Después de la Guerra Fría y el fracaso del «socialismo realmente existente», cierta intelectualidad de izquierda continúa defendiendo la Revolución cubana de manera incólume como paradigma que produjo «un nuevo pensamiento revolucionario» latinoamericano.
Esta apreciación es representativa de un discurso «antimperialista» latinoamericano que distingue a la revolución como modelo para la izquierda regional y mundial. Se trata, según esa perspectiva, de un modelo doble. Primero, en cuánto a cuál debe ser «el método» para «la toma del poder». Y segundo, en tanto paradigma del objetivo de la revolución: «el socialismo». Esta combinación, se argumenta, produjo «un nuevo pensamiento revolucionario».
La intelectual argentina Claudia Hilb se pregunta por qué a la izquierda latinoamericana le resulta tan difícil, sino imposible, condenar públicamente «el carácter autocrático, antilibertario, antidemocrático y represivo» del régimen cubano. En su libro Silencio, Cuba, la autora intenta comprender «el punto ciego de la complicidad» de la izquierda supuestamente democrática con el régimen político instaurado a partir de 1959.
Hilb propone que tal silencio remite a la defensa de ciertas políticas de igualación social (educación, salud) implementadas durante la primera década del proceso. Entonces, argumenta ella: el punto ciego de esta izquierda es no poder reconocer el vínculo indisociable entre las políticas sociales de los sesenta (que ya se han desvanecido) y el régimen totalitario que las implementó. Pero en este caso, habría que repetir aquello de «que no hay peor ciego que el que no quiere ver».
Se trata de un sector de la izquierda que como dice Alina Bárbara López Hernández, coordinadora de la revista digital La Joven Cuba, tiene puesta unas «enormes gafas negras» y alega ser solidario con Cuba, «cuando en realidad prefiere no mirar lo que de verdad está ocurriendo», y «da por buena la narrativa del gobierno y el aparato ideológico porque contribuye a su leyenda y los mantiene en una zona de confort ideológico».
La izquierda puertorriqueña no ha sido excepción a la irradiación de la Revolución cubana, que ejerció una influencia ideológica decisiva en la «nueva lucha por la independencia».
Mural de Pedro Albizu Campos y el Che Guevara en el barrio boricua de Nueva York. (Foto: La Respuesta)
Intelectuales y antiimperialismo
El discurso nacionalista continúa siendo hegemónico entre la intelectualidad de izquierda o independentista puertorriqueña. La misma se ha posicionado históricamente de manera acrítica ante la «Revolución cubana». Y todavía hoy defiende, justifica, o hace silencio, ante el encarcelamiento o arresto domiciliario de disidentes por ser críticos de Estado, la censura de información, los juicios sumarios, la ausencia de pluralidad política, libertad de palabra, asociación y movimiento, entre otras, y a pesar de la represión violenta contra personas que han osado manifestarse en las calles pacíficamente, como ocurrió el 11 de julio de 2021.
Un texto de Carlos Rivera Lugo —profesor de Derecho Constitucional y exdirigente del Partido Socialista Puertorriqueño (PSP)—, y Carlos Severino —exrector del Recinto de Río Piedras de la Universidad de Puerto Rico—, titulado «Amores que matan: Ciertas críticas desde la izquierda contra la Revolución cubana», ejemplifica esta postura.
Es la respuesta al artículo de Mari Mari Narváez: «Cuba: Este momento crítico podría ser para avanzar», que puede ser leído como expresión de una generación de independentistas más jóvenes, que apoyan la «Revolución cubana» pero comienzan a ejercer algún juicio crítico ante el Estado cubano.
Mari, una vez aseverado su apoyo a la revolución y sus logros, afirma el derecho del pueblo cubano a expresarse y manifestarse, y reconoce que no se pueden ignorar las detenciones arbitrarias, los juicios sumarios y el encarcelamiento de personas que reclaman pacíficamente:
[…] la gente de Cuba tiene perfecto derecho a reclamar acciones inmediatas contra la corrupción, contra los privilegios de ciertas «clases» o contra las desigualdades, o contra la ineficiencia que provocan las colas o un mal servicio de transporte público, lo que sea. […] La protesta es un poder que se reserva el pueblo y ningún gobierno debe reprimirla, mucho menos un gobierno socialista que aspira a enaltecer la dignidad humana, ante todo. […]
No se puede justificar una vida entera de supresión de la libertad de expresión por una posible invasión de Cuba que siempre será una amenaza. No se puede justificar que el pueblo cubano viva en un estado perenne de excepción. […] los cambios que exige parte de su población no contradicen los más grandes principios revolucionarios: más participación, respeto a la libertad de expresión, más democratización del socialismo cubano, más equidad.
