“Los hombres han sido siempre, en política, víctimas necias del engaño ajeno y propio, y lo seguirán siendo mientras no aprendan a descubrir, detrás de todas las frases (…) los intereses de una u otra clase.” V.I. Lenin
En su definición más elemental, el lenguaje es la capacidad de los seres humanos de expresar pensamientos y sentimientos a través de la palabra, sea oral o escrita. Como está articulado con la realidad, las experiencias de vida y la conducción de los procesos en cada país, en el terreno político es capaz de llevar tanto a la guerra como a las acciones más altruistas.
Ocurre porque como decía Eugenio de Bustos «El lenguaje político, como todo lenguaje, no es inocente. Intenta siempre, de alguna manera, mover al oyente en una dirección determinada, manipular nuestra conciencia». Por tanto está asociado al poder y la construcción de una hegemonía, que será más efectiva en la medida que el grupo dominante logre que su visión sea asimilada por los demás como lo natural, como parte de la cultura.
No es un fenómeno nuevo ni de poca monta. Con razón, al referirse a América Elvira Ramos escribió que “España vino con la espada, la cruz y la lengua”, creo que justo en ese orden. Sin embargo, a lo largo del siglo XX se fue expandiendo e imponiendo su uso como mecanismo de manipulación sociopolítica para confrontar ideológicamente y dominar. Una suerte de violencia simbólica desde las estructuras de poder. Hoy prevalece y es más peligroso porque reproduce sus prácticas y vicios que terminan por generalizarse en la sociedad.
La gente asimila y reproduce esos discursos a escala social, unos inconscientemente por fuerza de repetición a través de diferentes vías, y otros porque consideran que ciertos objetivos superiores o circunstancias los imponen. Estos últimos pueden llegar a ser un sector amplio que termina por contribuir a esa violencia psicológica sobre los demás. Numerosas palabras y expresiones pasan a ser parte del sentido común al aceptarse como algo indiscutible.
En esa nube se asumen la justificación de que otros están peor, que el país estuvo peor en otra época, o que no es momento para esos temas, etc. Las consecuencias son muchas. Es nocivo cuando la opinión individual se sale del común aceptado por el poder y sus colaboradores, porque la persona se torna más vulnerable a ser aislada y reprimida.
La manipulación de las palabras, de acuerdo con Manuel Secco, “es la cirugía más o menos hábil a que con frecuencia se somete a las palabras desvirtuando su sentido auténtico y poniéndolas al servicio de intereses concretos.” En política, se resaltan las palabras bonitas y altisonantes, consignas, presupuestos dados por priorizados y relevantes. Se apela al sentimiento, mientras se esconde, minimiza, o tuercen los hechos con determinados fines, el primero, asegurarse consenso.
Hoy la manipulación no está tanto en lo que se dice como en lo que no se dice, por eso es importante identificar la nube de palabras o las llamadas “frases humo”. Son ideas irrefutables, que nunca quieren decir algo y que la gente no puede poner en valor, pero que son aceptadas por la mayoría. Entre ellas: “lo más importante es la libertad”, “hay que cambiar el mundo”, “todos somos amantes de la libertad”, “un mundo mejor es posible”, etc.
Se trata de una distorsión de los hechos que busca someter la voluntad del otro, manejar a las personas a través de mecanismos psicológicos para lograr determinados fines. Presupone esconder la realidad, enmascararla u oscurecerla para lograr el consenso. Como las palabras están muy asociadas a la movilización de las conciencias, el control de los aparatos de producción y difusión de ideología (medios de comunicación, religión, enseñanza, cultura) otorga un gran poder. También está muy ligada a la demagogia, de ahí el apoyo popular que han tenido no pocas dictaduras durante mucho tiempo.
Acaso 1984, una de las novelas clásicas del siglo XX escrita por el británico George Orwel, seudónimo de Erick Blair, sea una muestra extrema del fenómeno que él sitúa en esa fecha, 35 años después de haber sido publicada. Es desgarradora y refleja la preocupación del autor por el futuro. Orwel aprovecha y reproduce en parte, experiencias propias en las sociedades capitalistas y las dictatoriales como la fascista y la stalinista.
