El Mejunje: una distinción marginal y bastarda a la libertad

Getting your Trinity Audio player ready...

Hoy El Mejunje de Santa Clara cumple 40 años. Tengo la fortuna ver nacer mi libro San Silverio del Mejunje, resultado de mi tesis de grado como periodista, y el acto de amor más grande que pude dar a ese espacio que me vio crecer, también es un homenaje a su creador: el artista multifacético y promotor cultural Ramón Silverio.

Si me preguntaran qué es El Mejunje diría que una casa de la que una no tiene que escapar. Y con casa me refiero a lo que siempre repite el mismo Silverio: un ensayo de sociedad.

El Mejunje me enseñó que sí es posible ser una misma y que no estaba sola en el proceso, me ayudó a creer en un mundo mejor, a crear para que ese mundo fuera posible. Es difícil imaginar el sentir de una niña rarita de pueblo que por primera vez se ve identificada con esas canciones, esas personas, y ese espacio donde hasta el disenso parece posible.

Estar ahí fue esencial en mi formación política y cultural. Me hizo entender que todos: la enfermera, la transformista, el adolescente friki, el muchacho seropositivo o el intelectual más encumbrado, no solo podían, sino que debían convivir y respetarse. Una sociedad realmente funcional los necesita y ha de brindarles oportunidades de ser y existir con dignidad.

Ese lugar me enseñó la medida de la libertad: la libertad de ser sin que me importe tu opinión, pero sin dañarte en el proceso. Es un escándalo que rompe todo prejuicio a su paso y lleva ese escándalo de bien allí donde el silencio condena a la gente al encierro. El Mejunje es el patio de mi casa dondequiera que me encuentre y sigue siendo el patio de otros que como yo también hubieron de partir a buscar, como canta Yatsel Rodríguez, la felicidad según ellos.

Todos nosotros, los que nos fuimos, sabemos que la felicidad está sentada en una mesa del patio de Teresita, rodeada de seres ausentes, cantando la última canción a la nostalgia; en el hecho simple de cultivar el huerto que hace pasajera la vida de Leo García; en ciudades de metal, donde yo no soy de metal como son los amigos de Roly Berrío; en parajes donde no habrá viejitos entonando boleros imposibles antes del perreo festivo y mucho menos un perro que venga a saludarte en medio del concierto.

San Silverio del Mejunje estará muy pronto en las librerías cubanas, pero deseo compartir con mis lectores de La Joven Cuba algunos testimonios que surgieron en mi proceso de investigación, y que no se encuentran de manera íntegra en el libro.

San Silverio de El Mejunje
Portada del Libro San Silverio de El Mejunje

«Un hombre solo, que ha perdido el sueño, sale a buscar la noche y su misterio» ?poema de Alexis Castañeda, canta Alain Garrido

El escritor santaclareño Alexis Castañeda, quien estuvo durante años al servicio de El Mejunje, es testigo fiel de todo lo que aconteció en su fundación. Una tarde cualquiera, bajo la paz del framboyán del patio, me contó que cuando Silverio trabajaba en el Centro Experimental de Teatro de Las Villas, ya era un personaje público, como actor de un grupo de teatro muy importante en el país.

Él lo veía en la calle y lo reconocía. Cuando comenzó El Mejunje en el teatro Guiñol, todavía no estaba tan al tanto de la vida cultural de Santa Clara. Se decidió a ir solo a aquellas peñas misteriosas y lo atrajo el ambiente. Allí se empezaba a leer poesía para público abierto por primera vez en la ciudad y se reunían los más jóvenes y avanzados intelectuales. Poco a poco el público crecía, pero era en esencia una reunión de Silverio con sus amigos; no había cargos burocráticos, nadie recibía sueldo, era todo por amor al arte.

«En esos tiempos empezaron a aparecer personajes populares, desde Mimí Polo Norte, hasta un señor al que le decían “el hombre orquesta”, que tocaba varias laticas y cositas; había otro a quien llamaban “Jorgito Para Bárbara” porque solo cantaba esa canción, o “Pipito”, que solo cantaba Óleo de mujer con sombrero de Silvio Rodríguez. Ese era el show, unos decían poemas, se prestaban libros, cantaban, tomaban ron, eran amigos compartiendo. Además, músicos importantes de la ciudad como Pucho López, cuando terminaban sus funciones en los teatros y cabarés, pasaban por allí para descargar hasta la madrugada».

