Radicalización violenta en y contra Cuba: extremismo, sabotajes y terrorismo

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El 24 de septiembre de 2023 la embajada de Cuba en Estados Unidos (EE.UU.) fue blanco de un ataque con dos cocteles molotov. Una cámara de vigilancia captó a una persona en horas de la noche, mientras preparaba los artefactos frente a la sede diplomática y ante la vista de otros transeúntes que pasaban por el lugar.

El incidente sucedió en medio de un clima de tensiones por la presencia del presidente Miguel Díaz-Canel en Nueva York, quien participaba en el 78 periodo de sesiones de la Asamblea General de la Organización de Naciones Unidas (ONU). En esos días ocurrieron protestas de cubanos residentes en EE.UU. que rechazaban la estancia del mandatario en ese territorio, y manifestaciones de grupos que apoyan al gobierno de la Isla.

Hasta el momento, se desconoce la identidad del atacante y existe una investigación en marcha para esclarecer los hechos; pero esta no es la primera vez que la embajada de Cuba en EE.UU. es blanco de agresiones. En abril de 2020, una persona de origen cubano que residía en ese país desde 2010, disparó una treintena de veces contra el mismo edificio.

El ataque perpetrado hace semanas fue calificado por Cuba como terrorista y, contrario a lo ocurrido en 2020, cuando sólo el gobierno cubano condenó públicamente la agresión, en esta ocasión ha sido rechazada por las representaciones gubernamentales de ambos países.

Escudriñando en el concepto de radicalización violenta y su relación con el extremismo

Como concepto, la radicalización ha sido difícil de definir. Su significado etimológico está asociado a «ir a la raíz de algo», en adición, la Real Academia de la Lengua le atribuye múltiples significaciones al adjetivo radical, las cuales pueden ir desde «fundamental o esencial» hasta «extremoso, tajante, intransigente».

Por su parte, el Diccionario Panhispánico del Español Jurídico define la radicalización como el «fenómeno por el que las personas se adhieren a opiniones, puntos de vista e ideas que pueden conducirles a cometer actos terroristas». No obstante, otras fuentes refieren la radicalización como un proceso de cambios que operan inicialmente en el nivel psicológico con tendencia a apoyar una determinada causa, sin que ello implique en primera instancia el uso de la violencia.

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Foto: Ilustopía

En este sentido, el investigador Manuel Moyano destaca que pueden existir personas con ideas extremistas, que no llegan a radicalizarse, pues «la radicalización no ocurre “de la noche a la mañana”, sino que se desarrolla a lo largo del tiempo. A veces son necesarias escasas semanas o meses para que una persona se radicalice. En otras ocasiones, pueden pasar años».

Es así como la radicalización adquiere matices, en dependencia del grado de intensidad en que se produce. Puede hablarse entonces de una radicalización no violenta, motivada por movilizaciones en el marco de lo legal, hasta la adopción de una postura más radical, matizada por acciones ilegales, violentas o terroristas.

Cuando los individuos llegan a radicalizarse, progresivamente se asumen posturas inflexibles que dificultan la comunicación y el diálogo, lacerando las oportunidades para que otros puedan ejercer la crítica hacia sus posturas y consolidando los prototipos y tabúes hacia los que no simpatizan con su pensamiento radical. De esta manera, se construyen discursos que deshumanizan a estas personas y justifican las acciones violentas como formas de polarización.

Es así como, aunque los autores que se han acercado al fenómeno de la radicalización violenta coinciden en las implicaciones políticas y legales del término, argumentan que se trata de un proceso con dos componentes bien diferenciados: el pensamiento y la acción. Según los investigadores Isabel Bazaga y Manuel Tamayo, «implica la aceptación de una ideología radical a nivel cognitivo y una pauta de conducta que consiste en involucrarse, participar, sustentar o apoyar acciones violentas».

De ahí se deduce que los procesos de radicalización de las ideologías suelen ser violentos, no lineales y dinámicos, a la vez que responden a multiplicidad de factores económicos, sociales, políticos, culturales, religiosos, entre otros, cuando se dan en determinados contextos. Lo anterior se sustenta en el investigador alemán Daniel Koehler, al asegurar que «existen ciertos factores sociobiográficos  ? desempleo, escasa educación, problemas mentales, etc. ?  que pueden motivar la radicalización».

