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Historia

Revalorización de acontecimientos, figuras y procesos de nuestra historia

Cuba nep

El desmontaje de la NEP y sus ecos en Cuba

por Alina Bárbara López Hernández 2 abril 2021
escrito por Alina Bárbara López Hernández

En el dossier dedicado al centenario de la Nueva Política Económica, se ha analizado el significado de ese hecho, tanto de su implementación como de su desmontaje. Muchas de aquellas lecciones atraviesan la historia del socialismo y llegan al presente. Sin embargo, ¿cómo fue la recepción de tales cambios en Cuba en los propios años veinte del pasado siglo? A responder tal pregunta se encamina este artículo.  

Cuando en marzo de 1921 sesionaba en Rusia el X Congreso del Partido que aprobó la NEP; en Cuba se producía la quiebra de los bancos cubano-españoles producto a la severa crisis que desde fines de 1920 azotaba al país. La secuela fue un férreo control financiero por parte de capitales norteamericanos y una mayor penetración imperialista. No fue casual entonces que la experiencia soviética también tuviera ecos acá.

De hecho, la intelectualidad fue el primer grupo social que estuvo en condiciones de evaluar el proceso de construcción del socialismo soviético pues, cuando se funda el Partido Comunista de Cuba en agosto de 1925, ya habían transcurrido casi ocho años del triunfo de octubre y más de uno de la muerte de Lenin. Prácticamente estaba por concluir el período más experimental de la revolución socialista, pero, al mismo tiempo, el más rico en polémicas y concepciones opuestas: del Comunismo de Guerra a la Nueva Política Económica (NEP).

Esa primera etapa fue, por consiguiente, minimizada por el movimiento comunista cubano, que comienza sus relaciones formales con los soviéticos precisamente cuando se estaba incubando el modelo estalinista de socialismo, definitivo a partir de 1929.

Lecciones a cien años de la Nueva Política Económica en Rusia

En el ensayo «Crónica de un fracaso anunciado. Los intelectuales de la república y el socialismo soviético», premio Temas 2007, ofrezco un análisis pormenorizado de la presencia del tema soviético en los debates y publicaciones del momento, especialmente en las revistas Cuba Contemporánea (1913-1927), Social (1916-1938) y Avance (1927-1930). En aras de ajustarme a un espacio más breve, únicamente me referiré a los elementos relacionados con la etapa de la NEP y su desmontaje en Rusia.

La intelectualidad cubana y la experiencia soviética

En mayo de 1928, en Revista de Avance, Juan Marinello reseñaba el libro Rusia a los doce años, de Julio Álvarez del Vayo. De filiación socialista, este autor sería después ministro de la Guerra en el gobierno de la República durante la Guerra Civil Española.

El reseñista subrayaba que el proceso de colectivización –al que denominaba anti-kulakista– llegado a Cuba a través de las «contradicciones y parcialidades» de las agencias cablegráficas, era el escollo fundamental del proceso soviético: «Del triunfo de esta larga batalla –en que las emboscadas son frecuentísimas e imperfectos hasta hoy los medios de ataque– depende el triunfo –la estabilización– de la construcción soviética».

El énfasis que hago en esta cita intenta establecer un importante hecho. En esa etapa se comenzaba a desmontar el modelo instituido desde 1921 en la URSS. Precisamente en 1928, durante una reunión que sostenía con especialistas en agronomía, Stalin había dicho: «mandemos al diablo a la NEP» y, como pocas veces, había sido fiel a su palabra.

Cuba - Julio

Julio Álvarez del Vayo

Dentro del Partido Comunista de la Unión Soviética esta decisión provocó fuertes enfrentamientos. Ellos son calibrados en toda su magnitud por Marinello:

«El pequeño capitalismo [la NEP] se apresta a las más duras ofensivas. En las vacilaciones, en la diversidad de pareceres sobre la pequeña propiedad que dividen el sector opuesto [se refiere al Partido] situará sus más robustas baterías. Todo parece indicar que su despliegue máximo será inútil […] El quinto Congreso, ahora reunido dirá (Dios salve a Rusia para el mundo) de parte de quién está la fuerza. Y el porvenir».

La atención que le confirió esta generación al brusco paso de un modelo de economía que incluía la pequeña propiedad, al modelo estalinista, es lógica si tenemos en cuenta el origen pequeño-burgués de la mayoría.

La pequeña burguesía ha resultado preterida a través de la historia. A pesar de haber aportado la mayor parte de los dirigentes, teóricos y protagonistas, tanto de las revoluciones burguesas como de las socialistas, cuando estos sistemas han asumido características extremas ha sido la pequeña burguesía el sector olvidado.

El neoliberalismo, un modelo extremo de concentración de la propiedad y la riqueza, conduce a la proletarización y el empobrecimiento de la pequeña empresa. Por su parte, cuando el modelo estalinista de socialismo se ha impuesto, la pequeña empresa es intervenida a favor de una economía absolutamente estatal. En ambos casos el saldo ha resultado negativo.

En el primero, es ostensible el rechazo al modelo neoliberal, abandonado en muchos países y sustituido por fórmulas donde el Estado recobra un lugar prominente, aunque no exclusivo.

En el segundo, es tema de vieja data el derrumbe del campo socialista y las transformaciones en países como China y Vietnam, con una interacción de formas de propiedad en las que el sector estatal, la empresa privada y las inversiones mixtas diversifican el antiguo monopolio económico del Estado, que, representando teóricamente a toda la sociedad, no satisfacía a la mayor parte de ella.

Cuba: NEP versus Comunismo de Guerra

Por otra parte, es importante evaluar con justeza el carácter de la pequeña burguesía en países como Cuba, donde dicho sector era doblemente afectado por la gran burguesía y por el imperialismo norteamericano; de ahí su rol progresista.

No es casual que en los dos momentos revolucionarios de la pasada república, hayan sido intelectuales que representaban a diversos sectores de la burguesía los más activos defensores de la opción revolucionaria y, a la larga, los artífices de la vía armada –Guiteras en los años treinta, Fidel en los cincuenta– en desafío abierto, en el caso de la lucha contra Batista, a la postura de los comunistas cubanos, que negaban la posibilidad insurreccional.

Sobre el rol de la pequeña burguesía parece haber evolucionado, respecto a sus criterios iniciales, el gran revolucionario Julio Antonio Mella. Su último trabajo teórico lo dedicó al tema. Se trata del ensayo «Sobre la misión de las clases medias», publicado un mes antes de su muerte en El Machete, órgano del Partido Comunista Mexicano.

Allí concedía gran importancia a los estratos pequeño-burgueses en las sociedades atrasadas desde el punto de vista económico, especialmente en dicho país, donde existía un cuantioso núcleo de artesanos individuales o cooperadores cuyas raíces se hallaban en la historia de las culturas autóctonas.

Este criterio de Mella transgredía la postura de la Internacional Comunista, que en aquel momento sostenía su concepción de «clase contra clase», solo superada a partir del VI Congreso. Admitirá entonces a la pequeña burguesía y a los intelectuales como compañeros de lucha, con serias reservas y solo de modo coyuntural, al considerarlos oportunistas.

Esa fue la tesis de Mao Zedong conocida como «Camino de Yenán», que se puso de moda también en América Latina ante el avance fascista en Europa, con la convocatoria a los Frentes Populares, y que conduciría al Partido Comunista de Cuba a su polémica participación en la Coalición Socialista Democrática, con Batista como líder, que ganaría las elecciones de 1940.

Ha sido esta controversia sobre el rol de la pequeña burguesía en el proceso revolucionario, uno de los factores que pudiera explicar la relativa separación con que actuaron sectores marxistas provenientes de la intelectualidad y del movimiento estudiantil, los cuales, a pesar de su simpatía hacia el proletariado y su papel en la lucha, se mantuvieron fuera del Partido Comunista.

Cuando Raúl Roa describe la rutina con que un grupo de intelectuales revolucionarios presos en Isla de Pinos por oponerse a la dictadura machadista, ocupa su tiempo en el convulso 1932, dice: «Por la noche, a las siete, funciona la Academia Materialista. Se comenta, en sesiones nutridas, el interesante libro de Nicolás Bujarin, Materialismo Histórico, que Gabriel [Barceló] y Pablo [de la Torriente Brau], auxiliados por el poeta Juan [Marinello] y alguna que otra vez por mí, han vertido al español de la edición inglesa, bastante mala por cierto». (Bufa subversiva, Ediciones La Memoria, Centro Cultural Pablo de la Torriente Brau, La Habana, 2006, p. 160).

Cuba - Roa

Raúl Roa

Para esa fecha, los criterios de Bujarin en defensa del papel de la pequeña propiedad en la construcción del socialismo que aparecen en este celebrado texto, eran una herejía en la Unión Soviética.

Esta capacidad de analizar a contracorriente de lo considerado «políticamente correcto» por el Partido Comunista, fue habitual entre aquellos intelectuales. En carta a Jorge Mañach, de noviembre de 1931, Roa le dice: «Nosotros pretendemos, no obstante nuestro marxismo, resolver el problema cubano con datos cubanos y no con datos rusos; y […] nuestra forma de verlo y de acometerlo no es inútil ni contraproducente, sino extraída de las propias necesidades cubanas, y, por ende, cierta y fecunda».

Coincidentemente, en la etapa en que la URSS pasaba a un modelo como el estalinista, Cuba estaba a las puertas de una situación revolucionaria. La lucha contra Machado había derivado hacia un nacionalismo antimperialista y revolucionario. La búsqueda de caminos y el conflicto siempre latente de los límites que debía tener este proceso, explica por qué, a pesar de este cambio en la URSS, la posibilidad del socialismo no fue rechazada en Cuba

Francisco Ichaso, uno de los editores de Revista de Avance, que nunca militó en las izquierdas, discrepaba del santiaguero Rafael Esténger, que consideraba al fascismo un mal necesario para librar a Italia de un posible gobierno comunista, pues era un pueblo «incorregiblemente antiguo». Ichaso rechazaba este enfoque con los siguientes argumentos:

«Sostener que un pueblo, a título de antiguo, no puede soportar una forma nueva de organización social, equivale a negarle toda posibilidad de evolución. ¿Cómo admitió Italia la organización liberal-democrática? ¿Vamos a pedir la regresión a la tribu por el hecho de que así lo exige el “alma antigua” de algunos pueblos?

[…] La experiencia comunista podrá discutirse en sus valores intrínsecos, es decir, en cuanto si satisface o no los fines de justicia social que persigue; no en cuanto a sus posibilidades de adaptación a los diversos cuerpos nacionales. Este es un problema de evolución y educación colectivas, del cual hay ya sobrados antecedentes en la historia. El liberalismo y la democracia no fueron en su tiempo menor locura que el comunismo hoy». («Directrices», Revista de Avance, a. IV, n. 48, La Habana, julio de 1930, pp. 219-220).

Dos meses después dejaba de publicarse esta revista. El encarcelamiento de Marinello provocó tal desenlace.

Glosas de lo político en tiempos de la NEP

El Primer Plan Quinquenal en la URSS, aprobado para el período 1928-1932, se cumplió en apenas cuatro años y tres meses. Pero antes de que ello ocurriera, ya la prensa cubana se hacía eco de los excesos que esta meta había desencadenado.

En 1931, la revista Bohemia publicaba la sección «Sucesos de Sovietlandia», donde aparecían noticias y fotos de ingenieros soviéticos condenados bajo la acusación de sabotear el plan quinquenal. En caricaturas se satirizaba este voluntarismo económico, casi todas de revistas norteamericanas como Life, aunque también aparecían algunas caricaturas soviéticas, tomadas de Izvestia, que se burlaban del imperialismo.

Para hacer justicia al nuevo modelo era necesario analizar los resultados que en la práctica iba teniendo. La publicación que mejor lo hizo fue la revista Política, (julio 1931-inicios de 1932) fundada por Marinello y José Miguel Irisarri.

En sus páginas se replicó el artículo «El Plan Quinquenal», del socialista Arturo Labriola. Este valoraba la concepción de planificación económica soviética y sus evidentes limitaciones.

Admitía que era posible lograr la planificación de la economía en un corto plazo y asumía que la experiencia soviética no era absurda ni imposible. Precisamente en estos años, y motivados por la gran crisis de 1929 a 1933, el modelo keynesianista había logrado introducir algunos elementos de planificación y control estatal para paliar el desastre.

No obstante, Labriola desconfiaba de las estadísticas oficiales soviéticas y rechazaba el voluntarismo político que emanaba de las ambiciosas directivas del Plan Quinquenal:

«Por la abstracción a la realidad, por la teoría a los hechos, tal parece ser la regla de la Ciencia Económica bolchevista [sic] […] Desgraciadamente no se trata solo de la ciencia […] sino que se trata también de que tal sistema es la regla de una poderosa organización política que ejerce el poder en el país más vasto y más poblado de Eurasia. Este partido juzga la vida como la experiencia de una idea que es menester realizar a cualquier precio aun si esa idea no vale la pena, y aun cuando imponga sufrimientos enormes a todo un pueblo que nadie se toma la pena de consultar».

