¿Alguna vez en la vida usted ha fantaseado con la idea de ser invisible? Ya sé que sí; yo también lo he hecho. Desde la antigua Grecia se soñaba con eso, porque hay un no sé qué en hacer ciertas cosas sin que te vean que resulta cuando menos, seductor.
Usted dirá que su deseo de ser invisible no mata a nadie. No es para robar un banco, sino para desparecerse si el jefe lo coge jugando Skyrim en el trabajo, o para seguir a su pareja cuando sale de la casa y dice que se le apaga el teléfono. Mal, compañero, muy mal. Ya los grandes pensadores determinaron hace cientos de años que no se puede querer ser invisible por razones moralmente justificadas.
John Ronald Reuel Tolkien, que el pasado dos de septiembre cumplió 50 años de fallecido, en su grandeza, dotó a un anillo de la capacidad de otorgar el don de la invisibilidad, pero a la vez, de complicarle la vida de todas las maneras posibles a su portador, como seguro ustedes saben. Esa era la tesis de muchísimos pensadores importantes: los grandes dones que caen del cielo nunca vienen bien. Sin ir muy lejos, recuerde lo que pasó después que a usted le subieron el salario en el marco del ordenamiento monetario.
El que ha leído a Tolkien concienzudamente se lo encuentra en su vida de cubano todos los días. Por ejemplo: en ningún país del mundo, ni en Sudáfrica, donde nació Tolkien, ni en Gran Bretaña, donde vivió muchos años, hay una orquesta que se llame Aragón. En Cuba sí. A mí me parece un error imperdonable que en las películas de Peter Jackson el tema de presentación de Aragorn no sea Bacalao con Pan. Estoy seguro que Aragorn muchas veces recurrió al bacalao con pan en la Tierra Media, porque allí el mal campaba por sus respetos, pero lo que son pan y pescado, no faltaban.
Si reparamos en los nombres de algunos reguetoneros: Fisty Ordara y Jarrulay, por ejemplo, ¿no le suenan a nombres de orcos de los que fabricaba Saruman? O Yohayron. Si yo leo en el libro que el balrog de Moria se llama Yohayron, a mí no me molesta. No me chirría, porque le pega. Ahora, si fuera el balrog Yasmani, no pega. El balrog Carlos Javier, tampoco. Pero Yohayron sí.
El que se mueve en La Habana, sabe que ir de Nuevo Vedado a Alamar es como ir de Rivendel a Mordor. Sabe que el Bosque de La Habana por la noche es más peligroso que el Bosque Viejo. En el Bosque de La Habana usted mira hacia arriba y las tiñosas que se atisban en la lejanía, desde abajo, lucen iguales a los Nazgul, incluso más impresionantes, porque los Nazgul eran nueve, y las tiñosas, no hay biólogo que las cense.
Un recurso al que apelaba Tolkien a menudo, consiste en dotar a un personaje aparentemente pequeño y débil de un gran despliegue de fuerza y energía, con consecuencias impactantes para la historia: Merry y El Rey de los Nazgul, Sam y Ella Laraña. A mí, en una cola de pechuga rebajada, una viejita de 80 libras, contando zapatos y cartera, me empujó y me gritó. Claro, en este caso fue al revés, la viejita era chiquita y débil, pero encarnaba al Nazgul.
¿A usted no le ha pasado que lo sorprende un dolor de estómago en la calle, y el único baño a la mano es de un hotel? Y como no eres huésped, ni tienes pinta de huésped, el custodio te cierra el camino y ahí revives la escena de Gandalf y el balrog, pero ahora tú eres el balrog (el balrog Yohayron) y Gandalf es el custodio, que te grita haciendo pausas entre palabra y palabra: you shall not pass.
Smaug el dragón estuvo en Erebor encima de su tesoro años y años. Era viejo y todo el mundo sabía que estaba allí. Nadie iba. Aquí es lo mismo. Se muere un señor difícil que nadie quiere cuidar, y empiezan a aparecer parientes. La verdadera Batalla de los Cinco Ejércitos pero con tema musical de Van Van: «Nadie quiere a nadie, se acabó el querer».
A veces yo me imagino a los personajes de Tolkien enfrentándose a las situaciones que nos tocan a nosotros día a día aquí en Cuba. Imagínese a Smaug, echado años y años encima de su tesoro, regio, a su aire, y que llegue el cobrador de la luz y le diga que nada de ese oro le va a servir porque estamos en bancarización, y la luz hay que empezar a pagarla por Transfermóvil a partir del mes que viene.
Imagínese a La Comunidad del Anillo tener que irse de Rivendel con unas lembas de harina de yuca, porque no hay harina normal de lembas. Bueno, sí hay, pero las vende una Mypime de unos enanos que quieren que le paguen directo en dólares. Imagínese a Saruman sin poder usar el palantir, porque ETECSA tiene tumbada la conexión de internet.
Imagínese a Thorin, con lo que le dolió la mentira de Bilbo en lo referente a aquella joya, que esté en una cola ya casi al entrar y venga un señor y le diga: «Con su permiso, que voy a hacer una pregunta», y salga con dos jabas llenas, pero no de respuestas. Imagínese que Frodo, cuando se ponga el anillo, en vez de despertar a Sauron, rompa la Guiteras.
Mi objetivo con este texto es acercarme a la obra de Tolkien de una manera más desenfadada. Es un texto para divertirnos. Un texto para encontrarnos, un texto para atraerlos a todos, y atarlos en las tinieblas, en la tierra de Mordor donde se extienden las sombras.
En el mundo existen dos clases de personas: los que ya se leyeron El Señor de los Anillos, y los que deberían dejar lo que sea que estén haciendo, y empezar a leerlo.
4 comentarios
Enhorabuena por abordar todos estos horrores con un sentido del humor infalible. 😂
El Cruce de Tierra Media y los obstáculos para llegar al Monte del Destino, no sé comparan con nuestra incapacidad para alcanzar algún futuro. 👍
Mejor que a Tolkien sugiero Cursio Malaparte…..’es nuestra realidad
Genial!!!
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