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Historia

Revalorización de acontecimientos, figuras y procesos de nuestra historia

Guerra - Reciclando conflictos

Ética vs guerra: reciclando conflictos

por Alina Bárbara López Hernández 15 marzo 2022
escrito por Alina Bárbara López Hernández

«Quien olvida su historia está obligado a repetirla». Esa reflexión del filósofo español George de Santayana está inscrita en la entrada del bloque 4 del campo de concentración de Auschwitz. Sin embargo, el escritor inglés Aldous Huxley, con una perspectiva pesimista y escéptica del mundo aseveraba: «Quizás la más grande lección de la historia es que nadie aprendió las lecciones de la historia». Tenía razón.

La actitud del gobierno cubano, y de un sector que se considera parte de la izquierda, ante la invasión rusa a Ucrania ha sido francamente ambigua al no situarse con meridiana claridad en el único lugar éticamente posible: al lado del país agredido.

Claro que hay que exigir el cese de la estimulación norteamericana al diferendo entre los dos países, que se impone abogar por el no alineamiento, no solo de Ucrania sino del resto de Europa. Es necesario entender a la OTAN cual un remanente de la Guerra Fría que perdió sentido al desaparecer el campo socialista y ha sido utilizada por los gobiernos norteamericanos como compañera de aventuras militaristas. También hay que convenir en que la arquitectura de las relaciones internacionales post-campo socialista está favoreciendo el estallido de un conflicto bélico de proporciones globalizadas.

Pero ante todo, primero que todo, hay que denunciar la actitud del gobierno ruso como hiciera el filósofo norteamericano Noam Chomsky: «La invasión rusa de Ucrania es un grave crimen de guerra comparable a la invasión estadounidense a Irak y a la invasión de Polonia por parte de Hitler-Stalin en septiembre de 1939, por poner solo dos ejemplos relevantes. Es razonable buscar explicaciones, pero no hay ninguna justificación ni atenuante».

Guerra - Reciclando conflictos

El pasado vuelve a nosotros. No es la primera ocasión en que los cubanos deben responder estos dilemas: ¿puede hacerse política al margen de principios éticos?, ¿el fin justifica los medios?, ¿podrá lograrse un humanismo futuro sin defender el humanismo presente?, ¿en dependencia del país agresor se modifica el carácter de una guerra?

Esto ya ocurrió. Reciclamos viejos conflictos históricos.  

«Me pediréis perdón u os moriréis por mi sonrisa»: el nuevo rumbo de la política exterior estalinista

En 1938 el Partido Comunista de Cuba (PCC) fue legalizado luego de trece años de proscripción. Sería el partido de su tipo más exitoso de este lado del Atlántico y el único de un país capitalista en participar en el parlamento. Solo el de Chile logró algo similar pero por muy poco tiempo, pues al comenzar la Guerra Fría fue nuevamente prohibido.

Entre 1938 y 1953 —fecha en que Batista los ilegaliza otra vez al considerarlos erróneamente cómplices del asalto al Cuartel Moncada—, los comunistas cubanos dispusieron de un sistema de medios que incluía prensa plana, programas radiales y cinematografía, además de editoriales y librerías propias. Su órgano oficial era Noticias de Hoy, con periodicidad diaria y dos ediciones.

Las noticias del conflicto bélico que comenzó el 1ro de septiembre de 1939 pueden seguirse en sus páginas por investigadores e interesados en la historia. En esa fecha Alemania invadió Polonia. Dieciséis días más tarde la URSS haría lo mismo. Era el resultado de la firma del tratado soviético-alemán del 23 de agosto de 1939, conocido como Molotov-Ribentrop. Tropas soviéticas ocuparon casi la mitad de Polonia entrando por las fronteras orientales.

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Molotov y Ribbentrop

La existencia de una cláusula secreta en el referido tratado establecía que ante el estallido del conflicto, ambos países se atribuirían «esferas de influencia». Fue este un secreto bien guardado hasta que en 1945, durante la toma de Berlín, soldados británicos que revisaban papeles sobrevivientes a la quema por la parte alemana, encontraron documentos alusivos al tratado.

La Unión Soviética negó de plano las acusaciones y se mantuvo en esa posición durante medio siglo, asegurando que se pretendía desprestigiar su papel en la guerra. No fue hasta 1989, cuando se produjo una protesta masiva en los países cisbálticos, que fueron desclasificados los documentos y reconocida la existencia del vergonzoso acuerdo secreto.  

¿Cuál fue la reacción de los comunistas cubanos?

Noticias de Hoy asumió como un hecho natural que las tropas soviéticas hubieran invadido la nación vecina. Diariamente se mostraba en mapas el avance de los frentes alemán y soviético y se ofrecían partes de guerra detallados. Las noticias eran tomadas de la agencia de noticias TASS.

Reciclando conflictos

El martes 19 de septiembre, en el hilo noticioso «Resumen de la guerra» se informaba: «Las tropas soviéticas han ocupado, sin resistencia, Vilma al Norte según se reporta y Tarnopol y Smatyn en el Sur avanzando hacia Coloja. (…) En el frente Este de Varsovia, en Brest, se encontraron los Ejércitos Rojo y Nazi».

Las noticias siempre presentaban la intervención soviética como aceptada por el país agredido. Un titular a gran puntaje afirmaba: ACLAMADO EL EJÉRCITO ROJO A SU PASO POR LAS CALLES POLACAS.

Reciclando conflictosBajo el titular El fin de Polonia. Una fecha histórica, se certificaba: «Polonia está virtualmente liquidada. La Unión Soviética ha movido varias divisiones a lo largo de la frontera polaco soviética, a fin de ocupar los territorios habitados por ucranianos y rusos blancos, y darles protección».

Reciclando conflictos

La crítica y periodista Emma Pérez (1901-1988) —esposa del novelista Carlos Montenegro, dueña de una pluma mediocre y una prosa ditirámbica—, en su columna «Mi verdad y la vuestra» correspondiente al 19 de septiembre de 1939, publicó el artículo «Pueblos liberados», un verdadero canto al expansionismo soviético:

«Si la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas ha mandado a sus soldados rojos a libertar a los pueblos de la Rusia Blanca y de la Ukrania polaca, es con una impetuosa alegría como todos los que luchamos por el triunfo del socialismo en el mundo, recibimos y gritamos después de la buena noticia.

Si a estas horas estos territorios del mundo no estuvieran bajo los pasos firmes de los más hermosos soldados de la tierra, se hallarían irremisiblemente condenados a ser ocupados por las tropas del fascismo alemán (…)

¿Le hubiera perdonado alguien a la URSS que, pudiendo defender a millones de hombres explotados por el capitalismo más bárbaro, los dejara hundidos en su vida de miseria y dolor? Claro que no. Claro que todas las regiones campesinas que ha ocupado el ejército rojo tienen que estar cruzadas de alegría por la llegada de sus salvadores. Claro que la única que ha perdido, tal vez con una sonrisa cuadrada, pero con una sorda ira interior, ha sido Alemania. Lo que la URSS ha hecho ha sido esto: llenarnos de alegría el corazón libertando a millones de labriegos y trabajadores de la bota nazista y afirmar su posición de justicia, basada en la grandeza de su ejército rojo, en la sabiduría de su diplomacia y en la comprensión humanísima de sus ciudadanos soviéticos (…)». (p. 2).

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En el texto también se esclarecía el nuevo rumbo adoptado por las relaciones internacionales soviéticas. Stalin rompía sin embozo con los principios fundadores de la Revolución Socialista de Octubre: el respeto a la autodeterminación y la soberanía de las naciones. Los comunistas cubanos se hacían eco de esa actitud amenazante y guerrerista:

La URSS dejó de ser la cenicienta con quien no querían tratos ni contratos las «democracias europeas» para convertirse en una fuerza incontrastablemente hermosa. Ya ella se reía de los desaires y del odio de aquellos desde hacía tiempo: «Ya algún día me pediréis perdón u os moriréis por mi sonrisa». Esa hora ha llegado. Está sonando. Resuena con campanadas de oro en los oídos de los pueblos que hoy ocupan los soldados soviéticos con paso fraternal. Horrorizados por lo que ha venido ocurriendo en la vieja Europa, no encontrábamos la ocasión de alegrarnos con noticias de allá desde hacía mucho tiempo. Hoy nos reímos. La sangre corre y la risa no es pura (perfecta) pero arranca del mismo corazón, emocionado por la suerte de los pueblos sobre los que la URSS ha extendido sus soldados del pueblo». (Ibídem)

Esta obra maestra de cinismo solo podía ser hija del oportunismo más pedestre. No es de extrañar que, muchos años más tarde, tras el golpe de estado del 10 de marzo de 1952, la adoradora del estalinismo pusiera su pluma al servicio de la dictadura de Batista, colaborara hasta el final con él y emigrara de Cuba en 1959.

Era tan evidente el abrupto cambio de la política exterior soviética luego del pacto firmado con Alemania, que otros medios habían comenzado ya a contrastar las figuras de Lenin y Stalin en tal sentido. El 3 de diciembre de 1939 —en un texto firmado bajo el seudónimo Esmeril, usado por Aníbal Escalante, director de Noticias de Hoy—, se deploraba que el periódico El País hubiera publicado:

 «(…) un dibujo antisoviético en el que se pretende enfrentar a Lenin con la actual política exterior de los dirigentes leninistas de la URSS (…) babean su bilis reaccionaria contra el baluarte de la revolución proletaria y contra ese gigante de la humanidad que es Stalin.

No importa. Toda esa propaganda es repudiada por el pueblo y por los trabajadores, que saben muy bien que la política exterior de la URSS, inspirada por sus grandes líderes, es una política justa de defensa de los intereses de los pueblos, de defensa de la paz y de los supremos intereses de la revolución del socialismo. Es la defensa del Marxismo-leninismo”. (p. 2).

Mientras la cancillería soviética continuaba usando una terminología propia de la política exterior pacifista, su práctica expansionista la separaba radicalmente de aquella. Según Molotov —cuyos discursos e intervenciones eran citados cada día en Noticias de Hoy—: «Gracias a nuestra política de paz, invariablemente seguida, hemos podido reforzar la importancia internacional de la Unión Soviética». Fue incluso capaz de negar que la «postura de neutralidad» de la URSS hubiera sido violada por la entrada del Ejército Rojo en Polonia, pues: «Nuestras tropas entraron en el estado polaco solo después que el estado polaco se derrumbó y realmente dejó de existir».

Reciclando conflictosSe intentaba cimentar la idea de que la invasión soviética, a diferencia de la alemana, era positiva para Polonia. Así lo indica esta imagen de la estación ferroviaria de Cracovia destruida por los alemanes y, en contraste, un titular que divulgaba una perspectiva muy diferente sobre los soviéticos. Después se sabría que en la masacre de Katyn, entre abril y mayo de 1940, casi 22 000 polacos —oficiales del ejército, policías, intelectuales y otros civiles—  fueron ejecutados por órdenes de la policía secreta de Stalin.

Reciclando conflictosAdemás de Polonia, los soviéticos invadieron las repúblicas cisbálticas (Letonia, Estonia y Lituania); la Besarabia, que incluía una parte de Moldavia quitada a Rumanía, y la vecina Finlandia.

El ataque a Finlandia tuvo lugar el 30 de noviembre de 1939. Como consecuencia, la URSS fue expulsada de la Sociedad de Naciones el 14 de diciembre, acusada de iniciar una guerra de agresión.

Reciclando conflictosLas exigencias soviéticas a la nación nórdica incluían la cesión de territorios fronterizos alegando razones de seguridad para la protección de la ciudad de Leningrado. Otra de las condiciones era similar a la que los norteamericanos impusieran a Cuba en 1901. Desde Noticias de Hoy, bajo el titular «Las proposiciones a Finlandia»,  Molotov explicaba: «Hemos propuesto un acuerdo para que Finlandia nos alquile, para emplear un término definido de tiempo, una pequeña sección en su territorio, cerca de la entrada del golfo de Finlandia podríamos establecer una base naval».

Reciclando conflictos
Reciclando conflictos

El gobierno títere creado por la URSS en Finlandia fue presentado como «Gobierno Popular Finlandés». El sábado 2 de diciembre de 1939, Noticias… replicaba una declaración de ese gobierno dada a conocer a través de la agencia de noticias TASS: «(…) las masas del pueblo de Finlandia han recibido con tremendo entusiasmo al valiente e invencible Ejército Rojo, bien convencidas de que este no marcha como conquistador, sino como amigo y liberador de nuestro pueblo». (p. 6).

Las hostilidades durarían poco más de tres meses, hasta el 30 de marzo de 1940 en que se firma el Tratado de Moscú, por medio del cual Finlandia fue obligada a ceder el once por ciento de su territorio al país agresor. A pesar de su victoria, los soviéticos tuvieron enormes pérdidas en muertos y heridos, incluso mayores que las de la parte derrotada.

Precisamente durante la agresión a Finlandia empezó a sesionar en Cuba la Asamblea Constituyente encargada de redactar la Constitución del 40. Allí se produjo un álgido debate sobre el tema que vale la pena conocer.

Un mensaje controversial

Luego de casi un lustro —contado desde la huelga de marzo de 1935 que cerrara el ciclo revolucionario de los años treinta—, se concretó una de las demandas populares de los cubanos: una Asamblea Nacional Constituyente. El 15 de noviembre de 1939 fueron elegidos sus setenta y seis delegados, que representaban a nueve partidos políticos. Seis de ellos eran comunistas.

La Constituyente sesionó públicamente durante casi seis meses. El 8 de marzo de 1940, en la sesión decimocuarta, el delegado Eduardo Chibás, por el Partido Revolucionario Cubano (Auténtico), propuso a la Asamblea una moción para enviar un mensaje de solidaridad a Finlandia. Estaba redactada en los siguientes términos:

«POR CUANTO existe un natural sentimiento de solidaridad entre las naciones organizadas sobre la base de un principio liberal y democrático;

POR CUANTO este sentimiento es particularmente intenso cuando se trata de pequeñas nacionalidades que por su dimensión geográfica reducida y por su juventud histórica necesitan confiar para la preservación de su independencia y soberanía en el respeto internacional;

POR CUANTO la liberación de nuestra patria tuvo el carácter de un proceso de resistencia y victoriosa emancipación frente a una proyección imperialista, por lo cual nuestra República no puede menos que sentir profunda simpatía por los pueblos que resultan víctimas de análogos intentos de subyugación;

POR CUANTO existen lazos especiales de solidaridad entre la República de Cuba y la República de Finlandia;

POR CUANTO es notorio que la República de Finlandia está siendo objeto de una agresión imperialista improvocada y gratuita por parte de un estado que no obstante sus pretensiones en contrario ha atropellado los más elementales derechos internacionales y los más sagrados principios democráticos desatando sobre su vecina República de Finlandia una invasión sangrienta que ha alterado violentamente la paz de esa nación progresista, pacífica y ejemplar:

POR TANTO:

Los Delegados que suscriben, en nombre de un elevado principio de solidaridad democrática internacional, completamente ajeno a todo cálculo político interno y circunstancia, proponen a la Convención Constituyente la siguiente:

MOCIÓN:

Que por esta Asamblea se envíe al gobierno de Finlandia un mensaje expresivo de la profunda simpatía con que el pueblo de Cuba contempla la heroica resistencia del pueblo finlandés en defensa de su dignidad e independencia y los votos que el pueblo de Cuba hace por el triunfo de esa causa nobilísima.

En el Capitolio Nacional, a los 14 días del mes de febrero de 1940.

(Fdo). Eduardo R. Chibás, Carlos Prío Socarrás, Dr. E.L Ochoa y Dr. S. Acosta».

