Mi texto sobre el primer debate entre los contendientes en las elecciones estadounidenses 2020 que publicó La Joven Cuba, Trump vs Biden: el primer round, culminó con la noticia de que el presidente estaba contagiado con COVID-19. A partir de ese momento, todas las demás actividades de campaña quedaron opacadas. De nuevo, Trump hacía algo que estimulaba su ego y que es, por así decirlo, su marca de origen: dominar el ciclo noticioso. Para el electorado, sin embargo, lo que aconteció ese fin de semana fue pasmoso y a la vez, perturbador.
Dos eventos de importancia ya programados, el debate vicepresidencial del 7 de octubre y el inicio el 12 de las audiencias senatoriales para la confirmación de la jueza Amy Coney Barrett como magistrada de la Corte Suprema, quedaron relegados a otro plano. También repercutió sobre el segundo debate presidencial, fijado para el 15 de octubre, que, en definitiva, fue cancelado debido a que Trump no aceptó las modificaciones que la Comisión no partidista introdujo.
Con este acontecimiento, una campaña que muchos consideraban ya la más desordenada y tumultuosa que ha tenido Estados Unidos en su historia reciente, adquirió un ritmo aún más atropellado. No es fácil seguir y analizar esta etapa de la campaña que debe desembocar en el segundo y último debate presidencial fijado, si no ocurre algo imprevisto, para el 22 de octubre. Ese día restarán sólo 12 para los comicios y se transitará a la etapa final y decisiva.
No se puede olvidar la coyuntura. El primer y más preponderante rasgo de esta campaña es la pandemia, y ésta, lejos de amainar, ha evolucionado hacia una tercera ola de contagios aún más peligrosa, como argumentó David Wallace-Wells el 12 de octubre en el boletín Intelligencer del New York Magazine, en su artículo titulado The Third Wave of the Pandemic Is Here.
Por otra parte, las encuestas -esos elementos controversiales, pero imprescindibles- siguen dando al retador demócrata con una ventaja sustancial y sostenida en las preferencias de los votantes tanto a nivel nacional como en los estados pendulares. Aún cuando Donald Trump y su equipo afirman que están equivocadas, es obvio que las están tomando en cuenta. Hay una intensa actividad de campaña en esos estados que pueden definir el resultado electoral y en los que Biden mantiene ventajas: Arizona, Florida, Carolina del Norte, Michigan, Pennsylvania y Wisconsin. Pero también han entrado en juego estados otrora seguros para el presidente: Ohio, Iowa, Georgia y hasta Texas.
La lucha, por tanto, se caracteriza por un candidato, Joe Biden, que parece dominante no solo por la envergadura y sostenibilidad de su ventaja en las encuestas, sino por los constantes pronunciamientos de personalidades y grupos que han anunciado públicamente que lo apoyan, aún cuando lo hacen fundamentalmente por oponerse a Trump y conseguir sacarlo de la Casa Blanca.
Como quiera que termine la elección, en el presidente se da una circunstancia inusual en política. Mientras que muchos conservadores y republicanos apoyan sus políticas, no simpatizan con su personalidad que consideran “infantil”, “no presidencial”, “caótica” o “desencajada”. Y esto beneficia la estrategia de Biden, cuyo objetivo prioritario es convertir la elección en un plebiscito sobre el presidente.
La enfermedad del presidente
Causó inicialmente estupor e incredulidad el inesperado anuncio de que el presidente y su esposa habían contraído la COVID-19, hecho por el propio Donald Trump el 2 de octubre mediante un tweet de madrugada (su más leído y retuiteado, según el sitio web Axios). Sin embargo, poco a poco se fue reconociendo que efectivamente la enfermedad era real, pues se infectaron al mismo tiempo alrededor de 30 de sus colaboradores.
Varias conclusiones surgen del comportamiento del mandatario y su equipo. Hubo una subestimación de la importancia en cumplir con las directivas de salud, como Joe Biden ha insistido para burla del propio Trump. El presidente, la Casa Blanca y el equipo médico no fueron transparentes. Todavía hoy hay detalles que no se conocen. El presidente fue atendido de manera privilegiada y se le hizo un tratamiento muy efectivo con medicamentos que no están al alcance de la mayoría de la ciudadanía.
