Este 16 de noviembre La Habana cumple 503 años de fundada. Elegida como una de las siete Ciudades Maravilla en 2014, presenta enormes desafíos para mantener su liderazgo en el Caribe y satisfacer las necesidades básicas de sus ciudadanos y visitantes.
Otrora cosmopolita y vibrante, actualmente es una urbe que, a pesar de sus indiscutibles encantos envejecidos, belleza natural y carácter abierto; atrae a pocos para residir en ella, con la excepción de compatriotas de otras provincias, a veces de paso. Para mayor tristeza, La Habana ve partir a diario a muchos de sus hijos, mayoritariamente jóvenes pero también adultos mayores, que nunca pensaron terminar sus días en otras geografías. Esto revierte su tendencia histórica como ciudad de inmigrantes que buscaban un clima moderado y condiciones propicias para prosperar.
Celebración del aniversario 500 de La Habana frente al Capitolio. (Foto: Abel Tablada)
La Habana, ciudad que adoro y prefiero por sobre muchas otras que he visitado, se halla en una situación que no anima a celebrar sus logros e historia como hicimos en el aniversario 500. En estos momentos es necesario reivindicar su protección y reflexionar sobre su destino y supervivencia. La ciudad vive un panorama tan sombrío como el del planeta, en medio de una lucha contra el cambio climático que se pierde cada año a pesar de discursos y promesas.
Y si me refiero a La Habana en términos apocalípticos, también podría hacerlo hablando del país, por ser este una extensión maximizada de los problemas de la capital, donde ya no se está seguro caminando por una acera debajo de balcones en barrios del centro, ni durmiendo bajo un techo centenario o manejando por una de sus calles con baches y socavones con aguas albañales.
Derrumbe en una esquina de la Avenida San Lázaro, La Habana. (Foto: Abel Tablada)
Es por esta acumulación de peligros que sobrepasa los números, que los arquitectos, urbanistas y decisores ya no deberíamos hablar solo de la recuperación física de uno o varios edificios, de una calle o Plaza, del arbolado o de las redes técnicas de un barrio. Son necesarias miradas y reflexiones más profundas, y eso trato de hacer en mi doble papel de arquitecto y ciudadano.
Por una parte, imagino lo que pudiera arreglarse y lo hermosa que se vería una esquina de la ciudad, me alarmo ante un añadido poco estético en una casa ecléctica del Vedado, por el color azul intenso dado a algún edificio moderno o por la tala excesiva de árboles a lo largo de una cuadra. Pero, por otra, me digo: no se puede ser superficial queriendo lograr una imagen bonita de la ciudad cuando otras metas sociales y económicas deberían ser prioridades.
Al contrastar ambas visiones, medito sobre lo que en un principio pudieran parecer frivolidades de arquitectos hipercríticos, y concluyo que son consecuencia también de problemas sistémicos más profundos que —sin que descartemos las sanciones injustas de EE.UU. a Cuba—, ocasionan gran escasez de viviendas, alimentos y medicinas; generan barrios y hábitats precarios y poco higiénicos, provocan la reducción del valor de los salarios y por consiguiente la pobreza de muchos ciudadanos y entorpecen la capacidad del país y sus ciudades para generar riquezas y ser sostenibles. La imagen de una ciudad, si se la recorre más allá de los lugares que aparecen en las postales, es un reflejo de su historia y de las sociedades que la construyeron y la habitan en el presente.
Un nuevo plan de ciudad y país
La Habana requiere con urgencia un nuevo plan de ordenamiento y gestión, que debe ir a la par de otro a escala de país encaminado a reestructurar sus instituciones y la forma de funcionar, participar y generar bienestar ciudadano. Debe ser un plan aún más revolucionario, integrador, innovador y resiliente que el creado en su momento a menor escala por el recordado Historiador de la Ciudad Dr. Eusebio Leal Spengler y su competente equipo de colaboradores, al cual tuve el privilegio de pertenecer.
