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Movimientos tectónicos

por Yassel Padrón Kunakbaeva 22 febrero 2019
escrito por Yassel Padrón Kunakbaeva

Algo se mueve en lo profundo de la sociedad civil cubana. Nadie sabe con certeza si se trata del nacimiento de una nueva época o de un simple espasmo transitorio. Pero no caben dudas de que algo se mueve.

Los cuestionamientos al Decreto 349, la campaña por el Modelo Original contra el artículo 68, los reclamos de los cuentapropistas contra las excesivas restricciones, las huelgas de boteros y, más recientemente, la creación de redes espontáneas de solidaridad para ayudar a las víctimas del tornado, son una muestra fehaciente de que la sociedad civil está despertando.

Ahora bien, sería disparatado decir que la sociedad civil cubana apareció ahora de repente. La sociedad civil siempre estuvo allí. El problema es entender qué había pasado con ella, por qué no la sentíamos o la sentíamos menos, por qué estaba invisibilizada.

Es importante recordar que Cuba pasó por un proceso revolucionario en dos etapas: la primera de ellas una lucha insurreccional en la década del cincuenta, en la cual la sociedad civil completa se convirtió en escenario de subversión, y la segunda en la década de los sesenta, durante la cual se sentaron las bases de un modelo de sociedad de transición socialista.

La sociedad civil cubana quedó transformada, adoptando una morfología y funcionamiento diferente al resto de las sociedades capitalistas

En el capitalismo actual, sobre todo en los países desarrollados de Occidente, puede observarse un elevado desarrollo de la sociedad civil. Sin embargo, ello tiende a camuflar la verdadera naturaleza de estos sistemas: allí se considera como elemento central de la sociedad a las empresas privadas, mientras que el resto de la sociedad civil solo es reconocida en la medida en que sirve como correa de transmisión de la hegemonía burguesa. Para cerrar el esquema, es preciso entender que en esas sociedades el Estado ejerce solo un papel de gendarme que vela por los intereses de la burguesía, el cual se verá menos obligado a usar su potencial coercitivo en la medida en que sea más amplia la sociedad civil hegemonizada por dicha burguesía.

Así funciona el sistema de fuertes y casamatas que protege a la clase dominante, tal y como nos enseñó el viejo Gramsci.

En una sociedad de transición socialista, se supone que las cosas sean muy diferentes. Se supone que la sociedad civil no sea instrumentalizada, sino que sea el escenario del cual se apropien las clases subalternas, para organizarse y pasar a ejercer directamente el poder político. Es decir, a contrapelo de la clásica separación burguesa entre Estado y sociedad civil, en la transición socialista debe darse una coordinación funcional entre ambos. Debe surgir una dupla estructural sociedad civil/Estado, dentro de la cual el elemento central deberá ser por supuesto la sociedad civil, pues serán las organizaciones de la sociedad civil las que se apropiarán de las funciones y facultades del aparato estatal.

En Cuba se dio este proceso de una forma bastante orgánica. En primer lugar, porque el triunfo revolucionario no hubiera sido posible sin la participación de casi toda la sociedad civil cubana. Se puede decir, sin error, que el 1ro de enero de 1959 la espontaneidad de la sociedad se impuso por encima de todas las formas anteriores de Estado. En segundo lugar, porque durante la década del sesenta surgió un nuevo Estado que tenía como matriz las nuevas organizaciones que surgían dentro de la sociedad civil: las ORI, la FMC, la Asociación de Jóvenes Rebeldes, las Milicias Nacionales Revolucionarias, etc. La sociedad cubana de los sesenta se acercaba mucho a lo ideal para un proceso de transición socialista.

Sin embargo, después comenzaron los problemas. La vieja vanguardia del proceso insurreccional, que también capitaneó el desarrollo revolucionario de los primeros años sesenta, no fue lo suficientemente consciente de la necesidad de mantener la primacía del poder popular, en oposición a la práctica institucional soviética. La influencia que llegaba desde la URSS llamaba a la entronización de la vanguardia política, apropiada del aparato estatal, por encima de la sociedad. Cuba, sobre todo a partir de 1971, terminó aceptando ese modelo soviético, incorporando a su sociedad las mismas desviaciones que se observaban en todo el sistema del socialismo real.

De este modo, en Cuba, la dupla estructural sociedad civil/Estado siguió existiendo, pero de tal modo que el elemento fundamental pasó a ser el Estado. Fue como un momento de congelación. Las organizaciones de masas y políticas, así como los sindicatos, en lugar de gobernar al Estado, pasaron a quedar cautivas de este. Una sociedad que en teoría debía ser menos estatista que todas las conocidas anteriormente, pasó a ser extremadamente estatista. Una desviación típica de la Guerra Fría.