En la sociedad futura de “1984” el aparato gubernamental estaba compuesto por cuatro ministerios. El de la verdad se ocupaba de las noticias, la educación, los espectáculos y las artes; el de la paz se encargaba de la guerra; el del amor dedicado a mantener la ley y el orden y el de la abundancia que era el responsable de la economía. Todos esos nombres eran contrarios a la realidad. De hecho los rasgos que principalmente caracterizaban a ese país imaginado eran: la escasez crónica, la existencia de una oligarquía imposible de desplazar del poder y la manipulación del lenguaje.
Este último sería tan importante que ocuparía todos los ámbitos, usaría poderosos aparatos mediáticos y aseguraría crear un “lenguaje doble” o “neolengua”, que era en definitiva la comunicación social basada en la mentira.
Aunque es ficción, la novela es una lección de los enormes riesgos que entraña el fenómeno para la humanidad. Cuanto más se manipula el lenguaje en política, más se deteriora la democracia, la que incluso se puede hacer inviable toda vez que depende de la transparencia. Cuando se logra mantener por mucho tiempo esa práctica en el discurso oficial, los medios de comunicación y la enseñanza sin que las personas se percaten, la gente incorporan palabras y expresiones a la vida cotidiana y a los comportamientos humanos institucionales y privados con diversa intensidad y diferencias según el contexto y el grupo del cual forman parte.
Hace años el tema está sobre la mesa en múltiples foros y textos. Hace dos años se publicó incluso un sui géneris Diccionario de Nicolás Sartorius dedicado al tema a partir de la experiencia española.
La sociedad se impregna del uso tóxico del lenguaje.
El caso es que con el tiempo la sociedad se impregna de eufemismos y de las llamadas palabras tabú, mordaza y talismanes. Las tabú son aquellas que evitamos usar porque socialmente son mal vistas. Se han fijado en las mentes con un significado negativo y sirven para atacar y criticar: reaccionario, intolerante, cerrado, intransigente, fundamentalista, conservador, conciliador, radical. Sin embargo, todas pueden estar bien o mal, depende del significado con que se las use.
Las llamadas palabras mordaza se usan para atacar al rival. Son las que al pronunciarlas silencian al otro. En tanto calificativos negativos hacia la persona, también sirven para neutralizar reacciones políticas positivas y solidaridad hacia ella, ayudan a aislarla y que renuncien a sus propósitos. Estas son muy dañinas porque obstaculizan cualquier debate y provocan no pocas veces el arrinconamiento del que disiente. Su empleo evidencia que no hay voluntad sincera de entendimiento. Algunas de ellas son: lacayo, pequeño burgués, fascismo/fascista, racista, machista, mercenario, homófobo.
Las talismanes son casi mágicas, vocablos que en cierto tiempo adquirieron un significado tal que nadie optaba por llevarle la contraria, palabras con significado positivo, fácil de recibir, que sirven para explicar todo, que seducen, fascinan a los demás y arrastran a otras. Algunas antiguas permanecen y otras son más nuevas: libertad, a la que se asocian autodeterminación, soberanía, autonomía, democracia. Se ha dicho que esas palabras sirven para encandilar a la gente, primero iluminan pero luego enceguecen. En todo caso siempre necesitarían explicarse porque nada existe en absoluto.
Los eufemismos pueden ser positivos porque suponen el uso de un lenguaje correcto, palabras más aceptadas por la gente, menos agresivas, por ejemplo, discapacitado por minusválido. Pero también se emplean con frecuencia en sentido manipulador. En política se hace muchas veces para ocultar la verdad o maquillarla, para decir sin usar palabras tabúes. En vez de describirse de forma simple y directa la realidad, se hace de forma ambigua, empleando la mentira, o por lo menos ocultando la magnitud de los hechos.
Quien discursa necesita explicar algo a la gente, que no es conveniente que se conozca y que no es positivo, por tanto emplea un lenguaje abstracto. El receptor no se entera de la realidad, solo a veces alcanza a percibir algo, cuando puede leer entre líneas, porque investiga o porque tiene conocimientos.
