Los memes, herederos del sempiterno choteo criollo, hacen más respirable la atmósfera en esa estrategia de supervivencia que consiste en reírnos de todo cuando todo nos duele. Uno que anda por ahí, casi axiomático, reza que «el capitalismo avanza vencido, mientras el socialismo retrocede victoriosamente». «De victoria en victoria», como dicen nuestros mandantes que vamos, cada capítulo del socialismo insular trae nuevos motivos de burla y desconsuelo, como el de la reciente dádiva generosa de la Capital hacia sus vecinas de infortunio, las provincias del interior.
La nota, bodrio de los habituales, apareció en el órgano oficial del PCC capitalino, Tribuna de La Habana, y anunciaba tiernamente en su titular: «Gesto de solidaridad de La Habana para Cuba». En el arranque del texto se avisaba: «En un gesto de solidaridad con el país, La Habana programará cortes eléctricos de cuatro horas, en el horario diurno (de 10 de la mañana a dos de la tarde), en circuitos de la ciudad, con una frecuencia de cada tres días, se anunció en Plenaria de Economía de La Habana».
El cuarto párrafo, citando a la máxima autoridad del Partido en el territorio, ampliaba la información: «Este es el momento de contribuir para que el resto de Cuba tenga menos sufrimiento por los indeseables apagones…no es que a La Habana le van a tocar apagones porque el país no puede, no, es que La Habana se está planteando que se den esos apagones para ayudar al resto del país, siendo justos, solidarios con nuestros hermanos, hermanas, familias, nuestro pueblo, indicó».
Alarma, molestia y revuelo fueron un relámpago en las redes. Y antes de que terminara la jornada del viernes 29, ya Tribuna había «maquillado» el ladrillo. El titular se sustituyó por uno aséptico, intemporal y, de paso, antiperiodístico: «Actuar con mayor responsabilidad para contribuir a los esfuerzos del país»; digno ejemplar de las sentencias-bostezo que han servido como encabezados en la prensa cubana durante décadas. No dice nada. No se mete con nadie. No informa. No incomoda. No es periodismo, pero los jefes quedan contentos.
La primera frase del cuerpo de texto, aquella del «gesto solidario», desapareció. Y el cuarto párrafo, íntegramente, fue levantado en peso.
Resulta una obviedad decir que el enfoque según el cual La Habana, como si fuese una aristocrática región independiente de Dinamarca, se solidariza con las paupérrimas zonas a oscuras de la Isla en ruinas, cae en el franco terreno de la humillación. Era de elemental tacto político y sentido periodístico no presentarlo así.
Sin embargo, si le metemos el bisturí a la realidad nacional en los últimos meses, para no ir muy lejos, el bloque PCC/Estado/Gobierno, sin ni siquiera dar la más mínima justificación a su pueblo, ha seguido la regla no escrita: «apaguemos todo el país, pero La Habana ni tocarla». ¿Culpa de los habaneros? En lo absoluto. ¿Reflejo de la discriminación históricamente ejercida hacia las provincias del campo? Totalmente. ¿Solución de algún modo a la crisis profunda del sistema electroenergético nacional —y de todos los órdenes y esferas de la vida— que enfrenta Cuba? Ni por asomo.
Pero además, muchas otras cuestiones quedan «flotando en el aire», como diría el célebre Bob Dylan, en este lamentable episodio.
En una administración que se ha especializado durante décadas en repartir la pobreza más que en generar emprendimientos y prosperidad, ¿qué y quién gana con fomentar envidias, fracturas, odios intestinos, regionalismos? ¿A dónde han ido a parar los dineros del pueblo que pudieron invertirse en fortalecer el sistema electroenergético e incorporar vías alternativas de generación de electricidad?
¿Cómo se dilapidó el bono de tiempo que supuestamente dieron los grupos electrógenos instalados hace varios lustros, para que se reconstruyeran las potentes termoeléctricas y hasta se crearan otros bloques generadores capaces de alimentar la red nacional sin sobresaltos por roturas, fenómenos meteorológicos o cualquier otro imprevisto? ¿En verdad deciden las autoridades capitalinas mantener o retirar el servicio eléctrico al territorio habanero en lo que el resto del país sufre apagones hasta de 12 horas diarias, en un tristísimo remake de los sombríos años 90, lo más crudo del Periodo Especial?
En un déficit tan, pero tan grande, y tan multicausal según nos han asegurado —roturas, accidentes, falta de combustible, mantenimientos retrasados, obsolescencia de maquinarias— ¿cómo se logró que el 26 de Julio último no hubiese apagones en la nación, para que ningún cacerolazo indignado empañara el júbilo de la efeméride patriótica? Por otra parte, ¿cuánto habrá de sentimiento solidario en la decisión de marras y no de debacle generalizada, en la que ya no es posible, ni siquiera fundiendo todos los bombillos de la provincias campestres, mantener encendida la lámpara led de La Habana?
Triste farsa en la que el miedo reinante nos torna, a casi todos, actores trágicos.
El dirigente que casi implora y explica a su cuadros subalternos que tendrán unos apagoncitos pequeños, ordenados, insignificantes, cada cuatro días y solo de cuatro horas, para ayudar a nuestros hermanos; el cuadro intermedio que sabe perfectamente que ese dirigente no decide nada y todo viene prediseñado desde el «Palacio de la Revolución» (como ya alguien dijo, ¡vaya oxímoron!); el periodista que, sin cuestionarse ni una coma, reproduce la muela barata; el televidente que culpa al periodista o, un poquito más allá, al cuadro intermedio, pero no dirige sus diatribas a los que en verdad «cortan el bacalao»; el observador distante que ni siquiera asume ningún rol, pero es captado por el lente como parte de la infausta escenografía.
Ah, pero también en las tragedias clásicas, muchas veces, los personajes encontraban su destino huyendo de él. Los omnipotentes que, con el interruptor selectivo de la Unión Eléctrica en una mano y el de ETECSA (Internet) en la otra, piensan que se evitarán imágenes como las de la oleada de pueblo que se agolpó frente al Capitolio y bajó por Prado el 11 de julio de 2021. Recuerden que la sangre, cuando hay venas obstruidas, por alguna arteria se derrama.
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