Hasta el sol de hoy, las organizaciones oficiales cubanas siguen cautivas del Estado

La ley de asociaciones vigente plantea de manera expresa que toda asociación deberá ser siempre “atendida” por una institución estatal. Por ese motivo, salvo contadas excepciones, estas se han convertido en un instrumento incapaz de canalizar la espontaneidad de la gente. Al contrario, su papel más bien parece haber sido el de servir como contención, hacer de la sociedad civil un aburrido bloque en el que cada cual tiene un papel asignado de antemano.

Eso fue lo que pasó con la sociedad civil cubana. Después de un momento de inmensa espontaneidad, fue sometida a un rápido congelamiento, de tal modo que quedó petrificada. Sus organizaciones se convirtieron en estatuas, vacías de contenido.

Solo muy lentamente comenzaron a surgir, con el paso de los años, y sobre todo a partir de los años noventa, nuevas maneras de organizarse en la sociedad civil. Las iglesias y los movimientos religiosos, los proyectos culturales y comunitarios, movimientos artísticos, etc., estuvieron entre los fenómenos emergentes más comunes. Muchas veces no contaban con el reconocimiento del Estado, por lo que se veían forzados a buscar una “sombrilla” oficial o a enfrentar la desaparición.

Ahora, por muchos motivos, estamos viviendo un despertar de la sociedad civil cubana. En las postrimerías del 24F la sociedad ha dado más muestras de capacidad de movilización crítica (tanto para causas loables como para otras no tanto) que en muchos años anteriores. Lo que pasó en La Habana después del tornado que azotó 10 de Octubre, Regla y Guanabacoa no tiene comparación. La gente, a través de las redes sociales, coordinó la ayuda material para los damnificados, así como se movilizó para ir a ayudar.

¿Este despertar renacerá el proyecto socialista o llevará a un progresivo deterioro del Estado en beneficio de una restauración capitalista?

La ayuda a las víctimas del tornado movilizó resortes de solidaridad que nada tienen que ver con los valores burgueses y sí mucho con las reservas culturales creadas por una sociedad poscapitalista durante décadas. Mientras que la discusión alrededor del Decreto 349 fue eficazmente utilizada por la oposición tradicional para dañar la legitimidad del socialismo cubano.

El mayor peligro para este incipiente despertar de la sociedad civil, es que hay fuerzas intentado cooptarlo desde las dos orillas del conflicto político. El mejor ejemplo es la campaña actual que se está dando, tanto por el YoVotoSí como por el YoVotoNo. La sociedad civil se ve forzada a la toma de partido entre dos polos hegemónicos, cortándosele así las posibilidades para un libre desarrollo.

Los que defendemos la idea de un socialismo no estadocéntrico, lo que debemos hacer es defender esa capacidad de movilización autónoma de la sociedad civil. No podemos dejar que aquellos a los que les gusta vivir en Guerra Fría, le sigan cortando las alas a un pueblo que cada vez más quiere gobernarse a sí mismo.

22 febrero 2019 6 comentarios 679 vistas
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Muchas Cubas en una Cuba

por Mario Valdés Navia 8 enero 2019
escrito por Mario Valdés Navia

Cuba llega al 2019 con su nueva constitución aprobada por la totalidad de los diputados/constituyentes y lista para ser refrendada por el pueblo en el referéndum del 24 de febrero. Con los cambios que se le hicieron tras el proceso de discusión popular ganó en democratismo y coherencia, aunque los mecanismos para preservarla e impedir que le pasara lo mismo que a la actual quedarán para la próxima.

El planteamiento de muchos tradicionalistas, relativo a no dar carácter constitucional al matrimonio igualitario, fue resuelto de manera salomónica. Realmente, la solución fue la más correcta y muchos creímos desde un inicio que el tema no debió llevarse nunca a discusión. Por su naturaleza, los derechos humanos son consustanciales a todos y su reconocimiento no debe ser resuelto por votación ni consenso. Un decreto puede resolver el problema y no será nada extraño a la gobernanza cubana.

No obstante, llama la atención que la opinión de una masa fundamentalista, aunque activa y presionante, haya hecho sacar un artículo del proyecto constitucional.  Esto constituye un hito en el debate de temas peliagudos en Cuba. En otros casos –desde la aprobación de mayores edades de jubilación, hasta las actuales regulaciones a los transportistas privados en la capital-, las medidas impopulares sencillamente se han decretado y hay que cumplirlas de porque sí.