Alexis comenta que El Mejunje siempre fue mal mirado por ser una iniciativa independiente y por agrupar a un grupo de personas que no eran oficialmente reconocidas como artistas. También por el público: gente de pelo largo, con ropas anchas de lienzo, llena de detalles y aditamentos particulares. El principio de no discriminar a nadie siempre fue norma y eso también hizo que el lugar incomodase porque se comenzaron a nuclear personas no queridas ni valoradas en otros ámbitos. Los gays, expresidiarios, los que no trabajaban… todo tipo de minorías sociales encontraron refugio allí, hasta que los sacaron por supuesto peligro de derrumbe del edificio.

«Apenas conocí al poeta Williams Calero, me llevó a casa del joven escritor Ricardo Riverón y más tarde a casa de Silverio. Mi etapa de asiduidad mejunjera llega cuando ya se hacía la peña en la Biblioteca Provincial, un momento muy complicado para el proyecto porque en la biblioteca existían muchísimas trabas, horarios, por supuesto no se podía intervenir artísticamente el lugar ni escribir en las paredes, y como si fuera poco, la policía detenía a los homosexuales en la misma puerta del lugar».

Alexis Castañeda Pérez de Alejo
Alexis Castañeda Pérez de Alejo / Foto: Perfil de Facebook del entrevistado

Castañeda recuerda con mucho cariño esa etapa. Había una señora muy pintoresca llamada Teté que vendía flores. A las diez de la noche Silverio repartía el famoso mejunje, una infusión para matar el hambre. En ese momento él era un joven graduado de Historia y se convirtió en un participante activo de aquello que surgía. Lo mismo investigaba sobre determinados temas, que hacía una sección de preguntas culturales cuyo premio eran unas maticas que Silverio traía de su casa.  La casa de Silverio siempre estaba llena de personas. Era una vivienda de la época colonial, en la que entraba y salía la gente a su antojo. Por eso no sorprendió que decidiese continuar la peña allí, porque el espacio de la Biblioteca no estaba funcionando. 

El Mejunje siempre tuvo fama de ser un espacio para la comunidad LGBTIQ+ porque acogía a cualquier tipo de personas. Todo comenzó en una fiesta de disfraces, cuando vinieron muchos hombres vestidos de mujer con sus parejas. Tiempo después, ya nace una peña de transformismo. Lo cierto es que desde el principio la comunidad LGBTIQ+ se integró a las actividades, sin ningún tipo de discriminación del resto, en un momento en que la homo/transfobia era casi reglamentaria en Cuba.

«Aquí ha habido de todo. Los domingos por la noche, cuando no había nada programado, se cantaba el bingo. Después estuvo la peña de los travestis del domingo a la que le decían “la noche de la bugambilia”, por como le dicen vulgarmente a quienes no se aceptan como homosexuales y son más machotes que nadie: los bugarrones».

Alexis cuenta que el primer homenaje a Freddie Mercury fue en 1992. Él estuvo entre los organizadores, junto a Alberto de Armas, el creador de la Compañía Futuro, la primera agrupación organizada de transformistas que hubo en Santa Clara. Fue el animador de esa actividad que sería el preámbulo de las noches de transformismo, porque ese día muchos vinieron vestidos así y salieron a escena modelando.

«Algunos de los que empezaron a venir eran del sanatorio de Sida. Silverio empezó a ir al sanatorio a pedir que los trajeran. Tenían un sistema de acompañantes y aquí se les acogió. Cuando los shows comenzaron de manera oficial yo no estaba en Santa Clara, pero cuando fui por primera vez me conmoví mucho al ver a Humberto Toscano, Samantha, interpretar El espejo, de la cantante Yuri».

La Trovuntivitis

En aquellos tiempos hubo también campeonatos de dominó por las tardes, presididos por el poeta y editor Juan René González Coyra, fundador de la editorial Sed de Belleza, quien llevaba a punta de lápiz los detalles del juego y al final los ganadores obtenían un trofeo que había creado el también escritor Veleta. Las parejas se ponían unos nombres graciosísimos, como «las flores del mal». Yoel La Toya era otro personaje que siempre rondaba por aquí; se puso así porque era igualito a La Toya Jackson, la hermana de Michael Jackson. Al principio hacía de Whitney Houston y de Rita Montaner en los shows.

«El bar en algún momento tuvo un letrero que decía “El bar de los tarruces” y allí se reunían Veleta, Dopico, Williams, Lázaro “el barbero” e incluso hasta yo, a tomar ron, conversar e inventar. De ahí surge el nombre de El Club de los Tarruces que devino El Club del Poste».