Trump intentó una manipulación de su caso de manera que coincidiera con su narrativa de restarle importancia a la COVID. Aunque es probable que sus seguidores la aceptarán, no parece que ese haya sido el caso para la mayoría. Adicionalmente, sufrió la humillación de que le sucedió exactamente lo que Biden ha advertido y se tuvo que mantener 4-5 días alejado de la campaña.
En resumen, su enfermedad y el manejo que se le dio no le granjearon simpatía adicional y sí le pueden haber costado algunos votantes indecisos o inseguros pues, ante todo, mostró la irresponsabilidad de la administración y la subestimación personal del presidente con respecto al virus.
La mayor parte de los especialistas consideran que Trump debe buscar los votantes indecisos y no dedicarle tanto tiempo a complacer a su base social, como hizo en este caso.
El debate vicepresidencial
En el debate vicepresidencial los votantes pudieron ver una imagen de lo que representan ambas candidaturas, tanto en la personalidad de sus nominados como en la defensa de sus respectivos programas. Kamala Harris, al igual que Barack Obama, representa un Estados Unidos más diverso. Hija de inmigrantes de origen africano y surasiático, desarrolló su carrera como fiscal y posteriormente senadora en California, uno de los estados liberales del país. Sin embargo, se la considera como una moderada pragmática aunque tiene vínculos favorables con el ala progresista del partido.
Su contrincante, el vicepresidente Mike Pence se autocalifica como “un cristiano, un conservador y un republicano, en ese orden”, pero muchos lo consideran “un militante supremacista cristiano”. A diferencia de Harris, que viene de la costa, Pence desarrolló toda su vida política como representante y gobernador de Indiana, uno de los estados más conservadores y republicanos del medio oeste.
El debate permitió tener una mejor visión de las propuestas y programa de ambos partidos, aunque los dos evadieron preguntas concretas sobre sus posiciones. Prefirieron utilizar su tiempo en criticar al contrario, acciones en las que Pence cayó más que Harris, pero con menos efectividad. El vicepresidente logró borrar la mala imagen formal que dejó Trump, pero repitió algo que caracteriza la estrategia republicana: endilgarle a sus oponentes las más descabelladas acusaciones.
En eso siguió el libreto del presidente. Lo que se persigue es ahuyentar votantes y instigarles el miedo como ha argumentado David Frum, comentarista conservador y ex redactor de discursos para George Bush, en un reciente artículo en The Atlantic, titulado The Final Season of the Trump Show.
De más está decir que este enfoque parece haber funcionado en el 2016, pero no es evidente que funcione en el 2020. Atemorizar votantes es diferente que atraerlos cuando se hace desde un gobierno que no está manejando efectivamente el principal problema del país: la pandemia.
Harris no tuvo un desempeño impecable y evadió algunas preguntas, notablemente la referida a la posibilidad de que, una vez ganadas las elecciones, los demócratas intenten aumentar el número de jueces de la Corte Suprema como respuesta a la maniobra de Trump y los republicanos de aprovechar el fallecimiento de la magistrada Ruth Bader Ginsburgh para nombrar una conservadora en la persona de Amy Coney Barrett. No obstante, logró en lo esencial varios objetivos de cierta importancia, en gran medida debido a errores que cometió Pence, según apuntó Jonathan Chait en su artículo titulado 3 Factors That Decided the Harris-Pence Vice-Presidential Debate.
Primero, fue muy efectiva al emplazar a Pence y en preguntarle directamente a la audiencia si, como afirmaba el vicepresidente, se sentían “calmados” con que Trump ocultara la gravedad de la pandemia cuando se le informó, según le dijo a Bob Woodward en su “bestseller” Rage. También apuntó: “Sea lo que sea que el vicepresidente alega que la administración ha hecho, lo cierto es que no ha funcionado.” Recordó que se acababa de cruzar el umbral de los 210,000 fallecidos.
Segundo, cuando Pence trató de usar la falsa imputación de que Biden y Harris van a ser deficientes en el mantenimiento de la “ley y el orden”, citando algunas críticas al desempeño de la retadora como Fiscal General del estado de California, esta exigió tiempo para refutarle, extendiéndose en su largo historial. Es cierto que este es un tema controversial porque en el sector progresista del partido demócrata se cuestiona la dureza del desempeño de Harris, pero en el contexto del debate y del estado de la campaña, era importante desarticular el argumento del presidente contra Joe Biden.