¿Será que el reconocimiento a la diversidad y la opinión de las minorías va a establecerse como una práctica en la vida política cubana? Eso sería extraordinariamente beneficioso para la res pública a la que muchos aspiramos. No obstante, su extensión a otros ámbitos va a ser difícil, entre otras cosas porque  el discurso de la identidad es sumamente grato a la hegemonía burocrática.

Desde que se estableció en la Rusia Soviética, la dictadura burocrática socialista no habla nunca sino a nombre de entelequias indeterminadas, tales como: la causa del comunismo internacional/los intereses de todo el pueblo/la masa de trabajadores/los revolucionarios de ayer, hoy y siempre/las mujeres/los campesinos/la niñez y la juventud, etc.

A partir de esta supuesta cohesión y unidad imprescindibles ante las acechanzas -reales, o exageradas- del enemigo interno y externo, la alta burocracia puede medrar a sus anchas con el poder que la sociedad delega en ella. En el caso cubano, no se cansan de manipular conceptos de valor sentimental para las mayorías, como: la Revolución, el pueblo, las masas trabajadoras, la niñez y la juventud, y otros términos generalizadores.

Que haya diversos derechos políticos, económicos y culturales que no se reconozcan plenamente en Cuba y, en cambio, que se haya sido tan respetuoso con los opositores al matrimonio igualitario no lo veo como una negación, sino como un paso de avance. Mejor aún, es un antecedente para exigir también el reconocimiento de otros derechos inalienables, como la libre expresión ideológica y política, el establecimiento de salarios y precios acordes al mercado cubano, la unificación monetaria, el empoderamiento real de los colectivos laborales y los municipios, entre otros.

Desde principios de los años ochenta, el reconocimiento de la diversidad ha adquirido cuerpo en la gobernanza internacional y es hoy un principio de la ciudadanía mundial. Cuba hace bien en defenderlo con uñas y dientes en el plano internacional, tan cargado de unipolaridad y pensamiento único. Así lo hicieron también los recién nacidos comunistas cubanos cuando lucharon por su reconocimiento político entre 1925-1938, aunque por entonces fueran una sección de la Internacional Comunista, creada bajo los auspicios de un gobierno extranjero.

Ese mismo espíritu de respeto hacia el otro debería primar en todos los ámbitos de la sociedad cubana, con la excepción de aquellas actitudes proclives a renunciar a la soberanía nacional en pos de salvar sus mezquinos intereses. Reconocer en el debate constitucional que somos iguales y diferentes; que hay muchas Cubas en esta pequeña Isla y que todas merecen igual consideración y respeto, es un buen augurio para el 2019. Hallo que nos acerca aún más a la república “con todos y para el bien de todos” de que hablara el Maestro, donde como él exigiera, se respetara: “La unidad del pensamiento, que de ningún modo quiere decir la servidumbre de la opinión”.[1]Es que la verdadera unidad en estos tiempos ha de ser la unidad en la diversidad.

[1]“Generoso deseo”, OC. T1, p. 424.

8 enero 2019 16 comentarios 601 vistas
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¿Y el peso cubano?

por Mario Valdés Navia 3 septiembre 2018
escrito por Mario Valdés Navia

El hecho de que el 17 de este mes de septiembre se cumplan 104 años de la presentación de la propuesta de ley que instauraba el peso cubano como nuestra primera y única moneda nacional (MN) y que él no aparezca ni mencionado en la propuesta de constitución que estamos analizando me obliga a volver sobre el tema.

(Artículo relacionado: El peso cubano cumple 104 años)

Vale recordar que, apenas un mes después, en abril de 1915, se declaró como delito rechazar el peso y se advirtió oficialmente a las entidades que podían ser procesadas por no admitirlo como medio de pago. Su puesta en práctica concluyó en septiembre de ese mismo año, con el decreto presidencial que prohibía la circulación de la moneda extranjera en todo el territorio nacional.

Hace catorce años, cuando se tomó la decisión de sustituir el dólar, que circulaba libremente en el mercado cubano desde la aprobación de la dualidad monetaria en 1993, por un billete cubano que lo representara (BCC: Resolución 80, 2004) empezó a hablarse, de manera festinada, de la existencia de dos monedas cubanas.