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Eduardo Chibás

Esta declaración era coherente con la actitud de la sociedad cubana con motivo de la guerra que ocasionó la derrota de la República española a manos del franquismo en 1939. El triunfo y el fracaso de la República fueron vividos como propios en la Isla, donde se crearon numerosas organizaciones de apoyo e incluso más de un millar de cubanos lucharon como milicianos junto a los republicanos, y algunos murieron allí, como Pablo de la Torriente Brau.

No obstante, la oposición de los delegados comunistas a la moción fue absoluta. En los encendidos debates, que pueden ser consultados al detalle en el Diario de sesiones de la Asamblea, emergían antiguas rencillas políticas que databan de la lucha antimachadista y la Revolución del Treinta. Los auténticos no olvidaban que los comunistas habían desconocido al Gobierno de los Cien Días en 1933 y ahora les reprochaban su alianza con Batista, al que jamás dejaron de considerar el asesino de Antonio Guiteras.

Ante la argumentación de Blas Roca, secretario general de Unión Revolucionaria Comunista y delegado a la Asamblea, de que la URSS, lejos de invadir a Finlandia estaba ayudando a su pueblo oprimido por un gobierno reaccionario, Chibás respondió:

«Las huestes rusas que se mandan a Finlandia alegan lo mismo que las Camisas Negras que iban a la República Española y a Abisinia: que van a defender a un pueblo oprimido contra su gobierno opresor (…) Y esta defensa generosa, altruista, humanitaria, de salvación para el pueblo oprimido, la realizan lanzando sobre esos países los tanques, la artillería gruesa y abusando de sus mujeres y sembrando la ruina y la muerte por doquier.

¡Qué cinismo, que sarcasmo más inaudito el de este dictador Stalin que para cometer sus tropelías usa no solo las propias razones de Hitler, sino también las propias tesis fascistas justificativas de sus agresiones a las pequeñas nacionalidades (…)».

El nuevo rumbo del estalinismo, desde los procesos de Moscú y la represión al interior del Partido Bolchevique, fue debatido profundamente en la sesión de la Asamblea. Tras siete horas de acalorados intercambios, la moción fue sometida a voto ante los 43 delegados que permanecían en el recinto y aprobada por 37 a favor y seis en contra.

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Blas Roca (Foto: Juventud Rebelde)

Daños colaterales

El mayor servicio que hiciera Stalin al fascismo no fue compartir parte de sus aventuras expansionistas, sino haber contribuido a que el movimiento revolucionario internacional fuera incapaz de discernir con rapidez la verdadera naturaleza de este modelo ideo-político nuevo y profundamente agresivo.

Al equiparar el fascismo alemán con los gobiernos de las «democracias decadentes occidentales», y presentar su agresividad apenas como un conflicto imperialista, la URSS favoreció que este tomara fuerza en los dos primeros años de la guerra previos al ataque a su territorio, el 22 de junio de 1941.

Los comunistas cubanos obedecieron esta estrategia y se opusieron a la aprobación del servicio militar obligatorio y a la entrada de Cuba a la guerra. El carácter justo de la lucha de los pueblos agredidos contra el fascismo fue desacreditado por esa doctrina, que solicitaba neutralidad a los gobiernos del mundo para que no se involucraran en el conflicto.

Finalmente, la entrada de la URSS en la Segunda Guerra Mundial y el heroísmo de sus hombres y mujeres, y de su ejército, decisivos en la derrota del fascismo, contribuyeron a atenuar el daño y a un cambio de actitud de los comunistas cubanos. Sin embargo, la influencia estalinista estaba a punto de expandirse con renovada fuerza por el establecimiento del campo socialista a fines de los años cuarenta.  

«El fanatismo consiste en redoblar el esfuerzo cuando has olvidado el fin»

Rememoro esta frase de Santayana mientras leo el artículo «La Izquierda ante la agresión a Ucrania, mantener el timón con firmeza», en el que Raúl Zibechi argumenta con razón que «Una política sin ética, guiada por cálculos, nos lleva siempre a un callejón sin salida: luchar para reproducir las mismas opresiones que se combatían».

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— Ukraine / Україна (@Ukraine) February 24, 2022

Desde que en los años treinta el movimiento comunista internacional admitiera la perniciosa influencia del estalinismo, justificándola en aras de objetivos futuros, encaminados a construir un sistema superior al capitalismo, se apartó del carácter revolucionario y liberador que debería ser el Norte de las ideas de izquierda. No puede construirse un mundo mejor, ni un «hombre nuevo», usando métodos violentos y represivos. No es posible declarar un humanismo para el futuro sino somos capaces de actuar con humanismo en cada momento del presente.

Y esa influencia es notable en tantos análisis que se enfocan en la cuestión política y el diferendo EE.UU-OTAN-Rusia, que no es para ignorarse, pero no hablan del pueblo ucraniano agredido, de la soberanía de una nación violentada, del carácter justo de su resistencia ante el agresor. Porque no hay agresores buenos, como se afirmaba en Noticias de Hoy.

El viejo fantasma del expansionismo ruso nos coloca nuevamente ante un dilema. En el año 2005, el presidente ruso Vladimir Putin trató de justificar la actuación de Stalin al firmar el acuerdo soviético alemán, cuando aseguró que se debió a la necesidad de proteger la nación. En diciembre del 2019, defendió el pacto en una reunión con los líderes de la Comunidad de Estados Independientes en San Petersburgo, aunque reconoció que incluía protocolos secretos.

En vísperas de la invasión a Ucrania, en un discurso televisado afirmó: «La Ucrania moderna fue creada enteramente por Rusia, más precisamente por los bolcheviques (…) Este proceso comenzó inmediatamente después de la revolución de 1917, y, además, Lenin y sus socios lo hicieron de la manera más desordenada en relación con Rusia: dividiendo, arrancando de Rusia pedazos de su propio territorio histórico».

Igual que Stalin en otra época, Putin ataca hoy directamente el legado bolchevique y sus principios de política exterior. Lo curioso es que no se trata de un político posicionado a la izquierda, sino de un conservador profundamente ultranacionalista que ha financiado a los partidos políticos más derechistas del mundo. Aun así, gobiernos como el de Cuba se han posicionado a su lado al argüir que posee intereses en Ucrania que deberían ser tenidos en cuenta.

Salvando las diferencias, si en algo se asemeja Putin a Hitler, además de en sus exigencias territoriales, es en su estrategia «cínicamente genial», como la denominara Stefan Zweig en El mundo de ayer, al decir que «le prometió todo a todos».

Ya lo dije: reciclamos conflictos históricos. Ojalá no traigan una nueva guerra mundial. Podría ser la última.

15 marzo 2022 60 comentarios 6,K vistas
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24 de febrero

24 de febrero de 1895, la fecha que cambió el sino de una isla y dos imperios

por Aries M Cañellas Cabrera 24 febrero 2022
escrito por Aries M Cañellas Cabrera

Por Aries M. Cañellas Cabrera y Ernesto Cañellas Hernández

El 24 de febrero de 1895 marca la fecha que agrietó, definitivamente, el nexo político que ejercía España sobre Cuba. Tras cuatrocientos años de dominación, La Siempre Fiel ponía nuevamente las armas de por medio para solventar la tensa situación económica, política y social en que estaba envuelta.

En la percepción tradicional de la historia prima un enfoque unilateral, que asume la guerra como una sorpresa para el gobierno colonial. Sin embargo, el alzamiento de los Sartorius en Holguín —casi coincidente con el viaje de los infantes españoles en 1893—, el fracaso del Plan de la Fernandina y la penetración de la inteligencia española en las filas revolucionarias; mantenían alerta y en tensión a la Capitanía de la Isla. Incluso, el general Polavieja, desde su retiro, lanzó en julio de 1894 la advertencia de que en Cuba no se había dejado de conspirar nunca.

El caso de Cuba ¿política interna española o política internacional?

Las reivindicaciones de los cubanos eran extensibles a la situación de muchos españoles en la Península: bajos sueldos, una infraestructura atrasada, problemas sanitarios y sociales que asfixiaban a las clases bajas de la sociedad. Además de las contradicciones en el seno de la clase política, que enquistaban decisiones primordiales para la modernización del país, diferencias que se verían agravadas al finalizar la contienda bélica.

Sobre el fenómeno cubano se ejercían otros puntos de presión. El más evidente era la penetración norteamericana, primero económica y luego con pretensiones políticas.

Desde un ala del senado español se identificó esta postura norteamericana como un «conflicto internacional». Para contener los cantos de sirena norteños, los liberales propusieron medidas dinámicas cercanas a la autonomía, y sumar a la negociación a potencias europeas —Francia, Reino Unido y Países Bajos—, con intereses en el área del Caribe. No obstante el canovismo, sustentado por los integristas de la Gran Antilla, frenó cualquier flexibilidad del monopolio político-económico insular: «Cuba es española, no se negocia y punto».

24 de febrero (2)

La progresiva apertura a lo anglosajón —en general—, y a lo norteamericano —en particular—, dentro de la actualidad cubana, fue percibida como un peligro por algunos sectores, más conservadores y cercanos al poder colonial. Mientras, otros consideraban al gigante del norte como símbolo del progreso y la modernidad americana.

Solo algunas figuras públicas, marcadamente independentistas, se mostraban opuestas a la preponderancia que iba conquistando lo anglosajón en la Isla. Reconocían que la identidad cubana, por su conformación, tenía una base española, pero deseaba desprenderse del tutelaje al que la Metrópoli la sometía y le era imperativo obrar como nación independiente.

Estas preocupaciones están presentes en el ideario martiano, que reconoce el peligro latente dentro de la sociedad cubana —y de otras naciones del continente—, que se bamboleaba hacia extremos apasionados sin identificar un proyecto soberano de nación, difícilmente realizable sin el apoyo de una potencia exterior (1) como resultará al final de la guerra.

José Martí, la Guerra Necesaria y el desastre del 98

Si estas preocupaciones políticas, y sus repercusiones externas al límite geográfico cubano, persistían en el bando mambí antes del 24 de febrero de 1895, ¿era posible que el poder español desconociera la conspiración cubana y las intenciones norteamericanas?

No, la realidad demuestra que el sistema de espionaje y contrainteligencia español era eficiente, no así la burocracia oficial. El control que se ejerció sobre las acciones de los caudillos cubanos en Costa Rica, Jamaica, Santo Domingo y Nueva York, quedaba registrado con sorprendente profusión de detalles en los informes enviados a Madrid.

Entonces, ¿por qué el liberal Sagasta no actuó antes de la inminente sublevación?, ¿se permitió esta para realizar el mayor despliegue militar que cruzó el Atlántico, cuyos fines iban más allá de la propia Cuba? ¿Un hipotético nuevo conflicto bélico podría salvar a un imperio en decadencia, que había vivido en menos de un siglo varios de ellos?

La supuesta desidia de Sagasta supuso el cese de su mando frente al Consejo de Ministros —reemplazado por Cánovas, más cercano a la política de mano dura y con el respaldo del mando militar. Sin embargo, la situación política española y su débil condición de «imperio allende los mares» estaba echada, la falta de un proyecto de nación sólido en la Península era la causa real.

24 de febrero (3)No se deben desconocer en el tema cubano los puntos de control e influencia que ejercían las élites económicas del País Vasco y, sobre todo, la burguesía catalana. El complejo entramado político insular se extendía, además, por el convulso hilo que unió a los Capitanes Generales con las élites del gobierno central desde los tiempos de Tacón —sustentado con botellas, prebendas, y todo tipo de negocios turbios que enriquecieron a un sector privilegiado.

Por desgracia para los intereses coloniales, el caso cubano no se detenía ahí, pues el tinglado de patriotismo plañidero, que reivindicaba la unidad nacional desde el interés de su bolsillo, estaba matizado por la base monárquica criolla, que había sido clave en la restauración de la monarquía borbónica. Entre los intereses concretos de los políticos y militares de un lado y otro del Atlántico, estaba involucrada la no menos poderosa compañía de Antonio López (posteriormente Compañía Transatlántica S.A), que movía todo lo relacionado con la guerra, incluyendo soldados, oficiales, pertrechos y familiares. 

Con tantas manos, tantos jefes y tantas pretensiones políticas que defender; la respuesta a las reivindicaciones cubanas solo podría ser de carácter militar: la guerra beneficiaba a todos los elementos enumerados.

En Cuba se defendió, más que la permanencia del estatus de isla-española, el propio modelo colonial, con su monarquía, sus círculos de poder y el sui generis sistema de alternancia canovista. Para ello, el gobierno central no se detuvo a pensar en la conveniencia de enviar cerca de 220 mil hombres hacia la Isla entre los años 1895-1898, una cifra que desde 1868 arroja un total que supera el medio millón de soldados. A finales del año 1900 la población española apenas superaba los dieciocho millones de habitantes. El porcentaje de recursos humanos usados para mantener una Cuba española muestra la verdadera importancia de la isla para el sistema político peninsular.

Los costes económicos que suponía mantener la guerra de desgaste planteada por los mambises, las protestas que levantó el servicio militar obligatorio y el sistema de quintas, junto con la entrada norteamericana en el conflicto, hicieron insostenibles la guerra de Ultramar (Cuba y Filipinas) y el propio sistema de gobierno.

La nación española sufrió por Cuba. Fueron tres años de penurias para la clase pobre peninsular, que además de perder a muchos de sus jóvenes (con edades entre veintiuno y treinta y cinco años), debió sostener en gran medida las necesidades básicas de la colonia, totalmente incapaz de hacerse cargo con los fondos de Hacienda de los cuantiosos gastos que supuso el conflicto.

Historiadores más optimistas matizan sobre el desastre del 98, cuando plantean que «se perdió Cuba, pero se ganó España». La realidad demuestra que los conflictos que generó la guerra cubana siguen latentes, en el eterno enfrentamiento que sostienen los piquetes anárquicos y los movimientos independentistas vasco y catalán, con los legisladores del resto del reino.

24 de febrero (4)

La guerra de Cuba, ¿causa o excepción?

El fin del siglo XIX español quedó sellado aquel 24 de febrero de 1895, aunque no fue consumado técnicamente hasta el 3 de julio de 1898 y finalmente suscrito el 10 de diciembre de ese año con la firma del Tratado de París. Se dejaba al otrora orgulloso «imperio monárquico» con una deuda de más de 40 mil millones de pesetas y más de 100 mil muertos a sus espaldas. Y lo peor, con el sentimiento de fracaso y agotamiento del sistema.

La guerra de Cuba sigue siendo uno de los episodios de mayor conflicto en la historiografía española. Su pérdida es ampliamente analizada en la prensa peninsular, antes, durante y después de 1898. Si existía cierto optimismo hasta enero de ese año, con la entrada en vigor de la autonomía —más amplia de la que había exigido desde la década anterior por el partido reformista cubano—, los corresponsales en el terreno marcaban el ambiente abiertamente separatista que emanara tras las políticas de Weyler, eficientes en el campo militar pero terribles para la sociedad y la política.

La prensa española sentenció: «hemos lanzado a la guerra a los pacíficos» y quedó impreso el espíritu derrotista que la propia infanta Eulalia de Borbón, única integrante de la familia real que pisó tierra cubana en visita oficial, reseñó en sus memorias años después: «La revolución latía en la entraña cubana, aunque he de reconocer que en mis siete días de estancia (mayo de 1893), cruzando entre los que poco después se lanzan al campo, solo escuché palabras de respeto, de simpatía y de homenaje. Pero vi que en Cuba, nuestra causa estaba perdida definitivamente».(2)  

De la decadencia absoluta con que se percibió el fin del siglo XIX español emergieron los valores que sirvieron para modernizar a una sociedad aletargada en el sueño de la grandeza venida a menos.

El desastre consumado, a diferencia de las independencias americanas de la primera mitad del XIX, quedó enraizado en el espíritu español. La guerra de Cuba sirvió para acuñar el fin de un sistema y, cómo no, el nacimiento de una de las frases más irónicas del lenguaje castellano para designar males mayores: «más se perdió en Cuba y vinieron cantando».

