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En el mundo, todo el tiempo se ganan o se pierden elecciones. Y aunque pueda cuestionarse qué tan determinantes o decisivas son para el futuro de un país, no puede negarse su espectacularidad, y que con ellas se pierden o se ganan países para los proyectos globales de las izquierdas o las derechas.
En cada elección se está lanzando una moneda al aire respecto al destino de algún pueblo. Por eso lo electoral puede ser considerado el momento-casino de la política actual, un escenario en el que se aplica toda la sabiduría de los que saben ganar y saben perder.
No obstante, con todo el escepticismo que se pueda albergar al respecto, los resultados de los procesos electorales son importantes. No es indiferente para la historia de un país que gane una opción progresista o una de derecha. Que una fuerza política se mantenga en el poder entre cuatro y 10 años, puede significar bastante en sociedades sometidas a una acelerada transformación tecnológica y sociológica. Es tiempo suficiente para marcar la vida de una generación, sobre todo de quienes son jóvenes y prácticamente no conocieron lo anterior.
Un gobierno puede definir el tono de una época, y determinar de ese modo la educación sentimental y ética de la ciudadanía. Además de las consecuencias directas que tienen las políticas públicas desarrolladas, que pueden impactar, por acción u omisión, en el bienestar de millones de personas. Tampoco podemos olvidar que de la orientación política de un gobierno pueden depender cuestiones tan graves como la guerra y la paz.
Por eso se puede afirmar que cada proceso electoral mueve un poco la aguja dentro de los grandes conflictos que se desarrollan a nivel internacional. Cada cambio de régimen que ocurre a partir de una victoria electoral, cada cambio de gobierno que modifica la afinidad ideológica, política o económica de un país, incluso cada espaldarazo que reciba un gobierno en las urnas, redefine el perfil de los bloques geopolíticos. Incluso los procesos electorales fallidos o adulterados, son importantes para todos los actores interesados en conocer la fortaleza interna de sus aliados o adversarios.
Cada proceso electoral mueve un poco la aguja dentro de los grandes conflictos que se desarrollan a nivel internacional.
Ahora mismo, quienes observamos la política internacional desde una posición latinoamericana de izquierda nos encontramos bajo el efecto de resultados electorales recientes, que van desde lo desolador hasta lo ligeramente esperanzador. Por un lado, han sido bastante duras las derrotas del progresismo en Argentina y Bolivia. En contraste, sucesos como la victoria de Zohran Mamdani en las elecciones por la alcaldía de Nueva York, o el resultado a favor del No en la consulta popular promovida por Daniel Noboa en Ecuador, llaman a pensar que no todo está perdido.
Igualmente acaba de producirse una dura derrota de la izquierda en Chile, en la segunda vuelta de las elecciones presidenciales, donde se enfrentaron la candidata militante del Partido Comunista Jeanette Jara y el ultraderechista conservador José Antonio Kast. Suceso que marca el sentido del ciclo político, con el avance de las extremas derechas en Latinoamérica.
Por tanto, una mirada general de la política actual muestra un contexto desfavorable para las fuerzas progresistas y de izquierda. Sin embargo, el avance de la extrema derecha tampoco está siendo triunfal, pues no logran avanzar de manera indisputada en todos los frentes.
Este panorama pone sobre la mesa varias preguntas: ¿cuáles son los factores reales sobre los que se asientan las victorias o derrotas electorales de las fuerzas políticas de izquierda?, ¿las izquierdas ganan con opciones más radicales o más moderadas?, y además, ¿se pierde frente a fuerzas políticas más extremas o más moderadas?
Por la importancia táctica de lo electoral para cualquier recomposición estratégica de la izquierda, vale la pena conocer qué está funcionando en ese plano y qué no lo está haciendo.

Un problema de percepción
En primer lugar, se debe intentar ver más allá de las explicaciones habituales en cierto sector de la izquierda, que tienden a vincular de manera demasiado directa el comportamiento electoral con determinaciones económicas y clasistas, consideradas invariantes. Si se les hiciera caso a algunas elucubraciones, la izquierda siempre debería ganar con la mayoría, puesto que, en teoría, responde a los intereses de la mayor parte de la población —la clase trabajadora—, y sus derrotas solo podrían explicarse como resultado de alguna oscura manipulación.