La respuesta de Rivera Lugo y Severino al texto de Mari no se hizo esperar. Es evidente que su contestación no es solo por lo que dice el artículo, sino por quién lo dice: la hija de Juan Mari Brás, uno de los más importantes dirigentes históricos del independentismo. Pero también por ser joven y mujer. Los dos académicos la critican porque:
En el momento en que Cuba y su revolución lucha por su supervivencia y Washington arrecia el asedio y la victimización de su pueblo impidiendo que satisfaga sus necesidades más básicas, a Mari Mari le preocupa más los derechos individuales abstractos de unos pocos por encima de los derechos colectivos concretos de todo un pueblo que lleva sobre 60 años resistiendo y sufriendo las inhumanas consecuencias del bloqueo y el embargo estadounidense.
Más aun, alegan que Mari analiza la situación cubana desde una perspectiva claramente liberal y no marxista al preguntar ¿cuándo el Estado cubano va a dar «el empujón final hacia el respeto del derecho a la protesta, la libertad de expresión, y los estándares fundamentales para juicios justos para todos, con derecho a defensa y a apelación?».
Por otra parte, los autores afirman que los críticos de la situación cubana no «presentan ni las más mínimas evidencias de la represión que se le imputa al gobierno revolucionario de Cuba». Esto, a pesar de los cientos de videos de golpizas que han propinado grupos paramilitares autorizados por el gobierno, detenciones arbitrarias, arrestos domiciliarios, etc. Para ellos, estas imágenes son parte de una conspiración y son «manipulación de hechos o fabricación de fake news» circuladas «desde los poderes fácticos mediáticos contra Cuba».
Asimismo sugieren que lo acontecido en la Isla, entiéndase la revuelta social, «corresponde […] a procesos de desestabilización y cambio de régimen ensayados y realizados en otros lugares del mundo en años recientes». De modo que su artículo despliega el arsenal retórico que el independentismo en general, y el PSP en particular, siempre han utilizado para defender a la «Revolución cubana»: imperialismo, agresión, intervención, bloqueo, guerra, soberanía nacional, manipulación, mercenarios, contrarrevolucionarios, conspiración, etc.
Rivera Lugo y Severino fundamentan su posición desde una lectura supuestamente marxista de los «derechos individuales abstractos», como ellos llaman despectivamente a los derechos civiles y humanos, y desde la postura de que Cuba vive una situación de guerra permanente desde 1959. Se trata de una guerra que se libra «tanto dentro del país frente a la lucha de clases y la contrarrevolución que pretende revertirlo todo, y fuera del país contra el imperialismo estadounidense». Es una contienda impuesta a Cuba sobre todo «como precio por no rendirse ante la prepotencia imperial de Washington». Y tal escenario justifica el Estado de excepción. De ahí que para ellos:
Es un error garrafal pensar en ese tipo de aperturas «liberales» en un sistema político que como ya adelantamos está asediado poderosa y existencialmente por el imperialismo más injerencista, el cual es capaz de hacer lo que sea para destruir el sistema político cubano. Estamos ante una visión liberal de los derechos humanos, sin reconocer que dicho liberalismo jurídico-político no constituye una receta universal y menos un modelo sin sus propias contradicciones estructurales.
Carlos Rivera Lugo, profesor de Derecho Constitucional y exdirigente del Partido Socialista Puertorriqueño (PSP).
Resulta curiosa esta crítica a la «visión liberal de los derechos humanos», viniendo de dos intelectuales que disfrutan y hacen uso pleno de estos «derechos individuales abstractos» aun en el contexto colonial de Puerto Rico. Todavía más, su perspectiva borra la historia de luchas por los derechos humanos; lidias históricas que diversos sectores, incluyendo a los trabajadores, las mujeres, los inmigrantes y otros grupos oprimidos y discriminados han librado para conquistar derechos que el liberalismo no concedió voluntariamente.
Además, su crítica omite que, a pesar de que Cuba (obviamente) no es una democracia liberal, aprobó una nueva Constitución que define jurídicamente a ese país como un «Estado Socialista de Derecho» que reconoce, al menos en el papel, los derechos por los que se lanzaron a las calles miles de cubanos. Estos es algo en lo que han insistido los sectores de la oposición democrática: que estos derechos deben garantizarse plenamente a los ciudadanos y no quedar en pura retórica.
