Ser artista independiente en Cuba es migrar dos veces

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A la hora de salida de la escuela, algunos niños del barrio de La Timba desviaban su camino. El objetivo era pasar por aquella casa desde la que salían todo tipo de sonidos. Ayer había sido un piano, hoy era un violín que se camuflaba entre los pregones callejeros de «el bocadito de helado», mañana podría ser una tumbadora que amenazara con mezclarse en el ritmo de la ciudad, porque eso sí, La Habana es una canción que se compone sola y eso lo sabía muy bien el músico que habitaba aquella casa.

Lo que no imaginaban los niños es que ese día el músico les estaría esperando. Allí estaba, en la acera, con su pelo afro, delgado y vestido de negro, con algodones de azúcar en las manos. El músico es Roberto Reicino, un joven graduado de la Escuela Nacional de Arte que desde hacía poco tiempo comenzaba a experimentar el reto de ser artista independiente en Cuba.

El algodón de azúcar sería su primer experimento. Roberto había concluido que solo del arte no podría vivir y que ser músico cuesta, así que decidió crear su primer emprendimiento, pero para eso debía practicar: tejer el azúcar de manera delicada, hasta formar una nube leve y deliciosa; ya que la música y el algodón de azúcar tienen cosas en común: crear algo es una combinación entre técnica y belleza.

Roberto había concluido que solo del arte no podría vivir y que ser músico cuesta.

A los niños les gustó aquella masa malograda que el músico les ofreció el primer día. Era medio rara, pero sabía bien. Ya al segundo día la nube dulce había crecido un poco más y al quinto, el músico algodonero había adquirido la destreza necesaria. La libra de azúcar que compró con los 270 pesos que le quedaban y la máquina que tenía un amigo suyo, rendían frutos.

Si de algo sabe Roberto Reicino, es de constancia. Aquel 31 de diciembre de 2023 fue crucial para él: ¿cómo puedo lograr que mi música se conozca sin depender de nadie? —se preguntó—.  En su búsqueda por sustentarse y hacer una carrera independiente, decidió crear un perfil en Instagram. El primero de enero publicó en su muro con escasos seguidores un reel donde decía: «Si estás viendo este video, tienes que ayudarme…». Allí le contaba a su audiencia que era un artista cubano al que no se le daban bien las redes sociales, pero que se planteaba el reto de subir un contenido diario hasta tener 5k seguidores, y si al finalizar el año no cumplía su meta, se cortaría el pelo.

Los videos de Roberto se viralizaron y siete días después logró llegar a su meta. Cuando tenía tan solo 500 seguidores, comenzó a preguntar por las canciones favoritas de sus seguidores y las versionaba en cada uno de sus reels. Este tipo de contenido lo hizo crecer rápidamente y ya en el día número ocho tenía 10K. Se propuso llegar a 20K y logró superar esa meta. Recientemente anunció que compartirá la primera canción de autoría propia en su canal.

Construir la música, como una casa

En las caminatas con el abuelo podía pasar cualquier cosa. Santa Cruz es un pueblito rodeado de playas en las afueras de La Habana, y en su infancia Roberto recorría cada fin de semana la zona, hasta llegar al mar. Aquel día no se cumpliría su rutina. Pasó por una calle habitual y se detuvo delante de un mostrador. Su curiosidad de niño de cuatro años se quedó en shock: ¿qué era aquel objeto, aquel posible juguete indescifrable? Al verlo detenido allí, el abuelo entró a la tienda de antigüedades. «Esto es un violín», le dijo. Roberto tomó en sus manos aquel instrumento y lo primero que sintió fue un miedo enorme a romperlo. El abuelo, músico de profesión, sintió que era una señal y compró el violín para su nieto. Al dárselo, sentenció, como si de una profecía se tratase: «Esto no es un juguete. Te va a hacer un hombre disciplinado, te va a dar muchas alegrías, pero también serás esclavo de él».

Roberto Reicino
Roberto Reicino / Tomada del Instagram del entrevistado

Después de ese día, Roberto comenzó a acercarse al violín como si fuese un animal temeroso. Hoy, a sus 21 años, también domina la viola, el chelo, el piano, la guitarra, el bajo y la percusión. Pero ese don de multiinstrumentista también llegó por necesidad. «En Cuba no me podía dar el lujo de dedicarme solo al violín, porque no es el instrumento más solicitado. Hay que vivir, así que cuando encontraba una oferta de trabajo para bajista, por ejemplo, yo me presentaba y aprendía sobre la marcha. Así dominé el resto de instrumentos».

