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Historia

Revalorización de acontecimientos, figuras y procesos de nuestra historia

Caída del muro (1)

El Muro de Berlín y sus símbolos

por Mauricio De Miranda Parrondo 9 noviembre 2021
escrito por Mauricio De Miranda Parrondo

El 9 de noviembre de 1989 cayó el Muro de Berlín. Ese día en la tarde, en medio de una atosigante rueda de prensa, Günter Schabowski  —entonces miembro del Buró Político del Partido Socialista Unificado de Alemania (PSUA) y su secretario en Berlín Este—, ante una pregunta sobre la nueva ley de viajes que había ocasionado una marea de entusiastas alemanes circulando a través de Checoslovaquia y Hungría para pasar a Austria y Alemania Occidental; anunció que los ciudadanos germano-orientales podrían salir libremente del país sin autorización, pasaporte, ni visado.

Esto significaba que se podría viajar al lado occidental sin requisito alguno. A la pregunta: —«¿Cuándo entra en vigor?», su respuesta fue: —«Hasta donde yo sé, esto es inmediato, sin demoras». En realidad, la nota que le habían pasado decía que sería a partir del día siguiente.

La noticia se difundió inmediatamente a través de la radio y la televisión. La población salió a las calles, botellas de champaña y cervezas en mano, con la intención de cruzar el muro. Los soldados del Ejército Popular y de la Seguridad del Estado (Stasi), asombrados y carentes de información, no tuvieron otra opción que dejarlos pasar, e incluso algunos se unieron a la celebración.

No solo fue pasar o destapar botellas desde lo alto del muro. Horas después, de un lado y otro, hombres y mujeres, jóvenes y viejos, armados de picas y de cualquier cosa que pudiera ayudarles, comenzaron a derribar aquel muro de la ignominia. Su caída no solo simbolizaba la destrucción del principal obstáculo físico que separaba a los alemanes, sino también de la opresión a la que un régimen, supuestamente socialista, había sometido a su población, al punto de que existía orden de matar a cualquiera que intentara cruzarlo.

Caída del muro (2)

Günter Schabowski durante la conferencia de prensa.

La construcción

La división de Alemania en dos Estados en 1949 puso fin a un período de relativamente libre movimiento de ciudadanos entre las distintas zonas de ocupación. A partir de entonces comenzó una fuerte corriente migratoria del Este al Oeste, lo que llevó a las autoridades comunistas a establecer barreras fronterizas a partir de 1952. Sin embargo, el movimiento entre ambas partes de Berlín se mantuvo con pocas restricciones. Según la Deutsche Welle, entre 1949 y 1961, antes de la construcción del muro, cerca de tres millones de personas abandonaron la RDA desde Berlín Oriental.

En julio de 1953, en las calles de Berlín Este hubo huelgas obreras y protestas sociales contra las medidas adoptadas por el gobierno para enfrentar los problemas económicos con un aumento de precios, impuestos y normas de producción en las fábricas. Cerca de 40.000 manifestantes inundaron la ciudad y la crisis se extendió a otras localidades.

El entonces máximo dirigente Walter Ulbricht pidió ayuda al ejército soviético de ocupación y ordenó a la policía disparar contra los manifestantes. Como ha sido usual, el gobierno acusó a fuerzas externas de provocar las protestas para «derribar el socialismo», pero la realidad era que el supuesto gobierno de obreros y campesinos había ordenado disparar contra manifestaciones obreras.

Según el Centro de Historia Contemporánea de Postdam, 383 personas murieron en los enfrentamientos o ejecutadas posteriormente, más de mil ochocientas fueron heridas, más de cinco mil detenidas y más de mil doscientas pagaron largas condenas en campos de trabajo.

A esta crisis siguió una fuerte sangría migratoria que aumentó exponencialmente cada año, hasta que el gobierno decidió evitar el desprestigio que ello significaba impidiendo a sus ciudadanos salir del país. De manera sorpresiva, rodearon la parte occidental de la ciudad con una alambrada fuertemente custodiada y se cerró el paso entre ambas partes de Berlín.

Quien intentara cruzar desde el Este, lo haría a riesgo de morir ametrallado por las fuerzas del «Ejército Popular» o de la Stasi. Algunas personas tuvieron éxito; otras no. Pero la alambrada no era suficiente para aislar la ciudad y el país, por eso se construyó el muro. Para ello, tuvieron que demoler edificios de viviendas y reubicar obligatoriamente a sus inquilinos. A lo largo de toda su existencia, hubo miles de intentos de escape, incluso, mediante túneles excavados a tal efecto, con los consabidos peligros de cárcel o muerte en el intento.

El Muro

La economía de la RDA era la más próspera y desarrollada de los países del bloque soviético. El nivel de vida promedio de sus ciudadanos era superior al del resto del bloque. Según cálculos que he realizado a partir de cifras publicadas en 1991 por el Economic Survey of Europe, de Naciones Unidas, la variación promedio anual de la economía germano-oriental había sido de 6,1% entre 1951 y 1985. Sin embargo, entre 1986 y 1990 fue de -1,8%.

A partir de 1963 se intentó crear una economía más eficiente mediante el llamado Nuevo Sistema Económico (Neues Ökonomisches System) que buscaba mayor descentralización en las decisiones económicas de las empresas y en los niveles locales de administración del Estado, aun en medio del sistema de planificación centralizada. Ello era complementado con la intención de vincular directamente el progreso científico a la producción de bienes. Por otra parte, se pretendía enfatizar en la producción de bienes de consumo para mejorar el nivel de vida de la población.

No obstante, este tímido intento de reforma fue obstaculizado sistemáticamente por un sector de la dirigencia del país que intentaba mantener el control absoluto del poder a través de los mecanismos de administración centralizada.

En 1971, Erich Honecker desplazó a Ulbricht del poder y fortaleció el alineamiento de la política económica y exterior de la RDA a la de la Unión Soviética. Honecker, quien dirigía los órganos de seguridad desde las estructuras del Partido, endureció la represión contra los intentos de oposición que aparecían sobre todo en medios intelectuales. Mientras tanto, trató de enfocar su política hacia un mayor nivel de consumo y a impulsar la construcción de viviendas. Además, incrementó relaciones comerciales con países capitalistas desarrollados, lo cual condujo a la acumulación de déficits comerciales que a menudo eran cubiertos con deuda externa.

Aquel acelerado crecimiento, como el de la mayor parte de los países del «socialismo real», se basaba en factores extensivos como: disponibilidad de materias primas, recursos energéticos baratos y relativa abundancia de mano de obra, sobre la que, asimismo, se ejercían presiones movilizativas.

El nivel de desarrollo tecnológico mostraba notable rezago frente al de los países capitalistas desarrollados. Las inversiones crecían significativamente, sin embargo, mantenían bajos niveles de eficiencia y la calidad de la producción industrial estaba por debajo de los estándares de competitividad internacional.

En consecuencia, Alemania Oriental, como el resto de países del bloque, tuvo dificultades en los años ochenta para transitar de un modelo de desarrollo extensivo a uno intensivo, basado en mayor productividad del trabajo, innovación tecnológica y competitividad.

Al igual que otros países socialistas, la RDA quedó expuesta a la crisis internacional de la deuda externa, en la medida que cubría sus crecientes déficits externos con deuda y, al elevarse los tipos de interés internacionales, como resultado de la política monetaria de Estados Unidos y Reino Unido a principios de los ochenta, se agravaron las condiciones de financiamiento de aquellas economías que habían tratado de compensar su déficit tecnológico con importaciones de bienes industriales.

El resultado fue un endurecimiento de las condiciones económicas y el empeoramiento del nivel de vida, a lo cual se añadían la ausencia de libertades políticas y la inviabilidad de encontrar formas democráticas de solución a estos problemas. La crisis se convirtió así en una situación explosiva.

La caída del Muro

Las reformas de Gorbachov en la Unión Soviética, a partir de 1985, encontraron en Honecker y el liderazgo germano-oriental a reacios opositores. Por su parte, la agudización de los problemas económicos, la ralentización y posterior contracción de su crecimiento, unidos al deterioro del nivel de vida, condujeron a la proliferación de grupos de oposición en el país.

Aparecieron movimientos ecologistas que se oponían a la pésima calidad de los combustibles utilizados y al uso de materiales de construcción altamente dañinos para la salud, como el asbesto. Grupos pacifistas objetaban el despliegue de los cohetes soviéticos SS-20 en la parte oriental, así como los Pershing y Cruceros estadounidenses en la occidental. La iglesia comenzó a nuclear a opositores al gobierno, lo cual deterioró su relación con este.

Cuando el gobierno húngaro decidió abrir sus fronteras con Austria, miles de germano-orientales empezaron a viajar a Hungría a través de Checoslovaquia, lo cual, de paso, desestabilizó al gobierno de ese país donde comenzaron manifestaciones contrarias. Las embajadas de la República Federal de Alemania (RFA) en ambos países, se llenaron de ciudadanos de la RDA que solicitaban asilo.

En medio de esa crisis, se hizo pública la existencia de un grupo de oposición denominado Nuevo Foro, que pedía la liberalización del sistema político y elecciones libres. En tales circunstancias se hacía evidente que cuando un sistema político no puede asegurar el voto real de la ciudadanía, esta se manifiesta con acciones paralelas que demuestran la insolvencia de ese sistema. 

El 7 de octubre de 1989, Mijaíl Gorbachov visitó Berlín-Este para asistir a la celebración por el 40 aniversario de la RDA. Miles de ciudadanos aclamaron al líder soviético, reclamando una Perestroika, una glasnost y una democratización; mientras, Honecker contemplaba impávido su propio desprestigio. Manifestaciones pacíficas en Leipzig, Dresde, Magdeburgo y Berlín fueron reprimidas por la fuerza pública.

Al día siguiente se refundó el Partido Socialdemócrata, Honecker perdió apoyo en el PSUA y fue obligado a dimitir el día 18. Sería sustituido por Egon Krenz, no obstante, ya no era posible evitar el hundimiento. El gobierno renunció y Hans Modrow asumió el cargo de primer ministro para intentar salvar lo que se pudiera del «socialismo» alemán; pero se habían perdido todas las oportunidades.

El día que fue derribado el Muro, comenzó la cuenta regresiva de la implosión de la RDA, resultado del intento fallido de imponer el modelo estalinista y burocrático. Como es sabido, tras una transición, la RDA se volvió insostenible y la unificación resultante fue, en realidad, la absorción de un país postrado económica y políticamente por otro poderoso en todo sentido, pero, sobre todo, libre. Tan fuerte resultaba entonces la RFA, que incluso preocupaba a la primera ministra inglesa Margaret Thatcher y al presidente francés François Mitterrand.

Caída del muro (3)

Erich Honecker

Los símbolos

El muro de Berlín representó toda la simbología cultural, económica y política del «socialismo realmente existente». Ese «socialismo» fracasó desde el momento en el que pretendió construir una narrativa que iba contra las aspiraciones humanas de libertad. No es posible concebir el progreso social de la Humanidad si ello no se traduce en la plena libertad, ni es posible construir el socialismo enclaustrado en camisas de fuerza de dogmas que solo sirven al sostenimiento de una casta que usufructúa la supuesta propiedad de todo el pueblo.

No existen excusas suficientemente importantes para cercenar la libertad. Todas ellas, en realidad, escudan el conservadurismo reaccionario de quienes únicamente pretenden conservar sus pingües privilegios a contrapelo de las aspiraciones y necesidades de la sociedad.

Por esas razones, el Muro de Berlín significó desde el principio la derrota moral y política de un sistema supuestamente socialista, que se erigió sobre la vulneración de los derechos más elementales de los ciudadanos, esos mismos derechos por los que luchaban los socialistas verdaderos, por los que dieron la vida miles de comunistas y socialistas y luego fueron pisoteados por quienes asumieron el poder en su nombre.

El Muro de Berlín simbolizó el carácter represor del sistema estalinista y neo-estalinista y, al mismo tiempo, la inmensa debilidad de un gobierno que necesitaba aislar a su población para no hacer evidente sus fallas, lo cual resultaba totalmente incoherente con su discurso ideológico.

9 noviembre 2021 22 comentarios 3,7K vistas
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Levantamiento popular (1)

Crisis y levantamiento popular húngaro en 1956

por Mauricio De Miranda Parrondo 4 noviembre 2021
escrito por Mauricio De Miranda Parrondo

El 4 de noviembre de 1956, columnas de tanques soviéticos apostados a las afueras de Budapest, ingresaron a la capital húngara para sofocar una insurrección popular contra el sistema comunista y contra la presencia de tropas soviéticas en el territorio.[1] De paso, se pretendía derrocar al gobierno del primer ministro Imre Nagy, que había abolido el sistema unipartidista al permitir el resurgimiento del Partido de los Pequeños Propietarios y del Partido Nacional Campesino; anunciando asimismo que Hungría abandonaría el Pacto de Varsovia y se declararía neutral.

Mientras tanto, en la localidad de Szolok, el primer secretario del Comité Central del Partido Obrero Socialista Húngaro (POSH), János Kádár, anunció la creación de un nuevo «Gobierno Revolucionario Húngaro Obrero y Campesino», que supuestamente había solicitado ayuda soviética para derrotar a la «contrarrevolución». Quienes apoyaban al gobierno de Nagy, que también reivindicaba el socialismo como sistema, pero en un contexto democrático, consideraban contrarrevolucionaria la invasión soviética y las maniobras de Kádár.

