***

(1) Roberto Zurbano: El cimarronaje cultural: Una (e) lección personal in Art x Cuba. Contemporary Perspectives since 1989 Editors Dr. Andreas Beitin and Antonio Eligio Fernández (Tonel), Ludwig Forum für Internationale Kunst, Aachen, Germany, 2018, pp. 122-133 (aleman e inglés) y pp. 273-275 (español).

30 noviembre 2022 32 comentarios 2k vistas
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Ku Klux klan

Las huellas del Ku Klux Klan en Cuba o la persistencia del racismo estructural

por Alexander Hall Lujardo 3 noviembre 2022
escrito por Alexander Hall Lujardo

Los primeros indicios documentales sobre la existencia del Ku Klux Klan en Cuba datan de 1928. En tal fecha —según la historiadora camagüeyana Kezia Zabrina Henry Knight— una organización bajo ese nombre oficializó su inscripción en el registro de asociaciones del país. La legislación vigente en la época, a efectos constitucionales, no permitía ese tipo de organizaciones con una proyección abiertamente racista, portadora además de un legado segregacionista influido por las valores supremacistas blancos, que conformaban la ideología extendida entre la población conservadora estadounidense.

Este tipo de hechos, sin embargo, aunque merecían el repudio general de la sociedad, no resultaban ajenos a la realidad del contexto republicano. Desde la intervención estadounidense hasta la conformación de la República en 1902, las personas negras fueron excluidas de los servicios policiales, se les negaba la atención en barberías y establecimientos comerciales, detentaban la más baja remuneración salarial y poseían las peores condiciones materiales en el fondo habitacional.

Diversos hechos atestiguan la discriminación política. En 1906 el general Quintín Bandera fue asesinado impunemente por las autoridades ante el intento de reelección fraudulenta de Tomás Estrada Palma durante la denominada Guerrita de Agosto. A la esposa de Martín Morúa Delgado le fue vetada su participación en una recepción junto a su esposo en el palacio presidencial. En 1912, por órdenes del gobierno del presidente José Miguel Gómez, fueron masacrados los miembros del Partido Independiente de Color ante su intento de conformar una agrupación que respondiera a sus intereses, pues padecían la instrumentalización de su agenda por los partidos políticos de la época.

El intento de neocolonización cultural caracterizó las estrategias del imperialismo y su penetración económica, como aborda la historiadora Marial Iglesias Utset en su estudio Las metáforas del cambio en la vida cotidiana. Cuba 1898-1902. Ello ocasionó la reproducción acrítica por los medios de prensa de patrones de moda y belleza estética acordes al paradigma occidental/blancocéntrico. De igual forma, las altas esferas del poder promovieron políticas de blanqueamiento y des-africanización como parte de un proyecto higienista acorde al paradigma moderno de estado-nación homogéneo, con el propósito de facilitar estrategias de dominación.

La academia desempeñó un rol de segundo orden en las propuestas teóricas inquisitivas contra las manifestaciones de matriz africana y raíces populares, de manera que subsumían un discurso racista en una elucubración pseudo-científica a partir de la antropología física con base en la criminología craneológica. Esta disciplina pretendía la inferiorización de las personas negras, mestizas, asiáticas y otros grupos/culturas o comunidades civilizatorias no europeas. Las bases intelectivas de su teorización están amparadas en los propósitos de sustituir a la teología religiosa como práctica supremacista, por la legitimidad académica y sus aparatos de validación científicos, reproductores de la colonialidad del saber/poder.

En tal sentido, el estudio de José Rafael Montalvo Covarrubias, Carlos de la Torres Huerta y Luis Montané Dardé, sobre el análisis craneológico de Antonio Maceo y Grajales, procuraba demostrar la superioridad del general independentista por el tamaño de su masa encefálica, lo que de acuerdo a los postulados de esta corriente antropológica, era una excepción entre las personas de su color. El sustento ideológico de esa tesis resultaba funcional a los enunciados discursivos del nacionalismo, llevado a cabo por la elite racista que encabezaba los resortes comunicativos, ideopolíticos y económicos en Cuba.

Ku Klux klan

Martín Morúa Delgado (Foto: Fotos de La Habana)

A esta escuela de pensamiento se adscribieron igualmente los trabajos investigativos de Antonio Mestre Domínguez, Agustín W. Reyes Zamora y Vicente Benito Valdés; al igual que las publicaciones de Israel Castellanos González y Fernando Ortiz Fernández. Respecto a Ortiz, es posible apreciar la influencia de esta corriente en sus trabajos pioneros. En sus obras publicadas entre 1906-1939, se distinguen constantes alusiones a la superioridad del componente étnico-racial blanco, así como la denigración de las tradiciones culturales afrocubanas sobre los valores de la cristiandad y la civilización caucásica, sumado a sus propósitos legales de promover en el congreso un Proyecto de Código Criminal Cubano (1926), que desde el ámbito jurídico censuraba tales manifestaciones sociales.

De igual forma, la tradición canónica del constructo político que sostiene al discurso teleológico de la nación cubana, alude a las cosmovisiones orticianas referidas al «engaño de las razas», «el ajiaco criollo», «la epifanía de la mulatez» o «la transculturación», con el fin de mantener inalterable el estatus quo social sobre el que se instaura la dominación estructural económica.

Esa jerarquización social resulta en apariencia inexistente en los discursos marxista-ortodoxo y nacionalista posteriores a 1959, los cuales validarán el sostenimiento de la marginación en el ámbito económico en que se encontraban los afrodescendientes, en función de reforzar el orden instaurado entre las distintas clases y sectores bajo el enunciado patriótico de confraternización.

En consonancia con tales preceptos, aluden a la «convivencia pacífica» de todos los componentes raciales de la Isla, a pesar de las garantías en materia social y acceso gratuito a derechos básicos fundamentales, cuya existencia en ocasiones es instrumentalizada por estrategias paternalistas, asistenciales, instrumentales y populistas.

Ello ocurre en lugar de potenciar alternativas de emancipación popular desde abajo, con el protagonismo activo y consciente de sus beneficiarios para tomar decisiones de manera autónoma y auto-gestionable, sin burocratismos ni mecanismos de ralentización centralizada, que en no pocas ocasiones propician la corrupción, al precio de agudizar las condiciones de precariedad de sectores/comunidades subalternizadas, relegadas al olvido por la institucionalidad oficial o las instancias partidocráticas estatales.

