La Joven Cuba
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Historia

Revalorización de acontecimientos, figuras y procesos de nuestra historia

Nueva Política Económica

Lecciones a cien años de la Nueva Política Económica en Rusia

por Samuel Farber 8 marzo 2021
escrito por Samuel Farber

La Nueva Política Económica (NEP del ruso Nóvaya Ekonomícheskaya Polítika) introducida por el gobierno revolucionario soviético en 1921 fue en realidad un intento de aminorar el gran descontento de la población con medidas destinadas a aumentar la producción y el acceso popular a productos básicos de consumo. Si bien la guerra civil (1918-1920) causó en sí un gran empobrecimiento en las condiciones básicas de vida de la población urbana y rural rusa, fue la política del «Comunismo de Guerra», introducida por el liderazgo bolchevique durante ese mismo período, la que empeoró significativamente su situación.

Tal política conllevó a una profunda alienación de quienes habían sido pilares de la revolución de 1917: los trabajadores industriales en las ciudades y el campesinado, que en ese entonces constituía el 80% de la población.

Los destacamentos urbanos organizados bajo esa política para confiscar a los campesinos sus excedentes agrícolas y enviarlos a las ciudades, acabaron requisando parte de la ya modesta dieta de los mismos, además del grano almacenado para sembrar la próxima cosecha. La situación empeoró cuando bajo esa misma política se crearon los llamados «comités de campesinos pobres» (kombedy), basados en una supuesta estratificación de clases en el campo que no tenía fundamento real, para reforzar las funciones de los destacamentos urbanos.

Debido a los métodos informales y arbitrarios que caracterizaron el funcionamiento de los kombedy, estos terminaron siendo una fuente de corrupción y abuso, frecuentemente a mano de elementos criminales activos en estos grupos que acababan apropiándose, para uso propio, del grano y todo tipo de bienes que confiscaban arbitraria e impunemente a los campesinos.

Por añadidura, durante el otoño de 1920 empezaron a manifestarse síntomas de hambruna en la región del Volga, que se recrudecieron en 1921 después de una sequía muy severa que arruinó la cosecha y también afectó el sur de los Urales. Desde febrero de 1920, ya León Trotsky había propuesto que las requisas arbitrarias del «Comunismo de Guerra» fueran sustituidas por un impuesto en especie pagado por los campesinos, con el fin de incentivarlos a que cultivaran más granos. Sin embargo, dicha propuesta fue rechazada en ese momento por los líderes del Partido.

Los sucesos de 1956 en Hungría

La política del «Comunismo de Guerra» se aplicó igualmente a la economía urbana e industrial, mediante su nacionalización casi total, aunque ya sin el control democrático de los obreros y los soviets, que el gobierno soviético había abolido cuando comenzó la guerra civil y reemplazado con una dirección exclusivamente desde arriba, constituida por administradores del Estado. Mientras tanto, los obreros fueron sometidos a un régimen de trabajo obligatorio militarizado.

Para la mayoría de los líderes comunistas, incluyendo a Lenin, esa economía nacionalizada y centralizada representaba un gran avance hacia el socialismo. Es por eso que para Lenin la NEP significó un gran retroceso. Aparentemente, en su concepción del socialismo, la nacionalización desempeñaba un papel más importante que los controles democráticos desde abajo. Pero la eliminación de la democracia en el trabajo fue solo un aspecto de la supresión más general de la democracia soviética, que el gobierno bolchevique implementó como respuesta a la sangrienta y destructiva guerra civil.

Basados en las circunstancias objetivas creadas por esa guerra, y en la urgente necesidad de resolver problemas reales como el sabotaje político y económico, el liderazgo bolchevique no solo eliminó el multipartidismo en los soviets (consejos) de trabajadores y de campesinos, sino también la democracia e independencia sindical, e introdujo muy serias restricciones a las libertades políticas establecidas al principio de la revolución.

La clase trabajadora, diezmada por la guerra civil —había descendido drásticamente a solo una tercera parte de lo que había sido a principios de 1918— y muy afectada por la escasez que reinaba en las ciudades, ya no tuvo la fuerza de oponerse a la nueva organización desde arriba en el trabajo, ni de tratar de restaurar el rol que habían tenido en la dirección democrática de la producción.

Para el fin de la guerra civil, los soviets y los sindicatos estaban en vías de convertirse en meras bandas de transmisión de las políticas del Partido Comunista. Más tarde, una vez que se inauguró la NEP, los trabajadores empezaron a resistir y hubo muchas huelgas, hasta que Stalin consolidó su poder a finales de los años veinte.

La Nueva Política Económica (1921-1928)

Para aumentar la producción de bienes básicos de consumo y el acceso popular a estos, el liderazgo bolchevique recurrió a una serie de concesiones económicas de mercado. Así, por ejemplo, permitió a los campesinos vender sus productos por la libre a condición de pagar un impuesto en especie. Se reemplazaba de esta manera la odiada política de confiscaciones arbitrarias del «Comunismo de Guerra». Asimismo, permitió las operaciones del capitalismo nativo e internacional, tanto con respecto a la producción de bienes de consumo como a su distribución.

Las concesiones económicas del gobierno estuvieron acompañadas por una política de liberalización de la cultura en sus varias manifestaciones. Sin embargo, en 1923, cuando Lenin ya se había retirado de la política por motivo de su precaria salud, el gobierno impuso la censura de libros y otros materiales orientados a la cultura popular, especialmente aquellos de índole religiosa. Irónicamente, esta censura contradijo el único derecho mencionado como tal por la Constitución revolucionaria de 1918, que establecía el derecho a la diseminación y propaganda, tanto religiosa como atea.

Esa liberalización económica y cultural ocurrió, no obstante, junto con la contracción, en el ámbito político, de los derechos de pensamiento y organización. Lenin, junto con otros líderes, decidió contrarrestar lo que para ellos significaba la NEP en tanto gran retroceso del socialismo, al endurecer el control político de la sociedad a manos del partido que encabezaban.

La supresión de derechos, que pudo haber sido considerada necesaria bajo las condiciones «objetivas» de la guerra, no solo continuó en pie, sino que se institucionalizó y se convirtió en una virtud. La represión política ad hoc y tentativa de la guerra civil se generalizó y sistematizó. Así, por ejemplo, la episódica tolerancia del Partido Comunista, que durante la guerra civil había permitido ocasionalmente a partidos como los Mencheviques y Socialistas Revolucionarios, llegó a su fin con el inicio de la NEP, al decidir la ilegalización permanente de esas organizaciones. Y el X Congreso del Partido Comunista, celebrado en marzo de 1921 —el mismo que estableció la NEP—, prohibió el funcionamiento de las facciones permanentes dentro del Partido.

También aumentaron la persecución y el encarcelamiento por acciones políticas de oposición, aunque fueran de índole pacífica. Esto incluyó la supresión de la rebelión masiva de marineros en la base de Kronstadt (cerca de Petrogrado) en marzo de 1921, que demandaban el retorno a la democracia soviética así como reformas económicas semejantes a la NEP, que el congreso del Partido aprobó muy poco después. Fue ese endurecimiento político encabezado por Lenin el que socavó la fortaleza y cultura política del país que hubieran sido necesarias para resistir el totalitarismo estalinista que comenzó a fines de los veintes.

Politica sovietica

El endurecimiento político encabezado por Lenin socavó la fortaleza y cultura política del país que hubieran sido necesarias para resistir el totalitarismo estalinista que comenzó a fines de los veintes.

En mi libro Before Stalinism. The Rise and Fall of Soviet Democracy (Antes del estalinismo. El ascenso y la caída de la democracia soviética), propuse que el establecimiento de la NEP debería haberse acompañado por una Nueva Política de Apertura Política (NPAP) que reestableciera el sistema revolucionario multipartidista de los comienzos de la revolución. Esto hubiera significado reestablecer la libertad para organizar grupos y partidos políticos comprometidos a funcionar pacíficamente dentro del marco original de la democracia soviética que tomó el poder en octubre de 1917.

Dicho sistema político podría haber revitalizado la vida y cultura política del país y creado las condiciones organizacionales para, por lo menos, resistir la embestida del estalinismo. Es claro que para el liderazgo bolchevique y la revolución misma, esa apertura política hubiera representado un atrevimiento y un gran riesgo, dada la situación desesperante que confrontaba la URSS —nuevo nombre del país, adoptado en 1922—, y el aislamiento casi total del Partido Comunista. Pero el hecho es que en ese momento no existía tal cosa como una política sin riesgos que prometiera resultados positivos.

Más que nada, todavía existía la posibilidad de que la URSS adoptara un curso político democrático. A pesar de la tendencia dictatorial que empezó a despuntar entre el liderazgo revolucionario durante la guerra civil y que se consolidó con la NEP, existía todavía una memoria reciente de las tradiciones democráticas y pluralistas de los bolcheviques anteriores a la guerra civil. Solo tres años atrás, en 1918, había ocurrido una gran polémica nacional sobre las condiciones bajo las cuales se debiera firmar un tratado de paz con Alemania.

En esa discusión intervinieron varias tendencias, dentro y fuera del Partido Comunista, que trataron abiertamente de promover, a través de toda la sociedad, el apoyo a sus respectivas posiciones. Ello incluyó la libre circulación de panfletos y periódicos, publicados tanto por las diferentes facciones comunistas como por grupos fuera del Partido.