***

(1) Carta a Gerardo Castellanos (4 de agosto de 1892) y Carta al director del The New York Herald (2 de mayo de 1895).

(2) Memorias de la Infanta Doña Eulalia de Borbón, p. 187.

 

24 febrero 2022 1 comentario 3,3K vistas
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Radical (1)

El radical José Martí y los radicalismos actuales

por Mario Valdés Navia 28 enero 2022
escrito por Mario Valdés Navia

Uno de los problemas más acuciantes del mundo actual, y de Cuba en particular, es el de la extensión de los extremismos de diferente signo político. Su mecanismo principal de formación es el llamado proceso de radicalización, que puede dar lugar a posturas que van desde dogmatismos ideológicos hasta el terrorismo en sus diferentes manifestaciones, tanto el practicado por el Estado como el de grupos y organizaciones que postulan el empleo de la violencia para lograr sus fines políticos.

En nuestra historia, el término radical ha tenido una connotación asociada más a caracterizar posturas políticas e ideológicas de izquierda que a describir métodos de acción violenta. Si como bien decía Martí: «Por la confusión de los términos se confunden los hombres. No hay que estar a las palabras, sino a lo que está debajo de ellas»,[1] entonces es preciso dilucidar cuánto de radical había en él, o mejor: ¿qué tipo de radical era y cuáles serían sus puntos de contacto y diferencias con los radicalismos actuales?

En el 169 aniversario de su natalicio, analicemos esta faceta de su obra política que tanto lo acerca a los problemas cubanos de hoy.

-I-

Según el Diccionario Panhispánico del español jurídico, radicalismo es una: «Actitud extremada e intransigente de las personas que no admiten términos medios»; mientras que radicalización es aquel: «fenómeno por el que las personas se adhieren a opiniones, puntos de vista e ideas que pueden conducirlas a cometer actos terroristas».

Entre las acepciones de radical que ofrece el Diccionario de la Real Academia Española de la Lengua, se encuentran cuatro que pueden aplicarse a la vida política: «Fundamental o esencial; Total o completo. Cambio radical; Partidario de reformas extremas; Extremoso, tajante, intransigente». Esta última, es la que impera en el lenguaje político de estos tiempos.

En la contemporaneidad, ambos términos se asocian al crecimiento del terrorismo internacional, y las personas que asumen estas posturas son denominadas radicales. De modo que, aunque subsistan hasta partidos tradicionales que se autodefinen como «Radicales», de acuerdo a las expresiones al uso cualquier grupo, partido o ideología que sea calificado de esa forma puede ser relacionado automáticamente con la promoción y práctica del terrorismo. 

No obstante, en el discurso político martiano el término en cuestión estaba más apegado a su origen latino: radix (raíz), de ahí que postulara: «las cosas hay que verlas en sus causas y objeto, no en la superficie […] A la raíz va el hombre verdadero. Radical no es más que eso: el que va a las raíces. No se llame radical quien no vea las cosas en su fondo». (T. 3, p. 32 y T. 2, p. 380).

Radical (2)

Monumento a José Martí en el Parque de la Libertad, Matanzas.

En la Cuba del último cuarto del siglo XIX, en torno a la posibilidad de la revolución se libraba una aguda lucha de ideas entre los defensores del estatus quo, que la negaban o tergiversaban, y los revolucionarios radicales, que la auspiciaban como única solución viable ante los desafueros coloniales. Martí encabezaría esta segunda tendencia entre 1891 y 1895, época en que funda el periódico Patria, el Partido Revolucionario Cubano (1892) y se convierte en el líder que organizaba y dirigía los preparativos la Guerra Necesaria.

La radicalidad de su pensamiento no estaba en la adopción de métodos terroristas que provocaran la caída de los gobiernos a través del miedo generalizado y la destrucción de la riqueza pública y privada. Aunque tuvo que apelar a la reanudación de la lucha armada como medio de alcanzar la independencia, lo hizo mediante una estrategia que minimizara la magnitud de los daños humanos y materiales y beneficiara al mayor número de cubanos, españoles e inmigrantes de todas las razas, ocupaciones, ideologías y estratos sociales.

Solo reconociendo el carácter de necesidad histórica que tenía para Cuba la revolución, pudo resolver Martí el grave problema ético que significaba para un humanista de su talla ser el inspirador máximo de una guerra devastadora. Para él, la guerra era la forma más violenta que podía asumir la revolución; un procedimiento político para lograr realizar el brillante destino a que aspiraba el pueblo cubano y que España le negaba tozudamente. Por eso declaraba:

«Es criminal quien promueve en un país la guerra que se le puede evitar; y quien deja de promover la guerra inevitable. Es criminal quien ve ir al país a un conflicto que la provocación fomenta y la desesperación favorece, y no prepara, o ayuda a preparar, el país para el conflicto». (T.1, p. 315).

Lo radical de su análisis se extendía al plano internacional, pues pensaba que la contienda revolucionaria se realizaría para bien de América y del orbe, ya que sus causas eran locales pero de idea e interés universales. Así lo explica al mundo en el programático «Manifiesto de Montecristi»:

«La guerra de independencia de Cuba, nudo del haz de islas donde se ha de cruzar, en plazo de pocos años el comercio de los continentes, es suceso de gran alcance humano, y servicio oportuno que el heroísmo juicioso de las Antillas presta a la firmeza y trato justo de las naciones americanas y al equilibrio aún vacilante del mundo». (T. 4, p.100).

La radicalización de la lucha por la independencia con el aporte del moderno contingente obrero de Tampa y Key West era una peculiaridad de la época que fue aprovechada por el Apóstol, quien acudió a estas poblaciones floridanas a crear su obra mayor: el Partido Revolucionario Cubano. Allí reconocería que aquella: «turba obrera» [era] «el arca de nuestra alianza, el tahalí (…) donde se ha guardado la espada de Cuba, el arenal redentor donde se edifica!». (T. 4, p. 278).

En medio de esos avatares políticos, creo Martí el periódico Patria, órgano del pensamiento revolucionario antillano más radical y patrimonio de él y sus más allegados ideológicamente. Su artículo inaugural, «Nuestras Ideas», explicita cómo aspiraba que fuera la república cubana, fruto de una verdadera revolución:

«El cambio de mera forma no merecería el sacrificio a que nos aprestamos, ni bastaría una sola guerra para completar una revolución cuyo primer triunfo solo diese por resultado la mudanza de sitio de una autoridad injusta. Se habrá de defender en la patria redimida la política popular […] y ha de levantarse […] un pueblo real y de métodos nuevos, donde la vida emancipada, sin amenazar derecho alguno, goce en paz de todos». (T. 1, p. 319).

-II-

La radicalidad de Martí sobrepasó su obra práctica y se plasmó en su ideal de la   revolución como transformación hacia una sociedad más justa: «La justicia, la igualdad del mérito, el trato respetuoso del hombre, la igualdad plena del derecho: eso es la revolución». (T. 3, p.105). Su fruto sería la instauración de una república cubana: «[…] justa y abierta, una en el territorio, en el derecho, en el trabajo y en la cordialidad, levantada con todos y para el bien de todos […] una nación capaz de cumplir, en la vida histórica del continente, los deberes difíciles que su situación geográfica le señala». (T. 1, pp. 272 y 277).

Radical (3)

Estatua en el Parque José Martí, de Cienfuegos.

En ese sentido, distinguía muy bien su lugar en los dos momentos del proceso revolucionario que se avecinaba, la guerra y luego la paz: «¿Qué dónde estoy? En la revolución; con la revolución. Pero no para perderla, ayudándola a ir por malos caminos!». (T. 22, p. 73). Esos desvaríos no eran otros que la recaída en los viejos caudillismos militaristas, tan dañinos para Latinoamérica. Al respecto aseveraba de manera clara y contundente:

«La idea de la persona redentora es de otro mundo y edades, no de un pueblo crítico y complejo, que no se lanzará de nuevo al sacrificio sino por los métodos y con la fuerza que le den la probabilidad racional de conquistar los derechos de su persona, que le faltan con el extranjero, y el orden y firmeza de su bienestar, imposibles en la confusión y rebeldía que habrían de seguir, en un pueblo de alma moderna, al triunfo de una guerra personal, más funesta a la patria mientras más gloriosa». (T. 2, p. 280).

Martí estaba decidido radicalmente a impedir en Cuba la prevalencia de una sociedad autoritaria —concepto poco mencionado en los estudios de su pensamiento—,a la que consideraba: «basada en el concepto, cierto o fingido, de la desigualdad humana, en la que se exige el cumplimiento de los deberes sociales a aquellos a quienes se niegan los derechos, en beneficio principal del poder y placer de los que se los niegan: mero resto del estado bárbaro». (T. 19, p. 204).

Su radicalidad se expresaba también en una disposición permanente a la crítica y el debate político entre compatriotas, acordes con el ambiente de libertad de criterios que se postulaba en las comunidades de emigrados cubanos, ansiosos de practicar la libertad de pensamiento, opinión y prensa que les negaba el gobierno colonial. Para Martí: «El culto a la revolución sería insensato si no lo purgase el conocimiento de sus errores». (T. 2, p. 23).

Esa unidad en la diversidad la extendería al PRC, al que los clubes patrióticos se integraban sin perder su autonomía de criterios y acción, pues: «Abrir al desorden el pensamiento del Partido Revolucionario Cubano sería tan funesto como reducir su pensamiento a una unanimidad imposible en un pueblo compuesto por factores diversos, y en la misma naturaleza humana». (T. 2, p.177).

Para lograr la imprescindible unidad, el procedimiento fundamental de Martí era el diálogo, regido por el conocimiento profundo de los problemas a dilucidar, pues: «O se habla lo que está en el país, o se deja al país que hable». (T. 2, p. 216). El debate posibilitaría el intercambio de experiencias, conocimientos y puntos de vista diferentes hasta alcanzar un consenso fundado en la razón, no en entusiasmos pasajeros o compulsiones externas.

En este punto es donde se bifurcan totalmente los caminos del Martí radical y los radicalismos actuales, tendientes al terrorismo o a la negación absoluta de la pluralidad. Martí es radical por sus fines políticos, no porque privilegiara métodos violentos o una voz única para alcanzar sus objetivos.

La causa política de esta aparente contradicción —más allá de su ética humanista—, radica en la falta de democracia y diálogo sincero que encontraba en las organizaciones armadas de la sociedad militar, basadas en el caudillismo de ordeno y mando, a diferencia del debate franco y abierto que caracteriza a la sociedad civil. Por ello sostenía:

« (…) ¡que los pueblos no son como las manchas de ganado, donde un buey lleva el cencerro: y los demás lo siguen! […] Si se desgrana un pueblo, cada grano ha de ser un hombre. La conversación importa; no sobre el reglamento interminable o las minimeces que suelen salirles a las asociaciones primerizas, sino sobre los elementos y peligros de Cuba, sobre la composición y tendencias de cada elemento, sobre el modo de componer los elementos, y de evitar los peligros». (T. 2, p. 17).

La ideología liberal y democrática de su tiempo, encontró en Martí uno de sus representantes más radicales. La ideología terrorista y autoritaria de los radicalismos actuales, tanto de los defensores a ultranza del Gobierno/Partido/Estado; como la de sus opositores extremistas, dispuestos a destruir el país si es preciso para hacerse con el poder, en nada coinciden con la genuina radicalidad martiana.

***

[1] «Autonomismo e independencia», New York, 26 de marzo de 1892, Obras Completas, 28 tomos, t. I, p. 355. Todas las citas de Martí corresponden a esta fuente, en las sucesivas solo se consignará, entre paréntesis, el tomo y las páginas.

28 enero 2022 13 comentarios 4,3K vistas
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Julio Sanguily (1)

Julio Sanguily, el olvido como juicio de memoria

por Aries M Cañellas Cabrera 24 enero 2022
escrito por Aries M Cañellas Cabrera

Por Aries M. Cañellas Cabrera y Ernesto Cañellas Hernández

La Revolución de 1868 es uno de los procesos más complejos de la historia nacional. En su condición de fragua de una Nación, coexisten en ella, con similar fuerza, diversas posiciones políticas que, en su accionar y desgaste, irán moldeando figuras, surgidas de un tiempo convulso, que llevarán en sí las características del grupo social en el que se forman.

Ninguno de nuestros próceres independentistas será plano, todos tendrán matices. De algunos la historia, por motivos de conveniencia, recordará tan solo determinadas aristas, segando así la comprensión del pasado, que deberá ser tarea de las futuras generaciones, obligadas a reconstruir las bases de su Nación.

Si partimos del hecho de que presente y pasado se retroalimentan, entonces, comprender el pasado nos permitirá entender mejor el presente histórico, por lo que tratar de explicar fenómenos cardinales como la traición, o las deslealtades ocultas, es asunto primordial.

Una de las figuras más complejas de las que obtuvieron protagonismo tras el estallido revolucionario de 1868 es Julio Sanguily Garrite. Durante décadas la historia lo recordó —justamente— como el valiente joven habanero que con veintitrés años se fue a la manigua y en apenas tres pasó de soldado raso a general. Terminó lisiado, con una mano prácticamente inutilizada y luciendo una de las hojas de servicio más impresionantes del campo mambí. Su sola visión generaba, instantáneamente, romanticismo independentista en los jóvenes habaneros.

Su trayectoria de avezado militar en la Guerra Grande contrasta con lo ocurrido el 24 de febrero de 1895. El día en que reiniciaba la lucha por la definitiva independencia, Julio Sanguily fue apresado en su casa habanera cuando se suponía debía encabezar un alzamiento en el Parque Central.

Julio Sanguily (3)

Luego, estudios más acuciosos en ambos lados del Atlántico fueron descubriendo pruebas irrefutables que le situaban como agente pagado por España desde al menos 1889. Posteriormente se confirmó que actuó también como agente norteamericano. El historiador Rolando Rodríguez llega a considerarlo «el más grande traidor cubano de todos los tiempos».[1]

Todos estos datos son veraces, aun así, el análisis de su figura continúa siendo incompleto, pues deja sin respuestas preguntas más profundas: ¿Por qué Martí apoyó la designación, por parte de Gómez, de Julio Sanguily como jefe del alzamiento en el Occidente de la Isla a pesar de que existían suspicacias fundadas sobre él?

¿Por qué las autoridades españolas intentaron, por todos los medios legales, mantenerlo preso de por vida luego de su arresto, si en teoría era colaborador puntual probablemente desde 1883, y activo informante desde 1889?

¿Ignoraba Gómez el hombre en que se había convertido Sanguily, uno de los pocos cubanos que envió dinero al Generalísimo cuando sus hijos morían de hambre en Jamaica tras el Zanjón?

¿Si fue un traidor de tal magnitud, por qué vino a la guerra en 1897 y, en lugar de ser apresado por sus compatriotas, se le reconoció el grado de Mayor General?

Con el decursar del tiempo han aumentado las diferencias psicológicas entre las generaciones. Actualmente estamos lejos de la manera de entender el mundo propia de los cubanos que se lanzaron a la manigua el 10 de octubre. El dilema de Julio Sanguily refleja las contradicciones subjetivas de un grupo que trataba de sostener la pureza de sus ideales independentistas ante amenazas de diversa índole.

Como teorizó Marc Bloch, en ese ambiente social un hecho semejante sería excluido por «fuerza mayor», pues «la fidelidad a una creencia evidentemente no es sino uno de los aspectos de la vida general del grupo en el que ese rasgo se manifiesta».[2]

Debemos centrarnos entonces en el cambio de filosofía del hombre, en la traición a sí mismo como símbolo de la decadencia física y moral del Mayor General Sanguily.