Alexis refiere que hace años El Mejunje era muy diferente. El bar de la planta baja estaba lleno de muchachos y de trovadores todas las tardes. La Trovuntivitis entera descargando y tomando ron, «pero ya la mayoría tiene hijos y casas que mantener, ya no es lo mismo. Había un grupito al que le pusimos El Club de la Nada, jóvenes graduados de cualquier cosa que siempre estaban allí en pose intelectual. Eran más espirituales que nadie y se regalaban un palito y un pulsito, y eran los más profundos y graves. Yo les puse “el culto a la virulilla” y de ahí el término sapingo y mi definición del sapingo santaclareño mejunjero que se ha quedado en el argot popular», comenta.

Alexis Castañeda Pérez de Alejo
Alexis Castañeda Pérez de Alejo (a la izquierda) junto a los trovadores Diego Gutiérrez y el actor Raudel «Koky» Morales / Foto: Perfil de Facebook del entrevistado

Cuando comenzó la peña de La Trovuntivitis, habían remodelado el bar Tacones Lejanos. En ese lugar solo existían unas mesitas de troncos, unos banquitos, y en las esquinas pusieron unas tinajas de agua. Alexis rememora que a algunos les dio hasta por traer unas pistolitas de agua y jugar a mojar a cualquiera. En ese momento estaba el gran brote de conjuntivitis y a Roly Berrío se le ocurrió aquel nombre tan ocurrente. «Yo creo que aquel jueguito de tirarle agua a los ojos a la gente contribuyó a trasmitir la enfermedad», explica.

La Trovuntivitis desde el principio fue un fenómeno, iba a ser una vez al mes y el jueves siguiente ya había gente esperando a que cantaran de nuevo y la descarga se hacía a capela siempre. Para Alexis lo más importante del evento es que ha sabido superarse y acoger a figuras que han ido creciendo allí. «Ese estilo de los trovuntiviteros es lo que los ha hecho triunfar. Esa humildad y ese espíritu gremial, que lo mismo se reúnen en una casa que aquí, que en el muro del malecón,[1] que en una esquina. Ellos son una familia con diferentes estilos musicales y de vida que ha aprendido a apoyarse y respetarse», concluye.

«Luces nunca tuvo nuestra casa» ?fragmento de La casa, de Raúl Marchena

Jorge Luis Crespo Jacomino, alias Crespo, es un personaje de El Mejunje. El único ocupa legal o al menos tolerado de Santa Clara; vive, trabaja y asiste a El Mejunje como si de un culto se tratase. El Mejunje le ha dado energía para seguir viviendo.

«Yo tengo VIH desde hace 25 años. Me enfermé hace mucho y fui de los que obligatoriamente tuvo que ir para el sanatorio porque en ese momento en Cuba había un auge de la enfermedad. Aquí se hacían unas campañas enormes para concientizar a la gente, se hacían hasta tests masivos y hasta se ponían fotos de quienes habían muerto. Esas jornadas llegaban hasta el parque, eran días para recordarle a la gente lo difícil que es esto».

Para Crespo, lo grande de El Mejunje es que les abrió las puertas a los infectados y sus acompañantes, pero además hizo campaña para que se les aceptara y porque la gente se protegiera:

«Casi todos los enfermos veníamos a parar aquí porque podíamos escondernos de la sociedad. Era el único lugar donde podías encontrar un poco de escape y de aire, sin que te señalaran como un monstruo. En este lugar todos se llevaban bien y no se excluía a nadie. La primera vez que logré acercarme a las personas sin VIH, bailar, tomar y sentirme vivo de nuevo, fue aquí. La gente del sanatorio alargaba su vida cada vez que entraban por esa puerta».

Jorge Luis Crespo
Jorge Luis Crespo / Foto: Cubanet

En esa época hubo jóvenes que querían ir para el sanatorio porque eran mal mirados por la sociedad y tenían vidas muy difíciles. Sobre todo, los rockeros. Él vio a muchos adolescentes y jóvenes enfermarse porque sí: «Eso no se me olvida porque la mayoría de ellos ya no está. Se morían enseguida porque se inyectaban la sangre de personas con la enfermedad muy avanzada», explica.

«Yo no vivo, yo estoy sobreviviendo. Trato de luchar por aquí, inventar por allá y comer donde sea, porque desgraciadamente la casa se está cayendo. Me metí ilegal en donde vivo porque quería quedarme en Santa Clara. Yo no podía regresar a mi pueblo porque allí me sentía mal y en definitiva siempre he sabido que me puedo morir en cualquier momento. A Silverio tengo que agradecerle hasta que a veces me deje dormir aquí. He pasado todos los ciclones en El Mejunje, cuidándolo y cuidándome».

