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Censura

Intercambio cultural
Relaciones internacionalesObservatorio sobre Extremismo Político

Intercambio cultural entre Cuba y EE.UU.: libertad vs. censura

por Observatorio sobre el Extremismo Político 6 diciembre 2022
escrito por Observatorio sobre el Extremismo Político

El diferendo entre EE.UU. y Cuba ha tenido implicaciones en la forma en que los artistas e intelectuales de ambas naciones se han relacionado con sus públicos. Dicho vínculo, a lo largo de más de sesenta años, ha atravesado momentos de rupturas y relajamientos, ciclos en los que median factores como la evolución de la política cultural cubana y el clima político en la Florida.

El intercambio cultural entre Cuba y Estados Unidos nunca ha dejado de existir completamente y prueba de ello son las celebridades residentes en norteamérica como Rita Coolidge, Kris Kristofferson, Gladys Knight, Billy Joel, (1979), Mohamed Alí (1996), Robert Rauschenberg (1988), Arthur Miller (2000), entre otros, que pese a las hostilidades han visitado la nación caribeña.

Sin embargo, el presente trabajo se centra en los períodos comprendidos por las administraciones de los presidentes Barack Obama, Donald Trump y Joseph Biden (2009-2022), por el abrupto contraste en el flujo bidireccional de artistas residentes en ambas orillas, que se registra en esa etapa.

Distensiones en la época Obama

Las condiciones de distensión logradas entre los gobiernos de Raúl Castro y Barack Obama fueron el caldo de cultivo perfecto para una mejora en el intercambio cultural entre Cuba y EE.UU. El propio mandatario de la Casa Blanca declaró en 2016 que el intercambio cultural y económico era una medida positiva para el desarrollo del pueblo cubano. Desde antes de que fueran  visibles las negociaciones, ambos Estados habían facilitado un incipiente intercambio en 2010, que sentaría las bases de una apertura mayor.

El intercambio cultural, asimismo, ha sido un catalizador tanto de las relaciones entre las diversas comunidades cubanas dentro y fuera del territorio nacional, como de una apertura en materia ideológica en la Isla. Ejemplo de ello fue el Concierto Paz sin Fronteras en 2009, cuando artistas nacionales residentes en el exterior regresaron a su tierra después de mucho tiempo y reconocidos cantantes del continente, como Juanes y Olga Tañón, se presentaron por primera vez en La Habana.  

La época de Obama implicó un boom de artistas norteamericanos o establecidos allí que viajaron a la nación caribeña, en calidad de visitantes o a brindar su arte, lo cual ayudó a romper la sensación de aislamiento internacional que prevalecía sobre Cuba. El concierto  no estuvo exento de padecer el extremismo del sur de la Florida, pues los participantes  sufrieron fuertes críticas que afectaron su vínculo con el lucrativo mercado de Miami.

Durante ese período, celebridades como Beyonce, Rihanna o Katy Perry visitaron La Habana, y se filmaron en la ciudad escenas de la película Fast And Furious VIII. Estas acciones, además de la consabida oposición del llamado “exilio histórico”, avivaron debates en una zona de la intelectualidad cubana que interpretó como excesiva permisividad la forma en que se acogieron en el panorama citadino expresiones de la “industria cultural de masas”.

Un momento cumbre de intercambio cultural fue el concierto de The Rolling Stones (septiembre de 2016), al que asistieron cerca de 400 mil personas, según cifras de la BBC. Se trató de un acontecimiento histórico, no solo por la fama de la banda británica, sino por haber estado parcialmente prohibida junto a muchas otras agrupaciones angloparlantes y de música rock, considerada una desviación ideológica durante los años 60 y 70 .

Por otro lado, se evidenció un cambio en la política cultural y de medios de la Isla, que en muchas ocasiones condenó al ostracismo mediático hacia  figuras públicas que decidieron emigrar. Durante la época de Obama, cuando artistas como Isaac Delgado, Descemer Bueno o Reynaldo Miravalles regresaron temporalmente o visitaron su patria, los medios de comunicación estatales se encargaron de visibilizar ampliamente su trabajo y exaltar su disposición de brindar su arte a los residentes en suelo cubano.

Pero el intercambio no solo fue de un lado. Haila, Buena Fe, Frank Delgado, la Charanga Habanera, Alexander Abreu, Ivette Cepeda, Gente de Zona, Osvaldo Doimeadiós, Robertico, entre otros, viajaban de una orilla a otra, presentándose principalmente ante el público cubano de la Florida, sin que ello implicara la necesidad de establecerse en territorio norteamericano. Si bien estas actuaciones fueron criticadas por una zona del exilio y hubo varias cancelaciones, las que lograron el éxito son suficientes como para afirmar que fue el período en el cual más cubanos que vivían en la Isla pudieron presentarse ante sus compatriotas a 90 millas.

El documental EX Change (2017), dirigido por Juan Carlos Travieso, refleja el clima de entonces y la diversidad de criterios de artistas, activistas políticos e intelectuales cubanos respecto al intercambio cultural. Se destacan tres posturas: quienes defendían el intercambio sin límites, los que  apostaban por revisar la conveniencia de cada caso y aquellos que apoyaban la permisión de que artistas partidarios del gobierno cubano visitaran Miami, solo si su Estado admitía lo mismo con sus críticos en la otra parte. El material audiovisual también avizoraba una posible ola extremista bajo la nueva administración republicana, que en efecto ocurrió.

Trump y la vuelta a la Guerra Fría

El gobierno de Donald Trump representó un regreso a las hostilidades. Durante su mandato, el intercambio cultural se ralentizó y experimentó una fuerte politización. Varios artistas fueron presionados para adoptar posturas extremistas, proceso en el cual el influencer Alexander Otaola desempeñó un papel clave, a pesar de que él mismo visitó su país durante el “deshielo”.

Un ejemplo de cómo los criterios políticos primaron por encima de los artísticos fue lo sucedido con el grupo Gente de Zona, que por varios años se presentó  en escenarios de Cuba y EE.UU., sin que representara un problema. Durante un concierto celebrado en junio de 2018 en la Ciudad Deportiva (La Habana) junto a la cantante italiana Laura Paucini, enviaron un saludo al mandatario cubano Miguel Diaz-Canel Bermúdez, tras lo cual  recibieron amenazas de parte de sectores opositores extremistas que escalaron hasta la cancelación de un concierto a finales de 2019 en Miami. Días después, el integrante del dúo musical, Randy Malcom, emitió una disculpa a todos los cubanos y a partir de entonces transformaron su discurso en una oposición abierta al gobierno. 

También durante la administración Trump, la Casa Blanca prohibió en 2019 el uso de presupuesto federal para el intercambio cultural con Cuba, y limitó los viajes de ciudadanos y residentes norteamericanos a la Isla, que solo podrían viajar por motivos familiares. Celebrado como un logro por los sectores “anti engagement”, sirvió como base legal para campañas contra los artistas residentes en la Isla que pretendían presentarse en EE.UU. y contra celebridades que viajaron o desearan visitar Cuba.

Como parte de esta campaña, el alcalde Francis X. Suarez y otros políticos de la Florida aprobaron la resolución R-19-0236, en la que se solicitaba al Congreso la prohibición total del intercambio cultural con Cuba, así como de  la contratación de artistas relacionados con el gobierno de La Habana. Un análisis sobre el documento, publicado en el portal OnCuba, lo calificó de “inconstitucional”, pues  la política de ingreso al país es prerrogativa federal y un gobierno local no puede prohibirle a un empresario privado la contratación de un artista. Sin embargo, hasta el momento no se han tenido noticias del éxito de dicha propuesta.

Gobierno de Biden y situación actual

Con la llegada a la presidencia del demócrata Joseph Biden, si bien no han prosperado nuevas restricciones gubernamentales al intercambio cultural, tampoco han cesado los intentos  de frustrar cualquier actuación en la Isla de artistas internacionales o cubanos residentes en el exterior, unido a la presión a personajes públicos cubanos que visiten EE.UU. para que manifiesten un posicionamiento abiertamente opositor al gobierno de su país.

Ejemplos claros fueron las campañas previas al Festival San Remo Music Award en Cuba (2021), tras las cuales artistas, que habían expresado su interés en participar, decidieron retirarse. La principal justificación en este caso fue la presencia de Lis Cuesta, esposa del mandatario cubano, en el comité organizador.

En el presente año han existido casos en los que los intentos de cancelación no han logrado limitar el intercambio cultural. Entre estos puede citarse la presentación en la ciudad de Pembroke Pines (Florida) de las agrupaciones Van Van y Havana D’ Primera, a pesar del publicitado repudio de líderes políticos del exilio como Alexander Otaola y Ana Olema, sobre todo, a causa de criterios emitidos por el músico Alexander Abreu a favor de Fidel Castro.

Por el otro lado, el cantautor cubano Carlos Varela, residente en la nación norteña y con canciones críticas al gobierno de la Isla, pudo presentarse en el coliseo de la Ciudad Deportiva en La Habana durante el Festival Havana Word Music, aunque los gritos de “libertad” del público presente le valieran ataques como el realizado por el joven periodista Pedro Jorge Velázquez —y reproducido en un medio estatal— en el  cual lo llamó abiertamente cobarde por no oponerse a la política norteamericana hacia Cuba durante sus conciertos en Miami.

Igualmente celebrable fue  la reciente proyección —sin visibles impedimentos— de la polémica película independiente Corazón azul, del realizador cubano Miguel Coyula, en el espacio Cine Bajo las Estrellas de la Embajada de Noruega en Cuba, una obra surgida cuando su director residía en Estados Unidos y con escenas filmadas en ambos países.

