Me complace que se debata sobre la consigna “Con todos, y para el bien de todos”, a la que Martí consideró la “fórmula del amor triunfante” que se pondría “alrededor de la estrella, en la bandera nueva”.[1] Es de lo más subversivo de su pensamiento político. Lo peliagudo de la frase es el término repetido de todos. Con el tiempo, y extraído de su contexto, ha sido grato a los que han querido hacer pasar al Delegado por un profeta, u hombre del futuro.
Flaco servicio le hacen al afirmar que se adelantaba a la realidad de su época. Eso es válido para escritores de ciencia ficción, utopistas que sueñan con la sociedad perfecta, o demagogos que aspiran a sobresalir jugando con las aspiraciones de las masas, pero mal le vendría a un político empeñado en lanzar a su pueblo al sacrificio de una guerra necesaria. En realidad Martí fue un hombre de su tiempo y un político comprometido en solucionar sus problemáticas más acuciantes.
Sobre la probabilidad real del éxito de sus proyectos revolucionarios decía su amigo íntimo y segundo hombre del PRC, Benjamín Guerra:
Martí tenía señaladas condiciones prácticas, sabía administrar, preparaba con cuidado sus proyectos, nunca erraba en ellos, siempre los realizaba. Sus planes parecían a veces descabellados e irrealizables, porque al prepararlos contaba en sus problemas con factores desconocidos para los demás; con la clarividencia de genio veía él lo que los demás no podían ver, leía en el porvenir, penetraba en la mente de los pueblos y de los hombres, los conocía por dentro, sabía lo que podía esperar de cada uno.[2]
Vale recordar donde empleó por primera vez aquella consigna para comprenderla mejor. Fue ante una multitud entusiasta de tabaqueros y sus familias, en el Liceo Cubano de Tampa, el 28 de noviembre de 1891. El club Ignacio Agramonte lo había invitado especialmente para hablar en ese acto. Lo precedieron en la palabra dos elocuentes oradores, líderes radicales de la localidad: su anfitrión, el espirituano Néstor Leonelo Carbonell, capitán mambí y presidente del citado club; y Ramón Rivero, periodista anarquista y presidente de la Liga Patriótica Cubana.
El escenario era inédito. Por primera vez, Martí hablaría ante una masa de obreros de mayoría anarcosindicalista, desconfiados tanto de los caudillos militares, que acudían a sacarles dinero para planes revolucionarios −reales o supuestos−; como de los capitalistas locales, que les exigían obediencia y lealtad en aras de mantener la unidad patriótica. Motivados por la fama del visitante, les interesaba que Martí les aclarara bien para qué y por quienes debían sacrificarse nuevamente.
Ese quienes estarían incluidos en la prometida república cubana es el todos que a Martí le urgía definir. Su lenguaje, siempre metafórico, sería claro y terminante ante aquel público expectante. Sus palabras no dejarían lugar a dudas, o interpretaciones difusas, y calarían profundamente en la mente y el corazón de los emigrados.
Les aseguró que se lucharía por: “la revolución de justicia y de realidad, para el reconocimiento y la práctica franca de las libertades verdaderas”, pues:
[…] envilece a los pueblos desde la cuna el hábito de recurrir a camarillas personales, fomentadas por un interés notorio o encubierto, para la defensa de las libertades […] O la república tiene por base el carácter entero de cada uno de sus hijos, el hábito de trabajar con sus manos y pensar por sí propio, el ejercicio íntegro de sí y el respeto, como de honor da familia, al ejercicio íntegro de los demás; la pasión, en fin, por el decoro del hombre, o la república no vale una lágrima de nuestras mujeres ni una sola gota de sangre de nuestros bravos. Para verdades trabajamos, y no para sueños. Para libertar a los cubanos trabajamos, y no para acorralarlos […] ¡Mejor caer bajo los excesos del carácter imperfecto de nuestros compatriotas, que valerse del crédito adquirido con las armas de la guerra o las de la palabra para rebajarles el carácter!
Su todos solo excluiría a los cubanos integristas, mientras fueran fieles a la constitución colonial y la monarquía trasnochada. Por primera vez, aquellos obreros oyeron a un orador decirles que la república serviría, en igualdad de condiciones, no solo a los criollos blancos de la Isla, sino también a negros y mulatos, españoles residentes y cubanos exiliados.
Ante un público delirante, el Apóstol tilda de lindoros, olimpos, y alzacolas a los que temen al empoderamiento futuro de los obreros emigrados y les dice: “Mienten! ¡Esta es la turba obrera, el arca de nuestra alianza, el tahalí, bordado de mano de mujer, donde se ha guardado la espada de Cuba, el arenal redentor donde se edifica, y se perdona, y se prevé y se ama!”
En posteriores textos y discursos continuaría desplegando su concepto de todos que extiende también a los autonomistas, a los que considera equivocados, no traidores ni mercenarios. Tampoco cerró puertas a los anexionistas, pues consideraba “la idea de la anexión” como una continuidad de la tesis colonialista de la incapacidad del pueblo cubano para el autogobierno. Con mucha claridad sostenía:
[…] la intriga de la anexión será el recurso continuo de los que prefieran la unión desigual con un vecino que no cesará de codiciarnos al riesgo de su propiedad o a la mortificación de su soberbia. Obraría muy de ligero quien creyese que la idea de la anexión, irrealizable e innecesaria como es, desaparecerá de nuestros problemas por su flojedad esencial, por la fuerza de nuestros desdenes, o por el brío de nuestra censura […] por causas naturales y constantes, es un factor grave y continuo de la política cubana.[3]
El todos de su fórmula política incluyente vendría a confrontar y superar a la intolerancia bárbara, heredada del régimen colonial: “Aspereza, rudeza, violencia contra los que no piensan como nosotros.” [4] Lo hizo él en su época y hemos de hacerlo nosotros en la nuestra, colocando en pie de igualdad en el debate público las opiniones e intereses de todos los cubanos.
[1] Todas las citas del texto pertenecen a “Discurso en el Liceo cubano, Tampa”. OC, T4, pp. 269-279.
[2] “Martí, hombre práctico”, en: Ana Cairo: Letras. Cultura en Cuba, tomo I, pp. 11-12.
[3] “El remedio anexionista”. Patria, 2-7-1892. OC, T2, pp. 47-50.
[4] Cuaderno de apuntes No 17. OC, T21, p. 368.
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