Su música, su ron y sus cigarros pasaron a ser su forma de vida, y con eso dice ser feliz: «Recojo a cuanto perro callejero me encuentro porque ellos son como yo. Los entiendo. Ahora no tengo ninguno porque no hay comida ni para mí».

Crespo conocía a Silverio desde antes de estar enfermo. Vivía en Ranchuelo y era el conductor del superbús hasta Santa Clara. En el último viaje tenía una hora y media de estadía para regresar a su casa. Una vez le dio por caminar para hacer tiempo y se encontró con El Mejunje. Se asomó y vio gente conocida que muchas veces había montado en su guagua, por eso entró: «El lugar me gustó mucho y me sentí como en familia. Ese día regresé a mi casa y cuando volví a hacer el viaje hacia Santa Clara, me quedé aquí para siempre».

«Yo no tenía a nadie esperando, ni familia, ni pareja, por eso vine para donde mejor me había sentido en la vida. Era un chico malo y me fajaba con todo el mundo. Incluso cuando empecé a venir a El Mejunje con más frecuencia, tuve mis buenas broncas, pero recuerdo como si fuera hoy, el día que Silverio me sentó en una silla del patio y me dijo: “Esa vida que tú llevas no es la que te toca, la vida es más que esto”. Silverio es el mejor sicólogo que he tenido y la única persona que ha logrado encauzarme. Si no fuera por él, hubiera estado media vida preso».

Jorge Luis Crespo
Jorge Luis Crespo / Foto: Cubanet

Mi entrevistado cree que Santa Clara sin El Mejunje sería una ciudad perdida. «Esos universitarios no tienen dinero y los padres se sacrifican mucho porque estudien y solo pueden divertirse aquí porque pagar una discoteca es imposible». Además, para él, El Mejunje tiene una cosa: una vez que te diviertes allí, que entiendes de qué va, no quieres, ni soportas ir a otro lado, porque todos los días te sorprendes. «Aquí hay una paz y un ambiente de aceptación que está por encima del dinero y los prejuicios», afirma.

Respecto a Silverio, Crespo habla con amor, como si de un padre se tratase: «Ese viejito es mi papá, es mi dios. Silverio no habla casi, pero cuando te dice algo, tienes que oírlo, porque nunca he visto que no tenga la razón. Él me ha sacado de El Mejunje por portarme mal. Me tiene unos meses castigado como a un niño y después me recibe de nuevo porque tiene un corazón muy grande. Yo quisiera morirme antes que Silverio porque no sé qué va a pasar después en esta ciudad».

«María de los minutos de los que soy casi eterno» ?fragmento de la canción María de mi dolor, de Alain Garrido

María Jorge, o María la portera, la madre de todos los frikis, la mujer más fuerte de alma que ha visto Santa Clara, antes de El Mejunje era una niña ama de casa.

Tuvo la suerte de pasar un curso de cuatro años en Checoslovaquia y trabajar allí como cooperante socialista, en la esfera textil. Como esos países habían quedado devastados con el fascismo, se necesitaba mano de obra para levantar la economía y ella fue una de las cubanas que se lanzó al reto. Le encantaba el idioma, aprendió eslovaco muy rápido y en el momento de esta entrevista aún lo hablaba, «aunque es un idioma muy difícil porque tiene siete declinaciones al verbo, pero yo era joven y estaba muy dispuesta a aprender», comenta.

«Cuando regresé empecé a trabajar en la textilera, pero me pasaba las noches sentada en el parque y visitaba El Mejunje desde que empezó a hacerse en la biblioteca, pero no iba diario. Más bien en esa etapa de mi vida me quedé como mirando los celajes, porque el cambio de país había sido impactante, además de la caída del campo socialista. Tenía una vida en Checoslovaquia y llegar a Santa Clara y ser reprimida, además, por mi identidad sexual, era muy difícil».

María se sentaba con sus amigos gays frente al hotel Santa Clara Libre y cuando la gente no les tiraba piedras, los recogía la Policía. «Nos dejaban casi toda la noche trancados en una guarandinga y nos soltaban por allá por la circunvalación, que era un descampado muy oscuro en las afueras de la ciudad, porque en ese momento no existía ni la autopista».