Pero quizás su momento culminante fue cuando, ante una de las 16 interrupciones de Pence, Harris se volteó hacia el vicepresidente y, con firmeza, mesura y una sonrisa en los labios le dijo: “Mr. Vicepresident, I’m speaking.” Que una mujer negra se comportara de esa forma ante un hombre blanco tuvo un gran impacto entre las votantes femeninas, especialmente de origen étnico diferente, como señaló la comentarista política de la CNN, Gloria Bolger.
Sin lugar a dudas, Harris despejó varias interrogantes, entre ellas la más importante: tiene la capacidad y el aplomo que se necesita para el cargo que aspira con todas sus implicaciones. Un claro síntoma de ello fue que la campaña de Biden recaudó 10 millones de dólares adicionales en las 24 horas subsiguientes al debate.

Una de las imágenes icónicas del debate: la mosca sobre la cabeza del vicepresidente Mike Pence (CNN)
Pence, por su parte, proyectó la imagen más suave del “trumpismo”, pero una imagen vinculada estrechamente a la corriente más conservadora dentro del partido republicano. Fue la clara expresión de cómo ese partido se ha convertido en una caricatura de sí mismo que responde, sin ningún tipo de subterfugio, a la voluntad autoritaria de su actual líder, el presidente Donald Trump.
Si Pence fue al debate con el objetivo de cambiar la trayectoria favorable a los demócratas que estaba prevaleciendo en la campaña, no lo logró. Como demostraron las encuestas posteriores y el mantenimiento de la tendencia favorable a Biden, no parece que haya movido a votantes indecisos o inseguros en dirección del presidente y su proyecto de reelección. Resulta irónico que probablemente lo más citado y recordado de su participación en el debate fuera la mosca que se posó en su cabeza.
Las audiencias para la confirmación de la jueza Amy Coney Barrett
Aprovechar el fallecimiento de un magistrado de la Corte Suprema para designar en su reemplazo a un juez de la misma orientación ideológica del partido en el poder ha sido una práctica común en la política estadounidense. Ello se facilita cuando el presidente cuenta con el apoyo de un senado con mayoría de su partido, como es el caso en esta coyuntura.
Dos factores lo determinan: el hecho de que se trata de nombramientos vitalicios, y de que existe una larga tradición de respetar que deba ser 9 el número de jueces.
Debido al carácter vitalicio de los nombramientos, las posibilidades que tienen los presidentes de nominar jueces para la Corte son fortuitas. De confirmarse la designación de la jueza Amy Coney Barrett, como casi seguro sucederá, la Corte quedará integrada por 3 jueces nominados por Donald Trump, 2 por Barack Obama y por George W. Bush respectivamente, y 1 cada uno por Bill Clinton y George W.H. Bush. Recuérdese que el líder de la mayoría republicana en el senado, Mitch McConnell, bloqueó la última oportunidad de nominación que tuvo el presidente Obama en el 2016, alegando que era un año electoral, como lo es éste.
Es decir, a partir de este proceso, la Corte contará con 6 jueces conservadores y 3 liberales. Será una Corte Suprema desbalanceada, con sólo 3 mayores de 70 años. De ahí que se argumente que la confirmación de la jueza Barrett, que, con 48 años, sería la más joven, garantizaría un largo período de dominio conservador en la Corte poniendo en peligro legislaciones liberales como el derecho al aborto (Roe vs. Wade) o la Ley de Cuidado Asequible (Affordable Care Act u Obamacare).
El 12 de octubre comenzaron las audiencias senatoriales que muy bien podrían titularse “crónicas de una confirmación anunciada”. No cabe duda alguna de que habrá confirmación y los demócratas no sólo carecen de opciones para bloquearla, sino que debieron ser muy cuidadosos en las audiencias, pues se trata de una mujer cuyas credenciales jurídicas difícilmente pueden ser cuestionadas, además de que sus características personales la hacen muy similar al tipo de votante que el partido está buscando para llevarlo a la victoria el 3 de noviembre.
Aunque los republicanos tienen garantizada la mayoría para la confirmación, también tendrán que ser cuidadosos en el manejo del desenlace. Las encuestas indican que la mayoría de los electores preferirían que el próximo juez de la corte fuera nominado o nominada por el candidato que gane las elecciones.