El romance cubano-soviético

Esta fue una de las numerosas ocasiones en que Lenin y los otros líderes bolcheviques no pudieron contar ni siquiera con la mayoría, y mucho menos con la unanimidad del Partido, y tuvieron que luchar muy duro para defender sus posiciones, lo que también indica la existencia, en aquel entonces, de una relación política igualitaria y abierta en Rusia.

Lenin no era el caudillo que imponía sus ideas; era una autoridad, sí, pero dentro de un grupo de iguales; era un primus inter pares. Incluso, durante la NEP hubo varias tendencias importantes que lucharon por reformas democráticas, tanto dentro como fuera del Partido Comunista. No en balde Stalin tuvo que eliminar físicamente a la mayoría de los líderes históricos del Partido años después para poder convertirse en lo que quiso ser: el Vozhd —el jefe de la URSS y del proletariado mundial según el culto a su figura.   

La situación cubana 

Desde los años noventa, y especialmente desde que Raúl Castro asumió la máxima dirección del país en el 2006 —formalmente en el 2008—, la reforma económica de la Isla ha ocupado el papel central de las actividades del gobierno. La lógica de esas reformas económicas apunta hacia el modelo sino-vietnamita, que combina un sistema político unipartidista y anti-demócratico con un capitalismo de Estado, y no a la colectivización forzosa de la agricultura y los planes quinquenales brutalmente impuestos en la URSS por el totalitarismo estalinista después de la NEP.

Si el gobierno por fin acaba autorizando la creación de las PYMES (pequeñas y medianas empresas privadas) que tanto ha prometido, eso constituiría un paso sumamente importante hacia el establecimiento de un capitalismo de Estado en la economía cubana, muy probablemente dominado por los actuales jerarcas políticos y especialmente militares, que se convertirían en capitalistas privados.

Acopio: Comunismo de guerra a lo cubano

Hasta ahora, el gobierno cubano no ha definido claramente las dimensiones de las pequeñas y, especialmente, de las medianas empresas que serían permitidas en Cuba bajo el concepto de las PYMES. Pero sabemos que en varios países de América Latina (como Chile y Costa Rica) se han definido esas dimensiones en términos del número de trabajadores.  Chile, por ejemplo, determina las empresas micro como aquellas con menos de 9 trabajadores; las pequeñas, con entre 10 a 25; las medianas con entre 25 a 200; y las grandes, con más de 200 trabajadores.

Si en Cuba se adoptan criterios similares, las empresas medianas acabarían siendo empresas capitalistas con sus jerarquías administrativas correspondientes. De ser así, es seguro que los sindicatos oficiales organizarían a los trabajadores de esas empresas medianas y, como en el caso del capitalismo de Estado en China, no harían nada para defenderlos de los nuevos dueños.

Con respecto a la reforma política, se ha hablado mucho menos y no se ha hecho nada de importancia. Como en el caso de la NEP rusa, la liberalización económica y social en Cuba ciertamente no ha sido acompañada por una democratización política, sino por un recrudecimiento del control en tal sentido.

Aun cuando por un lado, el régimen ha tomado medidas liberalizadoras en la economía, como las nuevas reglas que amplían las actividades económicas permitidas a los trabajadores por cuenta propia, sigue prohibiendo actividades privadas como la publicación de libros, que pudieran servir para desarrollar una crítica y oposición. De esta manera, el gobierno consolida su control de todos los medios de comunicación —especialmente radio y televisión— aunque solo lo ha logrado parcialmente con el Internet.

Burocratismo socialista, corrupción y censura

Sus propias políticas socialmente liberalizadoras son utilizadas para reforzar su control político. Por ejemplo, al mismo tiempo que liberalizó las reglas para viajar fuera de la Isla, elaboró una lista de regulados a los que se les prohíbe salir del país basado en decisiones administrativas arbitrarias, sin siquiera proveer el recurso de apelar al sistema judicial controlado por el mismo régimen.

Estas prácticas administrativas sin recurso judicial se han aplicado también a otras áreas, como las misiones en el exterior. Los médicos cubanos que se quedan en el extranjero y no retornan una vez terminado su servicio, son víctimas de sanciones administrativas —ocho años de exilio forzado—, sin la posibilidad de apelar judicialmente ese castigo.

Han quedado pendientes los reglamentos arbitrarios y la censura de las actividades artísticas en el caso del Decreto Ley 349, que le permite al Estado licenciar y controlar las actividades artísticas por cuenta propia. Su implementación se ha pospuesto por motivo de las numerosas y fuertes protestas que tal medida provocó.

Todas estas prácticas administrativas ponen en relieve que el muy discutido Estado de Derecho proclamado por la Constitución vigente ha sido hasta ahora «de mentiritas». (No olvidemos que la Constitución soviética que Stalin introdujo en 1936 era sumamente democrática… en el papel en que estaba escrita). Sin embargo, la gente debe apelar a estos derechos para apoyar sus protestas y reclamos al Estado cubano cuantas veces sea legal y políticamente oportuno.

Al principio del gobierno cubano existió una variedad de voces políticas dentro del campo revolucionario. Fue en el proceso de formar un Partido Unido de la Revolución que el liderazgo sentó las bases para lo que Raúl Castro más tarde llamaría «la unidad monolítica». Es el modelo partidista y de estado que emula, junto con China y Vietnam, al sistema estalinista que se consolidó en la Unión Soviética a finales de los años veinte, consagrando la «unanimidad» dictada desde arriba por los «máximos líderes», y el llamado «centralismo democrático», que en realidad es un centralismo burocrático.

Vietnam: la democratización pendiente

El PCC es un partido único que no permite la organización interna de tendencias o facciones, y extiende su control sobre toda la sociedad a través de correas de transmisión que son las llamadas «organizaciones de masas», como la CTC y la FMC; de instituciones como las universidades, así como de los medios de comunicación que reciben sus «orientaciones» del Departamento de Ideología del Comité Central del Partido Comunista. Es la manera en que el Partido único controla no necesariamente todo, pero sí todo lo que considera políticamente importante.

Los defensores ideológicos del régimen cubano insisten en sus orígenes autóctonos independientes del comunismo soviético. Es cierto que el origen político de Fidel Castro es diferente, por ejemplo, del de Raúl Castro, quien originalmente militó en la Juventud Socialista asociada con el Partido Socialista Popular (PSP). Sin embargo, Fidel Castro desarrolló desde muy temprano concepciones caudillistas, quizás como reacción al desorden y caos que presenció en la expedición de Cayo Confites para derrocar a Trujillo en 1947, y en el llamado «Bogotazo» de 1948.

En 1954, en una carta escrita desde la prisión a Luis Conte Agüero, su buen amigo en aquella época, Fidel Castro proclamó tres principios que él veía como necesarios para la integración de un verdadero movimiento cívico: ideología, disciplina y especialmente, el poder de la jefatura.

Asimismo insistía en la necesidad de un aparato de propaganda y organización poderoso para destruir implacablemente a las personas que crearan tendencias, escisiones y camarillas o que se alzaran contra el movimiento. Ese es el sustento ideológico de la «afinidad electiva» —parafraseando a Goethe—, que Fidel Castro más tarde demostró por el comunismo soviético.

El soberano sin trono

¿Qué hacemos? La manifestación de decenas de cubanos frente al Ministerio de Cultura el 27 de noviembre pasado para protestar los abusos contra los integrantes del Movimiento San Isidro y abogar por libertades artísticas y cívicas, marcó un hito en la historia de la Revolución cubana.

Hay mucha tela donde cortar para que pueda reproducirse este tipo de protestas pacíficas en la calle: contra el racismo policíaco, la tolerancia de violencia doméstica, la creciente desigualdad social y la ausencia de una democracia políticamente transparente y abierta a todos, sin los privilegios sancionados por la Constitución para el PCC.  En la actualidad, ese parece ser el camino para luchar por la democratización de Cuba desde abajo, en el seno de la sociedad misma, y no desde arriba o desde afuera.

La lección de la NEP en Rusia es que la liberalización económica no necesariamente significa la democratización de un país, y que, de hecho, puede estar acompañada por la eliminación de la democracia. En Cuba se han dado algunos pasos en el camino de la liberalización económica, sin que a la par se aprecie algún avance democrático.  

8 marzo 2021 23 comentarios 15.816 vistas
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referente

Un referente imprescindible para entender el debate actual

por Ivette García González 1 marzo 2021
escrito por Ivette García González

«He llegado a la conclusión de que la política es demasiado seria para dejarla en manos de los políticos».

Charles de Gaulle (1890-1970)

***

En mi texto anterior hice referencia a la legitimidad y complejidad de las corrientes de pensamiento político que se manifiestan en el debate actual en y sobre Cuba. Es un tema de la mayor importancia porque en el fondo atañe a si lo que debemos hacer los cubanos es reformar, actualizar o transformar la sociedad.    

Como en otras épocas de nuestra historia, a través de esos flujos que cohabitan en un escenario crítico y contradictorio, se perfilan diversos proyectos de país. De ahí el significado de identificarlos según sus referentes, presupuestos fundamentales, promotores, sectores que representan y vías de socialización de sus ideas.

El poder de las ideas hoy en Cuba

Un referente imprescindible para lograr ese propósito es la obra del Dr. Juan Valdés Paz, Premio Nacional de Ciencias Sociales; en particular su texto «Cuba: cambios institucionales que vendrán (1959-2015)», incluido en el libro Revolución cubana. Algunas miradas críticas y descolonizadas, del sello editorial Ciencias Sociales, que luego de mucho batallar vio la luz recientemente. Bajo la coordinación de Luis Suárez Salazar lo preparamos desde el 2015 varios escritores de la Sección de Literatura Histórica y Social de la Asociación de Escritores de la UNEAC, que me honré en presidir entre el 2014 y el 2020.

