Análisis de las problemáticas y demandas vinculadas a los procesos culturales y la creación artística y literaria
El lugar es el Maxim Rock, local habanero popular entre los jóvenes, que acoge con frecuencia concurridos conciertos y noches temáticas. El evento es una fiesta por Noche de Brujas o Halloween, y los organizadores están a punto de anunciar el ganador del concurso de disfraces por popularidad. Los competidores son: una pareja tenebrosa, un sujeto encapuchado sacado de un videojuego, y… ¿un oficial de las SS[1]?
Entre aplausos, el uniformado con banda roja es presentado como «el führer». Tras votaciones a voces, el animador toma el micrófono y pronuncia las siguientes palabras: «Damas y caballeros, es un placer para mí anunciar que esta noche en el Maxim Rock ha ganado… ¡Alemania!»
El joven «führer» habanero da un paso al frente y con marcialidad realiza un saludo nazi en medio del escenario. Muchos asistentes lo imitan. El público enloquece de euforia. Yo no doy crédito a lo que veo en la pantalla.
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Aquí estamos otra vez: otro Halloween, otra sorpresa. Luego de un año de espera, nuestros creativos jóvenes nos han regalado otro episodio surrealista con motivo de estas fechas tan señaladas.
Luego de la polémica nacional tras los disfraces del KKK en Holguín hace exactamente doce meses, un joven, esta vez en La Habana y en el marco de un concierto temático celebrado en el Maxim Rock el pasado 28 de octubre, decidió acudir a la cita anual con un uniforme completo de la infame organización hitleriana Schutzstaffel —en español, Escuadras de Protección—, más conocida por su abreviatura SS.
A pesar del entusiasmo que parecía reinar en el evento por esta inusual ocurrencia, cuando el hecho trascendió a través de las redes sociales la indignación de varios usuarios no se hizo esperar. El escándalo llegó rápidamente hasta el Instituto Cubano de la Música (ICM), que al día siguiente publicó una nota en la cual anunció la decisión de «cerrar, de manera inmediata, el Centro Cultural Maxim Rock, hasta tanto se esclarezcan los hechos, se hagan los análisis correspondientes y se tomen las medidas disciplinarias con cada uno de los responsables», por la «incapacidad de la institución» para prever lo ocurrido con el disfraz «nazifascista». Más adelante en la nota, el ICM afirmó que el suceso «vuelve a poner sobre la mesa el tema de los peligros de la colonización cultural».
Por otro lado, ese mismo día apareció en Cubadebate un texto titulado Halloween en Cuba: apología al nazismo, que achacó lo sucedido a la permisividad de las instituciones frente a estas manifestaciones. El problema —señala— «tiene que ver con la educación, la enseñanza de la historia y la formación de valores en las nuevas generaciones», y el hecho «viola flagrantemente la política cultural de la Revolución Cubana».
En el mencionado artículo, a pesar de comentar que no se trata de un ataque a la celebración en Halloween en Cuba, acto seguido el autor se toma el trabajo de aclarar que, y cito: «creemos que no hay forma de prohibir ni detener esta práctica». Ya cerca del final, pocas líneas más abajo, el autor hace referencia, tal y como hizo el ICM en su nota, a la importancia del debate sobre la «colonización cultural».
Entre fantasmas: la colonización cultural
La figura de la colonización cultural ha sido utilizada en el pasado para atacar la celebración de Halloween en la Isla. Sin embargo, considerar la festividad como un elemento colonial de manera total y apriorística constituye una simplificación excesiva, especialmente si tenemos en cuenta los dinamismos propios de la cultura, que incluso en las mismas coordenadas geográficas puede manifestarse de forma distinta en diferentes generaciones y grupos poblacionales.
En ese sentido, el problema no está en los disfraces. No es una novedad para nadie que «el miedo a lo foráneo» ha sido una máxima que en distintos momentos de la historia de Cuba ha signado el actuar de las instituciones culturales oficiales. Bajo este argumento se han cometido no pocos extremismos e injusticias. Por otro lado, se han descuidado festividades populares «autóctonas» con una gran carga cultural y lúdica —las parrandas en las ciudades, por citar un ejemplo—, cosa que no ha sucedido con otras «tradiciones» de una connotación más política y solemne.
Por otro lado, la globalización ha traído de forma inevitable expresiones culturales novedosas para nuestro contexto. Algunas de estas, incluso, estuvieron presentes en algún momento de nuestro pasado, pero habían sido parcialmente abandonadas o relegadas al espacio privado —tal es el caso de la Navidad—, y a pesar de esto, a su llegada fueron recibidas con entusiasmo y curiosidad.