Es menester reconocer, sin embargo, que una buena parte de lo que se escribía sobre la URSS en esta etapa, eran consideraciones especulativas. La política de Stalin era cautelosa respecto a los visitantes extranjeros. Quizás por ello fue un hito en la época el libro de César Vallejo: Rusia en 1931: reflexiones al pie del Kremlin (Ediciones Ulises, Madrid, 1931).

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Rusia en 1931: reflexiones al pie del Kremlin.

La obra fue el resultado de una visita donde Vallejo recorrió –acompañado siempre por un miembro de la KGB, como explica en la introducción– fábricas, koljoses, aldeas y ciudades. Además de ser una crónica que describe la vida diaria de un extranjero en la URSS, era una indagación, en la medida en que ella fue posible, en las expectativas del ciudadano soviético común ante las grandes esperanzas del Plan Quinquenal.

En conversación con Vallejo, los obreros de una fábrica moscovita le cuentan que, tras el cumplimiento del Segundo Plan Quinquenal, el nivel de vida del obrero soviético sería muy superior al del obrero norteamericano. Ante las preguntas del visitante relativas a los pocos automóviles que se movían por Moscú, asignados en todos los casos al Partido y a los órganos estatales, casi se burlan de su ignorancia al no saber que, en apenas siete años, todos los obreros dispondrían de automóviles.

El libro no constituyó una oposición al gobierno soviético, fue evidente que el autor quedó cautivado por aquellas personas que se sacrificaban en pos de un ideal. Tampoco fue una apología. Vallejo critica medidas y actitudes que despertaron su atención.

El ocaso de la NEP y el debate entre Bujarin y Preobrazhenski

La espada de Damocles que pesaba sobre el texto era, no obstante, implacable. Los plazos establecidos para lograr el bienestar material y espiritual del pueblo se vencerían en poco tiempo sin demostrar la eficacia de las metas. A pesar de ello, la Constitución soviética de 1936 aseguraría que el socialismo se había afianzado en todas las ramas de la economía nacional y que la correlación de clases había cambiado. Este sería el primer paso de los sucesivos gobiernos soviéticos para proclamar lo que nunca habían alcanzado realmente.

El libro despertó gran interés en Cuba, de lo cual dan fe los siguientes hechos: En el prólogo a Bufa subversiva, Pablo de la Torriente Brau lo menciona entre los textos que no podían faltar en la habitación de Raúl Roa. Otra evidencia es la reseña que le hace Marinello en el número de enero de 1932 de la revista Política.

«Es la obra de un hombre de fe, que sabe observar. ¿Imparcialidad? ¿Es ella posible frente al fenómeno ruso? ¿Quién permanece en quietud de ánimo ante un pueblo que se construye con materiales inéditos y que marcha hacia el mundo con paso encendido? Quien quede frío ante el espectáculo grandioso ¿merece ser escuchado? Hay, sí, la posibilidad –y la obligación– de hacer lo que hace César Vallejo: demostrar una vacilación, un fracaso parcial, una medida inoportuna e insuficiente, un error de gobierno estalinista. Pero quedando a flote la fe revolucionaria».

Un camino progresista para la Isla no pasaba, según la mayor parte de la juventud revolucionaria, por la tangente soviética. La Revolución Socialista de Octubre había sido una, pero dos fueron las estrategias que desde mediados de los años veinte y hasta inicios de los treinta –etapa crucial para el movimiento revolucionario cubano–, habían definido el perfil socialista de ese país.

Las dudas de la intelectualidad cubana respecto al socialismo soviético eran perfectamente comprensibles. Y si aceptamos la definición de duda de Aristóteles como «el resultado de la equivalencia entre dos razonamientos contrarios», entonces entenderemos las de los intelectuales revolucionarios: haber comprendido que el capitalismo, bajo la dominación imperialista, resultaba nefasto para Cuba y, al mismo tiempo, apreciar que el modelo de socialismo estalinista no debía ser la solución de nuestros graves problemas. Concedámosle el reconocimiento a una agudeza política que hubieran deseado para sí generaciones posteriores.

2 abril 2021 40 comentarios 3.536 vistas
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Prensa y censura en tiempos de la NEP

por Alexei Padilla Herrera 26 marzo 2021
escrito por Alexei Padilla Herrera

La Nueva Política Económica (NEP) fue la estrategia implementada por Lenin a partir de marzo de 1921 para recuperar la vitalidad de un país devastado por una cruenta guerra civil, en la que el Ejército Rojo derrotó a las fuerzas reaccionarias y nacionalistas que intentaron detener el avance de la Revolución Socialista de 1917.

El crecimiento de los sectores estatal y privado que se alcanzó durante ese período, propició el aumento de la calidad de vida y un despertar cultural. «Nadie puede negar −afirmó el sociólogo ruso Boris Kagarlitski−, que los años veinte (del siglo pasado) fueron una época extremadamente fructífera para la literatura, la pintura, la crítica de arte y la vida espiritual rusa, en general».

No obstante la amplia libertad de expresión, creación y hasta de prensa de que gozaron diversos grupos de artistas e intelectuales en aquella etapa; el ejercicio de esos derechos no se extendió en igual medida al periodismo diario. La relativa autonomía del campo cultural −considerado por los comunistas como un nicho de pequeño-burgueses que con el desarrollo del socialismo se extinguiría−, contrastaba con la subordinación de la prensa y la política informativa a la cúpula del Partido y con la disciplina soldadesca impuesta a los periodistas e intelectuales partidistas.

Vladimir Ilich Lenin era defensor del carácter propagandístico de los periódicos. Los medios revolucionarios −decía− debían actuar como orientadores (informar), organizadores y movilizadores de la clase obrera. En las jornadas que precedieron a la Gran Revolución Socialista de octubre de 1917, ya había elaborado una parte de los principios que orientarían la labor de la prensa cuando los bolcheviques tomaran el poder político.

  • En cualquier sociedad la prensa sirve a la clase dominante.
  • El financiamiento de los periódicos debe ser controlado por el Estado, dirigido por el partido que representa al proletariado.
  • Los periódicos forman parte de las organizaciones políticas y sus periodistas son activistas políticos.
  • La libertad de prensa depende del acceso y uso, por parte de todos los segmentos de la sociedad, de los medios tecnológicos para la publicación de periódicos.
  • Permisibilidad de la diversidad de opiniones solo dentro de los límites del pensamiento tenido como marxista.

Después del derrocamiento del gobierno provisional, y a la espera de la contraofensiva de las fuerzas burguesas encabezadas por Kerensky, los aliados de Lenin presentaron ante el Comité Ejecutivo Central Panruso (TSIK) un proyecto de resolución sobre la prensa.

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Alexander Kerensky

El documento denunciaba los vicios de la libertad de prensa burguesa y aseguraba que para el gobierno de obreros y campesinos ese concepto significaba liberar a la prensa de la dominación del capital. En consecuencia, se proponían estatizar las imprentas y fábricas de papel, y ponerlas al servicio de aquellos grupos de ciudadanos que tuviesen un mínimo de 10 mil integrantes.

El proyecto no contó con el apoyo unánime de todos los bolcheviques ni de las distintas agrupaciones que participaron en el llamado Octubre Rojo. León Trotski argumentó que los adversarios de la revolución aún no habían sido derrotados, que los periódicos eran armas en sus manos y, por tanto, su clausura era una «medida de legítima defensa».  

Lenin, por su parte, consideró que no se podía brindar a la burguesía la posibilidad de calumniar a los revolucionarios y que, como cuestión de principios, la libertad de la prensa dependiente del capital no debía ser admitida.

Tras una intensa deliberación −documentada por el periodista John Reed en Diez días que estremecieron al mundo−, el proyecto de resolución fue aprobado y dio paso a la publicación de un decreto. A tenor con ello, desde el 10 de noviembre de 1917 fue prohibida la circulación de cualquier órgano de prensa que abogara por la oposición abierta o la insubordinación al gobierno, faltara a la verdad en la cobertura de eventos o promoviera cualquier actividad criminal.

Antes de concluir el convulso 1917, los bolcheviques tomaron otras medidas para asegurarse el control de la palabra impresa. El 21 de noviembre, una norma legal dispuso la estatización de los servicios publicitarios con el fin de privar a la prensa burguesa de su principal fuente de ingresos y, consecuentemente, abolir la propiedad privada sobre los medios de comunicación. En tanto, el 18 de diciembre fue establecido el Tribunal Revolucionario de la Prensa, cuya función era investigar y punir los delitos cometidos contra el pueblo, mediante el uso de la misma. La corte podía imponer a los infractores sanciones que iban desde multas y confiscación de imprentas hasta cárcel y destierro.

El investigador británico Brian McNair explica que la bolchevización de la prensa en la Rusia soviética significó la virtual eliminación de los medios de comunicación privados. Entre 1917 y 1918, unas tres mil doscientas publicaciones fueron clausuradas, por medio de medidas legales y administrativas dictadas por el gobierno, y otras cerraron por falta de financiamiento y por la disminución de ventas.

Aunque las primeras que desaparecieron fueron las publicaciones antisoviéticas y antibolcheviques −durante la guerra civil (1918-1921) −, el resto de los partidos socialistas fueron excluidos igualmente del juego político y sus órganos de prensa censurados primero y prohibidos después.

En marzo de 1919, el aparato mediático del país ya estaba en manos de los bolcheviques y se consolidó un sistema de prensa al servicio exclusivo del partido en el poder. Finalmente, en 1922 todos los partidos de oposición fueron ilegalizados.

La bolchevización de la prensa no estuvo exenta de críticas. A las suscitadas durante la sesión que en noviembre de 1917 había discutido el referido proyecto de Resolución sobre la Prensa, y las provenientes de los periódicos burgueses afectados por las medidas impuestas después de la publicación del citado decreto, se añadió la asumida por el escritor Máximo Gorki, el cual se opuso públicamente a la censura y el control estatales de los medios de comunicación.

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Máximo Gorki

El autor de La madre argüía que las medidas decretadas comprometían la democracia revolucionaria y creaban mártires políticos. Fue previsor cuando expresó que en el futuro las restricciones a la libertad de prensa provocarían «una vileza que no solo se volverá contra toda la democracia, sino principalmente contra la clase obrera», y sentenció que «la clase obrera será la primera en pagar y pagará más que nadie por la estupidez y los errores de sus dirigentes».

El canto de cisne de la libertad de prensa

Durante los meses previos a la implementación de la Nueva Política Económica, las restricciones a la libertad de prensa impuestas en el curso de la guerra civil serán relegadas temporalmente. En ese período resurgieron editoras privadas y publicaciones no bolcheviques que permitieron la difusión de los intensos debates. Tal escenario contrastará con el silencio y el unanimismo que poco después, y por más de seis décadas, distinguirán a los medios soviéticos.

Este brevísimo oasis de libertad de expresión y prensa dentro de la Revolución rusa, tenía sus días contados. En el X Congreso del Partido, celebrado en marzo de 1921, Lenin logró que fuera aprobada una resolución encaminada a prohibir el divisionismo y a limitar el debate en las filas de la organización. Es probable que los máximos dirigentes soviéticos pensaran que las desavenencias políticas e ideológicas entre las diversas tendencias que existían al interior del Partido podrían salirse de control y provocar luchas por el poder, un cisma, e inclusive, un nuevo conflicto armado.

En ese mismo año, Gavril Myasnikov, obrero metalúrgico en los Urales y militante comunista, envió un manifiesto al Comité Central del Partido para demandar que los propios soviets de productores administraran la industria y que fuera restaurada la libertad de prensa para todos los trabajadores. Myasnikov consideraba que con la victoria de «los rojos» en la guerra civil y el fin de la situación de emergencia, nada justificaba la restricción de ese derecho.

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Gavril Myasnikov

Lenin objetó la afirmación de que la libertad de prensa ya no existía en la Rusia soviética y la redujo a la categoría de «eslogan mundial» que «expresaba las ideas de la burguesía progresista, en su lucha contra reyes, sacerdotes, señores feudales y terratenientes». Desde esa perspectiva, profundamente instrumental y simplista, la reclamación Myasnikov no tenía lugar, pues en la Rusia soviética, según el líder soviético, se estaban empleando otros métodos para liberar a las masas de la influencia de clérigos y terratenientes.

Finalmente, explicó que la burguesía continuaba siendo muy fuerte fuera de las fronteras de Rusia, y que poner en sus manos un arma como la libertad de organización −que él igualaba a la libertad de prensa por su papel en la organización política−, facilitaría la tarea del enemigo de clase.  

Insatisfecho con la respuesta de Lenin, Myasnikov realizó una campaña por el restablecimiento de la libertad de prensa a nivel local. Con ese fin publicó, al margen de las editoriales partidistas, el libro Materiales de debate. El trabajador metalúrgico, acusado de cometer esa y otras indisciplinas, fue expulsado del Partido en 1922.