El racismo histórico-cultural y sistémico-estructural en la sociedad cubana

Las denuncias suscitadas en redes sociales a raíz del incidente ocurrido en la provincia de Holguín el pasado 31 de octubre, cuando durante la jornada de Halloween unos jóvenes decidieron usar disfraces propios del grupo supremacista blanco estadounidense Ku Klux Klan, ha provocado una ola de indignación en diversos actores de la sociedad civil cubana.

Su irrupción en el céntrico parque Calixto García con los atuendos de la organización racista, junto a crucifijos e improperios de: «¿dónde están los negros?», demuestra la total impunidad con que actuaron en la vía pública, ante la inacción de las autoridades locales y los residentes de la zona.

Respecto a hechos como este, y desde un análisis estructural más abarcador, el crítico y ensayista Roberto Zurbano ha advertido que se ha instalado en el país un imaginario neo-racista, vinculado a la emergencia de la crisis socioeconómica que estalló en los noventa, acentuó la desigualdad e introdujo nuevas formas de comportamiento social, asociado a la aparición del sector privado. En su descripción del neo-racismo asevera que se trata de:

«(…) un fenómeno que integra gestos, frases, chistes, críticas y comentarios devaluadores de la condición racial (negra) de personas, grupos, proyectos, obras o instituciones. No se trata de simples gestos u opiniones personales marcadas por el prejuicio racial, sino de conductas que ejercen el prejuicio sin miramientos y se producen hoy en espacios públicos institucionales o no —incluyendo los medios de difusión y la publicidad— y que resultan lesivas y humillantes para aquellos contra quienes se dirige, aunque algunos lo aceptan crítica o irremediablemente».

Los hechos acaecidos en la ciudad de Holguín no son solo resultado de esa herencia de colonialidad enquistada en los imaginarios socioculturales como resultado de una educación eurocéntrica, caracterizada por la invisibilización de las figuras protagónicas de piel negra.

Ku Klux klan

Personas disfrazadas del KKK en Holguín. (Foto: Facebook / Paul Sarmiento)

En ellos influyen asimismo la marginación de la tradición emancipatoria previa a 1868 en las luchas contra la esclavitud y la dominación colonial, la banalización naturalizada de las expresiones culturales de matriz africana, así como su folklorización por numerosos entes de la institucionalidad académica, sin entender que tales prácticas constituyeron estrategias de resistencia cultural ante las instancias de poder, cuya perdurabilidad ha sido esencial en función de articular un proyecto nacional de raíces humildes y populares.

Resulta deplorable la naturalización cultural de este tipo de hechos. Ellos merecen una sanción legal debido al mensaje de exaltación de valores racistas que podrían atentar contra este sector en el ámbito cotidiano. Sin embargo, el recurso punitivo no debe ser la única herramienta para combatirlo. Es crucial despojar los planes de enseñanza de sus soportes eurocéntricos, arrojar luz sobre los estudios de ciencias sociales en la temática, fomentar un amplio debate para potenciar la cultura sobre el fenómeno e inducir nuevas formas de comportamiento que permitan concientizar a la ciudadanía.

Resulta igual de lamentable la ausencia de análisis que conciban la extensión del racismo como parte de un proceso estructural que mantiene —por razones históricas y políticas aún vigentes— a la población afrodescendiente en condiciones de relegación económica, sobrerrepresentada en centros penitenciarios, barrios de migrantes internos y comunidades empobrecidas. A la vez, su presencia resulta escasa en centros universitarios o puestos administrativos, según las cifras del último censo publicadas en 2016.

La reversión de tales patrones de subalternidad requiere el desmontaje integral mediante el empoderamiento consciente de sus pobladores, a través de políticas públicas que reclaman inversiones sociales destinadas a la generación de riquezas de forma sustentable, ecológica, racional y colectiva, orientado a la prosperidad social. Esto implica el quiebre de las lógicas de dominación existentes, signadas por el afán de lucro de las empresas que refuerzan la acumulación de capital. De igual manera, exige la renuncia de la centralización estatal (no socializada) sobre los medios de producción, cuyo esquema no está exento de reproducir lógicas desarrollistas, explotadoras, autoritarias y empobrecedoras, como dictaminan los soportes de funcionamiento clásicos en el modelo (neo)liberal.

Acorde a esta tradición de pensamiento, se inscribe una zona invisibilizada del marxismo negro y el republicanismo socialista popular, con notables exponentes como Ángel César Pinto Albiol, Juan René Betancourt y Walterio Carbonell, quienes desde diferentes temporalidades, pero en una sinergia de proyección antirracista radical, resultaron capaces de producir una elaborada articulación teórico-intelectual, esencial para acometer un proyecto que recupere un legado comprometido con las clases populares, en función de la emancipación de los sectores tradicionalmente oprimidos por los proyectos de dominación occidentales, sobre el que se construye el racionalismo racista de la modernidad.

3 noviembre 2022 21 comentarios 1k vistas
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Revolución de los indecentes

La revolución de los indecentes o la descolonización del pensamiento social

por Alexander Hall Lujardo 29 octubre 2022
escrito por Alexander Hall Lujardo

La colonización europea se caracterizó por la dominación de territorios mediante el sometimiento físico con intereses de extracción económica. Dicho proceso estuvo acompañado de normas cívicas, patrones de pensamiento y tradiciones importadas desde el Viejo continente e impuestas a las comunidades sojuzgadas como resultado del uso brutal de la fuerza, dada la superioridad tecnológica de los conquistadores.

En esta empresa, el papel de la ideología –ora como manifestación religiosa o como ciencia revestida de autoridad cognitiva–, desempeñó un rol trascendente en el apuntalamiento de estructuras que los sectores hegemónicos establecieron sobre las colectividades y/o grupos sometidos.

La antropología y la etnología, entre otras disciplinas, sirvieron como instrumento ideológico para el perfeccionamiento de los aparatos opresivos. La descalificación de expresiones culturales ajenas al continente europeo, se convirtió en práctica recurrente, lo que puede constatarse en gran parte de la documentación administrativa de las autoridades, así como en los enunciados discursivos de su dirigencia.

Tales postulados enfatizaban en el carácter supuestamente inferior de las manifestaciones religiosas de indígenas y africanos; considerados «vagos», «perezosos», «incivilizados» e «indecentes» por quienes sustentaban las riendas de las actividades productivas.

La esclavitud moderna fue una empresa efectiva en el proceso de acumulación originaria del capital. Ello impuso una racionalidad que asumía como natural la desigualdad entre personas, acorde a condicionamientos que instauraban en la cúspide de la representación universal al hombre blanco.