Desde el establecimiento del régimen comunista y hasta la muerte de Stalin en la Unión Soviética, Hungría se convirtió en un bastión del estalinismo. Con un poder casi absoluto, Matyás Rakosi inició la construcción de una economía centralmente dirigida, siguiendo el modelo soviético. En 1948 fueron expropiados los bancos y todas las empresas con más de diez empleados, se confiscaron las propiedades de campesinos ricos y comenzó una política coercitiva de colectivización.

La estrategia de desarrollo se basó en la industria pesada, desatendiendo la producción de bienes de consumo, lo cual se tradujo en su generalizada escasez. En 1952 ocurrieron protestas y huelgas campesinas contra las entregas obligatorias de productos y la escasez de alimentos se generalizó. Al tiempo, se incrementaba también el descontento en las ciudades, tanto entre los trabajadores de las industrias por las altas normas en los planes de producción, como en la intelectualidad por la censura impuesta.

Levantamiento popular (2)

Cabeza de la estuta de 25 metros de altura construida en honor a Stalin.

El «Nuevo Curso» (1953-55) y la «desestalinización»

La muerte de Stalin trajo por consecuencia una relativa flexibilización económica y política, denominada «Nuevo Curso», tanto en la Unión Soviética como en los demás países de Europa Central y Oriental. Rakosi regresó del funeral convocando al Comité Central a adoptar reformas para mejorar el nivel de vida de la población.

La política de industrialización a costa de la extracción de excedentes agrícolas —tal y como sucedió en la URSS a fines de los años veinte y durante los treinta— había generado des-incentivos en la producción agropecuaria, escasez generalizada de alimentos y aumento de precios. La propagada oficial mencionaba como causa de la crisis al sabotaje enemigo y no a los errores de la política económica y del sistema mismo de administración centralizada.

En junio de 1953, después de una reunión en Moscú en la que Rakosi fue duramente criticado por los líderes soviéticos, por errores de política económica y abusos cometidos, se vio obligado a ceder la presidencia del Consejo de Ministros a Imre Nagy, conservando no obstante la secretaría general del Partido. Sin embargo, a instancias del liderazgo soviético se decidió no hacer públicos la crítica al culto a la personalidad de Rakosi, su voluntarismo en política económica y violaciones a la legalidad.

La política económica de Nagy intentó corregir la estrategia de desarrollo. En lugar de priorizar inversiones en la industria pesada, para las que el país carecía de materias primas y tradición productiva, se fomentaron en los sectores agropecuario y de bienes de consumo. Fueron apoyadas con créditos las granjas campesinas privadas con el fin de estimular la producción y comercialización de productos agropecuarios. Al mismo tiempo, las cuotas de entregas obligatorias fueron reducidas y se permitió el desarrollo de mercados agrícolas y de bienes de consumo.

Se trasladaron fondos hacia la agricultura, la industria ligera, la alimentaria y la construcción de viviendas. Los salarios crecieron y los precios disminuyeron centralizadamente, medida populista con efectos negativos en el equilibrio financiero. Adicionalmente, se amnistió a miles de presos políticos.

Durante este breve período se agudizó el enfrentamiento entre Rakosi y Nagy, debido a interferencias del primero en la gestión del gobierno. En 1955 Nagy sería destituido, se le expulsó del partido por «desviacionismo de derecha» y fueron revertidas las medidas. Lo reemplazó como primer ministro András Hegedüs, quien se plegó al rumbo de Rakosi orientado a restablecer el estilo estalinista de gobierno.

Levantamiento popular (3)

Imre Nagy

Después del Informe secreto de Nikita Jruschov ante el  XX Congreso del PCUS, en el que se condenó el culto a la personalidad de Stalin y las violaciones a la legalidad ocurridas bajo su mandato, Rakosi fue finalmente depuesto, en junio de 1956, y forzado a vivir el resto de sus días en un exilio obligatorio en Kirguizia. Su sustituto, Ernő Gerő, provenía también del círculo estalinista, de ahí que su acceso a la máxima dirección no significara el restablecimiento de las reformas.

Mientras tanto, el inicio de la llamada «desestalinización» creó condiciones para los debates en varios países del socialismo real acerca de temas como: libertades y democracia en el socialismo, supresión de la censura, necesidad de un nuevo rumbo económico tendiente a un mayor bienestar, contradicciones entre la planificación centralizada y las necesidades de la vida cotidiana, y soberanía nacional e independencia de los estados supuestamente soberanos pero en la práctica sometidos a las decisiones de Moscú.

Ese proceso de cambios afectó a casi todos los países en mayor o menor medida, y llevó incluso a estallidos sociales, como las protestas de Poznan en Polonia, en junio de 1956.

Desde julio de ese año en Hungría, escritores, periodistas, intelectuales y estudiantes habían iniciado foros de discusión en los llamados «Círculos Petöfi». El 6 de octubre se efectuó un funeral público en el que se rindió homenaje a László Rajk y unos días después acontecieron la rehabilitación de Imre Nagy y su reingreso al Partido.

Doce días que estremecieron a Hungría y al comunismo internacional

El 23 de octubre de 1956, cerca de veinte mil personas iniciaron una protesta multitudinaria que demandaba la independencia húngara respecto a poderes extranjeros, el establecimiento de una democracia socialista, la reforma agraria y el reconocimiento a los ciudadanos de todos los derechos y libertades internacionalmente reconocidos. Gerő acusó a los manifestantes de ser «una turba reaccionaria» y rechazó las demandas de los protestantes. En respuesta, estos derribaron una estatua gigantesca de Stalin erigida en el lugar ocupado antes por una iglesia.

La muchedumbre se dirigió a Radio Budapest para difundir públicamente sus demandas y se produjeron disparos de fuerzas de la seguridad del Estado (ÁVH) que protegían el edificio. La mayor parte de los soldados húngaros enviados a apoyar la seguridad se unió a los manifestantes, quienes incendiaron carros de policías y se apoderaron de armas en depósitos militares y de policía.

Levantamiento popular (4)

Ernő Gerő

Esa noche, Ernő Gerő solicitó apoyo militar para sofocar las protestas y los tanques soviéticos entraron a la ciudad. Al día siguiente, Budapest amaneció llena de barricadas y se produjeron enfrentamientos entre militares soviéticos y manifestantes. Mientras tanto, Hagedüs renunció como primer ministro y fue reemplazado por Imre Nagy, que pidió el fin de la violencia y anunció que se completarían las reformas iniciadas en 1953.

Tropas de la ÁVH dispararon contra manifestantes desarmados hasta que estos, ya aprovisionados con armas, respondieron. El día 25 hubo intercambio de disparos a las puertas del Parlamento, custodiado por el ejército soviético. Llegado este punto, ocurrían enfrentamientos directos de manifestantes húngaros contra los tanques soviéticos y las fuerzas de seguridad del Estado.

La crisis política provocó la renuncia de Gerő como primer secretario del Partido y su reemplazo por Janos Kádár. Tras un alto al fuego concertado, se inició el retiro de las tropas soviéticas de Budapest. Nagy encabezó un gobierno nacional en el que incluyó también a personalidades no comunistas y recibió el apoyo del ejército nacional. Para Nagy, las protestas eran un «levantamiento popular de masas» que reclamaba la democratización de la sociedad.

El nuevo gobierno decidió la abolición de la ÁVH y del sistema unipartidista; se restablecieron partidos antifascistas como el de los Pequeños Propietarios y el Nacional Campesino, que entraron a formar parte de la coalición de gobierno. Nagy declaró que Hungría se convertiría en una «democracia social, multipartidista y neutral», lo que generó una reacción adversa en la dirigencia soviética enfrascada en la Guerra Fría.

Mientras tanto, la crisis se extendió a todo el país. Se formaron Consejos obreros en las fábricas y minas, y en varias ciudades surgieron Consejos populares locales para ejercer el poder. En algunas se produjeron enfrentamientos entre la policía y las fuerzas de seguridad.

El 30 de octubre, manifestantes armados incitados por rumores lincharon a varios miembros de la ÁVH que custodiaban el edificio del Partido municipal de Budapest.  Los tanques del ejército bombardearon el edificio por error y causaron la muerte al secretario del Partido en la capital. Las imágenes de lo ocurrido fueron divulgadas en la Unión Soviética como muestra de una contrarrevolución.

La decisión de neutralidad implicaría la salida de Hungría del Pacto de Varsovia, un gravísimo golpe a los intereses geopolíticos y estratégicos de la Unión Soviética. Varios autores coinciden en que esta fue la razón de mayor peso para sofocar militarmente el levantamiento popular húngaro.

Para ello pusieron en escena un recurso varias veces utilizado con el fin de justificar intervenciones militares: la creación de un «Gobierno Revolucionario Obrero y Campesino», dirigido por János Kádár, que se encargaría de solicitar la intervención militar para derrotar la «contrarrevolución».

El 3 de noviembre, el coronel Pál Maléter, ministro de Defensa húngaro, fue invitado a los cuarteles soviéticos para negociar la «retirada» de las tropas. Allí fue apresado junto a toda su delegación y al día siguiente las tropas soviéticas entraron en Budapest.

La población se enfrentó a la invasión hasta que los últimos focos de resistencia fueron neutralizados. Nagy y varios de sus colaboradores se asilaron en la embajada yugoslava, de la que salieron días después ante la promesa de respetar su vida. Fue exiliado forzosamente a Rumanía y allí nuevamente capturado para ser sometido a juicio y ejecutado en 1958, junto a Maléter y otros líderes de la insurrección.

El nuevo Partido Obrero Socialista Húngaro (POSH) restableció el sistema monopartidista. Su líder, János Kádár dirigió los destinos del país hasta su retiro en 1988, aunque entonces se le otorgó el cargo ceremonial de presidente de esa organización hasta su fallecimiento, el 6 de julio de 1989. Diez días después, el nuevo primer ministro Miklós Németh rehabilitó la Revolución Húngara de 1956 y a sus líderes. Los restos de Imre Nagy y de varios dirigentes fueron exhumados y se efectuaron funerales multitudinarios. El 7 de octubre de 1989 se disolvió el POSH, una parte de cuyos miembros formaron el Partido Socialista Húngaro y otros el Partido Comunista Obrero Húngaro.

Levantamiento popular (5)

János Kádár

El liderazgo de Kádár por más de treinta años, se sostuvo gracias al desarrollo de políticas orientadas al mejoramiento del nivel de vida de la población y a un permanente proceso de reformas económicas que no afectaban la esencia del sistema político y sobre todo la relación con la Unión Soviética.

En la medida en que mejoraban las condiciones de vida de los húngaros y el sistema se hizo menos opresivo, aumentó su popularidad como dirigente político, a pesar de que, como parte del Tratado de Varsovia, tropas húngaras participaron en la invasión a Checoslovaquia de 1968 y la política exterior del país se mantuvo plenamente alineada con la de la Unión Soviética.

El derrumbe

El 23 de octubre de 1989, el presidente interino Mátyás Szűrös proclamó la República de Hungría, en lugar de la República Popular. El Parlamento adoptó una serie de leyes orientadas a potenciar libertades individuales y comenzó un profundo cambio institucional hacia un sistema democrático multipartidista. En marzo de 1990 se efectuaron elecciones parlamentarias libres, en las que se impuso el centroderechista Foro Democrático. En el verano de ese año se retiraron las tropas soviéticas que aun permanecían en suelo húngaro.

Como es sabido, en Hungría se restableció el capitalismo y, después de un funcionamiento democrático relativamente normal, el sistema creó las condiciones para una deriva autoritaria de derecha. Esta se esfuerza en someter todos los poderes del Estado a los intereses del nuevo grupo gobernante, incluso contrariando las normas democráticas de la Unión Europea.

Las protestas ocurridas en Hungría en 1956 condujeron a la insurrección popular debido a la escasa voluntad de reformas de la dirigencia y, sobre todo, producto de su negativa a establecer un sistema de democracia real. Las transformaciones supuestamente socialistas habían sido impuestas por el liderazgo comunista dogmático a contrapelo de las necesidades de la sociedad, lo cual desprestigió al socialismo como ideal y como sistema y sembró las bases sociales y políticas de su autodestrucción. Es importante tener en cuenta las lecciones de la historia.

***

[1] Algunos libros que sirven de base a este texto son: Antonello Biagini y Francesco Guida: Medio siglo de socialismo real, Ariel Historia, 1996; Fernando Claudín: La oposición en el «socialismo real», Siglo XXI Editores, 1981; János Kornai: By Force of Thought. Irregular Memoirs an Intellectual Journey, MIT Press, 2006 y Victor Sebestyen: Twelve Days. The Story of the 1956 Hungarian Revolution, Vintage Books Edition, 2006.

4 noviembre 2021 27 comentarios 3,K vistas
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Poder (1)

La toma del poder por los comunistas en Europa Central y Oriental

por Mauricio De Miranda Parrondo 27 septiembre 2021
escrito por Mauricio De Miranda Parrondo

En los años inmediatos al fin de la Segunda Guerra Mundial, el sistema socialista de tipo soviético se estableció en varios países de Europa Central y Oriental. En la mayor parte de ellos, el Ejército soviético había sido responsable principal de la derrota nazi.

Para 1948, regímenes comunistas de tipo soviético gobernaban en Polonia, Checoslovaquia, Hungría, Bulgaria, Rumanía, Yugoslavia y Albania. En 1949 se produjo la división de Alemania, y en la zona de ocupación soviética también se impuso un gobierno con esas características.

En este artículo serán analizadas las diferentes condiciones en que se produjo la toma del poder por parte de los partidos comunistas (PC) en cada uno de estos países y el contexto geopolítico en el que ello ocurrió.

