Revalorización de acontecimientos, figuras y procesos de nuestra historia
En el dossier dedicado al centenario de la Nueva Política Económica, se ha analizado el significado de ese hecho, tanto de su implementación como de su desmontaje. Muchas de aquellas lecciones atraviesan la historia del socialismo y llegan al presente. Sin embargo, ¿cómo fue la recepción de tales cambios en Cuba en los propios años veinte del pasado siglo? A responder tal pregunta se encamina este artículo.
Cuando en marzo de 1921 sesionaba en Rusia el X Congreso del Partido que aprobó la NEP; en Cuba se producía la quiebra de los bancos cubano-españoles producto a la severa crisis que desde fines de 1920 azotaba al país. La secuela fue un férreo control financiero por parte de capitales norteamericanos y una mayor penetración imperialista. No fue casual entonces que la experiencia soviética también tuviera ecos acá.
De hecho, la intelectualidad fue el primer grupo social que estuvo en condiciones de evaluar el proceso de construcción del socialismo soviético pues, cuando se funda el Partido Comunista de Cuba en agosto de 1925, ya habían transcurrido casi ocho años del triunfo de octubre y más de uno de la muerte de Lenin. Prácticamente estaba por concluir el período más experimental de la revolución socialista, pero, al mismo tiempo, el más rico en polémicas y concepciones opuestas: del Comunismo de Guerra a la Nueva Política Económica (NEP).
Esa primera etapa fue, por consiguiente, minimizada por el movimiento comunista cubano, que comienza sus relaciones formales con los soviéticos precisamente cuando se estaba incubando el modelo estalinista de socialismo, definitivo a partir de 1929.
Lecciones a cien años de la Nueva Política Económica en Rusia
En el ensayo «Crónica de un fracaso anunciado. Los intelectuales de la república y el socialismo soviético», premio Temas 2007, ofrezco un análisis pormenorizado de la presencia del tema soviético en los debates y publicaciones del momento, especialmente en las revistas Cuba Contemporánea (1913-1927), Social (1916-1938) y Avance (1927-1930). En aras de ajustarme a un espacio más breve, únicamente me referiré a los elementos relacionados con la etapa de la NEP y su desmontaje en Rusia.
La intelectualidad cubana y la experiencia soviética
En mayo de 1928, en Revista de Avance, Juan Marinello reseñaba el libro Rusia a los doce años, de Julio Álvarez del Vayo. De filiación socialista, este autor sería después ministro de la Guerra en el gobierno de la República durante la Guerra Civil Española.
El reseñista subrayaba que el proceso de colectivización –al que denominaba anti-kulakista– llegado a Cuba a través de las «contradicciones y parcialidades» de las agencias cablegráficas, era el escollo fundamental del proceso soviético: «Del triunfo de esta larga batalla –en que las emboscadas son frecuentísimas e imperfectos hasta hoy los medios de ataque– depende el triunfo –la estabilización– de la construcción soviética».
El énfasis que hago en esta cita intenta establecer un importante hecho. En esa etapa se comenzaba a desmontar el modelo instituido desde 1921 en la URSS. Precisamente en 1928, durante una reunión que sostenía con especialistas en agronomía, Stalin había dicho: «mandemos al diablo a la NEP» y, como pocas veces, había sido fiel a su palabra.

Julio Álvarez del Vayo
Dentro del Partido Comunista de la Unión Soviética esta decisión provocó fuertes enfrentamientos. Ellos son calibrados en toda su magnitud por Marinello:
«El pequeño capitalismo [la NEP] se apresta a las más duras ofensivas. En las vacilaciones, en la diversidad de pareceres sobre la pequeña propiedad que dividen el sector opuesto [se refiere al Partido] situará sus más robustas baterías. Todo parece indicar que su despliegue máximo será inútil […] El quinto Congreso, ahora reunido dirá (Dios salve a Rusia para el mundo) de parte de quién está la fuerza. Y el porvenir».
La atención que le confirió esta generación al brusco paso de un modelo de economía que incluía la pequeña propiedad, al modelo estalinista, es lógica si tenemos en cuenta el origen pequeño-burgués de la mayoría.