La precariedad llegó con más fuerza tras la pandemia ¿De qué vive un músico en cuarentena? Para ese entonces, Roberto ni siquiera se había graduado y comenzó a trabajar en una panadería privada. Todo parecía marchar bien, hasta que un brote de covid-19 entre los trabajadores hizo que cerrara el negocio. En ese punto, decidió intentar como albañil y las manos ya callosas por el violín, se volvieron toscas por el cemento y las cargas pesadas. Allí aprendió a repellar, tirar placas, hacer mezclas y todo lo necesario para levantar una obra desde cero. Pero el aprendizaje no fue en vano y decidió hacer crecer su carrera con la misma paciencia con la que levantó una casa.

Así nació la idea de crear su emprendimiento de algodón de azúcar «Nubes dulces». Por demás, como en cualquier obra, se necesita del apoyo de muchas personas para construir. Por eso decidió que debía hablarle en primera persona a quienes iban a escuchar su música, así que se lanzó a las redes sociales para edificar su carrera como artista independiente.

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Requisitos para ser artista en Cuba

  1. No enfrentarás al Estado. Tu arte denunciará incomodidades generales y tendrá un aire abstracto donde puede que esté la denuncia, el guiño, la picaresca que solo tú entenderás. Así estarás bien contigo y podrás hacer una carrera larga y llena de eventos revolucionarios, donde llenarás las tribunas con tu voz o las oficinas de los jefes con tus lienzos.
  2. Si disientes, búscate una entrada extra. El arte que no está inserto en circuitos oficiales, no da para vivir.
  3. Si te dio por el arte independiente, no te asocies, no te metas en ningún movimiento turbio de esos que protestan mucho. Eso solo servirá para que termines yéndote del país y viviendo de todo menos de tu arte.
  4. ¿El arte independiente es lo tuyo? ¿Tu arte denuncia, pone los pies en la tierra y quiere transformar la realidad? Prepárate, vas a sufrir.

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Artista independiente ¿en Cuba?

«Yo amo mucho a Cuba, pero como todo joven migrar es mi prioridad. Tengo muchos sueños y objetivos que lograr y por muy optimista que sea, por muy fuerte que me muestre en redes sociales, hay días donde la necesidad me supera».

Para un músico cubano que viene desde abajo es muy difícil desarrollarse en su vida profesional. Roberto comenta que las empresas estatales pagan muy mal y exigen que el artista defienda el discurso político que profesan. Por eso decidió alejarse. «Para mí a un artista no le pueden imponer qué decir. El arte es un espacio de libre expresión. Además, la música es muy demandante en recursos. Uno necesita tener dónde grabar, mantener el instrumento y muchas más cosas que no se pueden comprar en Cuba y que si las encuentras por la izquierda son carísimas».

«Para mí a un artista no le pueden imponer qué decir. El arte es un espacio de libre expresión».

Roberto insiste en que si eres artista independiente en Cuba también tienes que afrontar la imposibilidad de monetizar en redes. Para usar Spotify, por ejemplo, depende de terceros que desde fuera cobren las ganancias de su música. En la faceta de creador de contenido sucede igual, por muchos seguidores que tenga, desde Cuba no podrá ver el fruto. Por eso, las redes le sirven para promocionar su música solamente. Desde que empezó en ese espacio ha hecho algunas colaboraciones con emprendimientos nacionales, pero no mucho más en materia de monetización. 

No obstante, las redes sociales no son para él solo una forma de ganarse la vida. Confiesa que desea que las personas entiendan cómo es ser cubano y las dificultades que afrontan los artistas independientes. Su objetivo es llegar, además, a quienes piensen que con pocos recursos no pueden crecer: «yo no tengo casi nada y quiero demostrarles que de alguna forma se pueden lograr las metas».

Subir un reel diario es sumamente demandante. Debe tener un tema y un guion para hacerlo, trabajar además con su celular, que es donde graba y edita todo, porque no tiene computadora. Ese minuto que muestra a sus seguidores, le cuesta buena parte del día. Ello sin contar la baja calidad del internet en Cuba y lo costoso que es mantenerse conectado. Por esa razón, tras cumplir el reto de los 20K, decidió dejar de subir contenido diario y centrarse en la calidad de sus videos que tendrían menor frecuencia de publicación.