Realmente el CUC nunca ha sido una MN, sino una representación del dólar al interior de las fronteras cubanas que debía sustituir, uno por uno, a los $ que entraran al país. En otras palabras, una ficha para el consumo interno que sustituyera al $ real –el cual quedaría a disposición del BCC, CADECA mediante- y que no tiene valor alguno como divisa internacional. Una especie de nueva dolarización a lo cubano.

El CUC nos permitiría blindarnos ante las maquinaciones a que nos exponíamos con el uso de la moneda imperial en transacciones internas y externas. Desde entonces, aunque no se penalizaría la tenencia de divisas foráneas, ni se prohibirían las cuentas de ahorro en esa moneda, sí se obligaría al cambio de las divisas para su uso en la circulación monetaria interna. Realmente, hoy ya nadie puede saber si los CUC que hay en la calle, y los que se siguen imprimiendo, representan realmente la cantidad correspondiente de dólares.

Aquella fue una respuesta política, soberana y soberbia, al incremento de las presiones estadounidenses, quienes habían multado exageradamente a un banco suizo que prestaba servicios a Cuba de cambio de los dólares en efectivo recaudados en la red de ventas en divisas. Adicionalmente, se desestimularía la entrada de remesas y otros flujos nominados en dólares estadounidenses, a favor de los euros y otras divisas, al imponerle al $ un gravamen del 10% para su cambio en CUC.

Con la extensión en el tiempo de esta anómala situación, vinieron los problemas archiconocidos que han creado un desbarajuste mayúsculo en la economía cubana y motivaron que, en el 2013, el Consejo de Ministros adoptara el acuerdo de comenzar a trabajar en el proceso de reunificación monetaria. Cinco años después estamos esperando aún el famoso Día 0, en que diríamos adiós al advenedizo CUC y volvería a reinar el legítimo soberano de la circulación mercantil cubana: el peso.

Más allá de disquisiciones monetarias, mi preocupación actual es que en el proyecto de Constitución que discutimos no aparece por ningún lado la reafirmación del peso cubano como nuestra MN. Por eso insisto en que debe haber un artículo que lo proclame a los cuatro vientos y que demuestre la intención real del gobierno de volvernos a la normalidad cambiaria y monetaria.

Yo no sé qué cálculos se hacen y para cuándo será el Día 0, pero dudo mucho que al país le vaya peor con una moneda única que con las dos, tres o cuatro que funcionan hoy, a lo que se suman las varias tasas de cambios diferentes entre CUC y CUP (1×1, 1×2, 1×10, 1×23, 1×24, 1×25) y la inevitable desconfianza internacional y nacional respecto a cualquier dato de la economía insular. Lo cierto es que nadie puede saber a ciencia cierta cuál es el valor real de lo que producimos e intercambiamos en medio de este huracán en que se ha convertido el cálculo de la actividad económica cubana por haber renunciado durante tanto tiempo a nuestro añejo y querido peso cubano.

3 septiembre 2018 26 comentarios 1.017 vistas
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El verdadero cambio

por Alina Bárbara López Hernández 26 abril 2018
escrito por Alina Bárbara López Hernández

Ya pasó. Y sería lógica una mayor expectativa entre los cubanos. A fin de cuentas es la primera vez en casi sesenta años que no está como presidente del Consejo de Estado un miembro de la denominada generación histórica. Pero esta ha sido la crónica de un cambio anunciado, algo así como las inspecciones sorpresivas que nunca sorprenden a nadie.

La autocrítica del presidente saliente respecto a que hubo demoras en traspasar el mando a otra generación es válida. Pero si recordamos los votos que hicieran en 1966 “para que todos los revolucionarios, en la medida que nos vayamos poniendo biológicamente viejos, seamos capaces de comprender que nos estamos volviendo biológica y lamentablemente  viejos”,[1] entonces es una autocrítica tardía.

Lo peor no fue que con los tiempos envejecieran ellos, que es totalmente natural. La vejez puede ser también símbolo de sabiduría. Muchos son los casos de venerables ancianos que le dieron un vuelco a la política de sus países: Mahatma Gandhi y Nelson Mandela por citar dos casos. La edad del presidente anterior no hubiera sido cuestionada si las reformas que anunciara poco después de su asunción se hubieran materializado en un país próspero.

Lo dramático fue en verdad que con la generación histórica envejeció un modelo de socialismo que desde el momento en que se asumiera ya podía considerarse inoperante. Por ello, cualquier cambio que se espere, para ser efectivo, deberá incluir no solo una transformación de la persona que dirija el gobierno, sino una mutación de añejas estrategias y estructuras arcaicas.