Tampoco se deben desestimar factores como la humillación, las necesidades no cubiertas, la percepción de injusticias o discriminaciones, la convivencia en espacios de conflictos, la exclusión social, la necesidad de afiliación a un grupo, la migración, la falta de apoyo social, de empatía y de educación moral con anclajes en el respeto y la tolerancia. Estos elementos inciden en que un individuo busque satisfacer sus necesidades de reconocimiento social y de resignificación personal mediante el vínculo con grupos extremistas que pudieran llegar a radicalizarse.

Terrorismo y cultura de la violencia como fines de la radicalización

Como proceso, la radicalización violenta busca legitimar o asumir la violencia con el propósito de lograr objetivos políticos de cualquier índole y, asociada al terrorismo, tiene impactos negativos en la convivencia de las sociedades y en la polarización de los grupos ideológicos.

El propósito del terrorismo es provocar daños a las instituciones o los Estados, además de generar una psicosis de inseguridad. Esto incide negativamente en la vida del organismo social y, en consecuencia, en los ciudadanos.

En el Manual de Investigación del Terrorismo de Routledge, el especialista Alex Schmid se refiere al término como una «doctrina acerca de la efectividad esperada de una forma o táctica especial de violencia política coercitiva que tiene como fin generar miedo». Asimismo, este autor destaca que se trata de una «práctica conspirativa de violencia calculada, demostrativa y directa, ejercida sin ninguna constricción legal o moral».

Aunque instancias como la ONU o prestigiosas instituciones internacionales han realizado acercamientos al concepto de terrorismo en busca del consenso en su definición, no existe un acuerdo debido al carácter diverso de los actos terroristas, la transformación en la estructura de las organizaciones que los ejecutan, los métodos y las herramientas que emplean.

Sin embargo, existe cierto consenso en torno a la propuesta de Bruce Hoffman, quien en su texto Inside Terrorism, publicado en 2006, propuso cinco elementos generales que caracterizan al terrorismo y que lo distinguen de otros hechos criminales:

  • Tiene fines y motivos ineludiblemente políticos.
  • Emplea medios violentos o amenaza con el uso de la violencia.
  • Tiene repercusiones psicológicas que trascienden a la(s) víctima(s) o los objetivos.
  • Es dirigido por una organización, con una cadena de mando que puede estar estructurada en células, motivadas por objetivos ideológicos.
  • Suele perpetrarse por un grupo transnacional.

Isabel Bazaga y Manuel Tamayo alertan que, tras la ejecución de actos terroristas, «subyacen procesos más o menos duraderos de radicalización y de aceptación de la violencia como forma de actuar y reivindicar ideologías políticas, sean estas ideologías de extrema izquierda o anarquistas, de extrema derecha, independentistas, separatistas, nacionalistas o anticoloniales».

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Imagen generada con Inteligencia Artificial mediante leonardo.ai

Lo anterior indica que las acciones terroristas se sostienen en bases extremistas e ideológicas fundamentadas en los procesos de radicalización que, en ocasiones, legitiman una cultura de la violencia que mina los sistemas de normas y valores como elementos otorgadores de sentido a la vida de los seres humanos y destruyen desde la autoestima personal hasta la confianza en los otros, generando inestabilidad en el orden social.

Esta cultura de la violencia tiene como finalidad la imposición y el ejercicio del control sobre otras personas, grupos o sociedades a través del miedo y, en el caso del terrorismo, obligar a asumir posicionamientos ideológicos en determinados contextos sociopolíticos, pues la violencia terrorista está al servicio de una causa, y puede ocurrir en paralelo a otras iniciativas de carácter aparentemente pacífico, con propósitos similares.

De este modo, la violencia asociada al terrorismo tiene un carácter instrumental, pues entre sus fines pueden encontrarse el cambio del status quo imperante en la sociedad, la creación de estados de alarmas e incertidumbres, la ganancia de protagonismo político, la demanda de cambios en la estructura social, la toma de conciencia ante injusticias o la eliminación de adversarios políticos. En este sentido, Alex Schmid refiere que el terrorismo no es más que una manifestación de esa cultura de la violencia en el escenario político.

Cuba: sabotajes y terrorismo

En un escenario internacional donde los actos terroristas amenazan la seguridad de las naciones y complejizan cada vez más los conflictos sociales, Cuba no queda excluida de esta realidad, en la que surgen actores con ideologías diversas que dejan su impronta de violencia tanto dentro como fuera de la geografía insular.

