Voleibol femenino cubano: apuntes sobre la «chiquitica» por el centro de Regla Torres

por Harold Iglesias Manresa

Escribo estas líneas desde la vergüenza, el dolor y golpeado por el desarraigo. Confieso que venero a las espectaculares Morenas del Caribe del voleibol femenino cubano, y lo haré siempre. Por eso me ha impactado la «chiquitica» por el centro propinada por la estelar Regla Torres, considerada la mejor jugadora del siglo XX, quien desde 2008 había fungido como entrenadora de las escuadras nacionales hasta justo antes de los Juegos Panamericanos de Santiago de Chile.

Torres puso al descubierto una realidad con la cual coincido y que, desde hace tiempo, había estado dilucidando desde la línea exterior del mondoflex. Por ese motivo no vi ninguno de los partidos de nuestra escuadra femenina en el recién finalizado torneo de los Juegos Panamericanos de Santiago de Chile. Las chicas de hoy no me cautivan, por disímiles razones, amén de que la varilla colocada por las Morenas se antoja un rascacielos infranqueable.

Regla Torres

Regla Torres / Foto: Play-Off Magazine

En este certamen, la disciplina de la malla alta tocó fondo como nunca antes, pues quedaron octavas, última posición de la justa. No ganaron siquiera un set y su media fue de 20.4 errores no forzados en cada desafío, por solo citar una de las falencias de la actual selección nacional élite que, de seguro, descenderá del actual puesto 23 que ostenta en el ranking mundial (147.03 puntos). Semejante rendimiento condujo a Torres a detonar con una radiografía sobre las causas del descalabro, desde su experiencia de casi tres lustros moviendo los hilos de nuestras preselecciones nacionales, en esa forja de talento denominada Escuela Nacional de Voleibol. En consonancia, analicemos sus palabras desde varias aristas y con la convergencia de criterios que este cronista establece con ella.

La escuadra femenina cubana no pudo siquiera ganarle un set en Santiago de Chile a otras rivales a las que históricamente ha dominado como las mimas anfitrionas, Argentina, Puerto Rico y Brasil. / Foto: @Voley_FeVA

Deportiva

Los resultados son un termómetro indiscutible para conocer si un deporte marcha o no por buen rumbo. Para materializar rendimientos positivos debe conjugarse el talento individual, con horas de entrenamiento sacrificado, saberes certeros, dinámicas de equipo consolidadas en el tiempo, disciplina, sentido de pertenencia y responsabilidad, amor patrio y mentalidad ganadora, entre otras variables.

De acuerdo con Torres y otras miembros de esa generación dorada, la alquimia que de una forma u otra poseían las Morenas del Caribe, no es la filosofía que practican las actuales miembros de nuestras escuadras.

Aquellas jóvenes poseían un áurea especial que las impulsó a alcanzar tres títulos y un bronce olímpico, y tres cetros universales. Juntas eran «una manada de leonas en un zafari de caza» en cuanta competición se presentaban, incluso fuera de cancha. A su talento natural sumaban el beber, sudar, sangrar y llorar voleibol, un sentimiento especial inculcado por Eugenio George, Nico Perdomo y Luis Felipe Calderón.

Ese ingenio se alcanzó en condiciones de entrenamiento hasta menos favorables que las que patentaron sus sucesoras en la Escuela Nacional. Eso sí, el equilibrio entre querer ganar, saberse con todos los recursos como jugadoras, creérselo y salir a morir en la cancha, lo patentaron como ningún otro elenco. Quizás el último vestigio de ese «naipe» deportivo a nivel de escuadra se patentó en el ciclo que culminó con el cuarto escaño de los Juegos Olímpicos de Beijing 2008. Un año antes, le arrancamos el orgullo a Brasil en el mismísimo Maracanãzinho, al dominar en un épico 3-2 y agenciarnos lo que fuera nuestro octavo y último cetro en lides multideportivas continentales.