Hace casi un año escribí:

El posible reemplazo de la primera figura en la dirección del país, prometido para el próximo año, pudiera utilizarse como ícono de cambios, cuando en realidad una simple sustitución de la dirigencia no echa por tierra una filosofía del inmovilismo. Hay que detectar lo real detrás de lo aparente, y a mi juicio lo aparente es el cambio político, pero manteniendo todo lo demás que sería lo real; es decir, la carencia de un método científico en la planeación de las transformaciones económicas y la existencia de una filosofía escolástica sobre la historia y su devenir, que apela a la pasividad, el conformismo y la incapacidad de reacción para convertir a Cuba en todo lo que los conceptos anuncian: una nación “soberana, independiente, socialista, democrática, próspera y sostenible”.

Con toda sinceridad, ahora soy yo la que hago votos por equivocarme. Y es que nuestro actual dirigente tiene un contexto mucho más difícil que el que existió una década atrás, con un presidente norteamericano que intentaba caminos diferentes y una izquierda que parecía haber llegado para quedarse.

Estamos en medio de la política más indeseada del Norte y con una derecha que trata de ganar los espacios posibles, algunos de ellos perdidos por errores de la izquierda. Si seguimos apostándolo todo al contexto exterior no avanzaremos. El bloqueo no va a desaparecer y el apoyo regional no será el mismo por un tiempo.

El nuevo presidente de Cuba deberá confiar más en el contexto interno. En la gente del pueblo que de verdad quiere prosperar para que sus hijos se queden junto a ellos. Si dejan el artículo 3 del capítulo 1 de la Constitución, que declara irrevocable el carácter socialista, está bien; pero entonces, que la comisión que será encargada de proponer la nueva Carta Magna –lo que debería ser competencia de toda la sociedad– no declare irrevocable al modelo burocrático de socialismo.

Que no se piense tanto en una Ley de inversores extranjeros, cada vez menos receptivos a las invitaciones para colocar sus capitales en la isla –como ha quedado demostrado con la zona de desarrollo del Mariel–, y se permita a los cubanos salvar la nación. Que puedan contar para ello con las remesas familiares, como ha sido usual en China y Vietnam que se nos ponen como ejemplos constantemente. Para los cubanos, la familia siempre será un valor equivalente, a veces más importante, que la patria. Alrededor del diez porciento de nosotros vive fuera de Cuba, no los tratemos como extranjeros y veremos los frutos de ese nuevo trato.

No rechacemos tanto las gratuidades indebidas, que no sabemos a ciencia cierta cuáles son, y aboguemos por el control y la participación de los trabajadores en las decisiones y en la gestión de los planes de producción. Abandonemos los privilegios con que vive la burocracia, empresarial y política, para que sintiéndose más cerca del pueblo, y en condiciones similares, se apresure en lograr resultados. En fin, ahora más prisa y menos pausas. Ese es el verdadero cambio que necesitamos.

[1]Discurso de Fidel en la Universidad de la Habana el 13 de marzo de 1966, en ocasión del IX Aniversario del Asalto al Cuartel Moncada.

(Las opiniones expresadas en este portal son responsabilidad exclusiva de los autores y no representan necesariamente la opinión personal de los editores)

26 abril 2018 30 comentarios 709 vistas
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Cuba estrena liderazgo

por Mario Valdés Navia 24 abril 2018
escrito por Mario Valdés Navia

Tras las felicitaciones y parabienes a Miguel Díaz-Canel por su elección como Presidente del Consejo de Estado y de Ministros, la Revolución Cubana entra en una nueva época llena de expectativas. Si bien ha suscitado variados criterios el hecho de que el Presidente haya puntualizado que las decisiones trascendentales estarían en manos de Raúl, solo los que no conozcan este sistema político pueden estar perplejos. En Cuba la máxima autoridad política es el Primer Secretario del Comité Central del Partido, no el Presidente.

El camino futuro está delineado: el propio Raúl explicó que abandonará ese cargo en el próximo VIII congreso del PCC, previsto para el 2021, y que Díaz-Canel deberá ser su sustituto. Entonces, el nuevo gobernante concentrará en sus manos las tres jefaturas principales (partido, estado y gobierno), como ya las tuvieron Fidel y Raúl. Por tanto, no hay nada oculto en este proceso de sucesión generacional, todo viene ocurriendo en total transparencia y legalidad y el consenso popular es indudable.

