Diez años después de graduarme de Licenciado en Información Científica y Bibliotecología, alcancé uno de mis más caros anhelos: trabajar en el Archivo Nacional. Había madurado la idea de una investigación de mi árbol genealógico con vista a encontrar al ascendiente que, con herencia a mi favor, me arrancara del cuartucho donde malvivo junto a mi mujer y dos hijos.
Tanta fue mi obsesión con el asunto, que hasta soñé publicar algún día el resultado de mis pesquisas de doctorado en un voluminoso libro que se titulara —parafraseando a Marx y Engels— El estado de la propiedad privada de mi familia origen.
No tuve mayores dificultades para dar con los datos de mis más cercanos parientes, ayudado por la desinteresada colaboración de dos colegas de la Universidad de Valladolid. Mis ocho bisabuelos —un rancheador de Campechuela, tres asturianas, dos catalanes, una veneciana y un marroquí— desnudaron su historia con claridad sorprendente, pero sin pista que me condujera a una holgada posición económica de antaño.
Las dificultades comenzaron al investigar a mis dieciséis tatarabuelos. Indagar sobre tal hogar de ancianos no fue fácil: tuve que valerme de varias direcciones de correo electrónico para mandar y recibir mensajes de más de veinte archivos similares del mundo y una cifra mayor de centros de investigación y de altos estudios.
Con el fin de organizar la papelería y no perderme en un mar de gente sin denominación definida, designé con la letra T, acompañada de sencillos números, a las generaciones precedentes. Los padres de mis tatarabuelos pasaron a nombrarse T1-1, T1-2… hasta T1-36; los progenitores de estos últimos T2-1, T2-2… hasta T2-72. Y así sucesivamente (no sé si a Fledesvinda del Ritual de las Alondras le hubiera agradado que un descendiente suyo la denominara con frialdad T8-1215, pero no me podía dejar llevar por sentimentalismos si quería atenerme al más puro rigor científico).
Creí conveniente no hacer demasiado extenso mi estudio. Mis ascendientes T10 fueron los últimos adonde llegó mi espíritu inquisitivo. Si usted pretende insinuar que me quedé corto en mi trabajo de tesis, sepa que tal cota representó consultar la friolera de varios miles de registros en más de cincuenta países para dar con el paradero, esclarecer, meterme en la vida privada de 16 384 seres humanos (todo un hospital geriátrico) que han sido y son parte de mi prosapia.
Una de las historias más curiosas que descubrí es la de T5-19 y T5-222, zaragozana ella y moro él, que se enamoraron perdidamente allá por 1612 y nunca lograron consumar su relación. El padre de la chica se negó a casarla con el mulato, alegando que moros y cristianos no ligan. Y ¿saben qué?: ni ellos mismos sospecharon que muchos años después fundirían su sangre, como símbolo del más hermoso amor, en el grupo sanguíneo O positivo que ostento orgulloso en mi carné de identidad. Sí, por esas casualidades que tiene la vida (o la muerte, porque hace rato que ambos son cenizas) el destino los situó como ascendientes míos, él por la rama materna y ella por la paterna (¡¿no es lindo?!).
Hasta aquí los lagrimones; ya dije que no me gusta caer en sensiblerías. Lo trascendental —no tanto para mí como para la historia de la humanidad— es el riguroso ensayo que he logrado en solo catorce años de trabajo, del que en un futuro podrán nutrirse filósofos, historiadores, etnólogos, sociólogos, lingüistas y hasta escritores de folletines (¡no podrán negar que la historia de mis consanguíneos T5-19 y T5-222 es preciosa!).
De herencia nada. El más ilustre de mis antepasados fue un tal Bienvenido Picón de la Mirandola (T2-26), quien llegó a ser sirviente del general español Joaquín de la Pezuela cuando este fue virrey del Perú entre 1815 y 1821. No creo haya testado algo a favor de los míos, salvo algún tibor de bronce. A mi mujer le inventaré cualquier cuento con tal de que me crea heredero de los Médicis o de alguna dinastía parecida y mantenga las esperanzas de un cuarto para los niños.
La historia de mis taitas T5-19 y T5-222 mejor se la escondo, no vaya a ser que en un futuro, cuando descubra que de Centro Habana no saldremos nunca, saque de la manga a algún T7 mío violador de una T7 de ella, para demostrar que cometemos incesto de pretérita generación.
En mi linaje —he aquí el resto de lo que puede considerarse interesante— hay un fabricante de armaduras para las Cruzadas, un bufón de palacio expulsado por incapaz, un soldado encarcelado en La Bastilla por merodear la alcoba de la Marquesa de Sevigné, dos traficantes de licores, un torero pasado a retiro por bajo rendimiento, seis comerciantes de lana adulterada y veintiún ladrones de poca monta. Bastante bueno salí yo.
6 comentarios
No te puedo explicar cuánto me he reído por el bufón expulsado por incapaz!!!!!!!!!
Muy bueno… ligerito para el domingo. s2
Me quedé más bruto. Pero eso no importa. Lo genial es que tus bisabuelos sean oriundos del
desaparecido central Dos Amigos de lo que no quedó ni su chimenea como testigo de que allí existió algo . Mis saludos para ti y los foristas.
crean un sistema que lo destruye todo, lo elimina todo, intenta cambiar la historia, esta basado en la represion y el sometimiento del ser humano y todavia encontramos gente que le aplaude y apoya.
asi de increible somos los humanos.
pero siempre recuerden la vida es una sola y no se le debe permitir a un tirano que dicte como debes vivirla.
JUANABACALAO:
Los buenos Revolucionarios somos como los buenos creyentes. Entre mas adversidad mas fe tenemos.
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Yo pensaba en la decadencia de los EE UU y que estamos en un mundo multipolar y todos los paises europeos, Canada, Japon y otros le siguen haciendo el juego a EE UU.
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