En consecuencia, las figuras más reconocidas en los distintos campos del saber tuvieron dicha condición racial y sexo-genérica, por lo que disfrutaron de prestigio y notoriedad, aun cuando su bienestar se sustentara en el sometimiento de millones de personas a la esclavitud o en la masacre de poblaciones indígenas.

Los sectores populares en el capitalismo latinoamericano y el papel histórico del marxismo con la emancipación social

El proceso de independencia de las repúblicas latinoamericanas se caracterizó por el predominio de oligarquías de poder conservadoras, aristocráticas y corruptas. Ellas intensificaron la explotación de las clases desposeídas, pactando con los poderes neocolonial e imperiales del capitalismo mundial, lo que agudizó las condiciones de dependencia y subdesarrollo económico que limitaban la prosperidad de sus habitantes.

Revolución de los indecentes

El proceso de independencia de las repúblicas latinoamericanas se caracterizó por el predominio de oligarquías de poder conservadoras, aristocráticas y corruptas. (Imagen: Revolución Mexicana)

La subordinación económica en muchos casos adquirió expresiones de sujeción política hacia los centros de poder internacionales, bajo el paradigma occidental/blancocéntrico, caracterizado además por su distinción clasista, racista y patriarcal en las formas en que se establecían las relaciones de poder.

Bajo el predominio de ese orden sistémico, la clase obrera y grupos subalternos vieron postergados sus ideales de realización existencial, al estar sometidos a las múltiples formas de explotación que impone el régimen del trabajo asalariado ante la maquinaria del capital y la dominación cultural que el sistema imperante dictó a la ciudadanía bajo sus propias lógicas de funcionamiento mercantil.

Los procesos revolucionarios del siglo XX arrastraron consigo rasgos de colonialidad y trans/posdominación. A tenor con ello, las autoridades reprodujeron prácticas de preterición social gestadas en tiempos coloniales. De este modo se mantuvieron múltiples prejuicios y patrones discriminatorios que requieren de un desmontaje integral, para lo cual pueden ser útiles teorías revolucionarias como el marxismo.

La perversión autoritaria/estalinista de esta última durante el siglo XX la apartó de todo compromiso social con la clase trabajadora, para apuntalar  regímenes oligárquicos que, aunque autoproclamados socialistas, adoptaron una estructura anti-democrática propia del capitalismo de estado e incorporaron en su ordenamiento unipartidista numerosas formas de subyugación obrera que ha sido analizada por marxistas heterodoxos como León Trotsky, Tony Cliff, Milovan Djilas, entre otros.

En la concepción de esa variante hegemónica, la cuestión racial, así como de las mal llamadas «minorías sexuales», desempeñó un rol de segundo orden, al relegar sus derechos cívicos e intereses grupales.

Tales elementos incidieron en la reproducción de prácticas imperiales como la rusificación de los pueblos europeos del este, o el socavamiento de la soberanía nacional de estados vecinos, invadidos por la orden del mando moscovita, auto-considerado centro mundial de las ideas socialistas y marxista-leninistas. Esta vertiente fue proclamada única teoría continuadora de las ideas de Marx, con lo que se estableció una teleología que encontró su origen en la revolución rusa de 1917 y su liderazgo político.

A ese corpus interpretativo, el intelectual argentino Néstor García Canclini —en su libro Las culturas populares en el capitalismo—, lo denominó «marxismo esencialista». Esta tradición intelectual estableció reflexiones marcadamente economicistas caracterizadas por diálogos solo vinculantes con el poder político, lo que condujo a la desatención de conflictividades que abarcaban la realidad de las clases desposeídas.

A su vez, la militancia autodenominada comunista en el siglo XX, se distinguió por la implementación de patrones de consumo industrial/desarrollistas y recreó visiones de empoderamiento obreristas, que desatendían las problemáticas de diversos grupos sociales como: indígenas, población negra y mujeres.

No obstante, a lo largo de la contemporaneidad se llevaron a cabo interpretaciones de proyección anticapitalista que abarcaron zonas del pensamiento invisibilizadas por la hegemonía soviética, entre cuyos exponentes resulta notorio destacar a los intelectuales marxistas José Carlos Mariátegui, Eric Williams (afrodescendiente) y Angela Davis (feminista negra), que desarrollaron visiones particulares de la transformación social, acorde a su contexto y realidad geográfica.

Revolución de los indecentes

Angela Davis

La revolución de los indecentes como praxis contrahegemónica frente a las estructuras dominantes del pensamiento occidental

La clasificación como otredad, el disciplinamiento del cuerpo, y la homogeneización social, han sido prácticas acometidas tanto por las elites burguesas como por las vanguardias políticas anti-sistémicas, encabezadas por elementos de la ciudad letrada, según acuñara el escritor uruguayo Angel Rama.

Dichas prácticas reniegan de las cosmovisiones alternativas a los conocimientos que la academia considera universales, otorgándoles un carácter de universalidad inmanente, del cual extrae las emociones y sentipensares; no pocas veces sustentados en procedimientos clasistas, darwinista-sociales y despreciativos de los subalternos, a los que exige el cumplimiento de patrones previamente normados para la «convivencia cívica».

En la conceptualización de ese proyecto, las capas populares son entendidas como «indecentes», «violentas» e «irracionales» en sus manifestaciones frente al carácter extractivo de los recursos por la clase poseedora de capital y medios productivos, no sin el proceso de desposesión previa que antecede a toda acumulación capitalista.

De igual forma, desde emplazamientos de privilegio se invoca al sostenimiento de la «paz ciudadana», para el predominio de un pacto extractivo únicamente sostenible sobre el trabajo de los asalariados. Estos se ven obligados a ofertar su fuerza laboral en el mercado para competir con otros sujetos en idéntica condición. Todo a cambio de jornales arbitrarios que impone el orden anárquico de producción, cuyo perfeccionamiento ha agudizado las consecuencias sociales del intercambio desigual, debido a las reglas dictaminadas por la globalización neoliberal.

En este contexto, los anhelos de quienes se han visto privados de satisfacer las más elementales necesidades humanas como resultado de la enajenación del trabajo que impone la apropiación privada de las riquezas, es resultado del predominio mundial de ese sistema que adquiere formas sofisticadas de dominación burocrática bajo las lógicas estatalistas del partido único, proveniente de una tradición de pensamiento autoritaria/estalinista en sus nociones y preceptos conceptuales del socialismo.

