“Peor que los peligros del error son los peligros del silencio”
Fidel Castro Ruz (1926-2016)
Hace muy poco un apreciado profesor circuló un mensaje a un grupo de colegas, yo entre ellos, en el que reproducía el artículo de Yassel Padrón “Los hijos de los dirigentes”, uno de los ocho más leídos durante el pasado año. Estaba alarmado y molesto. El texto le pareció “material fiambre…con tristes visos de veracidad”. Y se quejó de que “todavía haya algunos que no entiendan que el “enemigo” tiene como línea de trabajo el estudio de estas tarupideces.”
Lo que dice al final del mensaje es, sobre todo, lo que ahora interesa. Cada cual tiene derecho a leer el texto y formarse una opinión. La mía es que como artículo de opinión política cumple su cometido. Aborda un tema actual, público en las redes sociales y de interés para la opinión pública cubana. Ayuda a pensar en el problema contrarrestando y superando a las redes, donde esas noticias van por el show, el sensacionalismo y una crítica encarnecida al gobierno.
El tratamiento es bastante objetivo y equilibrado. Claro que aun así, es inconveniente e incómodo para los involucrados. También doloroso y a veces frustrante para la gente. Ambas razones hacen más conveniente el silencio, que en cualquier caso nunca sería eterno.
En el mensaje del profesor no hay una crítica argumentada, ni en contenido ni en forma, al texto de Yassel Padrón. Por el contrario, reconoce que lo dicho tiene “visos de veracidad”. Sin embargo, la descalificación es enfática. ¿La causa? Es un tema de interés del “enemigo”.
Si como creo, lo que más interesa a todos es la patria y su pueblo, entonces la pregunta es: ¿qué perjudica a Cuba en realidad, que se hable del problema entre cubanos, que el enemigo estudie el problema, O QUE EXISTA EL PROBLEMA?
Convengamos en tres cosas. La primera, el fenómeno es viejísimo, solo que se hizo público hace poco. Hasta entonces solo los del círculo implicado y algunos cercanos lo sabían, toda vez que la única información que recibían los ciudadanos era la controlada por el gobierno y el Partido. Pero desde que existen las redes sociales los secretos la tienen difícil. Circulan muchas imágenes de ese tipo, difundidas por amigos, enemigos y los protagonistas.
Está por ver todavía si esta incómoda publicidad del notable confort a esa escala, surte efecto corrigiendo comportamientos. Las mayorías, que viven apegadas al discurso de austeridad y sacrificio, lo agradecerían. Pero lo que está fuera de dudas es que el silencio de tantas décadas no sirvió para algo bueno.
La segunda es que la reacción de mi colega no es excepcional. Durante décadas la cuestión del “enemigo” en la vida cotidiana y el discurso político ha servido para justificar errores en el campo político, económico e ideológico y para acallar inquietudes y críticas. También para renunciar a derechos universales en aras de una “unidad” que se asume como unanimidad e incondicionalidad.
Tanto se ha fomentado esa actitud que ya muchos, aunque coincidan con el criterio de quien critica algo, ven mal que lo exprese y lo consideran peligroso. Si quien critica es apreciado, entonces le aconsejan silencio, o que vea dónde habla, lo que significa hacerlo solo en ámbitos muy estrechos. La crítica hacia arriba no se acepta. Para quien disiente en Cuba de alguna cosa, nunca se dan juntas la “forma correcta”, el “lugar indicado” y el “momento oportuno.”
La tercera es que solo con valentía, honestidad y transparencia es posible enfrentar este fenómeno. Lo primero será siempre reconocerlo. Luego tratarlo con la claridad que debe tener el ejercicio de toda autoridad, máxime en un país socialista.
El ejemplo y la coherencia entre el discurso y la práctica son vitales para conservar la legitimidad ante el pueblo. Y a quienes estamos abajo no nos queda bien callar, o censurar a quien no lo hace. Se trata de Cuba y como dijo Fidel en aquel V Congreso de la UPEC, en 1986: “Peor que los peligros del error son los peligros del silencio.”
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