La pequeña burguesía ha resultado preterida a través de la historia. A pesar de haber aportado la mayor parte de los dirigentes, teóricos y protagonistas, tanto de las revoluciones burguesas como de las socialistas, cuando estos sistemas han asumido características extremas ha sido la pequeña burguesía el sector olvidado.
El neoliberalismo, un modelo extremo de concentración de la propiedad y la riqueza, conduce a la proletarización y el empobrecimiento de la pequeña empresa. Por su parte, cuando el modelo estalinista de socialismo se ha impuesto, la pequeña empresa es intervenida a favor de una economía absolutamente estatal. En ambos casos el saldo ha resultado negativo.
En el primero, es ostensible el rechazo al modelo neoliberal, abandonado en muchos países y sustituido por fórmulas donde el Estado recobra un lugar prominente, aunque no exclusivo.
En el segundo, es tema de vieja data el derrumbe del campo socialista y las transformaciones en países como China y Vietnam, con una interacción de formas de propiedad en las que el sector estatal, la empresa privada y las inversiones mixtas diversifican el antiguo monopolio económico del Estado, que, representando teóricamente a toda la sociedad, no satisfacía a la mayor parte de ella.
Por otra parte, es importante evaluar con justeza el carácter de la pequeña burguesía en países como Cuba, donde dicho sector era doblemente afectado por la gran burguesía y por el imperialismo norteamericano; de ahí su rol progresista.
No es casual que en los dos momentos revolucionarios de la pasada república, hayan sido intelectuales que representaban a diversos sectores de la burguesía los más activos defensores de la opción revolucionaria y, a la larga, los artífices de la vía armada –Guiteras en los años treinta, Fidel en los cincuenta– en desafío abierto, en el caso de la lucha contra Batista, a la postura de los comunistas cubanos, que negaban la posibilidad insurreccional.
Sobre el rol de la pequeña burguesía parece haber evolucionado, respecto a sus criterios iniciales, el gran revolucionario Julio Antonio Mella. Su último trabajo teórico lo dedicó al tema. Se trata del ensayo «Sobre la misión de las clases medias», publicado un mes antes de su muerte en El Machete, órgano del Partido Comunista Mexicano.
Allí concedía gran importancia a los estratos pequeño-burgueses en las sociedades atrasadas desde el punto de vista económico, especialmente en dicho país, donde existía un cuantioso núcleo de artesanos individuales o cooperadores cuyas raíces se hallaban en la historia de las culturas autóctonas.
Este criterio de Mella transgredía la postura de la Internacional Comunista, que en aquel momento sostenía su concepción de «clase contra clase», solo superada a partir del VI Congreso. Admitirá entonces a la pequeña burguesía y a los intelectuales como compañeros de lucha, con serias reservas y solo de modo coyuntural, al considerarlos oportunistas.
Esa fue la tesis de Mao Zedong conocida como «Camino de Yenán», que se puso de moda también en América Latina ante el avance fascista en Europa, con la convocatoria a los Frentes Populares, y que conduciría al Partido Comunista de Cuba a su polémica participación en la Coalición Socialista Democrática, con Batista como líder, que ganaría las elecciones de 1940.
Ha sido esta controversia sobre el rol de la pequeña burguesía en el proceso revolucionario, uno de los factores que pudiera explicar la relativa separación con que actuaron sectores marxistas provenientes de la intelectualidad y del movimiento estudiantil, los cuales, a pesar de su simpatía hacia el proletariado y su papel en la lucha, se mantuvieron fuera del Partido Comunista.
Cuando Raúl Roa describe la rutina con que un grupo de intelectuales revolucionarios presos en Isla de Pinos por oponerse a la dictadura machadista, ocupa su tiempo en el convulso 1932, dice: «Por la noche, a las siete, funciona la Academia Materialista. Se comenta, en sesiones nutridas, el interesante libro de Nicolás Bujarin, Materialismo Histórico, que Gabriel [Barceló] y Pablo [de la Torriente Brau], auxiliados por el poeta Juan [Marinello] y alguna que otra vez por mí, han vertido al español de la edición inglesa, bastante mala por cierto». (Bufa subversiva, Ediciones La Memoria, Centro Cultural Pablo de la Torriente Brau, La Habana, 2006, p. 160).

Raúl Roa
Para esa fecha, los criterios de Bujarin en defensa del papel de la pequeña propiedad en la construcción del socialismo que aparecen en este celebrado texto, eran una herejía en la Unión Soviética.