Por demás, la historia demuestra que lo más importante en un proceso socialista no es tanto el cargo oficial que se ocupe como el nivel de liderazgo que posea un individuo en las filas del partido y la sociedad. Marx nunca presidió la Liga de los Comunistas ni la Internacional, y Lenin tampoco era la máxima figura del reducido comité central bolchevique cuando ocurrió la Revolución de Octubre.

En el período 1959-1975 Fidel no fue Presidente de la República, sino el Primer Ministro, aunque desempeñaba la jefatura de las fuerzas armadas por lógica delegación de poderes del presidente Manuel Urrutia a su favor en enero de 1959. No obstante, siempre disfrutó de un liderazgo absoluto que lo acompañó desde la Sierra Maestra hasta su muerte, aunque tras su renuncia en 2006  entregó los poderes del estado y el partido a Raúl que era su vicepresidente primero y segundo secretario del partido.

La extraordinaria trayectoria histórica de Fidel lo hizo disfrutar de lo que Max Weber llamó un liderazgo carismático, que traspasó nuestras fronteras. Pero los liderazgos de este tipo no pueden sostenerse en la larga duración porque dependen de una persona, de sus dotes naturales y su historia de vida. Por eso, hallo que una parte exitosa de la obra de gobierno de Raúl ha sido el instaurar una nueva forma de liderazgo, más institucionalizado, que preparara las condiciones del natural relevo  generacional sin traumatismos fatales para el status quo creado por la transición socialista. Pero, sea de la forma que sea, el liderazgo no se hereda ni se otorga por designación.

Y aquí llega el turno a Díaz-Canel, llamado a convertirse en el nuevo líder de la Revolución Cubana. Para eso, como declarara en su investidura, dirigirá sus esfuerzos a mantener la continuidad histórica del proceso y defenderlo exitosamente contra las acechanzas del imperialismo y la contrarrevolución. Pero también tendrá que hacer muchas cosas de otra manera, porque como se han hecho hasta ahora no han funcionado y la gente lleva rato esperando cambios que no acaban de cuajar.

En las esferas de la reanimación de la economía desde dentro, la distribución y redistribución de los ingresos a los trabajadores y sus familias, los nexos inexplotados con la emigración cubana por todo el mundo y la lucha contra el burocratismo corrupto, encontrará campo abierto para liderar procesos que abran nuevos cauces al proyecto revolucionario y devuelvan el entusiasmo y la efervescencia creadora a las masas populares. Esas que siempre han estado dispuestas al sacrificio supremo por la Patria, la Revolución y el Socialismo y por eso se merecen poder vivir de los ingresos de su trabajo honesto, en un clima de mayor prosperidad y democracia participativa, sin paternalismo ni gratuidades que nunca han reclamado ni inventaron ellas.

Con el apoyo de la masa adolorida de los cubanos y cubanas, mayormente sanos, talentosos, emprendedores y revolucionarios, estoy seguro que la capacidad probada de Díaz-Canel para liderar en responsabilidades difíciles llevará a Cuba a niveles más altos de prosperidad y felicidad.

24 abril 2018 29 comentarios 254 vistas
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mirada

Mirada poética al cambio de mentalidad

por Mario Valdés Navia 13 febrero 2018
escrito por Mario Valdés Navia

La insistencia en el tema de cambiar la mentalidad burocrática por la crítica en pos de seguir cambiando lo demás que hay que cambiar siempre engendra múltiples comentarios. Lo cierto es que este fuego cruzado de diferentes signos ideológicos me complace -para eso se escribe en un espacio como este- y da para pensar que el asunto es una necesidad apremiante para seguir reformando el modelo hacia otro socialismo mejor, en momentos en que noto cierta tibieza en el discurso oficial al respecto, como si se temiera quitar la tapa a la olla de presión y no poder volver a ponerla después.

Por otro lado, los que quieren cambiar socialismo por capitalismo, revolución por contrarrevolución y hegemonía burocrática por burguesa, encuentran que el tema no les colma las expectativas y que es más de lo mismo, o quizás, hasta peor, si su implementación en la práctica contribuyera a un perfeccionamiento del modelo que garantice aún más su eficacia socioeconómica y sostenibilidad en el tiempo.

En medio de esta balacera ideológica es gratificante que alguien ofrezca ayuda a estas tesis, más cuando llega desde un sector que ya ha empezado a enviar sus contribuciones en este sentido: el de los poetas –ver el reciente “Salmo al salario”. El amigo Carlos M. Viciedo me ha enviado un poema inédito suyo del 2013 que pone de manifiesto lo complejo de la cuestión y cómo puede generarse un galimatías tremendo si no se clarifican los objetivos, términos y alcances de esta ¿campaña/consigna/tarea/llamado/lineamiento, o condición sine qua non para avanzar?