Roberto explica que en Cuba los artistas jóvenes no tienen muchas salidas. Insiste en que actualmente no hay muchos lugares donde tocar; solo ha tenido la opción del Teatro Nacional y la Fábrica de Arte, que no son trabajos constantes, ni bien remunerados. Actualmente, trabaja con un grupo de teatro llamado La franja teatral, dirigido por Agnieska Hernández. «Estábamos presentando dos obras muy importantes, por el valor que tienen. Una se llama Los Pájaros Negros y es en contra del racismo, y la otra es Padre Nuestro, que es profeminista».

Arte, revolución y migración

Roberto no se ha ido aún. Pero se irá. Se unirá a la bandada de artistas talentosos que tienen que partir de Cuba en busca de un mejor futuro. La partida de un artista o intelectual cubano no es distinta a la de cualquier persona. Los cubanos partimos por razones que se repiten una y otra vez: reencontrarnos con los nuestros, mejorar económicamente, huir, en el peor de los casos, tras la decisión suicida de romper la concha política, de la persecución.

De seguro hay cubanos con razones mucho más específicas para migrar, más allá del hambre y la política. Hay migraciones más privilegiadas que otras: gente que se casa, gente que va a estudiar, gente que consiguió un trabajo, pero, en el fondo, en la decisión de no volver a Cuba subyacen el hambre y la política. 

Recientemente escuché hablar a Daymé Arocena sobre el choque que implica para un artista reconocido en el campo cultural cubano, llegar a otro país a empezar de cero como un ciudadano más. Pensé en cómo la mayoría de los actores, músicos, periodistas o presentadores de televisión con los que crecí están en Miami. Muchos de ellos, para su suerte, han encontrado un lugar en el ecosistema cubano de la Florida que tiene su propio sistema de medios, canales de televisión o espacios para dar conciertos a los que sin dudas asistirá una comunidad migrante nostálgica. Los he visto cientos de veces seguir discursando sobre Cuba desde la migración, porque cuando un cubano se va, no suelta a Cuba, o Cuba no lo suelta. Lamentablemente, a excepción de unos pocos como Ana de Armas o la propia Daymé, aunque me gustaría, no he visto otras caras cubanas muy talentosas en los grandes circuitos del arte.

Por suerte, las redes sociales han sido para los artistas cubanos una vía de escape en la migración. Tal es el caso de Aly Sánchez o La Diosa, que se han desarrollado como influencers. La primera ha triunfado con sus videos humorísticos y la segunda con su constante entre publicidad a marcas y clínicas de cirugías plásticas.

No obstante, explicaba Daymé, no hay duda de que Cuba ha dado lo mejor de sí en talento musical y yo añadiría que artístico; pero no tiene industria de la música (o del arte en general). Cuba ha estado encerrada en una burbuja económica, cultural, artística. Nuestros procesos, como nuestros automóviles, se remontan a otro siglo y a veces me pregunto si es que ese encapsulamiento insular, político y social, no nos hizo extraordinarios: el tener que pensar el arte sin la infoxicación circundante e incluso sin la aspiración de que sea para hacernos millonarios.

Cuba ha dado lo mejor de sí en talento musical y yo añadiría que artístico; pero no tiene industria de la música (o del arte en general).

Pero, hay muchas causales a tener en cuenta, por un lado, sí, los artistas cubanos germinaron en un sistema de escuelas que al inicio de la Revolución se encargaba de encontrarlos en los rincones más intrincados. Por otro lado, no ha brindado a los artistas una preparación política fuerte sino más bien, y como ocurre en el resto de las escuelas cubanas, una «Cultura Política» pobre que prioriza el atrincheramiento ideológico y no la construcción de consensos.

Ahora bien, un artista cubano, no tiene una buena remuneración por lo que hace. Un artista independiente cubano debe lucharse muy duro los medios para hacer su arte. Un artista independiente cubano que migra, tiene, en primera instancia, que aprender a vivir en un mundo nuevo, donde reglas que conocía, como la burocracia, operan de forma desconocida. En muchos casos pesa sobre él la visa, es decir, ingeniárselas para conseguir un estatus migratorio que le permita existir y trabajar legalmente; ya no hablemos de la nostalgia o de la familia que hay que ayudar en Cuba. Un artista cubano migrante choca con que se acabó el arte por amor al arte. La cosa es facturar y ante tantas presiones, el arte cambia y en muchos casos pierde su esencia y se convierte en más de lo que ya circula en los lugares de acogida.