Esta capacidad de analizar a contracorriente de lo considerado «políticamente correcto» por el Partido Comunista, fue habitual entre aquellos intelectuales. En carta a Jorge Mañach, de noviembre de 1931, Roa le dice: «Nosotros pretendemos, no obstante nuestro marxismo, resolver el problema cubano con datos cubanos y no con datos rusos; y […] nuestra forma de verlo y de acometerlo no es inútil ni contraproducente, sino extraída de las propias necesidades cubanas, y, por ende, cierta y fecunda».
Coincidentemente, en la etapa en que la URSS pasaba a un modelo como el estalinista, Cuba estaba a las puertas de una situación revolucionaria. La lucha contra Machado había derivado hacia un nacionalismo antimperialista y revolucionario. La búsqueda de caminos y el conflicto siempre latente de los límites que debía tener este proceso, explica por qué, a pesar de este cambio en la URSS, la posibilidad del socialismo no fue rechazada en Cuba
Francisco Ichaso, uno de los editores de Revista de Avance, que nunca militó en las izquierdas, discrepaba del santiaguero Rafael Esténger, que consideraba al fascismo un mal necesario para librar a Italia de un posible gobierno comunista, pues era un pueblo «incorregiblemente antiguo». Ichaso rechazaba este enfoque con los siguientes argumentos:
«Sostener que un pueblo, a título de antiguo, no puede soportar una forma nueva de organización social, equivale a negarle toda posibilidad de evolución. ¿Cómo admitió Italia la organización liberal-democrática? ¿Vamos a pedir la regresión a la tribu por el hecho de que así lo exige el “alma antigua” de algunos pueblos?
[…] La experiencia comunista podrá discutirse en sus valores intrínsecos, es decir, en cuanto si satisface o no los fines de justicia social que persigue; no en cuanto a sus posibilidades de adaptación a los diversos cuerpos nacionales. Este es un problema de evolución y educación colectivas, del cual hay ya sobrados antecedentes en la historia. El liberalismo y la democracia no fueron en su tiempo menor locura que el comunismo hoy». («Directrices», Revista de Avance, a. IV, n. 48, La Habana, julio de 1930, pp. 219-220).
Dos meses después dejaba de publicarse esta revista. El encarcelamiento de Marinello provocó tal desenlace.
El Primer Plan Quinquenal en la URSS, aprobado para el período 1928-1932, se cumplió en apenas cuatro años y tres meses. Pero antes de que ello ocurriera, ya la prensa cubana se hacía eco de los excesos que esta meta había desencadenado.
En 1931, la revista Bohemia publicaba la sección «Sucesos de Sovietlandia», donde aparecían noticias y fotos de ingenieros soviéticos condenados bajo la acusación de sabotear el plan quinquenal. En caricaturas se satirizaba este voluntarismo económico, casi todas de revistas norteamericanas como Life, aunque también aparecían algunas caricaturas soviéticas, tomadas de Izvestia, que se burlaban del imperialismo.
Para hacer justicia al nuevo modelo era necesario analizar los resultados que en la práctica iba teniendo. La publicación que mejor lo hizo fue la revista Política, (julio 1931-inicios de 1932) fundada por Marinello y José Miguel Irisarri.
En sus páginas se replicó el artículo «El Plan Quinquenal», del socialista Arturo Labriola. Este valoraba la concepción de planificación económica soviética y sus evidentes limitaciones.
Admitía que era posible lograr la planificación de la economía en un corto plazo y asumía que la experiencia soviética no era absurda ni imposible. Precisamente en estos años, y motivados por la gran crisis de 1929 a 1933, el modelo keynesianista había logrado introducir algunos elementos de planificación y control estatal para paliar el desastre.
No obstante, Labriola desconfiaba de las estadísticas oficiales soviéticas y rechazaba el voluntarismo político que emanaba de las ambiciosas directivas del Plan Quinquenal:
«Por la abstracción a la realidad, por la teoría a los hechos, tal parece ser la regla de la Ciencia Económica bolchevista [sic] […] Desgraciadamente no se trata solo de la ciencia […] sino que se trata también de que tal sistema es la regla de una poderosa organización política que ejerce el poder en el país más vasto y más poblado de Eurasia. Este partido juzga la vida como la experiencia de una idea que es menester realizar a cualquier precio aun si esa idea no vale la pena, y aun cuando imponga sufrimientos enormes a todo un pueblo que nadie se toma la pena de consultar».