Socialismo y libertad
Rivera Lugo y Severino sostienen que lo que motiva su reflexión es el compromiso de ambos «con el socialismo y su horizonte comunista». Pero, ¿qué «socialismo» y cuál «horizonte comunista» es el que defienden Rivera Lugo y Severino? Ciertamente no es la concepción de la dirigente marxista Rosa Luxemburgo, quien afirmaba que: «La libertad sólo para los que apoyan al gobierno, sólo para los miembros de un partido (por numeroso que este sea) no es libertad en absoluto. La libertad es siempre y exclusivamente libertad para el que piensa de manera diferente». Y quien, además, advirtió muy temprana y acertadamente en relación con el socialismo que:
[…] Sin elecciones generales, sin una irrestricta libertad de prensa y reunión, sin una libre lucha de opiniones, la vida muere en toda institución pública, se torna una mera apariencia de vida, en la que sólo queda la burocracia como elemento activo.
Gradualmente se adormece la vida pública, dirigen y gobiernan unas pocas docenas de dirigentes partidarios pensantes […] y de vez en cuando se invita a una élite de la clase obrera a reuniones donde deben aplaudir los discursos de los dirigentes, y aprobar por unanimidad las mociones propuestas —en el fondo, entonces, una camarilla— una dictadura, por cierto, no la dictadura del proletariado sino la de un grupo de políticos, es decir una dictadura en el sentido burgués, en el sentido del gobierno de los jacobinos […].
No, lo que defienden estos dos intelectuales independentistas es la concepción estalinista del socialismo, que niega la pluralidad política y la democracia. Un «socialismo» donde el partido (o el caudillo) comunista mandan y el pueblo obedece.
¿Qué revolución? ¿Qué socialismo?
En Cuba no hay actualmente una revolución ni un «horizonte comunista». Hubo una revolución, pero concluyó hace mucho. Ninguna revolución es eterna. Ellas son procesos históricos determinados, que tienen comienzo, desarrollo y fin.
Respecto a la interpretación historiográfica del proceso cubano existen múltiples enfoques. Rafael Rojas, por ejemplo, en su Historia mínima de la Revolución cubana, propone que en 1956 comenzó su fase insurreccional, triunfó en 1959 y emprendió entonces un proceso de institucionalización que culminó con la aprobación de la Constitución de 1976. Es en esa fecha «cuando puede afirmarse que un nuevo orden social y un nuevo régimen político han sido finalmente creados».
A partir de ese momento, arguye, «será sumamente difícil hablar de revolución en Cuba, si por revolución entendemos lo que la historiografía argumenta a propósito de otras revoluciones, como la francesa, la norteamericana, la rusa, la china o la mexicana». De modo que la Revolución cubana finalizó hace décadas. En todo caso, lo que queda es su mito, las ruinas de lo que fue.
La postura de Rivera Lugo y Severino pone de manifiesto la noción que —como indica Stefanoni—, todavía predomina entre las izquierdas latinoamericanas y globales en relación con la «revolución» cubana. La misma se basa en la falacia siguiente: el régimen del Partido-Estado comunista es igual a la «revolución cubana», por lo tanto, mientras exista ese régimen existe la revolución. Y este régimen de Partido único sigue funcionando en Cuba, pero representa en verdad a una casta burocrático-militar cuyos intereses son defendidos por el Estado.
O si se quiere, lo que hay en Cuba es capitalismo de Estado. Según el historiador Alejandro de La Fuente, el capitalismo de Estado cubano:
Consiste en una alianza entre grupos empresariales vinculados al Gobierno y al capital extranjero. Llamar socialismo a eso es conceptualmente inadmisible. En el Buró Político del Partido Comunista Cubano hay representantes de esos grupos empresariales, que están sobre todo en manos de los militares. Esos grupos trabajan con el capital extranjero y eso explica por qué en 2020, mientras la gente pasaba enormes necesidades, las inversiones en nuevos hoteles se disparaban. El dinero fluía hacia los nuevos hoteles, mientras la gente no tenía qué comer.
A lo que se refiere este historiador es al Grupo de Administración Empresarial SA (GAESA), un enorme conglomerado empresarial de origen militar que controla gran parte de los sectores más importantes de la economía cubana. GAESA está adscrito al Ministerio de las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR) y su presidente ejecutivo, fallecido recientemente, era el general de Brigada Luis Alberto Rodríguez López-Calleja, ex-yerno de Raúl Castro y miembro del Buró Político del Partido Comunista Cubano desde 2021.