Dicha proyección ha sido incapaz de materializar los anhelos poscapitalistas que la teoría emancipatoria ha propuesto. De esta forma, han quedado relegados los derechos de quienes permanecen en condiciones de preterición respecto a los postulados del proyecto histórico de la modernidad. De ahí que la revolución de los subalternos e «indecentes», se proponga el desmantelamiento de todo el andamiaje que soporta la racionalidad de esa estructura civilizatoria, hasta alcanzar los ideales más amplios e inclusivos de liberación social y control popular de la producción frente al orden sistémico del capital.

29 octubre 2022 10 comentarios 1k vistas
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Son Gálvez

Oda para Son Gálvez

por Alexander Hall Lujardo 17 septiembre 2022
escrito por Alexander Hall Lujardo

La Primera Jornada de la Mujer Afrolatina, Afrocaribeña y de la Diáspora, celebrada entre el 15 y el 25 de julio de 2022 en La Habana, ha venido a enriquecer el panorama sociocultural de la Isla abriéndole paso a las expresiones artísticas que se han caracterizado por ocupar el detritus en los espacios de visibilidad y promoción mediática.

El diseño conceptual del evento presentó fines claramente reparativos, en interés de la articulación estratégica por los derechos de la mujer negra, allende las fronteras nacionales. De tal forma, es resultado de una lucha que antecede décadas, llevado a cabo por un colectivo que aún posee reclamos sociales por la equidad racial y de género.

Entre la variedad de presentaciones que tuvieron lugar en la cita, me detendré de manera particular en la propuesta del dúo integrado por las hermanas Alba Liria Shand Gálvez y Wendy Oram Gálvez, quienes destacaron por su singularidad, capaz de cautivar a un auditorio integrado por cientos de personas en el Teatro Charles Chaplin.

Estas jóvenes, de formación académica, han trascendido en un contexto adverso para el reconocimiento de su talento, frente al desafío que implica el éxito en un ámbito altamente competitivo y clasista, sumado a los retos que significa abrirse paso ante las variables del género y color de piel.

Su representación armónica está influida por las expresiones más auténticas de la cultura nacional, enriquecida con estándares clásicos que rigen los cánones de la instrucción artística; a pesar de su confesado encanto por la música africana, el pop estadounidense y el rock argentino. De manera que en su sonoridad se percibe una fusión rítmica de influencia caribeña, mezclada con géneros que son parte del patrimonio de los cubanos: la timba, el son, la rumba, el pilón, la salsa, el guaguancó, entre otros.

«Son Gálvez» se aleja de toda vocación purista en busca de un público plural y una acogida amplia en el plano de la crítica, ligeramente distanciada de las expresiones más coloquiales de la música urbana como pueden resultar las letras signadas por una hipersexualización de la mujer, la simpleza en la producción estética o la idealización que roza la fatuidad del erotismo romántico.

Ellas establecen una barrera que marca la separación hacia los usuales recursos de violencia implícita en las composiciones –tan naturalizadas por los medios de comunicación y redes sociodigitales–, que en gran medida condicionan el consumo de las masas en la contemporaneidad.

Mas eso no las hace denostar la influencia e importancia que tales manifestaciones tienen en su repertorio y proyección grupal. Su aceptación se explica por la evidente experticia, junto a la acertada combinación de ritmos e influencias procedentes del arraigo popular como: Celia Cruz, Benny Moré, Chano Pozo, José Luis Cortés, Chucho Valdés, Adalberto Álvarez, Alexander Abreu y Juan Formell.

Legado: un canto a la emancipación de la mujer afrodescendiente

Durante la etapa de confinamiento pandémico (2020-2022) se produjo un giro en lo que hasta entonces había sido la propuesta musical del dúo. En ese momento deciden romper con los resortes proyectados y emprenden el sendero de cantarle a la belleza afro-femenina desde una perspectiva descolonizadora. Tal cambio implica una re-significación identitaria que marca diferencias en su filosofía cotidiana y exposición visual.

Son Gálvez

Este hecho, por lo general acompañado de un proceso de lectura y búsqueda de nuevos paradigmas, vino a reafirmar desde el arte lo que en la praxis había sido el inicio de un nuevo ciclo de introspección conceptual, acompañado por un emplazamiento de orgullo ante las barreras que implica el éxito en un espacio tan marcado por el blanqueamiento de las/os afrodescendientes para su legitimación en tales circuitos.

Esta realidad las convierte en representantes de un sector que no suele escuchar tales narrativas en los recursos que el mercado promueve en sus plataformas, —en el mejor de los casos la industria absorbe a sus referentes convirtiéndolos en modas temporales con fines puramente mercantilistas—, marcados por una agenda lucrativa deshumanizadora.

En tal sentido, «Son Gálvez» es continuadora de una obra que tiene antecedentes como: «El Mola», «Obsesión», «Sekou» y «Robe l Ninho», entre otros que han presentado productos de alta calidad en sus composiciones y arreglos, cuyas letras aluden a la justicia reparativa en términos raciales. En el caso del grupo en cuestión, su trascendencia resulta aún mayor, al incluir en su estandarte los tópicos del feminismo negro por la liberación de la mujer afrodescendiente bajo una lograda fusión antillana.

En sus creaciones se perciben dosis de experiencia personal, al ser parte de un colectivo históricamente subalternizado, cuyo mejoramiento no depende solo del esfuerzo individual de sus miembros, sino de la sociedad y sus múltiples estructuras de funcionamiento, que deben promover un ámbito propicio para la materialización de esos anhelos de equidad y justicia.

Como agrupación, sus ambiciones trascienden estos elementos de abordaje social para abarcar otras complejidades existenciales y sonoras, a pesar de que permanecen en continua superación desde los planos de la poesía, la literatura y la música, en admirable representación de cubanía que ratifica el inagotable acervo cultural que confluye a lo largo de la Isla.

17 septiembre 2022 4 comentarios 1k vistas
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Cuestión racial

La cuestión racial, en las penumbras de la sociedad cubana

por Laura Rivalta 14 septiembre 2022
escrito por Laura Rivalta

Hace unos meses, durante una reunión de amigos en casa, estuvimos conversando acerca del racismo y los prejuicios raciales en nuestro país. Uno de ellos —de piel blanca— en forma genuina preguntaba: «¿Existe racismo en Cuba?», y se respondía a sí mismo: «No caballero, aquí no hay eso».

Al escuchar esta expresión quedé sorprendida, fue difícil asimilar que alguien esté convencido de que en Cuba no existen barreras raciales, siendo un problema que me afecta a diario, como joven negra. Pero como mi amigo también piensan  muchos otros cubanos.

