Cada vez más seguido me preguntan por qué no me voy. Personas que hace mucho no veo se muestran sorprendidas: «¿pero todavía estás en Cuba?» ,«pensaba que te habías ido ya». Eso me ha llevado a reflexionar seriamente sobre mis razones para permanecer acá.
No he podido volver a ver Habana Blues. En el año 2005 fui a la premier y empecé a llorar casi desde el minuto veinte. Una muchacha que estaba al lado mío y ni me conocía, me abrazó y estuvimos así todo el metraje, sufriendo nuestras propias despedidas. He tratado de ver el filme otras veces y nunca he podido terminarlo.
Yo nunca tuve un grupo amigable donde estar hasta que llegué al preuniversitario. Ese fue mi grupo seguro, mi espacio de afectos y crecimiento, sin violencia. Antes de eso había ido de una escuela a otra y había sufrido bullying sin sentirme acogida en ninguna parte. Así que para mí el éxodo de mi grupo fue el primer choque con las despedidas «adultas».
Me gradué en el año 1998, y en el 2005, cuando terminaron su período de servicio social, la mitad de mis compañeros desfilaron fuera del país. De casi todos me despedí personalmente. De una, en su boda con un empresario extranjero. De otros, en sus casas, en fiestas organizadas con ese fin; de ahí mi costumbre de preguntarle a la gente que me invita a fiestas, o comidas muy protocolares, «¿para dónde te vas y cuándo?». Con otros nos despedimos en el aeropuerto, y con una, incluso fui hasta la lancha. Ya con la embarcación en el lugar me agarró la mano y dijo «ven», pero no me atreví. Pensé en su madre que me esperaba con noticias y podría creer que había pasado algo si yo no volvía. He ahí una razón para no irme: responsabilidad.
Ya antes de eso, cuando terminé mi carrera en el año 2003, uno de los «idos» me había propuesto irme con él, y para eso teníamos que casarnos. Él se iba a Noruega. Hicimos mil papeles, hay hasta una foto mía de pasaporte en la que parezco una monja, de lo formal y estirada que estoy. Pero antes del trámite final, dudé. Esta persona no había expresado ningún interés romántico en mí hasta que los trámites estuvieron avanzados. En ningún momento me dijo, pero algo ahí en el modo de tratarme empezó a cambiar. No me hubiera desagradado especialmente, pero no sentí que fuera honesto de mi parte usar esa carta. Además, muchas cosas podían haber salido astronómicamente mal si me hubiera ido casada con alguien a quien en realidad no amaba, a un país tan distinto culturalmente, en el cual yo no tenía ninguna red de apoyo. Ahí se unieron otras razones para no irme: inseguridad.
Luego hubo un largo período de cero posibilidades. Mis amistades aún no estaban en condiciones de invitar a nadie. La Universidad de Ciencias Pedagógicas es muy poco generosa en viajes para quienes no tienen un alto grado académico o no forman parte de algún proyecto exitoso de alcance internacional. Así que todo el mundo de doctor para arriba viajaba, y yo no. Además, mi hijo era pequeño y viajar parecía poco aconsejable mientras él me necesitara. Fue en mi siguiente lugar de trabajo donde finalmente pude salir del país.
Mi primer viaje fue en el año 2014: una semana a México. Perdí el avión en Panamá, porque cambiaron la puerta dos segundos antes de la salida. En mi trabajo se inquietaron mucho cuando pareció que yo había desaparecido del mapa: la institución a la que pertenecía ha funcionado como una especie de aeropuerto y algunas de las personas que han salido del país en viajes de trabajo no han regresado.
Yo solo perdí el avión: era la primera vez que viajaba, sin nadie para asesorarme o acogerme y no sabía cómo hacerlo mejor. Así que seguí mi viaje después de un susto mayúsculo e hice mi trabajo esa semana. Pero dos días antes de mi regreso mi mejor amiga me dijo que ella me iba a buscar, que de la Florida a Valle de Chalco era un salto pequeño. Estuvo todo el tiempo diciéndolo. Y con ella, el coro de mis compañeros de preuniversitario. Pero dudé.