María Jorge portera de El Mejunje
María Jorge / Foto: Redsemlac

Para poder salir a divertirse tenía que ponerse un vestido, porque en los cabarés era obligatorio para entrar. Ponerse vestido y tacones era una tortura para ella, «era como si obligaran a un hombre a vestirse de mujer y a asumirse como una mujer, cuando no se sentía de esa manera. Me quitaban mi identidad y me sentía despreciada y humillada».

«Toda la vida he sentido muy duro la discriminación, hasta en La Habana, donde no me conoce nadie, me han gritado insultos porque sí, y he sentido vergüenza porque es feo que te griten tortillera en el medio de la calle. Yo soy una persona sensible y me dolía ser ofendida públicamente sin haberle hecho nada a nadie. Un día incluso pasó un camión y nos entraron a pedradas a dos amigos gays y a mí, por gusto. Me dieron en un tobillo y tuve que ir al hospital».

María explica que al mundo le molestaba que ella defendiera su identidad, pero luchó duro y se impuso. «Estoy muy contenta con lo que he logrado, porque esas pedradas las aguanté con dignidad y nunca cambié. Gracias a que muchos decidimos alzar la voz, en esta ciudad una muchacha puede ser quien quiere ser; sé de casos que ahora mismo están haciendo la reorientación de sexo, y de otros y otras que besan a su pareja en público y hasta delante de un policía sin que a nadie le importe», comenta conmovida.

«Lloro cuando hablo de estas cosas, porque me duele lo que nos hicieron, lo que pasé, porque no nos miraron como seres humanos, nos miraban como lacras sociales. Con dieciséis años quise empezar a trabajar y Norma, una amiga que es lesbiana y trabajaba en la pizzería del centro de recreación El Arcoíris, me resolvió una plaza de dependiente, pero cuando me fueron a hacer la investigación en mi cuadra, dijeron que yo era una antisocial, a pesar de que era la vicepresidenta del CDR, la secretaria de la FMC y donaba sangre voluntariamente. Por eso me negaron el trabajo.  Esa fue una de las razones por las que me fui a Checoslovaquia, porque sentía que aquí no tenía nada que hacer. Imagínate lo duro que fue mi regreso a Santa Clara y cuánto significó El Mejunje para mí, después».

Lo que más se lleva consigo de su etapa de rockera son los amigos. Algunos que ya no están, como William Fabián y los muchachos de Eskoria. William es también un personaje icónico en El Mejunje. María lo recuerda como un niñito que siempre estaba en el parque sentado en «el trono» que era el lugar de los rockeros.

«Era un niño flaquito, con el pelito rubio, que me pedía cuarenta quilos para comerse un medallón, o un cigarro, pero cada vez que me pedía para fumar, venía la Policía y me pedía el carné de identidad y yo le decía: “Coño, William, no me vuelvas a pedir para cigarros». Él iba a la casa y yo le daba comida y me pedía astillitas de jabón para bañarse en el río y lavar su ropa que se secaba en los árboles. Era un niño de quince o dieciséis años, que vivía en la calle porque su padre lo había botado de la casa por ser rockero y lo único que hacía era darle un plato de comida por la ventana».

Ese niñito después hizo historia en el rock cubano y dejó un legado. «Todos pensaban que lo iba a matar el Sida, pero lo mataron de una puñalada. Aquello fue lo más triste que he visto. Unos meses antes de morir, vi que estaba tomando mucho y lo llamé una noche, le dije. “Ven acá, asere, tú y yo somos amigos de verdad. Aquí la gente te conoció ayer y eres una estrella de rock, pero para mí eres el mismo chama. Estás bebiendo demasiado y tienes que cuidar tu imagen pública”. Ese día lo regañé duro y me escuchó. Él mejoró mucho en esos meses y lo mataron injustamente. La vida es dura».

Cuando María empezó a venir a El Mejunje con más regularidad, decidió ayudar todo lo que pudiera porque se sentía parte del lugar. Un día hubo una bronca muy grande y por eso le propuso a Silverio hacer carnés y limitar la entrada. Cada persona podía traer un invitado, pero era responsable de él o ella. «Desde ese momento empecé a cobrar en la puerta, pero sin que me pagaran un sueldo. Así estuve durante tres años, encargándome de la disciplina como ahora, pero sin cobrar. Aquí no se excluía a nadie, solo se penalizaba a quienes no se comportaban. El que tenía problemas, no entraba en dos o tres meses; actualmente se sigue haciendo así».