El Dr. Eusebio Leal Spengler en el balcón lateral del Palacio del Segundo Cabo después de una reunión privada con el Arq. Abel Tablada, el 29 de junio de 2018, La Habana. (Foto: Abel Tablada)
Con el Plan Maestro del Centro Histórico, que defendió un actuar pragmático y a la vez utópico, La Oficina del Historiador de la Ciudad fue capaz de romper falsos mitos y aunar personas portadoras de diferentes visiones, pero con un amor común hacia la ciudad, la cultura y la belleza. Consiguió enamorar a los optimistas y a los pesimistas y logró que hasta los detractores respetaran ese gran proyecto, quizás el más premiado, admirado y beneficioso de toda Cuba.
Pero La Habana es más grande y compleja que su Centro Histórico y, mientras se derrumba junto a un país, no podemos seguir cantando cual si no pasara nada. Muchos no miramos para el otro lado, pero tampoco hemos logrado mayor sensibilidad por parte de las autoridades a diferentes niveles, pues ni los lugares y momentos supuestamente adecuados —como asambleas populares o congresos de gremios—, parecen poder llegar a acuerdos que compensen los graves problemas y cambien, para bien, las realidades de la ciudadanía.
Calle Infanta, La Habana. (Foto: Abel Tablada)
Por más que mis colegas hayan hablado, enviado cartas fundamentadas, escrito artículos y culminado investigaciones por varias décadas; para algunos temas —como el del derecho de arquitectos e ingenieros a ejercer de forma independiente y realizar proyectos o consultas técnicas, o la traducción de resultados investigativos en acciones concretas—, se mantienen oídos sordos o respuestas que evidencian soberbia, irrespeto y falta de sensibilidad con las dificultades del país, junto a una gran hipocresía.
Para otros temas, las autoridades a diferentes niveles se comprometen a resolver los problemas, pero se quedan en la superficie en vez de aplicar los principios marxistas de ir a la raíz. Más bien aplican los de toda élite que permanece en el poder por mucho tiempo: cambiar algunas cosas para contentar a las masas y evitar rebeliones, pero sin modificar la esencia del sistema para mantener su poder y privilegios, con lo cual limitan el verdadero mejoramiento de la vida de los ciudadanos, que no se circunscribe únicamente a lo material.
La ciencia y el desempeño de las ciudades
La calidad de vida en una ciudad incluye mucho más que la belleza y el estado físico de sus edificaciones. Esta se puede medir de acuerdo con índices que toman en cuenta indicadores de: seguridad, equidad, higiene, asequibilidad de la vivienda y la canasta básica, calidad de servicios, educación, salud, acceso a actividades artísticas y deportivas, cuidado del medio ambiente, conectividad, confianza en las instituciones, poder de decisión, libertades económicas y cívicas, entre otras.
Dimensiones de la Rueda de Prosperidad Urbana a partir de UNHabitat (2016).*
La Organización de las Naciones Unidas para el Hábitat (UNHabitat) ha elaborado recientemente el Índice de Prosperidad Urbana, que mide el desempeño de las ciudades en base a cinco parámetros principales: productividad, infraestructura, calidad de vida, equidad e inclusión social y sostenibilidad medioambiental. Puntualiza para ello a dos elementos cohesionadores: instituciones gubernamentales con su sistema legislativo, y el planeamiento urbano.
Dicho índice sirve para establecer metas y objetivos que apoyen la formulación de políticas urbanas y planes bien fundamentados y medibles. La Habana, por la falta de datos, no aparece en muchos de esos estudios. Pero si lo hiciera, no creo que obtendría buenas calificaciones en algunos indicadores. A pesar de que los gobiernos locales tienen conocimiento de agendas urbanas con vistas a lograr la sostenibilidad para 2030, estas todavía no logran articularse y traducirse en planes e inversiones con una visión holística de los problemas urbanos. En consecuencia, las acciones que materializan, no contribuyen a la mejoría de la calidad de vida del ciudadano promedio.