Pero debe intentarse ir más allá de esto, aunque sin renunciar a la aplicación de las categorías marxistas para el análisis de la sociedad. Las determinaciones económicas son importantes, e informan cualquier análisis siempre que se tengan en cuenta: a) la verdadera composición socio-económica de las sociedades, b) los factores culturales e ideológicos y c) el papel de las instituciones locales y globales.
Para comprender los factores que llevan a que algunas fuerzas de izquierda progresista ganen o pierdan en las urnas, el mejor camino es comenzar por la observación empírica de los procesos electorales, y avanzar a partir de allí hacia alguna generalización.
Dicho esto, me atrevo a afirmar que hoy la izquierda tiene principalmente dos activos electorales, o sea, dos cosas que ofrecer a los votantes, uno, la novedad, y dos, algo que —a falta de una mejor palabra—, llamaré seguridad.
Hoy la izquierda tiene principalmente dos cosas que ofrecer a los votantes, uno, la novedad, y dos, seguridad.
La percepción de que la izquierda implica una novedad radical, les permite a sus representantes aprovechar la energía que despierta la esperanza de un cambio. En cuanto a la «seguridad», me refiero a la premisa de que la izquierda —si cumple con los principios que la deben caracterizar— representa una garantía de protección de ciertas conquistas, consensos y valores progresistas, frente al retroceso que implicaría el ascenso de la derecha. El primero de estos activos permite tácticas ofensivas, mientras que el segundo posee un valor fundamentalmente defensivo.
Sin embargo, por qué, a pesar de que estas razones podrían parecer suficientes para que una mayoría empobrecida —como la que abunda en Latinoamérica— votara a favor de quienes pudieran defender sus intereses, varios partidos de izquierda siguen perdiendo elecciones.
Lo primero que resulta claro, aunque no por ello deja de ser sorprendente, es que las principales derrotas electorales más recientes han tenido lugar en aquellos países en los que, durante la llamada marea rosa, hubo fuertes experiencias de procesos de transformación desde la izquierda progresista, como Argentina, Ecuador y Bolivia.
Podríamos suponer que un motivo de rechazo a la izquierda y el progresismo es la percepción de que estos representan un peligro para la integración capitalistas de las sociedades, y por tanto para el ascenso social y la calidad de vida.
Por integración capitalista me refiero al conjunto de procesos por los que una sociedad se inserta de manera más completa en las dinámicas del sistema capitalista global. Aunque el capitalismo es un sistema global, eso no significa que todas las sociedades tengan el mismo tipo o grado de inserción. Aquí se combinan muchos factores, como los niveles de inversión, del desarrollo de las finanzas, la diversificación productiva, la flexibilidad del mercado laboral, etc.
Sin embargo, esto no significa que las personas valoren la integración de la sociedad al sistema capitalista mundial de manera objetiva en su cotidianidad. Lo que se produce más bien es un complejo de percepciones, a partir del consumo de productos culturales y la socialización de estados de opinión. Una vez que determinados «marcadores» propios del despliegue del capitalismo, son identificados con un avance de la prosperidad material, pueden producirse estados de opinión que valoran la integración capitalista, sin que las personas lleven a cabo cálculos estadísticos o económicos al respecto.
Esta pulsión, a menudo canalizada a través de discursos y tópicos anticomunistas, se presenta de manera predominante en las clases medias, pero también en una parte de las clases de menores ingresos, impregnada con una cultura y valores aspiracionistas. Dicho de otro modo, una parte importante de las personas empobrecidas no solo aspiran a salir de la pobreza, sino a vivir como los ricos; y correlativamente llegan a creer que, con un modelo de «libre competencia», podrían alcanzar ese modo de vida.
Una parte importante de las personas empobrecidas no solo aspiran a salir de la pobreza, sino a vivir como los ricos
Existen otras razones importantes que mencionaré brevemente. Por ejemplo, el papel de la reacción conservadora contra los avances del feminismo, que se expresó en la aparición de nuevas formas de promover la masculinidad hegemónica, los llamados criptobros que, muchas veces sin ningún tipo de estudio, dan consejos, tanto para hacerte millonario en pocos meses, como para convertirte en el «seductor estoico» que volverá loca a las mujeres.