La censura de prensa sería restablecida también en ese año. Entre sus primeras víctimas estuvo las revistas disidentes Mysl (Pensar) e Economist. El Partido decidió clausurarlas y expulsar a sus principales colaboradores.

Fiel a los postulados que había elaborado para orientar el funcionamiento de los medios en un estado socialista, Lenin nunca aceptó que la libertad de prensa era un derecho vulnerado en la Rusia soviética y, hasta su muerte, se resistió a restablecer lo que, en sus palabras, era «un mito burgués».

Glosas de lo político en tiempos de la NEP

Tal vez no imaginó, o quizás sí, que de la total subordinación de la prensa al Partido surgiría un aparato mediático que en lugar responder a la institución, se supeditaría a la de sus máximos dirigentes. La falta de autonomía de los medios de comunicación los hizo muy vulnerables al abuso de Stalin y sus acólitos.

Bajo el terror estalinista, la libertad de prensa no fue permitida ni siquiera en los términos definidos por Lenin. Su idea de un monopolio mediático en manos de la clase obrera −justo lo que Myasnikov defendió a su manera−, fue subvertido y la libertad de expresión absolutamente eliminada.

A medida que el exseminarista georgiano consolidó su liderazgo en el Partido Comunista, los medios comenzaron a funcionar como instrumentos de su poder personal. El «nuevo zar de todas las Rusias», apunta el comunicólogo Mark Hopkins, instituyó un modelo que exigía una prensa funcional, ideológicamente pura y que actuara como un obediente servidor del Partido.

Durante casi tres décadas, la crítica constructiva y partidista prácticamente desapareció de los medios. Stalin usó el monopolio mediático contra el Partido y el pueblo, concluye el investigador inglés.

Ese modelo de prensa fue el paradigma de los adoptados en los países que, por voluntad propia, coerción o al borde de la debacle económica, asumieron regímenes políticos y modelos económicos inspirados en la experiencia soviética, sobre todo del período que se inició después del ascenso de Stalin y el desmontaje de la NEP.

***

Referencias

Hopkins, M.: Lenin, Stalin, Khrushchev: Three Concepts of the Press. Journalism & Mass Communication Quarterly ,42, 4, 1965.

Mcnair, B.: Glasnost, perestroika and Soviet media. London & New York: Routledge, 2006.

Lenin, V.I.: Acerca de la prensa. Moscú: Editorial Progreso, 1979.

26 marzo 2021 13 comentarios 2.717 vistas
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NEP

El ocaso de la NEP y el debate entre Bujarin y Preobrazhenski

por Mauricio De Miranda Parrondo 22 marzo 2021
escrito por Mauricio De Miranda Parrondo

En los primeros años del poder soviético, entre los principales teóricos y gestores de la política económica dominaba la idea de que en el socialismo el producto del trabajo no tenía un carácter mercantil, ya que el objetivo de la producción era la satisfacción directa de las necesidades sociales.

Tal criterio les llevaba a considerar solo el valor de uso de los bienes y no su valor monetario. El consenso teórico era, entonces, que el Estado estaba en capacidad de asumir todas las funciones ligadas a la organización social de la producción, distribución y consumo, como una empresa unificada. (Kolakowski, 1985, t.3: 40).

El libre comercio era asociado al capitalismo, de ahí que la lucha contra este sistema tenía su expresión económica en la lucha contra el mercado. Es llamativo que en las obras de Lenin se encuentren referencias que identifican el libre comercio de cereales con los intereses del capitalismo y de Kolchak y Denikin —jefes de los ejércitos rusos «blancos» que se enfrentaban a los bolcheviques en la guerra civil— y otras en las que se afirma que la libertad de comercio del grano es una vuelta al capitalismo y al poder absoluto de los terratenientes (Lenin, Obras, vol. 29: 352, 525-526, 570, citado por Kolakowski, 1985, t. 2: 472-475).

En consecuencia, si bien la adopción del «Comunismo de Guerra» respondió a las condiciones extraordinarias de la guerra civil, en realidad, la mayor parte de los líderes bolcheviques, en su «enfermedad infantil del izquierdismo», al decir de Lenin, creía que ese era el camino más rápido para llegar al comunismo.

Lecciones a cien años de la Nueva Política Económica en Rusia

Del Comunismo de Guerra a la NEP

Como es sabido, el «Comunismo de Guerra» permitió la sobrevivencia del régimen soviético pero a costa de lacerar la llamada «alianza obrero-campesina» y de sumar a los socialistas no bolcheviques al campo de la oposición política. En solo tres años se había erosionado considerablemente el apoyo popular al régimen soviético. Con el fin de evitar su derrocamiento, la dirigencia bolchevique apeló, por una parte, a una Nueva Política Económica (NEP) y, por otra, al reforzamiento del poder a través de una dictadura, que más que «del proletariado», como sostenía la teoría marxista, era en realidad del grupo dirigente del partido bolchevique sobre el resto de la sociedad.

Al mismo tiempo que se desarrollaba la NEP, de la que resurgió con fuerza el sector privado, se suprimían los demás partidos, incluso los progresistas que habían participado en la revolución. La unidad bolchevique se planteó al suprimir todo tipo de oposición dentro del partido gobernante que, en aquel momento, tuvo sus principales expresiones en la Oposición Obrera y en la Oposición de Izquierda.

En esencia, la NEP consistió en el restablecimiento de las relaciones monetarias y mercantiles y de la propiedad privada en ciertas actividades económicas no estratégicas (pequeña y mediana industria, pequeños comercios y agricultura), aunque la gran industria, la tierra, los bancos, el transporte y el comercio exterior, continuaron en manos del Estado. En los inicios se le consideraba un «retroceso estratégico», pero poco después, tanto Lenin como Bujarin, sus principales impulsores, llegaron a la conclusión de que debería durar «al menos una generación».

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«De la NEP en Rusia vendrá la Rusia de los socialistas» (Ilustración: Gustav Klutsis/1930)

Con el objetivo de aumentar la producción agrícola y mejorar las relaciones con el campesinado, se suspendieron las requisas de productos agrícolas y se reemplazaron, primero, por un impuesto en especie, y, tiempo después, por un impuesto en dinero, mientras que los campesinos pudieron vender sus excedentes en los mercados libres que comenzaron a autorizarse. Además, se frenaron los intentos de colectivizar las tierras debido a la oposición campesina.

Se realizó una reforma monetaria con el objetivo de contener la inflación galopante causada por la emisión exagerada de circulante. En consecuencia, en 1922, se introdujo el chervonetz, respaldado en oro, para las transacciones de alta denominación y para el comercio internacional, junto con medidas de ordenamiento fiscal que ayudarían a reducir el abultado déficit de las finanzas públicas.

A pesar de que mediante esta reforma se establecía nominalmente el patrón cambio-oro, en la práctica no existía libertad de comprar y vender dicho metal. El Estado mantenía el control monopólico del comercio exterior y de las transacciones internacionales. El rublo de papel continuó circulando internamente para la mayor parte de las transacciones domésticas. En 1924, un nuevo rublo se cambió por 50.000 rublos de 1923 y, a su vez, este último equivalía a 1.000.000 de rublos de 1921 (Nove, 1992: 86).

En 1922 se autorizó la creación de empresas mixtas con participación de hasta un 50% de capital extranjero. En la gran industria se mantuvo el predominio del sector estatal, sin embargo, en la pequeña y mediana industria y el comercio doméstico, el capital privado nacional resultó predominante. Reapareció entonces una pequeña burguesía que se conoció con el nombre de nepmen —los hombres de la NEP—, formada por campesinos medios y ricos, por comerciantes y pequeños y medianos empresarios de las ciudades. Nove (1992: 92) menciona que en 1926-1927, las empresas privadas aportaban el 77,5% de toda la producción de pequeñas y medianas industrias.

Cuba: NEP versus Comunismo de Guerra

Por otra parte, en las empresas estatales se reemplazó el control obrero por la dirección personal única y se debilitó el papel de los sindicatos en las decisiones de las empresas.

La economía soviética mejoró significativamente a partir de la NEP. La producción industrial creció entre 1921 y 1926 a un ritmo promedio anual del 41,0%; aunque solo en 1926 logró superar el valor alcanzado en 1913. Durante el período mencionado, también se lograron altos crecimientos en las producciones físicas de carbón, hierro, acero, tejidos de algodón, así como en la cosecha de cereales; sin embargo, debido al estado crítico de los niveles de producción en 1920 y 1921, y no obstante los altos crecimientos alcanzados durante la etapa de esplendor de la NEP, aún en 1926 los niveles de producción de estos bienes estaban por debajo de los de 1913.

A pesar de los avances mencionados, no todo fue bueno en la NEP desde el punto de vista económico. La profunda reforma de la industria, en función de la sostenibilidad financiera y la rentabilidad, llevó a altos niveles de desempleo en las ciudades y al establecimiento de salarios que, en términos reales, estaban por debajo de los de 1913. Esta situación, unida al aumento de las exigencias de disciplina laboral, prohibición de las huelgas y reforzamiento del papel de los gerentes —algunos de ellos antiguos empresarios— sobre los sindicatos, condujo a altos niveles de descontento en la clase trabajadora y a la aparición de grupos de oposición como Verdad Obrera y el Grupo de Trabajadores, para quienes la NEP expresaba la restauración del capitalismo y la «nueva explotación del proletariado». (Carr, 1954: 93).

La NEP produjo asimismo fuertes tensiones al interior de la sociedad soviética. A diferencia de la pretendida alianza obrero-campesina, ambas clases sociales se encontraban enfrentadas; mientras los campesinos tenían la posibilidad de incrementar sus ingresos al producir para un mercado que demandaba sus productos, los obreros industriales padecían el temor al desempleo, y sus bajos salarios les obligaban a una vida llena de privaciones.

El debate entre Bujarin y Preobrazhenski en el contexto de la NEP

En las nuevas condiciones económicas, se produjo, a mediados de la década del veinte, el conocido debate de la Academia Comunista sobre los mecanismos de regulación de la economía socialista, el contenido de la planificación y el carácter de sus proporciones.

Glosas de lo político en tiempos de la NEP

El mismo inició con la publicación del libro de Evgeni Preobrazhenski, La Nueva Económica. Contra las tesis de Preobrazhenski polemizó Nikolai Bujarin, que no participó en las discusiones verbales pero publicó un artículo en Pravda, diario del Partido Comunista, titulado «Observaciones críticas sobre el libro del camarada Preobrazhensi – La Nueva Económica», en el que fundamentó sus discrepancias. Ambos eran importantes dirigentes bolcheviques en aquella época, destacados economistas y compartieron el martirio impuesto por los falsos juicios de Moscú de 1936-1938.

Preobrazhenski consideraba que las relaciones mercantiles en la esfera de la propiedad estatal tenían un carácter formal y ajeno a esta y derivaban de las relaciones recíprocas de la esfera estatal con la economía privada. Respecto al desarrollo, expuso su teoría sobre «la acumulación primitiva socialista», según la cual, en los países atrasados en los que se construía el socialismo había que crear las condiciones para un desarrollo económico basado en la industrialización acelerada, lo cual requería una alta tasa de acumulación, que no necesariamente respetara las proporciones del mercado.

De acuerdo a este análisis, entendía necesario priorizar las ramas de la industria pesada que aseguraran la producción de maquinarias de todo el sector industrial. Para lograrlo, se debía obtener recursos mediante intercambios no equivalentes, extrayéndolos de la producción campesina, que había sido uno de los sectores más beneficiados en términos de ingresos durante la NEP (Preobrazhenski, 1926: 166-167).

En la práctica, ello significaba que el Estado debía imponer precios altos —por encima del valor— a los productos industriales que demandara el campesinado, produciendo así una especie de redistribución de rentas del campo a favor de la industrialización. En resumen, el contenido fundamental de la «ley de la acumulación primitiva socialista», podría definirse como «la formación de proporciones de intercambios y, correlativamente, de una estructura de división social del trabajo distintos a los que se formarían como consecuencia de la acción (…) de las fuerzas del mercado» (Brus, 1960: 71).

En opinión de Bujarin, la ley del valor dejaba de funcionar como regulador espontáneo en la economía socialista, lo cual no significaba necesariamente que dejara de actuar como regulador particular dentro de la planificación. Fundamentaba el criterio de que en el socialismo, la ley del valor se transformaba en «ley de la proporcionalidad en la distribución del trabajo social», es decir, en la ley económica que aseguraba el equilibrio de la economía (Brus, 1960: 72).

NEP- Bujarin

Nikolai Bujarin (1888-1938)

En ese sentido, el plan no debería infringir las proporciones que creaba el mercado, por lo cual resultaba erróneo establecer intercambios no equivalentes entre la ciudad y el campo, o incluso, entre diversas ramas de la industria, a riesgo de amenazar sus condiciones normales de reproducción, así como las relaciones necesarias entre la industria y la agricultura. La perturbación de las interdependencias económicas que aseguraban el equilibrio económico podían, según Bujarin, afectar el equilibrio político del país.