Los partidos comunistas, Moscú y la Internacional Comunista en el período entreguerras

Entre 1919 y 1921, e inspirados en la Revolución Bolchevique, se fundaron PC en Alemania, Bulgaria, Checoslovaquia, Hungría, Rumanía, y Yugoslavia. La mayor parte resultó del desprendimiento del ala izquierda más radical en los respectivos partidos socialistas o socialdemócratas. En Albania fue instituido más tardíamente, en 1941.

Desde su creación, la mayor parte de ellos fueron sometidos a la disciplina impuesta por la Internacional Comunista (IC), fundada en 1919. En ese mismo año, los PC de Alemania y Hungría protagonizaron intentos revolucionarios que fueron reprimidos ferozmente y derrotados, aunque en el caso húngaro llegó a proclamarse una república soviética que duró 133 días.

La política de la IC respondía, principalmente, a los intereses estratégicos de la Unión Soviética, bajo la justificación del «internacionalismo proletario», lo cual en muchas ocasiones condujo a los PC nacionales a cometer graves errores que le restaron apoyo en sus países.

Poder (2)

El Comité Ejecutivo de la IC, influido por Moscú, solía intervenir en las decisiones de los partidos nacionales e incluso en la selección y destitución de sus dirigentes. La existencia de la IC coincidió con las luchas por el poder en la URSS y con las sucesivas purgas y procesos estalinistas de 1936 a 1938, en los que fueron injustamente condenados, asesinados o enviados a campos de trabajos forzados miles de comunistas.

Entre ellos estuvo la mayor parte de los principales líderes históricos de la revolución bolchevique que aun vivían, e incluso dirigentes comunistas de varios países, que fueron conminados a viajar a la capital soviética y terminaron enfrentando los tribunales y la muerte.

El PC Polaco fue disuelto por la IC en 1938. Previamente, casi toda su directiva —Adolf Warski, Maria Koszutka, Józef Unszlicht y Julian Leszczynski— había sido ejecutada bajo las acusaciones de «desviacionismo» y «trotskismo».

Igual suerte corrieron Béla Kun, líder de la república soviética de Hungría; Milán Gorkić, secretario general del PC de Yugoslavia (1932-1937), y los alemanes Heinz Neumann, Hugo Eberlein y Hermann Remmele.

Algunos PC pudieron desarrollar en sus países una actividad legal e incluso parlamentaria. Sin embargo, la mayoría fueron prohibidos por sus gobiernos o carecían de la fuerza política para ser una alternativa real de poder.

En Checoslovaquia los comunistas fueron la segunda fuerza política en las elecciones parlamentarias de 1925 y cuarta en las de 1929 y 1935. Luego de la invasión nazi debieron pasar a la clandestinidad.

El PC Alemán era el más numeroso y fuerte políticamente después del Bolchevique. Tras la derrota de la revuelta de 1919 y el asesinato de sus fundadores —Karl Liebknecht y Rosa Luxemburgo—, se reorganizó y participó en las instituciones de la República de Weimar, hasta su prohibición por el régimen nazi en 1933.

Poder (3)

Karl Liebknecht y Rosa Luxemburgo

En las elecciones de 1920 habían obtenido apenas el 2% de los votos y cuatro escaños en el Reichstag, pero en las siguientes ampliaron su caudal electoral hasta obtener 16,8% y cien diputados en las de noviembre de 1932. Eran entonces la tercera fuerza política parlamentaria.

Al concluir las elecciones de marzo de 1933, Hitler detuvo a los líderes comunistas y logró imponer la Ley Habilitante para gobernar por decreto, con la sola oposición de los diputados socialdemócratas. Se estableció así el régimen totalitario nazi tras la prohibición del resto de los partidos.

El Partido Comunista Húngaro, por su parte, fue proscrito después del derrocamiento de la república soviética de 1919 y debió actuar clandestinamente o a través de otras organizaciones. Recuperó la legalidad en 1944, cuando el Ejército Rojo entró en el país.

Las organizaciones comunistas de Bulgaria, Rumanía y Yugoslavia también fueron prohibidas durante dos décadas.

La Segunda Guerra Mundial, la Conferencia de Yalta y la toma del poder

En los países ocupados por el fascismo se constituyeron grupos de resistencia, integrados por comunistas, socialdemócratas, agraristas y nacionalistas en general.

Yugoslavia y Albania fueron territorios cuyos ejércitos de liberación nacional, liderados por los comunistas, llevaron el mayor peso de la lucha contra la ocupación, por lo que al colapsar la dominación nazi eran la única alternativa viable de poder político.

Mientras tanto en Polonia, el Ejército Nacional (Armia Krajowa) encabezó la resistencia y, de hecho, lideró la sublevación de Varsovia contra los nazis entre el 1ro. de agosto y el 2 de octubre de 1944. El Ejército Soviético, ubicado solo a decenas de kilómetros de la capital polaca, detuvo su avance y esperó que la sublevación fuera sofocada por las tropas alemanas para luego derrotarlas y ocupar la ciudad. 

Para la Unión Soviética era imprescindible que se debilitaran las fuerzas nacionalistas polacas con el fin de asegurar el predominio del llamado Comité de Lublin, dirigido por los comunistas, como alternativa de gobierno para Polonia. Por eso, cuando el país fue totalmente ocupado se inició la represión contra las fuerzas nacionalistas.

Entre 1944 y mayo de 1945, los ejércitos soviéticos ocuparon parte considerable de Alemania, Austria, Polonia, Hungría, Checoslovaquia, Bulgaria y Rumanía. También llegaron a Yugoslavia, aunque en este país, como en Albania, los grupos de partisanos, agrupados en los ejércitos de liberación respectivos, habían expulsado a las fuerzas nazis.

Polonia resultaba muy importante para la URSS desde el punto de vista estratégico. En 1943 se autorizó a los comunistas exiliados en Moscú la constitución del Partido Obrero Polaco (comunista) en reemplazo del anteriormente disuelto PCP.

A partir de 1944 comenzó a operar en el país el Ejército Popular (Armia Ludowa), una guerrilla de partisanos dirigida por los comunistas. Esta se sumó al Ejército Nacional, que seguía órdenes del gobierno en el exilio de Mikołajczyk. Mientras tanto, Stalin logró en Yalta que Estados Unidos y Gran Bretaña reconocieran al gobierno provisional establecido por el Comité Polaco de Liberación Nacional en Lublin. El mismo estaba encabezado por los comunistas que llegaron al país junto a los ejércitos soviéticos, aunque posterior y temporalmente incluyó algunos representantes del gobierno exiliado en Londres.

Poder (4)

Stanislaw Mikolajczyk

En 1946 el gobierno provisional organizó un referéndum con tres preguntas, una de las cuales pedía el establecimiento de un sistema basado en la reforma agraria y la nacionalización de las industrias nacionales, preservando la propiedad privada. Oficialmente el SÍ ganó en las tres preguntas por amplio margen, aunque publicaciones posteriores a la caída del régimen comunista mencionan que solo se habían aceptado las fronteras occidentales del nuevo Estado polaco.

El referéndum dio paso, en 1947, a la adopción de la «Pequeña Constitución» por parte del Parlamento y a las primeras elecciones de postguerra,[1] en las que se impuso el Bloque Democrático del Frente Nacional Unido, liderado por el Partido Obrero Polaco e integrado por el Partido Socialista, el Partido del Pueblo Polaco y el Partido Socialista Democrático con el 80,1% de los votos y 394 de los 441 escaños del Parlamento. Le seguían el Partido Campesino de Mikołajczyk, con solo veintiocho diputados; el Partido del Trabajo y el Partido Popular Campesino.

En 1948, presionados por Moscú, se fusionaron el Partido Obrero (comunista) y el Partido Socialista. Surgió así el Partido Obrero Unificado Polaco que ejerció el poder hasta 1989.

En Checoslovaquia no fue posible obviar al gobierno exiliado en Londres, encabezado por Edvard Beneš, sin embargo, el PC había incrementado su influencia a partir de su activa participación en la lucha antifascista. En las elecciones parlamentarias de 1946 fue el más votado, con el 31,2% del total de votos.

Ganó las elecciones en tierras checas pero no en Eslovaquia, donde se impuso el Partido Democrático. No obstante, al sumar sus escaños con los del Partido Socialdemócrata y el PC de Eslovaquia —agrupados en el Frente Nacional—, lograban 151 de los 300 en disputa, con lo que obtenían una exigua mayoría.

En consecuencia, se formó un gobierno encabezado por Klement Gottwald, máximo dirigente comunista, en el que también participaban representantes del antiguo gobierno exiliado en Londres y figuras independientes.

A pesar de ello, la tradición democrática del país y el hecho de que se mantuviera la Constitución de 1920, resultaban obstáculos para la transformación en un modelo socialista de economía centralmente dirigida, lo cual produjo enfrentamientos entre las fuerzas políticas representadas en el gobierno y el Parlamento.

En febrero de 1948 se produjo una crisis ministerial por la renuncia de varios ministros no comunistas. Esto fue aprovechado por Gottwald para promover protestas, organizar comités de acción, convocar una huelga general y obligar a Beneš a nombrar un gobierno dominado por comunistas.

Poder (5)

Klement Gottwald

Días después, el ministro no comunista de Relaciones Exteriores, Jan Masaryk, hijo del fundador del Estado checoslovaco Tomás Masaryk, fue lanzado a la calle desde la ventana de su oficina. La investigación policial de la época determinó que era un suicidio, pero en 2004 una investigación forense concluyó que había sido asesinado.

El 9 de mayo de 1948, se proclamó una nueva Constitución que denominó al país República Popular, con un modelo político cercano al soviético. Resultado inmediato fue la renuncia del presidente Beneš y la elección de Gottwald para la jefatura del Estado.

En países como Hungría, Bulgaria y Rumanía, la no existencia de gobiernos en el exilio reconocidos por los Aliados facilitó la opción soviética de favorecer el establecimiento de administraciones provisionales dirigidas por comunistas, o por sus aliados en partidos de izquierda.

En las primeras elecciones húngaras, entre 1944 y 1945, se impuso el Partido Independiente de los Pequeños Propietarios. Los comunistas, que quedaron en tercer lugar, formaron una alianza electoral con el ala izquierda de los Pequeños Propietarios y de los socialistas, agrupados en el Frente Patriótico, que se impuso en las elecciones de 1947.

Al año siguiente, al igual que en otros casos analizados, se produjo la fusión de comunistas y socialdemócratas, que condujo a la formación del Partido de los Trabajadores Húngaros (PTH) mayoritario en el país. En 1949, el PTH y sus aliados en el Frente Patriótico impusieron un sistema de partido único y disolvieron al resto de las organizaciones políticas.

En Bulgaria los comunistas lideraron la formación del Frente de la Patria, en el que se integraron también la Unión Nacional Agraria Búlgara (UNAB), el Zvenó (organización militar nacionalista y estatista), el Partido Obrero Social Demócrata Búlgaro y el Partido Radical Democrático.

Como resultado de las primeras elecciones, efectuadas en noviembre de 1945, dicha coalición obtuvo el 88,1% de los votos y 275 de los 276 escaños en la Asamblea Nacional. El control sobre las instituciones les permitió abolir la monarquía en 1946 e imponer un sistema de partido único en 1949.

En Rumanía, el avance de las tropas soviéticas obligó al rey Mihai I a entregar el poder al Frente Democrático Nacional, integrado por el Partido Comunista, el Socialdemócrata y el Frente de los Labradores. Esta coalición logró mayoría en las elecciones de 1946: 347 de los 414 escaños en la Gran Asamblea Nacional, aunque las elecciones fueron protestadas como fraudulentas por la oposición.

Poder (6)

Rey Mihai I de Rumanía

Al año siguiente la oposición monárquica de los Partidos Nacional Campesino y Liberal Nacional fue prohibida legalmente, se abolió la monarquía y fue proclamada la República Popular de Rumanía.

Siguiendo el patrón de otros países, en 1948 se fusionaron comunistas y socialdemócratas en el Partido Obrero de Rumanía, que recuperará el nombre de comunista en 1965. El POR se convirtió en único en 1953, tras la autodisolución de su aliado, el Frente de los Labradores.

Yugoslavia y Albania fueron los únicos casos en que los comunistas tomaron el poder sin la presencia dominante del ejército soviético.

En el primero, además del Ejército Nacional de Liberación de Yugoslavia —dirigido por Tito, líder del PC de Yugoslavia (PCY)—, existía una formación militar nacionalista serbia, denominada Chetniks y dirigida por Draža Mihailović. Sin embargo, esta última en ocasiones colaboraba con fuerzas de ocupación nazis o italianas para golpear a los destacamentos de partisanos comunistas.

Mientras los Chetniks pretendían restablecer la monarquía serbia, Tito, de origen croata, promovía una república federal con igualdad de derechos para todas las nacionalidades (serbios, croatas, eslovenos, macedonios y montenegrinos) y otra república en Bosnia-Hercegovina, integrada también por distintas etnias. La actitud colaboracionista de Mihailović llevó a Gran Bretaña y los Estados Unidos a apoyar a Tito.

Las elecciones del 11 de noviembre de 1945 fueron boicoteadas por la oposición al Frente Popular dirigido por los comunistas. El Frente obtuvo el 90,48% de los votos y la totalidad de los escaños de la Asamblea Nacional y el 29 de noviembre se proclamó la República Popular Federativa de Yugoslavia, integrada por las seis repúblicas mencionadas y las provincias autónomas de Kosovo y Vojvodina, integradas dentro de Serbia.

Mihailović intentó una sublevación nacional serbia para derrocar al gobierno, pero fue capturado en 1946, juzgado al año siguiente por su colaboración con los nazis y ejecutado. Como resultado, en Yugoslavia se consolidó también un sistema comunista de partido único.