Julio Sanguily, un hombre hecho a sí mismo

Julio Sanguily fue el segundo de cuatro hermanos que quedaron huérfanos de niños. Cuando se alzó en armas, sin prevenir a su hermano Manuel para evitar que le siguiese, este último —cuya «primera pasión será pasión varonil, esencialmente masculina, el amor idolátrico a su hermano Julio», como escribió Manuel de la Cruz—,[3] demostró que no estaba dispuesto a perder el único vínculo de sangre que le quedaba, aun cuando significase dejar su prometedor futuro como letrado e intelectual, de modo que se unió a la manigua. En el futuro, y a pesar de la honradez y prestigio de Manuel, esa relación filial le llevará a mirar para otro lado ante las deslealtades y vicios del Mayor General Julio Sanguily.

Julio Sanguily (3)

La destacada carrera militar de Julio durante la Guerra de los Diez Años ha sido tratada; no obstante, dentro de ella es crucial entender dos asuntos. Primero, los vínculos entre él y Máximo Gómez, que sin llegar a ser relaciones de clientelismo fueron cruciales para apuntalarlo, en el futuro, ante las dudas y desconfianzas que respecto a él tendrían José Martí, Vicente García, Tomás Estrada Palma o Serafín Sánchez. 

Y en segundo lugar, que la aureola de héroe con la que Sanguily termina este conflicto será fundamental, pues lo tornará figura indiscutible a la que la juventud habanera tratará de emular; ello, unido a la férrea defensa de Gómez, propiciará que el Apóstol, pese a no confiar en él, le otorgue el mando del alzamiento en la capital cuando ya era evidente que no jugaba limpio. Sencillamente no se podía prescindir de su renombre como figura pública. El aura del guerrero encubría las deslealtades.

Existen numerosos ejemplos que ilustran la confianza y respeto depositados por el Generalísimo en Julio Sanguily. En su Diario están detallados con precisión, pero basta la carta en que comunica al secretario de Guerra la renuncia de Sanguily y su estado mayor, ante la oposición de los villareños, encabezados por Carlos Roloff y Serafín Sánchez: «en todo caso que hubiese algún motivo de queja por alguna orden de la Jefatura de Ia División, la responsabilidad es solo de este Cuartel General que la aprobó y autorizó».[4]

Esas palabras, de puño y letra de Gómez, servirán de escudo ante denuncias futuras sobre los negocios turbios de Sanguily relacionados con los españoles.

El Generalísimo terminaría arrepintiéndose de ellas y asegurando que si Julio se incorporaba a la gesta independentista, debía ser juzgado antes por un Consejo de Guerra. ¿Qué había ocurrido en los más de veinte años que median entre ambas opiniones?

Héroes en los extremos

Concluida la guerra los Sanguily regresan a establecerse a La Habana. Aunque diferentes —opuestos en su actitud personal y moral— los hermanos van a ser interpretados como un todo por buena parte de sus contemporáneos. Especialmente Julio se beneficiará de la autoridad ética que irá ganando Manuel cómo abogado, polemista e independentista. Como resultado, en la concurrida Acera del Louvre, donde ardían las ansias y bullían los deseos de la juventud de la época, prevalecerá la historia mambisa de Julio arropada en la aureola de respeto impoluta que proyecta Manuel.

Julio Sanguily (5)

Manuel Sanguily

No tenemos una fecha exacta del origen de la infidelidad de Julio Sanguily a la causa revolucionaria —que a la larga terminará en traición y costará la vida a hermanos de lucha—, pero es posible afirmar que acaeció mucho antes de 1889, fecha del primer pagaré que se conserva dirigido por las autoridades españolas al cubano.

Sabemos que ya en 1883, gracias a la mediación de Julio, el célebre bandolero Carlos Agüero pudo abandonar legalmente el país. Cuatro años después, en 1887, la reina regente de España, por intermedio de los generales Martínez Campos y Castillo, recibe a Sanguily en Madrid, quien jura no volver a incurrir en «filibusterías» y jura lealtad a la Corona.

¿Es posible que el vínculo que se solidifica durante el gobierno del Capitán General Salamanca —al velorio del cual Sanguily enviara una corona fúnebre—, se inicie mucho antes de lo que consta en los registros que se conservan?

¿Cuál es la importancia real de Julio Sanguily en estos momentos? ¿Por qué la reina lo recibe si no es, ciertamente, la figura más influyente del separatismo en Cuba?

La generación del 68 no fue nada homogénea. Incapaces de encontrar en la guerra la unidad imprescindible, no todos asumieron de igual manera el fracaso de los ideales que significó el Pacto del Zanjón. Algunos, como Julio, arruinados física y económicamente en la flor de la vida, comenzaron a preocuparse por sí mismos en espera del regreso de algo que era cada vez más una utopía. Ello, unido a las secuelas sociales de una guerra terrible, acució su innata tendencia de supervivencia y vida al límite. La ruptura entre el general y un hombre vencido por sus demonios fue el resultado.

El caso de Julio Sanguily se agrava por ser una persona atrapada por sus vicios, esclavo de ellos, adicto a todo tipo de apuestas —en especial las barajas—, a las mujeres y con un tren de vida muy por encima de sus posibilidades. Tales rasgos se evidenciaban desde antes de finalizada la Guerra Grande, pero en la paz se verán desbocados y llegarían a consumir el legado del jefe mambí.

Su exilio neoyorkino, al cual arribó en encomienda diplomática a finales de 1876, había acrecentado esos vicios. Algunas fuentes sitúan en ese momento el primer acercamiento de la inteligencia americana al general, pero no parece demostrable.

Cronología de una decadencia

Antes de concluida la guerra, durante la permanencia de Sanguily en Nueva York, Tomás Estrada Palma, entonces ex-presidente de la República en Armas, debió solicitarle más dedicación para ayudar a los que aún combatían en Cuba. Allí le encuentra la firma del Zanjón, se hace ciudadano americano en agosto de 1878 y retorna a Cuba a finales de ese mes.

Durante la Tregua Fecunda sobrevive entre La Habana y Matanzas, con la etiqueta de comerciante e intercalando viajes al ingenio Azopardo, en la localidad de Unión de Reyes. El general es un símbolo donde quiera que va, recibe halagos en el campo y la ciudad, pues su imagen basta para definir la guerra: la mano y un pie inservibles, el alma rota y el deseo de conseguir dinero a toda costa para mantener los elevados gastos que asume tras su matrimonio.

Los hermanos Sanguily encarnan el independentismo en La Habana (separatismo o filibusterismo para los españoles), Manuel es el verbo rutilante y Julio, los despojos románticos de la guerra, que hace a los jóvenes quitarse el sombrero a su paso.

Julio Sanguily (6)

Manuel va hacia el reconocimiento y la luz, Julio se va quedando a la sombra, en un retroceso físico y espiritual que aboca a la degradación definitiva. En este viaje del héroe al antihéroe consigue un imposible, poner de acuerdo a José Martí y al Capitán General Camilo Polavieja. Cada uno, por su cuenta, lo caracteriza de manera exacta: «Julio Sanguily es un hombre necesitado de dinero».[5]

Para conseguirlo, valiéndose de sí mismo, o del traje de general mambí que aún era su cuerpo, comienza a colaborar con la inteligencia española para capturar a los bandidos, erigidos en ese período símbolos de resistencia y rebeldía contra el gobierno colonial.

No obstante, jugador consumado, guarda un as bajo la manga de la mano buena: mientras cobra de España, colabora con Manuel García y otros bandidos de menor renombre. El dinero le entra en ese juego de bandos, donde acostumbra a ganar tiempo con promesas y poses. Pero en ese arte de prestidigitador agonizante, consolidado como un mitómano peligroso, necesita la llegada de sucesos definitivos, sabe que no es eterno el arte de doblar apuestas.

¿La gran traición?

Como antes lo estuvo para el Plan Gómez-Maceo, Sanguily se declara disponible ante el Partido Revolucionario Cubano y José Martí. El Apóstol duda, quiere conocer al hombre; lo hace y las dudas no se despejan pues algunos rumores parecen ciertos, aunque se presente como el Mayor General Julio Sanguily, no es ya el revolucionario que una vez fue.

Sin embargo, apremiado de tiempo, Martí se fía en los criterios de Máximo Gómez, Antonio Maceo y el propio Estrada Palma, que conocen de la influencia de Julio, su hermano Manuel y su círculo —José María Aguirre, Pedro Betancourt, entre otros— en La Habana y Occidente. Decide apostar por el veterano mambí, pero, aunque confiere el nombramiento a Julio, es Juan Gualberto Gómez el motor real detrás de la insurrección.

Llegado el día del alzamiento, desoyendo los acuerdos asumidos el 17 de febrero de 1895, Julio Sanguily permanece en su casa. Allí fue apresado, horas después. Lo mismo ocurre con José María Aguirre cuando estaba cerca de la estación de Palatino.

El alzamiento en Occidente agoniza, las calamidades se suceden: el fallido grito de Ibarra, el asesinato del bandido Manuel García —algunos datos apuntan a que ya había sido nombrado coronel o capitán por el propio Sanguily—, la captura de Francisco Carrillo y la sombra de la delación ciñéndose sobre los conspiradores.

El jefe nombrado era Julio Sanguily, quien tenía empeñados su revólver y machete en la tienda La Equitativa. Esto se lo había informado a Antonio López Coloma en carta del 9 de febrero: ¿un as en la manga para un hipotético juicio si fallaba el alzamiento?, ¿una estratagema para acogerse al acuerdo Collantes-Cushing —el cual impedía que ciudadanos norteamericanos fuesen juzgados por tribunales militares españoles—, como hicieron luego Aguirre y Carrillo?

Sea como fuere, en el juicio los españoles señalaron que se había encontrado un caballo con una silla preparada para el general Sanguily, que dada su discapacidad necesitaba ciertas modificaciones, entonces: ¿vendió el alzamiento Julio Sanguily?, y si lo hizo: ¿por qué los españoles se ensañaron con él, condenándolo a cadena perpetua?

Julio Sanguily (2)

Este artículo pretendía resolver la pregunta: ¿quién fue Julio Sanguily?; sin embargo, acaso su vida, difusa y caótica como la de pocas figuras cubanas, explique el dramático enigma de la Revolución del 68.

En ese ciclo constante, que solo se extingue con la muerte, los honores conseguidos deben ser honrados, sino la traición es doble, demoledora. No es un caso aislado, por demás, este de héroes autofágicos; en Cuba casi son plaga. En su caso, la ascendencia y popularidad de que gozó en vida, sirvieron para aplacar los rumores que como pesadas tormentas se ciñeron sobre su figura.

El dilema de los héroes que se devoran a sí mismos mientras mantienen una imagen perfecta no comenzó con Julio Sanguily, pero nadie como él encarna las características del intocable que forja en la guerra relaciones de subordinación o clientelismo, que blindarán deslealtades futuras.

Esa condición de intocable se sustenta en muchos hechos y conexiones, pero ninguno como el solemne respeto profesado por su hermano Manuel, que lo sostuvo en su panteón de héroe de guerra hasta su muerte.

El caso Sanguily nos adentra, de repente, en un fenómeno que alcanzará, luego de 1902, matices de alarmante tradición: el de los héroes que se abocarán al lucro y los beneficios personales, amparados en los lazos irrompibles que crearon en un momento crucial de la defensa patria, para usarlos luego como escudo, perdiéndose, de paso, a sí mismos y a su causa.

***

[1] Rolando Rodríguez García: Cuba: las máscaras y las sombras: la primera ocupación, Editorial Ciencias Sociales, 2007.

[2] Apología para la historia o el oficio de historiador, Fondo de Cultura Económica, México, segunda edición en español, 2001.

[3] Tres caracteres; bocetos biográficos cubanos, ISAIAS-Manuel de la Cruz Fernández, Key West, 1889.

[4] Diario de Campaña del Mayor General Máximo Gómez, Edición de la Comisión del Archivo de Máximo Gómez, enero de 1940.

[5] En Obras Completas de José Martí, tomo III y VI, y en Relación documentada de mi política en Cuba; lo que vi, lo que hice, lo que anuncié, por el Teniente General Marqués de Polavieja, Madrid, 1898.

24 enero 2022 8 comentarios 4,7K vistas
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Disolución de la URSS (1)

La disolución de la Unión Soviética. Razones y lecciones

por Mauricio De Miranda Parrondo 3 enero 2022
escrito por Mauricio De Miranda Parrondo

El 25 de diciembre de 2021 se cumplieron treinta años de que fuera arriada la bandera roja con la hoz, el martillo y la estrella de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS) para ser reemplazada por la tricolor —blanca, azul y roja— de la Federación Rusa. Habían pasado sesenta y nueve desde la constitución del Estado multinacional soviético y setenta y cuatro de la toma del poder por los bolcheviques.

Este hecho puso fin a un proceso de desintegración iniciado poco después de que en el país comenzara una etapa de cambios orientada a reestructurar el sistema, que hizo crisis durante el largo período de estancamiento que caracterizó al gobierno de Leonid Brezhnev (1964-1982).

Tras los breves interregnos de Yuri Andropov (1982-1984) y Konstantín Chernenko (1984-1985) —ambos fallecidos, al igual que su predecesor, mientras ocupaban las máximas responsabilidades del Partido y el Estado soviéticos—, Mijaíl Gorbachov, entonces el más joven en el máximo liderazgo del país, fue elegido por el Buró Político del Comité Central para dirigir el Partido Comunista de la Unión Soviética (PCUS), lo que lo convertía, de facto, en el principal dirigente de acuerdo a la tradición impuesta por Stalin. A partir de 1988 añadió a ese cargo, como se hizo costumbre, el de presidente.

El país que heredó Gorbachov mostraba evidentes signos de crisis. La economía soviética estaba lastrada por una serie de fenómenos que habían conducido al estancamiento y posterior empeoramiento del nivel de bienestar de la sociedad; la URSS se empantanó en una guerra de desgaste en Afganistán que pondría fin al mito de invencibilidad del ejército soviético; se había desarrollado un movimiento disidente encabezado por intelectuales y científicos que era reprimido despiadadamente; mientras, la propaganda política del Partido perdía credibilidad debido a la distancia entre las consignas y convocatorias políticas y la realidad del país.

Adicionalmente, y no por ello menos importante, el sistema político estaba en franca descomposición ante el inmovilismo de la burocracia en el poder, más preocupada por conservar sus beneficios y mantenerse fuera del escrutinio de la sociedad que por asumir su responsabilidad y liderazgo en la transformación social.

El estancamiento económico

En los años ochenta se hizo evidente el agotamiento del sistema de planificación centralizada, que había funcionado con ineficiencia en condiciones de una abundancia relativa de factores de la producción, generando un modelo de crecimiento extensivo. Sin embargo, el mismo no era sostenible dado el encarecimiento de las materias primas y combustibles, unido al retraso tecnológico respecto a países capitalistas desarrollados en la mayor parte de las ramas de la industria y la agricultura, con excepción de las industrias de armamentos y aeroespacial, que les obligó a importar maquinarias y bienes intensivos en capital y tecnología, deteriorando la balanza de pagos.

Se hacía necesario transitar hacia un modelo de crecimiento intensivo, basado en la mayor productividad de los factores de producción, pero el sistema no logró hacerlo. Mientras el producto interior bruto (PIB) creció a un ritmo promedio anual de 9,6% en el período 1971-1975, y de 6,5% entre 1976-1980; entre 1981-85 fue de -0,6% y entre 1986-90 de -2,8%. En 1991 la variación del PIB fue de -2,4%.[1]

La carrera de armamentos con que la URSS competía con los Estados Unidos (EE.UU.) por el predominio estratégico global, condujo a un incremento notable del gasto militar en ambos países, pero con efectos más nocivos para el caso soviético, cuya economía era más pequeña y menos desarrollada que la norteamericana. Sostener un nivel de gasto militar para mantener la paridad nuclear con EE.UU., solo podía lograrlo la URSS al retirar recursos de la producción de bienes y servicios, especialmente de aquellos dirigidos a satisfacer necesidades de consumo.