Mientras Preobrazhenski defendía el desarrollo a partir de la ruptura del equilibrio y las proporciones entre los sectores industrial y agrícola y al interior de la industria misma; Bujarin era partidario de un desarrollo equilibrado, a partir de la detección, a través del plan, de conexiones adecuadas entre las diversas ramas de la economía.

El camino que proponía Preobrazhenski conducía necesariamente a una transformación drástica de la estructura económica a favor de la industrialización, lo cual significaba, en aquellos tiempos, la adopción de métodos administrativos de gestión; en tanto, las ideas de Bujarin estaban orientadas hacia cambios estructurales más lentos, impuestos por la evolución de las proporciones económicas objetivas.

Como quiera que el socialismo se había impuesto en un país con una economía relativamente atrasada y, en ese período, bastante aislada de los principales centros financieros del mundo, existía un consenso en la dirección política en el sentido de que el desarrollo económico pasaba, necesariamente, por el desarrollo industrial en condiciones de relativo aislamiento económico, ausencia de tecnología, escasez de fuerza de trabajo calificada y de recursos financieros. Ello supuso un alto nivel de centralización de los recursos económicos y se tradujo en la decisión de aplicar mecanismos de regulación consciente en la dirección económica.

Como es sabido, la NEP fue abandonada en 1927 con la aprobación del primer Plan Quinquenal de 1928-1932, que coincidió, además, con la consolidación de Stalin en el poder. La estrategia de desarrollo adoptada consistió en la industrialización acelerada y la colectivización forzosa de la agricultura, lo que eliminaba cualquier vestigio de propiedad privada en la economía.

NEP

«Enemigos del plan quinquenal». (Texto: «El terrateniente mira como un perro guardián malvado, el kulak respira con fuerza por la nariz torcida, el borracho es como un pez adolorido, el sacerdote aúlla frenético, el periodista corrupto silba, el capitalista está enseñando los dientes, el menchevique está furioso, el guerrero blanco está maldiciendo. Como perros sin jaula, todos aquellos que defienden las viejas costumbres. ¡Maldita sea el plan quinquenal y viva la guerra! ¡Amenazaron con arruinarlo, entendiendo que el plan significa su muerte inminente!») (Caricatura: Demian Bednyi/The Menshevik Herald/1929).

Esta misma situación se repetiría posteriormente en la mayor parte de los países donde se estableció el sistema del «socialismo real». Dicho escenario, unido a las condiciones políticas particulares en las que se erigió el sistema institucional y político en la URSS bajo el estalinismo, determinó que el modelo de desarrollo adoptado, y difundido, estuviera basado en un alto grado de centralización de las decisiones económicas en ausencia de libertades políticas.

Cuba tuvo su primer debate sobre el desarrollo económico en el socialismo en los primeros años sesenta. A partir de entonces, se ha mantenido una discusión permanente sobre temas relacionados con el modelo de funcionamiento de la economía, el papel del mercado y su relación con la planificación, el alcance de la planificación centralizada, la estrategia de desarrollo, las relaciones de propiedad y un amplio número de temas concretos.

En los últimos tiempos esa polémica se ha vuelto especialmente intensa, sin embargo, ha faltado la voluntad de los gestores de política económica para debatir abierta y libremente con sus contradictores. Mientras tanto, la política económica actual del gobierno cubano parece acercarse a esa práctica de «acumulación originaria» propuesta en su tiempo por Preobazhensky y que se basaría en la extracción de recursos, tanto desde los actores privados de la economía como desde parte de la emigración. En consecuencia, más que «acumulación originaria» encaminada a propiciar un crecimiento acelerado de sectores estratégicos para el desarrollo, se trataría de una opción de supervivencia de las estructuras de poder.

***

Referencias

Brus, Wlodzimierz (1969) El funcionamiento de la economía socialista, Oikos-tau. Barcelona, 1969.

Carr, Edward H. (1950) A History of Soviet Russia. The Bolshevik Revolution, 1917-1923. (I, II, III) W. W. Norton and Company, New York.

Carr, Edward H. (1954) Historia de la Rusia Soviética. El Interregno, 1923-1924. Alianza Universidad, Edición 1974, Madrid.

Carr, Edward H. (1958-63) Historia de la Rusia Soviética. El socialismo en un solo país, 1924-26. (I, II, III.1, III.2). Alianza Universidad, Edición 1964, Madrid

Kolakowski, Leszek (1982) Las principales corrientes del marxismo. (3 Tomos). Alianza Universidad, Madrid.

Nove, Alec (1992) An Economic History of the USSR, 1917-1991. Penguin Boooks, London.

22 marzo 2021 35 comentarios 4.144 vistas
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Nombre

Sin nombre

por Newton Briones Montoto 19 marzo 2021
escrito por Newton Briones Montoto

He leído con verdadero interés el artículo de Alina Lopez Hernandez, «Cuando de nombres se trata». Recomendaría posponer el tema para otra ocasión más calmada, ahora existen asuntos importantes como para detenerse en el nombre de una institución.

Sobre la experiencia de aquel proceso, conocido como «Gobierno de los cien días», se ha escrito mucho, y mientras más leo descubro nuevas facetas. Entre sus encantos está el beneficio de permitirnos discernir en los asuntos actuales.

Asediados por su majestad, la pandemia, y otros virus iguales o más dañinos, nunca antes hemos necesitado de tanta luz como ahora. Los ejemplos de la historia pasada pueden nutrirnos, no solo para saber más sino para aplicarlos. Buenas intenciones con una estrategia equivocada son iguales a nada. En la vida se tropieza con obstáculos, frente a ellos surgen otros caminos a seguir; solo uno es el mejor, el estratega es el que lo encuentra.

Comparar lo que hicieron los actores de aquella época del 33, puede ayudarnos para esta del 2021. Siempre que converso de asuntos de estrategia, viene a mi memoria el ejemplo llevado a la práctica por Fidel. En el año 58, los rebeldes tomaron prisioneros a soldados norteamericanos de la base de Guantánamo. Fidel los mandó a soltar, no era conveniente luchar a la vez contra Batista y contra EEUU.

 El gobierno de Gerardo Machado, para mantenerse en el poder, comenzó a arrastrar más problemas de los que podía resolver. Su primer gran error consistió en volverse a postular por segunda vez para presidente. Aquel hecho acaparó la atención nacional y de ello derivó una división interna: los que estaban a favor de su reelección y los que no.

Cuba-Machado

El dictador Gerardo Machado en la portada del Time del 19 de enero de 1931.

Después, sin ser invitado, apareció el problema económico; igual a como emergió la pandemia en la actualidad. Durante el segundo período presidencial de Machado, Cuba sufrió el impacto de la crisis mundial de 1929, la cual provocó un duro impacto: brusca caída del precio del azúcar de 1.23 centavos por libra en 1930 hasta 0.57 en 1932; imposibilidad de acceder a préstamos internacionales; rebaja de hasta el 60% de los sueldos de empleados y funcionarios públicos, que conformaban una clase media urbana.

Mientras, la amplia clase media rural, particularmente los colonos, sufrían un drástico descenso de las condiciones de vida, completando los elementos suficientes para sucumbir.

La ceguera política que acompaña en ocasiones a los que están en el poder, impidió que Machado viera más allá de donde era recomendable para resolver la situación existente. Una huelga de trabajadores en los ómnibus de La Habana, motivada por una disposición abusiva del jefe del Distrito Central, Pepito Izquierdo, se convirtió en el chispazo necesario para producir la inevitable explosión social. Ellos deseaban alcanzar ciertos objetivos de índole económica.

Sin embargo, ya para el día 5 de agosto la huelga se había convertido en una poderosa ofensiva política contra Machado. Cuando el presidente trató de rectificar, concediendo beneficios a los opositores, ya era tarde.

El 12 de agosto de 1933, Machado partió en un avión para ponerse a salvo de la furia desatada en su contra. Al frente del país quedó un oscuro funcionario, hijo del Padre de la Patria. El 4 de septiembre, en los cuarteles del habanero Campamento Militar de Columbia, las clases, soldados y sargentos se enfrentaron a los oficiales con el fin de exigir pagos atrasados y mejores condiciones de vida.

Gobierno

Carlos Manuel de Céspedes (hijo)

Ante la falta de autoridad de los oficiales por la huida de Machado, las clases lograron su objetivo. Se convertirían en una fuerza tanto militar como política. Le pidieron al presidente Carlos Manuel de Céspedes su renuncia y este accedió. Un gobierno presidido por Ramón Grau San Martín, profesor de la facultad de Medicina a quien los estudiantes fueron a buscar a su casa, ocupó el cargo de presidente.

El conflicto es el motor de la historia, y en este caso comenzaron a aparecer los protagonistas de la nueva cinta por rodar. Welles, embajador de los EE.UU., quería restaurar la hegemonía estadounidense que tanto habían disfrutado. Un embajador norteamericano era considerado un gobernador en Cuba.

El Partido Comunista, acompañado por la Confederación Nacional Obrera de Cuba (CNOC) y por el Sindicato Nacional de Obreros de la Industria Azucarera (SNOIA) y otros grupos de izquierda, recibían orientaciones del Buró del Caribe, situado en los EEUU. Grau y Guiteras querían beneficiar a las masas con leyes más justas y modernizar el país.

Fulgencio Batista, jefe del ejército, ascendido de sargento a coronel, defendía su posición, aunque todavía no había dado los pasos convenientes para afianzarse. Esperaría el momento para obtener la ayuda del Norte. Batista no continuaba adelantando su posición ante el temor de que los antiguos militares del gobierno de Machado pudieran convertirse en sus jueces. Sin embargo, tenía una estrategia bien pensada para ocupar el poder. Y lo logró.

La memoria histórica del Directorio Revolucionario 13 de Marzo

Un pasaje descrito en el libro Estado y revolución en Cuba, publicado en el 2010 por la editorial de Ciencias Sociales, del investigador canadiense Robert Whitney, arroja mucha luz sobre la época. Hasta ese momento, a los obreros cubanos se les negaba ser contratados para trabajar en su país. La élite comercial española solo contrataba a sus coterráneos, en tanto, los obreros nativos sufrían desempleo. Este horror había resistido durante treinta años de república, porque el mercado de trabajo no estaba controlado por los diferentes gobiernos.

Cuando Grau propuso la Ley del cincuenta por ciento para resolver la injusticia, muchos en el gobierno se opusieron, incluso el propio Guiteras, por temor a la reacción de los comerciantes españoles. Aunque señaló que, si se aprobaba, él la apoyaría. La nacionalización del trabajo era una medida popular, defendía los derechos de los obreros. Durante décadas, las compañías azucareras habían traído cientos de miles de trabajadores desde Haití y Jamaica. Pero nacionalizar el trabajo significaba desafiar a las compañías azucareras.

La CNOC amenazó con una huelga general contra el gobierno. El 21 de diciembre, veinte mil personas marcharon hasta el Palacio Presidencial para respaldar la ley de nacionalización. El gobierno recibió la aprobación y en el ánimo de muchos quedó la sensación de que había hecho modestos avances. Los decretos que transformaron prácticas coloniales recibieron un reconocimiento popular a pesar de las tensiones y presiones de aquel momento.

No obstante la acción combinada del binomio Grau-Guiteras, en enero de 1934 el gobierno cesó. Guiteras murió al tratar de salir de Cuba por El Morillo y en 1944 Grau resultó electo presidente. Una comparación de lo que debió ser y no fue la encontramos en los hombres de aquella época. Batista, de origen muy humilde y pobre de solemnidad, murió millonario en España. Grau, de cuna rica y con una fortuna heredada de su madre, murió pobre y en Cuba.

19 marzo 2021 21 comentarios 2.855 vistas
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NEP-Lenin

Glosas de lo político en tiempos de la NEP

por Ivette García González 15 marzo 2021
escrito por Ivette García González

La política es la expresión concentrada de la economía, (…) no puede dejar de tener supremacía sobre la economía (…) El socialismo es imposible sin la democracia.

Vladimir Ilich Lenin

***

El centenario de la Nueva Política Económica (NEP) permite valorar la grandeza de la Revolución que la inspiró y comprender por qué y cómo se torció el rumbo al socialismo. Desde diversas corrientes de pensamiento, los comunistas polemizaron en aquellos tiempos fundadores acerca de la nueva estrategia y otros temas medulares inconclusos y vigentes. Se trataba de cómo construir el socialismo y legitimarlo como opción emancipadora frente al capitalismo.  

En poco más de tres años desde el triunfo, Rusia había salido de la guerra imperialista, enfrentado la contrarrevolución, la guerra civil y la intervención de potencias extranjeras. Resistió el bloqueo y aislamiento político al que la sometieron las potencias capitalistas. La economía y la sociedad se centralizaron y militarizaron entre 1918 y 1921 mediante el Comunismo de Guerra, estrategia que permitió resistir y ganar, pero a costa de generar condiciones dramáticas que escalaron a la crisis política.