También vale la pena referirse a la percepción de burocratización, corrupción, elitismo, y falta de combatividad y de compromiso de algunas izquierdas con los sectores sociales más desfavorecidos, y es lo que ha permitido que prendan discursos que denuncian a los políticos de izquierda como parte de una «casta».
Las izquierdas que ganan
Si analizamos los casos de aquellos países —o circunscripciones, pues también interesan procesos electorales de carácter más local— en los que se han dado victorias importantes de la izquierda en los últimos años, encontramos que mayormente pueden ser separados en dos grupos. Aunque puede darse el caso de que en un mismo país haya partidos u organizaciones que se correspondan con cada uno de estos grupos.
Por un lado, tenemos el caso de países en los existe una experiencia amplia de gobierno de la izquierda, que poseen además fuertes tradiciones de cultura política antifascista y de izquierda —sin que esto último se contradiga con la existencia de fuertes tradiciones de cultura política de derecha o incluso fascista—, y en los que se percibe a la extrema derecha como un peligro para determinadas conquistas, consensos y valores progresistas. Este es el caso que permite explicar la victoria o la permanencia en el gobierno de fuerzas de izquierda en España (PSOE) y Brasil (PT). En estos casos, la izquierda fue votada con una intención defensiva.
Por otro, tenemos casos en los que justamente la ausencia de todo aquello, principalmente de una experiencia de gobierno de la izquierda, permitió que esta pudiera mostrarse como una novedad. Se trata de contextos en los que existían corrientes de cultura política antifascista —presentes en prácticamente la totalidad de los países—, pero donde la prolongada permanencia de gobiernos de derecha favorecía una hegemonía de la cultura política conservadora.
Lo antes dicho se manifiesta en Colombia (Pacto Histórico) y del nuevo alcalde de Nueva York, Zohran Mamdani (Partido Demócrata – DSA). Respecto al segundo caso, la novedad no se da tanto respecto a las tradiciones políticas de la ciudad de Nueva York, sino por el contraste de un político con propuestas tan a la izquierda —como transporte público gratuito o congelar alquileres— en el contexto general estadounidense.
Hay otros dos casos que merecen análisis aparte, pues combinan elementos de ambos grupos: se trata de Chile y México. Curiosamente, en ambos países existía experiencia histórica de gobiernos de izquierda; sin embargo, la renovación simbólica y generacional de la izquierda permitió que esta llegara al gobierno bajo la promesa de novedad. En lo que se refiere a Chile (Frente Amplio), Boric consiguió llegar al gobierno sobre la estela del estallido social de 2019, sustituyendo a la representación tradicional de la izquierda (Concertación – PS). Curiosamente, en aquel proceso electoral jugó un papel importante también la pulsión defensiva, pues ya se estaba perfilando una nueva fuerza de extrema derecha (Republicanos).
México resulta especialmente interesante, pues se da una combinación de circunstancias muy particular. En un país que pasó la mayor parte del siglo XX bajo un gobierno formalmente de izquierda (PRI), una nueva fuerza política (Morena) consiguió llegar al gobierno como parte de una renovación de la izquierda popular y del nacionalismo revolucionario —a pesar de que una parte importante de sus miembros habían pasado por las filas del PRI—. Esta consiguió capitalizar su imagen como novedad en el panorama político.
Sin embargo, hay una importante diferencia si se compara con Chile: en México la derecha no ha conseguido recomponerse ni ha encontrado la base social adecuada para motorizar su evolución hacia los códigos de la extrema derecha. Esto responde a muchas razones, una de las cuales es que muchos de los intelectuales orgánicos de la oposición están anclados aún a los códigos de la socialdemocracia anticomunista del siglo XX. En todo caso, el rechazo a la derecha en México no responde aun al temor por su ascenso, sino a su decadencia —compartida por toda la vieja clase política—. Por tanto, Morena ha conseguido mantener de su lado, durante mucho tiempo, el momento populista.
Las izquierdas que pierden
En Argentina y Ecuador —el caso de Bolivia es significativamente diferente— se muestran fuerzas políticas progresistas que no consiguen recuperarse del fracaso, y que han sido derrotadas repetidamente en las urnas por expresiones de extrema derecha, más o menos desarrolladas.