A partir de 1983, cuando el presidente Reagan anunció la Iniciativa de Defensa Estratégica —conocida como Guerra de las galaxias—, la URSS también incrementó sus inversiones en armas nucleares de largo alcance. En consecuencia, comenzaron a escasear bienes de consumo industriales e incluso alimentos esenciales. Los precios subían y las colas para adquirir estos bienes se fueron haciendo más frecuentes, lo cual contradecía la propaganda política que definía a la URSS como un «país socialista desarrollado».

La agricultura era el talón de Aquiles de la economía. La producción agrícola se contrajo en -6,4% y -2,8% respectivamente entre 1980 y 1981, a pesar de que se incrementaban las inversiones en el sector. En los años comprendidos de 1984 a 1987, la contracción fue del -5,8% promedio anual. Luego de crecimientos irregulares entre 1988 y 1990, en 1991 se desplomó en -10,7%.[2]

El déficit de oferta de alimentos ante la demanda llevó a la necesidad de incrementar importaciones, con el consecuente deterioro de la balanza de pagos. De todas formas, a mediados de los ochenta comenzó a agudizarse la escasez de ciertos productos tradicionales en la dieta de la población rusa.

Desde principios de los ochenta tomó auge el mercado informal que tradicionalmente había existido en la economía soviética. En él, los precios crecían aceleradamente debido a la escasez en los mercados oficiales controlados por el Estado. Ello contribuyó al desarrollo de mafias organizadas que pactaban con las autoridades en un denso entramado de corrupción que, aunque afectaba a todo el país, era particularmente efectivo en algunas de las repúblicas periféricas, especialmente las de Asia Central y el Cáucaso.

En tales condiciones, la URSS entró en una crisis estructural que requería de una transformación esencial. Este fue el contexto en que Gorbachov concibió la Perestroika, que se traduce del ruso como Reestructuración.

Disolución de la URSS (2)

Póster soviétivo del artista O. Ulanov, sobre la Perestroika.

La crisis de confianza

A la altura de los años ochenta, la sociedad soviética vivía una severa crisis de confianza. El modelo político burocrático había agotado sus posibilidades. La economía no satisfacía las expectativas de la población que había hecho inmensos sacrificios durante generaciones con la esperanza de alcanzar un socialismo desarrollado que se reflejara en el mayor bienestar de la sociedad.

El liderazgo político del PCUS mantenía un discurso triunfalista que poco tenía que ver con la realidad cotidiana de los ciudadanos, y ese alejamiento, unido al estancamiento económico del país, erosionaron la confianza de la sociedad en su liderazgo, convertido para la fecha en una gerontocracia.

La corrupción abarcaba todos los niveles. Mientras tanto, mafias organizadas con la complicidad de los órganos del Partido, la administración, la policía y la seguridad del Estado, se enriquecían con actividades ilegales, lo que les permitió comprar gran parte de las propiedades privatizadas luego.

El Partido Comunista se había convertido en una estructura anquilosada. Preocupados por mantener el status quo a toda costa, sus dirigentes perdieron cualquier vestigio de liderazgo político basado en el ejemplo, y con ello lo que podía quedar de su pasado revolucionario desde los tiempos de Lenin. Ser miembro del PCUS era una condición para progresar en la estructura burocrática y, en consecuencia, obtener prebendas como: dietas extraordinarias, viajes al extranjero, coches privados o del Estado, y casas de campo (dachas) para las vacaciones en el caso de dirigentes de alto nivel.

Remontar tal crisis de confianza requería una profunda trasformación del sistema político, que lejos de ser una democracia socialista se había convertido —desde sus primeros tiempos cuando se erosionó el poder de los soviets— en un régimen autoritario, burocrático y profundamente conservador. Desde el comienzo de sus reformas, Gorbachov debió enfrentar la resistencia de los grupos conservadores dentro de la dirigencia.

Al principio usó los mismos métodos autoritarios para apartar a quienes eran obstáculos; sin embargo, la complejidad de las estructuras del Partido y el Gobierno hacían prácticamente imposible lograr una transformación profunda solo «desde arriba». Por esta razón, además de la reestructuración económica, Gorbachov se planteó la democratización tanto del Partido como del Estado en tanto necesidad imperiosa, asociada al proceso de reformas económicas. Este no fue un proceso inmediato, sino paulatino. Mientras se agudizaban las contradicciones políticas de la sociedad, estallaron conflictos nacionales y se deterioró la situación económica.

Disolución de la URSS (3)

Gorbachov y Reagan (Foto: Reuters)

La democratización no era posible sin eliminar la censura informativa, lo cual llevó al otro pilar de las reformas: la Glasnost (Transparencia). Gorbachov trató de terminar lo que había iniciado Nikita Jruschov con la «desestalinización». Sin embargo, la pertenencia de este último al máximo liderazgo desde los tiempos de Stalin, lo hacía partícipe de muchas de las decisiones criminales que afectaron a la sociedad soviética de aquellos años.

Con la Glasnost se denunciaron los procesos injustos que condenaron a miles de ciudadanos al cadalso o a campos de trabajo forzados, conocidos como Gulags. Se produjo la rehabilitación total de miles de comunistas sacrificados en el altar del estalinismo, pero también de miles de disidentes encausados bajo la dudosa figura jurídica de «actividades antisoviéticas».

Fueron publicados cientos de libros prohibidos desde la época soviética, tanto novelas como testimonios —algunos de los cuales circulaban clandestinamente—, entre los que destacan: Doctor Zhivago (Borís Pasternak), Archipiélago Gulag (Alexander Solzhenitsin), Relatos del Kolimá (Varlám Shalamov), Contra toda esperanza (Nadezhda Mandelstam), Días malditos (Ivan Bunin), Diarios de la Revolución de 1917 (Marina Tsetáieva), Lo que no puedo olvidar (Anna Lárina), y la serie de Vitali Shentalinski sobre los archivos literarios del KGB (La palabra arrestada, Esclavos de la libertad y Crimen sin castigo).

La Glasnost y la democratización se convirtieron en instrumentos de Gorbachov para enfrentar la resistencia de las estructuras burocráticas, con fuertes intereses políticos y económicos, cuyo poder podía ser erosionado con las transformaciones.

La caja de Pandora y las limitaciones de Gorbachov

Las reformas de Gorbachov tuvieron el efecto que en la tradición mitológica griega se atribuye a la apertura de la caja de Pandora, en la que Zeus había colocado todos los males del mundo que al emerger causaban el caos. Los males no fueron creados por sus reformas, solo se hicieron evidentes con ellas.

Gorbachov aspiraba a reformar el «socialismo» soviético volviendo a la tradición leninista y al poder de los Soviets, sin tener en cuenta que bajo Lenin se destruyó la democracia y la llamada dictadura del proletariado se convirtió —como había alertado Rosa Luxemburgo— en una dictadura del partido bolchevique y más concretamente de su dirigencia. Ello impidió, en la práctica, que pudiera realizarse la supuesta propiedad social, toda vez que los miembros de la sociedad no tenían la capacidad para hacer valer su condición de propietarios colectivos.

Durante los primeros años de la Perestroika no se abordaron transformaciones estructurales profundas que apuntaran a reemplazar el agotado sistema de planificación centralizada por mecanismos de planificación a nivel macroeconómico y mecanismos de mercado en el resto de la economía, otorgando autonomía real a las empresas y permitiendo el desarrollo de actividades económicas privadas. La mentalidad de la excesiva centralización de las decisiones se mantuvo en el ejercicio de la dirección económica y política de la sociedad.

Disolución de la URSS (4)

El contexto internacional que enfrentó Gorbachov fue también complejo. Su iniciativa diplomática a favor de acuerdos para la distensión internacional fue bien recibida en el mundo, pero no en el complejo militar-industrial soviético, acostumbrado a manejar inmensos recursos del presupuesto del Estado que ahora debían desviarse hacia las industrias de bienes de consumo para mejorar el nivel de vida de la población. A esto se añade que la guerra de Afganistán consumía ingentes recursos económicos y humanos, sin horizonte visible de victoria.

Por otra parte, sus reformas fueron acogidas en apariencia por la mayor parte de los líderes del campo socialista, pero en realidad eran obstaculizadas por ellos. El liderazgo del campo socialista europeo había sido conformado en la línea política trazada por Brezhnev y, salvo en el caso de Polonia, no había cambiado significativamente. De ahí que, al igual que en la URSS, eran gerontocracias afirmadas en el poder con densas estructuras burocráticas.

En el orden interno, la eliminación de la censura permitió evidenciar profundas contradicciones internas entre las diversas nacionalidades de la Unión. Reaparecieron demandas nacionalistas de independencia, no solo en las repúblicas bálticas —anexadas por la fuerza en 1940 y nuevamente en 1944—, sino también en los territorios del Cáucaso, Ucrania y Asia Central, e incluso en algunas de las repúblicas autónomas de la propia Rusia. De hecho, tanto en Ucrania como en Georgia y Armenia, donde hubo intentos independentistas sofocados por el Ejército Rojo en los primeros años del régimen soviético, florecieron nuevamente al amparo de las nuevas libertades.

Gorbachov debía enfrentar, al mismo tiempo, las tendencias nacionalistas e independentistas dentro de la URSS; la crisis económica desatada por unas reformas que no apuntaron a la estructura misma del sistema; las fuerzas conservadoras dentro del sistema político, las fuerzas armadas y la seguridad del Estado; y también a las fuerzas reformistas radicales que buscaban una ruptura radical con el pasado. Mientras tanto, la confianza de la sociedad en él se deterioraba ante la evidencia del caos económico y político. Todo ello facilitó el intento de golpe de Estado de agosto de 1991 que, si bien fracasó, condujo a la desintegración de la Unión Soviética.

Las lecciones

La disolución de la Unión Soviética puso fin a un proyecto de país y representó la conclusión del proceso de derrumbe del «socialismo real» como sistema. Esto no fue resultado de «la traición de Gorbachov», como sostienen muchos nostálgicos y acríticos del socialismo burocrático, sino consecuencia de la agudización de sus contradicciones internas, las cuales se mantenían ocultas bajo un sistema profundamente represivo.

El sistema se mostró irreformable porque las profundas transformaciones que requería eran de tal magnitud que significaban su reemplazo por otro diferente. El modelo de planificación centralizada no funcionaba adecuadamente, resultaba imprescindible permitir que los mercados tuvieran la posibilidad de ajustar las proporciones económicas bajo un mecanismo de regulación estatal que corrigiera las desproporciones que el mismo mercado genera.

Disolución de la URSS (1)

(Foto: Alain-Pierre Hovasse – Agencia AFP)

El sistema político debía ser democratizado, pero intentarlo bajo el dominio de un partido único, con larga tradición autoritaria, era una tarea que se demostró imposible. El PCUS tampoco funcionaba democráticamente en su vida interna y los debates profundos, cuando se producían, involucraban principalmente a la dirigencia.

Desde tiempos de Lenin, se habían suprimido las diversas corrientes políticas al interior del bolchevismo y se aniquilaron políticamente las socialistas no bolcheviques. Los cambios en la dirigencia se producían tras el funeral del máximo líder o mediante un golpe palaciego, nunca a través de un mecanismo auténticamente democrático. La consigna «todo el poder para los soviets» dio paso a la conformación de una estructura en la que estos organismos, que debieron ser base de la democracia soviética, cedieron ante la presión de la burocracia partidista.

Tras el fin del sistema soviético, en Rusia y las antiguas repúblicas que hacían parte de la Unión se restableció el capitalismo. En la mayor parte de ellas se han sostenido sistemas autoritarios, y en muchos casos se ha fomentado el culto a la personalidad de los antiguos líderes comunistas, devenidos nacionalistas, que erigieron estructuras de poder nepóticas y profundamente corruptas. Gran parte de los oligarcas de hoy eran delincuentes durante la época soviética y otros provienen de las estructuras del partido, el gobierno, las fuerzas armadas y la Seguridad del Estado.

El daño causado por el régimen soviético al socialismo como proyecto político y económico tiene inmensas proporciones, porque en la práctica ha reducido las posibilidades de la construcción del socialismo a la condición de utopía.

Este espacio resulta insuficiente para un análisis de tal alcance. Sin embargo, resulta imprescindible enfatizar que los intentos de sostener el sistema burocrático establecido como «socialismo real», sobre todo en condiciones de crisis económica estructural, solo conducirá a su derrumbe y a su reemplazo por un capitalismo que dejará de ser de Estado para ponerse al servicio de los intereses de las mafias aliadas a las estructuras corruptas del poder.

***

[1] Cálculos del autor con base a UNCTAD (2021) UNCTADStat.

[2] Ibídem

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Guiteras (1)

Guiteras y los socialismos vernáculos*

por Rafael Rojas 24 noviembre 2021
escrito por Rafael Rojas

En los mismos años en que se extendía la ola revolucionaria en Centroamérica y el Caribe hispano, en Cuba se producía un amplio y heterogéneo movimiento social y político contra la dictadura de Gerardo Machado. Este general de la Guerra de Independencia de 1895, que había sido alcalde de Santa Clara durante la primera ocupación norteamericana de la Isla, entre 1898 y 1902, y que durante las primeras décadas republicanas había militado en el Partido Liberal, llegó a la presidencia en 1925.

Como José Miguel Gómez y Alfredo Zayas, otros dos líderes liberales, Machado había participado en un levantamiento armado contra el conservador Mario García Menocal en 1917, y su campaña presidencial, bajo la consigna de «agua, caminos y escuelas», logró el apoyo de los elementos más renovadores del liberalismo cubano. Sin embargo, en 1927, con apenas dos años de gobierno, Machado propuso reformar la Constitución de 1901 para asegurar una prórroga de poderes por dos más, con el fin de ganar tiempo y preparar su reelección.

Aprovechó la reforma para reforzar su poder por medio de la extensión del período presidencial a seis años, la eliminación del cargo de vicepresidente, el aumento de las iniciativas de ley por parte del ejecutivo y la creación de un Consejo de Estado. El proyecto de reforma constitucional, que sería aprobado por un congreso constituyente, se vio ligado desde un inicio a las relaciones bilaterales con Estados Unidos, toda vez que Machado lo incorporó a la agenda de un viaje a Washington, en abril de 1927, donde lo expuso al presidente Calvin Coolidge. En esa visita, Machado habría planteado al gobierno de Estados Unidos la idea de derogar la Enmienda Platt.

Las primeras reacciones contra el reeleccionismo de Machado provinieron del propio Partido Liberal que lo llevó al poder. Carlos Mendieta Montefur, coronel de la última guerra de independencia, envió una carta abierta al presidente en la que le pedía no violar «las prácticas de la democracia ni las más rudimentarias de la equidad y la justicia». Y advertía: «acuérdate que no has escalado el poder para conculcar las libertades sino para mantenerlas con todo vigor patriótico. Vuelve los ojos hacia el pasado reciente de nuestra República y hojea el libro de la experiencia, cuyas páginas se han escrito con sangre de hermanos».

Machado respondió con una frase que denotaba la subestimación de la nueva generación por la vieja: «nada es más perjudicial a la salud de la República que lanzar a la juventud universitaria, inexperta, cándida y tan llena de ideales hermosos…, a campañas políticas interesadas y fogosas».

Uno de los primeros posicionamientos contra la reforma constitucional provino, precisamente, de los jóvenes del Directorio Estudiantil Universitario, organización a la que entonces pertenecía el líder estudiantil Antonio Guiteras Holmes. En un manifiesto a la opinión pública, en abril de 1927, los miembros del Directorio afirmaban que la prórroga de poderes era un «atentado a las libertades y a la soberanía del pueblo cubano» y que la promesa de una derogación de la Enmienda Platt no debía aceptarse a cambio de la instauración de una dictadura. En 1927 Guiteras no creía necesaria una reforma constitucional en Cuba, sobre todo si la misma servía para perpetuar a Machado.

