Las Redes de Platón

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platon

La percepción de la realidad es una de las preocupaciones vigentes del ser humano. La cantidad de realidades posibles y la capacidad o incapacidad del individuo para percibirlas en su justa medida son las principales interrogantes en este sentido. Lo cierto es que, si bien siempre ha sido asunto de filósofos y pensadores, la contemporaneidad ha insertado al resto de la ciencia en la cuestión: psicólogos, neurólogos, físicos y sociólogos.

Es un hecho científico que entre nuestra interpretación de la realidad y la realidad en sí, media nuestra subjetividad. Por eso cada cual la aprecia con matices propios, lo que no significa que todo ser humano perciba su realidad particular y viva en un mundo imaginario –quizás sí frente a un cuadro de Miró, pero no en asuntos de la vida diaria–.

La ciencia y la filosofía han llegado a consensos respecto al tema y todo el mundo contento: he ahí la realidad, y he aquí las subjetividades que le dan sus tonalidades individuales. Pero ¿qué pasaría si cada individuo tuviera la capacidad de generar realidades concretas, todos los días, todos los minutos? ¿Y qué pasaría si esas realidades generadas por un individuo fueran irreconciliables con las del otro? ¿Y si multiplicáramos las contradicciones entre realidades por algún número entre dos y siete mil millones?

Si bien la religión –al menos en Occidente– tuvo su milenio de fama en la explicación de la realidad, hoy el tema lo llevan los tecnócratas, ejecutivos y políticos, porque esta es una fuente de poder inagotable y debe estar al día su explotación. Para su diseño se han basado en los errores del pasado y han aprendido que no hay que intentar explicar una realidad conveniente a base de mentiras o eufemismos, porque ocurre una singularidad: indefectiblemente, la sociedad termina cansándose de esa «realidad impuesta».

Los nuevos administradores han aprendido a usar la misma singularidad en un diseño fresco: no explican la realidad, sino que inducen a cada cual a crear la suya propia. Sí, nadie se revela ante su propia creación. Ya este concepto andaba rondando al ser humano desde la Caverna de Platón, aunque quizás la saga de La Matrix, por contemporánea, sea la obra que mejor se aviene a nuestra actualidad, con la excepción de que en esta cada individuo tiene su propia Matrix, hecha por él mismo.

Si las máquinas de la película de los hermanos Wachowski tuvieran este diseño, otro gallo hubiera cantado para los héroes de la cinta –un gallo mecánico quizás–.

Nada ni nadie puede competir en materia de interactividad y generación instantánea de opiniones con las amistosas plataformas de las redes sociales y sus interfaces tan cómodas. Nadie, ni la televisión, ni la radio, ni el cine, ni los periódicos –aunque sean digitales–. De hecho, estos medios clásicos tienen sus propios espacios dentro de esas redes sociales. Ellas, tanto como los motores de búsqueda, están escritos con algoritmos inteligentes, idóneos para seguir los gustos e intereses de los usuarios, y son capaces de crear complejos perfiles psicológicos en pos de ofrecer a la gente una experiencia más rápida y personalizada.

He aquí un término a tener en cuenta: personalizada. Hasta ahora ha sido sinónimo de comodidad y contra él nadie puede levantar la voz, porque lo personalizado es bueno, tan bueno que responde a los intereses de uno mismo, y quién mejor que uno en materia de intereses. Pero ese asunto de la personalización llega a extremos de, incluso, personalizar las noticias y toda la información recibida del mundo exterior. Casi parecen preguntar: «¿Qué te gustaría que fuera verdad?».

Si eres seguidor de las tendencias culinarias, pues tus motores de búsqueda y tus redes sociales –que parecen algo distinto, pero no lo son tanto– inundarán tu computadora o teléfono con información relativa a estas cuestiones. No obstante, si además eres vegano y alguna vez expresaste tu preocupación ante el daño que causa el consumo de carne, pues muchas de las publicaciones que verás responderán a esta inquietud. No importa la veracidad, el caso es que resulta de tu interés y ahí te va.