Junto a Yumilka Ruiz y Zoila Barros, en dicho plantel aunaron esfuerzos atletas de mucho talento como Nancy Carrillo, Rosir Calderón, Kenia Carcasés, Daimí Ramírez, Yanelis Santos, Yaima Ortiz, Liana Mesa y Yusidey Silié.

Último vestigio de las espectaculares Morenas del Caribe: campeonas panamericanas en Río de Janeiro 2007 y cuartas Olímpicas en Beijing 2008. Foto: Ecured.

Último vestigio de las espectaculares Morenas del Caribe: campeonas panamericanas en Río de Janeiro 2007 y cuartas Olímpicas en Beijing 2008. Foto: Ecured.

Como sucede en muchas otras disciplinas, el voleibol se sumerge en un pantano de apatía y desprendimiento, similar al que experimenta la nación. Las generaciones nacidas entre el epílogo de los ‘90 y el nuevo milenio, han roto a gran escala con ese sentimiento de identidad nacional, patriotismo y el consecuente sentido de pertenencia expresado en sacrificio, paradigmático de sus predecesoras.

A tono con pensamientos y procederes que dicta una contemporaneidad cada vez más deshumanizada e individualista, visten su uniforme tricolor y lejos de armonizar como equipo en el tabloncillo, funcionan como una lluvia de electrones caóticos bajo la presión de un émbolo.

Si desde los entrenamientos se asume el voleibol con una actitud en la que prima el concepto de la actividad deportiva profesional sobre la pasión, el colectivo como familia, el sacrificio conjunto por encima de las diferencias individuales, entonces se va a la batalla desde el minuto cero presto a claudicar y entregar su bandera.

Años después y pese a sus diferencias, las Morenas del Caribe son una familia fuera de la cancha. Foto: Cortesía de La Fela.

Años después y pese a sus diferencias, las Morenas del Caribe son una familia fuera de la cancha. Foto: Cortesía de La Fela.

Es cierto que los tiempos que corren son diferentes y que el voleibol —y el deporte en general— intenta nadar a contracorriente y no naufragar en un escenario país crítico y distante de aquel donde se desarrollaron Regla Torres, Mireya Luis, Regla Bell, Zoila Barros, Yumilka Ruiz, Marlenis Costa, Idalmis Gato, Raiza O´Farrill, Tania Ortiz, Imilsys Téllez, Mercedes (Mamita) Pérez, Mercedes Pomares, Marta Sánchez… y muchas otras.

Aun así, las escuadras actuales no se entregan ni sienten el voly a la altura del legado y prestigio que ganaron sus predecesoras; es notable que se preocupan más por brillar en el plano personal para acceder a la rúbrica de un contrato en el exterior con algún club y, de esa manera, satisfacer sus necesidades económicas personales y familiares, que por preservar la mística de la leyenda. En lo personal, considero que no se trata de demonizar esos pensamientos, que están en sintonía con la adquisición del bienestar, sino también de equilibrar la balanza con otros ya mencionados y colocar como premisas el interés por el aprendizaje y el crecimiento, la necesidad de éxito y la dedicación.

Institucional y de saberes

El hastío de Torres respecto a la inercia creciente de entrenadores, gurúes de la Federación Cubana de Voleibol y el Instituto Nacional de Deportes (INDER) retumbó como esa Mikasa que solía estrellarse contra la muralla color chocolate. Hablamos de renunciar por completo a la filosofía de juego del 6-2 (dos pasadoras atacadoras) implementado por Eugenio George y su colectivo técnico, y que tantas glorias nos hizo vivir.

Al leer sus palabras, percibo entre líneas la huella de heridas acumuladas durante años. No sé si calificar de incompetencia, ingenuidad o tozudez de timoneles e instituciones, el hecho de obviar lo positivo de ese exitoso sistema de juego previo y adaptarlo a las actuales condiciones del voleibol cubano, considerando las individualidades de cada pieza de las preselecciones nacionales en las distintas categorías, y el talento urgido de captación, guía y modelaje de evolución. Su voz ha retumbado como ese llamado de atención luego de constantes intentos, seguidos de ataque por la zona dos sobre pase telegrafiado que, infructuosamente, no lograron hacer diana en cancha rival.