Las tensiones eran notorias desde fines de 1920 y la esperada «revolución mundial» no se concretaba. En ese contexto, en marzo de 1921 durante el X Congreso del Partido Comunista (bolchevique), se aprobó la NEP. En el centro del cónclave estuvieron la nueva estrategia y se retomaron la democracia, el papel y funciones del Partido Comunista, el Estado y los sindicatos.

NEP-Lenin

Lenin y Trotsky (ambos en el centro de la imagen) entre soldados y delegados
del X Congreso del Partido Bolchevique (1921).

En aquella etapa, los debates desde actitudes que obedecían a corrientes de pensamiento diversas sobre el socialismo, fueron amplios, públicos y fértiles. Los militantes elaboraban ideas y plataformas que se socializaban en espacios como la prensa, circuitos académicos y sociales, reuniones y congresos partidistas anuales.

Sin embargo, ese inédito ejercicio de democracia derivó hacia el autoritarismo y la lucha fraccional, que no obedece a presupuestos ideológicos para influir en política, sino a las pugnas por el poder que se traducen en alianzas efímeras, personalismos, demagogia sin principios, componendas y ajustes de cuentas.   

Polémicas y corrientes durante los años de la NEP

En 1921, cuando se aprueba la NEP, coexistían dentro del Partido cuatro corrientes políticas con influencias, en mayor o menor medida, del marxismo, la socialdemocracia y el populismo ruso.  Dos de ellas fueron protagónicas, en primer lugar frente a la NEP: la promotora, encabezada por Lenin con apoyo de varios sectores bolcheviques y figuras relevantes como N. Bujarin, y la liderada por L. Trotsky, que se le oponía con respaldo de Y. Preobrazhenski y otros bolcheviques.

Las otras dos corrientes opositoras tuvieron más participación y visibilidad en determinados temas, que no eran nuevos sino que el contexto del novel diseño económico hacía más preocupantes. Una era el Grupo del Centralismo Democrático (GCD), conformado desde 1919 con viejos bolcheviques liderados por T. Sapronov y V. Obolenski-Osinski. La otra era la Oposición obrera (OO), vanguardia de los sindicatos, que integraban funcionarios bolcheviques bajo el liderazgo de A. Shiliapnikov.

La NEP implicaba desarrollar una economía mixta que daba espacio a la propiedad privada, estimulaba la cooperativa y reservaba al Estado únicamente los sectores fundamentales. Lenin entendía que con esos cambios económicos, la gradual eficiencia de las formas socialistas y el acompañamiento de la educación de las masas, el socialismo terminaría imponiéndose. Para él, ese era un modo más lento pero seguro de llegar al socialismo si se controlaban los inevitables riesgos.

Lecciones a cien años de la Nueva Política Económica en Rusia

El grupo de Trotsky, que se identificaría luego como «oposición de izquierda», consideraba que tales medidas tendrían consecuencias económicas negativas a largo plazo, que eran concesiones al capitalismo y, por tanto, traición a la Revolución y a los principios comunistas. Además de concepciones diferentes sobre la acumulación, por ejemplo, influía el temor al riesgo, cierto apego a los métodos del Comunismo de Guerra y preferencia por la centralización y planificación estatales. Algunos de los seguidores de esta tendencia matizarán sus posiciones a partir de los argumentos leninistas y las luchas que sobrevinieron.

El tema de la democracia fue trascendental por su transversalidad en los demás tópicos. Los centralistas democráticos y los de la oposición obrera la consideraban lesionada en diversos ámbitos. Los primeros habían sido muy activos en las discusiones sobre la dirección única o colegiada. Criticaban la centralización y la concentración del poder en una minoría del Partido y lo que percibían como distorsión del centralismo democrático, que en su visión era «burocrático» y «autoritario». También rechazaban la burocratización del Partido y la frecuente intolerancia hacia opiniones diferentes.

La excelente obra de A. Kollontái, La oposición obrera, expone los temas de discusión en esos años y las opiniones del núcleo homónimo. Este reclamaba que el Partido y el Estado debían estar separados, incluso en el plano personal, y que todos los cargos dirigentes debían serlo por elección y no por designación, práctica a la que consideraban un «rasgo característico de la burocracia (…), [que] nutre el carrerismo, ofrece terreno favorable al favoritismo y a toda clase de fenómenos perniciosos (…)» y solo tenía un beneficiario: la burocracia misma.

Los partidarios de esta corriente se pronunciaban «por el retorno al espíritu democrático, a la libertad de opinión y de crítica en el seno del Partido» y entre los miembros de los sindicatos. Les preocupaba el distanciamiento de las élites dirigentes partidistas respecto a la militancia y la sociedad. Consideraban que «la condición imprescindible para sanear el Partido y para expulsar el espíritu burocrático» era retornar a la práctica de que todas las cuestiones esenciales de este y el Estado fueran «examinadas por la base antes que la síntesis de este examen fuera considerada por la cumbre».

Lenin entendía que el Partido debía ser una vanguardia muy selectiva en el plano ideológico y cultural, para canalizar los intereses y objetivos de la Revolución y el Socialismo a través de sus militantes. No dijo que debía estar estructuralmente por encima de la sociedad ni que debía ser único. Hablaba de hegemonía, pero su énfasis era en la función dirigente, y ya para entonces se habían prohibido los otros.  

Por otro lado, las discusiones sobre el papel y las tareas de los sindicatos fueron enconadas. Las posturas coincidían en la educación y la propaganda como una de sus funciones, pero la Oposición obrera iba más allá e insistía en que estos, en lugar de ofrecer su «concurso pasivo a las administraciones del Estado» debían «participar» activamente en «la dirección de toda la economía nacional», máxime ante la nueva estrategia económica. Defendían el control obrero, la autonomía, el papel de los sindicatos en la gestión económica y el requisito de su beneplácito para ocupar cargos en las fábricas.  

NEP

Lev Trotsky (Foto: BBC)

La corriente de Trotsky proponía integrarlos a la administración y que participaran en la gestión económica; mientras, la leninista, con la mayoría del Comité Central, se le oponía al acentuar su papel como órgano de defensa de clase.

Finalmente, el Congreso aprobó la resolución «Sobre la desviación sindicalista y anarquista dentro de nuestro Partido», que condenaba a la Oposición Obrera al considerarla una desviación incompatible con la militancia partidista. Dicha resolución, y la titulada «Sobre la unidad del partido», tuvieron consecuencias lamentables. Esta última orientaba la disolución de las facciones opositoras. Ambas trascendieron como coartaciones a la tradición democrática de la organización y sirvieron al autoritarismo y la represión de toda disidencia con Stalin.

Las corrientes opositoras representadas en el GCD y la OO quedaron debilitadas aunque continuaron defendiendo sus ideas. La primera se sumó, dos años después, a Trotsky. La segunda se disolvió en 1922, cuando sus demandas e intento de solucionar el conflicto («Declaración de los 22») fue rechazada en la Comintern y en el XI Congreso del PC. A pesar de ello, sus posiciones se mantuvieron en el Grupo de Trabajo Obrero de la organización.

De las corrientes de pensamiento a las pugnas y el ocaso

Una segunda fase transcurrió entre 1924 y 1927. Tras la muerte de Lenin, en enero de 1924, estuvo marcada por la puja en relación con la NEP, la escalada de Stalin y los cambios de posiciones. Stalin se había mantenido arropado en la mayoría leninista hegemónica, con L. Kámeniev y G. Zinóviev como aliados. Su ascenso a secretario general, en el XI Congreso (1922), se había subestimado por la fuerza del liderazgo de Lenin. Pero tendría fatales consecuencias.[1]

De un lado estaba la Troika, integrada, desde la enfermedad de Lenin, por Stalin, Zinóviev —presidente de la Internacional Comunista— y Kámenev, presidente del Consejo de Trabajo y Defensa. Siguiendo a Stalin se manipulaba el ideario leninista, se torpedeaba la NEP, se estimulaban la burocracia y las prácticas antidemocráticas.

NEP

«¡Recordad a los hambrientos!» (Cartel sobre la hambruna de 1921, por Iván Vasilevich Simakov (1921)

Del otro lado se hallaba la Oposición de Izquierda (s) presidida por Trotsky, que enfrentó una arremetida abierta del poder desde el XIII Congreso, en enero de 1924 y ya sin Lenin. El precedente clave: cartas de Trotsky y de otros cuarenta y seis destacados líderes soviéticos, («Declaración de los 46»), enviadas al Buró Político del Comité Central del PC. En ellas expresaban preocupación por las decisiones arbitrarias y dictatoriales del Buró Político, incluyendo la supresión por la fuerza de movimientos disidentes. Además, solicitaban una reunión urgente del Comité Central para discutir y resolver el dilema.  

Poco después surge la Oposición Unificada, también liderada por Trotsky, a la que se sumaron Kámenev, Zinóviev, el Grupo de los quince —que derivaba del GCD con Saprónov y I. Smirnov— y otros.

En ese contexto, el XV Congreso (1927) del PCUS terminó de allanar el camino para el abandono oficial de la NEP y el avance de la reacción estalinista. Las polémicas ya eran públicas, se limitaban a la cúpula partidaria y los conflictos se agudizaban con las llamadas «medidas extraordinarias». El final fue la expulsión de Trotsky y otros muchos opositores en dicho cónclave.

Se empezaba también a aplicar el famoso —por tenebroso— Artículo 58 del Código Penal, que costaría miles de vidas bajo el cargo de  «sospechoso de actividades contrarrevolucionarias». En consecuencia, proliferaron desde entonces los presos políticos, unificados bajo la etiqueta «enemigos del pueblo».

La última fase de enfrentamientos al interior del Partido ocurrió entre 1928 y 1930. Stalin enarboló el gran salto al socialismo con la industrialización y la implementación del Primer plan quinquenal, que sustituía oficialmente a la NEP. Ya no podían existir legalmente las agrupaciones de oposición, que fueron acusadas de «desviacionismo». Como resultado, se reeditaron «medidas extraordinarias» que agudizaron las diferencias.

Al frente de la fracción estalinista solo quedó, informalmente, la denominada Oposición derechista, liderada por Bujarin, A. Rykov y M. Tomsky. Era el reducto de la «unificada de izquierda» y otros nuevos, entre ellos algunos ex aliados de Stalin. Se consideraban seguidores de la línea de Lenin y por tanto de la NEP. Desconfiaban del éxito de los planes quinquenales. Habían flexibilizado un tanto sus posiciones en medio de la pugna de 1927, pero no coincidían con el gran salto ni con el autoritarismo estalinista. No obstante, casi todos los protagonistas y miembros de los grupos opositores no sobrevivirían a las purgas estalinistas.

NEP

Stalin y Bujarin

En ese tiempo se produjo un mayor acercamiento de los Centralistas Democráticos y los de Oposición Obrera, que intentaron rescatar el ideal de la Revolución de octubre. Estos valoraron incluso la idea de fundar un nuevo Partido Obrero Comunista Ruso y una Federación. Existe un interesante estudio de Michael Oliver sobre la evolución de esas dos corrientes.

De la luz a las tinieblas: lecciones desaprovechadas

Con la NEP, la URSS consiguió la recuperación económica en varios sectores y se reanimó la vida cultural y científica del país. Su impulso favoreció la creación de la URSS, en diciembre de 1922, y la proclamación de la Constitución de 1924. Sin embargo, la apertura propiciada por las reformas no se acompañó en el ámbito de lo político; este, por el contrario, se restringía. Fue precisamente el control férreo del Buró Político, en detrimento de otras opiniones, dentro y fuera del Partido, lo que condujo al boicot de la NEP en el mediano y largo plazos.

Los vicios y deformaciones provenientes de la burocracia y el funcionariado se incrementaron durante el ascenso de Stalin. En su texto «El esplendor que pasmó el mundo», la profesora Dinorah Hernández Sánchez demuestra la importancia creciente de este sector, que sería, a la postre, una de las causas del desplome de fines del pasado siglo. En 1927, el 75% de los delegados al XV Congreso del PCUS eran funcionarios permanentes del Partido, a pesar de la insistencia de Lenin: «¡Un aparato para la política y no una política para el aparato! ¡Una buena burocracia al servicio de la política y no una política al servicio de una (buena) burocracia!»[2].

Cuba: NEP versus Comunismo de Guerra

En el complejo escenario internacional e interno de una Revolución asediada que intentaba transitar al socialismo, el secuestro acelerado de la democracia, la contradicción entre apertura en lo económico y constreñimiento en lo político, así como las pugnas dentro del Partido y la escalada de una personalidad como la de Stalin, terminaron por torcer el rumbo.

La censura a la oposición, la compartimentación de la información y el secretismo, que tuvieron como precedentes lamentables la resolución de 1921, la excesiva discrecionalidad con el testamento político de Lenin —que no fue publicado hasta 1956— y la reducción de los debates en la cúpula del Partido sin participación de las masas, hicieron su parte. Derivaron en prácticas unanimistas, de doble moral y silencio cómplice ante el poder. Fenómenos que hasta hoy acompañan a los socialismos.

