Es extraño que se hable tan poco en Cuba del yerno criollo de Karl Marx. El cubano-francés Paul Lafargue nació en Santiago de Cuba el 15 de enero de 1842 y se suicidó en Draveil, Francia, el 26 de noviembre de 1911, junto a su esposa Laura, por acuerdo mutuo de una pareja enamorada e indispuesta a sufrir los horrores de una vejez decimonónica.
Más insólito es el caso si recordamos que este cubano fue un participante destacado en la Comuna de París, dirigente importante de la II Internacional y fundador de sus secciones en España, Portugal y Francia; donde estuvo entre los creadores del Partido Obrero. Pero lo más interesante para la historia de las ideas en Cuba es que su libro El derecho a la pereza (París, 1883), mayoritariamente desconocido por acá, fue el texto más difundido de la literatura socialista mundial a fines del XIX, solo superado por el Manifiesto Comunista de Marx y Engels.
Quizás la causa principal de este olvido de sus coterráneos radique en la conocida postura de Lafargue contraria a la lucha por la independencia de la Isla al considerar –como buen socialista europeo-, que esos procesos de liberación colonial alejarían la llegada de la revolución socialista mundial. Por eso se negó a aportar dinero para la causa cubana y declaró que “una huelga en Francia es más importante para la causa del proletariado que todas las guerras de Cuba”. No obstante, por ese camino tendríamos que renegar también de Marx y Engels que pensaban igual.
“Trabajar lo menos posible y disfrutar intelectualmente y físicamente lo más posible”
La cuestión es más profunda y tiene que ver con la propia naturaleza de El derecho a la pereza, donde se postula como tesis central la necesidad de combinar el incremento del poder adquisitivo de los trabajadores con la reducción de la jornada laboral –a tres horas diarias como promedio-, para que ellos y sus familias pudieran dedicar más tiempo al disfrute de las artes, los deportes y la vida natural, en contraposición a la esclavitud enajenante del trabajo asalariado. Su lema era: “trabajar lo menos posible y disfrutar intelectualmente y físicamente lo más posible”.
Ese tipo de propuesta demoraría mucho en ser aceptada por tirios y troyanos, pues con la expansión de la gran industria en el siglo XX sobrevino la aplicación masiva del taylorismo mecanicista en el mundo capitalista -críticamente representado en el filme Tiempos Modernos de Charles Chaplin-, y su homólogo socialista: el método estajanovista, promovido en la Unión Soviética en la época de Stalin. Ambos preconizaban un incremento infernal de la intensidad y la productividad del trabajo para maximizar las ganancias, es decir, postulaban el productivismo como valor, aun en detrimento de la conservación de la naturaleza y de la realización plena de la vida humana.
Pero el devenir del siglo XX trajo consigo la materialización de varias de las previsiones de Lafargue: la sostenida superproducción capitalista, aplicación de paliativos terribles para vender los excedentes mediante el incremento del sobreconsumo ficticio e improductivo y la reducción de la vida útil de los productos, al tiempo que crecía la miseria relativa de la clase obrera mundial.
Así, con la extensión de las teorías actuales del decrecimiento y la sociedad del ocio, unidas a la lucha por la eliminación del desempleo crónico, la preservación del medio ambiente y el incremento de la calidad de la vida humana más allá de los indicadores económicos ligados al PIB; renace el interés mundial por las ideas del santiaguero Lafargue en épocas de la sociedad post-industrial, auge de las TIC y masiva destrucción de mercancías en los mercados globales.
Realmente, hablar en Cuba hoy del derecho a la pereza de Lafargue puede parecer contraproducente en un país que no sale del marasmo de la baja productividad e intensidad del trabajo por razones conocidas, pero sus ideas son vitales para hacer realidad, algún día, una sociedad socialista donde se haga más plena e integral la vida de todos sus miembros sin dar cabida a su alternativa contraria, la sociedad capitalista de consumo y su desenfreno productivista.
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