Intercambio cultural

Libertad artística, censura y polarización

La censura del gobierno cubano a los artistas con posturas críticas ha sido ampliamente tratada por la prensa no estatal en la Isla y los medios internacionales. Esa política ha limitado al pueblo cubano, en distintos momentos de la historia posterior a 1959, el disfrute de la creación de figuras como Bebo Valdés, Ernesto Lecuona, Celia Cruz, Guillermo Cabrera Infante, Reinaldo Arenas, Severo Sarduy y muchos otros que emigraron por contradicciones con el rumbo que tomaba el país. Algunos han sido reivindicados y otros se mantienen en un olvido parcial o total.

Mas los emigrados no han sido los únicos en sufrir la mano de la censura. Solamente en los últimos meses han ocurrido  denuncias de músicos como Emilio Frías (el Niño) por cancelaciones de conciertos y obstáculos para aparecer en medios estatales. Asimismo, fue notable la hostilidad hacia los intentos de presentación de la antología La peor generación en espacios estatales o independientes, que terminó impidiendo su realización. Por su parte, el cineasta Carlos Lechuga hace unos días denunció la retirada de su película Vicenta B de la muestra en concurso del Festival de Cine de La Habana por razones que trascienden el hecho artístico.

Este historial, condenable por cualquiera que defienda el derecho a consumir una propuesta más allá de la posición política de su creador, es frecuentemente utilizado por una zona del exilio para justificar la censura en el sur de la Florida. Tales actitudes, lejos de propiciar un clima de libre creación en la Isla, aumentan la polarización que sirve de pretexto a los extremistas para seguir censurando. Cada vez que se responde a un acto de censura con otro, solo se consigue alejar a obras y creadores de su público natural: los cubanos, donde quiera que estén.

6 diciembre 2022 31 comentarios
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Peor generación
CiudadaníaCultura

La Peor Generación ya es

por Marcos Paz Sablón 30 noviembre 2022
escrito por Marcos Paz Sablón

Hace algunas semanas tuvimos una escaramuza pública relacionada con la censura de un panel literario titulado La Peor Generación, en esencia, una antología de jóvenes autores cubanos aún inédita, curada por Alejandro Mainegra, coordinador de La Tertulia. Se programó inicialmente en La Madriguera, sede habanera de la Asociación Hermanos Saiz,  y luego en otros dos espacios de donde fue finalmente cancelado por evidentes motivos políticos.

A la sazón, Austin Llerandi Pérez, pedagogo/narrador, ganador de concursos provinciales, publicado en una antología española, Premio Farraluque de la Galería Fayad Jamís, hizo pública una crítica titulada LA PEOR GENERACION NO EXISTE (sic). La misma, una de esas piezas de decoración made in Casa de Cultura™ que conviene leer de vez en cuando para estar molesto con algo, ha sido ya (demasiado) respondida.

Lo que me interesa entonces es provocar una reflexión sobre cómo se legitima la literatura, cómo se mueve una obra y qué le confiere relevancia; así como de las múltiples operaciones de blanqueamiento, tachadura y cesión que se solapan dentro de los circuitos de legitimación de lo que pudiera  denominarse: cultura nacional.

Lo más relevante en el texto de Llerandi es su señalamiento de la invalidez de la mencionada Generación por: primero, no estar legitimada a nivel académico; segundo, no contener una obra rastreable (en tanto objeto-libro de ficción); tercero, no poseer una identidad cultural sincrónica, más allá de ciertas coincidencias políticas, que Llerandi insiste en identificar como territorio al margen de lo literario.

Razonemos. Una generación literaria es, básicamente, una operación de legitimación, en tanto un grupo de gente que se identifica, en torno a una coincidencia grupal ideo-estética, política, social. En la teoría literaria se aplica el concepto generación partiendo de lo autonominativo, o desde el promotor que está luchando por su pedazo de capital simbólico. El grupito con el cartel de: Somos este grupito, o el Rodríguez Feo de turno que susurra: Ustedes son en realidad un grupito que quema los pastos.

Tengamos esta discusión, si quieren: todas las generaciones literarias relevantes en Cuba han sido auto-nominadas, y se han esforzado por generar  climas culturales y críticos que las acompañen, tanto estética como  socialmente. Entonces, signar la no existencia de una categoría públicamente reclamada, al menos en lo literario, requiere un rastreo extensivo de quiénes son la gente del cartel y qué se supone que están diciendo.

El campo literario, como todo espacio microlocalizado dentro de lo cultural, se inserta dentro de una serie de circuitos de legitimación e instrucción que operan como mesa de bacarat, en la que se van apostando capitales culturales y simbólicos de cierta forma, acorde a cierto consenso hegemónico previo. O a las formas de minarlo.

Para que un objeto cultural se mueva deben existir, como mínimo, un espacio donde venderlo, la concepción de que puede funcionar como mercancía, una persona a la cual le interese venderlo o promoverlo, un comprador interesado (sea por motivos estéticos, curiosidad intelectual o por las razones por las que Bordieu decía que la alta burguesía aprendía a tocar el piano),  y un crítico, con un medio donde opinar, que decida prestarle atención, o  ignorarlo.

El creador del objeto, además, debe tener la habilidad para su producción (escribir, en este caso), una noción mínima de que el rol de autor es social y estéticamente válido, una plataforma desde la cual publicar y un espacio público a través del cual legitimarse como tal.

Todo lo anterior describe un sistema de circuitos. O una finca. En Cuba, por ejemplo, existe el sistema hegemónico de cultura estatal, disfuncional en grado sumo. Tenemos un sistema paralelo de promoción y anclado en la negación del referido sistema hegemónico, que va de Rialta a Guantanamera. Además, cohabitan una serie de microsistemas que engloban medios de promoción (La Jeringa, Vórtice, La Tertulia), talleres literarios (el Centro Onelio Jorge Cardoso) y un sistema de concursos,  igualmente disfuncional.

No es la Institución Arte, sino las Instituciones, permeadas además por otra serie de figuras: el sistema nacional de educación, las políticas institucionales, el clima político y económico del país. Aquí, por supuesto, hay intereses, rencillas, decisiones ideológicas y morales: Iván de la Nuez o Antonio Enrique González Rojas no van a validar lo mismo que La Jiribilla.

Dichos circuitos conforman un sistema literario, que según la definición de Antonio Cornejo Polar, es un conjunto de autonomías múltiples que instaura un discurso canónico único, el cual blanquea y gentrifica las formas culturales correspondientes directamente con el tiempo hegemónico del sistema nación en el cual se inserta. Podemos advertir en él, alteridades, formas canónicas de subversión. Aquí caemos en la apuesta de La Peor Generación, que atenta contra el actual ser de dicho sistema literario en Cuba.

Lugares ficticios, decía, con consecuencias reales, tangibles, en sus luchas. Después de todo, nominar es hacer que exista. Cuando un sistema de categorización se introduce dentro de un espacio público, permea hacia abajo.  Hablamos de procesos invisibilizados en su momento —como el Quinquenio Gris—, de forma mucho más clara que hace treinta años.

La escritura no funciona solo desde lo notarial. Abarca tanto los procesos de restauración de la alteridad negra dentro del canon nacional de Alberto Abreu Arcia, hasta los activismos literarios que han provocado la reintegración de las mujeres como sujetos activos y masivos dentro del corpus, de Yadira Álvarez Betancourt a Maielis González y Legna Rodríguez.

En lo que quiera que sea la cultura, su estratificación responde a un fenómeno clasista,  correspondiente a lógicas estéticas ancladas en luchas por capitales culturales. El propio sistema nacional de concursos literarios, tanto por el carácter no autónomo que presenta como por la fina red de compromisos y mini-mafias que un entramado cultural genera a lo largo de sesenta y tres años, privilegia unas formas por sobre otras.

Discutir taxonomías arbitrarias sin haberse tomado el trabajo de rastrear  las obras, es un gesto tan artificial como el de la historiografía renacentista en decirle Imperio Bizantino a lo que en su tiempo era «esos- griegos-en-púrpura-en-medio-de-la-nada». Desde su nacimiento, el sistema literario nacional ha sido impulsado por una serie de autores con interés explícito en legitimarse. A esto, Antonio Benítez Rojo lo llamaba «la Conspiración del Texto».

Peor generación

Antonio Bení­tez Rojo

Fue siempre a contrapelo de los circuitos críticos preexistentes. Fijarse, vaya, en la disputa entre la primera Academia Cubana de Literatura y la Real Sociedad. La desfragmentada academia cubana no va a estar nunca a tiempo con el aquí, ahora, en esa esquina y con una cazuela. 

Toda curaduría es arbitraria. La valoración de un objeto cultural por un agente interesado en que se lo  juzgue, puede objetarse en tanto el objeto en sí —si te has leído a Ray Viero y te parece la calamidad más grande de nuestra literatura desde Abel Prieto, por ejemplo, te va a pesar que se lo valore— pero no desde su intención de validar algo.

 Ocurre lo mismo con los intentos de implementar un canon. Que Alejandro Mainegra, como curador, haga una selección de autores, puede discutirse desde muchos ángulos —criterio de selección, panoramas filtrados, agrupación de  géneros diversos en la misma obra—, pero no como acto de aupar un grupo, o sea un clima. Que decida inaugurar el mito fundacional de una comunidad —palabras de Miguel Alejandro Hayes—, significa solo eso: tendremos una comunidad nueva, que ya tendrá que echarla.