El discurso triunfalista de Stalin en el XVI Congreso (julio 1930), fue el colofón de la traición a los ideales de octubre y al aporte de tanto pensamiento fértil que intentaba tributar al socialismo. Con razón la profesora Natacha Gómez afirma que la Revolución Rusa no se perdió en 1991, «se estaba desintegrando desde fines de los años 20».   

***

[1] En los libros Mi vida, Coyoacán, México, 1930, y en el de Isaac Deutscher, Trotsky el profeta desarmado, LOM Ediciones, Santiago, 2015, se describen las vivencias y las concepciones trotskistas, así como los turbios manejos de Stalin desde esa época.

[2] Dinorah Hernández Sánchez: «El esplendor que pasmó al mundo», conferencia magistral por el centenario de la Revolución Rusa en la Universidad de Panamá, noviembre de 2017.

15 marzo 2021 62 comentarios 3.606 vistas
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Directorio-historia

La memoria histórica del Directorio Revolucionario 13 de Marzo

por Aries M Cañellas Cabrera 13 marzo 2021
escrito por Aries M Cañellas Cabrera

La memoria histórica de una nación es la espina dorsal que sostiene la identidad nacional, la que permite a futuras generaciones compartir sentimientos, posturas éticas, ideológicas, religiosas o estéticas. Ella constituye el proceso sociocultural más importante para preservar la huella de una cultura y, como tal, debe ser rescatada, restaurada, resguardada, conservada, estudiada y difundida en un constante ciclo de desarrollo multidisciplinar que asegure la imparcialidad y objetividad de lo tratado.

Si partimos del precepto de que un país es más que la suma de sus sucesos, es en el análisis objetivo de lo unitario y lo antagónico que se enaltece la nación. Entonces, sobran acá los intereses sectarios.

La manipulación de la memoria histórica responde a intereses parciales, dogmáticos o personales que rara vez alcanzan, a largo plazo, su objetivo. La intención es dejar, a los ojos de actores futuros, la imagen de una sociedad que pudo haber sido más que eso. Ejemplos de lo anterior abundan en la historia: los egipcios borraron a la faraona Hatshepsut de los monumentos del Imperio Nuevo, quisieron invisibilizar su figura. Vano intento, milenios después se sabría de ella.

Forma parte de la labor del historiador, amén de todos los aspectos que conformen su análisis subjetivo de la realidad, tratar los hechos en su integralidad. La historia total dignifica la labor y enriquece el enfoque, aunque tal cometido pueda parecer una quimera en un mundo profundamente matizado por intereses de todo tipo.

El discurso histórico alrededor de la historia de la Revolución está desbalanceado, fragmentado; inclinado manifiestamente hacia una visión ventiseísta, que deja un notable espacio de interrogantes y vacíos. Una parte importante de esa zona invisible la ocupa el Directorio Revolucionario 13 de marzo.

El Directorio Revolucionario y la historia de la Revolución

Hace un año, en un artículo-respuesta a la controversia desatada alrededor de la emisión del programa Mesa Redonda del 13 de marzo de 2020, Rosario Alfonso Parodi, al referirse a este tema, hacía una conclusión clave: «Si ese discurso es de desmemoria, si es chato, maniqueo, denostador de lo que algunos creen no tributa a la alabanza y gloria de unos pocos, ese día, esa convergencia va a ser desigual; ese día podrían lograr que la Revolución viva una crisis de identidad, desde donde hacerla escorar».

La desigualdad en el discurso se manifiesta en dos aspectos fundamentales que lastran la memoria histórica del Directorio Revolucionario: primero, la escasa presencia de la organización en los estudios de la historia de la Revolución en todos los niveles de la pirámide formativa de la enseñanza; segundo, la sustitución de los espacios y la tergiversación o disminución de la épica revolucionaria del Directorio.

Presencia de la organización en los estudios de la historia de la Revolución

El primer aspecto es el más abarcador, pues el estudio de la historia de la Revolución en el sistema educativo empieza desde la asignación de nombres a las escuelas y centros. Relacionado con ello, se manifiesta un aparataje de influencia visual y cognitiva que incluye fotos del mártir —o del hecho— en los murales y las aulas, conocimiento de su biografía desde el preescolar, trabajos investigativos, convocatoria a concursos, etc.

Para analizar este aspecto sería necesario contar con los nombres de todos los centros de estudio del país. Tal listado no fue posible hallarlo, pero sí uno aproximado —disponible en ECURED: «Instituciones Educativas de Cuba»— del cual se tuvieron en cuenta 660 instituciones. La selección para el análisis incluyó a las provincias que tuvieran la mayoría de sus instituciones docentes presentes en la lista, pues en ciertos casos aparecían provincias con muy pocas escuelas declaradas.

El resultado es revelador: del total de 660 escuelas y centros, 117 nombres (17%), pertenecen a la categoría que denominamos «del siglo XIX»; 178 (26%), a la categoría «M-26-7» y solamente 27 (4%), a la categoría « Directorio Revolucionario». El resto de las denominaciones fueron incluidas en una categoría mayoritaria que llamamos «otros» en la cual se cuentan: internacionalistas, otras organizaciones revolucionarias, figuras o hechos internacionales y personalidades del mundo de la cultura.

Jimenito, otra vez ninguneado

Tales datos pueden aportar varios análisis que no son objeto de este trabajo, pero lo que sí queda claro es que, en lo relativo a nombrar las escuelas y centros educativos, el resguardo, estudio y difusión de la historia del Directorio es seis veces menor que el de la organización que fue su homóloga en el tiempo.

Un segundo aspecto de este primer punto son los programas de la asignatura Historia de Cuba en los distintos niveles de enseñanza. En el libro de texto de noveno grado no llega a cuatro páginas el contenido que menciona, como otras acciones y sucesos, los temas relacionados con el Directorio. Sucede algo similar con el libro de texto de duodécimo grado. Es prácticamente el mismo enfoque e igual cantidad de contenido.

En el caso de la enseñanza universitaria, lo típico es que en un programa de 64 horas ninguna clase se dedique por entero a tratar la historia del Directorio, lo cual es comprensible debido a la necesidad de condensar, en tan poco tiempo, tanto contenido. El mayor problema estriba en que, de una unidad que como mínimo tiene diez horas —que abarcan solamente la etapa comprendida entre el 52 y el 59— nunca se destinan más de dos en total al Directorio.

El alumno vuelve a recibir —con un enfoque más integral que en enseñanzas precedentes— la información relativa a los héroes indiscutibles del Moncada, las etapas de la lucha en la Sierra, el fracaso de la huelga del 9 de abril, el llamado de Fidel a la huelga general, etc. Pero nada se les dice del paro de los Cincos Minutos, ni de las declaraciones de «Ciudad Muerta», no se les habla del triunfo del paro azucarero de diciembre del 55, gracias al respaldo del ya existente Directorio, y, en la mayoría de los casos, los estudiantes siguen creyendo que este se fundó el 24 de febrero de 1956.

En la distribución de contenidos, están justamente incluidos Abel, Renato, el temple de Melba y Haydee, el derroche de coraje de Camilo y Che en su marcha a Las Villas. En cambio, nada de Machadito —ni su posterior calvario— volviendo a entrar a Palacio para rescatar a un miope Juan Pedro; se omiten también la importancia de la colaboración de la columna del Directorio para la toma —junto al Che—, de la zona central, así como la enorme muestra de unidad de esta columna al poner toda su base logística del centro del país en función de socorrer a unos desfallecidos invasores; tampoco existen, en los programas, las mujeres del Directorio.

Directorio-historia

Imagen tomada por el fotógrafo Liborio Noval el 13 de marzo de 1957.

Es usual incluir muchas veces un seminario sobre el Moncada y La Historia me Absolverá, en tanto, el asalto a Palacio no pasa de una mención que, la más de las veces, atribuye falsamente un carácter suicida al hecho. Si conocemos esas lagunas en la manera de abordar la historia del Directorio, podremos comprender la naturalidad con la que, hace un año, transmitiendo desde el antiguo Palacio Presidencial, una periodista manifestó, en un programa de televisión, que esos muchachos habían ido a un suicidio.

El desconocimiento, soslayo y ninguneo de la historia del Directorio está tan enraizado, es tan profundo el daño a la memoria histórica de la organización, que pensamientos como ese son, según mi experiencia de más de veinte años de docencia, la imagen típica con que los estudiantes abandonan las aulas.

Tal ignorancia podría haber sido atenuada con la difusión, a través de editoriales cubanas, de libros relativos al tema; sin embargo, la presencia en los catálogos de dichas instituciones de publicaciones afines al Directorio es ínfima. Una simple ojeada a las librerías del país permite apreciar que no abundan, como regla general, materiales de este tipo.

Sin que sea exhaustivo, entre lo que existe cito algunas memorias, como las de Julio García Oliveras, Enrique Rodríguez Loeches y, más recientemente, las de René Anillo. Vale destacar también la excelente novela Empecinadamente vivos, de Rodolfo Alpízar Castillo, publicada por Letras Cubanas en el 2011 y a libre descarga en internet, que es una historia novelada sobre los hechos de Humbolt 7. Del historiador Newton Briones es Víctima o culpable. La delación de Humbolt 7, interesante libro bajo el sello de Ruth Editorial y a la venta en Amazon.  

No es este un asunto menor. Gran parte del conocimiento histórico se forma a través de lecturas, de modo que las personas asumirán como herencia histórica lo que conocen, y desecharán, o no incorporarán, aquello que ignoran. El paso de los años hace el resto, hasta terminar por desaparecer de la memoria de la nación a hechos y figuras. ¿Acaso ha escuchado la media de los cubanos y cubanas hablar de Mujeres Oposicionistas Unidas?

¿Qué pasará cuando no estemos?

El punto anterior está matizado —aunque no explicado— por un hecho objetivo: el difícil acceso a los archivos del Directorio Revolucionario 13 de Marzo. El fondo que existe en el Archivo Nacional —la última vez que este articulista acudió a revisarlo fue en el año 2013—, es la minúscula parte de uno mayor que se encuentra ubicado en la Oficina de Asuntos Históricos del Consejo de Estado, a la cual el acceso es mucho más restringido.

Sustitución de los espacios, tergiversación y disminución de la épica revolucionaria del Directorio

Una etapa muy importante de la memoria histórica es la conservación y restauración de los espacios, con el fin de mantener los referentes que posibilitan codificar la historia en el imaginario social y perpetuar los legados. El Directorio ha sido absorbido, diluido, como parte de un proceso de continuidad y aparentes reconocimientos.

¿Qué significa para la memoria del Directorio que sea Palacio el Museo de la Revolución? Podría parecer un reconocimiento, un homenaje, el usar como símbolo del proceso el lugar donde cayeron tantos asaltantes de esa organización. Pero no lo es, es una sustitución, una homogeneización de la individualidad en el todo. El Directorio apenas está en ese lugar. Cuando uno lo visita, si no cuenta con una guía, puede salir sin haber visto siquiera los orificios de bala. Lo que queda, al recordar, es el conjunto escultórico del Che y Camilo, las camisas y otros objetos de los moncadistas.

La sustitución de espacios no tiene, sin embargo, su peor ejemplo en el Museo de la Revolución. El caso más significativo es la desaparición del parque Zayas para la erección del Memorial del Granma. Literalmente, en ese lugar donde tantos mártires del Directorio cayeron, los símbolos del M-26-7 reemplazaron el espacio físico y la memoria histórica de los hechos. El camión de mudanzas parece ilustrar, como una ironía, la transmutación.

Directorio-Historia

Parque Zayas, actual Memorial del Granma, y del Palacio Presidencial.

Siempre existirán explicaciones alternativas que intenten justificar lo anterior. Podrá apelarse a argumentos que no negarán lo analizado. Como también será posible achacar a la incapacidad de un funcionario sin nombre los sucesos que me fueron referidos por Natalia Bolívar —y publicados por Julio César Guanche en entrevista realizada a esta heroína—, referentes a la colocación, en la antigua Quinta Estación de Policía de Playa, de una tarja que afirmaba que ese lugar había sido asaltado en noviembre de 1958 por comandos del M-26-7, cuando se sabe que fue una acción del Directorio.

La homogeneización y sustitución de los espacios afecta la memoria histórica del Directorio, pues tergiversa y disminuye la épica de la organización, perturbando además la imagen unitaria que siempre proyectó. ¿Acaso conoce la media de los cubanos que las armas que quedaron del asalto a Palacio fueron enviadas a Frank País por la dirección del Directorio para ser subidas a la Sierra? Sé, por mi experiencia docente, que cuando se relatan los refuerzos de armamentos y hombres con los que Frank refuerza y socorre a la guerrilla, no se menciona este aporte.

¿Y la alocución de José Antonio? En los últimos años me he ocupado de preguntarle a mi hija y a mi hermano menor, que viven en provincias diferentes, si les ponen la grabación con sus palabras ante los micrófonos de Radio Reloj. Llevo años recibiendo un «no» por respuesta.