Así, las palabras o calificativos directos se sustituyen por otras dulcificadas, más aceptables por quienes escuchan. Algunas de ellos son: desaceleración, crecimiento negativo/desaceleración económica transitoria/ periodo de dificultades/ por “crisis”; error interpretativo en lugar de “fraude”; regulación de plantilla/regulación de empleo/dimensionamiento a la baja del empleo en lugar de “despido”; evaluación competitiva de los salarios por “rebaja de salarios”; técnicas de interrogación mejoradas por “tortura”; territorios no autónomos por “colonias”; potencias administradoras por “potencias coloniales”.
Ocurre en cualquier país y cualquier idioma, tal vez la riqueza del castellano ofrezca más posibilidades. El filósofo Alfonso López Quintás tiene un interesante estudio al respecto.
El grado de toxicidad que el uso manipulador del lenguaje genera en la sociedad, depende de la permanencia, en el lenguaje oficial, de ideas que provocan inmovilismo, estancamiento o retroceso, además de efectos psicológicos diversos. Mientras más cerrado y controlado es el país, más contagia y perdura ese uso y reproducción de las palabras con esas características a escala social. Algunas evidencias de tal estado de cosas son:
1.- Reducción gradual del lenguaje. La mayoría habla más o menos igual y empleando consignas que ayudan a eludir hechos y argumentos, al mismo tiempo que facilitan convocatorias.
2.- El miedo extendido al empleo de determinadas expresiones, conductas y comportamientos disonantes de la norma oficial. Fomenta la continuidad de dichas prácticas y la percepción de indefensión en los ciudadanos. La gente deja de pensar, pierde la noción de que controla su propia vida y se vuelve más vulnerable a la dominación.
3.- El uso de lenguaje de combate, que en principio pudo corresponder a una real situación bélica, pero que luego sirve para compulsar a las masas, al tiempo que mantiene la mente condicionada a un escenario de extremos.
4.- La presencia y el recurso de un enemigo, culpable de lo que ocurre en el país. Es el llamado “sesgo de etnogrupo”, que implica dividir la sociedad en un “nosotros” y un “ellos”. Todo lo que hagan los otros está mal hecho y si no, es porque tuvieron ayuda o lo favorecieron las condiciones del momento. Todo lo que hagamos nosotros está bien y si no lo hemos hecho bien ha sido por las circunstancias. Cuando se consigue que haya un “nosotros” y un “ellos” la partida está ganada.
La descalificación del otro, o de la intención de los otros, es muy válida en la geopolítica mundial, porque donde hay ese “otro” que es externo, se entiende que el disidente está trabajando para ese otro. Este elemento es muy coherente con los recursos del nacionalismo en nuestro tiempo: el victimismo y la superioridad nacional supuesta. El discurso nacionalista siempre hace referencia a los agravios de “los otros” y a la idea de la superioridad de sí mismo frente a quienes lo han agraviado.
5.- El secretismo en la comunicación de asuntos públicos, bajo el supuesto de no dar información al enemigo o cualquier otro pretexto. Se expande hasta llegar a extremos de autocensura por parte de funcionarios públicos. De ahí el peligro de “lo que no se dice” en el discurso.
7.- Empobrecimiento del humor o su arrinconamiento a espacios inevitables y reducidos. Parece simple, pero el sentido del humor preocupa mucho a quienes manipulan porque quita fuerza a las palabras altisonantes, hace que la gente se fije en hechos y no en palabras y ayuda a que las personas pierdan el miedo.
Además de antiguo, el recurso de manipular a las masas a través del lenguaje se emplea en los más diversos países y sistemas, lo mismo en la España de José Luis Rodríguez Zapatero, que en la URSS de José Stalin o la Alemania de Adolf Hitler. Tal vez el repertorio de los países de habla hispana sea más abundante por la riqueza misma de la lengua castellana, pero la naturaleza y los fines son los mismos.