Mientras tanto en Albania, la ocupación italiana primero y alemana después habían desarticulado la existencia del Estado y puesto fin a su independencia, por lo que la lucha antifascista fue, al mismo tiempo, un movimiento independentista. Aunque existían grupos nacionalistas y monárquicos, el Partido del Trabajo (comunista), liderado por Enver Hoxha, constituía la fuerza política más organizada y coherente hacia tal fin, lo cual le granjeó el apoyo popular.

Las fuerzas partisanas dirigidas por Hoxha y agrupadas en el Comité Antifascista de Liberación Nacional, tomaron Tirana el 17 de noviembre de 1944 y el resto del país el 27. En diciembre del 45, el Frente Democrático Albanés —liderado por los comunistas e integrado por antifascistas sin partido—, ganó los 82 escaños en las elecciones para la Asamblea Constituyente, la cual proclamó la República Popular de Albania y estableció un sistema de partido único.

Poder (7)

Enver Hoxha.

Finalmente, en Alemania Oriental la toma del poder por parte de los comunistas dependió totalmente de la ocupación soviética. Poco después del fin de la guerra comenzaron los desacuerdos entre las potencias aliadas, lo cual determinó que las zonas de ocupación estadounidense, británica y francesa cooperaran en la organización de la vida económica y social, con el apoyo de fuerzas antifascistas no comunistas.

Entretanto, en la zona soviética se organizó una administración apoyada por los comunistas y por el ala izquierda del Partido Socialdemócrata. Ambos se fusionaron, en abril de 1946, en el Partido Socialista Unificado de Alemania (PSUA), dirigido por el estalinista Walter Ulbricht.

En las elecciones de 1946 en Berlín, los socialdemócratas que no se habían unido a los comunistas obtuvieron el 48,7% de los votos, los cristiano-demócratas el 22,2%, el PSUA apenas el 19,8% y los liberales el 9,3%. Este resultado demostró las escasas posibilidades de los comunistas de alcanzar el poder por vías electorales, por lo que, en 1948, las fuerzas de ocupación soviéticas y sus aliados del PSUA intentaron tomar el control de toda la capital alemana imponiendo un bloqueo a su parte occidental.

Esto dio origen al puente aéreo establecido por las fuerzas estadounidenses y británicas a la parte occidental, hasta mayo de 1949. En esa fecha fue constituida, en las zonas de ocupación estadounidense, británica y francesa, la República Federal de Alemania (RFA) con un sistema democrático parlamentario.

Cinco meses más tarde, en octubre, se creó la República Democrática Alemana (RDA) que instauró un sistema comunista en el que una coalición de partidos de izquierda reconocía el predominio del PSUA como fuerza dirigente del Frente Nacional. El mismo estaba integrado además por partidos similares a los existentes en la RFA (Unión Cristiano Demócrata y Partido Liberal Demócrata) y otros como el Partido Campesino Democrático y el Partido Nacional Democrático, así como por «organizaciones de masa» dirigidas por los comunistas.

La Cortina de Hierro

Con el establecimiento del régimen comunista en Alemania Oriental, se consolidó la formación de lo que Winston Churchill denominara una «Cortina de Hierro» en su famoso discurso en Fulton, Missouri.

Poder (8)

Winston Churchill en su famoso discurso en Fulton, Missouri.

La Unión Soviética había construido un bloque de países aliados con regímenes comunistas totalitarios, en los que se estableció un sistema de economía centralizada, basado en la propiedad estatal sobre los medios de producción fundamentales y un régimen político controlado por los partidos comunistas respectivos que, sin embargo, dependían en gran medida de las órdenes de Moscú. Solo Yugoslavia adoptaría decisiones independientes de política interna y externa que le conducirán a una ruptura con Stalin en 1948.

En todos ellos, incluida Yugoslavia, se reprimió cualquier tipo de oposición, se impuso la censura de prensa y el control de la información y se restringieron las libertades individuales a favor del mantenimiento del sistema político. En la generalidad de los casos, las organizaciones de Seguridad del Estado constituyeron un poder dentro del sistema de poder, con amplias facultades represivas utilizadas para acelerar la «socialización».

Los supuestos intereses de la «comunidad socialista», interpretados siempre por la dirigencia soviética de turno, prevalecían sobre los intereses nacionales, lo cual impuso una doctrina de «soberanía limitada» que justificaría la intervención soviética, o de otros países del bloque, en alguno que pudiera distanciarse de la política trazada desde Moscú.

Consecuencia de lo anterior fue la implantación de un «socialismo burocrático» heredado del estalinismo, que rápidamente comenzó a erosionar el apoyo popular, hasta su crisis y desintegración en los años ochenta. Durante la existencia del llamado «sistema socialista mundial» se produjeron varias crisis e intentos de reforma que serán analizados en próximos textos.

***

[1] Los resultados electorales son tomados de Nohlen & Stöver (2010) Elections in Europe. A Data Handbook, ISBN: 978-3-8329-5609-7.

27 septiembre 2021 14 comentarios 4,3K vistas
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Chile

La vía chilena al socialismo: lecciones de historia política o A quien pueda interesar

por Diosnara Ortega 11 septiembre 2021
escrito por Diosnara Ortega

 No hay una manera no-mitológica, no-ideológica,

de contar la historia de un país.

Richard Rorty[1]

***

El 10 de septiembre de 1970, seis días posteriores al triunfo de Salvador Allende, seis días de incertidumbre y remezón en las fuerzas políticas de Chile, llevaron al Partido Democracia Cristiana a negociar «garantías formales de preservación de la democracia». Esto sellaba un pacto con la Unidad Popular que implicaría la ratificación de Allende en el Congreso como Presidente de Chile.

La Constitución de 1925 establecía que, de no obtener mayoría absoluta, la elección debería realizarse en el Congreso Pleno entre los candidatos con más votación. El 36% de los votos a favor de Allende, obtenidos el 4 de septiembre, debía entonces competir con el 35% de los acumulados por Jorge Alessandri. Era así que la fuerza de la Democracia Cristiana se volvía decisora para la ratificación, o no, de Allende.

Entre el 4 de septiembre y el 4 de noviembre de 1970, la polarización se radicalizó y ocurrieron actos como el asesinato de René Schneider, Comandante en Jefe del Ejército. El 20 de octubre, dos días antes del atentado a Schneider, el Partido Demócrata Cristiano acuerda votar por Allende en el Congreso Pleno, donde fue elegido como presidente de la República por 135 votos a favor el 24 de octubre.

En el tiempo trascurrido desde el 24 de octubre de 1970 y hasta el 11 de septiembre de 1973, la resolución del conflicto político y los intereses de diversas fuerzas políticas, en jaque unos sobre otros; pasaron de la negociación al golpe, del Estatuto de Garantías Constitucionales a la instauración de una dictadura militar que duraría diecisiete largos años.

Los tres años de la Unidad Popular fueron de una política de cambios limitados por el diseño constitucional del Estado y la correlación de fuerzas (reformismo vs. revolución). La vía chilena al socialismo implicó algo bastante más que un programa con empanadas y vino tinto; fue una experiencia de «gobierno popular» desde «dentro del Estado», que combinó cambios estructurales en lo económico a la vez que no desconocía sus efectos de clase, aunque no pudo sobreponerse a ellos ni a las fracturas ideológicas dentro de la propia izquierda y centro izquierda.[2]

Esta «vía» no solo ponía en cuestionamiento la relación Socialismo-Democracia, Poder-Estado, dentro de las teorías sobre la transición al socialismo, sino a las propias experiencias históricas existentes (Moulian, 2006). Esto es: la experiencia de un socialismo democrático y no la importación de una dictadura del «proletariado» bajo el régimen de un partido único.[3]

Chile (1)

La combinación de medidas nacionalistas, democráticas y socialistas fueron el sello del programa de la UP. Al respecto pueden verse el Plan de Desarrollo para 1971 y el Programa Básico de Gobierno de la Unidad Popular, candidatura presidencial de Salvador Allende, aprobados por los partidos Comunista, Socialista, Radical, Social Demócrata, el Movimiento de Acción Popular Unitaria (MAPU) y la Acción Popular Independiente, el 17 de diciembre de 1969.

El asalto no era solo al estado burgués sino al estado de los «socialismos reales». Se trató de un gobierno popular, no de un gobierno socialista, aunque el socialismo era uno de los ejes de su programa. Allende sabía que para alcanzar dicho socialismo solo la fuerza popular y democrática sería la vía.

El trauma histórico

La UP tuvo que cursar entre dos tendencias extremas: por un lado el movimiento Patria y Libertad, gestado el 13 de septiembre de 1970, organización ultraderechista cuyo primer objetivo fue bloquear el pacto entre la DC y el Partido Nacional y que luego constituyó el Frente Nacionalista Patria y Libertad (1971); por el otro, el Movimiento Izquierda Revolucionaria (MIR), organización de extrema izquierda (1965) favorable a la vía armada como vía de acceso al poder para construir una sociedad comunista.

La estrategia ecléctica al interior de la UP, y el liderazgo conciliador de Allende, que sacrificó consistencia programática[4] en aras de cohesión interna, provocaron la pérdida de hegemonía e inconsistencia del gobierno, implantando con ello una estrategia política del «empate». La «tendencia aliancista» de Allende, ha sido interpretada como uno de los factores que incidió en el debilitamiento del gobierno popular (Moulian, 2006).

Estos factores a lo interno no pueden ser comprendidos, a su vez, al margen de la crisis económica, la capacidad de reorganización de la derecha y el arrastre del partido centrista, las correlaciones de fuerzas externas al gobierno y el peso de clase en la configuración política de la cultura chilena. Pero fueron los errores internos —la puesta en riesgo de la legitimidad democrática de las reformas económicas sin reformas político-institucionales—, lo que hizo que la vía chilena dejara de ser, en el camino de la aceleración política, la vía chilena. El resultado: el 11 de septiembre.

Chile (3)

Bombardeo al Palacio de la Moneda de Chile, el 11 de septiembre de 1973.

El 11 de septiembre no puede ser apreciado únicamente como un hecho conspirativo –lectura bastante común y superficial desde cierta izquierda ortodoxa y acrítica—; fue también resultado del divorcio entre UP y las clases medias, de la entrada de la estrategia gremialista a lo político, y del deterioro de la «situación de clase» —no solo económica— de la clase media, así como de la relación político-militar mal asumida por instancias políticas que creyeron tener en las Fuerzas Armadas un instrumento táctico, sin comprender su carácter clasista, que la llevaría a responder a un proyecto político propio.

Aprender de los errores internos es vital en política; asimismo, no maximizar los efectos de los factores externos, controlar las teorías conspirativas del enemigo todopoderoso, desarrollar capacidad de análisis crítico y transformación oportuna y rápida, porque todos podemos tener un 11 en nuestras biografías.

Lecciones

Las fracturas políticas evidencian la imposibilidad del diálogo, que en política siempre significa negociación y confianza. Dicha imposibilidad descansa en varios hechos: la ruptura del consenso entre diversas fuerzas políticas y/o a su interior; poder desmedido de una de dichas fuerzas sobre el resto (poder autoritario), fragilidad de la hegemonía (sustitución por la dominación).

Ninguno de estos hechos-variables contempla directamente las formas de resistencia o el poder ciudadano, con toda intención: la democracia no depende tanto de los de abajo, sino de los de arriba controlados por los de abajo.

Chile tuvo un quiebre democrático y la instauración de una dictadura en la cual se suman más de 40 mil casos reconocidos como víctimas de prisión política, tortura, desaparecidos y ejecutados políticos durante diecisiete años (1973-1990) Comisión Valech II. ¿Fueron los chilenos y chilenas un pueblo poco resistente?

Chile (3)

Augusto Pinochet.

Las dictaduras no son «culpa» de sus pueblos, no son resultado de una ciudadanía débil. Las dictaduras son el resultado de poderes autoritarios que logran, a través de la negociación y la coacción, traficar parcelas de miedos y aspiraciones: el poder militar pasó, de ser instrumento al servicio de los sectores políticos de centro y derecha y de sectores gremialistas de clase media, a imponer su propio programa.

«La política está hecha de deseos y de miedos», decía Norbert Lechner.[5] Las dictaduras son regímenes donde el miedo se vuelve ente controlador de la biografía de las personas y también de la nación. De allí que la gestión del miedo sea una estrategia política por excelencia en estados dictatoriales. Pero el miedo no habla de la falta de valor, sino del exceso de terror.

Solo quienes tienen conciencia del terror, sus costos y por tanto han vislumbrado tácticas de resistencia o enfrentamiento a dicho terror, experimentan el miedo. Quienes tienen suficiente valor para confrontar el poder autoritario de una dictadura son los que llevan en sí mayores cuotas de miedo.

El 11 de septiembre representa, en los imaginarios y la memoria política de chilenos y chilenas, un trauma. Como tal es procesado y revivido cada septiembre. El trauma social del 11 remite directamente a la fractura de una nación, la actualización del miedo y las formas en que este país ha encontrado para lidiar con ello: democracia y libertad. Una libertad que no ponga en riesgo la democracia, una democracia que se haga fuerte ampliando la libertad.

Los traumas históricos tienen costos políticos. De ahí la importancia de gestionar políticamente el conflicto. La imposibilidad de lograrlo y la imposición de la fuerza represiva ante una situación de conflicto político puede llevar directamente al trauma, y el peso de esto en la historia hacia adelante es altamente costoso para los de abajo, y para los de arriba, que un día ya no serán los de arriba y tampoco podrán ser los de abajo.

***

[1] Richard Rorty: Achieving our Country, Cambridge, Mass., Harvard University Press, 1998.