En la memoria popular el Directorio corre el riesgo de desaparecer, de su memoria histórica ya se han eliminado ciertas tradiciones. Indague en las calles qué ocurrió el 30 de julio y por qué es el Día de los Mártires. Pregunte igualmente qué sucedió el 20 de abril. Comprobará —como me ha ocurrido en aulas de tres provincias—, que la mayoría puede identificar y relacionar la primera fecha con acciones del M-26-7, mientras casi ninguno acierta que la segunda es la masacre de Humboldt 7.

El rescate, restauración, resguardo, conservación, estudio y difusión de la historia del Directorio es una necesidad. La historia de la Revolución es incompleta sin ella. La homogenización lacera el discurso histórico y abre una brecha injusta en la comprensión del proceso, lo cual afecta no solo al legado del Directorio, sino a la propia memoria de la nación.

Para contactar con el autor: ariesmcc@gmail.com

13 marzo 2021 36 comentarios 5.530 vistas
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Cuba: NEP versus Comunismo de Guerra

por Mario Valdés Navia 10 marzo 2021
escrito por Mario Valdés Navia

Hace cien años, en marzo de 1921 —ganada la contienda contra los ejércitos de los guardias blancos y los intervencionistas extranjeros—, el X Congreso del Partido Comunista Ruso (bolchevique) aprobó la llamada Nueva Política Económica (NEP) propuesta por Lenin y Bujarin. Lo hacía presionado por las crecientes protestas campesinas contra el despiadado sistema de contingentación del Comunismo de Guerra (junio de 1918-marzo de 1921), la represión sangrienta de la reciente sublevación de obreros y marinos de la base de Kronstadt, y el bloqueo total de los Estados burgueses al primer país socialista.

Desde entonces se discute si la NEP y el Comunismo de Guerra fueron políticas económicas desesperadas para preservar el poder bolchevique ante sus enemigos internos y externos en coyunturas diferentes, o si ellas constituyen verdaderos modelos para construir la nueva sociedad. Algo de verdad tienen ambas posiciones, pues las dos se iniciaron como opciones imprescindibles ante escenarios cambiantes, pero traían consigo posiciones ideo-políticas y económico-sociales que encontrarían eco entre intelectuales y políticos, tanto en la Unión Soviética como en posteriores experiencias socialistas.

La necesidad de resanar las heridas dejadas en todas las esferas por el gigantesco esfuerzo de guerra, moldeó la NEP como una reapertura a la producción mercantil, el interés material, la propiedad privada y las inversiones extranjeras. Lenin la denominaba sin ambages capitalismo de Estado, consideraba que ideológicamente era un retroceso necesario respecto a los métodos más comunistas —administrativos, estatistas y centralizadores— del Comunismo de Guerra, pero la entendía necesaria ante la perspectiva de que los soviéticos tuvieran que construir solos el socialismo en un mundo capitalista con el que era necesario luchar, pero también interactuar.

Lecciones a cien años de la Nueva Política Económica en Rusia

Basada en un proporcional impuesto en especie —luego en dinero—, la NEP permitió a los campesinos conservar la mayor parte de su producción sobrante y venderla libremente, fomentó los pequeños y medianos negocios privados, la cooperativización y la inversión extranjera. En pocos años, los índices productivos anteriores fueron rebasados y el agro comenzó a abastecer al mercado interno y a exportar los excedentes. En 1925, la producción agrícola recuperó el nivel anterior a la guerra, al tiempo que crecía una nueva burguesía —los hombres de la NEP—, formada por campesinos ricos (kulaks), comerciantes intermediarios de los  excedentes agrarios, e industriales de diferentes ramas.

No obstante, ambos modelos compartían en lo político un rasgo común: la hegemonía única e incontrastable del Partido Comunista, que admitía más o menos flexibilidades en la gestión económica, pero se aferraba al poder omnímodo, sin espacio para disidencias ni facciones internas. Para garantizarlo, los poderosos soviets de obreros, campesinos y soldados fueron desmantelados y sustituidos por circunscripciones electorales, al tiempo que los sindicatos perdieron su razón de ser como defensores de los obreros para fungir –igual que todas las demás organizaciones sociales en ese régimen–, como correas de trasmisión de las decisiones partidistas.

La principal debilidad de la NEP como modelo era su falta de democratización en lo político, dada por la supervivencia de un partido/Estado/gobierno, centralizado y omnímodo, similar al control militar propio de la Guerra Civil y afín al Comunismo de Guerra.

Tras la muerte de Lenin, el XV Congreso del PCUS, celebrado en diciembre de 1927 y ahora bajo control de Stalin, decretaría el fin de la NEP. El Padrecito Stalin adoptaría un híbrido de política económica que, sin renunciar al uso de las relaciones monetario-mercantiles y el interés material, les fijaría límites estrechos y retomaría muchos de los protocolos administrativos, naturales y coercitivos del Comunismo de Guerra. El interés por lograr la paridad militar-industrial con los países occidentales, justificó el rechazo al modo de avance, seguro pero lento, descentralizado y económicamente mixto propio de la NEP y determinó la vuelta a las políticas de ordeno y mando del Comunismo de Guerra.

La tierra y la industria fueron colectivizadas a la fuerza y se impuso la planificación centralizada, verticalista y subjetivista de la economía nacional. El primer plan quinquenal (1928-1932) retomó las requisas agropecuarias, transfiguradas ahora detrás de la venta obligatoria de los excedentes agrícolas de los campesinos al Estado a precios inferiores al valor de mercado. Para compensarlos, se les permitiría quedarse con pequeñas parcelas de autoconsumo que, con el tiempo, devinieron fuente principal de producción de varios rubros agropecuarios.

Comunismo de guerra

«¡Bajo el liderazgo del Gran Stalin, adelante al comunismo!» (Cartel soviético)

La política estalinista hacia el agro, lo concebía como fuente para la acumulación originaria socialista (Preobrazhensky), base financiera de la necesaria industrialización. Como no era suficiente expoliar a los campesinos mediante la llamada tijera de precios aplicada de manera inmisericorde por el Estado comerciante –bajos para compra de productos agrícolas y altos para venta de insumos industriales y los servicios–, se buscaron otras vías para la obtención directa de cuantiosos ingresos estatales.

Fue el período de colectivización de las tierras en grandes empresas de carácter estatal (sovjoses), o cooperativas (koljoses), atracción masiva de campesinos hacia empleos industriales citadinos mejor remunerados, y creación de una enorme población carcelaria que se empleó en obras industriales y campos de trabajo forzado (gulags). En el comercio se aplicó el llamado impuesto de circulación, gravamen establecido a discreción por el poder central sobre bienes y servicios considerados superfluos. 

En la postguerra, la imposición de gobiernos pro-soviéticos en los países de Europa Oriental ocupados por el Ejército Rojo, propició la extensión internacional del modelo estalinista de socialismo de Estado. El nivel de desarrollo del capitalismo en varios de ellos —alto en Alemania y la actual república Checa; medio en Polonia y Hungría—, chocaba con el rígido mecanismo económico soviético, por lo que los elementos capitalistas tipo NEP sobrevivieron en muchos aspectos. 

El triunfo del socialismo en China, Corea, Vietnam y Mongolia condujo igualmente a la adopción del sacrosanto modelo estalinista. En China, Mao Zedong ensayó el Gran Salto Adelante (1957-1958), voluntarista intento de industrialización acelerada con métodos primitivos, causante de una mortífera hambruna que diezmó a la población rural. Una década más tarde volvió por sus fueros con la Revolución Cultural (1966-1974), excesos que sobrepasaron a los del Comunismo de Guerra. Sin embargo, pocos años antes de su muerte, ocurrida en 1976, ya Mao había flexibilizado la vida económica y social y reanudado las relaciones con EEUU (1972).

Posteriormente, tanto China (1978), como Vietnam y Laos (1986) adoptarán un modelo inspirado en la NEP —socialismo de mercado— que ha impulsado sus economías y sacado de la pobreza a gran parte de sus poblaciones, aunque sin renunciar al monopolio del poder por el Partido Comunista.

NEP china

Deng Xiaoping inició en China la adopción del modelo de socialismo de mercado (Foto: AFP/Getty Images)

Casi cuatro décadas después de la NEP, el triunfo de la Revolución Cubana volvió a poner en tela de juicio —ahora en el entorno de un pequeño país caribeño subdesarrollado—, la vieja polémica entre las dos opciones de política económica prosocialista: la vertiginosa y coercitiva tipo Comunismo de Guerra, o la gradual y flexible vía NEP. La historia parecía repetirse, en particular en la economía rural, pero la naturaleza militarista y centralizada del Gobierno Revolucionario tendía de manera natural hacia la versión moderada del Comunismo de Guerra.

Desde 1959, en medio de la aplicación de la reforma agraria, del incremento del conflicto con los Estados Unidos, la invasión a Playa Girón y la guerra civil, conocida como Lucha contra bandidos, se fue estructurando rápidamente un sistema de acopio estatal forzoso de la mayor parte de la producción campesina a precios ínfimos. En 1962 se estableció el control estatal sobre los precios de acopio y la comercialización al por menor, a partir de la creación de empresas altamente especializadas y centralizadas, los Órganos Nacionales de Acopio del Grano, Café y Tabaco.

Un año después, ellos se unieron para formar el Sistema Estatal de Acopio, subordinado al INRA. Mediante contratos de compraventa, créditos y garantía de precios, el sector privado campesino fue atado al sistema de reproducción de la economía socialista desde dos vías fundamentales de comercialización: la estatizada —predominante— y la libre —secundaria—, establecida a través del pequeño comercio privado en el ámbito local.

Por entonces en la URSS, Nikita Krushchov, el excéntrico sucesor de Stalin, ejecutaba un proceso tímido y parcial de desestalinización de la sociedad soviética y el campo socialista, conocido como El Deshielo (1955-1964). Su mandato se caracterizó por arranques y timonazos en política interna y externa que condujeron a su destitución tras un golpe de estado palaciego. Así se abrieron las puertas del poder máximo a Leonid Brehznev, quien condujo la URSS entre 1964 y 1982. Fue en esta época cuando se fortaleció la relación cubano-soviética, sobre todo a partir de 1971.

Si los rasgos del estalinismo se identifican con el genocidio de millones de personas por asesinatos, hambrunas y trabajos forzados, así como con la industrialización acelerada que convirtió a la URSS en superpotencia; es imposible equiparar con él la trayectoria de la Revolución Cubana. Sin embargo, de la Era Brehznev es mucho lo que se recepcionó aquí en cuanto a métodos heredados del estalinismo, en una versión moderada.

El romance cubano-soviético

Una de esas características es la de priorizar el desarrollo por métodos extensivos, propios del Comunismo de Guerra, en detrimento de los intensivos, preferidos durante la NEP. Prueba de ello fueron, en los setenta, las campañas masivas de desmonte para extender las tierras estatales de labranza y pastoreo, que trajeron consigo la proliferación del marabú y el aroma en los campos desatendidos. Aún peor fue la adopción de maquinarias altamente derrochadoras de combustible, pues este llegaba a raudales y barato desde la URSS en momentos en que el mundo pasaba a aplicar tecnologías ahorradoras para superar la crisis mundial del petróleo.

Otro aspecto del brezhnevismo que asimilamos fue el triunfalismo, típico del Comunismo de Guerra. El mismo alcanzará su cenit con la Constitución de la URSS de 1977, que decretaba la llegada a la sociedad socialista desarrollada cuando era evidente el creciente estancamiento económico-social del país.

En la Revolución Cubana, las declaraciones triunfalistas en lo económico se han sucedido mediante la tendencia a tomar hechos aislados para fundamentar hipotéticos éxitos futuros que nunca se concretan. Así, el esfuerzo por alcanzar una Zafra de Diez Millones de toneladas (1969-1970) se presentaba como la puerta al desarrollo industrial; el vuelo de un cosmonauta cubano en una nave soviética (1980), ponía a Cuba como pionera de la investigación espacial en Latinoamérica; mientras que el record Guinnes de la vaca Ubre Blanca en la producción de leche (1982) nos ubicaba como potencia mundial en la ganadería. Todas quimeras.

Lo más perjudicial de la influencia brezhneviana fue la burocratización creciente del país. Ella se inspiró en la copia de los sistemas de organización estatal y partidista vigentes en la URSS, y llenó de cargos y responsabilidades homólogas las plantillas de ambas instancias en la Isla, en la misma medida que descendían los niveles de ocupación en la esfera productiva, sobre todo en la agricultura.

El acopio mayorista y el comercio minorista racionado de productos agropecuarios, asumieron la forma estatal absoluta desde 1968, en que se suprimió el mercado privado con la Ofensiva Revolucionaria, que expropió 57 600 pequeñas empresas privadas urbanas: tiendas minoristas de comestibles y productos industriales, expendios de alimentos y bebidas (fondas), servicios e industrias. Paradójicamente, más de la mitad habían surgido después de 1961.