Entonces se habrá creado a tu alrededor una muralla de información, una realidad diseñada por ti y ajustada a tus intereses de la que no puedes defenderte. En el ejemplo anterior no hay mayor daño que una dieta incompleta, porque la carne es buena –lo dicen algunas de las páginas de Facebook que sigo–.

Otro cándido ejemplo, casi una reducción al absurdo, es la renacida teoría del terraplanismo. Si buscas información sobre el tema, los algoritmos empezarán a enviártela y a sugerirte páginas, sitios y especialistas en la materia. Abrir estos enlaces implica que la cantidad de información que recibirás en el futuro sobre el tema sea mayor. Al cabo del tiempo estarás inmerso en un mar de fundamentos terraplanistas, y como reza un dicho muy cubano, el roce hace el cariño.

En este ejemplo el daño es que pudieras creer en una teoría que incluso en el medioevo era bastante tonta. La Tierra es esférica –esto no lo leí en Facebook–, lo veo cada día, a la vieja usanza, mirando por la ventana libre de Microsoft que hay en el cuarto.

Pero hay ejemplos actuales que lamentablemente no son tan cándidos. Para los seguidores de Trump resulta un enigma inexplicable el hecho de que uno de los presidentes más populares y bonachones de la historia de Estados Unidos, el hombre que estaba a punto de acabar con todos los problemas de la nación, el sincero, el fuerte, el amigo de los afroamericanos, no ganara las elecciones. Las miles de páginas de Facebook y perfiles de Twitter, los cientos de canales en Youtube que les fueron sugeridos a los seguidores del casi expresidente, les mostraban a un hombre así.

Por otra parte, también presentaban a un contrincante más que demócrata y también magnate, izquierdista, listo para poner fin a la libre empresa americana y dejar entrar a todos los enemigos del país, acercando a la nación al socialismo y con ello a la destrucción. Es el enfoque que este tipo de usuarios consume y a la vez genera en las redes, en una especie de retroalimentación que nada tiene que ver con la realidad.

Pero la personalización es mucho más precisa de lo que pensamos si vamos a lo particular: los votantes de Trump en Miami, específicamente dentro de la comunidad cubanoamericana, han dibujado su realidad con elementos auténticos, porque Biden, además, es comunista, tiene vínculos con los Castro y con Maduro, y todo es una conspiración para llevar a «América» el virus de las dictaduras, la escasez y la falta de libertad. Para ellos eso es real, lo ven todos los días en sus dispositivos móviles o en las pantallas de sus computadoras. Es la realidad.

Tampoco están equivocados los afroamericanos que culpan al casi expresidente de todo el racismo que los maniata como seres dignos, a pesar de que el racismo en ese país es sistémico e histórico. Ellos también ven a Trump desde sus pantallas como la encarnación de toda discriminación. Para ellos es real.

El tema entonces radica en cuántas realidades hay: parece ser que una por habitante, a gusto del usuario. Los efectos de esta personalización están siendo muchos y devastadores, porque a pesar de todas estas realidades personalizadas, existe una legítima que se va perdiendo de vista. Pero quizás el efecto más terrible sea la polarización, la constancia casi bíblica de que «Yo tengo la razón, porque todo lo que es audible o visible desde la pantalla lo está gritando». ¿Es que no lo ven? ¿Son ciegos?

De la polarización, de la necesidad de defenderme de esa otra gente que está tan equivocada, surge la violencia, los rifles de asalto y una bala reveladora que al final explica que la muerte no puede ser personalizada, es una realidad invariable y para siempre. Todo esto ya lo hemos visto en una misma nación, y ahora, por vez primera, las elecciones son asumidas como una guerra civil, desplegando la Guardia Nacional y tapiando las vidrieras de los negocios.