Ahí les dejo el poema y espero disfruten esta mirada tanto como yo y todos los que no teman pensar distinto siempre que haga falta:

“Cambio de mentalidad”

Hay gente que piensa igual

Y otros que piensan distinto

Yo siempre pensé distinto 

Y me puse a pensar igual

—————————————

Pero ahora resulta  que….,

Los que pensaban igual

Están pensando distinto

Y yo estoy pensando igual…

—————————————

Que los que pensaban igual

Pero  ahora piensan distinto

Y que cuando yo pensaba distinto

Ellos pensaban igual

———————————

Pensé que pensando así

Iba a estar pensando igual

Pero ahora por pensar igual

Estoy pensando distinto

—————————————

Si sigo pensando igual

Estoy pensando distinto

Pero si pienso distinto

Estaré pensando igual

———————————

Como quiera que me ponga

Siempre yo pienso distinto

Y por eso  en lo adelante

Lo mismo me da distinto

Que me da pensar igual.

———————————

13 febrero 2018 11 comentarios 371 vistas
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Las nostalgias recientes

por Consejo Editorial 2 enero 2018
escrito por Consejo Editorial

Por: Harold Cárdenas Lema

(Este texto publicado en Junio 2017 es uno de los más leídos en el año)

Cuba se siente distinta. Extraño a mi presidente criticando el triunfalismo y la estridencia, fustigando en público los problemas de la prensa. Añoro el Partido que promovía un movimiento nacional para cambiar la mentalidad de los más ortodoxos, sin necesidad de marginarlos, como si fuera un problema de todos. Extraño la seguridad con que se anunciaban transformaciones necesarias, sin que nos ganaran las inseguridades o la paranoia. Son nostalgias de hace pocos años, tan distintos y tan cerca.

Dónde fueron las sesiones de esa Asamblea Nacional que anunciaba cambios y no necesitaba darse terapia a sí misma para sentirse en control, que decía (y creía) que todo era posible. Ojalá pudiéramos repetir ese enero de 2013 cuando recuperamos la posibilidad de viajar sin mediaciones, o permitimos la compraventa de autos y casas. Extraño la imposición del sentido común sobre nuestros errores y limitaciones.

No es que no existieran problemas igual de complejos, pero la actitud era otra. Al comenzar los Lineamientos se generó un nuevo consenso, como hacía Fidel, y logramos sentirnos parte de algo. Marino Murillo decía con crudeza lo difícil del momento y su honestidad nos hacía sentir más seguros, quizás tocando fondo y conscientes de los problemas podríamos encontrar la luz al final del túnel.

Cuando fue necesario nos apretamos el cinturón, ahorramos energía, renunciamos a las “gratuidades” en pos de un mejor orden económico. Pocos recuerdan que hace menos de una década el emigrante era un traidor para algunas instituciones, en poco tiempo logramos cambiar esos prejuicios. Fuimos menos homofóbicos como sociedad, los cimientos que soportaban el miedo a Internet comenzaron a ceder, el propio Raúl legitimaba el cuentapropismo y otras formas de gestión, parecía que mucho era posible.

La esfera pública comenzó a nutrirse. Luchamos en la blogosfera cubana y tuvimos victorias que prometían una mejor relación con el Estado, tan aplastante fue la irrupción de nuevos blogs que la blogosfera opositora debió mudarse al periodismo. El 17 de diciembre de 2014 fue el clímax, ver a Raúl estrechar la mano de Obama sin hacer concesiones nos hizo creer que podríamos hacer lo mismo desde la sociedad civil, no contamos con las reservas de paternalismo, soberbia y verticalidad que esperaban su contraataque.

Extraño ese sentimiento de ver a los Cinco cantar junto a Silvio en un concierto, saberlos entre nosotros como una carga más contra los bribones, sin los complejos que tienen los que padecen insularidad extrema. Extraño a Josefina Vidal dándole pelea a los yanquis como un epítome de lo que ha construido la Revolución en medio siglo. Echo de menos el sentimiento de vivir en un país que se mueve hacia el futuro y no el pasado. Extraño no sentirme a la defensiva, escribiendo un post crítico tras otro como si este país no tuviera tantas cosas buenas que pasan invisibles ante nosotros, maldito mecanismo de defensa.