El tema de la Corte Suprema se ha introducido en la campaña de una manera inusual, pero no hay forma de evadir su importancia histórica, como opinó Nicholas Kristoff en el New York Times, en un artículo titulado Will We Choose the Right Side of History?, el pasado 14 de octubre. Con análisis convincentes, Kristoff arguye que lo que se juega con la nominación y confirmación de Barrett no es un dilema liberal vs. conservador, sino el destino de Estados Unidos y su progreso como nación.
Para Kristoff, la historia de la Corte Suprema es la historia de la lucha por eliminar los vestigios de un pasado antidemocrático. Y sugiere que, como están las cosas, el asunto sólo puede ser resuelto en las urnas donde se decidirá si “los electores ayudarán a arrastrar a Estados Unidos hacia delante o apoyarán a pensadores retrógrados que han estado del lado de la discriminación, el racismo, la intolerancia y la supresión del voto”.
La forma en que este asunto ha aparecido en la campaña tiene mucho que ver con la respuesta que eventualmente dará el Partido Demócrata y Joe Biden a esta maniobra de poder político. Una respuesta posible, preferida por el ala progresista del partido, sería, si se produjera una victoria arrolladora y los demócratas asumieran la mayoría en el senado, introducir legislación que aumentase el número de jueces de la Corte (lo que se ha llamado en inglés peyorativamente “pack the court”) para que así un eventual presidente Joe Biden pudiera nominar dos o más nuevos jueces.
Esto pudiera abrir el camino a la reforma del sistema judicial, eliminando la nominación vitalicia y restringiéndola a mandatos limitados en tiempo. Tal propuesta no es nueva, pero ha sido atacada desde el centro y la derecha del espectro político norteamericano como demasiado izquierdista, desde que la planteó por primera vez el presidente Franklyn Delano Roosevelt, en 1937.
Para Joe Biden y Kamala Harris es un tema sensible, razón por la cual ambos han evadido pronunciarse al respecto. No obstante, el vicepresidente ya ha dicho que hará pública su posición tan pronto se confirme la jueza y antes del 3 de noviembre.
Una suerte de segundo round
Hasta que Donald Trump rehusó participar, estaba fijado para el 15 de octubre, en la ciudad de Miami y en formato de Cabildo Abierto (Town Hall Meeting), el segundo debate presidencial. Al quedar esa fecha libre, la campaña de Joe Biden aceptó la invitación de ABC News para que su candidato tuviera ese día un evento de hora y media y con el mismo formato, moderado por George Stephanopoulos, el conductor de su programa de diálogo político dominical This Week.

Joe Biden el 15 de octubre en el programa de ABC News, moderado por George Stephanopoulos (ABC News)
Pocos días después, NBC News anunció que Donald Trump había aceptado tomar parte ese mismo día y casi con igual duración -60 en vez de 90 minutos-, en un programa similar. Para moderarlo, designó a una de las conductoras del programa matinal cotidiano, The Today Show, Savannah Guthrie. Quedaba así planteada la posibilidad de ver un segundo duelo, complicado porque durante una hora compitieron por el espacio de televisión, pero facilitado porque no habría el deprimente espectáculo del primer debate debido a las constantes interrupciones del presidente.
Objetivamente, fue una nueva oportunidad perdida por el presidente, quien volvió a caer en una práctica que no lo ayuda en lo que debería ser su objetivo principal: convencer a segmentos de votantes indecisos o inseguros de que su programa de gobierno estaba bien pensado, organizado y era efectivo.
Prefirió meterse en un mano a mano con Guthrie, quien no sólo demostró ser una excelente periodista, sino saber usar efectivamente sus recursos de abogada litigante, profesión que ejerció entre 2002 y 2004, después de graduarse de la Escuela de Leyes de la Universidad de Georgetown.
Quizás el titular más representativo de la noche surgió cuando la conductora cuestionó al presidente por haber replicado un Tweet del grupo conspirativo QAnon en el que se decía falsamente que Joe Biden había ordenado el asesinato de un equipo de comandos de la Armada (Navy Seal Team). Sin cuestionar que la información era falsa, Trump se justificó diciendo que lo único que había hecho era replicarlo, para que cada cual podía decidir qué creer y Guthrie le respondió: “No entiendo eso. Usted es el presidente, no el tío loco de alguien”.
Otro tema en que la conductora logró retar exitosamente al presidente fue sobre la revelación del New York Times en el sentido de que Trump está endeudado por un total de 400 millones de dólares. En un momento determinado el presidente lo aceptó, pero le restó importancia afirmando que era una cifra irrelevante comparada con su riqueza total.