Debería estar claro entonces que la casta burocrático-militar y civil que gobierna a Cuba ejerce un poder dictatorial, en defensa no de la «revolución» ni del socialismo, sino de sus enormes privilegios. El discurso de esa casta es el discurso de lo que fue la revolución, pero su poder es el del aparato de seguridad y militar.
Lo que sí hay en Cuba es un pueblo existiendo entre la miseria y la precariedad, que ni siquiera tiene derecho a expresar su hastío, agotamiento y deseo de una vida mejor. Los que se manifiestan —dicen los defensores del Estado de excepción—, son «mercenarios», «contrarrevolucionarios» y «títeres» del imperialismo. Y a estos no se les puede garantizar derechos y libertades en el contexto de guerra y agresión indefinida que vive el país.
El estallido social del 11-J
Es interesante notar que el artículo de Rivera Lugo y Severino no discute los reclamos de los manifestantes del estallido social del 11 de julio, pues para este tipo de discurso, supuestamente marxista, no tienen importancia las condiciones materiales concretas de vida de los cubanos. De haberlo hecho, estos autores hubieran visto que a pesar de las dificultades económicas que provoca el embargo comercial, los manifestantes no han exigido el fin (ni la continuación) de las sanciones económicas contra Cuba.
No fueron el embargo y sus efectos los que motivaron a los manifestantes pobres de los barrios y ciudades a protestar en las calles, sino asuntos como la falta de libertades y derechos, la crisis económica, la insuficiente gestión sanitaria frente a la pandemia del COVID-19. Esto es, problemas por los que responsabilizaban al presidente Miguel Díaz-Canel y al Partido Comunista, no al embargo o al imperialismo. Pero esto lo escamotea el artículo en cuestión.
El artículo de Rivera Lugo y Severino también elude el análisis de qué sectores o clases sociales protestaron. Nuevamente, de haber hecho esta reflexión, los autores debieron reconocer que, como afirma de La Fuente en su referido texto: «[…] los que salieron a protestar el 11 de julio son los perdedores del nuevo capitalismo de Estado que se ha desarrollado en Cuba en los últimos 30 años. Y los afrodescendientes están entre los grandes perdedores de las reformas que han tenido lugar. Han sido excluidos de las nuevas actividades de los nuevos sectores económicos».
Estas son conclusiones muy incomodas para quienes han persistido en celebrar los «logros de la revolución», sobre todo si se describen como intelectuales marxistas. Rivera Lugo y Severino lo que hacen es reciclar argumentos trillados, consignas, clichés y lugares comunes que no analizan la singularidad de un acontecimiento como el estallido social del 11 de julio en Cuba.
No fueron el embargo y sus efectos los que motivaron a los manifestantes pobres de los barrios y ciudades a protestar en las calles, sino asuntos como la falta de libertades y derechos, la crisis económica.
La trampa de la lógica binaria de la Guerra Fría
Destaco el artículo de estos intelectuales de izquierda porque es representativo de lo que ha sido la posición del independentismo puertorriqueño en general, a pesar de ciertas fisuras, hacia la «Revolución cubana». Por su parte, el 12 de noviembre de 2021, un nutrido grupo de «personalidades» europeas y latinoamericanas publicó una carta abierta dirigida a «la comunidad internacional», en la que hacían un llamado a que el gobierno de Estados Unidos cesara el bloqueo contra Cuba y denunciaban asimismo las tentativas «de desestabilizar» la Isla.
La carta fue iniciativa de Ignacio Ramonet (España), Hernando Calvo Ospina (Francia), Atilio Borón (Argentina) y Fernando Buen Abad (México). Se trata de figuras que apoyan el régimen autoritario de Maduro en Venezuela y defienden o hacen silencio ante las matanzas y la represión de la dictadura de Daniel Ortega en Nicaragua.
Entre los firmantes se hallaban varios puertorriqueños,: Eduardo Villanueva, expresidente del Colegio de Abogados y Abogadas, Wilma Reverón Collazo, del Movimiento Independentista Nacional Hostosiano (MINH), y María de Lourdes Santiago, senadora por el Partido Independentista Puertorriqueño (PIP) y vicepresidenta de ese partido.
Además de denunciar las sanciones económicas contra Cuba, el documento afirmaba que el gobierno de los Estados Unidos: «[…] asigna millones de dólares para promocionar la subversión interna, llamando a la desobediencia civil, la anarquía y el caos, con el único fin de acabar con el actual sistema político e instaurar uno que responda a sus únicos intereses».