Cabe explorar la posibilidad que enuncia Llerandi Pérez de la no existencia de una obra en el caso de los autores recogidos. Mas me temo que dicha posibilidad no da para mucho. No me considero un lector actualizado, pero del line-up inicial de La Peor… solo desconocía a Jairo Arostegui. Manuel de la Cruz posee textos narrativos estremecedores; Ricardo Acostarana publica ficción con cierta regularidad. 

Ray Viero tenía una columna fija en Hypermedia, donde igualmente publican Llópiz-Casal y Ulises Padrón Suárez; Hamed Toledo dirigía una revista cultural; Katherine Bisquet  es autora de un poemario ya publicado y Adriana Fonte Preciado tiene otro en camino. Mauricio Mendoza, Lizbeth Moya y Darcy Bo son viejos en periodismo. Mel Herrera está en una liga aparte. A Alexander Hall puede leérsele en este propio medio.

El concepto de la novela como pináculo de lo literario murió en los setenta. El surgimiento de la no ficción como corriente legitimada está lo suficientemente asentado como para que no sea discutible. Carlos Manuel Álvarez, sin tener una buena novela, se volvió la figura narrativa más notoria dentro del periodismo nacional. La ficción de Martin Caparrós es horrible, pero sigue siendo, a nivel continental, uno de los narradores más importantes de los últimos treinta años.

Legitimar una obra exclusivamente si se encuentra en los predios de una revista tradicional de narrativa es, a estas alturas, el gesto más reaccionario imaginable (para colmo, con una antología que aún no existe). Semejante miseria teórica se contrapone directamente a lo que La Peor propone: gestos hacia la posibilidad de cosas reales.

30 noviembre 2022 4 comentarios
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Palabras
Ciudadanía

Nosotros los peores

por Raymar Aguado Hernández 17 noviembre 2022
escrito por Raymar Aguado Hernández

-I-

El cómo surge una generación en pleno siglo XXI escapa del entramado histórico que esquematiza la espontaneidad de los sucesos. Más cuando existe una virtud de resistencia creativa en el marco de funcionalidades contextuales. El cómo hacer, identificar o abanderar el nacimiento de un gremio generacional dista —al menos en las consideraciones afines a estos tiempos— del diagnóstico de una élite o determinismos escolásticos.

A mi entender, la única validación que necesita un suceso histórico, y/o artístico, es la simple transgresión del medio, así como el desentendimiento con los procederes enquistados que no permitan la evolución y su posterior impacto en la realidad. El cómo nace una generación, es más un acontecimiento romántico y empático que académico.

Según el investigador José Triana, «una generación, en su concepción más simple, está formada por un conjunto de hombres que se afirman en un tiempo categórico estableciendo el juego dialéctico y las contradicciones de cada personalidad, creando y desarrollando una sensibilidad, definiendo un carácter, una conducta espiritual perfectamente diferenciada con respecto al pasado y al porvenir. Es decir, una generación informa un estilo, una visión del universo».

Es práctica casi imposible esbozar el impacto y significación que necesitaría un gremio para asentarse como generación. La visión de Triana, aunque bastante afín a la mía, obvia un factor fundamental en sus postulados, y es la concepción de generación dentro de la fenomenología de un tiempo dado, más allá de su establecimiento. La vivencia de diferentes procesos históricos en una realidad determinada es, dentro de lo que concibo como generación, el hecho concluyente que la consolida.

Ella puede presentar diferentes líneas de pensamiento, diferentes tratados políticos, diferentes enfoques filosóficos, diferentes cauces en el hacer; dado que el compartir un medio similar, así como vivenciar eventos de trascendencia, instaura el nexo y la equivalencia temporal que demanda. Es, a su vez, un cuerpo social, un latido presente en las dinámicas del momento, y, sobre todo, un principio ideo-estético que supone un cambio.

El reto a lo precedente, la ruptura con sus poses y la constante evolución de pensamiento, son desafíos que cada generación asume. Sin transformaciones en la manera en que se asimila la política del vivir, no existe revolución y sin esta, el instinto de surgimiento se disipa. Por eso, cada generación debe ir comandada por el disenso, por la negación dialéctica de lo que hubo anteriormente, por el reto de renovación. Al respecto apuntó Marx:

 «(…) los hombres hacen su propia historia, pero no la hacen a su libre arbitrio, bajo circunstancias elegidas por ellos mismos, sino bajo aquellas circunstancias con que se encuentran directamente, que existen y trasmite el pasado. La tradición de todas las generaciones muertas oprime como una pesadilla el cerebro de los vivos.

Y cuando estos se disponen precisamente a revolucionarse y a revolucionar las cosas, a crear algo nunca visto, en estas épocas de crisis revolucionaria es precisamente cuando conjuran temerosos en su auxilio los espíritus del pasado, toman prestados sus nombres, sus consignas de guerra, su ropaje, para, con este disfraz de vejez venerable y este lenguaje prestado, representar la nueva escena de la historia universal.

(…) La revolución (…) no puede sacar su poesía del pasado, sino solamente del porvenir. No puede comenzar su propia tarea antes de despojarse de toda veneración supersticiosa por el pasado».

Sobre este tema comentaría la profesora Alina Bárbara López Hernández, en su libro El (Des)conocido Juan Marinello. Estudio de su pensamiento político, al aludir a la fractura de la generación de intelectuales de los años treinta respecto a las precedentes, a través de la toma de conciencia de sí, auto reconocimiento, identificación de las fortalezas y flaquezas de sus antecesores, solidificación del nexo y sentido de afinidad, respeto a la diversidad, desarrollo individual y colectivo y alimento del debate como ejercicio de crecimiento.

Nosotros

Juan Marinello

Este grupo supuso un fenómeno importantísimo en la historia cubana —al decir de esta autora, fue la primera generación política de la República—, y aunque herederos declarados de los pensadores que los antecedieron, supieron colocarse en su momento histórico potenciando sus rasgos distintivos.

Si hacemos un paneo por el entramado político institucionalista cubano, nos daremos cuenta de que la veneración y subordinación a figuras y prácticas del pasado son constantes en la propuesta del gobierno. Imágenes como las de Fidel, suprimen cualquier autonomía en el área del pensamiento, dado que se impone un dogma autoritario a su esquema, más cuando se promueven consignas del tipo: «Somos Continuidad».

Por tanto, el imaginar un aflore generacional dentro del marco político-social cubano, solo tiene una directriz y es el disenso a esa esfera de poder como método de revolución. No hay cabida para una «nueva generación» en el interior del sector institucional. El esquema hermético y uniforme que propone a través de sus políticas culturales no lo permite.

También el acriticismo, o el comulgar con una idea de negación contextual, automáticamente desvirtúa la afinidad de un grupo de personas en una realidad generacional. No puede existir generación que no responda a su tiempo. Las prácticas desfasadas o el ostracismo son posicionamientos antagónicos a estas pretensiones.

Por otra parte, el sustraerse del plano terrenal y pretender un estatus programático de élite es otra vejación a las dinámicas emancipatorias de carácter social que dan cuerpo a una generación. Dicho fenómeno fue valorado por el revolucionario y marxista italiano Antonio Gramsci de esta manera:

«Hay que deshabituarse y dejar de concebir la cultura como saber enciclopédico, en el que el ser humano no es visto más que bajo la forma de recipiente que hay que llenar de datos empíricos, de hechos en bruto y desconectados que él después deberá encasillar en su cerebro como en las columnas de un diccionario, para poder responder después, en cada ocasión, a los diversos estímulos del mundo externo. Esta forma de cultura es verdaderamente dañina, en especial para el proletariado.

Sirve sólo para crear marginados, gente que cree ser superior al resto de la humanidad porque ha acumulado en la memoria una cierta cantidad de datos y de fechas, que suelta en cada ocasión para hacer de ello casi una barrera entre sí mismos y los demás.

Sirve para crear aquel cierto intelectualismo incoloro y sin sustancia, tan bien fustigado a sangre por Romain Rolland, que ha parido toda una caterva de presuntuosos y delirantes, más deletéreos para la vida social de cuanto lo puedan ser los microbios de la tuberculosis o de la sífilis para la belleza y la salud física de los cuerpos.

El estudiantillo que sabe algo de latín y de historia, el abogadillo que ha logrado arrancar una birria de título a la desidia y al dejar pasar de los profesores, creerán que son distintos y superiores incluso al mejor obrero especializado que realiza en la vida una tarea bien precisa e indispensable, y que, en su actividad, vale cien veces más de cuanto valgan los otros en la suya.

Pero ésta no es cultura, es pedantería; no es inteligencia […], y contra ella se reacciona con mucha razón».

Los enfoques descolonizadores, que empoderen a las clases oprimidas, son la savia mayor que persigue este siglo. Sesgos culturales e imposiciones de arquetipos son puntos de inflexión en el esquema que llevamos a cuestas, mientras tratamos de desentendernos de él y desaprender toda noción supremacista que sustraiga sus derechos naturales a las personas.

El abandono del elitismo y de las prácticas segregadoras supone un paso importantísimo para la conformación de generaciones consustanciales a nuestro momento histórico. Reconocer el espectro cultural como un todo indisoluble ante dictámenes hegemónicos, es clave en el discurrir generacional del siglo XXI.