Pensé en nuestro especialista de relaciones internacionales, que había corrido con todos los trámites y debería rendir cuentas en Cuba, en las contrapartes de México, que tendrían que pasar por un momento incómodo explicando qué había sido de mí. Además, había algo más fuerte aún. Tenía mi hijo en Cuba, mi pareja; si me quedaba sería considerada desertora y corría el riesgo de no poder entrar a Cuba por ocho años. Pensé en mi hijo primero, a quien no sabía cuándo iba a volver a ver, en mi pareja, que iba a dejar de serlo si se interponía una distancia tan grande, y yo estaba enamorada. Por eso regresé: por amor.
Al año siguiente fui a Colombia. Esta vez fue un viaje sin sustos ni tropiezos. En Bogotá tenía otra muy buena amiga. Vinculada, además, por medio de su familia, con la comunidad cubana en Colombia y con las universidades de Bogotá, que son muchas. Me ofreció su sofá, su casa, sus contactos. Volví a pensar en mi hijo, en mi pareja, en los compañeros que habían trabajado para ponerme en Colombia, que es un lugar complicado.
En uno de los cursos de colaboración que te buscas cuando puedes, en tu tiempo libre, conocí mujeres trans emigradas. Mi realidad posiblemente iba a ser distinta a las de ellas, pero la descripción de sus angustias fue tan vívida, que me aterré. Colombia puede ser un lugar inclemente con las mujeres sin redes de apoyo. Un espacio peligroso. Por eso no me quedé: por miedo.
Hoy me preguntan constantemente por qué no me he ido, o por qué no me voy. No me voy por responsabilidad con quienes se quedan, por inseguridad con el destino que tendré en otros lugares, por amor a los que me rodean y por miedo a sufrir las penurias que sufren muchos emigrantes —la mayoría en silencio. Y también un poco porque quiero ver qué hago para ayudar. Porque si yo no me puedo ir y otros tampoco, alguien tiene que trabajar porque «esto» sea vivible.
Consecuencias de mi decisión: las de todos. Independencia doméstica limitada, dificultades económicas, crecimiento profesional a veces estancado. Y lo más doloroso, un desánimo enorme que me cae a cada rato, la sensación de haber dejado oportunidades valiosas atrás. Si me voy ahora, no sé si regrese. O a lo mejor sí.
Me he levantado cada día sabiendo que delante del aula donde he impartido clase, la mayor parte de los muchachos que han estado presentes frente a mí tienen un norte en su cabeza, y no es Cuba. Siento que he estado dándole mi tiempo y mis energías a los futuros emigrantes y eso me da mucha tristeza. Siempre les he dicho que a donde sea que vayan traten de ser honestos, justos, estudiosos, que trabajen bien, que sean leales y felices, que me enorgullezcan.
También se lo digo a mis amigos, colegas y a las otras personas a las que indirectamente he formado y formo. Pero cada vez me duele más decirlo porque siento que los estoy despidiendo anticipadamente y así ha sido en muchos casos. Porque temo que algún día sea mi hijo quien se vaya. Ya tiene dieciséis años, así que no falta mucho.
Cada vez veo menos caras conocidas. Y cada vez que alguien me invita a un café inesperado, a un almuerzo protocolar o a una fiesta sorpresa, le pregunto «y tú ¿para dónde te vas y cuándo?».
11 comentarios
Gracias Yadira por este artículo, ya era urgente que alguien lo escribiera tal cual lo has hecho tú.
uy honesta y transparente respuesta a esa pregunta tan del cotidiano de la Cuba nuetra de hoy. ¡Felicitaciones!
Muy honesta y transparente respuesta a esa pregunta tan socorrida en la Cuba nuestra de hoy. ¡Felicitaciones y gracias!