I

El capítulo de Valdés Paz versiona su exposición en la VII Conferencia Latinoamericana y Caribeña de Ciencias Sociales, celebrada en noviembre de 2015 en Medellín, Colombia. Las que entonces denominó como «corrientes de interpretación de las políticas en curso» las consideró «revolucionarias y reformistas», por ende «a la izquierda del actual régimen». También como transversales a la sociedad cubana: instituciones, funcionariado, grupos civiles y dirigentes.

De acuerdo a su análisis, dichas corrientes emergieron del conjunto de los «Lineamientos de la Política Económica y Social del Partido y la Revolución» aprobados en el VI Congreso del PCC realizado en abril de 2011 —que procuraban un nuevo modelo económico socialista—, las medidas implicadas y su efectiva implementación. 

Ambos modelos económicos, el existente y el que se pretendía, se declaraban socialistas bajo un mismo fundamento: la persistencia del carácter estatal de casi todos los medios de producción, la planificación centralizada de la economía y las prioridades para la distribución del producto, principalmente hacia la política social. Cuán socialista es un modelo económico que no asume la democracia en esa esfera, fue parte de la polémica entonces.

II

En un excelente ejercicio de interpretación sociológica, Valdés Paz identificó en aquel momento cinco corrientes con base en posturas de igual cantidad de actores: dirigentes, funcionariado, intelectuales, cuentapropistas y otros sectores de la población.

Las dos primeras categorías las había definido en su libro La evolución del poder en la Revolución cubana, publicado en dos tomos entre 2016 y 2018 por la Fundación Rosa Luxemburgo en México. Los «Dirigentes», también llamados «cuadros», son los actores del sistema político con facultades de decisión. El «Funcionariado» equivale a la categoría de «burocracia», pero sin incluir a los empleados.

Enero de 1959 y la utilidad de la memoria histórica

A continuación sintetizo aquellas corrientes que reflejan el conjunto de ideas previas e inmediatamente posteriores a los Lineamientos y al proceso de reformas anunciado hace diez años.

1. Convencional. De inspiración soviética. Su visión es la del Socialismo de Estado, equiparando socialización y estatización. Entiende la democracia como provisión de bienes y servicios por parte del Estado. Concibe las reformas como concesiones, por tanto, deben ser limitadas y reversibles. Frenan su implementación y consideran que estas deben preservar sobre todo la función reguladora del Estado y el sector estatal de la economía. Sus actores son dirigentes, funcionariado y sectores de la población dependientes de las políticas públicas.

2. Guevarista. Se inspira en el ideario del Che, sobre todo lo concerniente a la construcción del socialismo y el papel de la subjetividad. Se distingue de la anterior en que su visión del socialismo concede un mayor papel a la participación de los sujetos sociales en los asuntos públicos; respecto a las reformas, pone énfasis en limitar las que atañen al mercado y en reforzar las funciones del Estado, sobre todo la planificación, a la vez que en limitar los poderes del funcionariado. Entre sus actores incluye, además, a intelectuales.

3. Socialistas críticos. Se inspiran en diversas corrientes y en las críticas al Socialismo Real. Ven el socialismo como un proceso ascendente de autogobierno y autogestión de la población, una permanente socialización y democratización de todas las esferas. Consideran que las reformas deben transcurrir en un escenario de información abierta, de consulta y debate. Reclaman medidas de salvaguarda socialistas, entre ellas las que limitan el proceso de privatización en favor de la cooperativización. Aspiran a que las reformas produzcan una menor estatización y una mayor socialización. Sus actores son intelectuales, profesionales y sectores colectivistas de la población.

4. Socialdemócrata. Se inspira en la socialdemocracia histórica de izquierda y la experiencia del capitalismo norte-europeo. Concibe el socialismo como una economía mixta bajo reglas capitalistas y un Estado benefactor. La democracia debe basarse en el perfeccionamiento de los mecanismos de representación política y social. Frente a las reformas, opta por la aceleración de la desestatización de la economía y la generalización de las relaciones mercantiles. Entre sus actores está parte del funcionariado (administrativo y económico) y sectores autogestionarios de la población.

5. Socioliberales. Tiene importantes convergencias con la anterior. Se inspira en el liberalismo social y en la reforma china. Opta por un «socialismo de mercado» competitivo, con una desestatización y desregulación al máximo del sistema económico. Restringe la democracia a la esfera política y considera debe ser sobre todo representativa y delegativa. Las reformas deben ser de manera continuada y acorde a la eficiencia. Asume que un mayor patrón de desigualdad es inevitable y debe ser compensado con asistencia social focalizada. Sus actores son los mismos anteriores, más algunos profesionales.

III

Como puede verse, salvando las diferencias en cuanto a ritmos, prioridades y alcance de las reformas, todas las corrientes favorecían el proceso. Aunque el objetivo era la economía, tales posicionamientos, como ocurrió en los años sesenta, dejaban ver los diversos modos de entender el socialismo y pensar el futuro de Cuba.

Tanto las dos primeras corrientes —Convencional y Guevarista—, como las dos últimas —Socialdemócrata y Socioliberal— mostraban importantes coincidencias y solo algunos matices diferenciadores. De las cinco, solo en la Guevarista y la Socialista Crítica el autor identificó a intelectuales. Al tratarse de una interpretación sociológica del contexto económico, predominan actores del funcionariado, cuentapropismo y de los sectores populares dependientes de las políticas públicas. Obviamente, los dirigentes se ubican en la corriente Convencional.    

¿Cuánto de esa interpretación sociológica realizada en el 2015 está presente en las corrientes de pensamiento político que hoy se articulan en los debates y en las que los intelectuales tienen un papel significativo? Muchas cosas han cambiado en estos seis años, no pocas asociadas a la puja de intereses, aspiraciones y reivindicaciones que entonces quedaron en lo profundo de aquel proceso.

Hoy más que entonces conviene reflexionar y participar. La política está en todas partes, de un modo u otro nos afecta a todos. El consejo que en su tiempo José Ortega y Gasset diera a los jóvenes aplica al resto de los ciudadanos: «(…) haced política, porque si no la hacéis se hará igual y posiblemente en vuestra contra».

1 marzo 2021 33 comentarios 3.842 vistas
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nombres

Cuando de nombres se trata

por Alina Bárbara López Hernández 26 febrero 2021
escrito por Alina Bárbara López Hernández

Si la situación que atraviesa Cuba en estos momentos no fuera tan compleja, si no existiera una terrible crisis de carácter económico, político y social; si no conviviéramos con gente hambreada, cansada, desesperada por resistir un día sí y otro también; causaría risa el patético intento de los ideólogos oficiales por desviar la atención. Pero más que ocasión de burla, lo que produce su actitud es lástima, ante la carencia de cultura histórica, la fatuidad y prepotencia que manifiestan.

Ahora han puesto de moda el juego de los nombres. Cada quien reclama para sí cuotas de simbolismo y exige la capacidad de bautizar, cual dioses que intentan crear un mundo nuevo. Durante mucho tiempo la república burguesa no atrajo tanto para esos fines. Estaban de moda los mambises del siglo XXI o las Marianas, éramos un eterno Baraguá y aquí no habría nunca un Zanjón.

A fin de cuentas, el proceso histórico se presentaba como único, desde la Demajagua hasta el año 1959. Sin embargo, de un tiempo a esta parte, el aparato ideológico ha descubierto el potencial alegórico de la Revolución del Treinta, de sus figuras icónicas, sus publicaciones y estrategias de lucha.

El resultado han sido Tanganas espontáneas y Bufas subversivas. En ese camino arrollador hay un obstáculo: se han robado el nombre de La Joven Cuba y han afrentado con ello a Antonio Guiteras, dicen los dueños de la verdad, aficionados a pescar a conveniencia en el mar revuelto de la historia. Con un titular dramático, un articulista exige que el referido nombre, «usurpado al pueblo», le sea devuelto.

Dicho texto se comparte en sus muros de Facebook porque, al decir de uno de los principales coordinadores: «Esto es candela!!». Tiene razón el enfático analista, develar la relación de un revolucionario como lo fue Guiteras con la izquierda de su época, especialmente con el Partido Comunista, ofrecer luz sobre la creación de La Joven Cuba, permitiría iluminar esta etapa del devenir que pretenden cambiarnos como magos en un acto de ilusionismo.

Y mejor aún, propiciaría apreciar algunas similitudes con la actualidad.

I

Guiteras

En una entrevista concedida poco antes de su muerte al periodista Luis Báez, Juan Marinello —presidente de los comunistas cubanos entre 1939 y 1959 —enumera a los jóvenes valiosos que surgieron en las décadas del veinte y treinta del pasado siglo y no menciona a Antonio Guiteras. A una pregunta del entrevistador, que intenta comprender la omisión, responde:

«(…) Guiteras fue un gran revolucionario. Nosotros lo respetamos siempre, pero no lo he citado ahora, porque me he referido a los que cumplían las orientaciones del Partido Comunista, que no fue su caso. Eso no quiere decir que no lo estime a la misma altura que a los otros (…) Guiteras era un gran líder, un hombre solitario que realizó una labor extraordinaria en un gobierno tan reaccionario como el de Grau» (Conversaciones con Juan Marinello, Casa Editora abril, 2006).