Resulta impactante como en dichas sociedades, a pesar de haber vivido algunos de los procesos de transformación más intensos durante la ola progresista, o quizás justamente por ello —por la reacción agresiva de las oligarquías locales e internacionales, en medio de una situación de agudización de la lucha de clases— se generó un amplio rechazo a la izquierda en las clases medias y en sectores populares con tendencia al aspiracionismo económico.
Esta reacción, desde el principio teñida de anticomunismo, creció en la medida en que la izquierda fue identificada como un peligro para la integración capitalista de las sociedades, que afectaba a las posibilidades de una inserción más completa al sistema económico mundial. La izquierda, desde esta óptica, ralentizaba las posibilidades de ascenso social de amplios sectores de la población. El hecho es que una parte del electorado asumió un marcado rechazo a la izquierda, que impidió al correísmo regresar al gobierno en Ecuador, y al peronismo ganar las elecciones de medio tiempo contra los libertarios de Javier Milei.
En el caso de España, que si bien no se encuentra en Latinoamérica, mantiene una estrecha relación de influencia política mutua con la región, encontramos una curiosa combinación. Gobierna una izquierda socialdemócrata conservadora (PSOE), que se mantiene en el gobierno gracias al motivo defensivo de la seguridad o protección de conquistas progresistas, frente al peligro de la extrema derecha, y coexiste con una fuerza política de izquierda más radical que fue importante durante la segunda década del siglo XXI (Podemos). Sin embargo, Podemos entró en rápido declive, una vez que se agotó su activo como novedad y, amén de sus errores internos, fue identificada por los poderes económicos como el tipo de izquierda que constituye un peligro, por su cercanía a las posiciones comunistas.
En lo que se refiere a Bolivia, este factor de rechazo de las clases medias está presente, pero en la derrota de la izquierda jugó un papel mucho más central la división al interior de sus fuerzas (MAS), principalmente por el choque entre Luis Arce y Evo Morales. Por otra parte, existe evidencia de que la caída en el apoyo a la izquierda puede estar relacionada con la percepción de que esta se había burocratizado y había perdido contacto con los intereses de las clases populares.
Por otra parte, resulta necesario hacer referencia a la reciente derrota de la candidata de la coalición de izquierda, Jeanette Jara, en la segunda vuelta de las elecciones en Chile, frente al candidato de extrema derecha, José Antonio Kast. En este caso, se observa claramente cómo ninguno de los dos activos de la izquierda mencionados fue suficiente: ni la novedad que podía representar Jara, ni el discurso de contención frente a la extrema derecha.
Al mismo tiempo, vemos una confluencia de los motivos señalados —y de otros— en la explicación de la derrota de la izquierda. Aunque Chile no vivió ni remotamente una experiencia de transformación progresista semejante a la de Argentina, Ecuador o Bolivia, las matrices discursivas de rechazo a la izquierda, desplegadas a nivel internacional, encontraron eco en la sociedad chilena. Entre otros ejemplos, el gobierno de Boric fue dibujado como una «casta» elitista, desconectada de los intereses de la población.
Por supuesto, en Chile la genealogía del anticomunismo es rica en afluentes, se explica desde los más diversos ángulos. Influyen factores como las reminiscencias de la dictadura pinochetista, hasta un conservadurismo reactivo a los avances del feminismo y la comunidad LGBTIQ.
Sin embargo, en la victoria de José Antonio Kast juega un papel fundamental declarar una especie de «emergencia nacional» alrededor de problemáticas como la migratoria y la seguritaria —la seguridad entendida aquí en su sentido habitual—. En este sentido, la izquierda fue identificada con una situación de descontrol social, mientras la derecha se presentó ante el electorado como una garantía de orden de carácter autoritario, capaz de ofrecer una solución inmediata a los problemas.
¿Hasta dónde se puede llegar?
Lo expuesto hasta el momento evidencia que, si bien nunca se logrará que todos los seres humanos sean burgueses, la evolución de la integración capitalista de las sociedades puede llevar a que gran parte de las clases trabajadoras compartan intereses, valores y estilos de vida de la burguesía.