Las generaciones son iguales a su etapa, toda vez la transgreden. No puede concebirse una nueva línea política, o de pensamiento, que acapare tratados obsoletos por el tiempo. Mirarse en el espejo de la sociedad en que se vive y encontrar ahí la dramaturgia de la revolución es lo que legitimará a los gremios que florezcan bajo el nombre de Nueva Generación.

-II-

La peor generación fue, en primera instancia, un libro, una antología concebida por Alejandro Mainegra, editado por Adriana Normand y prologado por Alina B. López Hernández, para luego convertirse en el nombre de un panel literario que por reiteradas censuras, nunca aconteció. El volumen —que por problemas económicos no ha visto la luz—, así como el panel, comulgaron con la idea de presentar firmas que comparten realidad histórica, toda vez la relatan desde sus diferentes estéticas literarias. Sea desde la crónica, el ensayo, la poesía, la crítica o la narrativa; los títulos antologados y sus autores aportan al quehacer del sector creativo cubano.

Nosotros

(Collage: Barricade Cuba y Raymar Aguado Hernández – Facebook)

El proyecto, luego de las censuras, los múltiples ataques del poder político y algunos de sus voceros, así como de ciertos intentos de desacreditación, cobró un vuelo marcado principalmente en redes sociales, donde muchas personas se solidarizaron con la causa y brindaron apoyo, pero sobre todo, sintieron suyo el pálpito de la propuesta. Así se fraguó, entre el ímpetu y la tensión del momento, la legitimidad de una generación. Esta que se pensó como literaria, pero al pulso trascendió sus propias concepciones para reescribirse, románticamente, política y cultural.

Más allá del rango etario, el vínculo entre los miembros de La peor generación transita por la vivencia y concreción de sus escritos en una etapa puntual de nuestra historia. La mayoría entraba en su adolescencia o temprana juventud cuando la muerte de Fidel Castro, vieron el proceso de normalización y posterior ruptura de relaciones con el gobierno de los Estados Unidos, tuvieron acceso de manera más directa a las redes sociales y a Internet, vivieron los debates sobre la vigente Constitución, sufrieron el embate de la pandemia de Covid-19.

Protagonizaron, en su mayoría, sucesos sin precedentes en más de sesenta años, como la marcha del 11M, la sentada del 27N o el estallido social del 11-J. Sintieron las consecuencias de las nuevas sanciones impuestas por la administración Trump que recrudecieron el bloqueo, y que aún mantiene en su mayor parte la administración Biden. Vivencian la normalización de una pésima gestión del gobierno cubano, así como el carácter represivo que impone en su relación con la ciudadanía.

Contemplan el fracaso de la unificación monetaria y la Tarea Ordenamiento, que desencadenaran una crisis inefable. Fueron testigo de la aprobación del nuevo Código de las Familias, que otorgó una serie de derechos a sectores vulnerables. Pero, sobre todo, están involucrados en una situación novedosa: la del reclamo frontal ante el poder político y sus excesos por parte de un amplísimo sector popular.

La mayoría de estas personas han sufrido represión y acoso por parte de los órganos de Seguridad del Estado. Han sido víctimas de chantaje, censura, desplazamientos y campañas de descrédito. Han probado la mano dura de un sistema totalitario que no contempla el disenso como opción. Pero la firmeza de resistir ante estos atropellos, así como la constancia en su crítica, les hizo consolidar una perspectiva generacional.

Esta generación logró publicar al margen de la institución, principalmente desde plataformas independientes. Y si bien muchas de sus voces no dominan el plano mediático, otras se han dado a conocer a raíz de su activismo. Esta arritmia en el sello del grupo, es evidencia de la pluralidad que ostenta. En él convergen tantas posturas políticas e ideo-estéticas como personas.

El transfeminismo, el antirracismo, la descolonización, la lucha LGBTIQ+, la guerra al patriarcado, la sexualidad, el deseo, los caprichos carnales, la política interna, así como el compromiso con los sectores oprimidos son temas recurrentes en el esquema discursivo que proponen, toda vez lo sintetizan en una tarea de exégesis contextual y de denuncia. Resulta lo anterior el ethos principal del grupo.

La peor generación halló y propuso su voz en un contexto sumido en cerrazones políticas de todo tipo, siendo parte del proceso reestructurador de la identidad cultural nacional y sus concepciones sociales. Desde las diferentes aristas que aborda cada miembro, florece y se evidencia el discurrir cubano. Ellos son un subproducto de su tiempo y realidad, donde el exilio es una constante, como el miedo al mañana, la desesperanza, la frustración, el hastío, el rechazo al gobierno. Sus narrativas van permeadas de lo que acontece en Cuba. Dominan de esta forma el idioma de su tiempo, que en constante simbiosis con sus razones de integración e inquietudes, concreta la virtud de su acción creativa como abono de su realidad.

Necesitarán estos autores mucha templanza y coherencia en su proximidad discursiva. El futuro se les avienta encima como avalancha; y solo la entereza ético-creativa definirá la veracidad de sus procederes. El ego es una variable secundaria en ecuaciones políticas. Ninguna idea o sello narrativo podrá sostener desde el individualismo el peso de una generación. Quienes sepan relatar más allá de sus propias pretensiones, gozarán la legitimación del futuro. Quienes no, pasarán intrascendentes en el intento de apuntalar una obra tomando como base sus narices.

Los peores, son la evidencia de que existe todo un fenómeno cultural que se magnifica y consolida adyacente a la institucionalidad. Las voces que lo conforman se colaron en la dinámica por la que transitamos, y aunque el poder político se empeña en acallarlas, sostienen en sus letras la resistencia. Así representan un estandarte de renovación política y reinvención en el esquema de pensamiento de los creadores y la ciudadanía. De esta forma se desligan de la retórica de la «continuidad» y proponen, desde su hacer, un nuevo proyecto de país.  

La Peor Generación ya no es un libro, ni un panel, es un sentimiento compartido dentro de una realidad histórica. Con el nombre podrán hacer ascuas, pero el pálpito nos trasciende. Como anteriormente he dicho: este fenómeno es un hecho, y si arde, mejor. La virtud de sus integrantes dirá la última palabra, o no. El tiempo pone todo en su sitio. A mí solo me queda observar.

17 noviembre 2022 25 comentarios
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De Twitter, Facebook y bloqueos selectivos

por Observatorio sobre el Extremismo Político 29 octubre 2022
escrito por Observatorio sobre el Extremismo Político

En las últimas horas se han reportado en Facebook y Twitter varios cierres y bloqueos de cuentas relacionadas a influencers, medios, programas y activistas vinculados al gobierno cubano. Si bien algunas tenían mensajes discriminatorios, bullying y asesinatos de reputación, no todas posteaban este tipo de contenido.

Las redes sociales tienen el derecho y deber de establecer reglas para combatir la incitación al odio y la violencia, pero su aplicación no debería ser discrecional, siendo más permisivos con unos y más rigurosos con otros en dependencia de su posición política.

 

Facebook

El programa Cuadrando la Caja realiza análisis económicos, su cuenta fue una de las cerradas sin que infringiera aparentemente ninguna norma comunitaria.

No es casual que estos cierres hayan ocurrido en las vísperas de la votación en la Asamblea General de las Naciones Unidas que pide el fin de las sanciones económicas de Estados Unidos hacia Cuba. La censura arbitraria en estos casos solo sirve para alimentar las posturas extremas en la Isla que proponen responder a estas acciones con las mismas medidas.

Los mensajes violentos, difamatorios o engañosos ameritan ser reportados, independientemente del color político de sus autores. El resto del contenido, si es respetuoso, debe permitirse, pues resulta imprescindible para un debate plural y abarcador sobre la realidad social.

El Observatorio sobre la polarización y el extremismo político de La Joven Cuba rechaza esta práctica y se solidariza, más allá de sus diferencias de pensamientos, con las personas o grupos cuyos perfiles fueron borrados sin incumplir ninguna norma. Instamos a las mencionadas redes sociales a revisar individualmente cada caso y tomar decisiones apegadas a la justicia.

29 octubre 2022 26 comentarios
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Tiempo
Ciudadanía

El  tiempo de la dolorosa lucidez

por Teresa Díaz Canals 4 agosto 2022
escrito por Teresa Díaz Canals

Llevo muchos días intentando sentarme a escribir, mi estado de ánimo no es bueno. Nunca me interesó ser parte integrante de un grupo de manera absoluta, pero el hecho de haber pertenecido a algunas instituciones me otorgó cierto sentido de pertenencia a algo, aunque todo fue, al final, una ilusión. Los intelectuales por lo general cuestionan el mundo, pero pocos analizan al mundo intelectual.  

Hace meses me llamaron por teléfono para ser parte de un equipo que acompañará con sus comentarios la exhibición de una miniserie, prevista para estrenar en el período vacacional de verano. Los capítulos tratan acerca del feminismo en EE.UU. durante los años setenta del siglo XX, su nombre: Mrs. América.

En una primera reunión de preparación, me asignaron comentar el 2do y el 7mo episodios del serial televisivo. Para que estuviéramos comunicados, fue conformado ese día un grupo de WhatsApp por donde recibiríamos las informaciones de la Directora, que coordinaría los días en que nos tocaría grabar. Pasó un tiempo y comentan por esa vía que ya las personas implicadas conocían la fecha de su grabación, pues recibieron el cronograma de trabajo.