A mediados del siglo XX, principalmente en el proceso de luchas que inició contra la dictadura de Fulgencio Batista, el Movimiento 26 de Julio (M-26-7) emprendió acciones de sabotaje como parte de extender la guerra desde las montañas a las ciudades, que incluían la explosión de artefactos en cines, cabarets y otros espacios públicos, donde algunas personas  ? mayoritariamente jóvenes ? perecieron o resultaron heridas tanto en La Habana como en el interior del país. Algunas de ellas militaban en las filas del M-26-7.  

Hay muy poco registro histórico sobre las personas fallecidas durante estos actos. No obstante entre los ejemplos más documentados figuran la explosión que tuvo lugar el 4 de agosto de 1957 en una fábrica artesanal de bombas, petardos, niples, cocteles molotov y otros artefactos en el centro de la ciudad de Guantánamo, por presuntos errores en la manipulación de los explosivos, que provocó la muerte instantánea de cinco jóvenes que trabajaban en la manufactura clandestina; el 3 de septiembre de ese mismo año, Urselia Díaz Báez perdió la vida cuando intentaba poner una bomba en un baño del Teatro América, en La Habana; en 1958, fallecieron en Matanzas los luchadores clandestinos Enrique Hart Dávalos, Juan Alberto Morales García y Carlos García, al estallar una bomba tras el fallo de su mecanismo cuando se manipulaba.

A fines de la década de los ´50 fue común además el secuestro de personas y aeronaves como prácticas de violencia política. Aún se recuerda el secuestro, en La Habana, del campeón argentino de Fórmula 1 Juan Manuel Fangio, con el fin de que el M-26-7 ganase notoriedad internacional y demostrase que era capaz de sabotear la celebración del Gran Premio de Cuba, y a la vez, quedasen al descubierto las vulnerabilidades de la dictadura batistiana. Asimismo, en 1958 fue noticia el secuestro de un DC-3 con 14 pasajeros y, un mes después, un Viscount-755 que se precipitó en la Bahía de Nipe y solo sobrevivieron tres de sus 20 tripulantes.

Cobertura de Bohemia al secuestro de Juan Manuel Fangio
Cobertura de Bohemia al secuestro de Juan Manuel Fangio / Foto: BBC

En estos actos, el propósito era dañar instalaciones, servicios y lograr que el M-26-7 ganase notoriedad, a la vez que constituyen formas de radicalización violenta en medio de una guerra contra un gobierno que empleaba de forma sostenida la violencia extrema —principalmente asesinatos y tortura— como forma de lucha y principal estrategia para mantenerse en el poder.  

Siguiendo esta lógica, las acciones del M-26-7 se explican a partir de las tres condicionantes que establece Alex Schmid como impulsoras de la radicalización violenta: 1) la existencia de un status quo problemático, 2) la obligación de resolver esos problemas a través de la defensa de un ideario y 3) la violencia como medio para alcanzar ese propósito de cambio.

Asimismo, estos fragmentos de la historia insular constatan la existencia de un proceso de radicalización doméstico en un sector de la población, que tiene sus raíces en la concepción ideológica independentista de figuras como Félix Varela, Carlos Manuel de Céspedes o José Martí, basados en ideales que asumieron también los jóvenes revolucionarios de la década del ‘30 del siglo XX.

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Ernesto Che Guevara, en su texto La guerra de guerrillas, exponía sus criterios sobre las diferencias entre el terrorismo y el sabotaje en un contexto de lucha: «es preciso diferenciar claramente el sabotaje, medida revolucionaria de guerra, altamente eficaz, y el terrorismo, medida bastante ineficaz, en general, indiscriminada en sus consecuencias, pues hace víctima de sus efectos a gente inocente en muchos casos y que cuesta gran número de vidas valiosas para la revolución».

Con el triunfo de la Revolución en 1959 no tardaron en agudizarse contradicciones del nuevo poder, tanto con el gobierno de los Estados Unidos como con grupos nacionales probatistianos o que se oponían a las reformas implantadas por Fidel Castro, los cuales se exiliaron principalmente en el sur de la Florida. En este momento, la Isla comenzó a ser blanco de ataques terroristas, financiados desde el exterior, con el fin de generar inestabilidad en la población e intentar derrocar mediante la fuerza el Estado naciente y el nuevo sistema político establecido.

En los primeros años, se destaca el rol de la Agencia Central de Inteligencia (CIA) en el respaldo económico de operaciones militares y encubiertas de inteligencia para derrocar o asesinar a Fidel Castro, e instaurar una junta gubernamental favorable a los intereses de Estados Unidos que posteriormente convocase a elecciones.