Cuando los valores de la burguesía son enaltecidos en los medios de comunicación, las redes sociales y otros espacios de socialización, y no existe una alternativa visible a estos, buena parte de las clases trabajadoras puede llegar a compartir esos valores, aunque sea con un alto grado de virtualidad. Es lo que se ha llamado en el marxismo como hegemonía. En lugar de ver a la burguesía como un adversario, pasan entonces a asumirla como un paradigma a seguir. En términos electorales, esto se refleja en que cualquier propuesta que perjudique los intereses de la burguesía, puede ser objeto de un virulento rechazo popular.
En lugar de ver a la burguesía como un adversario, pasan entonces a asumirla como un paradigma a seguir.
Esto no es para nada auspicioso para las izquierdas, pues parece contribuir a la tesis de que el progresismo, en los términos en que está planteado actualmente, posee límites muy difíciles de traspasar. Una vez agotado el activo de la novedad, que depende de circunstancias irrepetibles, solo le queda el camino, relativamente efímero, de constituir una defensa moderada frente a la extrema derecha. Este camino termina en la pérdida de la iniciativa y en la derrota. Sin embargo, la alternativa, que sería avanzar en una dirección anticapitalista, puede resultar peligrosa y finalmente terminar en una explosión reaccionaria y conservadora.
Podría decirse que esta es la contradicción fundamental, que marca los límites operativos del progresismo. Se trata de una especie de «techo estructural». Pues la principal táctica del progresismo es la distribución de la riqueza, para mejorar la calidad de vida de la población. Pero cuando necesita romper con las lógicas de la sociedad capitalista, a tal punto que hace inevitable el choque violento con las clases dominantes —sin contar con ningún soporte o proyecto económico alternativo—, puede afectarse justamente esa capacidad para mejorar la calidad de vida de la gente. Entonces, se producen retrocesos que parecen inevitables. En estas circunstancias, se impone un replanteamiento del proyecto del progresismo latinoamericano y global.
la principal táctica del progresismo es la distribución de la riqueza, para mejorar la calidad de vida de la población.
Sucesos recientes, como la victoria del No en la consulta popular promovida por Daniel Noboa en Ecuador, que buscaba habilitar al presidente para impulsar profundos cambios constitucionales, arrojan algo de luz. Permiten pensar, al menos, que la sensatez de los pueblos no está del todo perdida. Ese mismo electorado le dio hace poco la victoria a Noboa, principalmente por el rechazo al correísmo. No obstante, tuvo una reacción defensiva frente a los intentos de echar abajo la Constitución, y reducir así a cero las conquistas progresistas alcanzadas durante los años de gobierno de Correa. Esto permite pensar en un posible regreso y recomposición del progresismo en Ecuador.
Y si pensamos en Cuba…
Si intentamos pensar la realidad cubana en relación con un análisis como este, resulta evidente que esto solo pude hacerse de un modo refractado, acudiendo a la analogía. En primer lugar, porque en Cuba no se realizan elecciones competitivas entre diferentes partidos políticos. Pero también porque se trata de una sociedad en la que se llevó a cabo una importante transformación social, en dirección a la superación del capitalismo. Una sociedad que, además, sufre hoy una crisis multidimensional, en la que pesan, entre otros factores, las consecuencias de haber intentado construir un camino alternativo al orden global.
Sin embargo, un hecho que se ha comprobado en las últimas dos décadas es la caída de la participación electoral en Cuba, lo cual muestra un impacto de la crisis en la participación política. Hasta ahora ello no ha provocado ninguna derrota importante para el gobierno en términos formales, aunque se han multiplicado expresiones de descontento popular —como las protestas en las calles o las oleadas migratorias—.
Aun así, a pesar de la caída de la participación electoral, esta sigue siendo alta para los estándares globales, y han alcanzado resultados positivos iniciativas gubernamentales como la aprobación de una nueva Constitución en 2019, o del nuevo Código de la Familia en 2022.
Ahora bien, la aplicación de estas categorías de análisis tiene un asidero en la realidad cubana, desde el momento en que las transformaciones económicas de las últimas décadas, la creciente influencia cultural de la diáspora y la propia crisis, crean condiciones para que en Cuba existan amplios sectores que comparten una cultura y unos valores aspiracionistas, equiparables a los de la clase media de cualquier país capitalista.
La creciente influencia cultural de la diáspora y la propia crisis, crean condiciones para que en Cuba existan amplios sectores que comparten una cultura y unos valores aspiracionistas.