En estas condiciones, la popularidad de Halloween, sobre todo ayudada por el cine, los dibujos animados, y más recientemente el internet, no sorprende en lo absoluto. A pesar de haberse originado en un contexto específico, la Noche de Brujas se ha convertido en un fenómeno global, que ha trascendido fronteras y que es celebrado en todas las latitudes, conviviendo en no pocos casos con las culturas locales.

Jóvenes celebrando Halloween en Cuba. Foto: Alma de Cuba.
Ese chovinismo ciego, que incluso tolerando la festividad no pierde la oportunidad de mirarla con recelo, es el que entorpece en primer lugar un abordaje serio del impacto cultural de Halloween en Cuba, tratando la cuestión desde el punto de vista educativo y divulgativo como un elefante invisible —aunque extrañamente incómodo— en la habitación.
Lo antes dicho lleva a la negativa institucional de abordar abiertamente el fenómeno y, en consecuencia, a la imposibilidad de educar y establecer un diálogo horizontal al respecto que quizá, de haber tenido lugar, hubiera reducido la probabilidad de que ocurrieran sucesos como los recientes.
Para poder normar, que al parecer es la prioridad estatal, lo primero es reconocer y aceptar la existencia de esa realidad cultural e integrarla, en lugar de rechazar lo foráneo por mero reflejo, relegándolo por completo a la periferia institucional. Demonizar sin matices una festividad como Halloween, muy al estilo de un extremista religioso repugnado por lo «profano» de sus premisas, es casi tan irresponsable como vestirse de un personaje controversial. De hecho, lo segundo puede ser una consecuencia previsible de lo primero.
El otro espectro: el «führer» caribeño
A pesar de la desproporcionada reacción entre los portavoces de la «correcta cultura», la cuestión del disfraz también nos aporta claves interesantes sobre los procesos de transformación que están ocurriendo entre los más jóvenes a través de internet, y en su forma de entender la comedia.
Basta dar una mirada rápida a las reacciones en redes sociales para notar que, de forma opuesta a la respuesta oficial, una parte nada despreciable de los usuarios jóvenes ha considerado que el disfraz era algo satírico, de humor negro, una burla al régimen nazi o simplemente un disfraz especialmente travieso. Por lo anterior, para muchos de ellos la censura al «führer» puede ser considerado como una afrenta contra la libre expresión.

Ejemplo de reacción generada al cierre del Maxim Rock
Sin embargo, como ya he tratado anteriormente con motivo del Halloween pasado, el humor negro o cualquier pieza humorística en general, no se agota únicamente en las intenciones del emisor o el contenido explícito que contiene. En la era de la post-ironía la transgresión se confunde entre la sátira y lo genuino, por lo tanto, la reproducción de ciertos discursos y mensajes podría influir en la propagación del odio y el extremismo, incluso, si las intenciones eran originalmente irónicas.
La sobrecogedora imagen de todo un auditorio elevando sus brazos extendidos en un saludo fascista colectivo podría provocar que lo que tal vez inició como un juego, o una transgresión juvenil, se convierta en un vector peligroso si es instrumentalizado. La presumible inocencia de los autores no hace que las posibles consecuencias desaparezcan. Además, normalizar el uso casual de la iconografía fascista es algo delicado, teniendo en cuenta el contexto actual en el que nos encontramos con una guerra que ha avivado tanto el sionismo como el antisemitismo.

Disfraz que generó la polémica
Por otro lado, si bien en Cuba no ha sido el único país en el que la Noche de Brujas se ha prestado para resucitar símbolos del nazismo[2], la manera de la que ocurrieron los sucesos en nuestra capital habla de un verdadero desconocimiento de la historia, no ya por el joven disfrazado, sino por el animador mismo, al presentar a Alemania como vencedora de la competición. Esto resulta especialmente cuestionable, pues hasta el dia de hoy esa nación carga con vergüenza el peso y la sombra de los horrores de su pasado, y está incluso prohibido por ley portar la iconografía del nazismo. Pero claro, si es por las risas, todo está justificado, ¿no?
No puedo evitar recordar un pasaje de la película alemana Ha vuelto (2015), en la cual Hitler reaparece en la Berlín de la actualidad y comienza su nueva carrera hacia el poder a través de los medios de comunicación, bajo la fachada de ser un humorista imitador de sí mismo. En una escena, una anciana judía lo reconoce y comienza a gritar, convencida de que se trata del verdadero. Su nieta, sin saber la identidad real del dictador, intenta explicarle que es comedia, algo satírico, a lo que la señora, con rencor en la mirada, responde: «Se ve igual que antes, dice las mismas cosas que antes, y en ese entonces la gente también se rio».