Comunismo de guerra cubano vs NEP

Portada de la revista Verde Olivo con motivo de la Ofensiva Revolucionaria en 1968.

Tras años de experimentación idealista (1965-1970) en pos de construir el comunismo de manera acelerada, al estilo del Comunismo de Guerra, el país quebró económicamente. En aquel momento (1971) la alianza con la URSS y el Consejo de Ayuda Mutua Económica (CAME) se apreciaron como una tabla de salvación. Parecía que podríamos sustituir la ley de Acumulación Originaria Socialista de Preobrazhensky por la ayuda desinteresada de la Unión Soviética.

A partir de aquí se inició un nuevo período de industrialización que nació viciado de gigantismo, dependencia de la materia prima importada y del empleo de tecnologías despilfarradoras y antiecológicas. Los encadenamientos productivos al interior de la economía cubana fueron sustituidos por los externos, en la llamada división socialista del trabajo.

El I Congreso del PCC (1975) trazó una nueva estrategia económica que reconocía la existencia objetiva de relaciones monetario-mercantiles. Aunque se conservaron los nexos hegemonizantes sobre el campesino a partir del suministro monopólico de insumos y servicios y la concertación forzosa de planes de acopio de la llamada producción comercializable, que la incluía toda —excepto el autoconsumo familiar— a precios bajos, estáticos y únicos para el país.

La opción de libre mercado se transformó en mercado subterráneo. Será 1980 la fecha en que se apruebe el Mercado Libre Campesino (MLC), solo funcionó hasta 1986, cuando fue clausurado en medio de la ola centralizadora de la llamada Rectificación de errores y tendencias negativas.

A mediados de los noventa, tras la implosión de aquel mundo que nunca fue verdaderamente socialista, se aplicó un paquete de medidas liberalizadoras tipo NEP con el fin de reanimar las fuerzas productivas —apertura a la inversión extranjera, ampliación del turismo, despenalización del dólar— que alcanzó su cima en 1997. Como parte de ellas, la creación del Mercado Libre Agropecuario (1994) brindó a los productores la posibilidad de concurrir a un ámbito más amplio, con precios liberados a partir del cumplimiento de las obligaciones con el Estado.

El parecido con la NEP se hizo mayor cuando una parte importante de las tierras subutilizadas por las empresas estatales se convirtió en Unidades Básicas de Producción Cooperativa (UBPC) donde los obreros agrícolas se estrenaron como nuevos cooperativistas.  

No obstante, las dificultades acompañaron desde un inicio a este nuevo experimento. La más importante fue el elevado porcentaje de ventas que tenían que hacer a la empresa estatal de Acopio —aproximadamente un 70% de la producción fundamental—, con precios de compra muy inferiores a los del mercado libre agropecuario, que muchas veces no alcanzaban a cubrir los costos. En el caso de las UBPC ganaderas, arroceras, citrícolas y paperas tenían prohibido acudir al mercado libre con su producción fundamental.

Vietnam: la democratización pendiente

Los altos niveles de centralización monopólica han dado lugar a situaciones desfavorables: desestimulo al productor, pérdida de cosechas por no recogida a tiempo, deterioro de productos en los lugares de acopio, altos niveles de subsidios asumidos por el Estado, precios no consecuentes con la calidad, cadena de impagos al productor, desviación de productos hacia el mercado subterráneo, entre otros.

A treinta años de la caída del campo socialista europeo la situación ha variado poco. Ahora, en medio de la Tarea Ordenamiento, la solución más plausible para el mercado agrario cubano parece ser la creación de mpymes y cooperativas comercializadoras de segundo grado, asociadas a los productores por relaciones contractuales o de subordinación.

Las limitaciones principales del sistema de acopio actual provienen del viejo modelo económico centralizado de balances materiales, verticalista y coercitivo, heredero de las requisas del Comunismo de Guerra y de la desorganización burocrática y la disfuncionalidad organizativa que ha acompañado tradicionalmente al acopio estatal agropecuario cubano. Por tanto, su superación definitiva exige el fin del monopolio estatal con la incorporación de nuevos actores económicos y, en un futuro mediato, el aporte de la inversión extranjera.

Las reformas actuales en Cuba exigen desterrar las rémoras de Comunismo de Guerra y dar continuidad a la NEP, incorporar las experiencias de las naciones socialistas asiáticas y completarlas con democracia y participación en el ámbito político. El espíritu de la NEP ha de reivindicarse en la extensión de una economía mixta, en la que la propiedad pública/estatal se concentre en los sectores claves y de alto grado de socialización, mientras en los demás se fomenten las mpymes y cooperativas como fuente principal de empleo y creación del PIB. Para eso es imprescindible una Ley de Empresas moderna y contextualizada, que ponga condiciones claras y similares para todos los sujetos económicos.

Adicionalmente, se requiere un paquete de medidas concomitantes que incluya: consolidación del peso cubano como moneda nacional —¡no la dolarización plástica!—; establecimiento de un mercado mayorista para todos los sujetos económicos; perfeccionamiento de la reforma general de salarios y precios; ley del patrimonio de todas las personas, en particular de los funcionarios públicos; empoderamiento de los colectivos laborales con atribuciones para la elección de sus dirigentes a nivel de empresas, gestión de los recursos humanos y materiales y distribución de las ganancias; descentralización de los municipios y fomento de un real Estado de derecho.

Otro componente de la NEP que Cuba debe retomar sin demoras es el de la incorporación del capital privado nacional a la vida económica, más allá del envío de remesas. Las investigaciones demuestran que una parte importante del capital privado nacional, tanto en la Isla como en la emigración, está dispuesto a ayudar a Cuba, no solo a sobrevivir, sino también a desarrollarse. Para lograr eso habría que darle tratamiento especial a los emigrados —algo que la NEP no pudo proponerse dadas sus circunstancias diferentes— con el objetivo de que inviertan en el país, o lo representen en el extranjero, tal y como han hecho exitosamente otros países socialistas, China, Vietnam y Laos.

La realización de reformas que reduzcan los métodos provenientes, o coincidentes, con el Comunismo de Guerra (administrativos, verticalistas y coercitivos), probadamente ineficaces e ineficientes, que aún sobreviven en la economía y la sociedad es tarea de primer orden. Cuba ha de realizar su propia NEP acorde a las circunstancias y posibilidades del actual escenario nacional e internacional, que no es mejor o peor que el de los bolcheviques en 1921, solo diferente. El 8vo Congreso del Partido, a celebrarse el mes próximo, tiene la palabra.

10 marzo 2021 21 comentarios 15.045 vistas
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Razones históricas para una celebración

por Cecilia Borroto López 8 marzo 2021
escrito por Cecilia Borroto López

El 8 de marzo del año 415 n.e., una muchedumbre daba muerte a Hipatia de Alejandría que no aceptaba convertirse al cristianismo. Con ella desaparecía, por un milenio, el pensamiento matemático de los griegos y se ubicaba en la historia el primer antecedente para que, 1495 años después y por razones dispersas por varios países, se declarara la celebración del Día Internacional de la Mujer.

A lo largo de la historia el sexo femenino ha sufrido marginaciones, derivadas de sociedades patriarcales que establecieron el hogar como los límites de la libertad para la mujer. Su presencia fue prácticamente invisibilizada hasta el siglo XIX, en que las ideas de la Revolución Francesa despertaron en Europa y América aires de libertad, igualdad y fraternidad.

Serán los Estados Unidos la nación donde más temprano se comenzaron a gestar movimientos feministas que buscaban defender sus derechos inmediatos: salarios, acceso al trabajo, jornadas laborales dignas, etc. El primero de estos hechos que se registra ocurrió el 8 de marzo de 1857. Se trata del movimiento de las garment workers, trabajadoras de la industria textil en Nueva York, las cuales organizaron una huelga para demandar remuneraciones justas y condiciones laborales más humanas, entre otras exigencias.

Celebración- mujeres

Las garment workers, trabajadoras de la industria textil en Nueva York, organizaron una huelga para demandar remuneraciones justas y condiciones laborales más humanas, entre otras exigencias.

La importancia real del movimiento de las garment workers radica más que en el resultado del proceso, en el hecho de haber logrado un poder de convocatoria y unidad que colocó en una posición difícil a la patronal. Demostraron así a todas las trabajadoras del orbe, que al igual que los obreros masculinos, las mujeres también podían organizarse y hacer valer sus opiniones.

¿Fue en saludo a dicho movimiento que en la misma fecha del año 1900 un grupo de mujeres alemanas entregó al Reichstag —Parlamento— sus peticiones de acceso a la universidad y la posibilidad de presentarse a oposiciones? No existe ninguna información que permita afirmarlo, pero la certeza de lo posible ronda el hecho.

Bajo el lema «Pan y Rosas», el 8 de marzo de 1908, alrededor de 15 000 mujeres volvieron a llenar las calles de Nueva York con las exigencias de prohibir el trabajo infantil, aumento de sueldo, derecho al voto y menos horas de trabajo. El Partido Socialista de los Estados Unidos tomó nota de la fuerza demostrada por las obreras textiles neoyorkinas y comenzó a impulsar y fomentar sus luchas. Para ello organizaron, el 3 de mayo de 1908, en el teatro Garrick de Chicago un acto denominado «Día de la Mujer», presidido por destacadas líderes de dicha organización política. Es la primera celebración de la que, con dicho nombre y connotaciones, se tenga constancia en América.

Trabajo infantil de mujeres

El 8 de marzo de 1908, alrededor de 15 000 mujeres volvieron a llenar las calles de Nueva York con las exigencias de prohibir el trabajo infantil, aumento de sueldo, derecho al voto y menos horas de trabajo.

Debido al éxito del acto de Chicago, el 28 de febrero del año siguiente se convocó a celebrar, por vez primera en Estados Unidos, el Día Nacional de la Mujer en honor a la huelga de trabajadores textiles de 1908. Sería esa la primera celebración mundial, y referente para la decisión que se adoptaría en Europa un año después.

En Copenhague, Dinamarca, en la Conferencia Internacional de la Mujer Trabajadora, celebrada en 1910, la comunista alemana Clara Zetkin tomaría como base la idea del Partido Socialista de los Estados Unidos y, ante un foro de mujeres de diecisiete países, propondrá la celebración de un día de la mujer a nivel global. Su propuesta fue aprobada por unanimidad, aunque no se acordó una fecha concreta, solo que sería en el mes de marzo.

Mujeres

Clara Zetkin y Rosa Luxemburgo.

Es preciso en este punto preguntarse si la decisión del rey de España, Alfonso XIII, que autorizó el 8 de marzo de 1910 a que las mujeres españolas cursaran estudios superiores estuvo influida por este movimiento, que desde 1908 venía tomando fuerza. La información de las fuentes consultadas no permite arribar a una conclusión definitiva, pero el análisis lógico del asunto indica una relación entre ambos hechos.

La primera vez que se celebró como Día Internacional de la Mujer, en respuesta a los acuerdos de Copenhague, fue el 19 de marzo de 1911. La convocatoria reunió —según diversas fuentes— a más de un millón de personas en Alemania, Austria, Dinamarca y Suiza. En 1914 la celebración sería oficial en Alemania, Suecia y Rusia y, producto del conflicto que se avizoraba, mujeres de otros países celebraron mítines el 8 de marzo de ese año como protesta al posible estallido bélico.

La primera conflagración mundial catalizó el respaldo a la celebración, pues el 8 de marzo de 1917 las mujeres salieron a la calle para protestar por los muertos en la guerra y exigir mejores condiciones de vida. En Rusia fue particularmente favorable la situación del movimiento feminista, pues el Gobierno Provisional, necesitado de respaldo y apoyo, les otorgó el derecho al voto.

Celebración de mujeres

Clara Zetkin en un discurso en Rusia.

A partir del fin de la Primera Guerra Mundial, la fecha que en su origen hacía honor a las textileras neoyorkinas ya se había consolidado en el día 8 de marzo. Muchos países se fueron incorporando oficialmente en los años de postguerra.

En Cuba, el primer acto por el Día de la Mujer se celebró en 1931, en plena Revolución del Treinta. Fue convocado por organizaciones vinculadas al Partido Comunista, como la Confederación Nacional Obrera de Cuba (CNOC) y la Federación Obrera de La Habana. Se efectuó en el Centro Obrero de Cuba, ubicado en Revillagigedo no. 8, en La Habana. Poco ha trascendido de la jornada en sí, más allá de que en ella hicieron uso de la palabra Rosario, Charito, Guillaume por el Comité Pro-organización de la Mujer Trabajadora; Panchita Batet por el Sindicato Textil, una delegada por los zapateros y que la obrera Caridad Suárez recitó una poesía.

No sería hasta 1975 que un organismo internacional, en este caso la ONU —pues la Liga de las Naciones nunca aprobó el tema—, legislaría para declarar oficialmente en todo el planeta el Día Internacional de la Mujer. Curiosamente Estados Unidos, casa de las garment workers no aprobará la celebración hasta 1994.

8 marzo 2021 1 comentario 1.559 vistas
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