Guiteras (2)

El presidente de Estados Unidos Calvin Coolidge, a la izquierda, junto a Elvira Machado, esposa de Gerardo Machado, y este, a la derecha, junto a la esposa de Coolidge, Grace, en La Habana en 1928. (Foto: Associated Press)

Al final, la reforma constitucional se aprobó en 1928, pero sin la prórroga inmediata de poderes, por lo que el presidente se presentó a la reelección aquel año. Sin embargo, la idea de un sexenio machadista, que se extendería de 1929 a 1935, molestaba profundamente a varios sectores de la población y provocó la radicalización de la juventud opositora. La gran movilización juvenil, que arrancaría en 1930 y sacudió a los sectores tradicionales de la primera República cubana, fue el punto de partida de una transformación profunda de la sociedad y el Estado sin la que es imposible comprender el proceso revolucionario posterior.

Unos años después del manifiesto de 1927, siendo miembro de Unión Revolucionaria, Guiteras cambia de posición y piensa que Machado debe ser reemplazado por un «gobierno provisional», llamado a crear «un régimen en concordancia con las nuevas orientaciones político-sociales que han aparecido en el mundo desde que fue redactada la Constitución de 1901, que asegura para Cuba vida libre de opresiones nacionales y de injerencias extrañas».

Su valoración de la Constitución de 1901 continuaba siendo positiva, no obstante, ahora contemplaba la necesidad de una reforma profunda desde el gobierno, que colocara a Cuba en el panorama de las izquierdas revolucionarias y populistas de la región.

El gobierno provisional, a su juicio, debía durar solo dos años, luego de los cuales se organizaría un plebiscito y se haría un censo para convocar elecciones a un nuevo congreso constituyente. Aquel primer programa guiterista proponía, entre otras medidas de beneficio social, la nacionalización de los servicios públicos (ferrocarriles, ómnibus rurales y urbanos, compañías de expreso, cables, telegrafía sin hilos, teléfono, alumbrado eléctrico, gas y agua).

Además de esos pasos en la dirección de un reforzamiento del papel económico del Estado, en sintonía con las tesis keynesianas y de la London School of Economics, Guiteras suscribía elementos del reformismo agrario mexicano y centroamericano, mediante leyes contra el latifundio, la extensión del sufragio universal, directo y secreto, para hombres y mujeres mayores de veintiún años, la autonomía del poder judicial y de la educación universitaria.

Con esa claridad programática a sus veintitantos años, no es raro que el joven graduado de Farmacia en la Universidad de La Habana se convirtiera en una de las figuras centrales del nuevo gobierno revolucionario. La Revolución cubana del 33 fue muy heterogénea, pero tuvo tal vez en Guiteras el punto de intersección de todas sus corrientes políticas: los comunistas partidarios de la línea soviética, los socialistas antiestalinistas de tendencia anarquista o trotskista, los nacionalistas revolucionarios de izquierda, los nacionalistas revolucionarios de centro o de derecha, los populistas cercanos a las posiciones del APRA y los viejos liberales y conservadores de las primeras décadas republicanas.

La Revolución contra Machado hizo emerger un espectro de asociaciones y partidos que, creados antes o durante la dictadura, transformaron el sistema político insular: Partido Comunista de Cuba (PCC), Confederación Nacional Obrera de Cuba (CNOC), Directorio Estudiantil Universitario (DEU), Ala Izquierda Estudiantil, Unión Revolucionaria, Partido Bolchevique Leninista, Unión Nacionalista, Partido Liberal, ABC….

Entre sus líderes se encontraban miembros de los viejos partidos Conservador y Liberal, como Mario García Menocal, Miguel Mariano Gómez, Carlos Mendieta Montefur y Roberto Méndez Peñate, que se levantaron en armas en 1931 contra Machado; militantes comunistas como Rubén Martínez Villena, que organizó las principales huelgas del movimiento obrero; líderes universitarios como Ramón Grau San Martín, Carlos Prío Socarrás o Eduardo Chibás; periodistas como Sergio Carbó, o intelectuales como Joaquín Martínez Sáenz, Jorge Mañach, Francisco Ichaso y Juan Andrés Lliteras, fundadores del ABC, un partido catalogado erróneamente como «fascista» por buena parte de la historiografía oficial cubana.

Guiteras (3)

Sergió Carbó (2-izq.), de blanco, en una foto junto a Ramón Grau San Martín (izq.), Fulgencio Batista (cent.) y otros políticos y militares cubanos en 1933. (Foto: latinamericanstudies.org)

La conspiración del partido Unión Nacionalista había arrancado desde fines de los años veinte, y prueba de su heterogeneidad fue la aproximación a la misma de Julio Antonio Mella y otros jóvenes de izquierda. Los conspiradores, viejos revolucionarios del XIX, buscaron apoyo en Washington y Nueva York y organizaron una expedición del Havana Yacht Club a Río Verde, Pinar del Río, en el verano de 1931.

Otro grupo, que también logró soporte en Estados Unidos —encabezado por los tenientes Emilio Laurent y Feliciano Maderne, y apoyado por jóvenes políticos como el ya citado Sergio Carbó, Lucilo de la Peña y Carlos Hevia—, desembarcó en Gibara, provincia de Oriente. Ambas sublevaciones fueron rápidamente neutralizadas por el ejército de Machado y sus principales líderes, encarcelados, aunque pocos meses después los amnistiaron.

El ABC surge justo en el verano de 1931, a partir de una lectura crítica del fracaso de aquellas revueltas armadas. Sus líderes eran Martínez Sáenz, Mañach, Ichaso y Lliteras; respaldados por intelectuales y políticos de la misma generación como Emeterio Santovenia, Carlos Saladrigas, Ramón Hermida, Gustavo Botet, Orestes Figueredo, Juan Pedro Bombino… Algunos, como Bombino y Figueredo, provenían del Directorio Estudiantil; otros, como Mañach, derivaban del Grupo Minorista desde la década anterior.

La identidad juvenil del movimiento se tradujo en una valoración sumamente crítica del rol de la generación anterior, que, a su entender, había logrado la independencia pero era incapaz de encabezar la construcción de una república moderna en el siglo XX, abierta al nuevo repertorio de derechos sociales de la ciudadanía.

La perspectiva generacional y el concepto político de la «juventud», en el espacio latinoamericano, habían marcado todo el itinerario de la izquierda no comunista: el movimiento estudiantil de Córdoba, la lucha por la autonomía universitaria, la Revolución Mexicana, José Vasconcelos, Víctor Raúl Haya de la Torre, el APRA… Varias corrientes de la Revolución del 33, en Cuba, como el DEU, el Ala Izquierda, ABC y La Joven Cuba, comparten ese proceso de invención conceptual de la juventud como sujeto político.

El «Manifiesto-programa» del ABC, que comenzó a circular en 1932, planteó el asunto de una manera precisa. Luego de señalar que la aspiración de la nueva «organización» —también llamada «movimiento», raras veces «partido»— era la «renovación integral de la vida pública cubana», es decir, no solo «acabar con el régimen tiránico» de Machado sino «también remover las causas que lo han determinado, y mantener efectivamente organizada a la opinión sana del país en una fuerza permanente para la realización y defensa de los intereses nacionales», Mañach, Martínez Sáenz, Ichaso y Lliteras explicaban:

El ABC es característicamente un movimiento de juventudes, porque la evolución nacional en los últimos treinta años ha demostrado que una gran parte de los males de Cuba se derivan de que la generación del 95 ha secuestrado para sí la dirección de los asuntos públicos, excluyendo sistemáticamente a los cubanos que alcanzaron la plenitud civil bajo la República. Después de cumplir, gloriosamente, su misión histórica, la conquista de la independencia, esa generación tuvo que servir de puente entre la Colonia y la República. Pero desde sus primeros pasos en su gestión republicana, puso de manifiesto su falta de aptitud para la labor civil de organizar y defender el nuevo Estado. Impedida, por el mismo empeño libertador, de adquirir la preparación doctrinal y técnica necesaria; fatigada de la tensión política; minada por las rivalidades y el espíritu de caudillismo que toda guerra de emancipación naturalmente engendra, esa generación no ha sabido, ni en el Poder ni en la Oposición, organizar las defensas de la nacionalidad. Dominó, sin embargo, de tal modo el sistema político nacional, que los jóvenes admitidos en el mismo, han sido únicamente los que se mostraron dispuestos a aceptar sus condiciones y contagiarse de sus vicios, estableciéndose así una selección a la inversa: la selección de los peores.

Estos jóvenes revolucionarios reiteraban que aquella generación estaba «políticamente liquidada» y que era preciso «sustituirla» porque podía «imputársele el fracaso de la primera etapa republicana» de Cuba. Tal visión se hallaba sumamente extendida entre los diversos grupos y asociaciones antimachadistas, incluso entre los comunistas, aunque la ortodoxia doctrinal del marxismo-leninismo los llevara a negar o subestimar el conflicto generacional, frente al conflicto de clases, al que consideraban determinante en una sociedad moderna.

En diversos escritos de Mella, Martínez Villena o Marinello, es detectable la idea de que la generación del 95 había traicionado los ideales de soberanía y justicia. Sin embargo, algunos como Martínez Villena o el intelectual de izquierda Raúl Roa, que no militaba en el Partido Comunista, juzgaron severamente el manifiesto del ABC. Su principal crítica era al método de lucha violenta de la organización, que definían como «terrorista», pero también cuestionaban la importancia que el programa daba a la «pequeña propiedad» dentro de la reforma agraria.

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Julio Antonio Mella

Hay algunas continuidades entre el ABC, el Partido Revolucionario Cubano (Auténtico) y el guiterismo —corriente socialista no comunista impulsada por Antonio Guiteras Holmes, dentro de la propia Revolución de 1933— ignoradas por la historiografía marxista-leninista, debido al cúmulo de dogmas y prejuicios frente a la izquierda nacionalista revolucionaria.

Desde que Guiteras rompe con los sectores que hegemonizaron la Revolución del 33, evidenció una visión crítica de las generaciones mambisas y un celo conceptual en torno a la idea de Revolución, que rápidamente lo distinguió de otros líderes de aquel proceso. En su conocido artículo «Septembrismo», publicado en abril de 1934 en Bohemia, reconocía la importancia del cuartelazo del 4 de septiembre por poner fin al gobierno «débil e impopular» —«por la mediocridad que caracteriza a todo gobierno de concentración»— y «mediatizado» de Céspedes.

También se oponía a quienes rechazaron sus decretos —«martillazos que rompían lentamente la máquina gigantesca que ahogaba al pueblo de Cuba»—, ya que «nuestro programa no podía detenerse simple y llanamente en el principio de la no intervención». Se refería, desde luego, a Batista, y también a líderes civiles como Sergio Carbó, que mencionaba por su nombre —y a Guillermo Portela y Porfirio Franca, que no mencionaba— como reacios al cambio. Pero no a José Miguel Irisarri o Ángel Alberto Giraudy, miembros del gabinete progresista de fines de 1933, que se incorporarían en 1934 a La Joven Cuba.

Aunque no cuestionaba públicamente a Grau San Martín, su compañero en el Gobierno de los Cien Días, y hasta reconocía que su actitud no había sido «estéril», Guiteras partía de una distinción entre verdaderos y falsos revolucionarios, que suponía una mirada crítica hacia las derivas políticas de la última generación mambisa en la política republicana. El «fracaso» de su breve gobierno progresista era la prueba de que «una revolución sólo puede llevarse adelante cuando está mantenida por un núcleo de hombres identificados ideológicamente, poderoso por su unión inquebrantable».

Había, sin embargo, semejanzas evidentes entre este concepto de Revolución, en el que se combinaban cohesión política y flexibilidad ideológica, y el de Batista, quien monopolizaría el uso oficial del término en Cuba hasta los años cincuenta.

En septiembre de 1934, a un año de la revolución del 4 de septiembre, decía Batista, en tono filosófico:

Cuando al hombre se sustrae de la rutina, de la costumbre de seguir lo trillado, le sucede como al niño al comenzar su colegio: todo al principio le azora y le sobrecoge; pero pronto atempera su espíritu al ambiente y se adapta a las nuevas formas de vida. Las revoluciones provocan siempre, al estallar, inquietudes y dudas; porque abren amplios paréntesis de incógnitas en la vida de los hombres. No hay que confundir a los movimientos revolucionarios reformadores con las simples revueltas. Estas son pasajeras; los efectos de aquéllos son permanentes o evolucionan. Cuando la marcha de los pueblos se estanca, los cambios se imponen.

Batista reiteraba una serie de núcleos discursivos de toda la tradición nacionalista revolucionaria: la distinción entre revolución y revuelta; la idea de la revolución permanente y la tesis de que, al menos en la historia de Cuba, cada revolución se originaba en el desencanto con una promesa previa de cambio revolucionario. Lo reiteraba más adelante, en el mismo texto, cuando aseguraba que en la primera República cubana, de 1902 a 1933, se habían anquilosado «castas y divisiones que dieron al traste con los ideales de nuestros mambises».

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Fulgencio Batista saluda a Sumner Welles, durante una visita a Washington en 1938. (Foto: Biblioteca del Congreso de Estados Unidos)

También compartía el meollo del nacionalismo revolucionario al identificar aquel estancamiento republicano con la «supeditación» de «nuestra república a los grandes intereses de factura extranjera, así como de los de raras influencias nacionales subordinadas a los anteriores».

Para Guiteras y sus seguidores era preciso entonces contraponer, al campo semántico de ese concepto oficial, otra manera de asumir y socializar el término Revolución. El Programa de La Joven Cuba es un documento donde no solo se lee esa resemantización, sino los contactos discursivos que establece dicho programa con otros movimientos de la izquierda nacionalista latinoamericana de los años treinta.

El Programa de La Joven Cuba

Para empezar, Guiteras iba más a fondo que Batista y, otra vez en sintonía con los programas del ABC y el PRC(A), cuestionaba la condición nacional de Cuba en 1934. No es que fuera una neocolonia, es que no era una nación, «a pesar de reunir todos los elementos indispensables para integrar una nación».

El Programa de La Joven Cuba, publicado como panfleto en octubre de 1934, en la imprenta del periódico habanero Ahora, es uno de los documentos más profundos de la literatura revolucionaria en América Latina. Los historiadores coinciden en que en la redacción del documento, firmado por el «Comité Central» de la organización, no solo intervino Guiteras, sino abogados vinculados al gobierno de Grau, como Irisarri y Giraudy, y el escritor y periodista Antonio María Penichet, incorporados luego a la corriente septembrista y a la breve experiencia de la asociación secreta TNT.

La profundidad ideológica del texto está directamente relacionada con la propuesta de agregar a las «unidades física, demótica, policial e histórica» de la nación cubana —ya existentes—, una «unidad funcional» —inexistente— que sería necesaria para «rebasar el estado colonial». Ese proceso, según La Joven Cuba, únicamente podría lograrse por medio del «Socialismo»: «para que la ordenación orgánica de Cuba en nación alcance estabilidad, precisa que el Estado cubano se estructure conforme a los postulados del Socialismo».

Frente al nacionalismo revolucionario hegemónico u oficial que trataba de impulsar Batista, el guiterismo proponía una visión radicalizada del cambio, introduciendo el concepto de «Socialismo», con mayúscula. No obstante, esa radicalización mantenía claras distancias con el socialismo de tipo comunista y, a la vez, no renunciaba a procedimientos propiamente reformistas, toda vez que se asumía como continuidad del programa de gobierno emprendido entre el 4 de septiembre de 1933 y el 15 de enero de 1934.