Mi consejo sobre su responsabilidad actual, hoy día, su inseguridad parece que desde hace mucho tiempo, creo honestamente demasiado y el amor a su hijo que ese si será para toda su vida sin ninguna duda, pues le aconsejo lo mismo que a mis amigos, es siempre mejor y más productivo emigrar uno y que los hijos le acompañen para que se inserten lo antes que puedan a la sociedad que le dará abrigo, o que al final, si emigra usted detrás de su hijo que ya piensa y por tanto no duda que podrá ocurrir, pues usted nunca podrá armar su espacio vital y desperdiciara valiosos años productivos de su vida. Además como me dijo un amigo el otro día, cada día mas se ve una luz a final del túnel, pero es la del tren que les va a pasar por encima y que cada día es mas evidente.
Caballero, la candela es aquí!.
Precisamente por eso Sr. Taran, para que meterse la candela si hay otras vidas más allá del malecón, porque ofrecerle a nuestros hijos la vida de eternas esperanzas y continuos fracasos que los padres ya vivieron por los últimos 30 años de continuas crisis sin solución. Si a usted le cuadra seguir intentándolo, metale y disfrute de ver cómo su vida, la única vida que a todos nos regalan en este planeta de todos, no pasara jamas de la sobrevivencia diaria bajo las promesas jamás cumplidas de los que piden sacrificios continuos pero no sueltan el poder. Decía una brillante inteligencia que “Locura es hacer lo mismo una y otra vez y esperar resultados diferentes” acaso usted se considera normal, bueno pues los “locos” probamos vivir otras vidas haciendo y viviendo cosas diferentes y le dejamos la candela a los como usted apuestan por seguir haciendo lo mismo.
Yo estoy igual de indeciso, aunque ya se que me marcharé, y quizás para siempre. Ya no tengo a nadie en Cuba y mis hijas viven fuera, así que me tendré que ir. Pero me atormentan las dudas también, de todo tipo, emotivas, laborales, culturales, vamos que estoy hecho una margarita. Dejar de ser cubano para ser un extranjero le ronca el querequeté. No volver a caminar por estas calles de mierda pudiera ser mortal. Que horror de familias destrozadas nos ha tocado vivir. Me retumba en la cabeza el “pobre del que tiene que partir, a vivir una cultura diferente”. Solo le pido a Dios….. que me alumbre a tiempo. Gracias por tu vivencias amor.
Perdón Silvano, no va a dejar de ser Cubano jamás en el reto de su vida, aunque viva como yo en un país de costumbres y clima tan diferente como Canadá en donde vivo have más de 20 años con mis hijos, emigre yo, los arrastre yo y hoy tienen sus vidas encaminadas en este excelente país.
La emigración es un proceso como todo en la vida de ganar y perder, de aprender a resolver exitosamente nuevos retos y sobre todo acomodarse a una sociedad y en nuestro caso un clima que tiene sus reglas, le advierto, si emigra para Miami es como mudarse a vivir a Jaimanitas pintada y con mercados, convivirá con los mismos Cubanos que en Cuba se sientan en la esquina a jugar dominó y tomar ron, pero que en la acera de enfrente, trabajan y progresan pero siguen en su rutina de nacimiento, disfrute el reto o perezca en la sobrevivencia.
Gracias por sus palabras de ánimo Livio, y tiene toda la razón, al final son rachas de sentimentalismo que uno tiene, millones de cubanos viven perfectamente fuera del país y si acaso solo echan una lagrimita a escondidas algún domingo por la tarde…. Mis saludos
Leyendo esto me rompe un poquito mi corazon. He estado casado 8 anos con un cubano, vivimos afuera, pero cuando nos conocimos viviendo en La Habana le dije que fue intencion quedarme a vivir con el en Cuba. Eso fue mi sueno. Hasta que algun dia en 2021, con todo lo que pasaba, me decia, no puedo mas y tengo el lujo de poder eligir. Espero que Cuba vuelve algun dia a ser un pais a donde la gente quieren ir a vivir.
Aquí seguimos, aquí viviremos, aquí moriremos. Esa opción se acoge, no se escoge. No quiero ser extranjero en ninguna tierra. Al final de la historia el que lucha (sin robar) en cualquier país vive y ninguno mejor que el mío.
Los comentarios están cerrados.