La existencia de estos sectores, cuya composición socio-clasista es ampliamente diversa y compleja, apunta hacia pulsiones sociales en dirección a la reconstrucción del equivalente a una clase media —hasta cierto punto internacionalizada—. Lo que se suma a otros factores, como la dificultad de un gobierno declarado socialista para garantizar servicios públicos de calidad o incluso estándares mínimos de bienestar a la población —electricidad, alimentos, medicinas—, que explican el auge del anticomunismo y la emergencia de formas culturales y valores conservadores.
Por tanto, puede decirse que los factores mencionados también ayudan a entender, aunque de manera indirecta, lo que ocurre hoy en las dinámicas políticas internas en Cuba. Está claro que la izquierda ya no tiene nada de novedosa en el país. En cambio, sí sigue influyendo la idea de que el actual sistema garantiza ciertas conquistas y valores sociales —como la soberanía— que muchos consideran importante proteger.
Está claro que la izquierda ya no tiene nada de novedosa en el país.
Por otro lado, en otros sectores es creciente la percepción de que ese sistema no permite una integración al capitalismo mundial, algo que, desde su lógica, impide un mejoramiento de la calidad de vida. A lo cual se suma la sensación de que los dirigentes se han convertido en una casta alejada de los problemas reales de la gente. Todo ello ayuda a explicar el aumento del rechazo al sistema político vigente.
La comprensión de los factores que impactan sobre las dinámicas electorales, sobre todo en nuestra región, puede contribuir a plantear preguntas relevantes para las fuerzas progresistas e incluso, para la situación cubana. Esto permite poner sobre la mesa el estado avanzado de la penetración de las lógicas sociales del capitalismo en estas sociedades, y las dificultades para construir hegemonías alternativas. Además, muestra cómo el momento político tiende a ser favorable para las fuerzas de la extrema derecha, y la necesidad de una renovación de la izquierda en todos estos escenarios, para encontrar la forma de navegar tan difíciles circunstancias, y ofrecer una alternativa viable a los pueblos.


Veo que obvia el factor Trump que sin dudas ha revitalizado la extrema derecha. Incluso han tenido su apoyo de manera efectiva . Por otra parte al parecer usted considera que un candidato con un título de comunista pueda hoy ganar unas elecciones y aunque hay sociedades con mayor cultura política hoy la gente asocia comunismo a Kim jon un , a la ex Unión Soviética, a Cuba , Maduro y algunos mas que sin dudas es un ejemplo que no es atractivo .
Tambien usted habla de SOBERANIA en Cuba , Cuba nunca ha sido menos SOBERANA , en 67 años de una dictadura de un solo partido no es soberano nadie bajo ese sistema . Los únicos soberanos son quienes ejercen el poder . Como un pueblo que solo puede irse o callarse se puede titular soberano ?
El progresismo debería medirse en resultados, es decir, al final del periodo que tanto, poco o retrocesos se tuvo en el progreso social (de la mayoría) la gestión realizada. Si el resultado es positivo debería considerarse «progresista», sino debería considerarse «contador de historias para dormir a las masas».., y el problema es que tenemos muchos contadores de historias y muy pocos «progresistas».., las personas en su mayoría detectan el fraude y simplemente en la próxima elección los vomitan desde el poder.
Si al término de su periodo, la sociedad en su conjunto es más pobre, o con menos calidad en la salud o la educación, si en realidad el costo de la vida es mayor.., pero tu.., ¡o progresista! terminas con una cuenta en el banco más abultada.., no eres progresista (por más discursos grandilocuentes, hermosos, emocionales hasta las lagrimas), simplemente eres otro estafador más. (y eso a la larga cansa).
Ahora bien.., independiente de ese simple análisis.., es bueno para las sociedades la rotación del poder.., porque el mayor peligro es cuando el poder se aperna, se enraíza, se agarra como piojo o garrapata.., y en ese momento ya da lo mismo la sociedad, porque el poder engulle derechos con el discurso de la soberanía o la independencia o cualquier otra palabra que suene bonito. (y eso.., hasta ahora esta demostrado que es independiente del color político).
O como dijo de forma más simple y precisa George Bernard Shaw:
«Los políticos y los pañales deben ser cambiados con frecuencia, y por las mismas razones»
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