Aquellas personas que no pertenecen a la raza negra, difícilmente entiendan la experiencia de vida de los afrodescendientes. Incluso en la sociedad contemporánea, donde ya no se condonan la esclavitud y la trata de personas, ser negro aún resulta complicado. Actitudes como las que sufren los negros que huyen del conflicto armado en Ucrania, desplazados por autoridades que dan preferencia a ciudadanos de piel blanca, demuestran que el racismo todavía corre por las venas de nuestra sociedad.

Los prejuicios están latentes y afectan la vida de negras y negros en todo el mundo, quienes vivimos cada relación social a través de un lente racial cargado de prejuicios y estereotipos; sin embargo, tal fenómeno puede resultar aún más problemático en un contexto en que la cuestión racial se considera superada y se llega a invisibilizar.

La Revolución cubana desde sus inicios tuvo un carácter humanista, enfocada en resolver las desigualdades y dificultades sociales existentes, y así fue con el problema racial. No obstante, a diferencia de otros fenómenos —como el rol de la mujer en la sociedad—, el tratamiento del racismo quedó rezagado y, de forma progresiva, se convirtió en un tema tabú y en apariencia solucionado. En consecuencia, aún la discriminación racial y la situación económica y social del negro permanecen insuficientemente abordadas.  

A pesar de sentirme libre y segura en mi país, a lo largo de mis veintitrés años he tenido continuas experiencias discriminatorias que me permiten afirmar la persistencia de prejuicios raciales en nuestra sociedad. Y aunque los afrodescendientes en Cuba generalmente no somos víctimas de macroagresiones, o actos y expresiones racistas explícitas y violentas; las mismas han sido remplazadas por microagresiones, es decir, ofensas breves y cotidianas, manifestadas de forma verbal, conductual o ambiental; sean voluntarias o involuntarias, y expresadas a través de humillaciones e insultos raciales negativos.

Cuando muchos piensan la cuestión racial en Cuba, tienen como punto de referencia el racismo sistémico, la encarcelación masiva, la brutalidad policial y los crímenes de odio en otras latitudes geográficas; circunstancias que juiciosamente los medios internacionales y nacionales han condenado durante años. Es cierto que la brutalidad policial, así como los crímenes de odio, raramente se ven en nuestra sociedad, en la medida en que ocurren, por ejemplo, en Estados Unidos. Sin embargo, ¿es esto señal de que los negros y negras vivimos en un país que no distingue la raza? Rotundamente, no.

Cuestión racial

La brutalidad policial, así como los crímenes de odio, raramente se ven en nuestra sociedad, en la medida en que ocurren, por ejemplo, en Estados Unidos. (Foto: Getty Images)

Afirmar que en Cuba se ha llegado a una época posracial, invalida las experiencias de aquellos que son marginados. He escuchado en numerosas ocasiones a personas que anulan mis vivencias como joven negra cuando aseguran que los blancos no tienen privilegios, y que al menos en nuestro país no existen manifestaciones racistas.

En Cuba coexisten discriminación racial, racismo estructural, y prejuicios raciales, arrastrados durante años sin ser apropiadamente tratados y solucionados. Los blancos continúan siendo el referente y ostentan las más altas posiciones económicas y de poder en un país donde los afrodescendientes nunca dejaron de estar en segundo plano.   

Desde pequeña me percaté de que era diferente. Ser una niña de primaria y escuchar como otros jóvenes, al salir de la escuela, me gritaban «Negra», como ofensa, hizo que cuestionara mi color de piel y me marcó por el resto de la vida.

El bullying es un fenómeno horrible que lamentablemente muchos niños, niñas y jóvenes experimentan en su vida. Sin embargo, sufrirlo a costa de tu color, con tan poca edad, te revela que tu piel no pasará desapercibida, sino que tendrá un rol protagónico en tu vida.

Alguien muy cercano me comentó hace poco, cómo a causa de las burlas en su secundaria y en la calle dejó de mirarse al espejo durante largo tiempo. Esta anécdota me alertó sobre cuán impactante resulta que utilicen tu color de piel para ofenderte; demuestra que la sociedad actual aún considera que ser negro es una «desgracia», o se iguala a ser feo o bruto, en fin, a ser inferior al blanco.

Desde la infancia, los niños y adolescentes adoptan pensamientos y conductas aprendidas en su entorno familiar. Te das cuenta cuando escuchas las burlas hacia el pelo afro de las niñas negras, o como aún lo llaman: «las pasas»; cuando las llaman «feas» porque no tienen un color de piel claro y su pelo no es lacio, o cuando muchos no las encuentran atractivas porque en ocasiones en sus casas se les dice: «Aquí no me traigas una novia negra».

Los niños no nacen racistas, ni con prejuicios instalados en sus mentes de forma automática. Dichas expresiones y conductas se escuchan y se aprenden en la familia, el barrio, la escuela, los medios de comunicación y las redes sociales.

También, como alguna vez debí soportar, muchas niñas y hasta niños negros sufren los daños del llamado desriz de potasa u otro producto químico para lacear el cabello. Y es que, de seguro ha escuchado o ha sido partícipe de la categorización del «pelo bueno» de los blancos y el «pelo malo» de los negros. Hasta a mí a veces se me va, aunque trato siempre de corregirme. Claramente, no hay pelos buenos ni malos, sino de diferentes texturas y cuidados.

Cuestión racial

No hay pelos buenos ni malos, sino de diferentes texturas y cuidados. (Foto: Negolution)

Siempre hago esta analogía: la piel blanca es conocida por ser muy sensible a los rayos solares y requiere muchos más cuidados, mientras que la piel negra es más resistente al sol; sin embargo, nadie se refiere a la piel blanca como mala, ni a la negra como buena, simplemente son diferentes.

Que aún se intente denigrar los rasgos afrodescendientes, resulta vergonzoso. Estas denominaciones, —surgidas en época de la esclavitud, cuando los blancos colonizadores se designaron como la raza superior— continúan transmitiendo estereotipos y frases racistas de una generación a otra.

Desrizar el pelo es consecuencia de la denigración hecha al pelo afro y rizado durante años. A pesar de que actualmente vemos a más niñas, adolescentes y jóvenes aceptando su cabello natural, muchas aún buscan sentirse valoradas por una sociedad que las considera no deseadas por tener el pelo afro, la nariz ancha, los labios gruesos y la piel oscura. El laceo del pelo es resultado de prejuicios enraizados en nuestra comunidad, y fue una forma que los afrodescendientes encontraron para encajar y acercarse a los estándares de belleza del blanco.