[2] Según analiza Tomás Moulian, en junio de 1972 se producen dos rupturas que comienzan a poner a la gobernabilidad al límite: el fracaso de las conversaciones con la Democracia Cristiana y su apoyo al Área de Propiedad Social (APS), y el cambio en la conducción del plan económico (Plan Millas). Al respecto apunta: «El énfasis programático estuvo puesto en la construcción de esa área [APS] como si se pensara que el requisito único o principal de existencia del socialismo era la propiedad estatal de los medios de producción». (T. Moulian: Fracturas. De Pedro Aguirre Cerda a Salvador Allende (1938-1973), Santiago de Chile LOM/ARCIS, 2006, p. 244).

[3] Desde 1933 el Partido Comunista había expresado la necesidad de una etapa de carácter democrático-nacional. Ver Luis Corvalán: Camino de Victoria, Santiago, Impresora Horizonte, 1971. (Referenciado por Moulian (2006). Analiza el período 1964-1970).

[4] El programa de gobierno priorizó y fue consistente con las reformas económicas y cambios estructurales en la economía chilena, procesos de expropiación y nacionalización que fueron su punta de lanza. Sin embargo, se pospusieron las reformas político-institucionales sin las cuales no es posible un cambio de modelo, al menos asegurando su dimensión democrática. La transición socialista implica ante todo un cambio en las estructuras mentales, en la cultura política, y en la organización político-institucional desde donde las fuerzas productivas entrarán en franco proceso de transformación, o no.

[5] N. Lechner: Los patios interiores de la democracia. Subjetividad y política, Santiago de Chile, FLACSO, 1988.

11 septiembre 2021 20 comentarios 3,K vistas
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Socialismo (1)

La crisis del socialismo «realmente existente»

por Mauricio De Miranda Parrondo 3 septiembre 2021
escrito por Mauricio De Miranda Parrondo

Hace más de tres décadas ocurrió el derrumbe del «socialismo realmente existente» y en unos meses se cumplirán treinta años de la disolución de la Unión Soviética (URSS) y, en consecuencia, del llamado «sistema socialista de economía mundial». Si nos atenemos a un análisis marxista, es necesario profundizar en las contradicciones internas del sistema y en los factores de crisis que existieron  desde su comienzo y se agravaron en la medida que se volvía inamovible su estructura económica, social y política.

Este análisis resulta especialmente pertinente para el caso de Cuba, enfrascada en una profunda crisis económica de carácter estructural y que, aunque no se quiera reconocer oficialmente, también muestra los primeros signos de una crisis política y social.

El «socialismo realmente existente»

El sistema impuesto en la Rusia Bolchevique, y luego copiado con algunas variantes nacionales en otros países, se diferencia en gran medida del que, en líneas generales, habían esbozado Marx y Engels. Sin embargo, vale la pena mencionar que el socialismo del que hablaron los pensadores alemanes no es necesariamente el único. Desde el siglo XIX el pensamiento socialista se ha desarrollado en diversas vertientes más o menos radicales, entre las que se destacan la comunista, la socialdemócrata e incluso la social-liberal.

El materialismo histórico marxista, si bien con excesivo determinismo, ha sugerido que la mayor parte de los sistemas socio-económicos se han gestado dentro de sistemas precedentes. Sin embargo, de acuerdo con esa teoría, el socialismo no se gestaría en el seno del capitalismo, pero su necesidad resultaba del desarrollo de las contradicciones en ese sistema, especialmente la existente entre el carácter cada vez más social de la producción y el carácter cada vez más privado de la propiedad. De aquí que Marx y Engels suponían que el socialismo se establecería primero en los países capitalistas más avanzados y de manera simultánea. Esto no fue lo que ocurrió.

Socialismo (2)

El «socialismo realmente existente» se ha caracterizado por la persistente insatisfacción de las necesidades materiales de la sociedad. (Foto: David Sholomovich/Sputnik )

Lenin y los bolcheviques forzaron, de forma implacable, el establecimiento del socialismo en Rusia, el «eslabón más débil» del capitalismo, un país económicamente atrasado, con fuertes reminiscencias pre-capitalistas, gran parte de la población dedicada a la actividad agropecuaria y cuyas demandas sociales estaban muy lejos del socialismo. El líder bolchevique interpretó adecuadamente la existencia de una «situación revolucionaria» para provocar el derrocamiento del gobierno provisional y la toma del poder, e imponer la transformación radical de la sociedad rusa y el salto a un sistema socialista sin haber completado el desarrollo del capitalismo.

Bajo el régimen de Stalin se erigió en plenitud el «socialismo realmente existente», para usar el concepto de Rudolf Bahro (1977) que luego fue replicado en Europa Oriental y, en sus rasgos esenciales, en China, Vietnam, Laos, Corea del Norte y Cuba, aunque con determinadas particularidades.

En lo económico, los rasgos fundamentales de este sistema podrían definirse como:

1) Estatización de los medios de producción fundamentales, especialmente la industria, la mayor parte de los servicios y el comercio; 2) administración centralizada de la economía; monopolio de la banca, el comercio exterior y el comercio mayorista y minorista, y control estatal de precios y salarios; 3) estatización y/o colectivización de la agricultura, excepto en Polonia; y 4) desarrollo estratégico enfocado en la industria pesada —incluso en los casos en los que no existía una tradición industrial—, lo cual produjo el subdesarrollo relativo de la industria productora de bienes de consumo y de la agricultura.

Desde el punto de vista político, los rasgos más generales que han definido al sistema han sido:

1) Establecimiento de un sistema totalitario, basado en el monopolio del poder por parte del Partido Comunista o su similar —en varios países denominados de forma diferente—, impuesto en las constituciones respectivas; 2) ausencia de democracia interna en el partido, lo cual favorece el carácter autoritario del grupo de poder o del líder absoluto; 3) exclusión, persecución y represión de la disidencia política, tipificada como delito en todos los casos; y 4) control sobre la vida de la sociedad en su conjunto y de los individuos en particular, ejercido por el partido y por los órganos de la seguridad del Estado.

Así las cosas, el sistema económico establecido no condujo a la socialización de la propiedad, sino a su estatalización. Los supuestos dueños de la «propiedad de todo el pueblo», al carecer de capacidad de control democrático sobre su gestión, se mantienen enajenados de ella, que es gestionada en realidad por el aparato de poder sin rendir cuentas a la sociedad.

La supuesta «dictadura del proletariado», considerada por Marx y Engels como el sistema de dominación de esta clase social sobre la burguesía, debería dar paso a la abolición del Estado. En Antidühring Engels había escrito que: «A medida que desaparece la anarquía de la producción social, va languideciendo también la autoridad política del Estado» y que el nuevo sistema permitiría que «además de satisfacer (…) con mayor holgura sus necesidades materiales, les garantice también el libre y completo desarrollo y ejercicio de sus capacidades físicas y espirituales».

Socialismo (3)

Se consolidó la dictadura de un partido político, y en algunos casos la de un líder único.

Nada de esto ocurrió en la práctica, lo que ha convertido estas formulaciones en utópicas. En lugar de una «dictadura del proletariado» que condujera a la abolición del Estado, se consolidó la dictadura de un partido político, y en algunos casos la de un líder único. Lejos de un incremento incesante de la producción social que satisficiera con holgura las necesidades materiales y permitiera el libre y completo desarrollo de las capacidades físicas y espirituales, el «socialismo realmente existente» se ha caracterizado por la persistente insatisfacción de las necesidades materiales de la sociedad y por las constantes restricciones que la censura impone al ejercicio del pensamiento crítico y la libertad de expresión.

Los factores de crisis del «socialismo realmente existente»

El socialismo que se derrumbó en Europa Oriental y en la URSS fue un sistema económico y político rígido que no resistió una profunda reforma estructural.

En China y en Vietnam se ha producido una reforma económica de gran calado, que permitió un inmenso salto cualitativo en el bienestar material de la sociedad. En ambos países se abandonaron las bases fundamentales del sistema establecido en las décadas siguientes a la toma del poder por los comunistas y se adoptaron reformas económicas que condujeron al establecimiento de economías de mercado, conformando una especie de «capitalismo de Estado». Sin embargo, no se han producido cambios políticos orientados a democratizar las respectivas sociedades.

Uno de los problemas más graves que afectó a los países en que el socialismo se derrumbó, fue el abismo creado entre el discurso oficial y la propaganda política, por una parte, y las realidades de la vida por otra. Tal situación resquebrajó la confianza de la sociedad en el sistema y en su liderazgo, que se hizo evidente en algunos movimientos sociales de protesta, reprimidos con fuerza hasta que, en tiempos de Gorbachov, se abandonaron los métodos represivos y se intentó la más profunda reforma del sistema.

Los sucesos de Berlín en 1953, Hungría en 1956, Checoslovaquia en 1968 y Polonia en 1968 y entre 1980-1990; fueron ejemplos de protestas sociales que estremecieron a los respectivos gobiernos comunistas y erosionaron la credibilidad del sistema y el respaldo popular.

En los años ochenta, se agravaron los factores de crisis que afectaban a los países del «socialismo realmente existente». Desde el punto de vista económico, se ralentizó el crecimiento ante el agotamiento del modelo extensivo, basado en la abundancia relativa de recursos humanos, materias primas y combustibles; a pesar de ello, el mecanismo económico fue incapaz de transitar hacia un uso intensivo y más productivo de los recursos.

El carácter centralizado de las decisiones económicas cercenaba la necesaria autonomía financiera y operativa de las empresas, limitaba el emprendimiento de los gerentes, y generaba la enajenación de los trabajadores respecto a la propiedad, a partir de la inexistencia de vínculos adecuados entre los ingresos y los resultados de la producción. A menudo las empresas producían bienes de escasa calidad e inservibles, debido a que la producción se basaba en indicadores directivos y no en criterios de mercado.

Socialismo (4)

Caída del Muro de Berlín, 1989.

Los países socialistas habían gestado un sistema internacional basado en la autarquía colectiva, relativamente aislado de las condiciones internacionales y, excepto en la producción de armamentos y en la carrera por la conquista del espacio extraterrestre, mostraban un retraso tecnológico considerable respecto a los países capitalistas desarrollados.

Otro factor que aceleró la crisis fue el aumento de la deuda externa de los países socialistas. Desde los años setenta, en la medida que aumentaban las relaciones económicas entre países socialistas y capitalistas como consecuencia de ciertos avances en el intento de una coexistencia pacífica, se profundizaron los déficits comerciales de los primeros con los segundos, los cuales se cubrían con endeudamiento.

Estos déficits eran resultado de la incapacidad de compensar sus necesidades de importación con bienes industriales exportables hacia aquellos mercados. Las opciones de exportación de los países socialistas se concentraban, esencialmente, en materias primas. En consecuencia, se incrementó la deuda con los países capitalistas desarrollados y cuando estalló la crisis de la deuda externa, varias naciones socialistas, incluida Cuba, se vieron expuestas a la cesación de pagos.

La economía soviética, adicionalmente, estaba enfrentando sus propios problemas. La política de Reagan de aumentar el gasto militar como parte de la llamada «Iniciativa de Defensa Estratégica», llevó a la URSS a hacer lo mismo para mantener la paridad militar; no obstante, al ser menor su capacidad productiva, destinar más recursos a la defensa significaba reducirlos de la producción industrial y de la agricultura, es decir, de la producción de bienes que aseguraban las necesidades materiales de la sociedad.

Esto, unido a la aventura soviética en Afganistán y al mantenimiento del apoyo económico a aliados con economías frágiles, creó un panorama muy complicado para el país más importante del sistema socialista mundial. En los años ochenta se produjo la ralentización de la producción industrial de bienes de consumo y la agricultura mostró severos indicios de crisis que llevaron a la dirección soviética a la elaboración de un Programa Alimentario que fracasó rotundamente porque no se orientó a combatir los problemas estructurales del sector agropecuario.

A lo anterior debe añadirse que el sistema político se mantuvo inamovible. En lugar de una mayor democratización, se reforzaron los mecanismos de control político y represión de la disidencia, hasta que los intentos de reforma de Gorbachov condujeron a la lógica necesidad de democratizar la sociedad.

Desde el establecimiento del «socialismo realmente existente» han existido intentos de reforma que, por diversas razones, no tuvieron éxito. El denominador común de esos fracasos ha ido la rigidez del sistema y la prevalencia de dogmas teóricos e intereses de los grupos de poder, sobre las necesidades de cambios conducentes al mejoramiento del bienestar material y espiritual de la sociedad.

Estos intentos de reforma serán analizados en próximos artículos, ya que resulta pertinente tenerlos en cuenta para el caso específico de Cuba, cuyos problemas y contradicciones son cercanos a los del «socialismo realmente existente».

***

Referencias:

Rudolf Bahro: La Alternativa. Contribución a la crítica del socialismo realmente existente, Alianza Materiales, Madrid, España, 1977.

Friedrich Engels: Antidühring, Editorial Pueblo y Educación, La Habana, Cuba, 1975.

Karl Marx y Friedrich Engels: «Manifiesto del Partido Comunista», en Obras Escogidas, t. 1, Editorial Progreso, Moscú, URSS, 1971.

3 septiembre 2021 66 comentarios 7,3K vistas
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Cuba (1)

Cuba en tres tiempos históricos

por Gladys Marel García 26 julio 2021
escrito por Gladys Marel García

La historia es también un ciclo en movimiento constante. Estas reflexiones son hijas de mi participación en las luchas pasadas y de mi preocupación ante las actuales circunstancias de Cuba.