En general no fue una buena noche para Trump, quien al día siguiente, como ya es habitual, arremetió contra Guthrie. Sus seguidores señalaron, con razón, que no había tenido formato de Cabildo Abierto porque la conductora hizo más preguntas que los electores indecisos que habían sido invitados.
La performance de Donald Trump contrastó con la de Joe Biden, quien se vio relajado y se tomó tiempo para responder las preguntas que le dirigieron. Para Ezra Klein en Vox, Biden entiende perfectamente cuál es la esencia de estas elecciones. Aunque su desempeño no resultó ser deslumbrante, el vicepresidente considera, y Klein coincide, que la mayoría de los electores no quieren más circo, sino un tipo de política no controvertible en que prime la búsqueda de soluciones y el consenso.
Si había alguna duda de que Joe Biden está en condiciones de presentar sus políticas, con largas y complejas explicaciones, esa noche hubo la oportunidad de despejarla. En otro orden cosas, aceptó que los ciudadanos tienen derecho a saber cuál es su posición ante la reforma y expansión de la Corte Suprema y prometió hacerlo saber antes del 3 de noviembre. Asimismo hizo una larga intervención de 8 minutos explicando y aclarando los errores que se habían cometido al aprobar la Ley de Justicia Criminal de 1994, de la cual se había vanagloriado por ser uno de sus autores, pero que muchos votantes consideran desmedida.
Conclusiones
Estos son, en una apretada síntesis, los más importantes impactos de los 4 eventos que tuvieron más relevancia para la campaña electoral en las últimas 3 semanas desde el primer debate. Se han dejado fuera varios hechos que quizás habría que incluir, pero harían este texto excesivamente largo.
Quizás el más importante sea la controversia creada alrededor de la aprobación del nuevo paquete de estímulo a ciudadanos y negocios. El mismo se está negociando directamente entre la líder de la mayoría demócrata y presidenta de la Cámara, Nancy Pelosi, y el secretario del Tesoro, Steve Mnuchin, pero sin la participación directa de Mitch McConnell, líder de la mayoría republicana en el Senado.
Lo paradójico de esta situación es que el presidente Trump, desesperado porque está detrás en las encuestas, piensa que la aprobación del paquete lo beneficiaría y está dispuesto a acercarse a la cifra propuesta por Pelosi que asciende a 2 millones de millones de dólares, lo que se añadiría al actual déficit presupuestario. Una medida como esta entra en contradicción con los preceptos financieros esenciales del Partido Republicano. McConnell está dispuesto a dejar el asunto pendiente hasta después de las elecciones.
Otro asunto que también tuvo relevancia fue el descubrimiento de un complot de milicias armadas derechistas que apoyan a Donald Trump y que tenía por objetivo secuestrar y asesinar a los gobernadores demócratas de Michigan y Virginia. Como es usual, el presidente tuvo una actitud ambigua, dando la impresión de que no comprendía la gravedad del asunto o hasta que lo aprobaba. Presidió un mitin de sus partidarios en que estos corearon la consigna “Lock her Up!” (¡Deténganla!) que tanto se usó en el 2016 con respecto a Hillary Clinton. Por un momento pareció que Trump asumía que había vuelto a ese año y se había olvidado de que el año era 2020.
A lo largo de estos 21 días, otro elemento que ha influido es que la campaña de Joe Biden está en una situación financiera más holgada que la de Donald Trump. Según el New York Times, los demócratas disponen de $ 177 millones, mientras los republicanos sólo cuentan con $ 63. Eso explica que hayan tenido que recortar gastos en la compra de espacios publicitarios en varios estados pendulares.
Más allá de lo que están indicando las encuestas, estos acontecimientos apuntan a que el ansiado objetivo de reelegirse se le está escapando a Donald Trump de las manos. Y que los tiempos se le están acabando. A no ser que en el debate del jueves 22, o en los 12 días que quedarían después del mismo, suceda un acontecimiento extraordinario que cambiase la actual trayectoria de la campaña, el 21 de enero del 2021 se inaugurará un nuevo presidente: Joe Biden. Pero si algo queda claro de este recuento es que el presidente ha sido su peor enemigo, ignorando los consejos de sus asesores. Está haciendo la campaña contraria a la que debe hacer.