En paralelo, la CIA destina fondos para el entrenamiento paramilitar de grupos anticomunistas fuera de la isla, el desarrollo de redes de inteligencia en el territorio cubano y la creación de una estrategia propagandística en contra del gobierno, con el propósito de sembrar el descontento, la desaprobación popular y garantizar de modo más certero el desmoronamiento del modelo político cubano.

Las formas de terrorismo en esta etapa van desde las acciones de sabotaje contra instalaciones de interés económico; atentados contra representaciones de organismos e instituciones cubanas en el exterior, incluido el personal diplomático; intentos de asesinato a dirigentes políticos; secuestros de aeronaves con el propósito de desviarlas hacia territorio estadounidense, hasta indicios de bioterrorismo mediante la introducción de plagas que han afectado la producción de alimentos y la salud de las personas.

El atentado contra el avión que transportaba desde Barbados a Jamaica a guyaneses, norcoreanos y miembros de la selección nacional del equipo de esgrima, el 6 de octubre de 1976, es recordado como el peor de su tipo en la región. En el año 2005, archivos desclasificados de la CIA daban cuenta de que ese ente «tenía inteligencia concreta de avanzada, tan temprano como junio de 1976, sobre planes de grupos terroristas cubanos exiliados, de atacar con una bomba de línea de Cubana».

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Honores a los fallecidos en el acto terrorista conocido como crímen de Barbados.

A inicios de la década de los ‘80 se creó la Fundación Nacional Cubano-Americana (FNCA) que, apoyada por la CIA, también destinó fondos para derrocar al gobierno de la isla y financió atentados contra hoteles en la capital cubana a fines de los años ‘90, que dejó como saldo la muerte de un turista italiano. En esos años, el mundo vivía el fin de la Guerra Fría tras el colapso del socialismo en Europa del Este por lo que, aunque la tensión política había disminuido notoriamente a escala internacional, se realizaron en distintas zonas de Cuba infiltraciones de grupos armados de cubanos residentes en EE.UU. Sin embargo, en periodos más recientes, las acciones terroristas tanto dentro como fuera de la Isla han tomado otras características, pues la actitud de EE.UU. ante el terrorismo cambió drásticamente tras los atentados del 11 de septiembre de 2001.

Si bien en las décadas anteriores la CIA entrenaba directamente a cubanos que residían en el exterior con el fin de una intervención armada  ? que dejaron una filosofía de que «contra el gobierno cubano todo vale», reforzada con la tolerancia de las autoridades norteamericanas hacia quienes entrenó para emprender esas acciones violentas ? , en la actualidad grupos de la oposición que operan desde EE.UU. o algunos países europeos reclutan a cubanos residentes en la Isla para acometer acciones terroristas dentro del territorio nacional.

En este contexto, han aparecido procesos de radicalización ideológica asociados a las distintas fuerzas políticas que confluyen en el escenario cubano tanto fuera como dentro del territorio nacional. La crisis económica y de migración a gran escala, que han agudizado el descontento y la desesperanza popular, el discurso agresivo hacia el gobierno cubano que imperó en Estados Unidos durante de época de Donald Trump —y con numerosos amplificadores en la Florida—, sumado a las acciones de violencia política acometidas por el Estado cubano contra personas o grupos disidentes que ha trascendido a la agenda pública —reclusión domiciliaria, actos de repudio, interrogatorios por órganos de la Seguridad, exposición pública, y encarcelamientos— han incidido en el desplazamiento tanto individual como grupal hacia los extremos del espectro político.

De este modo, ha sido común en los últimos años el reclutamiento de personas por parte de sectores de la oposición cubana en el exterior, para emprender acciones violentas en algunas ciudades de la Isla. El descarrilamiento de un tren de carga que procedía de la terminal de contenedores de Mariel; el lanzamiento de piedras contra vidrieras de centros donde se comercializan productos en Moneda Libremente Convertible (MLC) en La Habana, Santiago de Cuba y Matanzas, o de cocteles molotov contra archivos del Tribunal Municipal de Centro Habana, una cafetería, una barbería y una bodega en San Miguel del Padrón; además de las vejaciones a bustos de José Martí en la capital cubana, constituyen ejemplos de estas acciones en el territorio cubano.

Bustos de José Martí vandalizados
Bustos de José Martí vandalizados / Foto: Diario de Cuba

Esta situación de radicalización política ha sido aún más aguda luego del estallido violento del 11 de julio de 2021 y la posterior respuesta altamente punitivista del Estado cubano que se materializó en altas condenas a múltiples manifestantes mediante sentencias que han sido consideradas como exageradas y atravesadas por un fuerte matiz político y de escarmiento público por parte de organizaciones internacionales y grupos ciudadanos.