Resulta que, sin yo saberlo, fui excluida de la futura presentación, cosa que no me molestó, al contrario, significó un alivio. Lo que resulta bochornoso es la manera insultante del procedimiento que se utilizó para cancelar la invitación. Como mismo me molestaron, pues vinieron a mi casa para que revisara el material completo y me hicieron perder una tarde en una reunión de coordinación, pudieron haberme llamado por teléfono y explicarme. Eso se llama respeto, ética profesional, decencia.

Ante la pregunta que le hice a la directora del programa, el pretexto fue que sobraban personas, lo que me pareció una argumentación burda pues por mí pusieron a otra especialista que no había sido invitada inicialmente. ¿Por qué no explicarme la verdadera causa de la exclusión?

Hay algunas cuestiones que me gustaría analizar sobre el tema de la censura. En primer lugar, le diría a la dirección del programa que deberían haber realizado un trabajo previo de invitación selectiva (y de rechazo). Según el sociólogo Pierre Bourdieu, «la peor censura es la ausencia; las palabras de los ausentes se excluyen de manera invisible».

Tiempo

La noche oscura de lo humano

Haber firmado el Manifiesto contra el silencio, por la justicia, con el objetivo de pedir la liberación de presos políticos, y que mi nombre apareciera en una lista por la televisión, no es motivo —o no debiera serlo—  para invalidar una participación en un medio de comunicación. Si me lo piden hoy, y aún dentro de diez años si viviera, lo volvería a rubricar. Ignoro si esa fue la razón del descarte, tal vez. También puede que ya no me consideren feminista pues no pertenezco al grupo donde sus integrantes siempre se ven la cara en cada encuentro, quizá por ello aplicaron el desdén de las compuertas.

La mexicana Marta Lamas utiliza la palabra feministómetro para considerar quién es y quién no es feminista, lo cual tiene que ver más que con cuestiones políticas e ideológicas, con cuestiones personales. Es el instrumento ideal para ser parte del «barullo» feminista. Escuché una intervención de esta antropóloga a propósito de su libro Dolor y Política. A ella misma una vez, en un aula de la UNAM, le prohibieron entrar cuando iba a impartir una conferencia, pues la acusaron de ser integrante del neo-patriarcado.

En esta exposición, que podemos encontrar en Youtube, utiliza la frase «razón arrogante» para denominar esas actitudes violentas, que se encuentran muy lejos de la sororidad que propone un pensamiento partidario de la equidad y la justicia. Además, la teórica confirma la propuesta de algunas autoras que hablan de la necesidad de un feminismo crítico en continúo aprendizaje y en estado de alerta.

Me pregunto si todo ese grupo que me excluyó está consciente, no solo en abstracto, de que no existe un solo feminismo, que este, si es coherente con su historia, debe respetar la diferencia y lo político está dentro de esa divergencia. Lo importante es estimular el disenso, el debate, la discrepancia y no practicar, cuando les conviene, la política del silencio.

Cito algunos versos de la escritora española Ángela Figuera Aymerich.

No quiero

que la tierra se parta en porciones,

que en el mar se establezcan dominios,

que en el aire se agiten banderas

que en los trajes se pongan señales.

 

No quiero

que mi hijo desfile,

que los hijos de madre desfilen

con fusil y con muerte en el hombro;

que jamás se disparen fusiles

que jamás se fabriquen fusiles

 

No quiero

que me manden Fulano y Mengano,

que me fisgue el vecino de enfrente,

que me pongan carteles y sellos

que decreten lo que es poesía.

 

No quiero amar en secreto,

llorar en secreto

cantar en secreto

 

No quiero

que me tapen la boca

cuando digo NO QUIERO

Tiempo

Ángela Figuera Aymerich

Los académicos y académicas se la pasan impartiendo conferencias, hacen intervenciones en múltiples eventos, pero no se exponen mucho. Sin embargo, hay algunos que hacen escandaloso algo que ya sabemos acerca de las cosas de la vida, de la cotidianidad, de la cruda realidad. Cuando a alguien se le ocurre discrepar así, desentonar, se convierte en un sujeto inoportuno y, por ello, se rompe la relación de connivencia.

Una de las frases más tristes de la historia la dijo Baruch de Spinoza: «no hay fuerza intrínseca de la idea verdadera», ello significa que la verdad es muy débil, muy frágil.  Los que nos dedicamos a hablar, enseñar, escribir, tenemos una tarea esencial en esos quehaceres: el deber de comunicar la verdad.

Hay un texto que para mí ha resultado de importancia capital, se trata de una biografía de Hannah Arendt. Esta filósofa alemana tenía una noción muy elevada de la amistad, sin embargo, colocaba a un lado a aquellas personas que solo se preocupaban de sí mismas. Durante la etapa de la Segunda Guerra Mundial, en la autora de la obra maestra Los orígenes del totalitarismo se fraguó una fuerte aversión hacia los intelectuales elitistas y oportunistas. Sus amigos eran considerados outsiders, al margen, extraños, a veces por elección y otras por destino. Arendt consideraba que el inconformismo social era condición sine qua non del logro intelectual.  

En estos días se presenta una telenovela cubana (Tan lejos y tan cerca) que es digna de ver, pues recrea la primera etapa de la pandemia en el país, entre otras sub-tramas. Solo algo me incomodó en ella, es la parte donde algunos personajes hablan de las colas, incluso colocan a dos parejas escondidas en árboles de madrugada, pues en ese tiempo a quien encontraban en la calle a esa hora era multado por la policía, aunque el motivo fuera adquirir en la mañana algún producto alimenticio. Lo sorprendente es la manera jocosa, cordial, alegre incluso, en que los actores presentan la terrible realidad actual.       

Es obvio que si la guionista explicitara tal cual la terrible situación que se vive, la novela no hubiera salido al aire. No se trata de reflejar en la pantalla un realismo chismoso, pero otra cosa es suavizarlo de manera que hacer fila para lo más mínimo, resulte un hecho pintoresco. Claro que el arte no puede, ni debe, reproducir fotográficamente lo cotidiano, eso se sabe; pero el mensaje que llega a los espectadores es la naturalización de algo cruel para una gran parte de la sociedad.

Flor Loynaz desplegó una clase magistral de vínculo entre arte y realidad con sentido crítico cuando escribió estos versos en los que aludía a la escasez: A una hoja de papel que me regaló Dulce María,// regalo inconcebible en estos tiempos.

El 18 de mayo pasado falleció en Medellín, Colombia, el ensayista y profesor cubano Esteban Morales Domínguez. Muchas personas e instituciones en el país reaccionaron a este lamentable hecho por la rica trayectoria del destacado investigador, quien fuera miembro de la Unión Nacional de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC), director por muchos años del Centro de Estudios sobre Estados Unidos (CESEU), profesor titular de la Universidad de La Habana, etc.

Tiempo

Esteban Morales Domínguez

No obstante, fui testigo del severo silencio y aislamiento al que fuera sometido durante un tiempo por atreverse a decir lo que pensaba acerca de la corrupción presente a altos niveles en Cuba. Por eso me sorprendió tanto el desbordamiento de pesar ante la muerte del eminente intelectual.

Como he abordado el tema de la muerte, menciono también la del querido investigador Jorge Lozano, especialista en la obra martiana. El día antes de que falleciera, mucha gente lo pudo escuchar en el programa televisivo Mesa Redonda dedicado al Apóstol. Al día siguiente, en camino hacia una cafetería cercana a su casa, sufrió un infarto y cayó fulminado en la calle. Allí permaneció tirado largo rato, hasta que apareció el transporte adecuado para trasladarlo.

En ese lapso, alguien fue a buscar una sábana al policlínico más cercano, ningún muerto merece estar al descubierto como espectáculo público. El centro sanitario se negó a entregarla para cumplir un acto de respeto, pues era «medio básico» de esa instalación. ¡Qué ironía! Esa indiferencia fue una forma, específica y burocrática, de mancillar el cadáver de quien fuera un profundo estudioso de la figura de Martí.

Max Weber, el conocido sociólogo alemán, se irritaba cuando constataba una tendencia en algunos profesores a elegir colegas mediocres para nombramientos académicos. También aborreció el servilismo político y la timidez que obstaculizaban la candidatura de sabios con convicciones socialdemócratas. Por esta razón, apoyó a Robert Michels, quien fuera rechazado por las universidades alemanas y no tuvo más remedio que buscar trabajo en el extranjero. Después, el discípulo de Weber se colocaría al lado del fascismo, pero hay algo digno de atender en su obra: todo partido político se convierte en un fin en sí mismo.

Cuando elogia el cuaderno Metralla, de la escritora holguinera Zulema Gutiérrez, dice el poeta Ghabriel Pérez, también oriundo de esa ciudad, que estamos ante la generación cubana de mayor paz interior, pues ha sido la menos cómplice, la más cívica.

Otro hecho significativo, digno de reflexión, es la palabra gritada al unísono por los espectadores presentes en un concierto celebrado en el Coliseo de la Ciudad Deportiva durante la celebración del Festival Habana World Music: ¡Libertad! Los científicos sociales deben concientizar que esto constituyó un mensaje que, aclamado de manera espontánea, tuvo poder vivificante, porque tan solo su anhelo refresca, sana e ilumina todo. Como dijera José Martí: ¡Libertad, es tu hora de llegada! […] Ese ruido es el del triunfo que descansa. Hay que vivir con los tiempos y no contra ellos.

Un conocido comunicador y abogado exhibió una muestra de cárceles cubanas donde algunos privados de libertad expusieron las maravillosas posibilidades de estos establecimientos. En Cuba se sabe muy bien que esa caracterización del sistema carcelario es en su mayoría falsa. Un ejemplo de tal fingimiento: nada más que trasladar a un presidiario de una provincia a otra del país, es ya un inmenso castigo a él y su familia, por las condiciones deplorables del transporte en Cuba. Todas estas cuestiones deben estar en la agenda de los intelectuales.