-I-

Antonio Guiteras y Joven Cuba (1933–1935) fueron precursores del Movimiento Revolucionario liderado por Fidel Castro, nombrado posteriormente 26 de Julio (MR 26-7). Ambos organizaron las etapas insurreccionales de las revoluciones contra las dictaduras de Fulgencio Batista, y contra el imperialismo norteamericano, en 1934 y 1952 respectivamente.[1]

Solo habían transcurrido diecisiete años del asesinato de Guiteras por órdenes suyas, cuando Batista consumó un golpe de Estado en marzo de 1952. El pueblo de Cuba conservaba  en su memoria la represión brutal que ocasionara su dirección frente al Ejército en la segunda mitad de los años treinta y, de manera espontánea, en las primeras horas de la mañana del 10 de marzo, se lanzó  ante los ayuntamientos y en los parques pidiendo armas para combatir.

La Federación Estudiantil Universitaria (FEU) fue la primera en acudir al Palacio Presidencial y ofrecerle al presidente de la República su apoyo incondicional para enfrentar a los golpistas. 

Los combatientes del treinta y los de la nueva generación revolucionaria de los cincuenta fundaron, entre marzo y mayo de 1952, grupos emergentes. De ellos nacieron organizaciones partidarias de la vía armada y de la revolución.

Algunas estuvieron presididas por combatientes del treinta, como fueron los casos, entre otros, de Rafael García Bárcenas del Partido Ortodoxo, que organizó el Movimiento Nacional Revolucionario (MNR); Aida Pelayo y Neneina Castro, también de ese partido, que constituyeron el Frente Cívico de Mujeres Martianas, integrado por ortodoxas, auténticas, del movimiento estudiantil y otras; o Aureliano Sánchez Arango, del Partido Auténtico, que fundó la Triple A.

Mientras, representantes de la nueva generación revolucionaria, como Fidel Castro y Abel Santamaría, organizaron el Movimiento Revolucionario, desde la capital y el occidente del país, con el plan de atacar los cuarteles Moncada, de Santiago de Cuba, y Carlos de Céspedes, de Bayamo, en la provincia de Oriente, para apoderarse de las armas. Ese propósito fue realizado el 26 de julio de 1953, precisamente hoy conmemoramos su aniversario sesenta y ocho.

Cuba (2)

Jóvenes de la Generación del Centenario en Los Palos, actual provincia Mayabeque, donde realizaban las prácticas de tiro previas al asalto al cuartel Moncada. De izquiera a derecha: Ñico López, Abel Santamaría, Fidel Castro, José Luis Tasende y Ernesto Tizol (Foto: Prensa Latina)

-II-

Después de los ataques, Batista ordenó perseguir y asesinar a Fidel Castro sin lograrlo. Cayó prisionero, fue juzgado y condenado junto a las mujeres y hombres que asaltaron las fortalezas. Su alegato de autodefensa contenía una serie de puntos que lo convertirían en el Programa de la Revolución.

En 1955, por las presiones del movimiento nacional de amnistía convocado por las fuerzas revolucionarias, salieron absueltos y reorganizaron el Movimiento Revolucionario, agregándole el nombre de 26 de Julio (MR 26-7).

A partir de ese momento, la estructura veintiseísta comenzó a extender su red organizativa en las seis provincias cubanas, con un aparato militar de las Brigadas Juveniles dirigidas por la dirección provincial de Acción y Sabotaje; la Sección Obrera y las de Propaganda y Finanzas.

Estas fuerzas se nutrieron, en provincias y municipios, de hombres y mujeres partidarios de «la línea dura», es decir, de la revolución organizada. Procedían del MNR, de la juventud, las mujeres y la estructura obrera del Partido Ortodoxo, del sector estudiantil y de elementos del movimiento insurreccional del Partido Auténtico.

En tanto, la vanguardia revolucionaria de la FEU, presidida por José A. Echevarría, organizó el Directorio Revolucionario, que desempeñó un importante rol insurreccional. 

Mientras esto acontecía en la Isla, Fidel y un grupo de combatientes del MR 26-7 se establecieron en México. Su plan era semejante al concebido por Guiteras, de organizar y entrenar la fuerza guerrillera en campamentos y luego retornar a Cuba en una expedición armada.   

Los expedicionarios del Granma debían desembarcar el 30 de noviembre de 1956 por la costa cercana a la Sierra Maestra. Ese día, el MR 26-7 desataría una huelga general apoyada por acciones armadas en toda la Isla.

Cuba (3)

Alzamiento de Santiago de Cuba, el 30 de noviembre de 1956

La táctica solo se hizo efectiva en el municipio de Guantánamo y algunas acciones en Santiago de Cuba. Falló la compra de armas con el dinero enviado por las provincias a Frank País, responsable nacional del aparato militar veintiseísta, que se abastecía por medio de una célula del Movimiento en la Base Naval de Guantánamo.   

Entre 1956 y 1958, las fuerzas del MR 26-7, la FEU y el DR, el movimiento insurreccional Auténtico y el movimiento insurgente de mujeres —que creó nuevas organizaciones: Mujeres Oposicionistas Unidas, en La Habana, y el Frente de Mujeres Cubanas, en la provincia de Oriente— fortalecieron la insurgencia en la nación y en la emigración.

Durante estos dos años, la conciencia popular y la fe en el proceso revolucionario fueron en ascenso, como resultado de las operaciones llevadas a cabo por dichas organizaciones. Resultaron decisivas las del Ejército Revolucionario del 26 de Julio, y del Frente del DR 13 de Marzo en el Escambray.

Por otra parte, el resquebrajamiento del Ejército de la República, batistiano, condujo a que diferentes grupos de altos militares conspiraran con la dirección del 26 de Julio. El alto mando militar intrigó igualmente con la Embajada de los Estados Unidos para que Batista abandonara el poder.

De tal manera culminó el proceso con la toma del poder por el Ejército Revolucionario del 26 de Julio en el Oriente y centro del país, y por la dirección de la lucha clandestina en las provincias occidentales. 

 El MR 26-7, sin serlo, jugó el papel de partido para la guerra, al contar con una base socio-clasista estructurada, con secciones obreras, estudiantiles, de resistencia cívica con intelectuales, profesionales, pequeña burguesía y religiosos. Ostentaba asimismo un aparato militar clandestino y un Ejército Revolucionario.

-III-

Después de que el liderazgo político militar del MR 26-7 tomara el poder, y que el Gobierno Revolucionario se estableciera en el Palacio Presidencial, Fidel Castro realizó una exitosa gira por América Latina. A su regreso, pronunció un discurso en el acto celebrado en la Plaza Cívica, el 8 de mayo de 1959. En la jornada rindió homenaje a Guiteras, al expresar:

«Algún día podríamos conmemorar dignamente la caída de Antonio Guiteras (…)» y «con infinita satisfacción cumplo el deber de rendirle el más emocionado tributo de recordación y simpatía (…) porque él quería hacer lo que nosotros hemos hecho y cayó como han caído otros muchos revolucionarios, porque se lanzó a hacer lo que nosotros estamos haciendo hoy».

A continuación añadió: «Cambió los mismos males que estamos combatiendo, luchó contra el mismo dictador con que nosotros luchamos después; cayó víctima de las balas enemigas que privaron de la vida a tantos compañeros nuestros (…) pero nos cabe la satisfacción (…) de que junto a los restos de Guiteras no se erigirá ningún recuerdo a los asesinos de Cuba».[2]

Cuba (3)

Discurso de Fidel Castro en la concentración popular en la Plaza Cívica, hoy Plaza de la Revolución, a su llegada de una gira por EE.UU., Canadá, Brasil, Argentina y Uruguay, el 8 de mayo de 1959. (Foto: Sitio Fidel Soldado de las Ideas)

Desde enero del 59, el Gobierno Revolucionario introdujo en la práctica social las leyes del Programa del Moncada (1959-1960). Aquel debió ser el momento de retomar el proyecto de construir el socialismo cubano a partir de las experiencias y tesis elaboradas por Guiteras,[3] quien afirmaba en el Programa de Joven Cuba que «el Estado socialista es una deducción racional basada en las leyes de la dinámica social» de la sociedad cubana.[4] Eso no fue lo que ocurrió.

En 1961 se produjo la integración del MR 26-7, el DR 13 de Marzo —ambas protagónicas de la etapa insurreccional de la Revolución—, y el Partido Socialista Popular, que hasta mediados del 58 solo había sido promotor de  la tesis electoralista de los partidos de oposición. 

La participación política del PSP con la dirección militar veintiseísta, promovió el proyecto de los viejos comunistas cubanos de introducir en la Isla el modelo de socialismo real soviético. Fue así que se transformaron las Organizaciones Revolucionarias Integradas (ORI); primero en el Partido Unido de la Revolución Socialista (PURS) y luego en el Partido Comunista de Cuba, ambos bajo el liderazgo de Fidel Castro.  

Uno de los problemas surgidos en estas décadas fue la decisión de la doble subordinación del PCC y el Gobierno a un solo mandatario, con funciones diferentes. El otro sería el sometimiento del Estado cubano al PCC.

En ese contexto se fue entronizando el poder partidista y estatal de la burocracia. Fenómenos asociados a la corrupción, hasta entonces menos notorios, comenzaron a emerger a la superficie a finales de la década de los setenta y principios de los ochenta.

La sociedad es un organismo vivo, que sobrevivió al período especial de los noventa, pero en las primeras décadas de este siglo, hombres y mujeres que habían alcanzado una mentalidad especializada y científico-social en diferentes esferas del conocimiento, comenzaron a ejercer la crítica constructiva revolucionaria por diferentes vías al Gobierno. Se planteó la necesidad del diálogo democrático y se alertó sobre el peligro de la campaña de las fuerzas que son favorables a la intervención del Gobierno estadounidense. No fueron escuchados.

Debido a la enfermedad de Fidel en 2006, su hermano Raúl lo sustituyó, primero interinamente y después de modo formal; en el Gobierno en 2008, y en 2011, tras el 6to Congreso del Partido, también frente a esa instancia política. En 2007 fue anunciado un proceso de reformas que de manera injustificada no se implementó en toda su magnitud. Mientras, se fortaleció la economía militarizada y apartada de cualquier mecanismo de control de la ciudadanía y el Parlamento. A lo largo de este período, la clase burocrática se robusteció y se tornó aún más elitista y separada del pueblo.

Cuba (4)

Fidel y Raúl Castro en el VI Congreso del PCC (Foto: ABC News)

En el 2019 se aprobó la nueva Constitución que fue sometida a debate popular desde 2018. Ella declaró a Cuba un Estado Socialista de Derecho, concepto vacío que habría que llenar de contenido.

Entre 2019 y 2021 se produjeron diferentes conflictos, que fueron haciéndose críticos por las situaciones de pobreza, escasez de alimentos, elevación de precios en los mercados estatal, particular y en el paralelo de la bolsa negra, provocados por los errores de la Tarea Ordenamiento; las malas condiciones de vida, la carestía de medicamentos, el incremento de la pandemia en el país, la no solución de los problemas, el bloqueo y el recrudecimiento de las medidas contra Cuba aprobadas por el presidente Donald Trump.

En el clímax de dichos conflictos, el 11 de julio fuimos sorprendidos todos por la explosión social de una parte del pueblo cubano, que se produjo en San Antonio de los Baños y se fue extendiendo de manera espontánea por todo el país, sobresaliendo los barrios más pobres.

La crisis actual está llena de complejidades, pero no cabe duda de que tiene que resolverse desde dentro de la Isla, y por los cubanos, sin injerencia extranjera de ningún tipo.

En las manifestaciones no aparecieron visibles liderazgos de disidentes tradicionales. Los medios oficiales no han aportado evidencias de que fuera organizada por agentes del imperialismo norteamericano dentro del territorio nacional. Fue después de ocurridos los hechos que volvió a arreciarse en los medios de comunicación miamense la campaña contra el gobierno de Cuba, que en esencia ha sido siempre contra el sistema socialista, la independencia y la soberanía.

El nacionalismo cubano como ideología, y la cultura contra la injerencia extranjera imperialista son principios de las generaciones revolucionarias.[5] Y la del nuevo milenio ha surgido integrada por sujetos de varias edades, cuyo objetivo es la solución de la crisis. Se trata de una época diferente a la del siglo pasado, pero muchos de nosotros mantenemos los ideales de Guiteras y de la generación del Centenario.   

Participé en las acciones del MR 26-7. Sufrí maltratos policiales, represión y tortura cuando fui prisionera (1957). Se me juzgó por el Tribunal de Urgencia y me defendió un abogado criminalista cuyos honorarios fueron sufragados por el movimiento estudiantil.

Ante la situación actual —si bien considero que se juzgue a los participantes en acciones vandálicas demostradas—, entiendo inaceptable que en este 11 de julio se haya reproducido la represión: golpizas, penas de prisión, juicios sumarios e incuso denuncias de maltratos policiales a personas detenidas

Es necesario poner la justicia social en el centro de la discusión y el debate partidista e institucional. Tener en cuenta las demandas populares y los análisis de intelectuales cubanos especializados en ciencias sociales y ciencias de la economía, en su vertiente popular y democrática. Así como encontrar solución a la dicotomía entre la propiedad estatal y la social, sin la cual jamás podrá hablarse de socialismo en Cuba.

***

[1] Ver Luis Busch, en Reinaldo Suárez: Un insurreccional en dos épocas. Con Antonio Guiteras y con Fidel Castro. Editorial de Ciencias Sociales, 2001.

[2] Selección de Ana Cairo: Antonio Guiteras 100 años después, Editorial Oriente, Santiago de Cuba, 2007, en Periódico Revolución, 9 de mayo de 1959, y en el libro pp.149-150.

[3] José Tabares del Real: La Revolución del 30 sus dos últimos años, Editorial de Arte y Literatura, La Habana, 1971, pp. 548-553; Olga Cabrera: Antonio Guiteras su pensamiento revolucionario, Editorial de Ciencias Sociales, 1974.