Crecer con estos estándares crea en personas negras complejos hacia su raza, que las alejan de la belleza y fuerza que tiene nuestro color. Pasamos cada día escuchando frases, chistes y presenciando comportamientos negativos que progresivamente afectan la psiquis, autoestima y dignidad de los afrodescendientes; y en efecto, logran que nos creamos inferiores. Es importante que hagamos saber a nuestros niños y niñas, que ser negro es bello; debemos hacerlos sentir valorados y enseñarlos a aceptarse sin importar lo que sugieran los estándares sociales.

Desde pequeños, muchos afrodescendientes se convencen de que su color de piel es una desventaja, y a la vez aprehenden los prejuicios y estereotipos hacia su propia raza. Es de esta manera que vemos negros con prejuicios hacia otros negros, pues han internalizado el racismo presente en la sociedad.  

Casi de manera absoluta puedo afirmar que un niño blanco nunca recibirá ofensas relacionadas a su color de piel, al contrario, se le atribuirán de inmediato todas las cualidades que aún se asocian como inherentes a las personas blancas. Los blancos ya tienen ganadas las cualidades buenas, los negros nos las tenemos que ganar, pues somos juzgados instantáneamente en base al color de piel.

Existe otra microagresión con la que los afrodescendientes debemos lidiar. Ya es normal para muchos negros el saber que tenemos que trabajar y estudiar el doble, pues son diversos los estereotipos a romper en el ámbito escolar y profesional. A lo largo de mis estudios, siempre estuve entre los mejores alumnos, no obstante, sentía que al ser negra tenía que estudiar un poco más y ser más disciplinada.

Primeramente, numerosos profesores tienen prejuicios y asocian con frecuencia la inteligencia y el buen comportamiento a los estudiantes blancos; mientras, los estudiantes negros están sujetos a expectativas y prejuicios que deben romper. En ocasiones, sentía mucha presión, pues si no alcanzaba buenas notas sabía que algunos profesores no me verían a mi, sino a mi raza. Por estas situaciones pasan no pocos afrodescendientes, que detentando cargos y responsabilidades sienten que deben representar a la raza y saben que de no cumplir con las expectativas, el resto dirá: «¡Tenía que ser negro!»; y eso es lo que no queremos que digan.

Cuando un negro comete un error o tiene un mal comportamiento, muchos no lo toman como una acción individual, sino que se lo atribuyen a la raza. Esto es lo que cargamos a nuestras espaladas; los estereotipos que durante años se han construido.  Si no eres una persona de color, seguramente no has lidiado con esta experiencia, tu raza no habla más de ti que tu persona.  

El racismo y los prejuicios raciales en Cuba subsisten en determinadas frases que oímos a diario. Seas hombre o mujer, si tienes una pareja blanca, seguro has escuchado: «Oye, tú si ganaste», «Vaya, le hiciste un favor a tus hijos», «Tú si adelantaste la raza», «Fuiste inteligente» o «Qué suerte la tuya».

Asimismo, si te destacas en el ámbito escolar o profesional, desde luego has escuchado: «Oye, tú debes ser blanco por dentro», «Tú si eres un negro de verdad» o, como me dijo mi director en el preuniversitario: «No, pero tú por dentro eres rubia de ojos azules», haciendo alusión a mi disciplina y buenos resultados académicos.

Cuestión racial

Si te destacas en el ámbito escolar o profesional, desde luego has escuchado: «Oye, tú debes ser blanco por dentro». (Foto: Kaloian Santos)

O si eres negro con facciones y rasgos de blanco, te han halagado diciéndote: «Es un negrito de salir» o «Eres linda para ser negra», como en diversas ocasiones me han comentado.

En conclusión, te halagan si tu pareja es blanca, si tus hijos no salieron negros como tú, e incluso, si te acercas a sus estándares de belleza. ¿Pero es esto realmente un halago? No creo que deba agradecer a nadie que me diga que adelanté la raza, ni que soy una «negrita de salir» porque tengo «facciones finas o de blancos». Al contrario, me siento indignada, irrespetada, por comentarios y frases que continúan poniendo a la raza blanca en lo alto de la pirámide social, mientras que el negro queda en segundo plano.

Los negros no tenemos que adelantar la raza. Si mi hijo es tan negro como yo, seré tan feliz como si no lo fuera, me sentiré orgullosa de su raza y haré que también se sienta así. No es una desgracia heredar la piel negra oscura, el pelo afro y la nariz ancha.

Por otro lado, si soy buena en mi trabajo y en la escuela, si soy disciplinada y respetuosa, no es porque nací blanca por dentro, pues en realidad soy tan negra por dentro como por fuera. La inteligencia y buenos logros son consecuencia del estudio y sacrificio de cualquier persona, son cualidades que no están asociadas a color de la piel alguno, ni blanco ni negro.

Aún resulta difícil para la sociedad cubana relacionar cualidades buenas con los afrodescendientes. Esto se traduce en los estereotipos asociados a una persona negra. Todavía muchos se asombran cuando comento o saben que soy licenciada en Derecho, trabajo como modelo, domino el idioma inglés, no tuve un hijo con diecisiete años, y tampoco soy revendedora. Si fuera blanca, quizás la reacción sería diferente y no causaría tanta sorpresa.

Y es que la sociedad mantiene una visión reduccionista de las personas negras; aún las ven como delincuentes, trabajadores sexuales o de escasa educación. Un ejemplo cotidiano es cuando están acompañados de un extranjero blanco, y de forma inmediata e inconsciente, las personas a su alrededor y hasta los agentes policiales relacionan al afrodescendiente con la prostitución. Cuántas veces no ha sido inquirido por las autoridades un negro acompañado de extranjeros; y solo luego de demostrar su nivel de educación y trabajo logra evitar la detención.

Esto me hace recordar la publicación en Instagram que realizara una influencer negra colombiana sobre su experiencia cuando viajó a Cuba con su esposo blanco. Ella comentaba lo mal que se sintió en cada lugar al que iba, las miradas discriminatorias y la falta de atención, pues a la hora del servicio siempre se dirigían a su esposo, al asumir que por ser negra y estar acompañada de un blanco, él era el proveedor. No les pasaba por la mente que pudiera ser su esposa, y una mujer independiente y trabajadora.

En muchos casos nuestro color de piel nos impide alcanzar metas y establecer relaciones deseadas. Aún vemos como el mundo del ballet clásico es predominantemente blanco, no imagino cuantos niños y niñas negros quedaron sin sus sueños realizados.

