Tras cuatro años agotadores, Donald Trump finalmente ha sido derrotado, pero no el trumpismo. Sin duda, es motivo de celebración para la parte del mundo que cree en la ciencia, la razón, la igualdad racial y la democracia. Pero su muy estrecha derrota también es un aviso serio, un reflejo del descontento general de una población cuyas necesidades siguen ignoradas y un indicio de la existencia continuada de una facción autoritaria lista para inaugurar una autocracia estadounidense.
Estados Unidos tiene un sistema político moribundo que necesita de forma urgente grandes reformas para satisfacer los requerimientos mínimos de la democracia formal y proporcionarle a sus ciudadanos vidas dignas. Lo preocupante es que los resultados de la pasada elección no facilitarán que esas metas sean alcanzadas.
Los cambios políticos que EEUU necesita se dan en diferentes áreas: reformas de la Corte Suprema, que es antidemocrática; el Colegio Electoral y el Senado, los cuales representan demasiado a los estados con menos población; la práctica extraña de gerrymandering, que permite que el partido en el poder dibuje distritos congresionales más fáciles de ganar; el sistema de votación, que le niega el voto a mucha gente; y el financiamiento de las campañas electorales, el cual favorece tremendamente las grandes empresas y a los ricos.
Que un partido, el Republicano, con menos apoyo de la ciudadanía y políticas desfavorecidas por esta —lo que se demuestra en el hecho de que ha perdido el voto popular en siete de las ocho últimas elecciones— pueda gobernar debido a la sobrerrepresentación de una minoría en el sistema político, significa que el país está a punto de convertirse en una oligarquía.
Los mecanismos anticuados que frustran la voluntad popular deben ser actualizados, pero los republicanos y algunos demócratas conservadores que se benefician del status quo, se resisten a la reforma. Entonces, para que mejore el aparato del sistema político, se necesita una mayoría contundente en el Congreso, algo que no parece posible en tiempo cercano. Más allá de eso, si los demócratas al fin fracasan en su intento a ganar una mayoría en el Senado, su capacidad de legislar cualquier programa será nula.
Entonces, los problemas que crearon el fenómeno Trump permanecerán no resueltos. Sin un estímulo económico, la crisis provocada por el coronavirus empeorará. Sin medidas para reducir la brecha entre los ricos y los pobres, la gigantesca desigualdad económica seguirá creciendo. Sin medidas para controlar a la policía y los encarcelamientos masivos, la crisis de justicia criminal se exacerbará. La rabia, la paranoia, el resentimiento, el miedo, y la búsqueda de chivos expiatorios no se desvanecerán sin medidas concretas para solucionar los problemas diarios de la gente y darles confianza a quienes se sienten abandonados y sin perspectivas de futuro.
También perturbadora es la inevitable tendencia de muchos centristas y liberales a concluir que todo estará bien, ya que la amenaza anaranjada no ocupa la Casa Blanca. A esta conclusión arriban sin un análisis estructural de la situación política y agotados tras cuatro años de angustias. Fingir que Trump es anómalo, una desviación del progreso lineal de la historia estadounidense, es reconfortante y preserva mitos importantes sobre la fortaleza política y la integridad moral del proyecto estadounidense.
El resto del mundo también se sentiría más tranquilo pensando que la primera potencia planetaria, con un enorme arsenal de armas nucleares y un vasto imperio de bases militares, no cometerá el mismo error otra vez. Esta idea es tentadora y cómoda, pero falsa y reduce la probabilidad de conseguir las reformas cruciales que prevendrían la ascendencia de otro aspirante a caudillo.
Declarar la victoria y volver a brunch es la receta perfecta para el recrudecimiento de la crisis que enfrenta EEUU, pues aumenta las probabilidades de que alguien más suave e inteligente pueda ganar en 2024 y así completar el trabajo de destruir la democracia que Trump había empezado con gusto. Las consecuencias de esa autocomplacencia serían graves para todo el mundo, pero especialmente para las Américas, ya que es muy poco probable que un autócrata estadounidense sea pacífico con sus vecinos, particularmente con los de izquierda.
Aun así, a pesar de todo, hay razones para guardar algunas esperanzas tentativas: la izquierda tuvo una elección bastante prometedora, con numerosas victorias de candidatos con plataformas que responden a los problemas cotidianos de la gente.
Además, tanto ahora como en 2016, es seductora la idea de inferir conclusiones de una elección que presentó una selección binaria, pero deberíamos recordar que las selecciones de ese tipo son restringidas y que no nos dan toda la información sobre lo que la gente realmente piensa. La elección entre el neoliberalismo tibio de Biden y el neofascismo descabellado de Trump era extremadamente imperfecta. No hubo una opción por políticas de izquierda que abordaran los problemas reales de los trabajadores y los pobres. Solo vimos simples cuentas de votos, no conocemos las motivaciones detrás de la decisión tomada por cada votante.