Estas consideraciones niegan la obra desarrollada por el gobierno de los Cien Días, que promulgó leyes, decretos y medidas de indudable carácter popular y contenido progresista: rebaja de precios a los artículos de primera necesidad, jornada máxima de ocho horas, jornal mínimo de un peso para los obreros, nacionalización del trabajo, disolución de los partidos políticos machadistas, autonomía universitaria, rebaja de los precios de la electricidad, intervención de la Compañía Eléctrica, voto femenino, protección a la maternidad y al niño, seguro y retiro obreros, reivindicación de las tierras para el Estado, mejoría de la vivienda campesina, reorganización de la enseñanza superior y secundaria y creación de la Secretaría del Trabajo, entre otras.

La imagen absolutamente negativa sobre este gobierno ha sido muy reproducida por la historiografía revolucionaria, aunque un libro como El gobierno de la Kubanidad, de Humberto Vázquez García, publicado en 2005, viene a matizar estos aspectos. También los estudios de Fernando Martínez Heredia sobre el papel de Guiteras en esta etapa aportan una visión más objetiva del gobierno de los Cien Días y del papel de Grau, al que le reconoce, amén de que no era un revolucionario, haber sido radicalmente antiplattista, defender con dignidad a su país frente al imperialismo y resistir todas las coyunturas difíciles hasta el final, sin renunciar.

Aparte de su labor como Secretario de Gobernación del Gobierno de los Cien Días, Marinello reconocía en Guiteras un valor a toda prueba, pero entendía que había representado «un izquierdismo desorganizado y anárquico». Ello se explica desde las posturas opuestas que tenían ambos sobre las vías para concretar la revolución.

De manera general, Marinello, como ocurría con el Partido Comunista, no fue capaz de entender y diferenciar todas las tendencias que existían en el seno del Gobierno de los Cien Días. El apoyo a Guiteras hubiera sido esencial, pero a pesar de sus intentos, los comunistas y la CNOC nunca aceptaron dialogar con él. En esa actitud fueron aliados indirectos del gobierno norteamericano, que tampoco reconoció al breve gobierno.

En los enfoques del Partido Comunista primó el apego a las orientaciones de la Comintern, que consideraba a este gobierno una variedad de «social-fascismo» y decidió que los comunistas lo atacaran. Lo mismo ocurrió en 1933 en Alemania, donde el Partido Obrero Nacional Socialista de Hitler ganó las elecciones, pues los comunistas siguieron a pies juntillas la orientación de Stalin de no aliarse a la socialdemocracia, a la que definió como «un ala del fascismo».

Paradójicamente, tras la muerte de Guiteras, en 1935, le denominan «nacional-revolucionario» y reprocharon al Partido Comunista que no hubiera sabido distinguir entre su posición y el «nacional-reformismo» de Grau. Esto se enmarcaba en los cambios tácticos posteriores al VII Congreso de la IC entre julio y agosto de 1935.

Los intentos de Guiteras para lograr un acercamiento al Partido fueron infructuosos, ya que lo vieron siempre como actos de demagogia. Paco Ignacio Taibo II cuenta que el dirigente comunista Fabio Grobart «señaló en una reunión del Comité Central que era preciso avanzar con cuidado en el enfrentamiento con liberales, abecedarios, apristas y guiteristas, sosteniendo que su preocupación mayor estaba en la actuación del secretario de Gobernación pues había lanzado la consigna de crear cooperativas, un programa copiado a la URSS». Esta actitud sectaria del Partido influyó no poco en la derrota del gobierno.

II

La Joven Cuba

El nombre La Joven Cuba fue muy popular en el siglo XIX. En 1886 fue fundado un semanario literario homónimo en la villa de San Antonio de los Baños, redactado por un vecino llamado Julio Rosas. Tres años después, en 1889, reaparece La Joven Cuba en la misma villa pero ya no como semanario sino bajo el formato de pequeños tomos cuatrimestrales que reunían la obra de escritores cubanos. El propio Rosas era el compilador y anunciaba su proyecto con este pórtico:

«Nombres mui conocidos en la literatura cubana blasonarán estas pájinas, entre ellos los de Cirilo Villaverde, nuestro primer novelista, Enrique José Varona, nuestro eminente pensador, i Manuel Sanguilí, el glorioso solitario, futuro historiador de la epopeya de Cuba, apóstol sin miedo i sin tacha del ideal jenuinamente cubano, Bayardo de este país sin sol de libertad en el cielo de la política, sin derechos triunfantes en la esfera de los principios, sin esperanzas vivas en el pecho de los patricios, colocado, por sarcasmo del destino, en el centro de naciones deslumbradas por las espléndidas, purísimas estrellas de la gran constelación de las repúblicas americanas». [sic.]

En 1890 salió publicado el segundo tomo, igual que el primero, en los talleres de la Imprenta La Protección, sita en Esperanza 61, en la villa del Ariguanabo.

El nombre en cuestión volverá a renacer en la tercera semana de mayo de 1934, cuando Guiteras disolvió a TNT, organización que no había tenido un carácter político sino operativo, y convoca a una nueva organización llamada Joven Cuba. Según cuenta Paco Ignacio Taibo II, en su biografía novelada Tony Guiteras. Un hombre guapo, y otros personajes singulares de la revolución cubana de 1933, el nombre «tenía ecos de la “Joven Cuba” fundada en los Estados Unidos en 1852 o rescataba el término que utilizaban los grupos nacionalistas radicales como los Jóvenes turcos». (México, 2018, Edición Para leer en libertad).

Derrotado el Gobierno de los Cien Días, La Joven Cuba pretendía ser una organización que aglutinara a toda la fuerza social y política de la izquierda, excluyendo el autenticismo de Grau y al Partido Comunista que, como bien dice Taibo II, debía parecerle a Guiteras «extremadamente sectario, maximalista y políticamente dependiente de la URSS».

El revolucionario cubano llegaría a afirmar que el socialismo no era «una construcción caprichosamente imaginada», sino «algo que surge de los pueblos y las condiciones materiales». Muy lejos estaba Tony Guiteras de las ideas del Partido Comunista, que acababa de injertar soviets en el oriente de Cuba.

A la nueva organización se sumaron grupos y figuras con un sentido plural desde la izquierda: miembros de la extinta TNT, unos pocos auténticos, miembros independientes de la Federación Obrera de La Habana, especialmente trostskistas; militantes anarquistas y surgidos del movimiento libertario, a los que sedujo la mezcla de acción directa con socialismo no sectario; algunos cuadros de la izquierda del gobierno de los Cien Días y gran cantidad de mujeres, que venían organizadas del DEU, el movimiento estudiantil de la enseñanza media y las luchas por los derechos feministas.

Su programa defendía una democracia popular con fuerte intervención del Estado y defensa de la soberanía nacional ante el capital extranjero. A diferencia del Partido Comunista, no planteaba la abolición de la propiedad privada pues «al Estado socialista nos acercaremos por sucesivas etapas preparatorias».

En su libro Estado y Revolución en Cuba, publicado por Ciencias Sociales, en 2010, Robert Whitney cita una valoración de Eduardo Chibás: «Mientras más revolucionaria es una persona, más lo atacan los comunistas. Atacan al ABC más de lo que atacan a Menocal [los conservadores] y a los Auténticos más fuerte aún que al ABC. ¡Y Guiteras! Les encantaría comérselo vivo. Solo porque también soy atacado por estos mezquinos líderes del comunismo tropical, sé que soy un buen revolucionario».

Es proverbial el anticomunismo de Chibás, que protagonizará fuertes controversias con los delegados de ese partido en la Asamblea Constituyente de 1940. Pero hay que reconocer la inflexibilidad de los comunistas hacia las fuerzas de izquierda: con Guiteras jamás quisieron dialogar; al líder trotskista Sandalio Junco lo asesinaron.

Por estas razones, resulta una paradoja que se pretenda la apropiación exclusiva de la imagen de Antonio Guiteras y del nombre de La Joven Cuba, por personas que representan a una organización que es digna heredera del viejo partido de matriz estalinista, en sus métodos de dirección y en su instrumentalismo ideológico, en su dogmatismo y en su incapacidad para dialogar desde un pluralismo político.

Si de nombres se trata, otros apelativos y expresiones que nos legó la historia de la Revolución del Treinta son más apropiados hoy: a los actos de repudio le podrían denominar «la porra»; a los funcionarios que utilicen la fuerza física para defender ideas les vendría como anillo al dedo lo de «asno con garras», y si la Constitución del 2019 continúa sin habilitar el articulado que estipula la protección de los derechos de la ciudadanía, se le pudiera agregar la coletilla «de letra muerta», igual que se hace cuando hablamos de la Constitución del 40.

26 febrero 2021 55 comentarios 7.839 vistas
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oriente

El Grito de Oriente y la guerra de Martí

por Mario Valdés Navia 24 febrero 2021
escrito por Mario Valdés Navia

La significación histórica del alzamiento del 24 de febrero de 1895 trasciende los marcos de una conmemoración histórica para convertirse en un hito en los anales de la revolución cubana y latinoamericana. Ese día iniciaba en Cuba una guerra de independencia cualitativamente superior en su organización, conducción y resultados esperados a cuanto se había hecho o intentado antes en los procesos histórico-sociales hispanoamericanos.

José Martí había demostrado que el relativo atraso de Cuba y Puerto Rico en alcanzar su independencia, debido a la fidelidad oportunista de sus clases hegemónicas a la monarquía española, provocaba que entraran a la vida en libertad «con composición muy diferente y en época muy distinta, y con responsabilidades mucho mayores que los demás pueblos hispanoamericanos»[1]. 