Como ha escrito recientemente Charlie Cook, uno de los más experimentados y respetados analistas políticos en su blog, The Cook Political Report, dadas sus cifras de aprobación durante los cuatro años de mandato, había que cuestionarse si Donald Trump podía realmente considerarse favorito para ganar las elecciones del 2020 y reelegirse (Was Trump Ever Really a Favorite for Reelection?)
La pregunta que habría que hacerse a menos de dos semanas de las elecciones, cuando una buena parte del electorado ya está votando, es ¿cuál será la envergadura de la victoria de Joe Biden? ¿Será estrecha o amplia? Cada vez más surge la posibilidad, y quizás la probabilidad, que sea un tsunami azul (el color de los demócratas) y que Biden y sus partidarios terminen controlando no sólo la Casa Blanca, sino también el Senado y la Cámara.
4 comentarios
No estoy entusiasmado por ninguno de los dos, y no pienso votar. Sigan soñando con Joe Biden, que soñar no cuesta nada, pero a mi me parece que ganará Trump. Desde que estoy aquí (40 años), nunca me equivoqué al predecir el ganador de una elección. Tampoco me equivoqué, nunca en esta vida, con respecto a si una canción sería o no un éxito, aun cuando no entendiera el idioma, y no fuera capaz ni de tocar la guitarra por detrás. No se puede creer en esas encuestas, están hechas por la prensa, que es de centro izquierda, y está en manos de los Demócratas –con la excepción de FOX News. El media latino está casi todo en manos de los mexicanos, cuyos intereses se alinean con los Demócratas — han metido aquí más de 40 millones de personas en 40 años, pero aún no les basta, porque mandan muy buenas remesas y USA se ocupa de ellos, desde la escuela hasta la pena de muerte. Gracias, Profe, por su artículo, pero mire los blogs de las redes. Ah, y recuerde, Hillary tenía -de acuerdo con las encuestas-, más votantes que habitantes hay en USA (una pequeña exageración), y no ganó.
Wow…Ud deberia tener una columna en la seccion de horoscopos de algun periodico. O tal vez, asesor financiero principal en Goldman & Sachs si es que atina SIEMPRE en los pronosticos.Lo felicito!
Ahora, chanzas aparte, hablemos en serio. Si Ud cree que casi TODAS las encuestas estan manipuladas hacia la “izquierda”, pues no tengo nada mas que agregar ante tamaña afirmacion. Algo asi como que los democratas son comunistas, etc. Seguramente los equipos de campañas politicas tienen en cuenta los sondeos y dirigen sus tacticas y estrategias basado en diversas fuentes de informacion e inteligencia y las encuestas posiblemente, sean una de ellas. Por supuesto, con un margen de error, como siempre aclaran. Tambien esta el caso de que a veces, teniendo la informacion , esta puede ser interpretada incorrectamente y conducen a errores de bulto y de estrategia. No es la primera vez que sucede y el caso mas reciente fue visto en la derrota de Hillary en el 2016.
Con relacion a los blogs y las redes, hay de todo como en botica. Le recomiendo que vea “The social dilemma” para que vea como se maneja ese asunto. Muy revelador, sobre todo cuando se mencionan las ultimas elecciones presidenciales en Estados Unidos.
Aprecio que su analisis se enfoca en la comunidad latina, pero sin negar su peso, Estados Unidos tiene muuuchaaa diversidad. Me parece que Carlos Alzugaray si considera esto en su analisis,
Go Biden.
Las dos notas publicadas por Alzugaray en este blog tienen la virtud principal de informar concreta y efectivamente sobre la realidad norteamericana a las puertas de la elección posiblemente mas definitoria y conflictiva desde la de Abraham Lincoln en 1860. Leyendo a Alzugaray uno tiene la impresion de ir presenciando los hechos segun los hilvana y analiza. Pareciera como si el lector no se ha perdido ni un detalle de los dos debates al no verlos en la tele, pero al leer las reseñas de Alzugaray. Y no solo los detalles, sino la implicaciones, ampliaciones y reflexiones sobre los hechos en sí.
Ha sido un placer y una enseñanza leer estas dos notas firmadas por quien sin dudas es no solo un acreditado academico, sino un efectivo comunicador. Lo que me sorprende, como siempre en estos casos, es que la prensa oficial cubana, los principales diarios o revistas digitales del estado, no tengan a Carlos Alzugaray como uno de sus principales y usuales colaboradores. ? O es que lo tienen y yo no me he enterado?
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