En la mayoría de los centros de trabajo o negocios, estatales y privados, e instalaciones turísticas, los negros continúan ocupando los trabajos peor remunerados, con pocas excepciones. No es casualidad que todas las trabajadoras de limpieza o los custodios sean afrodescendientes, mientras los gerentes y jefes son blancos. Cuando voy a algún establecimiento gastronómico, sobre todo privado, siempre noto que las dependientas, bartenders y personal que atiende al cliente, son blancos.

La representación de los afrodescendientes en el arte cubano también es clave para reflejar y luchar contra los clichés raciales. Los artistas expresan la realidad que les rodea a través de su arte, sin embargo, también deben romper barreras y construir nuevos paradigmas sociales. El arte influye en la personas y puede impactarlas de forma positiva, o negativa. Es por esto que la representación importa.

Cuestión racial

Victor Patricio Landaluze, «Día de los Reyes en La Habana,» ca. 1860s–1880s. (Foto: Museo Nacional de Bellas Artes, La Habana)

Las pieles negras deben estar representadas en el cine, la televisión, la música, la moda…, de manera tal que se rompa con los estereotipos raciales y se deconstruyan los prejuicios. El arte no ha de reafirmar los clichés que existen, sino que debe servir de facilitador en la lucha contra el racismo.    

El racismo no es un tema que se aborde con frecuencia en los medios de comunicación en Cuba. Incluso, en el cine y la televisión no se trata a fondo y, cuando se hace, se limita a las dificultades de una pareja interracial. Sin embargo, es importante tener en cuenta que ser negro, y las dificultades que esto conlleva influye en la vida cotidiana, el trabajo, la familia, los comentarios que escuchamos en la guagua, la cola, el taxi y hasta en la escuela.

Se necesita instaurar más espacios mediáticos donde se confronten con frecuencia, de forma íntegra y honesta, los conflictos de los afrodescendientes. De manera clara, se deben develar las disímiles formas en que se manifiestan los prejuicios raciales en Cuba.

La forma en la que concebimos a los afrodescendientes en los medios es realmente influyente en los espectadores, quienes de manera inconsciente asimilan la imagen que se proyecta de una persona negra. En especial la mujer negra «prieta», como muchos le llaman, carece de representación en videos musicales, películas, teleplays, series y programas de televisión. Son numerosos los videos musicales en los que la presencia de protagonistas negras de piel oscura es casi nula; vemos modelos blancas y mulatas de pelo rizo, o «pelo bueno», pero muy pocas veces negras oscuras.

Resulta decepcionante que incluso directores y artistas negros opten por reafirmar los estándares de belleza tradicionales, al anular la representación de mujeres afrodescendientes. Como modelo, he vivido contadas experiencias en las que mulatas o blancas sean preferidas sobre negras con afro. Por lo general, entre muchas modelos blancas y mestizas suelo ser la única negra, cual forma de cumplir con la cuota de negritud. Por el contrario, con clientes extranjeros los modelos negros y mestizos abundan, pues para ellos somos la representación de la cubanía.

Aunque en las series y programas televisivos nacionales se observe mayor presencia de afrodescendientes, todavía se opta por actores y conductores blancos, mestizos o negros con rasgos físicos considerados «finos». De la misma forma, los audiovisuales, perpetúan muchos estereotipos contra los que hemos luchado durante tanto tiempo. Aun cuando aparecen personajes negros en la televisión y el cine, casi nunca son protagónicos o de interés romántico, sino secundarios, en papeles de apoyo, o como delincuentes y marginados; en fin, que en pocas ocasiones desempeñan papeles importantes.

Recuerdo cuando Disney anunció una versión de la película animada La sirenita Ariel cuya protagonista sería negra. Muchas personas blancas que conozco alegaban que con ello arruinarían su infancia. No logro concebir el nivel de ignorancia y egocentrismo de tales individuos, que piensan que esto se trata solamente de ellos y su infancia.

Esto demuestra cuán internalizado tenemos, como sociedad, que la raza blanca sea el referente, al punto de que esas personas nunca pensaron que mi infancia y la de muchos niños y niñas afrodescendientes sí pudo estar arruinada, pues crecimos viendo casi la totalidad de las princesas, barbies y héroes blancos, y ninguno fue de piel negra y pelo afro.

Considero que este tema ameritaría mucha atención, pues la representación es muy importante e influyente, y en Cuba aún tenemos que lidiar con la forma arquetípica en que concebimos al negro en el arte. Y es que la sociedad es diversa, y esa variedad debe verse personificada. La industria cultural tiene que contribuir a la inclusión del afrodescendiente, con el objetivo de superar la idea del blanco como referente cultural casi exclusivo.

El racismo y los prejuicios raciales sí existen en Cuba. Se hace necesario visibilizar en todos los ámbitos, la situación de los afrodescendientes. Resulta clave instruir sobre este fenómeno a los niños y jóvenes en todos los niveles educativos, las comunidades y familias en todos los territorios del país.

Los medios de comunicación y las manifestaciones del arte han de servir en el proceso de transparencia del tema. Las instancias de poder deberán manejar la cuestión racial de manera genuina y no como estrategias y estadísticas a cumplir. La sociedad cubana debe despertar y reconocer que el racismo es un problema social aún presente, si queremos construir una nación verdaderamente justa e igualitaria.     

14 septiembre 2022 21 comentarios 2k vistas
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Activismo afrodescendiente

Retos del activismo afrodescendiente cubano

por Lixandra Díaz Portuondo 1 septiembre 2022
escrito por Lixandra Díaz Portuondo

La agenda mundial dedica varias jornadas a la celebración de la cultura africana y la afrodescendencia en general, con especial énfasis en sus características simbólicas y folclóricas. No obstante, es necesario acercarse a este grupo poblacional desde sus realidades. La comunidad afro necesita más de políticas públicas sistemáticas que ayuden a fortalecer sus capacidades y romper con condicionamientos de precariedad heredados, que de posts de solidaridad y empatía.

A casi tres años de la implementación del Programa Nacional contra el Racismo y la Discriminación Racial, debe atenderse a sus resultados y a los de otros proyectos asociados con influencia directa en sus beneficiarios.

El censo poblacional de 2010 registró que el 35.9% (4 006 926) de la población cubana es afrodescendiente. Las políticas dirigidas a ellos deben enfocarse en romper con las condiciones que derivan en la reproducción de sus índices de pobreza y vulnerabilidad. En ese sentido, el activismo afrodescendiente puede considerarse un medidor de sus necesidades reales, una alternativa para exigir la formulación y cumplimiento de legislaciones equitativas e integradoras, y una vía para la auditoría de resultados concretos.