Torres puso al descubierto lagunas agudizadas en los componentes técnico-táctico, psicológicos y hasta físicos de las jugadoras actuales. Lo recalca desde su condición de segunda o tercera entrenadora en las mismas entrañas del fenómeno. El gran poder de fuego al ataque fue siempre el trazo reforzado de las armadas cubanas en su condición de temibles. Pero, actualmente, andan con la pólvora humedecida en ese sentido, al extremo de que en Chile apenas se comportaron para un 37% de efectividad como promedio, en tan crucial indicador de juego.

A ello hay que sumar las debilidades con que se asumen los procesos de captación de talento y su tránsito por las distintas categorías, lo cual hace que lleguen a la escuadra élite con lagunas marcadas en cuanto a fundamento, accionar y variantes de juego.

Las Morenas, de la mano de Eugenio, intentaron extender su legado a las generaciones noveles en disímiles rincones de Cuba. Foto del autor.

Las Morenas, de la mano de Eugenio, intentaron extender su legado a las generaciones noveles en disímiles rincones de Cuba. Foto del autor.

Recuerdo que hace unos años participé en un proyecto con las Morenas del Caribe para incentivar y rescatar la práctica del voly femenino en diferentes provincias de Cuba. Pretendían entonces mitigar ese declive que ya se patentaba en las escuadras nacionales y que resultaba difícil de contener. Entre otros motivos, por contar con una Liga Nacional que entonces no sobrepasaba los 12 partidos y que, en más de una ocasión, definió su sede sin una planificación precisa dentro del cronograma anual de eventos deportivos del INDER.

Considero urgente invertir en capacitación de cuerpos técnicos y no dar la espalda a los criterios, experiencias y fórmulas de éxito de esa generación dorada. El llamado de atención de Torres y el contundente respaldo que ha encontrado, no ha sido más que un reflejo del sentimiento de sus coequiperas estelares de antaño y de la filosofía de juego, implementada y perfeccionada por Eugenio George y compañía.

Oleada migratoria

Otra cuestión que lastra considerablemente la estabilidad de un conjunto se halla en la creciente oleada migratoria que se experimenta a nivel de país, de la que el deporte no escapa.

Para contextualizar, de ese equipo de Beijing 2008 que mencionábamos, a excepción de Yumilka Ruiz y Zoila Barros, el resto enrumbó el barco de sus vidas y carreras deportivas fuera de Cuba.

De la mano de la cubana, nacionalizada turca, Melissa Vargas, Turquía se proclamó campeona mundial y del europeo de voleibol femenino. Foto: Marca.

De la mano de la cubana, nacionalizada turca, Melissa Vargas, Turquía se proclamó campeona mundial y del europeo de voleibol femenino. Foto: Marca.

Desde entonces, esa ha sido la premisa de muchas estelares jugadoras que les han sucedido. El ejemplo más connotado es la cubana, nacionalizada turca, Melissa Vargas, quien se ha convertido en una de las jugadoras de voleibol más prominentes del mundo.

A esa realidad, que constituye otro indicador de desprendimiento de las raíces, se une la incapacidad de las instituciones deportivas cubanas para lidiar con los fenómenos de mercantilización en esa esfera, amén de la apertura a la contratación de deportistas cubanos en el exterior, aprobada desde septiembre de 2013.

Desde el dolor,egla Torres puso al desnudo el sentir y el cansancio en torno a una situación que ha lastrado al voleibol durante años, pero que bien pudiera aplicar a otras disciplinas colectivas, como el béisbol y el baloncesto.

El primer rival al que se enfrenta el voly femenino cubano, incluso antes de pisar el mondoflex, es la legión demoniaca interna de diversa índole que sobre él gravita. Urge evitar las fallas a los remates, la imposición de bloqueos y los saques más allá de la línea. Regla Torres alzó su voz, creo que en nombre de muchos.