El gobierno cubano ha declarado en la mayoría de los casos que estos son actos de terrorismo financiados desde el exterior para el cambio de régimen. No obstante, a diferencia de los atentados implementados en los primeros años de la Revolución, la relación directa con agencias de inteligencia extranjeras de estas últimas acciones no ha sido totalmente probada hasta el momento, cuando más, se ha demostrado vínculo directo de los comisores con grupos radicales del exilio.

Otro de los elementos a debate es la edad de quienes protagonizan estas formas de terrorismo y vandalismo. Según alertan los estudiosos Manuel Moyano e Irene González, en las sociedades, los jóvenes son «actores proactivos» por lo que corren mayor riesgo de ser «socializados en entornos vulnerables, expuestos a propaganda violenta y en riesgo real de captación y reclutamiento».

Algunos puntos de partida para prevenir la radicalización violenta y el terrorismo

Hasta el momento, los procesos de radicalización vinculados al tema Cuba de años recientes no han provocado actos terroristas dentro de la Isla que arrojen saldos de víctimas masivas, pero para evitar que esto llegue a suceder, es necesario contar con una estrategia que apueste por la colaboración e intervención de los actores involucrados. Ello supone disponer de mecanismos de alerta temprana que ayuden a detectar cuándo un sector se encuentra en un proceso de radicalización que puede conducir a la violencia.

Las investigaciones a escala internacional que se han acercado al fenómeno en otros contextos, apuestan por desarrollar programas de comunicación estratégicos y coordinados, que prioricen la puesta en práctica de contra-narrativas discursivas como respuesta proactiva a los discursos extremistas que pudieran incidir en un proceso de radicalización a corto, mediano o largo plazo.

Sobre la base de lo anterior, la prevención de la radicalización violenta y el terrorismo vinculado al tema Cuba pudiera enfocarse en tres aspectos fundamentales:

1) fomentar narrativas que apuesten por historias positivas y de resiliencia, donde se muestren valores asociados a la tolerancia, la libertad de expresión, de pensamiento y la democracia;

2) orientar el trabajo hacia lo educativo, para ofrecer apoyo, orientación y formación y así prevenir formas de radicalización violenta en escenarios presentes y futuros;

3) emplear de modo articulado las redes sociales digitales o humanas para difundir información y experiencias que promuevan la reflexión y protejan a las personas o grupos en riesgo de ser radicalizados, al ser posibles espacios que favorecen los procesos de radicalización, por su probada eficacia para difundir ideas y narrativas extremistas.

Lo anterior demandaría un trabajo donde confluyan, de modo colaborativo, todas las instancias y esferas de la sociedad, que se encaminen a la creación de equipos de trabajo interdisciplinares y asesoría especializada para promover una convivencia social libre de extremismos que corren el riesgo de desencadenar procesos de radicalización violenta.

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2 COMENTARIOS

  1. Respetando el amplio y tedioso estudio presentado, el reciente ataque a la Embajada Cubana con dos cócteles molotov, es un acto terrorista y no hace falta recurrir a la academia de la lengua ni a expertos para saber que el objetivo es llamar la atención, demostrar odio y violencia no al inmueble sino a lo que representa. Crear el terror y el miedo en los integrantes de la misión cubana. Como tal debe ser investigado para identificar y capturar al autor. Una vez esto suceda conocer sus intenciones políticas o producto de un demente. En cualquiera de los casos deberá ser sancionado. Llama la atención que ninguna autoridad pudiera evitarlo ya que el autor estuvo un tiempo frente a las cámaras de video, que podía haber sido neutralizado por las autoridades estadounidense que custodian la embajada. No es un hecho para causar alarma, los diplomáticos cubanos conocen el riesgo y los antecedentes de la década del 1970-80 cuando casi a diario ponían bombas en la puerta de la sede tanto en Nueva York como en Washington. Recordar el asesinato de un diplomático cubano en las calles de Nueva York. Por tanto no es nada nuevo y para teorizar sobre el terrorismo les recomiendo buscar primero todos los hechos anteriores y reconocer que la violencia en los Estados Unidos se ha incrementado notablemente con hechos de sangre, tiroteos masivos incontrolables por las autoridades por lo que no debe alarmados este, que todo aparenta la intención de llamar la atención como un símbolo de protesta.

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