Es importante destacar el contexto en que se genera esta carta abierta: apenas cinco días antes de una marcha cívica pacífica convocada por el grupo Archipiélago en favor de la liberación de todos los presos políticos, porque fueran respetados los derechos de todos los cubanos y por la solución de diferencias a través de vías democráticas y pacíficas.
La marcha, concebida como secuela a las manifestaciones del 11 de julio de 2021, fue prohibida por el Estado cubano pues supuestamente violaba el artículo 4 de la Constitución, el cual establece que «el socialismo es irrevocable». Finalmente fue impedida con arrestos preventivos, detenciones domiciliarias y actos de repudio organizados por el aparato del Estado.
La carta abierta, con una retórica típica de la Guerra Fría, redujo los acontecimientos al intento de los Estados Unidos de desestabilizar y derrocar la «Revolución cubana». Reiteraba así el discurso desgastado de que todos los problemas económicos de Cuba son causados por el bloqueo. Describía a los «disidentes» y «opositores» (así, con comillas), como mercenarios creados por el gobierno estadounidense con el objetivo de «subvertir» el orden establecido y sembrar la «anarquía» y el «caos».
De tal modo, dicho texto descalificaba a los ciudadanos cubanos que exigen derechos democráticos, algunos incluso refrendados en la Constitución de 2019. En ningún momento reconoció la legitimidad de la lucha por estos derechos. Más aún, apoyó de facto la represión contra esos ciudadanos y asumió una postura acrítica hacia el autoritarismo del Estado cubano.
El enemigo de mi enemigo es mi amigo
A pesar de sus características particulares, el independentismo y la intelectualidad hegemónica puertorriqueña son parte de esa izquierda que, cuando se trata de Cuba, (e incluso de los regímenes autoritarios en Nicaragua y Venezuela) usa unas gafas oscuras. Coincido pues con la manera en que Alina López Hernández describe a esta izquierda (su cita se limita a Cuba, pero lo que dice es extensivo al régimen de Ortega y al de Maduro):
Es la izquierda que no entendió el mensaje cuando implosionó el socialismo en Europa Oriental y todavía sueña con que este modelo burocratizado, mal llamado socialista, es funcional porque ha sobrevivido tres décadas más en una pequeña islita. Como dijo una psicóloga cubana […]: «para que ellos se sientan bien, nosotros tenemos que sacrificarnos».
[…] Son los supuestos amigos que, ante denuncias de atropellos y violencia ejercidos por parte del Estado cubano a su ciudadanía […] nos piden compararnos con sus desaparecidos y sus asesinados por las dictaduras militares, o, en el mejor de los casos, arguyen no contar con pruebas y aceptan entonces la versión oficial.
[…] Es [la izquierda] que escoge entre condenar al imperialismo de los Estados Unidos y su injerencismo hacia Cuba o criticar al gobierno cubano por no ser el Estado Socialista de Derecho que estipula su Constitución; sin entender que es posible y necesario hacer ambas cosas; que eso es lo justo, lo ético y lo coherente.
En resumen, pese a posiciones minoritarias, el discurso de la intelectualidad de izquierda y del movimiento independentista puertorriqueño respecto a la «Revolución cubana» se mantiene incólume: el protagonista de lo que acontece allí es solamente el imperialismo yanqui. Todo lo que ocurre en esa sociedad está determinado por las acciones imperialistas o por las reacciones del Partido-Estado comunista cubano a estas.
Los sectores populares, «las masas», que protestaron en las calles y recibieron la represión del Estado, no cuentan como «sujetos» en este análisis. Su lucha y reclamos no valen realmente en el relato binario de la Guerra Fría, pues son fichas a ser utilizadas por un bando u otro.
Se trata de una izquierda que sigue entrampada en un alegato antiimperialista fosilizado, incapaz de rebasar la lógica bipolar. Es un discurso que de alguna manera permanece vigente para una izquierda que no ha querido, o no ha podido, renovarse.
Pese a la pervivencia de este discurso, cualquier posibilidad de renovarlo para que sea pertinente a los tiempos que vivimos, implicaría necesariamente echar por la borda imaginarios heredados de la Guerra Fría. De lo contario, la izquierda continuará prisionera de un imaginario político arcaico y será cada día más irrelevante en tanto hipotética propuesta emancipatoria.
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* Este texto es una versión abreviada y revisada por su autor especialmente para LJC de un ensayo aparecido originalmente en la revista Foro Cubano.
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