Por ello, concebía la guerra «sana y vigorosa» que se avecinaba, como el primer fruto del árbol de la segunda independencia de la Madre América, que venía cultivando con esmero desde la década de los ochenta.

Varios eran los elementos novedosos de este «nuevo período de guerra [en que se adentraba] la revolución de independencia iniciada en Yara después de preparación gloriosa y cruenta»: esmerada preparación por una entidad política multiclasista sin precedentes, el Partido Revolucionario Cubano;  financiamiento popular —esencial para garantizar los intereses de los trabajadores en la futura república—, con participación de sectores patrióticos de la burguesía; carácter urgente, por lo que debía ser intensa y rápida, para que actuara como «realidad superior a los vagos y dispersos deseos de los cubanos y españoles anexionistas», y fines mayores, «de alcance e interés universales»[2]. 

La «guerra de Martí», como la llamara con justeza Máximo Gómez, pudo comenzar en la primavera de 1894, cuando el Delegado consideraba: «se produce hoy en nuestra patria una situación revolucionaria ya madura»[3].  La demora en poner a punto los preparativos finales en la Isla condujo a meses de angustiosa espera, que terminaron con el desastre del puerto de Fernandina el 10 de enero de 1895. Tras la incautación de los tres cargamentos de pertrechos de guerra que hubieran permitido el inicio simultáneo de la lucha en todo el país y la llegada de los jefes principales a la cabeza de grandes expediciones, con cientos de hombres bien armados, el proyecto bélico martiano estaba colapsado y se ponían en peligro la concepción y los fines de la Guerra Necesaria.  

De no haberse frustrado este plan, la conflagración hubiera sido mucho más breve y la victoria cubana casi segura, pues los españoles no esperaban un levantamiento de tan grandes proporciones, ni contaban entonces con fuerzas suficientes dentro de Cuba para reprimirlo. No obstante, la revelación de la magnitud de los planes secretos, lejos de sembrar dudas y desconcierto en los patriotas, realzó la figura de Martí y actuó como acicate para acelerar los preparativos. De ahí que se dejara en manos de los comprometidos en la isla la decisión de iniciar la guerra sin esperar más y resistir en la manigua hasta que se pudieran enviar nuevos embarques de jefes, hombres y armas. 

Tras constatar el estado de opinión de los complotados, Martí, José María Rodríguez (Mayía) y Enrique Collazo firmaron, el 29 de enero, la orden de alzamiento que fue remitida a La Habana y a los conspiradores del centro y oriente del país. Las Villas y Camagüey respondieron que no podían sumarse de inmediato porque no tenían armamentos. Según lo acordado, no debía entonces alzarse Occidente, pero una mentira patriótica de Pedro Betancourt, mensajero entre Francisco Carrillo y Juan Gualberto Gómez, le hizo creer al segundo que el general Carrillo se alzaría en Las Villas. En consecuencia, la respuesta positiva acordada —«Aceptados giros»— fue enviada a Martí. La Junta de La Habana escogió la fecha del 24 de febrero porque era domingo de carnaval y los conjurados podrían moverse sin despertar sospechas; además, no habría periódicos por la fiesta y era conveniente la falta de noticias.

El alzamiento en Occidente fue un fracaso rotundo. En La Habana, el jefe militar seleccionado, el indisciplinado general Julio Sanguily —hoy reconocido como traidor al servicio de España—, se dejó arrestar mientras desayunaba tranquilamente en su casa. A falta del caudillo, muchos conspiradores se quedaron en sus viviendas. En Matanzas, Manuel García, famoso bandido comprometido con el levantamiento, fue asesinado en oscuras circunstancias y únicamente se alzó, en la zona de Ibarra, un reducido grupo de patriotas, casi desarmados, encabezados por Antonio López Coloma y Juan Gualberto Gómez. Capturados pocos días después, López fue fusilado y Gómez deportado a la prisión de Ceuta. Solo pequeñas partidas de indomables quedaron en los campos hasta incorporarse a la invasión de Gómez y Maceo.

Como en las gestas anteriores, el protagonismo del alzamiento del 24 de febrero correspondió a los mambises orientales. En casi todos sus municipios, cientos de hombres con valiosos jefes veteranos al frente se lanzaron al campo, encabezados por el caudillo Guillermo Moncada (Guillermón) quien, aun enfermo gravemente de tuberculosis, coordinó el plan con la mayor eficiencia y lealtad. En verdad, la denominación de Grito de Baire constituye una injusticia histórica, motivada por el hecho mediático de que Saturnino Lora y su partida tomaran el poblado por unas horas y la noticia recorriera el éter, vía telégrafo. Por la magnitud de lo ocurrido en toda la provincia, bien que debía llamársele Grito de Oriente.

Mayor General Guillermón Moncada

Los primeros que repudiaron el alzamiento fueron los autonomistas connotados. Rafael Montoro, José María Gálvez, Eliseo Giberga y otros, en un manifiesto hecho público poco después, reafirmaban su fidelidad a la Corona y proclamaban:

El Partido Autonomista, que ha condenado siempre los procedimientos revolucionarios, condena la revuelta que se inició el 24 de febrero, condena todo trastorno del orden, porque es un partido legal y tiene fe en los medios constitucionales, en la eficacia de la propaganda, en la incontrastable fuerza de las ideas, y afirma que las revoluciones, salvo en circunstancias enteramente excepcionales y extremas que se producen muy de tarde en tarde en la vida de los pueblos, son terribles azotes, grandes y señaladas calamidades para las sociedades cultas… Pero no sucederá, por fortuna. Todos los indicios demuestran que la rebelión, limitada a una parte de la provincia oriental, sólo ha conseguido arrastrar, salvo pocas excepciones, a gentes salidas de las clases más ignorantes y desvalidas de la población…

Esta postura claudicante no caló en las amplias bases del partido y la mayoría de sus afiliados pasaron a engrosar el campo de la revolución. La decisión del pueblo cubano de sacudirse las cadenas del yugo español por su propio esfuerzo quedaba demostrada ante el mundo y la insurrección continuaría su marcha arrolladora. Grandes hazañas militares y sacrificios sin parangón en la historia americana habrían de hacerse para destruir la poderosa maquinaria de guerra que la monarquía lanzaría sobre la República de Cuba en Armas. La quinta parte de la población insular perecería para que el país pudiera convertirse en república.

Factores adversos provocaron que muchos de los frutos esperados de la contienda fueran malogrados tras abrirse paso la intervención estadounidense, posterior ocupación militar e instauración de una república mediatizada por la Enmienda Platt. La concepción revolucionaria de su principal promotor y organizador lo trascendió en la historia, y sus proféticas palabras en vísperas de lanzarse al combate mortal de Dos Ríos resuenan aún en los oídos receptivos: «Sé desaparecer. Pero no desaparecería mi pensamiento, ni me agriaría mi oscuridad. Y en cuanto tengamos forma, obraremos, cúmplame esto a mí o a otros»[4].

***

[1] OC, T3, pp.141-142.

[2] Respectivamente en: OC, T5, pp.43, 169 y 41.

[3] OC, T3, p. 171.

[4] OC, T4, P.170.

24 febrero 2021 17 comentarios 3.998 vistas
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objetivos

Objetivos no declarados

por José Manuel González Rubines 5 febrero 2021
escrito por José Manuel González Rubines

Como en otras ocasiones a lo largo de más de sesenta años, Cuba ha iniciado 2021 con una nueva estrategia económica que –igual que en las ediciones anteriores– tiene como pretensiones públicas hacer materialmente sostenible el proyecto político y social de la Revolución.

No es la primera vez que se reordena la economía buscando eficiencia y productividad. Por ejemplo, la década de los sesenta, que fue un tiempo de experimentación y búsqueda constante de un modelo funcional y autóctono, presenció la aplicación de varios sistemas de dirección: Cálculo Económico, Presupuestario de Financiamiento, Registro Económico. Estos, acompañados por el llamado a sacrificios, renuncias a proyectos personales y hazañas —como la zafra que cerró la década—, buscaban lograr un «gran salto adelante» cubano, que desgraciadamente no llegó, aunque no sería mortalmente desastroso como el de Mao en China.

Los setenta trajeron la entrada al Consejo de Ayuda Mutua Económica (CAME), la aplicación de un nuevo sistema –el de Dirección y Planificación de la Economía–, la reforma de las estructuras de gobierno, con el nacimiento de las Asambleas del Poder Popular, y la institucionalización emanada del primer Congreso del Partido y de la nueva Constitución de 1976. Los ochenta están marcados por el proceso llamado de rectificación de errores y tendencias negativas y los noventa se recuerdan por las políticas de liberalización del Período Especial. Así, un rosario de idas y venidas que nos trae hasta la Tarea Ordenamiento.

Este texto es parte de una entrevista que pertenece a una investigación aún inédita, titulada Los insomnios de la utopía, de la cual La Joven Cuba publicó hace poco otro fragmento. En él, Juan Valdés Paz, sociólogo experto en temas del agro cubano, quien estuvo entre los fundadores de la revista Pensamiento Crítico y fue investigador del Centro de Estudios sobre América y del Instituto de Historia de Cuba, se refiere a las intríngulis tras el que es quizás uno de los momentos más interesantes y menos tratados de los inicios de proceso: la construcción paralela del comunismo y el socialismo.

