Si la situación que atraviesa Cuba en estos momentos no fuera tan compleja, si no existiera una terrible crisis de carácter económico, político y social; si no conviviéramos con gente hambreada, cansada, desesperada por resistir un día sí y otro también; causaría risa el patético intento de los ideólogos oficiales por desviar la atención. Pero más que ocasión de burla, lo que produce su actitud es lástima, ante la carencia de cultura histórica, la fatuidad y prepotencia que manifiestan.
Ahora han puesto de moda el juego de los nombres. Cada quien reclama para sí cuotas de simbolismo y exige la capacidad de bautizar, cual dioses que intentan crear un mundo nuevo. Durante mucho tiempo la república burguesa no atrajo tanto para esos fines. Estaban de moda los mambises del siglo XXI o las Marianas, éramos un eterno Baraguá y aquí no habría nunca un Zanjón.
A fin de cuentas, el proceso histórico se presentaba como único, desde la Demajagua hasta el año 1959. Sin embargo, de un tiempo a esta parte, el aparato ideológico ha descubierto el potencial alegórico de la Revolución del Treinta, de sus figuras icónicas, sus publicaciones y estrategias de lucha.
El resultado han sido Tanganas espontáneas y Bufas subversivas. En ese camino arrollador hay un obstáculo: se han robado el nombre de La Joven Cuba y han afrentado con ello a Antonio Guiteras, dicen los dueños de la verdad, aficionados a pescar a conveniencia en el mar revuelto de la historia. Con un titular dramático, un articulista exige que el referido nombre, «usurpado al pueblo», le sea devuelto.
Dicho texto se comparte en sus muros de Facebook porque, al decir de uno de los principales coordinadores: «Esto es candela!!». Tiene razón el enfático analista, develar la relación de un revolucionario como lo fue Guiteras con la izquierda de su época, especialmente con el Partido Comunista, ofrecer luz sobre la creación de La Joven Cuba, permitiría iluminar esta etapa del devenir que pretenden cambiarnos como magos en un acto de ilusionismo.
Y mejor aún, propiciaría apreciar algunas similitudes con la actualidad.
I
Guiteras
En una entrevista concedida poco antes de su muerte al periodista Luis Báez, Juan Marinello —presidente de los comunistas cubanos entre 1939 y 1959 —enumera a los jóvenes valiosos que surgieron en las décadas del veinte y treinta del pasado siglo y no menciona a Antonio Guiteras. A una pregunta del entrevistador, que intenta comprender la omisión, responde:
«(…) Guiteras fue un gran revolucionario. Nosotros lo respetamos siempre, pero no lo he citado ahora, porque me he referido a los que cumplían las orientaciones del Partido Comunista, que no fue su caso. Eso no quiere decir que no lo estime a la misma altura que a los otros (…) Guiteras era un gran líder, un hombre solitario que realizó una labor extraordinaria en un gobierno tan reaccionario como el de Grau» (Conversaciones con Juan Marinello, Casa Editora abril, 2006).
Estas consideraciones niegan la obra desarrollada por el gobierno de los Cien Días, que promulgó leyes, decretos y medidas de indudable carácter popular y contenido progresista: rebaja de precios a los artículos de primera necesidad, jornada máxima de ocho horas, jornal mínimo de un peso para los obreros, nacionalización del trabajo, disolución de los partidos políticos machadistas, autonomía universitaria, rebaja de los precios de la electricidad, intervención de la Compañía Eléctrica, voto femenino, protección a la maternidad y al niño, seguro y retiro obreros, reivindicación de las tierras para el Estado, mejoría de la vivienda campesina, reorganización de la enseñanza superior y secundaria y creación de la Secretaría del Trabajo, entre otras.