María Jorge portera de El Mejunje
María Jorge / Foto: Telecubanacan

María me contó que Mariela Castro convocó a que se hiciera un grupo de mujeres lesbianas en El Mejunje y así nació Labris. «Inicialmente no encontré mujeres interesadas en reunirse, trabajar y proyectar socialmente su sexualidad, pero poco a poco aparecieron muchachas interesadas y actualmente una de ellas lo dirige porque he estado enferma y no puedo asumirlo en este momento».

«Yo soy una mujer lesbiana, religiosa y comunista. Milito en el Partido Comunista de Cuba, orgullosamente. No vivo con rencores por lo que me pasó por ser lesbiana, esos errores los cometieron personas que ya están en el lugar donde debían estar, porque la Revolución es más grande que cualquiera de ellos. Aquí se ha sabido superar eso y uno tiene que ir adelante con su país, el que quiera que se vaya, pero lo lindo es luchar y dar la guerra porque esto mejore todos los días».

Ella explica que Silverio la educó desde que llegó, la enseñó a apreciar el arte y a aceptarse sin miedo a lo que pudieran decir. «Cuando llegué solo me gustaba el rock, soy rockera de corazón, pero aprendí a apreciar y disfrutar otras manifestaciones del arte y mi gusto se diversificó. También bailaba break dancing, pero la música cubana la descubrí aquí».

Ramón Silverio, líder de El Mejunje
Ramón Silverio, líder de El Mejunje / Foto: Periódico Vanguardia

Sobre su relación con el líder de ese proyecto convertido en su vida me dice:

«Cuando no estoy de acuerdo con algo que Silverio decida, se lo digo porque es una persona que sabe escuchar y no siempre tiene la razón, como todos los humanos. Nunca he tenido problemas con él, porque no discute. Se va a su casa y cuando regresa, tiene la solución al problema.

»Silverio es mi amigo. Mi vida sin él hubiera sido muy diferente porque no solo me cambió a mí, cambió a la sociedad, hizo que aceptaran a las personas como yo y me dio un lugar donde realizarme como mujer, un trabajo donde estoy orgullosa de estar. Él me ha dado tanto, desde comida en el medio del período especial para alimentar a mi familia, hasta apoyo emocional cuando murieron mi madre y mi hermano. Él te lleva a hacer las cosas sin obligarte, convenciéndote de lo que es mejor. Por encima de ser el director de El Mejunje es un ser humano grande, con una nobleza y un deseo de que la gente mejore que lo convierte en un maestro.

»Cuando Silverio no esté va a quedar su espíritu y el que venga a dirigir va a tener que regirse por sus ideas, amar y entender este lugar, porque si no, aquí no va a tener cabida porque no lo vamos a permitir. El Mejunje son los niños jugando los domingos por la mañana, los viejitos felices, los jóvenes escuchando rock, hip hop, trova y a Los Fakires, que son de otra generación; son los gays, lesbianas y travestis libres, somos todos. El día que eso no sea El Mejunje, voy a dar la pelea y conmigo todos los que los amamos».

María Jorge, lamentablemente, murió en mayo de 2023. Sea esta entrevista un homenaje póstumo a ella y una celebración de El Mejunje que amó.

***

Siempre que vuelvo a El Mejunje tengo rituales: me siento un jueves en el suelo, en primera fila de La Trovuntivitis y la atiendo como una niña que asiste por primera vez a clases, para que la música y el espacio me recuerden de qué va todo esto, cómo se siente estar viva y ser feliz.

Miro a mi alrededor y pienso en los que no están, miro a otros que se parecen a mis amigos corear los mismos estribillos. Los miro en medio de esa sapingá absoluta que El Mejunje otorga y es una distinción bastarda y marginal, una medalla al «No importa»: no importa que el mundo vaya en reversa, ni que se caiga el país o el planeta en pedazos, nada importa, porque en El Mejunje tengo mi balsa, la casa a la que siempre podré volver, el alivio a la soledad, que es la noche y su misterio, el árbol del centro que echó raíces en el pecho de sus hijas e hijos.

[1]El malecón de Santa Clara es el nombre que diferentes generaciones de jóvenes le han dado al muro lateral del teatro La Caridad. Es un espacio donde conviven todo tipo de subculturas y grupos sociales, caracterizado en buena medida por ser el lugar de reunión por excelencia de la bohemia y protagonista en las noches de descargas trovadorescas.

Deja una respuesta

Lisbeth Moya González
Lisbeth Moya González
Periodista y escritora marxista cubana

Más de este autor

Descubre más desde La Joven Cuba

Suscríbete ahora para seguir leyendo y obtener acceso al archivo completo.

Seguir leyendo