Valdés Paz, uno de los intelectuales más lúcidos del panteón nacional y autor de textos imprescindibles como Procesos de organización agraria en Cuba (1959-2006) y La evolución del poder en la Revolución Cubana (I y II), ofrece una visión desde la realpolitik que sirve no solo para tratar de entender aquellos sucesos pasados, sino también los presentes. Como dijera el sabio italiano Humberto Eco, existen tantas lecturas como lectores. Aquí se ofrece una clave que bien puede usarse para una lección con resultados interesantes.

El romance cubano-soviético

-La posibilidad de construir paralelamente el socialismo y el comunismo en Cuba fue una idea convertida en estrategia a finales de la década de los sesenta. Sobre ella, Fidel dijo en el famoso discurso del 13 de marzo de 1968, en la escalinata de la Universidad de La Habana, que algunos «bisnietos de revolucionarios» la tildarían de idealista, aunque en el Informe al Primer Congreso del Partido hizo la autocrítica. ¿Cómo se explica esa concepción de construcción paralela de un sistema dentro de otro? ¿Cuál es su origen?

Desde mi punto de vista fue una locura teórica y, sobre todo, práctica. Es pura ideología. Fidel estaba tratando de usar las ideas del Che, ausente desde 1964 y muerto en 1967, y por eso toma su legado y lo lleva ad absurdum. Donde el Che había hablado del «hombre nuevo» y de la creación de la conciencia comunista como garantía del socialismo, él introduce esto de la construcción paralela; donde el Che había defendido la dirección partidaria de la Revolución, él convierte automáticamente a todos los jefes de una actividad en primeros secretarios del Partido y establece la unión completa del Partido y el Estado; etc.

En esos años, que van desde 1966 hasta 1970, se introduce un modelo de gestión política y económica que Fidel acompaña a través de sus discursos. Yo recuerdo no solo a Fidel, sino también a Osvaldo Dorticós hablando del «horario de conciencia», que se tradujo en la supresión de los relojes para marcar la entrada a los centros de trabajo de todo el país y en su lugar, los trabajadores debían llegar cuando entendieran.

Las bases más profundas de eso son difíciles de discernir, porque Fidel dijo algo primero y después dijo lo contrario. Si estaba convencido de su discurso, o el discurso estaba en función de otra estrategia política es difícil saberlo. Ese es el período de tensión con China, con la URSS, de la búsqueda de una ideología propia para que no nos invadieran ideologías foráneas. Se debe atender menos a los discursos, me parece a mí, y más a los resultados.

-¿En este caso, qué resultados trajo?

Fue un desastre económico. Había una meta que era producir diez millones de toneladas de azúcar, no sé cuántos miles de litros de leche, no sé cuántos planes especiales, y todo estaba acompañado de discursos, medidas, programas, intelectuales escribiendo, medios de comunicación reforzándolo. Todo eso es lo interior.

¿Cuál es el resultado exterior, visible públicamente? Pues no alcanzamos los diez millones de toneladas de azúcar, aunque hicimos la zafra más grande de la historia; se produjo una debacle económica generalizada, cayó el nivel de vida de la población. Se cambió de estrategia y, al cambiar de estrategia, cambiamos de discurso. Visto eso, se debe poner la mirada en las realidades históricas, sin desconocer el resultado interior.

El discurso tiene metas, algunas declaradas y otras ocultas. Fidel Castro no hacía los discursos para sí mismo, por tanto, él cuenta lo que quiere y entiende que debe contar porque está tratando de movilizar. Hay un componente ideológico, pretende persuadir. Que sea lo que está pensando, que todos sus objetivos estén declarados, eso es otra cosa y habría que tener más información para poder contrastar. Pero siempre existieron objetivos no declarados, los discursos son mediaciones y, por tanto, siempre tienen algo de manipulación de la dirección hacia los dirigidos. Hay que preguntarse si los resultados tienen relación con los objetivos declarados o, sobre todo, con los no declarados.

Si los declarados fueron hacer la Zafra de los Diez Millones, no se logró. Pero si los no declarados fueron saldar el conflicto con la URSS, sí se logró. Puede haber sido un desastre económico, pero un éxito político que hizo viable a la Revolución a largo plazo.

El año 1968, por ejemplo, es muy peculiar porque tiene un significado mundial: hay un 68 vietnamita, un 68 francés –las protestas de mayo–, un 68 mexicano –el movimiento estudiantil y la matanza de Tlatelolco–, un 68 socialista –la llamada Primavera de Praga. Cada uno tiene un significado distinto y dan cuenta de problemas diferentes, pero si tomas el 68 cubano también es peculiar.

Comenzó el año bajo el impacto de la muerte del Che a finales de 1967. Desde el punto de vista ideológico, estábamos en plena campaña heterodoxa: discutirlo todo, publicar a todo el mundo. Es el momento más heterodoxo de la Revolución. ¿Cómo comienza el año? Con el Congreso Cultural de La Habana y le sigue la Ofensiva Revolucionaria: lo nacionalizamos todo y nos convertimos en la experiencia más estatalizada de la historia. Todavía, a final del semestre, sucede la llamada Microfracción.

Quiere decir, el primer semestre es de una radicalización creciente. ¿Contra quién? ¿Qué revela la Microfracción? Que hay un sector dirigente de la Revolución, algunos de los cuales están en el primer Comité Central, que no solamente están conspirando, sino que lo están haciendo en contacto con la KGB. Tenemos un problema con la URSS, hay una parte de la dirección soviética a la cual no le gusta, o la Revolución cubana o, más concretamente, Fidel Castro.

¿Qué va a ocurrir poco después? La invasión a Checoslovaquia y nuestro apoyo a la entrada de las tropas del Pacto de Varsovia. Dimos un viraje y a partir de entonces iniciamos unas nuevas relaciones amorosas con el campo socialista y con la URSS que fueron in crescendo hasta Mijaíl Gorbachov. Podemos preguntarnos si lo que está en juego en realidad es de naturaleza política o si estamos viendo una película y la verdadera cinta es otra. Por eso debemos ver los discursos, y todo lo demás, en una perspectiva más compleja, más de realpolitik.

5 febrero 2021 21 comentarios 4.656 vistas
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prever

«Prever es vencer»

por Ibrahim Hidalgo Paz 28 enero 2021
escrito por Ibrahim Hidalgo Paz

1853-2021

Ciento sesenta y ocho aniversario del natalicio de José Martí

***

En toda ocasión en que se divulguen la vida y la obra de José Martí, debe destacarse la trascendencia de su ejemplo personal y su pensamiento, uno de cuyos rasgos fundamentales es la capacidad de previsión de quien aspiraba no solo a eliminar el poder hispano sobre Cuba —y contribuir a la independencia de Puerto Rico—, sino a fundar una sociedad nueva, cuyos principios y características serían opuestos al sistema colonial. Expuso que «prever es el deber de los verdaderos estadistas: dejar de prever es un delito público: y un delito mayor no obrar, por incapacidad o por miedo, en acuerdo con lo que se prevé». [OC, t. 4, p. 221.] Y advertía: «Los peligros no se han de ver cuando se les tiene encima, sino cuando se los puede evitar. Lo primero en política, es aclarar y prever». [OC, t. 6, p. 46.]

El Apóstol razonaba que estos fines generarían múltiples escollos, y que para vencerlos debían concebirse estrategias capaces de proceder a tiempo, sin esperar el avance de los contrarios, sino actuar a la ofensiva contra los peligros externos e internos. De aquellos, el de mayores dimensiones era la ambición de los grandes intereses de la creciente potencia estadounidense por apoderarse de Cuba, someter el área caribeña y ejercer su dominio sobre el continente americano. Esta era y es una política cuya sustentación tiene por base el desprecio hacia nuestro pueblo, al que tratan de doblegar, la cual se manifiesta en la generalidad de sus políticos de oficio, y de forma grotesca en el cabecilla saliente, al que algunas personas nacidas en esta isla admiran y consideran su presidente, muestra de antipatriotismo y sumisión al poder foráneo.

Hacia el interior del país y las emigraciones, la política imperial contaba con la actuación de los autonomistas y anexionistas, preocupados por las consecuencias y riesgos económicos de una revolución triunfante, cuyos objetivos populares eran conocidos dadas las manifestaciones públicas de la organización político-militar encabezada por José Martí. En las bases programáticas del Partido Revolucionario Cubano se expresaba que la guerra sería el medio para «asegurar en la paz y el trabajo la felicidad de los habitantes de la Isla» mediante la sustitución del «desorden económico en que agoniza con un sistema de hacienda pública que abra el país inmediatamente a la actividad diversa de sus habitantes». [OC, t. 1, p. 279 y 280]

Eran previsibles, en igual medida, las ambiciones deleznables de individuos y sectores que intentarían, en el país liberado, impedir la fundación de una república democrática, justa, y desviar el proyecto martiano hacia formas de gobierno beneficiosas solo para las castas que deseaban sustituir a las autoridades coloniales y ocupar su lugar sobre las mayorías. Ante tales propósitos se establecieron mecanismos para lograr el empoderamiento de las masas populares frente a los aspirantes a continuar el dominio de los privilegiados.