Tiempo

En Cuba se sabe muy bien que esa caracterización del sistema carcelario es en su mayoría falsa.

En una ocasión tuve la oportunidad de asistir a una de las reuniones de la UNEAC en la sección de escritores. Quedé sorprendida al escuchar a ese grupo defender con mucha energía sus intereses, como lo poco que se paga por derecho de autor, también criticaron el funcionamiento de la organización; cualquiera expresaba abiertamente el malestar que sentían por situaciones que les preocupaban dentro del ámbito de su sección.

Sin embargo, no me ha llegado que como colectivo asuman un compromiso con la nación (que no sean arengas revolucionarias), así como con la pobreza, las desigualdades, la injusticia. No pido inmolación, pero es una vergüenza la aparente neutralidad hipócrita. Ante este mundo de deshonestos, oportunistas, de los neuróticos del figurar, del pretendido éxito; ante el afán de sentirse ganador, opto por la esperanza.

Hace poco asistí al acto de graduación de los estudiantes que culminaron su carrera en el Instituto de Estudios Eclesiásticos Padre Félix Varela. A mi lado se sentó una muchacha que fue mi alumna, ahora es profesora de la institución en que estudió y hace su doctorado actualmente en Italia. No tuvimos esa cercanía estrecha que a veces se establece entre profesor-alumno. Pero en ese momento fue muy especial conmigo. Le comenté que no sabía si continuaría en la docencia, pues ya me sentía cansada. Con seguridad objetó: Profe, usted nunca se va a ir de aquí. Aunque no imparta más clases, usted siempre va a ser de aquí.

Llegó el momento de la foto conjunta. Ella se levantó para ubicarse donde ya se congregaban los graduados, los profesores y la dirección del Instituto. Quise evadir ese momento, no soy nada fotogénica. «Pues si Ud. no va, yo tampoco me retrato», expresó de manera categórica. Quedé tan sorprendida que acepté. Lo que no sabe la talentosa profesora, es que con su luz, su dulzura, su prudencia, salí con mucha paz de ese recinto.  

Sabe muy bien que la grandeza no viene del espectáculo, sino de la profundidad insondable de los vastos pensamientos, y de la levedad inmensa de un gesto. Ya me puedo alejar definitivamente, ese día ha pasado a formar una parte importante del premio mayor que determinadas personas me han otorgado.

4 agosto 2022 12 comentarios
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Historia intelectual
Ciudadanía

La historia intelectual que necesitamos

por Haroldo Dilla Alfonso 27 junio 2022
escrito por Haroldo Dilla Alfonso

Hay que felicitar a La Tizza por su iniciativa de abrir espacio a análisis sobre algunos proyectos intelectuales que existieron en la postrevolución cubana, y que terminaron, en todos los casos, sacrificados en el altar de la intolerancia y la pasión totalitaria. A modo de inventario recordaré, aparte de los emblemáticos Pensamiento Crítico y CEA, a Paideia, al Proyecto Castillo, Magín, Habitat Cuba, entre otros.

Creo, sin embargo, que hacerlo con artículos como el de Luis Suárez (LS) sobre el CEA, es contraproducente. Sucede que estos temas son cuartos llenos de humo, y el referido artículo lejos de abrir una ventana, insufla más humo. Aunque no sería honesto si me declarara un fan del pensamiento y la actuación de LS —ni hace un cuarto de siglo, ni ahora— debo reconocer sinceramente sus méritos.

Fue en los años del CEA un hombre valiente, un funcionario letrado que consiguió poses intelectuales meritorias, aun cuando nunca fue —ni es— un intelectual, a menos que echemos mano a la socorrida metáfora gramsciana de «intelectual orgánico» y le agreguemos una aclaración: frustrado por las rigurosidades partidistas.

Asimismo, lo que es en cierta medida meritorio, ha sido también un hombre fiel al sistema político cubano, al que acostumbra a denominar unas veces «revolución», otras «socialismo», o, estirando más: «marxismo cubano». Conmueve su permanencia al lado del «partido» al que concibe cual una entelequia, que para él resume una utopía pero que en la vida real le reprimió y reprimió a su familia, le desposeyó de medios de vida, lo calumnió y humilló de manera pública. Realmente, LS se conduce como lo haría un monje con fe en una doctrina.

Probablemente por eso, la historia que LS nos propone es la antihistoria del CEA. Se trata de un relato de incidentes y hechos como sacado de un informe a una asamblea de balance, con la semi-carta de Raúl Castro subiendo y bajando. Su objetivo fundamental es jurar lealtad y querer demostrar que el CEA —es decir, él— siempre fue leal y orgánico a «la Revolución». Solo por eso el artículo es farragoso. Pero hay algo peor que el aburrimiento: la retinosis ideológica y la falsedad.

Historia intelectual

Luis Suárez Salazar

Las fotografías de Stalin

LS manipula la historia del CEA, y hace lo que Stalin —y todos sus herederos— hacían con las fotos y las memorias: retoques discriminatorios y eliminación de lo inconveniente. Nunca menciona a figuras importantes como Camilo Domenech, subdirector por varios años e impulsor de algunos pasos progresistas como la revista y la computarización. Tampoco a Gerardo González, quien fue investigador del CEA por diez años y dejó toda una obra dedicada al Caribe.

Cita la participación de Aurelio Alonso en una investigación sobre municipios que dirigí —y es cierto, y agradezco a Aurelio su excelente disposición— pero Gerardo lo hizo por tres años: ¿su contribución no fue válida? Omite a Alberto Álvarez, quien llegó a ser jefe de departamento, y escribió, junto a Gerardo, un libro en 2001 sobre el proceso CEA —Intelectuales vs Revolución— que, gústele o no, es una referencia obligada. ¿Por qué esas omisiones?

A Maurizio Giuliano lo denosta vulgarmente, a pesar de que su libro —El caso CEA: Intelectuales e inquisidores en Cuba— se basó en documentos que alguien del CEA le dio, y que todos celebramos al saberlo. A mí me cita mucho, ¿qué remedio?, pero obvia una parte de mi obra, por ejemplo, un libro sobre la participación en Cuba, un artículo que hizo coyuntura acerca de la reestructuración del consenso, y mis proyectos enfocados en movimientos comunitarios que habían logrado una interesante sinergia con activistas sociales de lo que entonces veíamos como una naciente sociedad civil.

Luego me dedica dos párrafos propios de un apparatchik decepcionado, pero que imagino necesarios para su rito de pasaje hacia la «familia revolucionaria». Me describe saliendo del país por decisión propia, como un traidor a la comunidad nacional, y un falsario reiterado y agresivo contra quienes fueron los colegas del CEA. Obviamente no voy a descender al lodazal de LS, excepto para aclarar dos cuestiones, diría que metodológicas.

Solo recuerdo haber publicado un artículo sobre la historia del CEA, que los lectores pueden leer y contrastar con los juicios de LS. En él, y en otros asuntos colindantes en los que he opinado, siempre abordo el tema con absoluto respeto a todos los participantes, porque francamente creo que, matices aparte, todos se comportaron a la altura del momento. Lo cual, y esto debe quedar claro, no me exime de la responsabilidad intelectual de criticarles cuando se alinean con posturas lamentables referidas a la política interna y exterior del gobierno cubano.

Deseo igualmente reafirmar el único punto que LS no adultera: respecto a los inquisidores que nos violentaron, ocasionaron la muerte de un querido colega y nunca se han disculpado, siempre mantendré una posición pública de profundo desprecio y hostilidad sin cuartel. Si LS ha decidido mantener con ellos una relación de conformidad y armonía para ser reingresado a la «familia revolucionaria», que lo haga.

Yo lo entiendo cuando ofrece una tierna reflexión sobre el pensamiento del presidente cubano Díaz Canel,  que, según afirma, nos convocó a todos «con la mirada puesta en el futuro», a seguir pensando para «dotar a la nación de un cuerpo teórico indispensable a este momento preñado de urgencias»; pero le ruego que no me evalúe desde mi incompatibilidad con ese ejercicio de genuflexión masoquista.

Historia intelectual

El Centro de Estudios sobre América, en La Habana. (Foto: Cubaencuentro)

¿Era el CEA orgánico políticamente a algo en Cuba?

 El informe burocrático de LS pretende demostrar que éramos orgánicos a la «revolución» y al «socialismo» cubanos, solo que no fuimos comprendidos y los compañeros de la dirección política cometieron un error que más adelante subsanaron con darnos buenas opciones de empleos y algunas medallas. En el mejor de los  casos, ese es un desvarío de LS. Primero, porque en los noventa ya no había Revolución cubana. Ella terminó en la primera mitad de los sesenta y fue sucedida por una etapa postrevolucionaria basada en los subsidios soviéticos. Lo que vivíamos en los noventa era la desintegración de ese «pacto» postrevolucionario.

En consecuencia, ni la Revolución, ni la postrevolución fueron nunca socialistas, pues esta cualidad se define por la socialización del poder, y lo que vivimos en esos años fue una brutal concentración totalitaria del poder y el aniquilamiento de todo espacio social autónomo, incluso de las familias. Hoy no es fundamentalmente diferente, solo que el Estado no puede hacerlo como antes, la sociedad no quiere ser como antes y la movilidad social que la postrevolución garantizó se realiza principalmente fuera del país.