El «Estado socialista», decían los guiteristas, no era «construcción caprichosamente imaginada» o «mera utopía individual o hipnosis colectiva», sino una «deducción racional basada en las leyes de la dinámica social». Los términos son muy parecidos a los del lenguaje de los partidos comunistas latinoamericanos, pero el programa mostraba claras diferencias.

En ningún momento La Joven Cuba suscribía la doctrina del «marxismo-leninismo» ni elogiaba al proyecto soviético. Tampoco proponía la creación de un partido único o la estatalización de la economía. El programa defendía la «nacionalización o municipalización» de servicios públicos y, a la vez, el «fomento de la pequeña industria» privada.

Muy en la línea de la Revolución Mexicana, especialmente en su versión cardenista, los guiteristas proponían una reforma agraria que concediera tierras al campesinado pobre, nacionalizara los litorales y el subsuelo y creara granjas agrícolas cooperativas y estatales; pero sin desmantelar la red empresarial que operaba la industria, el comercio, la agricultura y la banca.

Las reformas previstas por La Joven Cuba incluían una amplia extensión de derechos sociales básicos a la población, pero también un reordenamiento del aparato de justicia y un combate permanente a la corrupción y la malversación de fondos públicos. En términos políticos se contemplaba una reforma electoral que hiciera efectivo el voto de cada persona mayor de 18 años y concediera el derecho al sufragio de las mujeres.

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Antonio Guiteras

En política exterior, suscribían las premisas del antimperialismo, rechazaban todos los tratados y convenios internacionales que perjudicasen a la nación, desconocían la deuda externa y llamaban a la convocatoria inmediata de un «Parlamento de América», integrado por «representantes de las asociaciones de productores, sindicatos de empleados y trabajadores y colegios de profesionales de todos los países de América».

¿A qué sonaba este reformismo radical, que mezclaba antimperialismo y panamericanismo y que apostaba a una diplomacia desde la sociedad civil, antes que desde el Estado? Definitivamente no al comunismo de los partidos aliados a Moscú, sino al aprismo peruano y chileno, al cardenismo mexicano y, en menor medida, a los nacientes populismos varguista y peronista en Brasil y Argentina.

Los referentes doctrinales de Guiteras y La Joven Cuba se movían entre Ariel y Motivos de Proteo, de José Enrique Rodó; La verdadera revolución social, del anarquista francés Sebastian Faure; los estudios críticos sobre la Revolución rusa de Volin y Archinov y lecturas frecuentes de la izquierda vasconcelista y aprista como Tolstoi, Tagore y Barbusse.

En una conocida entrevista con el aprista Enrique de la Osa para la revista Futuro, Guiteras expresaba: «es preciso reconocer que mucho han contribuido a crear ese espíritu antimperialista las organizaciones que como el APRA mantienen el propósito fundamental» del antimperialismo.

Entre 1934 y 1935, las diferencias entre el nacionalismo revolucionario de izquierda y el comunismo cubano se profundizaron. En la documentación del Segundo Congreso del Partido Comunista, celebrado en Santa Clara el 21 de abril de 1934, el guiterismo aparece catalogado como una corriente «izquierdista de la burguesía terrateniente», aliada de Grau San Martín y el PRC, Sergio Carbó y el Nacionalista Revolucionario; a pesar de las conocidas críticas de La Joven Cuba a estos líderes y partidos.

Desde marzo del 34, en unas «Directivas» del PCC a los obreros se había llamado a «desenmascarar» al guiterismo. Ahora se reiteraba la exhortación, ya que, a juicio de los comunistas, la estrategia huelguista e insurreccional de La Joven Cuba podía atraer a su «campaña demagógica» a sectores del movimiento obrero y campesino.

En un momento en que el comunismo latinoamericano transitaba hacia las tesis del «frente amplio» antifascista, impulsadas desde el Comintern por Jorge Dimitrov, en Cuba el frentismo comunista se presentaba reacio a la alianza con guiteristas, trotskistas, anarquistas y apristas.

No se mencionaba al APRA, por cierto, en aquellos documentos, pero en Cuba existía una organización ligada al movimiento de Haya de la Torre, que colaboró con Guiteras y los auténticos en la huelga de marzo de 1935 y otras acciones revolucionarias.

Guiteras (7)

Víctor Raúl Haya de la Torre

En una carta de Guiteras a sus colaboradores exiliados en Estados Unidos, el líder hablaba del proyecto de crear un frente común entre auténticos, apristas y guiteristas en marzo de 1935, para respaldar la huelga general contra el gobierno de Carlos Mendieta Montefur, convocada por el movimiento estudiantil. El propósito de aquella alianza era conectar la huelga con una insurrección armada, un curso de acción que desaconsejaban el Partido Comunista y la Confederación Nacional Obrera.

Guiteras murió en choque armado con un contingente del ejército de Batista en el fuerte El Morrillo, al norte de Matanzas, cuando se disponía a salir de Cuba rumbo a México, con el propósito de organizar una expedición revolucionaria. En México, un grupo de exiliados guiteristas bien relacionados con las redes internacionales de la izquierda aprista, buscaba apoyo de Francisco J. Múgica y del propio presidente Lázaro Cárdenas. Las fricciones entre aquellos revolucionarios cubanos y la izquierda comunista prosoviética fueron muy parecidas a las que experimentaron los partidarios de Haya de la Torre en Perú, los cardenistas en México y los peronistas en Argentina.

La Joven Cuba fue vista como amenaza por la derecha batistiana y por la izquierda comunista. La cúpula de la dirigencia prosoviética cubana acusaba a los guiteristas de sostener, como los trotskistas, que la Revolución en Cuba sería imposible mientras no se produjera antes una Revolución en Estados Unidos.

En la práctica, las cosas fueron al revés: los guiteristas organizaron una insurrección, mientras los comunistas asumieron la opción más ortodoxa del frente amplio y pactaron con Batista desde fines de los años treinta. El partido comunista, entonces llamado Unión Revolucionaria Comunista, se alió con Batista en la elección de la Asamblea Constituyente de 1939 y formó parte de su gobierno entre 1940 y 1944.

Durante el giro reformista de los comunistas latinoamericanos, que se oficializó con la estrategia de los frentes amplios establecida en el VII Congreso del Comintern en el verano de 1935, aquellos socialismos vernáculos latinoamericanos y caribeños, conectados a diversas corrientes de la izquierda populista y nacionalista, adquirieron un importante protagonismo. La iniciativa de la Revolución, dentro de la izquierda regional, se desplazó entonces a movimientos y organizaciones que se distanciaban de las premisas gradualistas del comunismo ortodoxo.

***

*Fragmento del capítulo «Variantes del nacionalismo revolucionario», del libro El árbol de las revoluciones. Ideas y poder en América Latina (Madrid, Turner, 2021).

24 noviembre 2021 20 comentarios 7,2K vistas
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Realidad cubana (1)

La realidad cubana actual y las lecciones de la historia

por Mauricio De Miranda Parrondo 23 noviembre 2021
escrito por Mauricio De Miranda Parrondo

Cuba está en un punto de inflexión de su historia contemporánea. El modelo económico y político adoptado después del triunfo de la Revolución, se muestra agotado porque no ha sido capaz de conducir a la prosperidad ni a la libertad y la democracia.

A punto de cumplirse sesenta y tres años de aquel momento, la inmensa mayoría de la población debe concentrar la mayor parte de sus energías en sobrevivir bajo condiciones muy difíciles, con graves problemas para asegurar el suministro de víveres y otros bienes esenciales, severas dificultades de transporte, crítico déficit de viviendas y deplorable estado de muchas de las existentes debido a la falta de mantenimiento.

Adicionalmente, los ingresos a partir del salario resultan insuficientes para asegurar condiciones normales de vida. Esta situación es mucho más comprometida en el caso de la población jubilada.

El gobierno se ha caracterizado por no adoptar transformaciones sistémicas radicales que permitan enfrentar la crisis, perdió el tiempo que no tenía combinando «experimentos» con gran lentitud en la adopción de profundas reformas económicas, y ello condena al país a un estancamiento económico que no le permite remontar la situación que tenía antes de 1989.

Los cambios económicos se distinguen por su timidez e intentan evitar la pérdida del control político y el poder sobre el establecimiento de incentivos necesarios para el desarrollo del emprendimiento y la producción. En consecuencia, la insatisfacción crónica de las necesidades materiales de la sociedad, que ha sido persistente en la historia económica del período revolucionario, se ha agudizado notablemente.

En medio de la gravísima crisis actual, los funcionarios del gobierno persisten en un modelo económico centralizado que ha probado su ineficacia en diversas partes del mundo, tal como quedó demostrado en los casos de la Unión Soviética y sus aliados de Europa Oriental, donde tanto el sistema económico como el político implosionaron entre 1989 y 1991.

Adicionalmente se sigue insistiendo en que el actual modelo es el único posible en el «socialismo» cubano, lo cual responde tanto a atavismos dogmáticos como al interés por mantener el poder a toda costa, aunque ello conduzca a un deterioro del nivel de vida de las personas. Al parecer, apostaron a que ese deterioro, que sin dudas conlleva a una reducción del apoyo popular, no se traduciría en protestas sociales. Sin embargo, después del 11 de julio todo eso cambió.

Realidad cubana (2)

…apostaron a que ese deterioro, que sin dudas conlleva a una reducción del apoyo popular, no se traduciría en protestas sociales. (Foto: IPS)

Tres décadas es un período suficiente para extraer las lecciones necesarias y actuar en consecuencia con el fin de evitar lo que ocurrió en aquellos países. Lo más importante era crear las condiciones que evitaran el colapso de la economía y la crisis de confianza en el sistema político. Ello debió conducir a profundas reformas económicas y políticas, en cambio, la dirección cubana se decantó por la «continuidad», que bien podría traducirse en inmovilismo.

Las lecciones de la historia

Hace treinta y dos años se desplomaron, uno tras otro, los regímenes comunistas de Europa Oriental. En 1991, apenas dos años después, se desintegró la Unión Soviética (URSS). También en ellos se había producido un agotamiento del modelo económico centralizado —incluso en aquellos en los que acontecieron reformas descentralizadoras con ciertos elementos de mercado—, así como del sistema político totalitario.

En las primeras dos décadas de imposición del sistema en esos países por parte de la URSS, el crecimiento económico se produjo siguiendo un modelo de desarrollo extensivo, basado en la abundancia relativa de ciertos factores de producción, especialmente trabajo, materias primas y combustibles.

A partir de la segunda mitad de la década de los setenta, sin embargo, las condiciones cambiaron. La abundancia se transformó en escasez y se acumularon déficits comerciales en la medida que se incrementaban las relaciones económicas con países capitalistas a los cuales había poco que ofrecer, más allá de materias primas. Los déficits, a falta de inversión extranjera, comenzaron a cubrirse con deuda externa debido a la necesidad de importar tecnología y maquinarias.

A principios de los ochenta —cuando estalló la crisis de la deuda por la política de altos intereses de la Reserva Federal—, varios países socialistas europeos se vieron en severas dificultades de pagos. Prácticamente todos fueron golpeados por la crisis, pero las mayores afectaciones las sufrieron Polonia, Rumanía y Hungría. La URSS, por su parte, cargaba no solo con el fardo que representaba el creciente gasto militar, sino también con la guerra de Afganistán y el apoyo económico a Cuba, Vietnam y Mongolia.

La crisis de sus finanzas externas obligó a los gobiernos a adoptar políticas de austeridad que se reflejaron en un deterioro del nivel de vida de la población. En el primer lustro de la referida década comenzó a ralentizarse el crecimiento económico, y en los últimos años el crecimiento ya fue negativo.

Países

1981-1985

1986-1990

Alemania Oriental*

4,5

-1,8
Bulgaria 3,3 1,5
Checoslovaquia 1,7 1,3
Hungría 1,8 0,5
Polonia -0,2 -0,4
Rumanía 3,2 -1,8
Unión Soviética 4,6 4,8
*En el caso de Alemania Oriental se trata de Producto Material Neto (PMN) que era el indicador medido en el CAME. Los datos del PIB no están disponibles en la base de datos de UNCTAD.

Cuadro 1. Variación promedio anual del PIB de países socialistas europeos en los quinquenios 1981-85 y 1986-90 (porcentajes) (Fuente: Cálculos del autor con base en UNCTAD – 2021).

En términos generales, fueron incapaces de transitar a un modelo de desarrollo intensivo basado en mayor productividad de los factores y aplicación de avances científicos a la producción. Solo en la carrera espacial y en la de armamentos la URSS podía competir con Estados Unidos, a un costo excesivamente alto en términos de bienestar humano.

A lo anterior se sumaba el considerable deterioro de la capacidad movilizativa y del liderazgo de los respectivos partidos comunistas en el poder. Su control se había sustentado en una férrea represión a intelectuales, e incluso a trabajadores que en ocasiones se manifestaron contra fenómenos como la escasez de bienes de consumo, los altos precios o la presencia de tropas soviéticas en sus territorios.

En 1953, poco después del fallecimiento de Stalin, trabajadores berlineses que salieron a las calles para protestar por los altos precios y reclamar la salida de las tropas soviéticas fueron reprimidos por dichas tropas. En 1956, nuevamente ese ejército foráneo puso fin a la decisión soberana de los húngaros de declararse neutrales y cambiar el sistema de partido único por una democracia multipartidista.

Ese mismo año ocurrieron protestas de los obreros polacos en Poznan, reprimidas por las fuerzas militares polacas pero conducentes a la remoción del liderazgo comunista y su reemplazo por dirigentes más reformistas.

En 1962, en la localidad de Novocherkassk, región rusa de Rostov, los obreros iniciaron una huelga contra el aumento de las cuotas de producción impuestas por los planificadores, al tiempo que subían los precios de la carne y la leche. La misma se tradujo en una manifestación ante el comité local del Partido. Dicha protesta, duramente reprimida por el KGB y las fuerzas militares, provocó la muerte a veintiséis personas, varias decenas de heridos y centenas de detenidos, según fuentes oficiales.

Una nueva intervención militar soviética y de otros países del Pacto de Varsovia frustró, en 1968, el intento soberano de los comunistas checoslovacos de iniciar profundas trasformaciones económicas y políticas, en la intención de construir un «socialismo con rostro humano».

Finalmente, en 1980 los obreros de los astilleros de Gdansk, en Polonia, iniciaron huelgas y protestas ante el deterioro del nivel de vida motivado por las políticas del gobierno, el aumento de la inflación, bajos salarios y escasez de bienes de consumo. Crearon el sindicato paralelo «Solidaridad», que rápidamente aglutinó a miles de trabajadores en todo el país, y representó la principal organización contra el hasta entonces dominio monopólico comunista. Esto condujo a la imposición de la ley marcial, la detención masiva de los principales líderes de oposición, y el paso a la clandestinidad del sindicato independiente.

Realidad cubana (3)

Lech Wałęsa, fundador del sindicato «Solidaridad».

Ante las reformas de Gorbachov, orientadas a la reestructuración económica (Perestroika), a la transparencia informativa y eliminación de la censura (Glásnost) y a la democratización tanto al interior del Partido como de la sociedad; la mayor parte de los gobiernos comunistas advirtieron en ellas el desplome de su poder monopólico, pero esta vez no contaban con el apoyo de las fuerzas militares soviéticas porque el líder había advertido con claridad que no intervendrían en los asuntos internos de otras naciones, dando fin a la llamada «soberanía limitada».

El 7 de octubre de 1989, mientras Gorbachov acompañaba a Erich Honecker en la celebración del 40 aniversario de la constitución de la RDA, miles de berlineses del Este aclamaron al líder soviético y solicitaron reformas en su propio país. Un mes después caía el Muro de Berlín. Tal como relaté en otro artículo, meses antes miles de germano-orientales habían cruzado la frontera húngara abierta por autoridades de ese país y otros se habían asilado en la embajada de la RFA en Praga.