La existencia del habanero/a, más allá de apagones recurrentes que son menores que los sufridos en otras provincias y ciudades, se vuelve agotadora por la pérdida de tiempo y el esfuerzo necesario para transportarse y realizar tareas diarias. Añádase a ello que para muchos es también una vida miserable dada la imposibilidad de obtener con sus ingresos, no ya una vivienda digna, sino una mínima cantidad de alimento y sustento material. La suma de dificultades en el día a día es inmensa y, como se ha señalado, provoca que tanto la ciudad como el país se tornen, además de improductivos, casi invivibles. Se crea así un círculo vicioso conformado por un ambiente obstaculizador del desarrollo, baja calidad de vida y poco incentivo para trabajar y generar nuevos valores.
Bodega en 25 y 24, Vedado. (Foto: Abel Tablada)
Si bien es cierto que en La Habana no todo es oscuro y calamitoso, pues se rescatan algunos edificios y entornos urbanos valiosos en el Centro Histórico, se realizan acciones de mejoramiento en barrios precarios, los niños van a sus escuelas y juegan en las calles sin peligro de ser secuestrados, se vuelve a activar la vida cultural, hay muchas personas solidarias, algunos funcionarios dedicados y respetuosos y hasta algún vendedor honrado en el agro; también es cierto que la dura realidad que se vive, el malfuncionamiento de instituciones y servicios, las muy pocas opciones para mejorar —aun realizando estudios superiores— y lo absurdo y demorado de muchas decisiones; provocan malestar, desánimo, desesperanza, desesperación y deseos de emigrar.
Retos y consensos
Los nuevos planes a corto, mediano y largo plazo que necesita La Habana —liderados por servidores públicos competentes y representantes elegidos, pero apoyados por un equipo multidisciplinar con poder de acción que no existe actualmente en instituciones civiles—, deben considerar tanto la recuperación, mejoramiento y conservación de infraestructuras y edificaciones, como la forma de generar riquezas y mantenerlas en el tiempo.
Más desafiante aún es no cometer en esos empeños los mismos errores de otras muchas ciudades, que a la par de generar riquezas aumentan las desigualdades, la violencia, la corrupción y, sobre todo, el daño al medio ambiente. El reto mayor es alcanzar el balance entre satisfacción de la ciudadanía al generar hábitats dignos y seguros, sin sobrepasar la línea de la huella ecológica per cápita permisible para mantener el planeta dentro de los límites aceptables de supervivencia de los ecosistemas.
La Habana será realmente maravillosa, solo si a la par de recuperar su aspecto físico muy deteriorado, sus redes técnicas y su sistema de transporte; también recobra su brío, su deseo de vivir, tener y ver crecer hijos. Será una ciudad atractiva, si además de redimir y crear belleza, también incentiva el buen funcionamiento de sus instituciones y servicios, el buen trato entre sus ciudadanos y la elección de delegados y gobernadores, no por una simple hoja biográfica impersonal, sino por las ideas, planes y aspiraciones de los que van a representar y servir.
Será una ciudad próspera y sostenible si después, ese representante elegido tiene el poder para al menos influir en los cambios graduales que sean necesarios sin que un poder oculto, que no rinde cuentas, los detenga.
Edificio restaurado y vida callejera en Calle Obispo y Mercaderes, La Habana. (Foto: Abel Tablada)
Hay tanto por hacer en La Habana, y en Cuba, que solo un gran diálogo nacional entre todos los cubanos (los de adentro, los de afuera y los itinerantes; los de izquierda, los de centro y los de derecha; los poderosos de ambos bandos y la mayoría silenciosa que no decide y debiera), podrá comenzar a dibujar un futuro posible. Y esta vez, al no excluir a ningún sector, será un futuro consensuado que podrá salvar La Habana, y por tanto a Cuba, con el fin de que recupere su belleza, pero más importante aún, sus deseos y posibilidades de vivir.
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* Fuente: Ricardo Cuberos (2016): «Indicadores territoriales para desarrollo sostenible de la frontera colombo-venezolana». Tesis de Doctorado.
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