Entonces, lo confieso, todos creímos que éramos orgánicos a algo en el sistema, pero en realidad no lo éramos. Los dirigentes que nos visitaban —Hart, Prieto, Alarcón, Robaina, Ross, etc—, lo hacían por pura curiosidad y como una suerte de ducha herética entonces de moda. Las pocas puertas que se nos abrían —yo entré por algunas de ellas— eran iniciativas que nada decidían.

Nos toleraron hasta 1996 por la crisis y por dos razones. La primera, que estaban anonadados ante el estropicio que habían creado. La segunda era más prosaica: el CEA fue una fuente de ingresos, en particular desde mis proyectos. Por ejemplo, todos los meses yo firmaba un recibo por 1,2 mil dólares que eran teóricamente mi salario, los cuáles pasaban a las arcas del PCC. Y cada trabajo de campo, que hacíamos con viáticos escuálidos en pesos, y alojados en lugares muy poco saludables; aparecían en los informes de proyectos con fuertes viáticos en moneda dura y hospedados en hoteles respetables. De esta forma, yo compraba mi derecho, y el de mi equipo, a investigar y eventualmente a opinar.  

Por otro lado, el CEA no era homogéneo intelectualmente. Había un grupo de economistas, cuya figura más brillante era Pedro Monreal, que abogaba por un socialismo de mercado (Nove, Kornai, Elson), y que publicó un libro que hizo coyuntura sobre la reforma de la economía cubana. No eran tecnócratas, sí diría que socialdemócratas, y estoy seguro de que si hubieran prestado atención a Carranza, Pedro y Luis, hoy Cuba fuera mejor. Pero ese grupo convivía con otro, donde me incluyo, más inclinado a la izquierda, que centraba su atención en las cuestiones de la democracia, la participación y los poderes comunitarios, y que también publicó varios libros de fuerte influencia, a pesar de que muchos ejemplares fueron destruidos en 1996.

No obstante, en esta convivencia contradictoria no existían brechas insalvables, pues en última instancia estábamos dispuestos a reconocer que la solución cubana pasaba por un uso más intenso del mercado, solo que con espacios autónomos de gestión y contestación social para contrarrestar sus efectos. Rememoro al respecto una frase de Pedro, ellos abogaban por «tanta participación como fuera posible». Aunque marchábamos por sendas diferentes, sostuvimos algunos debates que siempre recordaré con aprecio por la altura de los argumentos y que fueron vitales para mi formación profesional.

En este sentido, el CEA se encaminaba a madurar como una «comunidad epistémica», influyente en el ámbito público en que nos movíamos y con una atención creciente de la sociedad. Recuerdo que el mismo día, a principios de marzo, en que nos comunicaron la decisión del Buró Político de prohibir los estudios de Cuba en el CEA, habíamos concluido un taller sobre economía comunitaria al que asistieron unas sesenta personas, incluyendo alcaldes, activistas comunitarios, etc. Curiosamente, fue esa la actividad que primero impugnaron en una reunión previa al ataque del V Pleno del Comité Central.

No obstante, nuestro radio de acción era limitado y, sobre todo, retráctil, de manera que cuando sonó la alarma del V Pleno, todos los «amigos» desaparecieron. Algunos festejaron la oportunidad de beneficiarse con algunos rastrojos institucionales (por ejemplo, el control de LASA), la mayor parte se escondieron, y los pocos que nos visitaron lo hicieron furtivamente, como para dar el pésame. En resumen, no teníamos partisanos sino transeúntes curiosos.

 Esto plantea un drama que han encarado los proyectos intelectuales críticos en Cuba: la inexistencia de una «opinión pública» y de espacios sociales autónomos; en consecuencia, ellos solo duran mientras el sistema consienta la crítica. Es la historia de Pensamiento Crítico y del CEA, aun cuando entre ambos existe una diferencia crucial en cuanto a sus propósitos. Pensamiento Crítico sí fue orgánico a tendencias políticas que aún operaban en la postrevolución temprana (1965-1971); el CEA nunca lo fue. Todo un tema a discutir.

Historia intelectual

(Imagen: Cedinci)

¿Qué análisis se necesita?

Lejos de los recuentos burocráticos, sugeriría un debate basado en el aborto de las comunidades epistémicas y el costo que ello ha tenido para el pensamiento social cubano. Nuestro principal lastre siempre ha sido la dificultad para establecer vínculos con la sociedad, siquiera académica. La Universidad de La Habana, conservadora como sus casi tres siglos, nunca nos abrió las puertas, y cuando entrabamos por alguna rendija era para hacerlo según reglas acordadas. Siempre hablamos a medias para garantizar la sobrevivencia, por esa razón éramos más conocidos y mejor evaluados fuera de Cuba, pues era allá donde teníamos los mejores podios y nos expresábamos con mayor libertad.

Hoy la situación ha variado en un sentido: existen mayores espacios autónomos, unos consentidos por el sistema —como fue Cuba Posible y continúan siendo los Jueves de Temas—, y otros arrancados a la fuerza, oposicionistas, que comienzan a usar el espacio público, esencialmente virtual, como lugar de acción. Reconozco el mérito de los primeros y admiro profundamente a los segundos. Cabría preguntarse dónde estaría aquel CEA, si aún existiera, y no encuentro una respuesta. Posiblemente porque treinta años después habría tenido que desaparecer, fuera por implosión interna o por el desgaste de la propia vida.  

Y aquí termina mi nota. Deseo éxitos a La Tizza por su iniciativa, y no menos a Luis Suárez, a quien, de paso, recomiendo que deponga eso que Nietzche llamaba «la pasión del resentimiento» y que evidentemente está dañando su juicio e imagen, y, como un favor personal, que no me siga usando para sus ejercicios de paleo de lodo. Si no tiene más remedio que hacerlo, que lo haga en otra dirección.

***

Comentario al artículo de Luis Suárez Salazar, «El Centro de Estudios sobre América (CEA): Apuntes para su historia».

27 junio 2022 46 comentarios
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Verdad
Ciudadanía

Primero la verdad que la paz

por Redacción 29 enero 2022
escrito por Redacción

Vulnerabilidad en Cuba. ¿Cómo representar lo irrepresentable?

Teresa Díaz Canals

Mi divisa es: primero la verdad que la paz

Miguel de Unamuno

Regresé a Cuba en los primeros días de enero. A pesar de estar un breve tiempo fuera del país, no dejé de pensar jamás en el profundo nivel de vulnerabilidad de mi pueblo. Se trata, en principio, de las personas en condiciones de pobreza extrema, de esos indigentes que se observan en las calles, de los enfermos que necesitan de manera urgente cualquier tipo de medicinas, de los adultos mayores que viven solos y olvidados. A ello se unen el incremento de los índices de la crisis económica estructural que hace décadas sufre la sociedad en general y el deterioro de las relaciones políticas y sociales.

Resulta curioso cómo se ha desarrollado todo un dispositivo de la comunicación con el objetivo de divulgar las medidas que se toman por parte de diferentes organizaciones ante situaciones muy complejas —concebidas por especialistas que establecen determinadas estrategias encaminadas a cumplimentar proyectos que son ideados para determinado período— las cuales reciben financiamiento por vía de cooperación internacional.

Por una parte, entiendo lo positivo de tales iniciativas, donde los destinatarios, siempre limitados, reciben algunos beneficios. No obstante, paralelo a esas acciones, también preocupa el silencio de los expertos sobre el grado de deterioro moral de una sociedad que ha provocado una enajenación impresionante.

Verdad (2)

(Foto: Diario de Cuba)

El estatismo burocrático entronizado ha generado un estado de excepción. Cuando eso ocurre, el poder comete cualquier tipo de arbitrariedades. Por una parte, se habla de respeto a la diversidad; por otra, y a la vez, hay diferencias que molestan, que son intolerables. Los que no comulgan con el absurdo dominante no son ciudadanos y, por tanto, no son humanos.

Ahí están los condenados a prisión por participar en las manifestaciones del 11 de julio del 2021; los que por las circunstancias anómalas que vivimos se ven obligados a emigrar, cambiar de cultura, comenzar de cero en países extraños, familias desintegradas. Esos dolores no se pueden representar con palabras, esos hechos amplían la vulnerabilidad de cualquier nación.

Para comprender el mal, se debe escuchar al que está imposibilitado de hablar. La enajenación funciona con eficacia cuando las personas no se percatan de que son utilizadas y piensan que está bien lo que hacen con ellas; cuando trabajamos en función de lo que otros quieren. La palabra resiliencia es ahora enarbolada y está bien, pero no funciona siempre en todos los seres humanos. No se comenta acerca del suicidio, el sufrimiento, el encierro, el hambre, la irresponsabilidad.

Escuché a un conocido creador expresar la siguiente atrocidad: yo me paso por el culo a los presos políticos. Esos seres humanos privados de libertad son personas, son ciudadanos, tienen rostros que hablan, llaman, reclaman, interpelan. Ojalá en este año que comienza se abra un tiempo de hospitalidad, de recepción auténtica del otro. Si esa postura ética, humanista, no se practica, el horror está instalado. 

***

Periodismo cubano en 2022: Formar ciudadanía para la libertad

Jesús Arencibia Lorenzo

Reinterpretando una de las más citadas frases de Gabriel García Márquez, el escritor Manuel Rivas comentó: «El periodismo no será el oficio más hermoso del mundo, pero es uno de los más necesarios. Creo que el más necesario. Por esa condición de bien común, de líquido amniótico de la libertad».