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Lo sucedido la noche del concierto de Halloween en el Maxim Rock encierra muchas más aristas de las que podríamos encontrar con una simple mirada, y es por eso que hemos de ser cautelosos ante aproximaciones vagas o facilistas.
El cierre hasta nuevo aviso del local, que es el principal bastión del rock en la capital y uno de los pocos espacios que existen en la institucionalidad estatal para sus aficionados, parece una medida exagerada teniendo en cuenta lo puntual de lo ocurrido. La medida, justificada con la «política cultural de la Revolución», priva por el momento a los rockeros habaneros de uno de sus lugares de preferencia, y, de mantenerse por mucho tiempo, los forzará en lo adelante a organizar sus actividades cada vez más al margen de las instituciones estatales.

Maxim Rock / Foto: Facebook
En cuanto al «führer caribeño», probablemente estará riéndose de lo ocurrido. Si sus intenciones eran buenas o malas, o si fue una inocente «bromita», realmente no afecta el contenido de su mensaje; su actitud igual de irresponsable que la de de los organizadores del evento al lidiar con el asunto, parte de un profundo desconocimiento de sus posibles consecuencias. No obstante, sería apresurado afirmar que actuaron de mala fe, y más en una época en la cual el humor con esas características es constante en el escenario donde la mayoría de los jóvenes cubanos se mueven gran parte del día: internet.
No todo humor es inofensivo, y no toda ofensa es necesariamente humor. Las nuevas generaciones traen nuevas formas de entender lo satírico, y no queda más opción que investigar y comprender mejor como se estructuran los nuevos discursos y relaciones en sus diferentes comunidades, que al final van generando sus propias pautas culturales. Es a través del reconocimiento y análisis profundo de esa realidad que podremos evitar que dichas pautas lleven, ante la indiferencia, a la reproducción de mensajes discriminatorios y de odio, de los cuales el nazismo hace parte.
Al final, el problema de base sigue sin tratarse, y no es otro que la completa desconexión de ciertas instituciones estatales, habitualmente reacias al diálogo abierto, con la realidad cultural de los más jóvenes, y la consecuente falta de investigación y debate público sobre el tema.
No todo puede resolverse criticando la «permisividad», y la «educación por castigos» no ha resultado precisamente inclusiva, y menos aún, efectiva. Repetir las viejas técnicas de cerrar los locales tras un incidente singular, rehuir de lo foráneo, nominar culpables puntuales y la toma de represalias, no hará desaparecer el elefante fantasma en la habitación.
Más «educación», a secas, tampoco es la solución. Si la enseñanza de la Historia continúa desde un enfoque meramente descriptivo, memorístico e impositivo —eso sin contar los sesgos ideológicos—, no contribuirá mucho al desarrollo de un pensamiento integral sobre la complejidad de los procesos que intervienen en el devenir humano. Menos aún impedirá que, motivados por su naturaleza inquieta, los jóvenes se hagan eco de todo aquello que consideren como suficientemente transgresor para representar una muestra auténtica de autodeterminación.
Prohibir sin mayor explicación que la ideológica, en este caso, podría llevar a que el führer salga del disfraz para convertirse en un símbolo de la libre expresión y el humor, para una juventud que siente su espacio exclusivo invadido por una «autoridad cultural» que, desde la incomprensión, intenta decirle qué es colonialista y qué no.
Si algo queda claro luego de esto es que —a tono con la temática del disfraz— poner un parche y mirar hacia otro lado dista mucho de ser la «solución final».
Notas
[1]Las SS, Schutzstaffel o «Escuadras de Protección» fue organización militar y política que durante el Estado nazi se hizo cargo de la seguridad, la identificación del origen étnico, la política de establecimiento demográfico, y la recopilación y el análisis de información de inteligencia. Controlaban las fuerzas policiales alemanas y el sistema de los campos de concentración. Además, concibieron e implementaron planes diseñados para reestructurar la composición étnica de Europa oriental y la Unión Soviética.
[2] Esto no ha ocurrido solo en Cuba, y la tolerancia no ha sido mucho mayor. A modo de contraste, apenas al día siguiente de lo acontecido en el Maxim Rock se hizo viral una noticia procedente de Argentina en la que un joven fue repudiado por los asistentes y expulsado de una fiesta por ir disfrazado de Adolf Hitler.