Es menester reconocer, sin embargo, que una buena parte de lo que se escribía sobre la URSS en esta etapa, eran consideraciones especulativas. La política de Stalin era cautelosa respecto a los visitantes extranjeros. Quizás por ello fue un hito en la época el libro de César Vallejo: Rusia en 1931: reflexiones al pie del Kremlin (Ediciones Ulises, Madrid, 1931).

Rusia en 1931: reflexiones al pie del Kremlin.
La obra fue el resultado de una visita donde Vallejo recorrió –acompañado siempre por un miembro de la KGB, como explica en la introducción– fábricas, koljoses, aldeas y ciudades. Además de ser una crónica que describe la vida diaria de un extranjero en la URSS, era una indagación, en la medida en que ella fue posible, en las expectativas del ciudadano soviético común ante las grandes esperanzas del Plan Quinquenal.
En conversación con Vallejo, los obreros de una fábrica moscovita le cuentan que, tras el cumplimiento del Segundo Plan Quinquenal, el nivel de vida del obrero soviético sería muy superior al del obrero norteamericano. Ante las preguntas del visitante relativas a los pocos automóviles que se movían por Moscú, asignados en todos los casos al Partido y a los órganos estatales, casi se burlan de su ignorancia al no saber que, en apenas siete años, todos los obreros dispondrían de automóviles.
El libro no constituyó una oposición al gobierno soviético, fue evidente que el autor quedó cautivado por aquellas personas que se sacrificaban en pos de un ideal. Tampoco fue una apología. Vallejo critica medidas y actitudes que despertaron su atención.
El ocaso de la NEP y el debate entre Bujarin y Preobrazhenski
La espada de Damocles que pesaba sobre el texto era, no obstante, implacable. Los plazos establecidos para lograr el bienestar material y espiritual del pueblo se vencerían en poco tiempo sin demostrar la eficacia de las metas. A pesar de ello, la Constitución soviética de 1936 aseguraría que el socialismo se había afianzado en todas las ramas de la economía nacional y que la correlación de clases había cambiado. Este sería el primer paso de los sucesivos gobiernos soviéticos para proclamar lo que nunca habían alcanzado realmente.
El libro despertó gran interés en Cuba, de lo cual dan fe los siguientes hechos: En el prólogo a Bufa subversiva, Pablo de la Torriente Brau lo menciona entre los textos que no podían faltar en la habitación de Raúl Roa. Otra evidencia es la reseña que le hace Marinello en el número de enero de 1932 de la revista Política.
«Es la obra de un hombre de fe, que sabe observar. ¿Imparcialidad? ¿Es ella posible frente al fenómeno ruso? ¿Quién permanece en quietud de ánimo ante un pueblo que se construye con materiales inéditos y que marcha hacia el mundo con paso encendido? Quien quede frío ante el espectáculo grandioso ¿merece ser escuchado? Hay, sí, la posibilidad –y la obligación– de hacer lo que hace César Vallejo: demostrar una vacilación, un fracaso parcial, una medida inoportuna e insuficiente, un error de gobierno estalinista. Pero quedando a flote la fe revolucionaria».
Un camino progresista para la Isla no pasaba, según la mayor parte de la juventud revolucionaria, por la tangente soviética. La Revolución Socialista de Octubre había sido una, pero dos fueron las estrategias que desde mediados de los años veinte y hasta inicios de los treinta –etapa crucial para el movimiento revolucionario cubano–, habían definido el perfil socialista de ese país.
Las dudas de la intelectualidad cubana respecto al socialismo soviético eran perfectamente comprensibles. Y si aceptamos la definición de duda de Aristóteles como «el resultado de la equivalencia entre dos razonamientos contrarios», entonces entenderemos las de los intelectuales revolucionarios: haber comprendido que el capitalismo, bajo la dominación imperialista, resultaba nefasto para Cuba y, al mismo tiempo, apreciar que el modelo de socialismo estalinista no debía ser la solución de nuestros graves problemas. Concedámosle el reconocimiento a una agudeza política que hubieran deseado para sí generaciones posteriores.