La imagen absolutamente negativa sobre este gobierno ha sido muy reproducida por la historiografía revolucionaria, aunque un libro como El gobierno de la Kubanidad, de Humberto Vázquez García, publicado en 2005, viene a matizar estos aspectos. También los estudios de Fernando Martínez Heredia sobre el papel de Guiteras en esta etapa aportan una visión más objetiva del gobierno de los Cien Días y del papel de Grau, al que le reconoce, amén de que no era un revolucionario, haber sido radicalmente antiplattista, defender con dignidad a su país frente al imperialismo y resistir todas las coyunturas difíciles hasta el final, sin renunciar.
Aparte de su labor como Secretario de Gobernación del Gobierno de los Cien Días, Marinello reconocía en Guiteras un valor a toda prueba, pero entendía que había representado «un izquierdismo desorganizado y anárquico». Ello se explica desde las posturas opuestas que tenían ambos sobre las vías para concretar la revolución.
De manera general, Marinello, como ocurría con el Partido Comunista, no fue capaz de entender y diferenciar todas las tendencias que existían en el seno del Gobierno de los Cien Días. El apoyo a Guiteras hubiera sido esencial, pero a pesar de sus intentos, los comunistas y la CNOC nunca aceptaron dialogar con él. En esa actitud fueron aliados indirectos del gobierno norteamericano, que tampoco reconoció al breve gobierno.
En los enfoques del Partido Comunista primó el apego a las orientaciones de la Comintern, que consideraba a este gobierno una variedad de «social-fascismo» y decidió que los comunistas lo atacaran. Lo mismo ocurrió en 1933 en Alemania, donde el Partido Obrero Nacional Socialista de Hitler ganó las elecciones, pues los comunistas siguieron a pies juntillas la orientación de Stalin de no aliarse a la socialdemocracia, a la que definió como «un ala del fascismo».
Paradójicamente, tras la muerte de Guiteras, en 1935, le denominan «nacional-revolucionario» y reprocharon al Partido Comunista que no hubiera sabido distinguir entre su posición y el «nacional-reformismo» de Grau. Esto se enmarcaba en los cambios tácticos posteriores al VII Congreso de la IC entre julio y agosto de 1935.
Los intentos de Guiteras para lograr un acercamiento al Partido fueron infructuosos, ya que lo vieron siempre como actos de demagogia. Paco Ignacio Taibo II cuenta que el dirigente comunista Fabio Grobart «señaló en una reunión del Comité Central que era preciso avanzar con cuidado en el enfrentamiento con liberales, abecedarios, apristas y guiteristas, sosteniendo que su preocupación mayor estaba en la actuación del secretario de Gobernación pues había lanzado la consigna de crear cooperativas, un programa copiado a la URSS». Esta actitud sectaria del Partido influyó no poco en la derrota del gobierno.
II
La Joven Cuba
El nombre La Joven Cuba fue muy popular en el siglo XIX. En 1886 fue fundado un semanario literario homónimo en la villa de San Antonio de los Baños, redactado por un vecino llamado Julio Rosas. Tres años después, en 1889, reaparece La Joven Cuba en la misma villa pero ya no como semanario sino bajo el formato de pequeños tomos cuatrimestrales que reunían la obra de escritores cubanos. El propio Rosas era el compilador y anunciaba su proyecto con este pórtico:
«Nombres mui conocidos en la literatura cubana blasonarán estas pájinas, entre ellos los de Cirilo Villaverde, nuestro primer novelista, Enrique José Varona, nuestro eminente pensador, i Manuel Sanguilí, el glorioso solitario, futuro historiador de la epopeya de Cuba, apóstol sin miedo i sin tacha del ideal jenuinamente cubano, Bayardo de este país sin sol de libertad en el cielo de la política, sin derechos triunfantes en la esfera de los principios, sin esperanzas vivas en el pecho de los patricios, colocado, por sarcasmo del destino, en el centro de naciones deslumbradas por las espléndidas, purísimas estrellas de la gran constelación de las repúblicas americanas». [sic.]
En 1890 salió publicado el segundo tomo, igual que el primero, en los talleres de la Imprenta La Protección, sita en Esperanza 61, en la villa del Ariguanabo.