Entonces, no se puede concluir lo peor basados en esa señal poca clara: cada votante de Trump no es necesariamente un racista irredimible. Es verdad que muchos trumpistas apoyan genuinamente el autoritarismo, pero no son los más de 70 millones de personas que votaron por él. Ahí existe una oportunidad de retrasar las líneas políticas para que sean más favorables a la izquierda.
Aunque parezca difícil, no es el momento de retirarse. Trump ha controlado la conversación y ha polarizado a la gente según las grietas más favorables para su agenda. Ahora, ya llegó el momento de reorganizarse, usando el populismo genuino para forjar una coalición nueva –multirracial, multigeneracional, de la clase obrera y la clase media–. Bernie Sanders trató de hacerlo dos veces, ojalá la tercera vez sea la vencida.
El camino sigue siendo el mismo: promover una plataforma con programas sociales concretos y populares, diseñados con la ciudadanía y con sus deseos en mente. En este momento, esas aspiraciones se traducen en una respuesta científica a la crisis de coronavirus, emparejada a medidas que protejan la economía; seguros médicos para todos; un Nuevo Acuerdo Verde que crearía millones de puestos de trabajo, establecería un sistema de infraestructura diferente, y mejoraría la resistencia contra el calentamiento global; la protección y expansión del derecho a organizar sindicatos; aumentos del sueldo mínimo; educación universitaria pública, gratuita, y de alta calidad; y mucho más.
Es preciso reconocer abiertamente que el sistema ha fallado a mucha gente. Simpatizar con su frustración es una parte importante para convencerlos de que la izquierda no quiere engañarlos. Igual de preciso es exponer a quienes están obstaculizando el progreso, sus móviles, y la manera de neutralizarlos. Seguramente tanto EEUU, como el resto del mundo, continuarán viviendo tiempos complejos. Según Trump, Joe Biden es «somnoliento». Su administración no podrá serlo de ninguna manera.
5 comentarios
Ojalá esa lucha tan intensa por el poder buscando votos se pudiera dar en Cuba
ya sea un trabajador manual,un medico,un master,el pensamiento elitista de la izquierda es abrumador para alguien que le guste el raciocinio,que tenga sentido comun.El autor,basado al parecer en sus titulos,tiene una receta para curar al enfermo pueblo norteamericano ,y cito: “Estados Unidos tiene un sistema político moribundo que necesita de forma urgente grandes reformas para satisfacer los requerimientos mínimos de la democracia formal y proporcionarle a sus ciudadanos vidas dignas.” En verdad,puede ser por mi ignorancia ignoro cual es el sistema enfermo que permitio votar a 150 millones de ciudadanos despues de meses de discucion,propaganda ,mitines etc,entre aspirantes de todo sigo : desde socialistas declarados a lberales,pasando por negros,indios,blancoa,homosexuales,creyentes y no creyentes,pero Ahhhhh!!!! para un verdadero creyente le la Logia Izquierdista,si el pueblo americano,no quiere socialismo,porque comprende que le esperaria,entonces,hay que cambiar al pueblo norteamericano y sustituirlo por personas como el Profesor,inteligentes,cultos,que,aunque nunca hayan trabajado manualmente,no creado un negocio,saben lo que le hace falta al pueblo.No se tampoco a que dignidad se refiere el profesor,pues quien es mas digno que los ciudadanos libres de los EEUU ? Todas las sociedades tenen puntos oscuros y la unica formula de ponerlos claros ,es la via de los EEUU,porque : que propone el Profesor,aparte de las fraces usadas y gastadas ?? Y como aspira conseguir esos cambios ? Se alzara el las rocosas siguiendo a su seguro paradigma “che” guevara ??
Bueno, perdió Trump, lo admito, pero la leche seguirá en el super mercado, el café no tendrá chicharos, el azúcar seguirá llegando limpia, blanca y parda, y tendremos carne de todos tipos. También tendremos gasolina en las gasolineras, y para ultimo dejo que dentro de cuatro años volveremos a tener elecciones, libres y democráticas.
Mientas tanto … en otros lugares …. siguen ordenando lo económico y financiero pues esta desordenado. ¿Habría que preguntarse quienes son los culpables del desastre? En el 2030 tendremos el socialismo prospero y sostenibles que nos prometieron.
Lo que algunos llaman Trumpismo, claro que no morira, ya que las causas que provocaron su llegada y su auge, continuan gozando de salud.
Por lo tanto sea ahora o en el 2024, drenaremos el pantano.
Me gustaria escuchar los argumentos para sustener que la corte supema es antidemocratica..
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