[4] Olga Cabrera Guiteras El Programa de La Joven Cuba Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1977, p. 103.

[5] JACOBIN América Latina: «Está en juego la vida buena y justa en Cuba». Una entrevista de Martín Mosquera con Ailynn Torres Santana y Julio César Guanche.

26 julio 2021 35 comentarios 3,5K vistas
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Roque Dalton

Roque Dalton entre nosotros

por Ivette García González 8 julio 2021
escrito por Ivette García González

Mi poesía
es como la siempreviva
paga su precio
a la existencia
en término de asperidad

(…)

Roque Dalton

***

Roque Antonio Dalton García (1935-1975), extraordinario poeta y revolucionario salvadoreño asesinado por sus propios compañeros de lucha, está entre nosotros, los irreverentes de hoy. El mensaje recién enviado por su hijo Jorge Dalton[1] a La Joven Cuba, me recordó un texto que escribí sobre su padre hace unos años.  

Han pasado cuarenta y seis desde aquel 10 de mayo —Día de la madre en El Salvador—cuando cegaron su vida, apenas cuatro días antes de sus cuarenta. Mario Benedetti lo evocó en un bello poema:

[…] pero sobre todo llegaste temprano

demasiado temprano

a una muerte que no era la tuya

y que a esta altura no sabrá qué hacer

con tanta vida.

Su familia, los pueblos y quienes amamos y luchamos por Cuba, hemos sabido qué hacer. La viuda, Aída Cañas, en el activismo político; sus dos hijos mayores como guerrilleros —uno de ellos mártir— y el más joven, que vivió en la Isla hasta los noventa ha dicho: «lo mejor que he podido hacer en esta vida es ser cubano».

LJC agradeció el mensaje que sigue. Lo acompaño con estas líneas de homenaje sincero y gratitud comprometida:

«Desde hace mucho tiempo (…) expresé mi temor de que toda esa campaña de descrédito llegaría, (…) estaba muy seguro que LJC igual sería calificada de sospechosa y de todos los calificativos similares por lo que fue acusado mi padre. Ustedes están haciendo una magnífica labor y también valiente y digna. Luchar contra poderes ciegos no es tarea fácil. Para mí ustedes son admirables y nunca me gusta hablar qué diría alguien que ya está muerto, pero mi padre estaría de vuestro lado, como sé que lo están Martí, Guiteras y Mella, tres de los grandes hombres que nos dieron patria. Todo lo que hacen es por el bien de Cuba y nuestra Cuba merece ser salvada y por eso mi gran admiración hacia vosotros. Quien se niegue a eso con el afán de preservar poder está traicionando una de las naciones más nobles de la tierra y merece todo el repudio (…). Un gran abrazo. Jorge».

Roque (2)

El director, productor de cine, video y televisión, Jorge Dalton, hijo del poeta

Roque Dalton desde su tiempo y para el nuestro

Roque Dalton fue un hombre singular, también periodista y narrador, parte de una generación de izquierda comprometida. En palabras de Julio Cortázar: «uno de los que mejor ha sabido conjugar el compromiso político con el rigor artístico».

Su poesía, de estilo coloquial y testimonial, privilegió el contenido social, la emancipación y el amor por la vida, porque para él «la poesía siempre debe llevar ideas más que palabras».

Vivió intensamente, con el temor de no hacer a tiempo todo lo que debía, «como si supiera que me van a matar al día siguiente», dijo en 1967. Fue precoz en la creación literaria, el amor y la lucha. A sus veintiséis años, resaltaba en el panorama de la poesía hispanoamericana con varios premios, tenía creada familia, había estado preso y escapado de la muerte dos veces, lo que condujo a un largo exilio desde 1961.

Eran tiempos de dictaduras militares. Viajó por Guatemala, México, Checoslovaquia, China, URSS, Vietnam, Corea. En Cuba estuvo varias veces y residió entre 1968 y 1973, fecha en que regresó clandestinamente a su país.  

Aquí alcanzó su maduración literaria y política. Nos consideró su segunda patria y la experiencia de vida más importante. Se movía entre Casa de las Américas —que lo laureó dos veces—, Radio Habana Cuba y la Uneac; también en las noches habaneras y tertulias con amigos.

En los sesenta Cuba era la esperanza, sobre todo para la izquierda latinoamericana, pues parecía ofrecer alternativa al capitalismo y al socialismo conocido. Destacados intelectuales cubanos, europeos y latinoamericanos confluían en una Habana que devino capital emancipadora, aunque ya con sombras que eclosionarán en el Quinquenio Gris. Roque lo vivió, siempre solidario con la tierra y la Revolución que lo acogió; mas también polémico e identificado con «los trovadores jóvenes» de entonces, que eran «incomprendidos», y con otros no tan jóvenes como Heberto Padilla.[2]

Para el joven poeta la libertad era un valor fundamental. Por eso dialogaba y reconocía la calidad de los contrarios cuando correspondía. Cuestionaba dogmas, criticaba las imposiciones de gobiernos europeos a los latinoamericanos y rechazaba todo tipo de discriminación.

Roque (3)

El escritor Manuel Galich, de Guatemala; Roque Dalton, y la fundadora de Casa de las Américas, Haydée Santamarí­a.

 Esos valores lo llevaron a ser comunista sin claudicar con el estalinismo; a renunciar al Partido Comunista salvadoreño nueve años después de haber ingresado en él; a rechazar la idea del intelectual devenido funcionario y a criticar a la Iglesia, aun siendo católico. Tales cualidades, personales y profesionales, lo hicieron admirado y querido por muchos.

También por eso fue un militante y revolucionario incómodo. No era pasivo, no pasaba inadvertido, era carismático y un excelente orador; discrepaba con argumentos, proponía alternativas y era imposible encasillarlo en un molde. Sus lecturas, estudios de Derecho, Ciencias Sociales y Etnología y, sobre todo, las experiencias vividas, forjaron a un pensador muy original y en permanente debate con los dogmas de la época.

Fue el disenso lo que decidió su cadalso

Al regresar a El Salvador se unió a las filas del Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP), uno de los grupos que en 1980 integrarían el Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN).

Era una izquierda carente de debate, enfrascada en luchas internas, e influenciada por el estalinismo y el maoísmo. Roque lideraba la tendencia que privilegiaba crear un amplio movimiento de masas para el éxito del enfrentamiento armado a la dictadura, lo que contrariaba la postura militarista y radical de la dirigencia.

El 13 de abril de 1975 lo arrestaron y acusaron de división e insubordinación, y de ser «agente enemigo». Sin juicio alguno, la dirección del ERP decidió ejecutarlo y abandonó su cadáver en El Playón, donde los Escuadrones de la Muerte arrojaron luego a sus víctimas.

Con su muerte, Latinoamérica se estremeció y el movimiento guerrillero salvadoreño quedó dividido. Años después se admitió como falso el cargo de «agente enemigo», y el FMLN —del que sus asesinos llegaron a ser comandantes—, adoptó la táctica que proponía Roque. Pero ni lo reivindicaron ni suprimieron tales métodos.  

A pesar de declaraciones confesas de los responsables, de testigos y denuncias de la familia, el crimen sigue impune.[3] Los sucesivos gobiernos desde la firma de la paz en 1992 —incluidos los del FMLN—, fueron cómplices del pacto de silencio de los asesinos, quienes han sido premiados dentro y fuera del país. Solo Nayib Bukele, al asumir la presidencia en 2019, ordenó al ministro de Gobernación destituir al director de Protección Civil, Jorge Meléndez, por estar «acusado del magnicidio de nuestro poeta Roque Dalton».

Roque (3)

El presidente Bukele ordenó la destitución de Jorge Meléndez como director de Protección Civil, acusado del asesinato de Roque Dalton

Del legado y la flor para Roque

El legado de Roque está en muchas partes y formas. Un hombre que esperaba la muerte amando con desenfreno la vida, lo evidencia en obras de la talla de «Como tú» o en «Cuando sepas que he muerto no pronuncies mi nombre…». También porque, al decir de Eliseo Alberto: «Los poetas no se mueren nunca —y menos, si los matan (…) En todo caso se convierten en fantasmas muy tenaces».

En América Latina, artistas e intelectuales como Julio Cortázar, Mario Benedetti, Eduardo Galeano, Silvio Rodríguez, Eliseo Alberto, Roberto Fernández Retamar, Thelma Nava, Miguel Barnet y muchos otros, lamentaron y condenaron el asesinato.  

La Universidad de El Salvador le otorgó el Honoris Causa y varias instituciones del país llevan su nombre. La divulgación de su obra se complementa con música, antologías, proyectos socioculturales y audiovisuales como «Roque Dalton, fusilemos la noche».

Cuba le ha prodigado homenajes, especialmente Casa de las Américas.[4] Silvio lo considera «hermano querido, mártir y poeta de la revolución latinoamericana». Le ha tributado poesías, conciertos y canciones como Unicornio azul y El tiempo está a favor de los pequeños. En su setenta y cinco cumpleaños, le dedicó el conmovedor poema «Flor para Roque»:

No es venganza lo que quiero,

sino dejar una flor

donde escondieron los huesos

de un héroe de El Salvador

Roque Dalton fue un hombre de su tiempo. Muy útil también para el nuestro. El significado que le confirió a la libertad, su independencia de juicio, honestidad, gratitud, amor a la vida y coherencia como intelectual revolucionario; son de sus mejores lecciones.

Su corta vida y su ejemplo contrastan con actitudes políticas que optan por el silencio o las medias verdades si de objetar a los aliados se trata, sin tener en cuenta que, como apuntara Eduardo Galeano, «los revolucionarios que matan para castigar la discrepancia, son tan criminales como los militares que matan para perpetuar la injusticia».

Para contactar con la autora: ivettegarciagonzalez@gmail.com

***

Si desea suscribir nuestra petición al gobierno para que flexibilice la entrada de medicamentos a Cuba, deje un comentario con su nombre en el post o escriba a nuestro correo electrónico (jovencuba@gmail.com)

***

[1] Jorge Dalton Cañas (1961): Director, productor de cine, video y televisión, uno de los más destacados documentalistas de la región que ha trascendido a Europa. Sus más de veinte años de experiencia profesional han transcurrido en Cuba, México, Nicaragua, Estados Unidos y El Salvador. Fundador de la Escuela Latinoamericana de Cine, trabajó en el ICRT entre 1986 y 1992. Herido de sombras, es uno de sus mejores documentales. Censurado y prácticamente expulsado, salió de Cuba e hizo estancias en Miami y México hasta regresar a su país en 1998. Gestó el nuevo movimiento audiovisual en El Salvador y está al frente de la Dirección de Cine y Audiovisuales del Ministerio de Cultura en su país. En febrero pasado concedió una profunda entrevista al excelente realizador cubano Ian Padrón en Derecho a réplica.

[2] El caso Padilla se dirimió en 1971 y fracturó al movimiento intelectual en su identificación con la Revolución cubana. Roque Dalton tomó distancia. Sin embargo, sus convicciones y amistad, tanto con el acusado como con otros grandes escritores como Julio Cortázar —que firmó la primera carta abierta de intelectuales a Fidel Castro y se desmarcó luego a pesar de sus opiniones críticas—, hace pensar que el distanciamiento de algunos, como ellos, obedeció a la idea de proteger la imagen de la Revolución ante sus enemigos.

[3] Ingentes esfuerzos de la familia —con el apoyo de ex compañeros del poeta y amigos— se han hecho a lo largo de estas décadas: Procuraduría Para los Derechos Humanos y la Fiscalía en El Salvador, e internacionalmente con la Misión Observadora de la ONU (ONUSAL) y la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH). La comprobación de circunstancias, autores y clasificación del crimen como de «lesa humanidad», han quedado establecidos.

[4] Buena parte contenidos en Materiales de la Revista Casa de las América de/sobre Roque Dalton, Fondo editorial Casa de las Américas, La Habana, 2010.

8 julio 2021 43 comentarios 3,9K vistas
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Intelectuales

«Palabras» no solo a los intelectuales

por Alexei Padilla Herrera 23 junio 2021
escrito por Alexei Padilla Herrera

En el primer lunes de la primavera de 1959, el periódico Revolución circuló un suplemento que, en sus dos años y siete meses de existencia, se convirtió en una de las publicaciones culturales más vanguardistas de América Latina.  Codirigido por los escritores Guillermo Cabrera Infante y Pablo Armando Fernández, junto al pintor Raúl Martínez, desde su primera edición Lunes de Revolución visibilizó la diversidad [y las contradicciones] política, ideológica y estética existente en los diferentes actores y grupos del campo cultural comprometidos con la revolución triunfante.

El semanario acogió académicos, escritores y artistas que, si bien apoyaron el proceso, no ocultaban sus críticas a determinados aspectos de la construcción del socialismo en la Unión Soviética y sus satélites europeos. Buena parte de sus «dardos» fueron dirigidos especialmente a la política cultural de Moscú, para disgusto de la dirección del veterano Partido Socialista Popular (PSP), embajador informal del Kremlin en Cuba.

La diversidad de concepciones sobre el arte y la cultura que convergieron en Lunes, sus críticas al dogmático marxismo soviético y algunos textos considerados anticomunistas, provocaron tensiones entre diferentes segmentos de la intelectualidad insular.

Lunes de Revolución, sin embargo, continuó navegando en turbulentas aguas hasta encallar en la polémica generada por el estreno de un documental de apenas trece minutos —número maldito—, que cometió el «desatino» de registrar el desparpajo nocturno en los alrededores del puerto habanero. Sus escenas en blanco y negro, según los censores, contrariaban la imagen que debía proyectar un país en revolución.

