Hoy la Unión de Jóvenes Comunistas cumple aniversario de fundada. Si tuviera que hacer un diagnóstico a su funcionamiento, no dudaría ni un momento en tomar esta idea: “a la Unión de Jóvenes Comunistas le ha faltado un poco de espíritu creador. Ha sido, a través de su dirigencia, demasiado dócil, demasiado respetuosa y poco decidida a plantearse problemas propios” (1)
¿Quién dijo eso? Esa será la pregunta inmediata de quienes se sientan aludidos o amenazados en tan cortantes, sinceras y certeras palabras. Si digo que lo dijo un disidente, un desafecto al sistema o simplemente un contrarrevolucionario muchos me creerían. ¡Pero no!, eso lo dijo Ernesto Guevara.
La frase vino de un hombre de integridad moral intachable, y de los que -al pasar por el filtro de Alina López– no quedaría como un fraseólogo, por eso hay que pensar en ella. La sentencia invita a la reflexión. Al leerla somos transportados de inmediato a un contraste con nuestra realidad. Pareciera como si el Che, estuviese hablando entre nosotros.
Yo tenía 14 años, y fui de esos jóvenes que no entró automáticamente en las filas de la UJC. Mi escuela secundaria me consideraba demasiado rebelde para ser parte de sus filas. Entonces ni me importaba mucho, ni tenía tanta conciencia política.
La profundidad de la adolescencia, las lecturas, la búsqueda de ese paradigma al más puro estilo sartreano me llevaron al pensamiento del Che. Fue así, que entre mis inquietudes, pasó a ocupar un lugar importante ser militante.
Tuve que esperar a ingresar a la universidad, donde por suerte (por mi comportamiento evidentemente revolucionario) adquirí la tan deseada condición. Para entonces, conocía los problemas que aquejaban a nuestras organizaciones, pero me mostraba optimista hacia la práctica de la que ya era un nuevo miembro. Me adscribía al espíritu fundacional y su rol dentro de la sociedad socialista. Prefería tener fe, o mejor dicho, pensar que sí porque sí.
He intentado continuar pensando así, pero un amigo recientemente me argumentaba cómo nuestra organización era otra de esas tantas herencias soviéticas que implementamos en la práctica política, y muchas dudas me comenzaron a asaltar. No puede ya evitar caer en pensar sobre lo que se cuestionaba el Che. Me pregunto si los efectos de no superar los señalamientos hechos por él hace más de 50 años pueden ser nefastos.
Lo más preocupante es que nuestra convulsa realidad sigue necesitando una juventud más decidida, menos dócil y respetuosa. ¿Hasta cuándo seguirá siendo así? No se puede estar de espaldas a eso.
No pretendo hacer una crítica severa en momentos de celebración, pero es necesaria una profunda revisión en las líneas de trabajo de una organización que se considera a sí misma de vanguardia. Mientras su razón de ser sea “cumplir con lo establecido”, queda mucho por hacer.
Solo espero, que nuestro destino no sea igual que el de aquellos konsomoles, y que a diferencia de ellos, nuestros militantes en los momentos más difíciles no se queden esperando una indicación de qué hacer.
Espero que ese militante sepa separar lo que es defender la Revolución, de seguir una indicación, aunque sea en casos extremos. Y aunque eso implique un problema, se porte a la altura, tome su rienda y sea decidido.
Quisiera terminar felicitando a la UJC y encomiando el trabajo de quienes en ella han asumido esas responsabilidades en tiempos en que otros jóvenes se dedican a mejorar su economía. Eso merece respeto, la organización también, por eso es que en su día el mejor homenaje es ayudar a mejorarla.
1. Borrego, Orlando. El camino del fuego. La Habana: Imágen Contemporánea, 2011. pág 245
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