El nombre en cuestión volverá a renacer en la tercera semana de mayo de 1934, cuando Guiteras disolvió a TNT, organización que no había tenido un carácter político sino operativo, y convoca a una nueva organización llamada Joven Cuba. Según cuenta Paco Ignacio Taibo II, en su biografía novelada Tony Guiteras. Un hombre guapo, y otros personajes singulares de la revolución cubana de 1933, el nombre «tenía ecos de la “Joven Cuba” fundada en los Estados Unidos en 1852 o rescataba el término que utilizaban los grupos nacionalistas radicales como los Jóvenes turcos». (México, 2018, Edición Para leer en libertad).
Derrotado el Gobierno de los Cien Días, La Joven Cuba pretendía ser una organización que aglutinara a toda la fuerza social y política de la izquierda, excluyendo el autenticismo de Grau y al Partido Comunista que, como bien dice Taibo II, debía parecerle a Guiteras «extremadamente sectario, maximalista y políticamente dependiente de la URSS».
El revolucionario cubano llegaría a afirmar que el socialismo no era «una construcción caprichosamente imaginada», sino «algo que surge de los pueblos y las condiciones materiales». Muy lejos estaba Tony Guiteras de las ideas del Partido Comunista, que acababa de injertar soviets en el oriente de Cuba.
A la nueva organización se sumaron grupos y figuras con un sentido plural desde la izquierda: miembros de la extinta TNT, unos pocos auténticos, miembros independientes de la Federación Obrera de La Habana, especialmente trostskistas; militantes anarquistas y surgidos del movimiento libertario, a los que sedujo la mezcla de acción directa con socialismo no sectario; algunos cuadros de la izquierda del gobierno de los Cien Días y gran cantidad de mujeres, que venían organizadas del DEU, el movimiento estudiantil de la enseñanza media y las luchas por los derechos feministas.
Su programa defendía una democracia popular con fuerte intervención del Estado y defensa de la soberanía nacional ante el capital extranjero. A diferencia del Partido Comunista, no planteaba la abolición de la propiedad privada pues «al Estado socialista nos acercaremos por sucesivas etapas preparatorias».
En su libro Estado y Revolución en Cuba, publicado por Ciencias Sociales, en 2010, Robert Whitney cita una valoración de Eduardo Chibás: «Mientras más revolucionaria es una persona, más lo atacan los comunistas. Atacan al ABC más de lo que atacan a Menocal [los conservadores] y a los Auténticos más fuerte aún que al ABC. ¡Y Guiteras! Les encantaría comérselo vivo. Solo porque también soy atacado por estos mezquinos líderes del comunismo tropical, sé que soy un buen revolucionario».
Es proverbial el anticomunismo de Chibás, que protagonizará fuertes controversias con los delegados de ese partido en la Asamblea Constituyente de 1940. Pero hay que reconocer la inflexibilidad de los comunistas hacia las fuerzas de izquierda: con Guiteras jamás quisieron dialogar; al líder trotskista Sandalio Junco lo asesinaron.
Por estas razones, resulta una paradoja que se pretenda la apropiación exclusiva de la imagen de Antonio Guiteras y del nombre de La Joven Cuba, por personas que representan a una organización que es digna heredera del viejo partido de matriz estalinista, en sus métodos de dirección y en su instrumentalismo ideológico, en su dogmatismo y en su incapacidad para dialogar desde un pluralismo político.
Si de nombres se trata, otros apelativos y expresiones que nos legó la historia de la Revolución del Treinta son más apropiados hoy: a los actos de repudio le podrían denominar «la porra»; a los funcionarios que utilicen la fuerza física para defender ideas les vendría como anillo al dedo lo de «asno con garras», y si la Constitución del 2019 continúa sin habilitar el articulado que estipula la protección de los derechos de la ciudadanía, se le pudiera agregar la coletilla «de letra muerta», igual que se hace cuando hablamos de la Constitución del 40.
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