Invitado por LJC a compartir mínimas ideas en torno a los horizontes de la prensa cubana en 2022, la primera palabra que me viene a mano es precisamente Libertad. Nada hay más conmovedor en la labor periodística que catalizar, acompañar y narrar con la máxima plenitud posible el ejercicio ciudadano de la libertad.

Ese formidable impulso, que en 2021 fraguó en Cuba hechos que ya son códigos compartidos en su valerosa simplicidad: 11J, 27ENE, 15N, o grabaciones en directas que golpearon, directamente, la sensibilidad popular, o icónicas imágenes como la de dos abuelas, una blanca y una negra —ah, Nicolás Guillén—, una caldera en mano y otra vociferando que ya nos quitamos el ropaje del silencio; ese impulso volcánico, digo, que parecía tan pisoteado, tan sumergido, que nunca más estallaría en la Isla, es, a mi juicio, la mayor vara por la que debe medirse el periodismo que hagamos en el tiempo por venir.

Verdad (2)

Nada hay más conmovedor en la labor periodística que catalizar, acompañar y narrar con la máxima plenitud posible el ejercicio ciudadano de la libertad. (Foto: Getty Images)

¿Estaremos a la altura de quienes plantaron y plantan, en duras circunstancias, la bandera de la honestidad? ¿Podremos, sabremos relatar sus angustias sin silencios vergonzosos ni hipérboles repugnantes? ¿Tendremos la decencia de al menos callar —y no sumarnos a coros polarizantes— cuando el valor no nos alcance para decir lo que se debe? ¿Encontraremos las palabras precisas, sin exponer los delicados filamentos que pudieran, quizá, perjudicar a quienes nos confíen sus historias de vida?

Cada día se pone a prueba de la integridad de quienes, reinventándose para sobrevivir en un satanizado medio informativo no estatal, bajo terribles presiones, no aceptan que fuerzas externas, o el resentimiento, condicionen su agenda editorial. Cada día —quiero pensarlo— se levantan brazos dignos que, aun trabajando en un medio subordinado al bloque de Poder (PCC/Estado/Gobierno) no se prestan a ignominias e intentan correr los límites y nombrar 100 donde la orientación permanente es callar 50. Unos y otros creen en el periodismo auténtico y en su utilidad social. También están, aquí, allá y acullá, los que han aceptado la cómoda e indigna postura del corista genuflexo.

Como un agua que no se puede parar ni con mil diques, la ciudadanía (tecnología e internet mediante) ha comenzado a interconectarse en pos de nuevos pactos sociales. La prensa —generalmente la alternativa— ha sido uno de sus brazos y voces. No olvidemos que ha habido reporteros pagando con cárcel, reclusión domiciliaria, destierro o sufrimientos familiares indecibles ese acompañamiento.

Participar, como explicaba un agudo teórico, implica tener, formar y tomar parte. Por ahí anda, intuyo, el reto periodístico de ahora y de mañana: tener, formar y tomar parte en el maravilloso despertar ciudadano que aspira, luego de décadas monocordes, a cambiar de una vez, «lo que deba ser cambiado». O, para decirlo con Leo Brower, a transformar «el país del no».

29 enero 2022 13 comentarios
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Los famas
Ciudadanía

Los famas

por Alfredo Prieto 30 diciembre 2021
escrito por Alfredo Prieto

Casi todo lo que decidimos hacer está —digamos francamente— copiado de modelos célebres.

Julio Cortázar.

Historias de cronopios y famas.

***

Según Alejo Carpentier, el español que llega al Nuevo Mundo no es un hombre del Renacimiento. Tipo segundón, sin herencia ni fortuna, transpira y socializa el imaginario de la Contrarreforma. No tiene como referente a Erasmo de Rotterdam, sino a San Ignacio de Loyola. Convencido de su Verdad, la única posible, se dedica entonces a lo previsible. En nombre de su Dios, erige su catedral encima del Templo Mayor de Tenochtitlán. Impone sus convicciones y su cultura toda.

También excluye y sataniza. La diferencia no tiene, de ninguna manera, derecho a un lugar bajo el sol. Y practica la pureza, empezando por la de la sangre, un bluff muchas veces levantado sobre bolsas de maravedíes destinadas a limpiar ancestros. Expulsa de sus dominios a quienes no comulguen con su credo, enviándolos afuera, a la lejana Ceuta o, con suerte e influencias, a Zaragoza.

En la Cuba de hoy existen personajes de similar estirpe: les llamo los famas. Hace seis años, el reconocimiento del gobierno cubano como un actor legítimo, y la negociación en términos de igualdad y reciprocidad —dos de los rasgos distintivos del proceso de normalización de relaciones con Estados Unidos—, no fueron, para ellos, motivo de jolgorio. Convirtieron entonces el hecho en un muro de lamentaciones, y lo que debió haber sido celebración lo transfiguraron en un funeral con tulipanes negros. Cuando se les leía/escuchaba, sonaban como las tubas de Tchaikovski en la Sinfonía Patética, no como el flautín de Lennon y McCartney en Penny Lane.

Una de sus prácticas habituales proviene del nominalismo medieval: lo que no se verbaliza no existe. Por ejemplo, cuando durante ese deshielo bilateral se puso de moda en Estados Unidos viajar a la Isla, apenas les dieron visibilidad social a personalidades como Usher, Smokey Robinson y Madonna, que anduvieron merodeando por sitios emblemáticos de La Habana. El procedimiento estándar consistía en confinarlos en sus predios y aplicarles la lógica del Quijote: «Mejor es no menearlo». Fábrica de Arte, Casa de la Música, Hotel Saratoga, algunos contactos sociales puntuales… Pero no mucho para el público con mayúsculas.

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Madonna en La Habana (Foto: Yamil Lage/AFP)

Nada o muy poco dijeron sobre el impacto de esas interacciones culturales y humanas al regreso de estos y otros personajes a Estados Unidos, que en muchísimas ocasiones funcionaron como un boomerang respecto a cualquier presunción una vez que los artistas tenían contactos con las personas de carne y hueso en Cuba. Les aplicaban una etiqueta clásica: «bajo perfil», válida también para casi cualquier actor/actriz residente en el exterior que pretenda presentarse en su país y aparecer en la televisión. La prensa extranjera los reporta; la cubana solo en esos términos. Accionaba entonces un mecanismo viciado. Los de la Isla tuvieron que acudir al paquete o a las redes para enterarse de lo que pasaba en sus propios predios.

En este caso el problema radica, al menos en parte, en dar como válidas las presunciones de una política que, como todas, se basa en constructos. Uno de ellos consiste en propagar la idea de que quienes viajaban a Cuba eran «los mejores embajadores de la política y valores estadounidenses», algo que apenas se sostiene en una sociedad donde la diversidad y la contradicción son normas.

Ante ello, tal vez los famas nunca se hicieron preguntas como las siguientes: ¿Cuáles valores? ¿Los conservadores? ¿Los liberales? ¿Los de Donald Trump? ¿Los de Bernie Sanders? ¿Los de la peculiar izquierda estadounidense? ¿Los de la comunidad LGTBIQ+? Ni la libre empresa, ni el libre mercado, ni las libertades individuales —incluyendo la de expresión y la democracia— son en Estados Unidos templos universalmente concurridos, mucho más en tiempos del cólera.

Por otro lado, a lo interno los famas pueden volverse contra publicaciones on line, acción destinada a la aceptación acrítica de la idea de que todos los gatos son pardos. En esos casos retoman el mantra del dinero, aplicado a periodistas e intelectuales que cobran por sus colaboraciones, una práctica universal vigente en todas partes, pero allí estigmatizada. Lo verdaderamente problemático sería, en todo caso, amenazarlos o correrlos de sus empleos si se empeñan en hacer lo que, lamentablemente, es un ave muy rara en los medios oficiales: un periodismo de ideas. Los famas funcionan con certezas; las dudas y cuestionamientos les producen urticarias.

Los famas (3)

Los famas funcionan con certezas; las dudas y cuestionamientos les producen urticarias.

Asimismo, organizan eventualmente campañas contra profesores que no comulgan con su credo, utilizando como apoyatura uno de sus textos críticos para después crear una atmósfera propicia a las expulsiones, una manera de pasarles la cuenta sobre un historial previo de herejías y discrepancias. Como la noción de disenso también les es ajena, echan mano a mecanismos estalinistas de larga data en la cultura cubana para clavar al aludido en la otra orilla y fusionarlo con otra cosa.

Amenazar y eventualmente castigar constituyen expresiones de enquistamiento, mientras los problemas del país siguen ahí. En la esfera de los medios, donde los famas campean, habría entonces que prescindir, de una vez por todas, del modelo autoritario-verticalista de que nos habla Martín Barbero y reemplazarlo por prácticas comunicacionales horizontales y participativas. Por dos buenas razones: la primera, porque ese esquema copiado de los soviéticos resulta disfuncional ante el impacto de las nuevas tecnologías que han llegado para quedarse, como dice la canción de George e Ira Gershwin, y la segunda, porque la sociedad cubana cambió.

«Entre nosotros quedan muchos vicios de la Colonia», escribió José Antonio Ramos en 1916. Tal vez por eso, y más, hoy un pensamiento de Martí se recicla por derecho propio: lo difícil, en efecto, no es quitarse a esa España de encima, sino a sus costumbres. Y ya Lezama lo decía: «Solo lo difícil es estimulante».

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