Y sí, tengo nostalgia de cuando Raúl dedicaba más tiempo a movernos el piso, pero sé cuánto lo necesitamos. En estos días difíciles, de muertes injustas e incertidumbre, tranquiliza que sea Raúl quien esté a cargo del proceso de continuidad generacional.

No puedo evitar sentirme más identificado con la Cuba que buscaba un cambio de mentalidad. Añorar al presidente que promovía la crítica como método revolucionario, animando a “buscarse problemas”. Hoy me falta la energía de Alfredo Guevara con su cruzada movilizadora de jóvenes, los artículos de Guillermo Rodríguez en Segunda Cita y las preguntas incómodas de Fernando Martínez Heredia. La muerte traicionera, parece llevarse primero a los herejes, como si quisiera debilitarnos más. Por eso y porque Cuba se siente distinta, tengo nostalgias de hace poco. Ojalá pronto sean un mal recuerdo.

Para contactar al autor: haroldcardenaslema@gmail.com

2 enero 2018 19 comentarios 274 vistas
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mentalidad

Cómo cambiar la mentalidad

por Mario Valdés Navia 11 diciembre 2017
escrito por Mario Valdés Navia

La convocatoria al cambio de mentalidad me parece una consigna aburrida si se torna indefinida y vacía, y profundamente revolucionaria  si se asumiera en serio y llegara a calar en las masas –función esencial de cualquier consigna-, por lo que la precisaría a mi manera diciendo que lo que hay que hacer es cambiar la mentalidad burocrática en mentalidad crítica.

La realidad cubana tiene aristas hermosas y alegres, que nos llenan de orgullo y son ejemplo para el mundo, pero también es cruda y desesperante y esa parte hay que revelarla, discutirla públicamente y superarla a través de iniciativas y proyectos sociales.  Para llegar a eso habría que hacer de otra manera muchas cosas al interior de nuestra sociedad.

Lo primero sería dejar a un lado la doble moral, el lenguaje complaciente y el miedo a las represalias de los de arriba, y seguir el consejo de nuestras abuelitas de decirle al pan, pan y al vino, vino, aunque nos cueste lo que nos cueste. Como dijera Martí, es preferible quemarse siguiendo a la estrella que ilumina y mata, que engordar apaciblemente con la ancha avena del buey manso.

La gente de Cuba tiene el derecho a estar informada de todo lo que ocurra en su país, y ese es el deber primero de sus comunicadores sociales. Realmente, si  se pretende construir una sociedad socialista de productores libres -como gustaban llamarla Marx y Engels- sin contar con una oposición política interna permitida y con medios alternativos que brinden al público una visión diferente de la realidad nacional e internacional, al menos hay que abandonar el lenguaje propagandístico, siempre edulcorado y satisfecho, que caracteriza a los medios oficiales, en particular, a la televisión, aun cuando esté haciendo el reporte de un accidente de tren, o la devastación causada por un huracán.

Claro que el dominio burocrático tratará de escapar siempre de su sepulturero: el control obrero, por todas las vías. La principal es mantener a los trabajadores en la obediencia mediante el habitus de la dedicación absorbente a la lucha por la supervivencia y la abolición de las prácticas de lucha por sus derechos, que va castrando el espíritu de lucha de los individuos hasta convertirlos en una multitud acrítica, lista para aceptar cualquier orientación que les bajen los organismos superiores, aun cuando les parezca, a todas luces, contradictoria e irrealizable desde el principio.

No es posible acabar con esa mentalidad de retranca creando un Buró de Lucha contra el Burocratismo –como ya se fundaron en su momento los ridículos Departamentos de Atención al Hombre-, sino abriendo cauces a la opinión pública mediante leyes –no decretos, ni cartas circulares- que regulen la participación real en diferentes aspectos de la vida social ya obsoletos, tales como: gobernanza pública, actividad económica, cultura, Derecho, comunicación social, medio ambiente, etc.; así como la proliferación de espacios para el diálogo y el debate de ideas entre posturas diferentes que busquen soluciones viables a los problemas de Cuba.

Para eso es imprescindible la iniciativa del Estado, las organizaciones políticas y la sociedad civil, y el cambio de actitud de toda la comunidad mediática. De esa manera el cambio de mentalidad será un punto de partida para transformar la realidad y no un punto de llegada al que arribarían algún día los que tengan paciencia para esperar por las calendas griegas. O, peor aún, que el cambio demore tanto que, como diría mi abuelita: cuando llegue el sombrero ya no haya cabeza.

11 diciembre 2017 71 comentarios 465 vistas
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