Por consiguiente, sería oportuno articular en Cuba un activismo de carácter sinérgico y multidisciplinar que atienda estos retos principales:

— Rediseño de políticas públicas a partir de resultados demográficos: El enfoque de cualquier estrategia debe basarse en estudios actualizados sobre la situación de los sujetos a quienes va dirigida y atender a cuestiones como el territorio de origen y de residencia, rangos etarios, niveles educacionales, solvencia económica, identidad de género y perspectivas en el país.

— Activismo feminista antirracista: Aunque en los últimos años el tema de la influencia africana ha ganado espacio en la agenda pública y, pese a las reservas, en la mediática, es necesario un activismo antirracista que defienda los derechos de las mujeres afrocubanas y lleve el tema a la agenda política.

La Federación de Mujeres Cubanas (FMC) no atiende a la mayor parte de la agenda feminista del país. Como es de suponer, tampoco responde a las necesidades puntuales de las mujeres negras porque, políticamente, no hay diferencia. Sin embargo, estas tienen mayores dificultades para acceder a trabajos particulares bien remunerados, muchas viven en condiciones de hacinamiento y son dependientes de una economía presentista, o sea, de subsistencia diaria.

Activismo afrodescendiente

La FMC no atiende a las necesidades puntuales de las mujeres negras porque, políticamente, no hay diferencia. (Foto: Alejandro Ernesto/EFE)

— Fomento del empoderamiento económico a través de emprendimientos: La influencia de nuevos emprendimientos que defienden la diáspora africana en el país es evidente y han logrado cambios sustanciales en la percepción colectiva de la afrocubanidad desde la moda, la estética y los valores culturales en general. De hecho, muchos de estos emprendimientos están dirigidos por afrodescendientes, lo que muestra una perspectiva de desarrollo.

Sin embargo, es responsabilidad del activismo velar para que la ruta de sostenibilidad de estos negocios no olvide los motivos de su surgimiento y que su base y directriz imperecedera sea el fortalecimiento de las capacidades de la comunidad afrodescendiente que les rodea.

También se debe abogar por la muestra de belleza afrocubana en su totalidad, sin ponderar unas características fenotípicas por encima de otras. Ello nos alejaría de una regresión a la búsqueda de la mulata esbelta, con curvas y rizos perfectos y el mulato fornido. La aceptación de la matriz afro tiene que implicar la correspondencia e identificación de la comunidad con la imagen que se divulga.

— Fortalecimiento y cumplimiento de los principios de proyectos institucionales y de desarrollo local: Las comunidades vulnerables, a nivel internacional, son beneficiarias de ayudas, colaboraciones, presupuestos que se dedican a crearles mejores condiciones de vida.

Potenciar la identificación cultural y las capacidades de la comunidad afrodescendiente, puede ser un objetivo declarado clave para acceder a subvenciones. Sin embargo, nada se logra sin el compromiso de los responsables con la comunidad en la que ejercen. Visitar las viviendas, identificar necesidades, resolverlas y darles seguimiento son algunas de las tareas que los proyectos deben cumplir a cabalidad.

Lograr resultados tangibles que alivien las carencias de la colectividad aumenta la credibilidad de cualquier proyecto y, lo que es más importante, hace que las personas se apropien de él, volviéndolo más sostenible. El desarrollo local se basa en que la comunidad se valga de los recursos para su progreso económico, político y social. Como colofón, está la formación de actores que vivan en el mismo entorno, quienes por su compromiso, mantengan los resultados del proyecto en el tiempo y velen por su evolución.

— Reconexión identitaria: El conocimiento popular sobre la cultura afrocubana señala los tambores, los colores, la religión yoruba, como características esenciales de esta población folclorizada en la visión e imagen turísticas de la isla. Sin embargo, la comunidad ha vivido una etapa de desconexión con lazos tangibles de su raíz, lo que no le permite ver a los antepasados como algo propio.

Apremia abrazar enseñanzas familiares que ayuden a fortalecer la identidad y transmitirlas como grabar caminos en trenzas, utilizar el kanga o portabebés, conocer de etnobotánica y rescatar elementos de la culinaria tradicional cubana, que tanta impronta africana tiene.

Debe hacerse de modo que no suene a melancolía, sino a resistencia. La búsqueda del saber ancestral es un conector entre pasado y presente, pero también una suerte de salvavidas. Así como los africanos readaptaron su alimentación y costumbres para sobrevivir en la Isla a las tormentosas condiciones de explotación, recurramos a sus saberes para sobrevivir a tiempos difíciles de escasez.

Activismo afrodescendiente

Así como los africanos readaptaron su alimentación y costumbres para sobrevivir en la Isla a las tormentosas condiciones de explotación, recurramos a sus saberes para sobrevivir a tiempos difíciles de escasez.

En el Congreso Internacional de Investigadores sobre Infancias, Adolescencias y Juventudes, celebrado en marzo del presente año, la investigadora María del Carmen Zabala expresó que en Cuba, a pesar de los avances de la población negra y mulata, debido a las transformaciones llevadas a cabo por la Revolución, se han constatado limitantes socioeconómicas en este grupo poblacional y aún hay prejuicios, estereotipos y prácticas discriminatorias.

Según Zabala, las investigaciones sobre pobreza en la Isla evidencian que el emparejamiento temprano y consecuente maternidad adolescente, el abandono de estudios, la informalidad laboral, la inestabilidad social, económica y cultural de las familias son factores mediados por el género, el color de la piel y los rangos etarios.

A nivel social, urge potenciar el tratamiento del factor afrocubano como un elemento humano, sin solapar su realidad por el afán integrador. Para Don Fernando Ortiz, «la cubanidad es principalmente la peculiar calidad de una cultura»; por lo tanto, la percepción que tengamos de los elementos históricos —entre los que figura inexorablemente el africano-— evidencia nuestro valor y calidad como sociedad.

Teniendo esos elementos en cuenta, será posible trazar estrategias más apropiadas para minimizar los índices de pobreza y vulnerabilidad, desmitificar pensamientos discriminatorios y potenciar el valor de la comunidad afrodescendiente en favor de su desarrollo. Reconocer las diferencias es un acto necesario para trazar rutas que conduzcan hacia caminos de iguales.

1 septiembre 2022 12 comentarios 896 vistas
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