Martí advirtió respecto a tales individuos y sectores, dispuestos a «ejercitar derechos especiales, y señorío vejatorio, sobre algún número de cubanos», [OC, t. 1, p. 480] pues comprendió que después de la independencia, «el enconado apetito del privilegio, y el hábito y consejo de la arrogancia» impedirían «el equilibrio justiciero de los elementos diversos de la isla, y el reconocimiento, ni demagógico ni medroso, de todas sus capacidades y potencias políticas». [OC, t. 3, p. 264] Señaló además la posibilidad de que «las vanidades y ambiciones, servidas por la venganza y el interés, se junten y triunfen, pasajeramente al menos, sobre los corazones equitativos y francos». [OC, t. 3, p. 305]

Estudioso de la Historia, conocía que ningún proceso político-social está exento de contradicciones intrínsecas que pueden conducirlo a transformaciones negativas, a su debilitamiento por falta de cohesión, o al retroceso en caso de perder el apoyo de las amplias masas del país, sus bases de sustentación. A tenor con ello, consideró que el único modo de evitar estos males era mediante la participación efectiva, plena, de estas en la conducción del país, no solo en la movilización para el cumplimiento de planes, orientaciones u órdenes emanadas de las direcciones centrales del gobierno y las instituciones. Es insuficiente que los gobernantes sean capaces de laborar por el bien colectivo; es imprescindible que los gobernados ejerzan sus derechos como seres pensantes. La revolución supone el cambio de la dirección política y económica, pero sus objetivos se estancan sin la transformación del ser humano. Este debe ser el portador de una nueva conciencia ética, asumida como fundamento de la conducta personal. Deben enraizarse la honradez y la entereza, como principios que motiven espiritualmente la búsqueda del mejoramiento de  las personas, del pueblo, de la nación.

Son estas premisas las que posibilitan la consolidación de una colectividad de productores, capaces de demostrar la superioridad del nuevo proyecto no solo en el plano ideal, sino en el material. El trabajo debe ser una necesidad social e individual, y se ha de educar en el amor al esfuerzo productivo, de modo que la labor conjunta propicie la soberanía alimentaria, cuya carencia hace vulnerables a los países de economías débiles.

El Maestro previó que tales propósitos pueden lograrse cuando se educa a los seres humanos para el pensamiento propio, se establecen las estructuras para la participación en la dirección política y económica, sin exclusiones prejuiciadas de los criterios minoritarios, y se viabiliza el control sobre el aparato ejecutivo. El pueblo debe ser el verdadero jefe de la revolución, que vele por la acertada conducción del país y por la aplicación de métodos que garanticen «cortar las tiranías por la brevedad y revisión continua del poder ejecutivo y para impedir por la satisfacción de la justicia el desorden social». [OC, t. 1, p. 458] De este modo se impediría que el Estado regulador genere una burocracia improductiva con intereses particulares, que invierta las funciones de servidora en servida, y se transforme en planta parásita capaz de entorpecer la justicia social, o en una nueva especie de propietaria que haga imposible el desarrollo del sentimiento de pertenencia colectiva de aquello que debe ser del dominio de todos.

No hallamos en José Martí llamado alguno a la sumisión del pensamiento ni a una unanimidad ficticia en un conglomerado humano heterogéneo y con una sólida formación, sino a la creación de las condiciones propicias y los métodos adecuados que favorecieran la defensa de objetivos comunes. En su resolución, «preparar y unir, que es el deber continuo de la política en todas partes», [t. 4, p. 249] debía ser la vía firme para alcanzar el equilibrio del mundo y no ser aplastados por el «gigante de las siete leguas».

28 enero 2021 15 comentarios 4.484 vistas
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Chesterton

Chesterton y la decadencia americana

por Rafael Rojas 24 enero 2021
escrito por Rafael Rojas

Estos días de ceremonias republicanas en Estados Unidos, en medio de la crisis de la más vieja democracia del planeta, dejan ver lo mejor y lo peor de esa nación. Lo mejor tiene que ver con la reafirmación de una serie de normas y rituales de la república (división de poderes, alternancia, sucesión presidencial, rendición de cuentas…), sin los cuales no serían concebibles las democracias reales. Lo peor tiene que ver con una acendrada mentalidad providencial y mesiánica, ligada al culto a la pureza de la democracia estadounidense y a su supuesto liderazgo mundial.

El joven socialista cubano Raúl Escalona Abella hizo recientemente una relectura de G. K. Chesterton en busca de claves para pensar las tensiones entre herejía y ortodoxia en la isla. Cuando lo leí recordé inmediatamente a José Lezama Lima, uno de los grandes lectores del escritor londinense. En su ensayo Analecta del reloj (1953), Lezama sostenía que la narrativa policiaca de Chesterton, donde figuraba lo mismo un cura detective (el padre Brown) que un inspector metafísico (Aristide Valentin), debía ser asimilada junto con los ensayos del escritor católico, que cuestionaban la democracia y el liberalismo.

Desde su ensayo Ortodoxia (1908), Chesterton se había percatado de que la idea conservadora del siglo XIX, de que los liberales y los masones, los judíos y los socialistas, eran “herejes” o “malos cristianos” y, por tanto, debían ser expulsados de la comunidad, estaba equivocada. Más a tono con la Rerum novarum de León XII que con la Cuanta cura y el Syllabus (1864) de Pío IX, Chesterton defendía, en palabras de Lezama, “una dilatación del catolicismo en profundidad y comprensión”, que “redujera los otros campos”.

Una democracia debía evitar métodos inquisitoriales. Por eso insultó tanto, al escritor inglés, el formulario del consulado de Estados Unidos en Londres, antes de su primer viaje. La primera pregunta era: “¿es usted anarquista?”. A lo que Chesterton hubiera querido responder: “¿y eso a usted qué diablos le importa. Es usted ateo?”. Luego le preguntaban: “¿está usted a favor de subvertir el gobierno de Estados Unidos por la fuerza?” o “¿es usted polígamo?”.

Dice Chesterton al principio de Lo que vi en América (1922) que le hubiera gustado responder esas preguntas después del viaje. Desde antes de zarpar a Boston y Nueva York se hizo una idea de la democracia americana como nueva inquisición, que confirmó en su recorrido por Estados Unidos. Había virtudes indiscutibles, a su juicio, en la cultura americana como la candidez, el igualitarismo, la energía, el entusiasmo —“no se avergüenzan de su emoción, como los ingleses”—, pero también detectaba vicios como el exacerbado nacionalismo cívico que llevaba a los americanos a pensarse como modelo o paradigma y a postular la democracia como una “inquisición”.

El escritor inglés creía, sin embargo, que ese sistema político estaba en decadencia. Aquella “eterna juventud del mundo”, que según Thomas Jefferson había arrancado con los ideales republicanos del siglo XVIII, estaba envejeciendo. Si eso decía Chesterton hace un siglo, qué podríamos decir nosotros hoy, después de Trump y el asalto al Capitolio. Pero no habría que olvidar que Chesterton usaba el argumento de la decadencia americana como un tópico conservador o específicamente antiliberal.

Valga el recordatorio para concluir que el diagnóstico de la “decadencia americana” no lo inventaron los fascistas y los comunistas sino los conservadores y los reaccionarios del siglo XIX. Y valga también para sugerir que una lectura de Chesterton, desde el siglo XXI, que recorra sus ironías contra la democracia y la república, puede ser estimulante. Pero si esa lectura soslaya ciertos elementos distintivos, como el conservadurismo, el racismo y, especialmente, el antisemitismo, del gran escritor católico, nunca será una lectura completa.

***

(Este texto fue publicado originalmente en La Razón de México)

24 enero 2021 15 comentarios 1.639 vistas
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sovietico

El romance cubano-soviético

por José Manuel González Rubines 21 enero 2021
escrito por José Manuel González Rubines

Una crónica desde Moscú de la periodista Milenys Torres, en la emisión del NTV del pasado 18 de enero, recordaba mediante curiosas imágenes las primeras visitas de Fidel Castro a la Unión Soviética en la década del sesenta del siglo pasado. Viejas grabaciones del Comandante, entonces con el cargo de Primer Ministro de la República, lo mostraban no solo en los sonrientes encuentros oficiales con dirigentes, sino también compartiendo con los rusos y disfrutando en trineo del crudo invierno moscovita, ataviado con el clásico sombrero con orejeras, llamado ushanka.

La relación de Cuba con la potencia dio forma a casi tres décadas de historia de la Revolución. Su influencia económica y política configuró no solo la manera en la que se dirigían los asuntos de Estado en Cuba, sino que incidió directamente –de forma positiva a veces y negativa otras– en la vida de todos los habitantes de esta Isla. La desaparición –o desmerengamiento, como reposterilmente algunos gustan decir– de esa «nación de naciones» es una herida que aún esta caribeña república, situada a miles de kilómetros de distancia, se lame de vez en cuando.

Este texto es el fragmento de una entrevista que pertenece a una investigación aún inédita, titulada Los insomnios de la utopía. En él, quien fuera uno de los hombres clave en la economía y la política de las décadas del setenta y el ochenta, disecciona con criolla maestría lo que fueron las relaciones Cuba-URSS.

Humberto Pérez González –padre del Sistema de Dirección y Planificación de la Economía, autor del popular manual Economía Política del Capitalismo (I y II), presidente de la Junta Central de Planificación (1976-1986) y vicepresidente del Consejo de Ministros (1979-1986)– arroja luz a lo que fueron tres décadas de una complejísima relación entre estados aliados, que para él se parece mucho –en cuanto a idas y venidas– a un vínculo marital.

-En febrero de 1960 se firmó el primer convenio comercial con la Unión Soviética. Mi pregunta viene en dos direcciones: ¿en qué momento comenzó el interés del Gobierno Revolucionario por la URSS y viceversa?