Un artista independiente cubano debe lucharse muy duro los medios para hacer su arte.

Si un artista cubano que migra en condiciones de precariedad, logra superar todo eso y se garantiza una estabilidad mínima para hacer el arte que quiere y puede hacer, aún corre el riesgo de ser regurgitado por un mercado al que no le importan sus más profundas heridas traducidas en acordes o pinceladas, y que reserva el arte para quienes nacieron ubicados a kilómetros de un artista cubano, en la meta.

Igual, hay que echar pa alante, ser artista no te convierte en un migrante con más privilegios que el vecino carpintero. Si vas para Miami y tu cara es conocida en Cuba, tal vez logres un sketch en el programa de algún cubano o ser telonero de algún concierto, pero así se empieza. Como no se cansan de decir muchos cubanos emigrados con un orgullo extraño que no acabo de entender: en el capitalismo «nadie te regala nada».

«Vida», la burbuja que se rompe

La etapa de estudiante de Roberto fue como «un mundo aparte». Cuenta que en la Escuela Nacional de Arte (ENA), aprendió todo lo que quiso, allí vivía como en una burbuja, pero luego empezaron a darse casos de censura. Lo primero que le golpeó fue la persecución política a Abel Lescay, uno de los manifestantes del 11J, estudiante del Instituto Superior de Arte (ISA), que fue apresado en el estallido social. Roberto vivió de cerca el acoso a su compañero y fue testigo de cómo intentaron que no pudiera tocar en ningún lugar.

Cuando se le pregunta acerca de política, insiste en que sus referencias no son las mejores para tomar partido por posturas estrictas. Sin embargo, confiesa que está a favor de que la gente pueda desarrollarse, siempre y cuando no afecte a los demás en el proceso.

«Para mí el ciudadano de cualquier país, de cualquier estado, de cualquier parte del mundo, es un ser político. Y entonces todo en su vida está condicionado por la política. En Cuba, no puedo tomar decisiones sobre los que deciden por mí. ¿Qué puedo hacer si ni siquiera voto por mi presidente? Las trabas son demasiadas y soy consciente de que al contar mi realidad en redes estoy hablando de política. Es que la política está hasta en el acuerdo que tengo con mi mamá de fregar todos los días. En el caso de Cuba, no nací con un acuerdo con nadie que me diga qué puedo o no hacer, y sin embargo hay leyes escritas y no escritas que me limitan. Yo entiendo lo que sintieron mis abuelos con la revolución cubana, lo que significó ese proceso, pero hay que admitir que muchas cosas se malograron en el camino y Cuba necesita un cambio».

«Para mí el ciudadano de cualquier país, de cualquier estado, de cualquier parte del mundo, es un ser político».

Un día cualquiera para Roberto fluctúa entre mantener sus redes sociales y trabajar en lo que aparezca: el teatro, una tocada o como mariachi. También elabora y vende sus algodones de azúcar en cualquier feria y construye de a poco «Vida», su primer disco.

«Mi primer material va a tener seis canciones. Estoy grabando en el estudio que un amigo tiene en su casa. Será a piano y voz solamente. El primer single se llama “El viaje”. Cada canción cuenta una historia distinta, aunque en materia de sonoridad todas tienen la misma mezcla, todas tienen el mismo color y brillo al oído, para que quien escucha las entienda como un compendio».

El músico es como su disco. Intenta atrapar sonidos y mostrar en su obra historias, aparentemente inconexas, que conforman la sinfonía en que todos habitamos: los niños del barrio, el amigo perseguido, el dolor del país, el abuelo, el azúcar que teje para vivir. Tal vez no lo sabe aún, pero al migrar tendrá que seguir construyendo desde cero, como se construye una casa o la vida. Ser artista independiente en Cuba es migrar dos veces: migras tú por hambre o política y migra tu arte.  

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Lisbeth Moya González
Lisbeth Moya González
Periodista y escritora marxista cubana

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