Los días 16 y 17 de noviembre del mismo año se produjeron masivas protestas estudiantiles en Bratislava y Praga, en ocasión de conmemorarse el asesinato del joven Jan Opletal por los nazis. Una manifestación con el beneplácito del Partido Comunista se convirtió en una reclamación para democratizar la sociedad checoslovaca. Surgió entonces el Foro Cívico, que aglutinó a intelectuales disidentes, muchos de los cuales habían sido firmantes de la Carta de los 77, y opositores al régimen comunista.

La dirigencia del Partido persistía en su posición de que exclusivamente el sistema político de partido único era válido y posible en el país. Las fuerzas armadas se negaron a atacar a la población y las huelgas se extendieron a los trabajadores, la radio y la televisión. El 27 de noviembre se produjo una huelga general y la dirección del Partido solicitó ayuda a la URSS, pero no le fue concedida. Este país también enfrentaba ya una profunda crisis en las relaciones entre nacionalidades y por los deseos independentistas de varias repúblicas.

En noviembre, asimismo ocurrieron protestas en varias ciudades búlgaras, ellas llevaron a la renuncia del veterano dirigente Todor Zhivkov.

A fines de diciembre se produjo en Rumanía el sangriento final de Nicolae y Elena Ceauçescu que puso fin a su régimen. El dirigente rumano había reprimido violentamente las protestas de Timisoara y ello no le fue perdonado por el pueblo, que había resistido las duras políticas de ajuste del gobernante encaminadas al pago de la deuda externa a partir de una reducción del gasto público, con cortes incluidos en la calefacción durante el invierno.

En todos los casos, los líderes comunistas se negaron a aceptar la necesidad de profundas reformas económicas y políticas, y no advirtieron la ruptura del pacto social ni el deterioro de la credibilidad del liderazgo de los Partidos respectivos. En aquella espiral disolutiva comenzaron a desintegrarse los Frentes nacionales en que se agrupaban las organizaciones dependientes de los partidos; reaparecieron entonces algunos partidos socialistas que habían sido obligados a fusionarse con los comunistas.

El año 1990 fue concluyente. En elecciones libres convocadas en estos países los comunistas perdieron el poder. Muchas de esas organizaciones antes de desaparecer ya eran minúsculas en membresía e influencia popular. Después de esto, como es sabido, se produjo la restauración del capitalismo en todos ellos. En algunos casos no se trató de la construcción de un Estado de Bienestar, sino de un liberalismo a ultranza donde, por cierto, muchos de los nuevos magnates y oligarcas eran antiguos jerarcas comunistas y altos oficiales de la seguridad del Estado o de las fuerzas militares.

Realidad cubana (4)

Nicolae y Elena Ceauçescu fueron fusilados.

La dirección necesaria de las reformas en Cuba

Ninguno de los países socialistas europeos, quizás con la excepción de Rumanía, tenía en 1989 las condiciones económicas que tiene Cuba hoy. Ninguno de ellos resistía sanciones económicas como las que la Isla enfrenta desde hace más de seis décadas, las cuales, sin embargo, no deberían servir de justificación para no adoptar profundas transformaciones económicas y políticas, sino todo lo contrario, estos cambios son inexcusables en las condiciones actuales para impulsar el crecimiento económico y potenciar la libertad y la democracia.

Las reformas económicas deberían orientarse a promover el emprendimiento, incentivar la producción nacional de bienes y servicios, sobre todo de aquellos que solucionan necesidades directas de la población, así como las que pudieran convertirse en fuentes de ingresos por exportaciones, estimulando así el desarrollo de los sectores privado y cooperativo, junto al estatal ya existente, circunscrito a aquellas actividades en las que su eficiencia no es resultado de una condición monopólica.

Para ello es imprescindible eliminar los actuales monopolios de la banca, el comercio exterior y el comercio doméstico, y estimular el funcionamiento de mercados abiertos y transparentes.

Las reformas políticas tendrían que encaminarse hacia la democratización de la sociedad, a promover un cambio profundo en las instituciones políticas, haciéndolas abiertas e inclusivas. Esto reforzaría los mecanismos tanto de la democracia directa como de la representativa y haría de los derechos ciudadanos el pilar fundamental de una sociedad libre.

Sería imprescindible establecer mecanismos de elección directa y entre varias alternativas, tanto de los funcionarios que ejercen funciones ejecutivas principales a nivel nacional y territorial, como de aquellos que se dedicarían plenamente a legislar. El parlamento debería ser mucho más pequeño y dedicado exclusivamente a la labor legislativa, para que cumpla realmente sus funciones y no exista como simple decorado.

Cualquier ciudadano debe tener oportunidad de ofrecer sus servicios a la sociedad en la labor de gestión política, lo que desmontaría el dañino y arcaico sistema que permite al Partido Comunista, en la práctica, colocarse por encima de la sociedad para controlarla y, al mismo tiempo, quedar fuera del control de esta. Cuba no es el país de los miembros del Partido, es el país de todos los cubanos.

El derrumbe del socialismo en Europa Oriental demostró que cuando el liderazgo no está a la altura de las circunstancias; no evalúa objetivamente la realidad económica, política y social; no interpreta adecuadamente el sentir de la sociedad o de una parte de ella, se producen fracturas que conducen a protestas sociales. La represión de las mismas solo genera un agravamiento de los conflictos y estimula acciones violentas.

El liderazgo y la vanguardia de un partido o movimiento político no se garantizan con un artículo en la Constitución, sino con el ejemplo y la capacidad real de convocatoria social; con la interpretación adecuada de las condiciones históricas para conducirse en sintonía con ellas y con la sagacidad para aplicar las lecciones que la historia les ofrece.

23 noviembre 2021 30 comentarios 5,3K vistas
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Félix Varela (1)

El pensamiento vivo de Félix Varela

por Mario Valdés Navia 20 noviembre 2021
escrito por Mario Valdés Navia

El estudio del pensamiento de los próceres cubanos es una asignatura pendiente para la mayoría. No por falta de textos, pues se han publicado las obras de los principales pensadores al menos del siglo XIX, sino porque la lectura de las fuentes primarias suele ser sustituida por manuales donde aparecen extractos de sus ideas, ya tamizados y recortados al gusto de la historia oficial.

El primero de ellos hasta José Martí, el presbítero Félix Varela Morales (1788-1853), apenas es mencionado a 233 años de su nacimiento, quizás porque la naturaleza subversiva de su mensaje ideológico es casi tan potente para el régimen de socialismo estatizado y burocrático como lo fue en el período colonial.

Los aportes de Varela en lo concerniente a Politología, Filosofía, Pedagogía y Teología merecen ser revisitados por nuestra generación pues, dos siglos más tarde, sigue viva su justa queja a Luz y Caballero: «en el terreno que yo chapeé han dejado crecer mucha hierba».

En el año 2002, apoyado en el derecho que otorgaba la Constitución anterior a toda iniciativa que consiguiera reunir 10.000 firmas, se presentó al parlamento cubano el Proyecto Varela, una iniciativa legislativa ciudadana que solicitaba cambios constitucionales a través de un referéndum, entre ellos, libertades civiles como la de libre asociación y expresión. El Gobierno/Partido/Estado la rechazó sin discutirla, calificándola como «parte de la estrategia de subversión contra Cuba». Releer someramente a Varela nos mostrará cuán vivo se halla hoy su pensamiento y cuánto falta para cumplimentarlo.

-I-

El contexto histórico en que Félix Varela desarrolló su obra ideo-política fue el del régimen plantacionista de la burguesía esclavista, los movimientos liberales en España (1812-1814 y 1820-1823), la destrucción del imperio Español por las luchas independentistas en América y la conversión de Cuba en la perla de la Corona, sometida al régimen tiránico de los Capitanes Generales y sus facultades omnímodas.

Félix Varela (2)

Obispo Juan José Díaz de Espada

El padre Varela fue el líder político e ideológico de los independentistas radicales de la época. Hijo y nieto de militares, en su formación intelectual influyeron de manera determinante José Agustín Caballero y el obispo Espada, bajo cuya protección entró a la vida pública. Desde sus cátedras de Filosofía y luego de Constitución —a la que llamaba «cátedra de la libertad, de los derechos del hombre, de las garantías nacionales»— en el Colegio Seminario de San Carlos, el presbítero formó a una generación de jóvenes en las ideas más modernas, motivándolos en la necesidad de fomentar un pensamiento propio, capaz de responder a las problemáticas cubanas.

En 1823, siendo uno de los representantes a Cortes que votara por la sustitución de Fernando VII, fue condenado a muerte y proscripto de los dominios españoles. A partir de entonces se estableció en Estados Unidos durante treinta años de exilio forzoso (1823-1853), abandonó el reformismo autonómico y se afilió al independentismo.

En New York, donde continuó su carrera sacerdotal y teológica, desplegó una labor de orientación revolucionaria y de educación a distancia de los patriotas cubanos mediante su periódico El Habanero y el libro Cartas a Elpidio, dedicado a la formación de la juventud, textos que circulaban clandestinamente por toda la Isla. Su obra fundacional partía de este criterio: «Yo soy el primero que estoy contra la unión de la Isla a ningún gobierno, y desearía verla tan Isla en política como lo es en la naturaleza».

El Padre Varela murió pobre en San Agustín de la Florida, en enero de 1853, y fue enterrado en el cementerio local. En septiembre de 1910, el gobierno de José Miguel Gómez aprobó una ley que dispuso la inhumación de sus restos y su traslado a Cuba donde se le tributarían honores de ex presidente de la república. Las reliquias llegaron a la capital cubana en noviembre de 1911 y fueron colocadas en un mausoleo erigido en el Aula Magna de la Universidad de La Habana en agosto de 1912.

Félix Varela (3)

El Papa Juan Pablo II ante la tumba del padre Varela, en el Aula Magna de la Universidad de La Habana, durante su visita en 1998.

-II-

El ideario republicano liberal del Padre Varela se fundía con su pensamiento filosófico y pedagógico, donde la ética de la justicia asumía la guía. Independencia y libertad se asociaban con honor y dignidad en su cultura política; por eso postulaba: «Las armas de la calumnia envilecen al que las usa y honran al que recibe sus golpes (…) es más fácil despreciar que responder (…) una sociedad en que los derechos individuales son respetados, es una sociedad de hombres libres (…) el más cruel de los despotismos es el que se ejerce bajo la máscara de la libertad».

Varela despreciaba las que llamaba máscaras políticas que «encubren al hombre en la sociedad, y le presentan con un semblante político muy distinto del que realmente tendría si se manifestase abiertamente». Ante esa aberración —similar a la doble moral de nuestra época— subrayaba: «el hombre que no puede hablar lo que piensa, calla si tiene honor (…) Las ideas no se matan a balazos y tampoco se disipan con insultos».

Creía que esta desviación de la libre práctica de los derechos hallaba su punto culminante en la obstinación política, característica «por la cual procuran los hombres llevar adelante sus ideas aun cuando perciben que son equivocadas, y sin cuidarse del bien de los pueblos, sólo atienden a la gloria de su nombre».

Frente a la actitud soberbia de los políticos de oficio, que se presentaban como los más fieles servidores de la patria, advertía que esta: «a nadie debe, todos sus hijos le deben sus servicios. Cuando se presentan méritos patrióticos es para hacer ver que se han cumplido unas obligaciones. Esta debe ser la máxima de un patriota». A tenor con ello consideraba: «el patriotismo es el último recurso de los perversos» [y por eso]: «Yo jamás he creído en el patriotismo de ningún pícaro».

Percibía la política como extensión de la ciencia, por lo que no debía ser campo para experimentos y desvaríos irresponsables y sin fundamento: «Inventar un sistema y buscarle pruebas, es un delirio; observar efectos y deducir causas, esta es una ciencia». En política solo distinguía dos clases de cubanos: «los amigos de su prosperidad con preferencia a todos los países de la tierra, y los egoístas que sólo tratan de hacer su negocio aunque se arruine la Isla; en una palabra: patriotas y especuladores, y que el nacimiento no constituye a nadie ni en una ni en otra clase».

A los que «están continuamente deplorando la desgraciada desunión de los partidos como el mayor de los males (…) como no fuese en sufrir las cadenas de un gobierno despótico» [los consideraba] «enemigos de la libertad». En su opinión: «Cuando el hombre no depende de la ley, sino de la libre voluntad o del capricho del que le gobierna, es esclavo por más dulce que se finja su esclavitud».

Félix Varela (4)

Los actuales gobernantes cubanos deberían recordar a Varela cuando sostenía: «El fanatismo siempre es producido por la irreflexión y la soberbia, impidiendo aquella el conocimiento de las diversas relaciones de los objetos, y ésta el saludable riego de los buenos consejos, que apaga la tea destructora». Por eso advertía: «Ningún gobierno tiene derechos. Los tiene sí el pueblo, para variarlo cuando él se convierta en medio de ruina, en vez de serlo de prosperidad». [Pues] «es un mero ejecutor de la voluntad general (…) ejerce funciones de soberanía; no las posee, ni puede decirse dueño de ellas».

A los políticos que en todas las épocas gustan de apelar a hechos históricos y pensamientos de predecesores para justificarse, los desnuda implacablemente con su lógica abrumadora, al revelar el método con el que arman una historia y un discurso oficiales:

Se recogen los hechos favorables al intento que nos proponemos, y rara vez se atiende a los adversos, esto es, a aquellos en que las mismas causas produjeron muy contrarios efectos. El deseo de encontrar en la historia innumerables pruebas de su opinión, hace que un autor se empeñe las más veces en ojear antiguos manuscritos exactos, o inexactos sacando de ellos como con pinzas cierto número de hechos que él ha visto bajo los coloridos que le inspira su pasión: presenta después los frutos de su dilatado trabajo, enlazando estos datos por medio de reflexiones que asegura se deducen de la naturaleza de ellos mismos, y queda comprobada por la historia una opinión totalmente contraria a la que tenían los antiguos.

Ante la crucial disyuntiva histórica de inicios del XIX entendía: «Es un error pensar que en un pueblo que se halla en la situación crítica en que está la isla de Cuba se puede hacer nada bueno sin unión». Sin embargo, criticaba que esto se intentara mediante sociedades secretas que supuestamente guiarían al pueblo hacia la independencia y que realmente eran:

(…) la reunión en secreto de un partido, que ni adquiere ni pierde por semejante reunión, y lo que hace es perturbarlo todo aparentando misterios donde no hay más que mentecatadas en unos, picardía en otros, y poca previsión en muchos que de buena fe creen que todos los asociados operarán siempre como hablan, y que tienen la misma honradez que ellos.

En cambio, Varela favorecía la unidad a través del respeto a la diversidad de opiniones, en lugar de la uniformidad del pensamiento, pues: «distinguiéndose los hombres en sus ideas más que en sus rostros, la variedad de pensamientos no puede desdecir, antes adorna una nación que aspira a distinguirse por las luces. ¿Se manda una uniformidad de vestidos? Pues ésta sería más llevadera que la uniformidad de ideas».

Como los actuales cubanos de honor, Varela arremetía sin misericordia contra «el sistema infame de las delaciones» y clamaba: «Quiera Dios que esta arma que se ha puesto en manos de la perversidad no produzca un efecto muy contrario del que se propone el Gobierno». Entre ellos, que «el disgusto general no conduzca a una revolución sangrienta, por ser fruto de la desesperación».

En su cumpleaños 233, que hoy celebramos, «el que nos enseñó primero en pensar» sigue acompañando a los hijos dignos de la Isla en su brega contra el despotismo, por la libertad, igualdad y fraternidad y por el establecimiento de una república de justicia e igualdad de derechos para todos los nacidos en Cuba.

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