Es imprescindible que nos entendamos…..
Por tanto tampoco es un fenómeno ajeno a Cuba. Por un lado fue languideciendo desde comienzos de los años 70 del pasado siglo, incluso en el plano de las ciencias sociales, la tradición cubana de la polémica y la crítica. Por el otro, cada vez se percibe más en la dinámica discursiva la facilidad con que, lo que podría ser un debate sustancioso, deriva hacia acusaciones desproporcionadas, a veces frenéticas e intolerantes, de lo cual no solo es responsable el fenómeno descrito. Se usan incluso expresiones y palabras que son del mismo castellano que hablamos todos, pero que unos y otros las emplean con un significado y muchas veces una intención diferente.
Así, en la sociedad cubana también se han asumido y generalizado términos y expresiones de todas las variantes identificadas, algunas propias y otras venidas de lejos: palabras tabú (censura, transición, pobreza, disidente, demagogia), mordaza (contrarrevolucionario, hipercrítico, quintacolumna, elitista, gusano, mercenario, cuestionar), talismanes (revolución, justicia social, pensar como país) y eufemismos (periodo especial por “crisis”, trabajadores disponibles / interruptos por “desempleo”, sectores vulnerables por “pobres”, revolución en la educación por “crisis” en la educación, actualización por “reforma”, cambios por “transición”).
El acceso a internet, en las condiciones de Cuba, abrió un importante espectro para el debate fuera del control del gobierno, lo cual ha pluralizado el debate. Pero también ofreció un espacio mediático donde no se tiene que dar la cara, aparecen perfiles falsos y las personas son capaces de expresar lo que no dirían frente al otro.
Por otro lado quien pierde el monopolio de la comunicación social se resiste a tener una contrapartida, por lo cual genera sus mecanismos contestatarios que muchas veces llegan contaminados de los elementos tóxicos descritos. Los linchamientos mediáticos de políticos, escritores, disidentes y no disidentes, están en los dos extremos de la confrontación ideológica. Las redes sociales se han vuelto el espacio predilecto para eso. Y todo eso se lleva a cabo manipulando el lenguaje.
Lo que está ocurriendo es muy peligroso. Cercena las mejores intenciones de promover un futuro mejor para el país. Cuba tiene una enorme cantidad de problemas por resolver y está en un momento particularmente difícil. Se juntan ahora: el agotamiento de un modelo de sociedad que apenas con algunas reformas nos ha conducido hasta el 2020; el cambio generacional en el liderazgo político; las limitaciones que hemos padecido y padecemos para insertarnos con ventajas en la esfera internacional; y el cansancio e incertidumbre que predomina en amplios sectores de la población como consecuencia de tantas crisis y carencias, sin contar el particular y negativo escenario que nos ha impuesto, como al resto del mundo, la pandemia del Covid 19.
Es imprescindible que nos entendamos y cultivemos un debate razonado, respetuoso y constructivo. Un escenario que no arrincone al que disienta ni linche a nadie. Si hoy no participamos en el diseño y construcción del proyecto de país –parafraseando a José Ortega y Gasset- otros lo harán por nosotros, y probablemente contra nosotros.
Urge clarificar los discursos, alejarlos de cualquier residuo o viso de manipulación y enfrentar el debate desde el pensamiento con valentía política. Cada día es más difícil manipular a la gente. Tampoco es útil pasar al otro extremo, la negación de todo. Es importante ser consciente del problema que enfrentamos y apercibirnos también de estos problemas tomando en cuenta las ventajas y desventajas de la sociedad cubana actual. Enfrentar todas las formas de manipulación del lenguaje desde la crítica, la argumentación y el sentido positivo y propositivo que conviene a Cuba.
El tema es complejo y muy amplio. Sin embargo, con seguridad resultará útil razonar y debatir acerca de términos y expresiones generalizadas en la Cuba de hoy y que atraviesan todos los debates. Las palabras talismanes “revolución” y “revolucionario” y sus respectivos antónimos, que en nuestro patio funcionan como palabras mordaza, podrían ser un buen comienzo.
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