Dirigido por Sabá Cabrera Infante y Orlando Jiménez Leal, el cortometraje PM se exhibió en la TV Revolución, que junto a Ediciones R, fue otro de los emprendimientos mediáticos concebidos por Carlos Franqui, director del periódico Revolución. En mayo de 1961, la comisión que analizaba y clasificaba los filmes producidos e importados al país, prohibió la exhibición del cortometraje tras determinar que atacaba los intereses del pueblo y de la Revolución.

Desde su columna en el periódico Hoy, la intelectual comunista Mirta Aguirre expuso que la interdicción del corto se justificaba ya que este le hacía el juego a la contrarrevolución. Por su parte, Alfredo Guevara, director-fundador del ICAIC, consideró que el filme mostraba el peor de los mundos (prostitución, alcoholismo, drogas, etc.), algo incompatible con aquellos tiempos del naciente cine revolucionario, financiado por el Estado para más señas.

La agitación generada por tal fallo se prolongó durante semanas. Además de numerosos artículos a favor y en contra, alrededor de doscientos intelectuales y artistas firmaron una declaración colectiva pidiendo el levantamiento de la censura.

La polémica sobre cuáles deberían ser los principios rectores de la política cultural de la Revolución Cubana alcanzó un nivel tan alto que, a ojos del gobierno, amenazaba la unidad del campo cultural. El 30 de junio de 1961, en un intento por contener las desavenencias, Fidel Castro pronunció, en la tercera y última de una serie de reuniones en la Biblioteca Nacional, el discurso que pasó a la posteridad como Palabras a los intelectuales.

A pocas semanas de la victoria en Playa Girón, y en momentos en que la unidad era garantía de resistencia y continuidad de la Revolución, Fidel trazó los límites de las libertades de creación y expresión. De acuerdo con el dirigente cubano, el grado de libertad del que artistas e intelectuales gozarían, dependería de su identificación y apoyo a los principios, la ideología y las políticas implementadas por el Gobierno Revolucionario en las más diversas áreas.

Así las cosas, los incondicionales al proceso percibirían mayores posibilidades para desarrollar su trabajo creativo, mientras que los no dispuestos a entregarlo todo en favor de la construcción socialista, verían aparecer, y se preocuparían, por las restricciones impuestas a la libertad de creación y expresión.

Seguidamente definió, de forma ambigua, los criterios de inclusión-exclusión que rigen hasta hoy, no solo las políticas cultural y de comunicación social en el país, sino también las relaciones entre el Partido-Estado-Gobierno, la sociedad civil y los ciudadanos:

«(…) dentro de la Revolución, todo; contra la Revolución, nada. Contra la Revolución nada, porque la Revolución tiene también sus derechos y el primer derecho de la Revolución es el derecho a existir y frente al derecho de Ia Revolución de ser y de existir, nadie. Por cuanto la Revolución comprende los intereses del pueblo, por cuanto la Revolución significa los intereses de la Nación entera, nadie puede alegar con razón un derecho contra ella».

En un solo párrafo, tan breve como potente, se estableció la primacía de los derechos de la Revolución —el Estado— sobre el ejercicio de los derechos civiles y políticos de los ciudadanos.

Es muy probable que las decenas de personas que tuvieron el privilegio de escuchar directamente al líder de la Revolución, no percibieran la relación entre las palabras pronunciadas aquella tarde de junio y la conferencia impartida por Blas Roca en el programa Universidad Popular, transmitido el 11 de septiembre de 1960.[1]

Intelectuales (2)

Blas Roca

Durante poco más de una hora, el secretario general del PSP explicó a la teleaudiencia la forma en que el marxismo soviético definía el concepto de libertad, su alcance y funciones en el socialismo. Después de remontarse a la Constitución francesa de 1791, para criticar el carácter abstracto de los derechos civiles y políticos allí reconocidos, Roca argumentó que la sintonía entre los intereses individuales y la actividad de cada ciudadano en defensa de la Revolución era necesaria para sentirse libre en la nueva sociedad que se construía.

En el intento de potabilizar uno de los principales dogmas del marxismo soviético, el dirigente comunista expuso la necesidad del dominio adecuado de las leyes que regían el desarrollo histórico, lo que sugeriría la limitación de los derechos civiles y políticos —burgueses— que pudieran retardar el inevitable triunfo del socialismo en el mundo.

Los dogmas defendidos por Blas Roca justificaban la subordinación de los derechos ciudadanos, de la actividad científica, la educación y la producción de bienes simbólicos, a los objetivos definidos por la vanguardia revolucionaria. De la aceptación y sometimiento a las leyes del desarrollo histórico dependería la libertad que percibiesen los ciudadanos. De esta forma, la libertad estaba asociada a la concordancia con la ideología de la Revolución, la disciplina y la participación en las tareas encomendadas por la dirección del país.

El profesor e investigador Fernando Martínez Heredia expresó en 2016 que la primacía de la Revolución implicó el derecho a controlar la actividad intelectual y la libertad de expresión siempre que fuera necesario. En su análisis consideraba un contexto específico, caracterizado por amenazas reales y constantes de detener y destruir el proceso, inclusive, por medio del magnicidio de sus dirigentes.[2]

No obstante, las limitaciones de los derechos ciudadanos dejaron de ser una cuestión coyuntural para convertirse en una práctica inherente al régimen político cubano, lo que fue codificado en la Constitución de 1976.

Esas restricciones responderían, entre otros factores, a la necesidad de preservación del Estado, a una cultura política secular que pondera la beligerancia en lugar del diálogo y la intolerancia en detrimento del respeto a la diversidad de ideas; a la adopción del marxismo-leninismo como ideología de Estado y al denominado síndrome de plaza sitiada, generado por el diferendo Estados Unidos-Cuba.

Uno de los fragmentos más interesantes del referido discurso de Fidel Castro es donde se acuña la legitimidad de la censura por parte de las autoridades revolucionarias. Para Fidel, la importancia del cine y la televisión para la educación y la formación ideológica del pueblo ameritaba que el gobierno regulara, revisara y fiscalizara las películas que serían exhibidas.

En una época en que los procesos de comunicación se concebían desde la óptica de los modelos transmisivos —para los cuales los receptores eran pasivos, acríticos y manipulables por los mensajes difundidos desde los medios—, el dirigente cubano concebía al pueblo, al menos en aquel discurso, no como sujeto de la Revolución, sino como objeto de la misma, y advirtió que los que no actuaran pensando en «la gran masa explotada» que esperaba ser redimida, carecían de «actitud revolucionaria».

La reivindicación del control estatal sobre los medios de comunicación, la defensa de la censura y la necesidad de que los artistas e intelectuales — incluyendo a los periodistas—, se convirtieran en militantes de la Revolución; se asientan en una concepción instrumentalista del arte, la literatura, la educación y la comunicación social. Una perspectiva que si bien era afín a las prioridades inmediatas del proyecto revolucionario, nunca ha contribuido a la necesaria autorregulación de los medios de prensa cubanos ni a elevar la calidad del periodismo, como reconoció el periodista y profesor Julio García Luis.

Los intercambios de representantes del campo cultural cubano con la dirigencia de la Revolución, intentaron reducir las fricciones entre los artistas intelectuales nucleados en Lunes de Revolución (que recibieron el apoyo de Haydée Santamaría, presidenta de Casa de las Américas), el ICAIC y el Consejo Nacional de Cultura, con motivo de la censura del documental PM.

Intelectuales (4)

Alfredo Guevara y Haydee Santamaría (Foto: Fernando Lezcano/Granma)

No obstante, Palabras a los intelectuales también denotó los desafíos de los dirigentes cubanos para lidiar con la diversidad y el disenso ideológico, estético y político en una sociedad civil conformada por creadores que concebían el arte con y para la Revolución, pero sin subordinarla al poder político ni convertirla en mera propaganda partidista.

Artistas e intelectuales se veían a sí mismos como sujetos activos, dispuestos a contribuir con sus conocimientos al proceso de cambios, no por arrogancia o complejo de superioridad, sino porque entendían el arte, la Revolución y la relación entre ellas desde perspectivas que diferían con la de los políticos y militantes.

Sería deshonesto afirmar que Palabras a los intelectuales fue tan solo el anuncio-oda a la censura oficial y a la coerción de la libertad de expresión. Allí se presentaron las líneas generales de una política cultural que, entre otros aspectos, socializó el acceso a la cultura de la mayoría de los ciudadanos y regularizó la formación artística de miles de niños, adolescentes y jóvenes de origen humilde en las Escuelas Nacionales de Arte, conservatorios e instituciones culturales. Una generación formada por hijos de humildes trabajadores del campo y la ciudad, que en un par de décadas se integró a la vanguardia cultural de la Isla.

A pesar de la trascendencia del acontecimiento, en su momento la prensa revolucionaria no reprodujo ni reseñó la intervención de Fidel Castro. De acuerdo con la historiadora Ivette Villaescucia, por esos días los medios de comunicación destacaron la reunión de Fidel con periodistas extranjeros y de esa forma, la opinión pública nacional quedó al margen de lo discutido entre las vanguardias artísticas y políticas del país.[3]

Ese silencio, apunta Villaescucia, puede ser resultado de la presencia de militantes del PSP en el Consejo Nacional de Cultura y en la Comisión de Orientación Revolucionaria, dos de los órganos responsables del control de los medios de comunicación. Por mi parte, creo improbable que el silenciamiento de la prensa revolucionaria no contase con el aval de la dirección política del país.

Lo cierto es que la intervención de Fidel en la polémica garantizó la tregua que propició la creación de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC), el 22 de agosto de 1961, como un espacio de convergencia y representación de las categorías intelectual y artística del país y un canal de comunicación entre el gremio y el poder político.

Amén de su carácter paraestatal, en el momento de su fundación la UNEAC fue un contrapeso al poder que venía acumulando el Consejo Nacional de Cultura, cooptado por cuadros del PSP que, como Edith Buchaca y Mirta Aguirre, eran entusiastas de la instrumentalización de la creación artística y literaria en función de los objetivos políticos del Estado.

Al mismo tiempo, la creación de la UNEAC afectaría la centralidad que Lunes de Revolución ganó en el campo cultural desde su fundación. Para la historiadora Silvia Miskulin, el cierre definitivo del seminario cultural fue resultado de las maniobras políticas ejecutadas por militantes del PSP desde el Consejo Nacional de Cultura y la Comisión de Orientación Revolucionaria. La independencia de sus editores y el carácter cosmopolita, ecléctico y antidogmático de Lunes…, afirma Miskulin, contravenían la política cultural que el Estado cubano comenzaba a implementar desde instituciones dirigidas por veteranos pesepistas.[4]

Intelectuales (5)

Mirta Aguirre (Foto: poesi.as / Archivo)

La publicación del último número de la reconocida publicación cultural, el 6 de noviembre de 1961, marcó el inicio del ocaso del ambiente de relativa apertura y pluralismo que caracterizó el primer trienio del proceso revolucionario en Cuba. En enero del año siguiente comenzaría a circular la revista Unión, que junto a La Gaceta de Cuba y la revista Casa de las Américas, compensaron el vacío dejado por el semanario.

Ivette Villasescucia apunta que la desaparición de Lunes de Revolución coincidió con un proceso de fusión de varios medios de prensa, condicionado por la búsqueda de unidad entre las fuerzas revolucionarias, el conflicto con los Estados Unidos y las características personales de los sujetos involucrados en la transformación del sistema mediático cubano.

En ese contexto, la clausura de Lunes de Revolución y de los diarios Prensa Libre, Combate y La Calle, y la posterior creación de nuevas publicaciones, fueron parte del esfuerzo para atenuar u ocultar las discrepancias ideológicas y políticas entre el Movimiento 26 de Julio, el Directorio Revolucionario y el PSP.

La unidad lograda entonces exige hasta hoy una disciplina casi militar, unanimidad política e ideológica y divorcio entre la agenda mediática y la agenda pública en los medios de comunicación. Todo ello se traduce en las dificultades de la prensa estatal para satisfacer las demandas informativas y expresivas de buena parte de la ciudadanía.

Seis décadas después del memorable discurso, no existe una definición clara y objetiva del significado y alcance de la expresión: «dentro de la Revolución todo, contra la Revolución, nada». Al recordar Palabras a los intelectuales no puedo dejar de señalar la ambigüedad —o precisión, según se vea— del párrafo frecuentemente evocado para legitimar la criminalización del disenso y, consecuentemente, la muerte civil, la violencia simbólica y física, y la exclusión de ciudadanos que por no entrar en los recios moldes del modelo revolucionario, son reducidos, contrariando la ley, a la categoría de no personas.

Comprendo que al triunfar, una Revolución —y la cubana no fue la excepción— no es un estado de derecho, pero su principal objetivo debe ser alcanzarlo. Y, una vez proclamado, gobernados y gobernantes deben atenerse a él.

***

[1] Blas Roca: «Los regímenes sociales y el concepto de libertad», Noticias de Hoy, 13 de septiembre de 1960, p. 2.

[2] Fernando Martínez Heredia: «Acerca de “Palabras a los intelectuales”, 55 años después», Tareas, no. 154, septiembre-diciembre, 2016, pp. 63-75.

[3] Ada Ivette Villascucia: «La prensa cubana en el primer decenio de la Revolución», Revista Mexicana de Ciencias Agrícolas, vol. 2, octubre, 2015, pp. 101-109.

[4] Silvia Miskulin: Os intelectuais cubanos e a política cultural da Revolução: 1961-1975. São Paulo, Alameda, 2009.

23 junio 2021 21 comentarios 3,7K vistas
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