Nunca antes en la historia estuvimos tan polarizados y tan seguros de nuestra realidad. Nunca hubo tantas facciones políticas, sexuales, deportivas, culinarias y filosóficas chocando, temblando de rabia por la mera existencia de la realidad del otro, tan equivocado. Por supuesto que las redes sociales no son la simiente de todo el mal, son sólo una herramienta bien calibrada que puede exacerbar la polarización y el extremismo.

Quienes diseñaron estas redes quizás no tenían otro propósito que la comunicación y la concordia, y para eso sirven también, porque en ellas hay una utilidad que puede potenciar el desarrollo de la sociedad. Pero quienes las administran ahora mismo tienen un solo objetivo, ajeno a la política, la sexualidad, la culinaria: aumentar el tiempo que pasamos en ellas, porque cada segundo les genera dinero. Por eso, nos hacen sentir cómodos, que el mundo que vemos ahí sea lo más parecido a nosotros posible.

Entonces es muy fácil hundirnos en esa realidad personalizada, como prisioneros en la Caverna de Platón, luchando a muerte por imponer nuestro criterio sobre qué cosa es esa sombra que se mueve en la pared, sin reparar en el hecho de que, curiosamente, esa sombra se mueve a la par de nosotros.

8 comentarios

Joaquin Benavides 18 noviembre 2020 - 1:43 PM

Demasiado filosofico para mi gusto el articulo. No deja de decir verdad pero hay que leer mucho para llegar a conocer lo que quiere decir.

Eva 18 noviembre 2020 - 2:07 PM

Excelente! Gracias
Si nos dejamos llevar por los poderes que nos gobiernan, y no hacemos nada por contrarrestarlos, se puede decir que nos merecemos lo que tenemos

Yanet 18 noviembre 2020 - 4:26 PM

Buen análisis. Para percibir y procesar la realidad con la mayor objetividad posible, es necesario haber desarrollado un mínimo de pensamiento crítico y aprender a tomar cierta distancia de los fenómenos para analizarlos sin apasionamiento. Claro, eso es más fácil decirlo que ponerlo en práctica. Saludos.

Alejandro Muñoz Mustelier 23 noviembre 2020 - 8:26 PM

Efectivamente, el problema es llevarlo a cabo

Giordan Rodríguez Milanes 18 noviembre 2020 - 4:34 PM

Muy bien argumentado. Más filosofía que periodismo, es cierto, pero a mi me cuadra así porque me obliga a pensar. En dos o tres detallitos me guataría debatir con el autor. Pero en privado.

Alejandro Muñoz Mustelier 23 noviembre 2020 - 8:28 PM

Puede escribirme al correo, con gusto debatimos, de eso se trata. Saludos.

Hermes 18 noviembre 2020 - 11:04 PM

Muy buen artículo. Yo personalmente soy un convencido de que en este mundo hay muy poca información y cuando hablo de información me refiero también a la que recibimos en la escuela (que es prácticamente la misma en todo el mundo) que no esté manipulada y orientada a un objetivo que es asimilar todo lo que nos llega como conocimiento con la certeza de que es cierto, sin poner nada en duda sobre todo si viene acompañado de un nombre como Newton o Einstein. Ya que el autor lo mencionó cuántos de nosotros podemos estar 100% seguros de vivir sobre una esfera que gira a 1700 km/h alrededor de su eje? Podemos comprobar por nosotros mismos que esto es cierto o lo damos por cierto porque fue lo que nos enseñaron? Saben que no hay experimento que se pueda hacer en la Tierra que demuestre su rotación. Recientemente vi una serie de conferencias sobre la dinastía de los Rothschild, les recomiendo buscar información sobre este tema muy interesante en lo que a manipulación se refiere.

Alejandro Muñoz Mustelier 23 noviembre 2020 - 8:31 PM

Gracias, lo buscaré. En cuanto a los experimentos, se pueden hacer varios en la Tierra, si no, igual podemos hacerlos desde el espacio. En cuanto a la manipulación, estoy muy de acuerdo, pero más que en las ciencias creo que su máxima expresión se da en las ciencias políticas y sociales. Saludos.

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