Las cosas no se deciden por personas individuales si no hay un contexto que las permita, pero la relación entre Raúl Castro y el agente del KGB, Nikolái Leonov fue fundamental. Cuando venía en el barco de regreso del IV Festival Mundial de la Juventud y los Estudiantes, realizado en 1953 en Bucarest, Rumanía, Raúl conoció a Leonov, porque a este lo habían designado en la embajada soviética en México, y establecieron una relación de amistad.

Más tarde volvieron a reunirse, cuando los preparativos para la expedición del Granma en México, y continuaron con sus vínculos. Después del triunfo de la Revolución, en un viaje de Raúl a Checoslovaquia se encontró de casualidad con Leonov, caminando por la calle, y reactivaron la amistad.

Internamente, los comunistas nucleados en el Partido Socialista Popular (PSP), con Blas Roca al frente, habían anunciado su disposición de disolver el Partido para unirse en otra organización bajo el mando único de Fidel. De ahí resultó lo que fue el Partido Unido de la Revolución Socialista de Cuba (PURSC), donde se congregaron las organizaciones que habían participado en la lucha contra Batista y que constituye el germen del Partido Comunista actual. Esa postura de ellos, que gozaban de buena fama en la URSS, fue un factor en favor de la Revolución.

A esto súmale la amistad de Raúl con Leonov. También la postura del Che, que le había creado un problema a Fidel en México antes del Granma por confesar su filiación comunista en un momento tan complejo. Fidel lo dijo, que la actitud del Che era como la de un mártir cristiano que se sintió en el deber cívico de confesar quién era, pero la sinceridad casi echa por tierra el plan.

Por supuesto, el factor más importante fue que el triunfo de la Revolución cubana despertó el interés del mundo entero, y cuando se declaró su carácter socialista más todavía. De aquellos tiempos es la famosa frase de Nikita Kruschov en respuesta a la pregunta de si Fidel era o no comunista: «Yo no sé si Fidel es comunista, lo que sí sé es que yo soy fidelista».

Desde el principio hubo simpatía y conveniencia geopolítica también, todo mezclado. El interés fue de ambos lados. En esos primeros tiempos hizo falta asesores y vinieron checoslovacos, polacos y, por supuesto, soviéticos.

De toda esta convergencia de factores deriva la idea de organizar una Feria Soviética en La Habana, en 1961. Precisamente Leonov vino como traductor de la delegación de su país y, además, estaba favoreciendo posturas de acercamiento por allá porque era de la KGB. En la feria participó nada más y nada menos que Anastás Mikoyán, la segunda o tercera figura más importante de la URSS en esos momentos. De ahí se derivan los primeros acuerdos comerciales y los entendimientos futuros.

-¿Cómo fueron las relaciones a lo largo de la década?

Hubo un momento preliminar de amor a primera vista, este del cual hablábamos. Duró hasta el incidente de los cohetes en 1962. Era un amor de entrega total, hasta el desenlace de la Crisis de Octubre. Ese desenlace fue un error de los soviéticos y de Kruschov en particular, y una cosa difícil de perdonar para una personalidad como la de Fidel, porque simplemente nos desconocieron.

Éramos el centro del problema, los cohetes estaban aquí, estuvimos dispuestos a jugárnosla por el socialismo y negociaron a espaldas nuestras, un error imperdonable. Recuerdo una consigna de aquellos días: «¡Nikita, Nikita, lo que se da no se quita!». Primero era: «¡Fidel, Kruschov, estamos con los dos!» y de un año para otro cambió. El pueblo las coreaba.

Ahí hubo un bache grande, como unos novios con un amor profundo y confianza plena, uno falla y el otro no se lo puede perdonar. Kruschov se dio cuenta del error cometido y ni a la amistad, ni a los intereses geopolíticos de la URSS, les convenían estar a mal con Cuba. Entonces se lanzó en una política de reconciliación a como diera lugar y es cuando invitó a Fidel a la URSS, en 1963. Yo estaba allá y asistí a la ceremonia cuando le dieron el título de Héroe de la Unión Soviética.

La admiración del pueblo soviético por Fidel rayaba en el fanatismo. Es más, cuando a los soviéticos le decías que Fidel para nosotros era como Lenin para ellos, respondían: «No, no, Lenin es otra cosa». Ponían a Fidel por encima de Lenin. Era el héroe legendario, el tipo con una presencia física imponente y con un carisma increíble, proveniente de un país chiquito, muchos factores confluyentes.

Si lo hubieran postulado en aquel momento a unas elecciones, salía presidente de la URSS, ampliamente. Le rindieron todos los honores y le dieron todas las explicaciones posibles. Entonces se reconcilió la pareja.

«¡Siempre juntos!» (V. Ivanov, 1963).

Pasó el tiempo. En los sesenta los soviéticos apoyaron a Vietnam en la guerra, pero no de la forma como creía Cuba que debían apoyar, y se dio el famoso discurso del Che en Argelia, donde les recrimina que en las relaciones económicas no estaban cumpliendo su deber con el Tercer Mundo.

Frente a la posición nuestra, se encuentra la política de los soviéticos de «coexistencia pacífica» y de llegada al socialismo por una vía pacífica. Dos posturas no contrapuestas, pero sí divergentes. En ese contexto se dio la segunda oleada de sectarismo en Cuba, alrededor de Aníbal Escalante[1], y se probó que algunas embajadas, como la de Alemania Democrática y la de la URSS, tenían una política de apoyo a estos sectores, tal vez no orientada oficialmente desde el centro, pero sí los auparon. Ambos factores, el interno y el externo, se unieron y aquella reconciliación se quebró.

Los Partidos Comunistas latinoamericanos sentían una gran admiración por la Revolución cubana, pero los ataba a la URSS una fidelidad histórica. Pese a ello, existieron divisiones entre quienes apoyaban la propuesta soviética de toma pacífica del poder y quienes apoyaban la idea del Che de la lucha armada. Por ejemplo, en el Partido Comunista de Venezuela se dio un cisma con Douglas Bravo, que creó las Fuerzas Armadas de Liberación Nacional en 1962; también sucedió en Guatemala, etc. Nosotros empezamos a apoyar todas esas guerrillas.

-¿De dónde teníamos para apoyar?

Teníamos asesoramiento, y las armas que habíamos tomado al ejército de Batista y parte de las que nos daban gratuitamente los soviéticos, las repartíamos. Siempre cumplieron con nosotros y, sin embargo, nosotros sí comenzamos a fallarles en las entregas de azúcar. Ellos anotaban las deudas en el hielo y, al final, las perdonaron. En cuanto a las armas, toleraban el trasmano, pero haciendo resistencia, y nosotros criticando la tibieza.

En ese contexto de acusaciones implícitas mutuas se dio el conflicto chino-soviético, en el cual Cuba no tomó parte. Se abstuvo, pero más bien nuestra postura se acercaba más a las posiciones chinas, aunque hubo críticas a sus extremismos.

Los componentes de un ajiaco son variados. Es muy complejo, porque incluso con esta situación, la ayuda soviética en armas, asesores, suministros y demás nunca se detuvo, y eso mantenía la relación de pareja, relegando las discrepancias hasta cierto punto. Empleo la metáfora de pareja porque se me parece mucho, la verdad.

Un momento crucial para la reconciliación fue la invasión de la Unión Soviética a Checoslovaquia, en 1968. En mi opinión personal, algo muy criticable.

-¿Lo pensó igual entonces?

Sí, lo pensé entonces y lo sigo creyendo hoy.

Fidel, quien como siempre veía más que los demás, no sé si en parte por convicción y en parte por conveniencia táctica, pronunció el famoso discurso del 23 de agosto apoyando la invasión, con todas las implicaciones para el prestigio de Cuba, incluso dentro de las izquierdas. Fidel lo arriesgó todo, rompió con una parte de la familia por mantener los principios, según él los entendía, y el amor de pareja. Debemos recordar que el Che había muerto un año antes, entonces tenía más libertad para actuar porque no estaba el elemento más comprometido con las otras izquierdas.

En ese momento comenzó el fin de la luna de miel con los intelectuales, quienes hasta entonces habían mirado con muchísimo entusiasmo a nuestra Revolución.

Fidel siempre fue muy astuto y sagaz en política. La conducta de los tácticos no la entendemos a veces. Lo cierto es que a partir de este discurso, la pareja se reconcilió y comenzó una segunda luna de miel: perdones de deuda, ayuda superior, posterior ingreso de Cuba al CAME.

Cuando asumió Mijaíl Gorbachov, en 1985, empezaron a producirse una serie de cambios en justa rectificación de las barbaridades cometidas anteriormente desde el estalinismo y después. Kruschov fue refrescante y en general bien enrumbado; posteriormente vino la inercia de Leonid Brézhnev, prolongada hasta su muerte; Andrópov pudo haber sido positivo, pero solo duró poco más de un año; Konstantín Chernenko fue peor que Brézhnev.

Todo eso provocó una acumulación muy peligrosa. Ahí llegó Gorbachov y le sacó la tapa a la olla sin quitarle la presión, y aquello explotó. No significa que no se debía hacer, pero se debía hacer mejor.

[1] Aníbal Escalante: Político cubano, militante del Partido Socialista Popular. Secretario Organizador de la Dirección Nacional de las Organizaciones Revolucionarias Integradas. El 26 de marzo de 1963 se realiza el llamado primer proceso a Escalante, en el cual es acusado de sectarismo. El proceso culmina con la disolución de las ORI. En 1968 se lleva a cabo un segundo proceso a Escalante, conocido como «Micro-fracción», bajo la misma acusación. Este terminó en su encarcelamiento.

21 enero 2021 26 comentarios 4.918 vistas
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