Las maravillas

por Eduardo Del LLano
cine cubano

De adolescente, nunca pensé dedicarme al cine.

Uno de los sketches que con más frecuencia representábamos en los primeros años de Nos-Y-Otros (grupo fundado en 1982 por José León, Luis Felipe Calvo, Aldo Busto y yo) se llamaba Los cortadores de películas. Como el nombre abiertamente indica, abordaba la rutina de dos compañeros encargados de sustraer de una obra cinematográfica ciertos fragmentos como requisito previo al nihil obstat para su exhibición televisiva. Los funcionarios comentaban indignados los trozos conflictivos —de carácter erótico o notoria incorrección política— y luego procedían a guardárselos en el bolsillo, «para que no cayeran en malas manos». Ninguno de nosotros tenía entonces relación con el cine, pero suponíamos que así ocurría en ese-sitio-en-que-se-mutilaban-las-películas.

Llevados por la curiosidad, ateniéndonos al principio de «inténtalo, o luego no digas que lo has hecho todo en la vida», los Nos-Y-Otros incluso filmamos algo a mediados de los 80 con una cámara de Super 8 mm, actuando los cuatro y mi primera esposa, sin posibilidad de iluminación adicional, de hacer más de una toma o tener diversos encuadres de una escena, ni siquiera de grabar sonido… para ver luego el resultado mediante un proyector barato. Por otra parte, como no teníamos posibilidad de editar, hubo que filmar según el orden del relato. Creo recordar que fue una breve historia de tintes oníricos. De cualquier forma, más tarde la película se estropeó y hubo que tirarla. En honor a la verdad, lo hicimos porque queríamos explorar diversas posibilidades artísticas, y como evidentemente la danza y la arquitectura no estaban a nuestro alcance, y cámaras y proyectores alemanes y soviéticos se vendían en las tiendas nacionales, nos pareció que el cine era más fácil. Ah, criaturas inocentes…

Aunque todos estudiamos carreras de Humanidades y a cada rato nos sonábamos algo de Antonioni en la Cinemateca, la verdad es que nuestra aspiración era ser escritores. Por lo menos la mía. Así, cuando una tarde de 1987 nos llamaron del DDT para decirnos que Daniel Díaz Torres nos estaba localizando porque le interesaba un cuento nuestro, aquello resultó tan inesperado como descubrir de pronto que Zuckerberg acaba de declararte su heredero universal.

 Tuvimos una primera reunión donde nos propuso, sin más, escribir un guion en conjunto. Los cuatro Nos-Y-Otros alucinamos; enseguida empezamos a sugerir historias, en un delirante brainstorm que continuó en encuentros sucesivos. Daniel tenía la idea de hacer una película de tres cuentos: uno basado en Usted es un hombre feliz (el texto que le interesó en DDT) otro a partir de una historia suya acerca de un trabajador modelo que un día comete una falta que desde entonces lo estigmatiza, y un tercero, que salió durante los encuentros, acerca de una joven graduada universitaria que va a hacer su servicio social a un pueblo de tronados. Poco a poco, sin embargo, la última historia pasó a englobar a las demás: Usted… se convirtió en el drama de Pérez, un funcionario interpretado por Carlos Cruz; el trabajador modelo ganó porte y aliño de Raúl Pomares, y la estudiante de nombre Alicia, sustanciada en Thais Valdés, se enfrentó a ellos en ese dantesco pueblo de Maravillas que dio título a la tercera y más osada película de Daniel, terminada en medio de la borrasca llamada Período Especial.

A la hora de filmar, yo era el único de Nos-Y-Otros que seguía vinculado al proyecto. La verdad es que apenas si fui un par de veces a los rodajes. En el set, el guionista estorba, y casi siempre se molesta porque la escena no está saliendo exactamente como él quería. Ahora bien, ver trabajar a los profesionales (como el gran Raúl Pérez Ureta, quien después me hizo el honor de dirigir la fotografía en un par de trabajos míos), a los actores, a sonidistas e iluminadores, fue todo un privilegio. Y un hechizo.

El 13 de junio de 1991 se estrenó Alicia en el pueblo de Maravillas en las salas habaneras. No imaginábamos todo lo que se nos vendría encima. Desde febrero del mismo año, en que obtuviera un par de premios en el Festival de Berlín, los rumores hablaban de una película agresiva, misteriosa, que atacaba la sociedad de arriba abajo. Durante los días que siguieron, los militantes del Partido y la Juventud fueron masivamente movilizados a las salas oscuras para contrarrestar cualquier brote de disidencia. Los periódicos acusaron a la obra y sus autores de contrarrevolucionarios, de hacer el juego al enemigo, en medio de una de las más feroces campañas de censura contra una obra artística concreta que conociera la cultura cubana. La suspicacia del rebaño en JR, firmado por el más tarde canciller Bruno Rodríguez; Alicia, un festín para los rajados de Roxana Pollo, en Granma; un artículo de Ada Oramas en Tribuna de la Habana donde pintorescamente nos tildaba de larvas coleteantes en el pantano del oportunismo; otro en Trabajadores, etcétera: todos atacaban la película y casi todos a quienes la hicimos. Entonces no había redes sociales, no podíamos ripostar: si de arriba decían eso, estabas jodido. Cuatro días después (dos en provincias) era retirada de los cines. En ese lapso la gente vio lo que ya esperaba ver, encontrando significados ocultos y sorprendentes en cada fotograma; ciertamente, no suponíamos que harían tantas lecturas inesperadas:

-que si cuando el personaje huye al principio por un terreno con baches llenos de agua significaba que quería brincar el charco;

-que el chino que sale un par de veces (en realidad mera ilustración de la popular frase tener un chino atrás) aludía a cierta persona, concreta y encumbrada;

-que el director del Sanatorio, interpretado por Reynaldo Miravalles, aludía a otra persona más concreta y encumbrada todavía, de la que copió actitudes y maneras. En realidad, para construir el personaje, el actor estudió mucho más al Papa…

-que en cierto momento el director, concebido como una especie de Satanás demagogo y manipulador, le decía a Alicia «llámame animal». En realidad, lo que dice es «llámame César, o Arimán». Arimán es la palabra persa para designar al mal (la película está llena de este tipo de referencias: la oficina del director es la 9 —por el noveno círculo del infierno—, la hija del personaje interpretado por Alberto Pujol se llama Esperanza y no le permiten el paso al Sanatorio —aludiendo al texto a la entrada del Infierno de Dante, aquello de que los que entran han de dejar fuera toda esperanza);

etcétera. Llegó un punto en que dejamos de sorprendernos; entendí que también había que asumir esas interpretaciones, aun cuando no fueran las que concebimos inicialmente.

El arte es polisémico.

La realidad es incómoda, la bola es poesía.

Yo era por entonces profesor en la Facultad de Artes y Letras de la UH: no perdí mi trabajo, pero no fue fácil encarar, con 28 años, semejante anatema. Sin embargo, seguí adelante, enfrenté la censura, escribí nuevos guiones, algunos para Daniel (incluyendo La película de Ana, su último esfuerzo antes de la desaparición prematura), otros para Fernando Pérez (La vida es silbar, Madrigal) y Gerardo Chijona (Perfecto amor equivocado) y, a partir de cierto punto, también para mí. Elegí mis armas y mis batallas. Como diría Silvio, he hecho lo mío a tiempo y sonriente.

Y nunca he dejado de maravillarme.